miércoles, 31 de mayo de 2006

Verdades de El código Da Vinci

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario

No soy experto en cine. A veces disfruto más una película comercial que la Muestra Internacional de Cine. Y tampoco soy experto en religión. Lo digo para que cuando lea usted que acabo de ver El código Da Vinci y que la disfruté mucho, sabrá que es una opinión de simple espectador.

Pues sí: la disfruté y no me pareció nada aburrida (quizá porque no he leído el libro…). También da material para reflexionar.Claro, gran parte de los “hechos” presentados en la película (y la novela) son totalmente inventados. Pero Dan Brown, el autor, tuvo que leer bastante historia de la religión (y otras cosas) para elaborar su argumento. Y cuando uno lee historia, es prácticamente inevitable darse cuenta de algo que la película muestra, y que es lo que ha alarmado al Vaticano y las organizaciones católicas.

Se trata del hecho, ese sí no ficticio, de que las “verdades” que conocemos como históricas son realmente construcciones sociales. Versiones que pueden (o no) coincidir con eso que llamamos “realidad”, y que pueden (o no) estar apoyadas en evidencia más o menos confiable (o bien en creencias, revelaciones, fe, equivocaciones o prejuicios). Versiones, eso sí, que han sido acordadas y aceptadas por un grupo de personas. Es precisamente el acuerdo y aceptación del grupo lo que le da realidad histórica a un hecho.

El punto peliagudo es que la película muestra que también las “verdades” de la Iglesia (la divinidad de Jesús, el papel de María Magdalena…) son hechos históricamente construidos. Versiones acordadas en algún momento por un grupo, que antes de tal acuerdo no existían como verdades. Ésta es una concepción filosóficamente muy peligrosa (incluso subversiva) para una institución que funda su poder en la aceptación incuestionada de su fe.

Pero si las verdades religiosas se construyen históricamente, ¿no ocurre lo mismo con las “verdades” científicas? Por supuesto que sí, como mostró hace 40 años Thomas Kuhn. La diferencia entre ciencia y religión estriba –afirma el biólogo Richard Dawkins– en que las ideas religiosas se propagan y arraigan en los cerebros de los creyentes sólo debido a su poder infeccioso (promueven la fe y amenazan con castigo al que carezca de ella), igual que una epidemia, mientras que las ideas científicas convencen con base en algo más: evidencia comprobable (y además funcionan cuando se aplican).

¡Disfrute la película!

mbonfil@servidor.unam.mx

miércoles, 24 de mayo de 2006

Darwin, al museo

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario

La educación es un arma poderosa. Por eso las luchas religiosas, que antes solían resolverse mediante conflictos armados, hoy se dan en el ámbito educativo.

En México, la Guerra de Reforma (1857-1861) y la Cristera (1926-1929) son buenos ejemplos de que religión y política no conviven tan armoniosamente como a veces se cree. Las limitaciones constitucionales a las libertades políticas de los religiosos en México –que se han ido eliminando desde 1993, en el sexenio de Carlos Salinas– tenían pues justificación histórica: impedir que volviera a haber conflictos armados debido a la religión.

Pero hoy la lucha por promover el pensamiento y los valores religiosos se da en la escuela. Aquello que queda plasmado en los libros de texto gratuitos, leídos por todos los estudiantes de primaria de la nación, pasa a formar parte de la cultura compartida por todos los mexicanos. Por eso nunca cesan las disputas sobre el contenido de estos textos.

Nuestros vecinos del norte afrontan problemas equivalentes, aunque distintos. Allá el tema es la inclusión de visiones religiosas disfrazadas de ciencia en las clases de biología (el “diseño inteligente”) y la lucha por descalificar la biología darwinista como “sólo una teoría más”.

Ante ello, el Museo Estadunidense de Historia Natural, en Nueva York, armó una magna exposición –que pude visitar recientemente– titulada simplemente “Darwin”.La exposición presenta la vida de este naturalista: su formación, el largo viaje que realizó alrededor del mundo en el barco Beagle (1831-1836), su posterior retiro a una apacible casa en el pueblo de Down, su muerte en 1881 (¡todo acompañado de pertenencias originales de Darwin!). Y a la vez muestra la génesis de su obra –vida y obra que se entrelazan– y cómo la publicación en 1959 de El origen de las especies no es resultado de la simple ocurrencia de un individuo, sino de toda una vida de observación, recolección y estudio de especímenes, planteamiento de preguntas y reflexión profunda en busca de respuestas.

