miércoles, 31 de enero de 2007

Científicos: ateos vs. creyentes

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 30 de enero de 2007

A pesar de los discursos políticamente correctos (“dar al César lo que es del César”, etcétera), entre ciencia y religión siempre ha habido pugna.

La ciencia busca conocimiento confiable sobre el mundo; comprobable, que se acepte no por la autoridad de quien lo dice, sino por lo convincente de la evidencia y los argumentos racionales presentados. En ciencia, es fundamental entender cómo se sabe lo que se sabe.

La religión, en cambio, se basa fundamentalmente en la fe. Sobre todo las religiones teístas (que creen en un dios personal, creador y controlador del mundo), que cuentan con revelaciones divinas en forma de libros, profetas y demás líneas de comunicación con el mandamás universal. Cualquier discusión se zanja, finalmente, recurriendo a la “palabra de dios”, en la que hay que creer por fe, sin que tenga caso cuestionar cómo se sabe lo que se sabe.

Por eso, aunque abundan los esfuerzos conciliadores (como los del papa Ratzinger, quien declara que “ciencia y religión no se contraponen” o que “la fe y la razón son amigas”, o los del fallecido biólogo Stephen Jay Gould, quien proponía que se trataba de “ministerios separados”: mientras no invadieran sus respectivos terrenos, no habría problema), basta abordar temas donde la naturaleza humana entre en cuestión -anticoncepción, aborto, eutanasia, clonación, células madre, derechos de homosexuales- para que la guerra se desate.

Por eso, sorprende la entrevista publicada en el número actual de la revista National Geographic con Francis Collins, ex director del Proyecto Genoma Humano y unos de los científicos más influyentes del mundo, donde se declara cristiano convencido y argumenta que detrás del mundo natural existe un proyecto divino. Su nuevo libro El idioma de Dios (The lenguaje of God) busca convencer de que, además de la ciencia, la religión cristiana es necesaria para el bienestar humano.

En efecto: hay muchos científicos creyentes. Pero también hay muchos que son ateos, como el famoso biólogo Richard Dawkins, quien en su reciente obra La ficción de Dios (The God delusion) no sólo se lanza contra las religiones teístas, sino condena la enseñanza religiosa como “abuso infantil” e invita a los ateos a “salir del clóset”.

Seguramente más de un lector querrá echarle un buen ojo a ambos libros, cuando aparezcan en español… aunque algunos de nosotros ya sabemos qué partido tomamos.

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miércoles, 24 de enero de 2007

Empresarios obtusos

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 24 de enero de 2007

¡Cómo difieren las formas de ver el mundo! Mientras la UNAM invierte 3 millones de dólares en la nueva supercomputadora KanBalam, capaz de realizar billones de operaciones por segundo, los empresarios mexicanos afiliados a la Canacintra reclaman con cinismo al nuevo director de Conacyt mayores estímulos para “desarrollo tecnológico” —que muchas veces es sólo simulación— al tiempo que advierten que “el papel de la industria no es generar tecnología, sino apropiarse de ella o adquirirla, pues a fin de cuentas su papel es producir, generar riqueza y empleos” (El Financiero, 17 de enero, p. 25).

Del lado académico, una concepción de la realidad basada en la racionalidad para generar conocimiento confiable. Porque el método científico no depende sólo de observaciones, mediciones y experimentos: hoy las supercomputadoras —como las que desde hace años se ha preocupado por poseer la Universidad Nacional— son herramientas fundamentales para la investigación científica.

Uno de sus principales usos es realizar simulaciones numéricas de procesos imposibles de observar. El clima, la evolución, el desarrollo de un ecosistema; procesos cósmicos como el big bang, la formación de un agujero negro o la evolución de una galaxia; los eventos submicroscópicos de una reacción química o el núcleo de un átomo podrán ser estudiados a través de simulaciones, y la información obtenida podrá luego ser contrastada con experimentos. Y, no lo olvidemos, la UNAM es de todos los mexicanos: KanBalam no sólo servirá a sus investigadores, sino a institutos y universidades de todo el país, así como a la iniciativa privada.

