miércoles, 25 de noviembre de 2009

Otro brindis por Darwin

Por Martín Bonfil Olivera
Publicado en Milenio Diario, 25 de noviembre de 2009

A mi madre Alicia Olivera Sedano,
con orgullo por su premio.

Aunque no bebo, ayer 24 de noviembre tuve el placer de compartir con varios queridos amigos un brindis por Charles Darwin. Celebramos el sesquicentenario –la raíz “sesqui” significa “una y media unidades” – de su libro Sobre el origen de las especies por medio de la selección natural o la supervivencia de las razas favorecidas en la lucha por la vida, publicado hace exactamente 150 años.

El mismo día, en la Facultad de Ciencias de la UNAM se develó un busto de Darwin. Ya el pasado 12 de febrero se había festejado el 200 aniversario de su nacimiento.

¿Por qué celebrar la publicación de un libro? ¿Se tratará, como dicen los opositores del darwinismo, de una expresión de dogmatismo que hace de El origen de las Especies un texto sagrado e incuestionable?

Creo que no. Creo que la obra se sostiene por mérito propio. El mecanismo básico que Darwin propuso para explicar cómo dentro de una especie surgen variantes que, al acumularse cambios hereditarios, se van convirtiendo en razas, luego en subespecies y finalmente en especies nuevas –la distinción entre estas categorías es meramente cualitativa– sigue vigente.

Al proponer su gran idea, la selección natural, Darwin resolvió el “misterio de misterios”: cómo surgen las especies, por qué están tan admirablemente adaptadas a sus respectivos ambientes, y de dónde surge la exuberante biodiversidad del mundo natural.

El libro de Darwin perdura y es apreciado no por dogma ni como verdad absoluta, sino por haber, precisamente, sobrevivido en la lucha por la existencia. Porque las ideas también evolucionan. El filósofo Karl Popper explica que la ciencia es un proceso de “conjeturas y refutaciones”, donde las teorías compiten entre sí. Las que fallan al ser contrastadas con los datos se extinguen; las que ofrecen explicaciones satisfactorias perduran… por lo menos hasta la próxima vez que sean puestas a prueba.

Hace poco escribí un libro para niños sobre la vida e ideas de Darwin (Charles Darwin: el secreto de la evolución, SM Editores, 2009). No espero que la edición se agote – como ocurrió con el libro de Darwin, ¡el primer día! –, pero al menos espero que su lectura pueda abrir la puerta del asombro ante las ideas de este gran pensador. ¡Salud por Darwin y su libro!

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miércoles, 18 de noviembre de 2009

Confusión lunar

Por Martín Bonfil Olivera
Publicado en
Milenio Diario, 18 de noviembre de 2009

Recientemente, en una conferencia sobre ciencia escuché la pregunta de un jovencito tabasqueño. Había leído que se estaba bombardeando la Luna con cohetes, y se preocupaba de que, no contento con destruir este planeta, ahora el ser humano quisiera también acabar con nuestro satélite natural.

Claramente, un caso de desinformación. Seguramente había leído o escuchado del proyecto LCROSS (del inglés “satélite de observación y medición de cráter lunar”) de la NASA, que consistió en enviar una nave integrada por el cohete Centauro, la sonda LCROSS y el orbitador lunar de reconocimiento. Objetivo: investigar detalladamente la composición del suelo lunar, sobre todo para saber si hay agua.

El cohete Centauro, de 2 mil 300 kilos, se estrelló deliberadamente, al doble de la velocidad de una bala, en la superficie lunar el 9 de octubre, en un sitio donde se sospechaba que podía haber agua. Formó un pequeño cráter, del tamaño de una alberca olímpica. Detrás de él venía la sonda LCROSS, que siguió la misma ruta mientras tomaba fotos y analizaba la luz y los materiales liberados por el impacto (que levantó una nube de 10 kilómetros de altura).

Como se ve, no era un “ataque” a la Luna, ni eran los científicos de la NASA jugando a las guerritas. Pero la preocupación del muchacho se justifica, en parte porque los medios eligieron titulares como “Estrellan nave en la Luna” o “Nasa bombardea la Luna”, que daban la impresión equivocada. Y en parte porque la cuestión de si tenemos derecho a alterar las condiciones naturales de otros cuerpos celestes es válida.

Dado que todo indica que no existe, ni existió, vida en la Luna, la cuestión del respeto a la naturaleza se vuelve relativamente simple: no hay a quién dañar ahí. Podemos aprovechar sus recursos sin mayor conflicto ético, dentro de límites razonables.

Por otra parte, la misión valió la pena: luego de analizar los resultados, la semana pasada se anunció que, efectivamente, hay cantidades significativas de agua en la Luna.

En su genial novela La Luna es una cruel amante, el maestro de la ciencia ficción Robert Heinlein describe la revolución que libera la Luna, convertida en colonia penal, de la tiranía terrestre. Los colonos, dedicados explotar el hielo lunar y a la agricultura subterránea, ganan la guerra bombardeando la Tierra con rocas (y con la ayuda de Mike, una supercomputadora inteligente). Es curioso: hoy un bombardeo en sentido inverso marca lo que quizá sea el inicio de la colonización de la Luna.

