miércoles, 30 de agosto de 2006

El concilio de los astrónomos

MILENIO DIARIO
Martín Bonfil Olivera

30 de agosto de 2006

Comentábamos aquí que las verdades de la religión y las de la ciencia, más que conocimiento certero e inmutable, son producto de acuerdos en comunidades que discuten y deciden creer en algo.

Y nada como la reciente clasificación de Plutón como "planeta enano", acordada la semana pasada por la Unión Astronómica Internacional, para ilustrarlo. ¿Será que el conocimiento científico es totalmente arbitrario y puede ser decidido por votación?

Sí y no. Los científicos -como todos los mortales- sólo pueden conocer el mundo a través de sus sentidos. Pero éstos pueden engañarlos o llevarlos a conclusiones erróneas. Por eso, para no engañarse, hacen experimentos y discuten las posi-bles interpretaciones de los datos. La discusión es una especie de inteligencia colectiva que ayuda a eliminar prejuicios, errores o sesgos personales. Pero no puede garantizar que al final no triunfe un punto de vista erróneo, pero convincente o popular. Exactamente como ocurre en los concilios que discuten y acuerdan los dogmas religiosos. La verdad absoluta está más allá del alcance de lo humano.

Esto pareciera probar la debilidad de la ciencia, que no puede siquiera asegurar que el conocimiento que hoy promulga como válido lo vaya a seguir siendo la semana que entra. Pero hay una diferencia: en los "concilios" científicos se da preferencia a los argumentos racionales sobre cualesquiera otros. Sobre todo si están acompañados de pruebas. Algo que no sucede ni en la religión -que llega desaconsejar el pensamiento racional- ni, muchas veces, en la política.

En el caso de Plutón no ocurrió ni siquiera eso. Se trató simplemente de redefinir palabras para que sean útiles en la clasificación de los objetos que observamos. Llámese como se llame, Plutón sigue dando vueltas alrededor del Sol. De eso no hay por qué dudar.

¡Mira!
Si la subsistencia de revistas culturales en nuestro país es ya digna de celebración, más lo es que alguna decida ocuparse de la cultura científica. Es lo que la excelente revista Replicante hace en su más reciente número, que incluye autores tan valiosos como Jared Diamond, Luis González de Alba, Antonio Lazcano, Shahen Hacyan y muchos otros, abordando temas que van de la relación entre ecología y economía o la evolución cerebral a la seudociencia, el funcionamiento de la ciencia académica y el origen de la vida. Lectura estimulante y disfrutable.

comentarios: mbonfil@servidor.unam.mx

miércoles, 23 de agosto de 2006

La intolerancia religiosa

MILENIO DIARIO
Martín Bonfil Olivera

23 de agosto de 2006

Hay una palabra que pone a temblar a toda la jerarquía religiosa: “Depende”. Ese vocablo encarna una visión del mundo que, al menos desde la perspectiva católica más estricta, resulta profundamente amenazadora: el relativismo. Por ello el Papa denuncia constantemente los peligros del relativismo: la postura de que las cosas –y, en particular, los valores– dependen de las circunstancias.

Es comprensible: muchas posiciones fundamentales de la iglesia (curiosamente, casi todas son prohibiciones: al aborto, la anticoncepción, la eutanasia, la clonación o la investigación con células madre, a la ordenación sacerdotal de mujeres, al sexo fuera del matrimonio o a las preferencias sexuales distintas a la heterosexual) se basan en dogmas religiosos o en “verdades” reveladas por la divinidad en textos sagrados.

Si se acepta que puede existir una diversidad de opiniones al respecto, que las verdades y dogmas son posturas relativas que pueden ser interpretadas de distintas maneras, se abriría la puerta al desorden y el caos. La intolerancia se presenta así como requisito para la subsistencia.