En el lado industrial, en cambio, hallamos una concepción basada en creencias no comprobables, como ese intocable mito neoliberal del papel generador de riqueza y empleos de los empresarios. Para ser cierto, en todo caso, tendría que estar apoyado en el desarrollo activo de nuevas tecnologías y procesos —la llamada “investigación aplicada”— e incluso de nuevos conocimientos “básicos” (y si no, pregúntenle a IBM, Monsanto, Microsoft…).

En vez de eso, los industriales mexicanos —a diferencia de los científicos mexicanos, que publican en las mismas revistas y con la misma calidad que sus colegas de primer mundo; ¿cuántos industriales pueden presumir de lo mismo?— prefieren depender de la industria extranjera. Y además cosechar dinero del Conacyt. Vaya cinismo.

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miércoles, 17 de enero de 2007

Más educación y más condón

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 17 de enero de 2007

Más que preocupantes, son deprimentes y peligrosas las declaraciones del secretario de Salud, José Ángel Córdova Villalobos (Excélsior, 11 de enero). Se lanza en contra de las campañas de prevención del sida por medio del condón. Revela un programa basado en los principios del conservadurismo católico. Y ostenta una preocupante homofobia. Perjudica así los intereses de la salud del pueblo mexicano, que debiera estar basada en principios científicos.

Proponer “más educación” es excelente. Lo malo es contraponerla, tramposamente, al uso de condón. Más allá de juicios religiosos o morales, es asunto de salud pública. La abstinencia y la fidelidad pueden prevenir contagios, si son rigurosas. La realidad es que la inmensa mayoría de los adolescentes están teniendo relaciones sexuales a edades cada vez más tempranas, les guste o no a sus padres.

Lo deseable, entonces, es educarlos para que puedan protegerse adecuadamente de infecciones y de embarazos no deseados: enseñarles el uso correcto del condón. Cualquier otra actitud es irresponsable y un riesgo a su salud.

Es también tramposo argumentar, como hace el secretario, que son los padres de familia quienes deben asumir la responsabilidad por la forma en que sus hijos ejerzan su sexualidad. La Constitución establece que es el Estado quien tiene la responsabilidad de impartir una educación pública laica y basada en los principios científicos. Esto incluye la educación sexual necesaria para garantizar el bienestar de los ciudadanos.

La campaña por arrebatar al Estado la responsabilidad de la educación pública y otorgarla a los padres de familia es un punto principal de la agenda de la derecha católica, con raíces cristeras y sinarquistas y representada hoy por el ultracatólico Yunque, tan influyente en el gabinete calderonista.

Finalmente, Córdova exhibe una lamentable ignorancia al opinar que las campañas en contra de la discriminación homofóbica “parecían hacer promoción de prácticas de mayor riesgo”. Como si el ser homosexual (y no el sexo sin condón) fuera el factor de riesgo de contagio del sida. Y como si las campañas mediáticas pudieran fomentar la homosexualidad (no “el homosexualismo”).

La salud de los mexicanos en manos de la derecha católica: eso sí es un peligro para (la salud de) México. Lo más adecuado sería la pronta renuncia de este inadecuado secretario de Salud.

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miércoles, 10 de enero de 2007

Sida, ignorancia e irresponsabilidad

Martín Bonfil Olivera
Publicado en
Milenio Diario, 10 de enero de 2007


Se me adelantó Luis González de Alba cuando el lunes se indignó ante la reciente y peligrosa campaña de desinformación sobre el sida.

El asunto salió a flote cuando el periodista Ricardo Rocha presentó en su programa Reporte 13 varios reportajes sobre los “disidentes” o “escépticos” del sida.

Aunque usted no lo crea, son científicos más o menos serios (y varios charlatanes, como los de la asociación “Vivo y sano”) que creen que el sida no es causado por un virus, el VIH, sino por drogas, medicamentos o desnutrición. No son expertos en sida, pero tienen datos y argumentos para defender su postura. Sólo que existen muchas, muchísimas más pruebas a favor de la teoría contraria.

