miércoles, 26 de julio de 2006

Ética y células

Martín Bonfil Olivera
26 de julio de 2006

Es bonito adoptar posturas pacifistas y decir que no hay problema. Pero a veces no es posible. No hablo del conflicto PRD-PAN, sino de otros que inevitablemente surgen cuando un mismo asunto involucra ciencia y religión. Como el actual debate sobre la investigación con células madre embrionarias humanas.

O quizá el conflicto es más bien entre medicina y ética. El nuevo conocimiento que surgiría de dichas investigaciones y los avances que —promete la ciencia médica— éste haría posibles, se enfrenta con la convicción de que utilizar tejido de un embrión (así sea de pocos días, un blastocisto formado por unas decenas de células no diferenciadas y todavía sin nada parecido a un sistema nervioso) es atentar contra la dignidad de un futuro ser humano.

El debate ya se ha dado antes: en algún momento se consideraba éticamente inadmisible usar cadáveres para investigar cómo está hecho el cuerpo humano. La prohibición religiosa fue terminante. Lo mismo ocurrió con los primeros transplantes y transfusiones. Sin embargo, hoy pensamos diferente.

La semana pasada el Senado estadunidense aprobó una ley que aumenta los fondos federales para realizar investigación con células madre (más correctamente llamadas células precursoras). El presidente George W. Bush se apresuró a vetarla, como había anunciado, utilizando el argumento (también sostenido por la Iglesia católica) de que extraer la células madre embrionarias —procedimiento que destruye al blastocisto— equivale a asesinar a un ser humano. (El mismo argumento, dicho sea de paso, que se utiliza para oponerse radicalmente al aborto.)

Lo importante del caso es que este veto, que tarde o temprano será superado (una mayoría de los ciudadanos de EU está a favor de la investigación), sólo aumenta la desventaja de los investigadores estadunidenses frente a sus colegas de otros países. Hasta hace poco, el 50 por ciento de las publicaciones científicas sobre el tema provenía de Estados Unidos; hoy ese porcentaje ha bajado a 30 por ciento.

Uno de los mayores enemigos de la fe, según los últimos dos papas católicos, es el “relativismo” ético. Probablemente tienen razón, pues frente a dogmas necesariamente invariables, la ciencia, con su naturaleza esencialmente cambiante, evolutiva, puede parecer subversiva. Por suerte, en este caso es probable que los cambios en nuestra ética, y los beneficios médicos que los sustenten, serán para bien.

mbonfil@servidor.unam.mx

miércoles, 19 de julio de 2006

Espejos en el cerebro

Martín Bonfil Olivera
19 de julio de 2006
Milenio Diario
Para Laura Lecuona,
compañera cinéfila

La escena es común. Un celular suena a media película. Un desconsiderado contesta y se pone a hablar. Un vecino se queja. La agresión que sigue no es tan común: el del celular amenaza con arrojar su refresco al quejoso, que se repliega con cada vaivén del vaso, causando la risa del agresor. El líquido finalmente es arrojado, pero la reacción del agredido (levantarse para poner una queja) provoca una respuesta inesperada: el agresor se lanza sobre el quejoso, derribándolo e iniciando una gresca.

Más allá del estudio de la agresión entre primates, el ejemplo destaca la novedad de la última década de estudio del cerebro: la existencia de neuronas espejo que simulan o reflejan lo que observamos. Las de la región que controla el movimiento de nuestro brazo se activan cuando el sujeto ve a otro individuo estirar el suyo para tomar algo. Las del tacto, que se activan al rozar la pierna con una pluma, pueden también activarse al ver en video cómo la misma pluma roza la pierna de otro.

La utilidad de las neuronas espejo, descubiertas originalmente en simios, parece ser predecir los movimientos (e incluso las intenciones detrás de los movimientos) de quienes nos rodean. El contexto de una misma acción (tomar una taza de café) activa distintas áreas del cerebro dependiendo de si la intención parece ser beber (cuando la mesa está ordenada y hay galletas y leche al lado) o simplemente limpiar una mesa desordenada.

Las neuronas espejo incluso parecen jugar un papel en la capacidad para sentir empatía: ponerse en el lugar de otra persona. Las de niños con problemas de empatía, así como de pacientes autistas (incapaces de generar modelos internos de lo que sienten otras personas) presentan menor actividad que las del común de la gente.

En el cine, el quejoso se encogía ante la amenaza del refresco porque sus neuronas espejo le permitían leer la intención del agresor: mojarlo. Las del agresor interpretaron, erróneamente, el ponerse de pie como un preludio a la agresión.

El estudio de las neuronas espejo promete ser importante para la psicología clínica y del aprendizaje, el autismo e incluso quizá en la actuación y la mercadotecnia. Mientras los cines no instalen bloqueadores de celulares en sus salas, sólo espero que la próxima vez que mi vecino conteste su teléfono no haya también comprado un refresco.