Pero, ¡sorpresa!, los dogmas suelen ser acordados mediante discusiones en concilios en los que finalmente gana no necesariamente la postura “verdadera”, sino la más convincente. Y las razones para que algo sea convincente son muy variadas… Por su parte, los textos sagrados tienen que ser interpretados, nuevamente de forma relativa, para extraer el conocimiento que contienen. Véase, por ejemplo, la forzada interpretación del Cantar de los cantares, un himno al placer erótico si los hay, que la iglesia insiste en presentar como una metáfora del amor de Cristo por su iglesia, o las distintas interpretaciones que católicos, judíos y musulmanes hacen de los textos bíblicos…

La ciencia está también expuesta, por supuesto, a los vaivenes del relativismo. Pero lo acepta y lo integra como parte de su estructura evolutiva. El conocimiento científico cambia constantemente, y está siempre sujeto a ser refutado. Es este “control continuo de calidad” lo que le confiere su notoria confiabilidad.

Hoy que los grupos conservadores impugnan la moderna y necesaria educación sexual que está por impartirse a los jóvenes del país, recordemos las razones por las que, en cuestiones de la naturaleza, conviene más confiar en el conocimiento científico que en dogmas y prejuicios religiosos.

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miércoles, 16 de agosto de 2006

El obispo que le teme al sexo

MILENIO DIARIO
Martín Bonfil Olivera

16 de agosto de 2006


El obispo Rodrigo Aguilar Martínez, de la Comisión Episcopal de Pastoral Familiar, declara ayer en MILENIO Diario respecto a los contenidos de sexualidad en los libros de texto de secundaria.

Los textos, dice el obispo, exponen a los jóvenes a "parafilias como el vouyerismo, el fetichismo y el exhibicionismo", además de incentivarlos al autoerotismo, la masturbación y la pornografía.

¿Cuál es el problema? Es sano que los jóvenes sepan que las parafilias existen, y que son eso, filias, gustos, no vicios ni enfermedades. Y claro, que pueden meterlos en problemas si no las viven adecuadamente. Es ridículo pensar que los jóvenes necesiten incentivos para gustar del autoerotismo y la masturbación (son lo mismo) o la pornografía, y pensar que son nocivas. ¿De veras estamos discutiendo esto en pleno siglo XXI?

Aguilar se queja de que "no se hace alusión a la familia como el ámbito apropiado para la procreación de los hijos". Falso: varios libros mencionan al medio familiar. Además, ni sexualidad ni procreación están necesariamente vinculadas al matrimonio. No fuera de la moral judeocristiana (que en la práctica ni siquiera quienes se declaran católicos siguen rigurosamente).

La información sexual desvinculada de los valores "puede inducir al vicio", dice Aguilar. ¿Vicios como cuáles? No especifica. La ultraconservadora y poco representativa Unión Nacional de Padres de Familia considera que los contenidos de los libros "atentan contra la dignidad humana" y planea demandar a la SEP si no los retira, pues "promueven la promiscuidad". En realidad, proporcionan a los jóvenes, muchos de ellos ya sexualmente activos, información para prevenir infecciones y embarazos no deseados (por no hablar de delitos sexuales).

En el fondo, se trata de la decimonónica lucha, ya zanjada desde los tiempos de la Reforma, sobre quién decide los contenidos de la educación pública. Según la jerarquía católica, el derecho es de los padres; la constitución se lo otorga al Estado, y establece que debe ser laica y orientada por "los resultados del progreso científico".

¿De veras, como dice Aguilar, "el placer sexual acompaña al acto conyugal, de lo contrario se deforma y se reduce a la persona a un objeto sexual"? Con sus votos de castidad, es el menos calificado para opinar sobre el asunto. ¡Qué bueno que no sea esa visión la que les estamos transmitiendo a nuestros jóvenes!

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miércoles, 9 de agosto de 2006

Polarizaciones

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario
9 de agosto de 2006

En 1996, la revista Social Text publicó el artículo “Transgredir las fronteras: hacia una hermenéutica transformadora de la gravedad cuántica”, del físico estadunidense Alan Sokal.

El texto había sido diseñado para engañar a los editores con una mezcla de palabrería científico-filosófica sin mayor sentido, pero que sonaba bien.

La trampa, como reveló luego Sokal, buscaba demostrar que la filosofía “posmodernista” y, en especial, los llamados “estudios de la ciencia” (science studies) rechazaban la racionalidad y mostraban “un relativismo cognitivo y cultural que considera que la ciencia no es más que una ‘narración’, un ‘mito’ o una construcción social”.