Esto no tendría nada de raro si fuera un debate científico cualquiera (digamos, sobre la existencia de vida en Marte). Pero el sida es diferente: es un gravísimo asunto de salud pública. El gasto social para enfrentar el creciente número de infectados es enorme. La prevención de nuevas infecciones —principalmente mediante el adecuado uso del condón— es literalmente asunto de seguridad nacional.

Ante esto, y más allá de la libertad de prensa, difundir las erróneas teorías de los disidentes del sida es verdaderamente criminal.

Sólo piense: según los disidentes, el VIH no causa el sida (otros, más delirantes, afirman que el virus ¡no existe!). Conclusión obvia: no tiene caso usar condón para prevenirlo. Consecuencia: una creciente ola de infecciones.

Pero hay más: según ellos, los medicamentos antirretrovirales usados para tratar a quienes están infectados ¡son la causa de sus síntomas! El aterrador efecto es que hay ya decenas de pacientes que están abandonando los únicos tratamientos comprobados que pueden mantenerlos sanos.

Para ejercer el periodismo científico se requiere estar preparado. Rocha creyó que sólo porque son científicos, sus entrevistados eran fuentes confiables. Pero los científicos también se equivocan. Al no saber cómo funciona la ciencia y escuchar la voz de una minoría, ignoró el consenso prácticamente total de la comunidad científica internacional: el sida es definitivamente causado por un virus; el contagio puede evitarse usando condón, y las terapias antirretrovirales mejoran la esperanza de vida de los infectados casi indefinidamente.

Quien divulgue lo contrario, como hizo Rocha, muestra no sólo gran ignorancia, sino mucha irresponsabilidad.

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miércoles, 3 de enero de 2007

Un buen propósito

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 3 de enero de 2007

Dicen que los propósitos de año nuevo sólo sirven para causar remordimiento. Aun así, no está de más iniciar el año pensando cómo mejorar un poco nuestra vida.

El comentario de un lector respecto a lo dicho aquí la semana pasada sobre el documental La verdad incómoda, de Al Gore, me hace pensar en lo útil que sería reforzar un poco la dotación de escepticismo de todo ciudadano.

El lector se manifiesta incrédulo sobre los inminentes peligros del calentamiento global de los que alerta Gore. No le falta razón: hay evidencia que señala que no existe tal calentamiento; o que no es causado por el dióxido de carbono (CO2) liberado por la industria humana, sino parte de los ciclos normales del clima; o que la cuestión no puede decidirse porque no es posible medir con precisión la concentración de CO2 atmosférico.

En efecto, existe tal evidencia y hay unos cuantos expertos (y muchas industrias) dispuestos a apoyarla. El problema no es ése, sino que la evidencia contraria, que sostiene que el aumento de la concentración de CO2 es un hecho bien comprobado, que el calentamiento es un problema real y urgente, y que el segundo es consecuencia del primero, es mucho, mucho más abundante, y es aceptada prácticamente por la totalidad de la comunidad de expertos.

El escepticismo científico del lector, en este caso, no se sostiene ante el alud de evidencia. Pero existen muchos otros casos en que un sano escepticismo –no dogmático, sino informado: basado en las pruebas disponibles, y dispuesto a cambiar si la evidencia cambia– resulta indispensable.

Un ciudadano que no creyera ciegamente en las promesas de los candidatos a puestos públicos, sino que exigiera la evidencia que las sostiene, sería sin duda un mejor ciudadano, y ayudaría a construir una mejor democracia, menos basada en la propaganda.

Igualmente, una actitud escéptica evitaría que muchos siguieran siendo estafados por charlatanes como los que nos dicen que existen extraterrestres inteligentes (algo que muchos científicos creen posible), pero que además nos visitan constantemente montados en platillos voladores (algo inaceptable, en vista de la evidencia disponible).

Pongamos, pues, en nuestra lista de propósitos para 2007 un poco más de ese escepticismo informado que hace de la ciencia una herramienta tan poderosa para conocer, engañándonos lo menos posible, cómo son las cosas.

Comentarios: mbonfil@servidor.unam.mx