Lejos de ser “sólo teorías”, la ciencia se basa en evidencia comprobable, y por ello es útil para la sociedad. Y por ello ha merecido un sitio en la enseñanza pública. La exposición sobre Darwin es muestra de que el pueblo estadunidense tiene claro que sus estudiantes merecen conocer la mejor ciencia posible. ¿Tendrán nuestras autoridades educativas las cosas igual de claras?

mbonfil@servidor.unam.mx

miércoles, 17 de mayo de 2006

Ciencia, religión y democracia

Ciencia, religión y democracia

Martín Bonfil Olivera

Hace unos días asistí al simposio anual sobre la democracia que organiza la Kent State University, de Kent, Ohio. El tema fueron las relaciones entre ciencia y religión en una sociedad democrática.

El simposio conmemora los hechos ocurridos el 4 de mayo de 1970, cuando 4 estudiantes murieron asesinados por miembros de la Guardia Nacional estadounidense (la misma que patrullará la frontera con México), en medio de fuertes disturbios en protesta contra la guerra de Vietnam. Para convertir esa amarga experiencia en algo positivo, la universidad creó un Centro para el Manejo de Conflictos y el Simposio sobre Democracia, con el lema “Indagar, aprender, reflexionar”.

Y precisamente la reflexión sobre las relaciones entre ciencia y religión es urgente en la sociedad estadounidense, que enfrenta fuertes discusiones respecto a la educación científica. El intento de grupos fundamentalistas religiosos por imponer ideas creacionistas en las clases de biología, y descalificar la enseñanza de la teoría de la evolución por selección natural (columna vertebral de toda la biología) es el mejor ejemplo.

Durante el simposio se discutieron los problemas que surgen cuando el respeto que toda sociedad democrática debe garantizar a las creencias, valores y formas de comportamiento individuales o colectivas entra en conflicto con la convicción, también profundamente democrática, de que todo individuo debe recibir la mejor educación posible, incluyendo el conocimiento científico actualmente aceptado, sin importar si éste contradice creencias religiosas o de otro tipo.

En nuestro país el creacionismo no es problema, pero la enseñanza básica no está exenta de disputas. El artículo 3º constitucional expresamente excluye la religión de la enseñanza oficial, y exige la inclusión de la ciencia. Esto es resultado de nuestra historia, especialmente de la guerra de reforma y el conflicto cristero, en los dos siglos pasados. No es casual que la ciencia haya quedado incluida en la Constitución y la religión no; la primera ha demostrado ser parte del bagaje cultural con el que todo ciudadano debe contar para ser plenamente libre, mientras que la segunda, sin disminuir su importancia, ha mostrado encajar mejor en la esfera de lo privado.

Son temas que se siguen discutiendo, sin duda. Será interesante ver qué rumbo toma la política educativa en el próximo sexenio.

comentarios: mbonfil@servidor.unam.mx

miércoles, 10 de mayo de 2006

Televisión y método científico

Televisión y método científico

Martín Bonfil Olivera


La llamada “caja tonta” tiene tan mala (y tan bien ganada) fama que parecería imposible pensar hallar algo decente (por ejemplo, ciencia) en ella. Sin embargo, de vez en cuando ha ofrecido excelentes ejemplos de ciencia popular: el más famoso es la serie Cosmos, del astrónomo Carl Sagan. Y desde hace años el Discovery Channel ha estado refutando, aunque sea de manera superficial, el mito de que “la ciencia no vende”.

Hace poco encontré un programa que, indirecta y quizá incluso involuntariamente, muestra cómo trabaja cualquier investigador científico. Se trata de la serie Myth Busters, en que los protagonistas -dos tipos bastante divertidos, cruza de exploradores, ingenieros y detectives- se dedican a investigar si ciertas “leyendas” que tienen que ver de alguna manera con la tecnología son o no ciertas.

