miércoles, 31 de diciembre de 2008

Ratzinger el cínico

por Martín Bonfil Olivera
Publicado en
Milenio Diario, 31 de diciembre de 2008

No debería extrañar. Después de todo, se trata del Papa que ataca a la ideología de género afirmando que “se opone a la naturaleza humana” y a que busca “la emancipación del hombre (sic) de la creación y del creador” (en realidad, ha servido para defender los derechos de las mujeres).

Es el Papa que declara que “salvar a la humanidad de las conductas homosexuales o transexuales es igual de importante que evitar la destrucción de las selvas”, y que para proteger la “ecología humana” (ignorando el significado preciso de este término) comparó tales conductas con “una destrucción del trabajo de Dios”.

Es el Papa que defiende “valores cristianos fundamentales” pero considera que incluyen una profunda intolerancia hacia la diversidad sexual y el derecho de mujeres y hombres a disfrutar plenamente de sus propios cuerpos y a tomar decisiones sobre ellos.

Recientemente rechazó las operaciones de cambio de sexo porque “contradicen la decisión de Dios”.

Estas declaraciones sirven para justificar acciones discriminatorias e injustas como las del Consejo Estatal de la Familia de Guadalajara, que ha decidido separar a la niña Rosa Isela de la madre adoptiva que la crió ocho años, desde recién nacida, sólo porque esta madre, Alondra, nació como hombre llamándose Alberto. El consejo ha mantenido a Rosa Isela secuestrada ilegalmente a pesar de que un juez concedió a Alondra la custodia de la niña.

El papa Ratzinger critica el relativismo: pensar que las cosas no son intrínsecamente buenas o malas; que depende del contexto. Pero ahora aprovecha el 400 aniversario de la primera observación telescópica de Galileo y la celebración del Año Internacional de la Astronomía para intentar lavar la imagen de la Iglesia católica, institución que tradicionalmente obstaculiza a la ciencia.

Ahora propone, a través del Pontificio Consejo para la Cultura, que Galileo, condenado por herejía en 1633, “podría convertirse en el patrono ideal de un diálogo entre ciencia y fe”.

Si algo distingue a la ciencia de la religión es que no pretende tener verdades absolutas. Ratzinger, que se dice “convencido de la congruencia entre fe y razón”, busca “darle a la razón su lugar debido en todo el esquema de cosas”. Tomando en cuenta la historia de Galileo, nos podemos imaginar qué lugar es ése.

No debería extrañar. Pero sí indigna.

¡Feliz 2009!

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miércoles, 24 de diciembre de 2008

Un programa obtuso

por Martín Bonfil Olivera
Publicado en
Milenio Diario, 24 de diciembre de 2008

El Programa Especial de Ciencia y Tecnología 2008-2012 (PECyT), publicado (apenas) en el Diario Oficial el 17 de diciembre es obtuso y corto de miras. Lo es porque concibe a la ciencia no como parte integral de la sociedad, sino como asunto de élites.

Ya se me adelantaron mis colegas Arturo Barba y Horacio Salazar a comentarlo, pero vale la pena recalcar el punto: si se pretende, como afirman los objetivos del programa, “fortalecer la cadena educación-ciencia básica y aplicada-tecnología-innovación”, “fomentar un mayor financiamiento” de estas áreas y “evaluar la aplicación de los recursos públicos que se invertirán”, no puede lograrse en una sociedad que no conoce, entiende, se interesa en ni apoya la ciencia y la tecnología (no sé qué diferencie a esta última de la “innovación”).

Cierto, el PECyT menciona el fomento de la cultura científica (estrategia 1.4) y habla de “percepción, apropiación y reconocimiento social de la ciencia”, de fomentar la divulgación científica y de apoyar proyectos de divulgación y a los museos y organizaciones dedicados a ella. Pero en el esquema central del “Sistema Nacional de Ciencia y Tecnología”, donde se definen la concepción general del Programa, sus participantes y organización, aparecen la Presidencia de la República (en primer lugar), el Conacyt y las instituciones gubernamentales, y (hasta abajo) los científicos, los empresarios y los estudiantes… pero en ningún lugar los ciudadanos comunes. Un esquema vertical y excluyente, pues.