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jueves, 12 de noviembre de 2009

¿Equidad ideológica?

Por Martín Bonfil Olivera
Publicado en
Milenio Diario, 12 de noviembre de 2009

El próximo martes 24 de noviembre se celebrarán 150 años de la publicación de uno de los libros que más han cambiado la forma en que el ser humano se concibe a sí mismo: El origen de las especies, de Charles Darwin.

Un debate frecuente al hablar de la teoría de Darwin, y en general de la ciencia, es por qué se da un estatus tan especial al conocimiento científico. ¿Por qué se prefiere, en biología, la evolución al creacionismo? ¿Por qué nuestra Constitución exige que la educación sea laica y “ajena a cualquier doctrina religiosa”, y a la vez basada “en los resultados del progreso científico”? ¿No son casos claros de discriminación ideológica, de privilegiar una forma de pensar en detrimento de otras?

La pregunta de fondo es si todas las ideologías tienen el mismo valor. ¿Deben todas ser respetadas por igual? ¿Son todas igual de útiles?

En primera instancia, desde el punto de vista de la tolerancia y el respeto a la diferencia, tan necesarios en cualquier democracia, parecería que la respuesta debe ser positiva, para evitar la discriminación.

Pero lo cierto es que las ideologías y formas de ver el mundo difieren, a veces radicalmente, y compiten entre sí. Además de la disputa evolucionismo/creacionismo, están los debates entre los puntos de vista científico y religioso respecto al aborto, la eutanasia o la investigación con células madre; o entre la ciencia y muchas “terapias alternativas” basadas en principios esotérico-místicos.

En realidad, el valor de cualquier ideología depende del contexto: qué problema hay que resolver, de qué campo de aplicación se trata. Los constituyentes privilegiaron la ciencia por sobre la religión en parte debido a los conflictos entre la iglesia y el estado que forman parte de nuestra historia patria, y en parte por su convicción de que el progreso científico y técnico es importante para el bienestar de la nación. Las terapias alternativas fraudulentas no son efectivas, y a veces resultan nocivas. Y los biólogos prefieren el darwinismo al creacionismo porque les permite explicar la naturaleza y abre nuevas vías de investigación.

En el fondo, la ventaja de la ciencia es que funciona. Otras perspectivas, como la místico-religiosa, pueden ser útiles en ciertas áreas de la vida humana, pero no como formas de entender el mundo natural y mucho menos de resolver problemas prácticos, como los de salud.

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miércoles, 4 de noviembre de 2009

La intolerancia de la ciencia

Por Martín Bonfil Olivera
Publicado en
Milenio Diario, 4 de noviembre de 2009

Hace un mes critiqué el fraude que cometen quienes prometen la cura a prácticamente cualquier enfermedad mediante una máquina llamada SCIO (a cambio, claro, de una buena lana).

Como ocurre siempre que se ataca a seudociencias y charlatanerías, recibí algunos correos de felicitación y otros (no muchos, por suerte) que me acusaban de dogmático, intolerante y de descalificar “otras” formas de racionalidad, “que tienen el mismo derecho a ser respetadas que la visión científica del mundo”.

Es común que se acuse de intolerante tanto a la ciencia misma como a quienes nos dedicamos a practicarla, comunicarla o promoverla. Pero hay que recordar que la ciencia se dedica a estudiar la naturaleza, a producir conocimiento confiable que nos permita entenderla y quizá predecirla. Cuando se habla de la intolerancia de la ciencia, normalmente lo que se cuestiona es su negativa a reconocer como científicas disciplinas como la astrología, el estudio de fenómenos paranormales, las terapias milagrosas basadas en principios que “van más allá de la ciencia” o las teorías de complot.

Esta exclusión se debe en parte a que los métodos de estas disciplinas no resultan lo suficientemente rigurosos, o sus datos no parecen confiables (si es que no son, de plano, engaños burdos). A veces lo que no es aceptable son sus objetos de estudio, pues la ciencia sólo estudia fenómenos naturales, no sobrenaturales.

En ciencia para que una afirmación sea aceptada tiene que pasar un complejo proceso de evaluación entre colegas que involucra la revisión de los datos y los métodos, y la discusión de los resultados. Las razones por las que los científicos aceptan una afirmación tienen que ver con su coherencia lógica, su plausibilidad dentro del conocimiento científico existente, la reproducibilidad de los experimentos en que se sustenta y otras razones (entre las que no se excluye una cierta dosis de política y de ideología).

Sin embargo, nada hace más feliz a un verdadero científico que descubrir que algo que se sabía es incorrecto. Encontrar errores e inconsistencias en las teorías científicas obliga a los investigadores a encontrar explicaciones aun mejores. Es la fuerza que impulsa el avance de la ciencia.

Pero para que el proceso funcione, tiene que estar sometido a un rigurosísimo control de calidad. La primera obligación de un científico es no engañarse a sí mismo. La ciencia tiene un compromiso irrenunciable con la realidad. Si a veces eso suena como intolerancia, se trata no de un problema del método de la ciencia, sino de las disciplinas que intentan hacerse pasar como ciencia… sin serlo.

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