Por ejemplo, en un capítulo trataban de averiguar si se puede electrocutar a una persona que toma un baño en tina arrojando una tostadora a la bañera (un truco favorito de novelistas y directores de cine). Claro, como no podían experimentar directamente primero tuvieron que desarrollar un modelo de “humano” (un maniquí hecho de gel) que tuviera un detector de amperaje incorporado, para saber cuánta corriente recibiría el candidato a ser electrocutado. Luego, tuvieron que averiguar cuánta corriente basta para matar a un ser humano.

No acabaron ahí los problemas: muchos artilugios eléctricos, al menos en Estados Unidos, tienen un fusible de seguridad que se funde si el aparato cae al agua, así que tuvieron que diseñar la manera de anularlo. Ensayaron con una secadora de pelo, pues razonaron que era mucho más probable hallar una en el baño que una tostadora (aunque ya encarrerados usaron hasta una plancha). En fin, el programa mostró cómo para buscar la respuesta primero había que estudiar el problema, buscar información, formular hipótesis, diseñar instrumentos específicos que permitan someterlas a prueba, de preferencia en forma cuantificable… ¡justo lo que hacen los científicos!

No recuerdo si lo de la tostadora era o no un mito, pero es lo de menos. Lo importante es que la serie muestra que si bien no existe el llamado “método científico”, entendido como receta segura para producir conocimiento, para hacer buena ciencia sí hace falta cierta forma metódica de abordar los problemas. No está nada mal.

mbonfil@servidor.unam.mx

jueves, 4 de mayo de 2006

El condón de Ratzinger

El condón de Ratzinger

Martín Bonfil Olivera

El biólogo Stephen Jay Gould decía que ciencia y religión constituyen “magisterios separados”: no tienen por qué entrar nunca en conflicto porque sus respectivas áreas de autoridad son distintas.

No estoy muy de acuerdo. Hace días el papa Benedicto XVI reiteró la tradicional oposición de la Iglesia católica al uso del condón. No sorprende, pues como cardenal y cabeza de la Congregación para la Doctrina de la Fe (antes Santa Inquisición), Joseph Ratzinger representó siempre las posiciones más conservadoras del catolicismo.

La postura católica se basa en la idea de que existe un orden o ley natural, es decir, determinada por Dios, y que oponerse a ella es pecado. El uso del condón despoja al acto sexual de su fin reproductivo (para la Iglesia, su único fin natural), y por ello resulta inaceptable.

¿Qué dice la ciencia al respecto? La ciencia estudia el mundo natural (en el sentido laico: aquello que existe en la naturaleza), y no dicta normas de comportamiento. Pero sí proporciona información confiable y pertinente que permite tomar decisiones a personas y a sociedades.

Desde un punto de vista científico, hay hechos incontrovertibles: 1) existe una pandemia de sida, causada por un virus; 2) el sida se contagia principalmente por relaciones sexuales sin protección; 3) el número de personas infectadas sigue aumentando; 4) el uso adecuado del condón es notoriamente efectivo (más del 99%) para evitar el contagio; y finalmente, 5) por experiencia, no es realista esperar que jóvenes (ni adultos) recurran a la abstinencia (solteros) o fidelidad rigurosa (casados) para evitar el contagio.

No se trata de juicios: son sólo hechos, independientemente de si se los juzga “buenos” o “malos”. La conclusión es ineludible: oponerse al uso del condón equivale, en los hechos, a fomentar más infecciones por Sida.

La oposición católica se justifica diciendo que es criminal recomendar una medida que no es 100% segura. Pero no existen medidas así. El uso del cinturón de seguridad no garantiza la supervivencia en un accidente, pero eso no significa que no convenga usarlo siempre (ni que haya que abandonar el uso del automóvil).

Es duro decirlo, pero cuando de casos prácticos se trata, a veces hay que oponerse claramente a algunas de las posturas de la Iglesia. En estas ocasiones, es Dios (o sus representantes) quienes se están metiendo con lo que es del César.

mbonfil@servidor.unam.mx