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jueves, 13 de julio de 2006

La década de Dolly

Milenio Diario
La ciencia por gusto

12 de julio de 2006

El 5 de julio se cumplieron diez años del nacimiento de la oveja Dolly, primer mamífero clonado del mundo. La noticia pasó inadvertida, quizá por el tenso momento electoral, o quizá porque la posibilidad de obtener duplicados genéticamente idénticos de gatos, perros, vacas, ratones, simios y cerdos forma ya parte de nuestra normalidad.

El 23 de febrero de 1997, fecha en que Dolly fue presentada en sociedad (luego de una prudente espera para estar seguros de que la oveja sobrevivía y estaba sana), quedó demostrado que algo considerado imposible no lo era.

El éxito de Ian Wilmut y Keith Campbell, del Instituto Roslin, en Escocia, se debió a un trabajo científico profesional, serio y tenaz. Pero también a la relativa buena suerte que tuvieron de estar trabajando con células vivas, un sistema especialmente noble.

Para crear a Dolly se usó una célula de la oveja que se quería clonar (específicamente de su glándula mamaria, hecho que llevó a bautizar al clon en honor de Dolly Parton, la cantante country famosa por sus generosos atributos pectorales). Se le extrajo el núcleo y se insertó en un óvulo de otra oveja de una variedad distinta, al que previamente se le había eliminado el suyo.

Pero el transplante de núcleo es un proceso muy burdo: equivale a abrir el abdomen de un paciente con cirrosis, sacarle el hígado, arrojar al interior un hígado nuevo y luego simplemente cerrar la herida y esperar que funcione.

Sin embargo, ¡funcionó! No es tan sorprendente. Si se toma en cuenta que las primeras células surgieron mediante un proceso azaroso de agregamiento de piezas que fueron acoplándose, y que dependían de poder aprovechar los componentes útiles que les ofrecía el ambiente que las rodeaba, es natural que cuenten, en cierta medida, con la capacidad de autoensamblarse y autorrepararse.

En cambio, la clonación de seres humanos sigue estando, al parecer, fuera de nuestro alcance. En parte por dificultades técnicas (baja eficiencia del proceso y defectos degenerativos en los clones), pero también por problemas éticos. Mientras no pueda asegurarse que la clonación produciría embriones humanos sanos y viables, es mejor no crearlos.

Aunque, ¿quién sabe?: quizá pronto se descubra una forma de superar estos problemas y la clonación se convierta en un proceso eficiente y seguro. ¡Hace diez años nadie hubiera creído que se pudiera clonar una oveja!

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miércoles, 5 de julio de 2006

Elecciones, emociones y neuronas

Milenio Diario
La ciencia por gusto

Martín Bonfil Olivera

La semana pasada afirmé que "si la racionalidad juega un papel central en la ciencia, también debe jugarlo en la democracia". En teoría, las decisiones de los ciudadanos deberían tomarse racionalmente, con base en información confiable sobre los candidatos y sus propuestas.

Pero no es así. Cada vez más, en todo el mundo, las campañas electorales son, en vez de propuestas argumentadas en forma racional, sangrientas competencias publicitarias que manipulan las emociones de los electores. Es al profundo y antiguo cerebro reptiliano, que gobierna instintos y emociones, al que se dirigen las campañas, y no a la evolucionada corteza de primates que nos hace humanos.

El escéptico profesional Michael Shermer comenta, en su columna en Scientific American, una interesante investigación llevada a cabo por el psicólogo Drew Westen, de la Universidad Emory, en Atlanta, en que explora cómo maneja el cerebro las preferencias electorales.

Westen mostró a sujetos demócratas o republicanos citas en que los candidatos a presidente en 2004, John Kerry o George Bush, se contradecían flagrantemente. Los demócratas tendieron a minimizar las contradicciones de Kerry, mientras que las de Bush les parecían imperdonables; lo contrario ocurrió con los republicanos. El cerebro de los sujetos fue monitoreado con resonancia magnética funcional. Resultó que las áreas asociadas con la racionalidad (corteza prefrontal) permanecían inactivas, y las que se activaban eran las asociadas con las emociones (amígdala y giro cingulado). Al parecer, son efectivamente las emociones las que controlan nuestras preferencias electorales. Pero no tiene que ser así.

Algo similar ocurre en ciencia: las emociones tienden a hacer que los investigadores prefieran los resultados que apoyan sus teorías favoritas y desprecien los que las contradicen. Sin embargo, mediante la discusión abierta y comunitaria (verdadera inteligencia colectiva) y la crítica fundamentada, la comunidad científica supera sus sesgos emocionales y toma decisiones racionales.

No estaría mal, opina Shermer, que la política adoptara algunos de los mecanismos de la ciencia para intentar que la racionalidad predomine sobre las emociones. Quizá si esto ocurriera, una campaña basada en el miedo no hubiera tenido el éxito que, tristemente, parece haber tenido en nuestro pobre país.

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