Ya el foxista PECyT 2001-2006 prometía “hacer mayores esfuerzos para que la difusión del conocimiento científico y tecnológico lleguen a un mayor número de personas”. Incluía explícitamente a la divulgación entre sus objetivos (2.6) y mencionaba un “Fondo Especial para la Divulgación Científica y Tecnológica”, del cual la comunidad de divulgadores no vio ni sus luces. En la práctica, nada cambió: la divulgación científica que se hizo en el país siguió, como siempre, limitada a lo que lograron los esfuerzos de divulgadores individuales, organizaciones gremiales, universidades públicas y medios. El gobierno sigue creyendo que el progreso científico se logra por decreto.

¿Cuándo entenderemos que, antes que nada, necesitamos una población que conozca, aprecie y apoye a la ciencia? ¡Feliz Navidad!

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miércoles, 17 de diciembre de 2008

Klaatu o la fábula esperanzada

por Martín Bonfil Olivera
Publicado en
Milenio Diario, 17 de diciembre de 2008

La ciencia ficción, además de entretener, suele comunicar un cierto tipo de mensajes relacionadas con la ciencia, la tecnología y sus efectos en la sociedad humana.

Eso hizo la película El día que la Tierra se detuvo, un clásico de 1951 dirigido por Robert Wise y basada en un cuento de Harry Bates. La historia —un extraterrestre acompañado de un robot superpoderoso viene a advertir a los terrícolas lo que puede pasar si no eligen la paz por encima de la guerra— era un típico mensaje de la era de la guerra fría.

La cinta no consiguió acabar con ella, pero dejó una marca en quienes la vieron.

La nueva versión que acaba de estrenarse, protagonizada por Keanu Reeves (cuya actuación acartonada por una vez le viene bien a su personaje, el extraterrestre Klaatu), conserva, actualizándola, la moraleja de salvación planetaria. Y, excepto por un final flojo —entiendo que no podía conservarse el discurso que Klaatu pronuncia al final de la versión original, pero faltó algo que lo sustituyera—, resulta una buena película de acción, emocionante e interesante.

¿Servirá de algo seguir haciendo fábulas cinematográficas de ciencia ficción? No lo sé, pero tampoco hacen daño. El impacto del cine como medio para modificar actitudes ha quedado claro con cintas como Filadelfia o Una verdad incómoda, que desde la ficción o el documental, respectivamente, catalizaron el cambio de la opinión pública respecto a asuntos tan importantes como la discriminación por sida o el calentamiento global. El día que la Tierra se detuvo no será tan influyente, pero al menos sirve para que quienes la vemos no olvidemos que tenemos un pendiente: dejar de dañar a nuestro planeta.

Y aunque de ciencia ficción estricta no tiene mucho —tiende más a la fantasía—, la versión 2008 incluye bienvenidas actualizaciones a la ingenuidad de la versión original: la esfera compleja en vez del platillo volador; las nanomáquinas destructoras, el traje-placenta biotecnológico del que “nace” Klaatu en su forma humana… y conserva la imagen del científico sensato que platica con el extraterrestre y lo comienza a convencer de que la humanidad todavía tiene salvación.

En resumen, una película disfrutable, que transmite un mensaje valioso y da una imagen positiva de la ciencia. Se agradece.

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miércoles, 10 de diciembre de 2008

El secreto del nucleolo

por Martín Bonfil Olivera
Publicado en
Milenio Diario, 10 de diciembre de 2008

La noticia que apareció en varios medios hace dos semanas no llama la atención a primera vista: se descubrió que el parásito Giardia duodenalis sí tiene nucleolos.

Sin embargo, ocupó varias primeras planas científicas. ¿Por qué? Déjeme explicarle su importancia y por qué es una buena noticia.

Lo asombroso de la imagen de la célula que nos ha revelado la biología molecular en las últimas décadas es que se trata de un sistema más complejo y dinámico que la gelatina con frutas incrustadas que nos mostraban en secundaria. El nucleolo, por ejemplo, aparecía dentro del núcleo como una esferita sin función clara.