Indudablemente había y hay excesos en algunas interpretaciones de quienes estudian el complejo fenómeno de la ciencia. Pero las descalificaciones de Sokal son, al menos, bastante discutibles (es decir, no son evidentes).

El artículo de Sokal y su posterior libro Imposturas intelectuales (Paidós, 1998) provocaron una polarización entre científicos y estudiosos de la ciencia, desencadenando lo que conoció como las “guerras científicas” (science wars).

Nadie salió ganando. Se perdieron oportunidades de colaborar y se hizo casi imposible el diálogo sobre algo importante. Todavía hoy, la división y el odio generados siguen causando estragos en cada una de las llamadas “dos culturas” (ahora más distantes que antes).

Y algo peor: los verdaderos enemigos de la ciencia, charlatanes y seudocientíficos florecieron al amparo de la guerra, aprovechando a su favor los ataques de uno y otro bandos.

La polarización de una comunidad siempre acaba siendo nociva. Más allá de filiaciones partidistas, es claro que México vive hoy los terribles efectos de una profunda polarización política.

Polarización causada, en gran parte, por la campaña de odio lanzada por el PAN y los medios a su servicio (y diseñada, según trascendió, por el español Antonio Solá, ex asesor de Aznar, y el estadunidense Dick Morris, ex asesor de Clinton). Su objetivo: convertir al adversario en un enemigo a destruir. Su efecto: dividir a la nación en dos bandos intolerantes e incapaces de comunicarse.

Hoy vemos las cosas en blanco y negro, y no se pueden defender puntos de vista intermedios. Las guerras científicas causaron grandes daños en el mundo académico; ojalá podamos evitar que la disputa partidista que vivimos se convierta en guerra.

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miércoles, 2 de agosto de 2006

Homosexualidad y biología

MILENIO DIARIO
La ciencia por gusto

Martín Bonfil Olivera
2 de agosto de 2006

El debate sobre si ciertas conductas humanas son determinadas por factores biológicos (genéticos, hormonales, cerebrales...) o culturales (educación, influencias sociales, decisiones personales...) no termina. La orientación sexual es un ejemplo notorio: por más de un siglo se han buscado las "causas" de la conducta homosexual.

El fenómeno es muy complejo: hay incontables maneras de ser homosexual, y numerosos comportamientos a los que puede aplicarse esa etiqueta. Desde la postura freudiana de que la atracción por el mismo sexo es causada por el trato recibido de los padres hasta la de quienes han querido hallar la explicación a esta conducta en genes, influencias hormonales o estructuras cerebrales, el debate natura/cultura sigue vigente.

Un fenómeno interesante es el llamado "efecto del orden fraterno de nacimiento", descubierto en 1996: la probabilidad de que un varón sea homosexual (el efecto no aparece en mujeres) aumenta en proporción al número de hermanos mayores que tenga. Se ha debatido mucho si este efecto, ampliamente confirmado, se debe a factores biológicos o a la crianza.

Anthony Bogaert, de la Universidad Brock, en Ontario, publicó un estudio en el que analiza una muestra de casi mil varones homo y heterosexuales, criados con hermanos mayores o bien adoptados por familias con hijos mayores. Los resultados son claros: sólo en los varones homosexuales con hermanos biológicos (nacidos de la misma madre) se observa el efecto del orden fraterno de nacimiento en la orientación sexual.

Aunque no hay explicación para el efecto, una hipótesis es que pudiera deberse a la formación de anticuerpos en el cuerpo de la madre dirigidos contra proteínas masculinas, quizá provenientes del cromosoma Y, que en sucesivos nacimientos pudieran influenciar el desarrollo del cerebro fetal.

Sin embargo, el trabajo debe tomarse con algo más que un granito de sal. Es básicamente inútil, pues no tiene aplicaciones (afortunadamente). Y si bien es probable que en ciertos casos la orientación sexual sea influida por factores biológicos, probablemente en muchos otros sea un fenómeno psicosocial. En última instancia, cabría cuestionar la legitimidad de este tipo de estudios, pues buscar "causas" para la homosexualidad puede implicar que se la ve como algo anormal, y no simplemente como un comportamiento más, sólo que menos común que el de la mayoría.

Comentarios: mbonfil@servidor.unam.mx