Hoy se sabe que se trata de una compleja fábrica subcelular donde se ensamblan con gran precisión y velocidad las máquinas moleculares conocidas como ribosomas, cuya función es, a su vez, fabricar proteínas. Como las proteínas son las moléculas que llevan a cabo prácticamente todas las funciones de la célula, se comprenderá que los ribosomas, y en consecuencia los nucleolos, son vitales en la economía celular. Sin embargo, sólo las células con núcleo —llamadas eucariontes— tienen nucleolo. Las bacterias y sus primos los arqueaprocariontes— no tienen núcleo ni nucleolo. En la frontera entre ambos reinos, se pensaba que algunos eucariontes “primitivos”, como el protozoario Giardia duodenalis (o Giardia lamblia), causa común de gastroenteritis en humanos y otros mamíferos, presentaban núcleo pero no nucleolo.

Dicho esto, la importancia del descubrimiento es que, como se ha dicho, “rompe con el paradigma” de que había excepciones a la regla de que los eucariontes, además de núcleo, presentan nucleolo.

Pero además, la noticia es digna de atención porque se trató de un descubrimiento de investigadores mexicanos, encabezados por Luis Felipe Jiménez, de la Facultad de Ciencias de la UNAM, así como científicos del IPN y, de los Institutos Nacionales de Cancerología y de Pediatría (y de la Universidad de Zúrich). El descubrimiento se hizo usando diversas técnicas de microscopía de luz y electrónica, en las que Jiménez es uno de los principales expertos nacionales.

Como rezaba la nota, fue “un triunfo de la microscopía mexicana” y una demostración más de que en nuestras universidades e institutos de salud públicos se puede hacer ciencia de la misma calidad que en países de primer mundo, que incluso podrá tener aplicaciones en salud. ¡Enhorabuena!

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miércoles, 3 de diciembre de 2008

La década de ¿Cómo ves?

por Martín Bonfil Olivera
Publicado en
Milenio Diario, 3 de diciembre de 2008

Evaluar la calidad de los proyectos de promoción cultural es complicado. Más aún si lo que se quiere difundir, popularizar, democratizar, es la cultura científica. Dos criterios posibles son la aceptación del público al que se dirige el “producto” y su permanencia.

Con base en esto, me atrevo a afirmar que la revista ¿Cómo ves?, publicada por la Dirección General de Divulgación de la Ciencia de la UNAM, que ayer celebró sus primeros diez años con un evento en el museo Universum, es un ejemplo de divulgación científica de la mejor calidad.

Además de ser la publicación universitaria con mayor tiraje del país (20 mil ejemplares mensuales), ¿Cómo ves? se ha convertido en una de nuestras revistas de ciencia popular más exitosas. No sólo por su aceptación y permanencia, sino también por la calidad intrínseca de sus contenidos, elaborados por un pequeño pero eficaz equipo multidisciplinario que conjunta el conocimiento de sus colaboradores —algunos expertos en ciencia; otros, en comunicación de la ciencia— con el rigor de correctores y editores y la creatividad de diseñadores, ilustradores y fotógrafos, además de un entusiasta equipo de apoyo.

¿Cómo ves? no sólo divulga datos: ofrece cultura científica. Su primer número afirmaba que “nuestra ambición es que conozcas de dónde proviene [el] saber científico y cómo se relaciona contigo y con la sociedad donde vives”. Lo ha cumplido. Más allá de la curiosidad científica o el dato aislado, la revista ofrece conocimiento accesible, oportuno y contextualizado. La ciencia, sí, pero también su historia, sus conflictos y debates; sus avances y retrocesos. Nos muestra a la ciencia como una actividad humana que no puede aislarse del resto de la cultura y la sociedad.

Y sin embargo, si lo que se busca es fomentar la apreciación de la ciencia por el ciudadano medio, el desarrollo de la investigación científica y técnica, su vinculación con la industria y los sectores productivos y, finalmente, la mejora de las condiciones de una sociedad que, como la nuestra, ansía salir del tercer mundo para ingresar al primero, el camino todavía es largo. Proyectos como ¿Cómo ves? son un buen comienzo, pero no bastan. Ojalá estos primeros 10 años sirvan para estimular nuevos proyectos de difusión de la cultura científica. Buena falta nos hace.

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