miércoles, 31 de agosto de 2011

El placebo militar

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM

Publicado en Milenio Diario, 24 de agosto de 2011


Los placebos –definidos por la Real Academia como “sustancias que carecen por sí mismas de acción terapéutica pero producen algún efecto curativo en el enfermo, si éste las recibe convencido de que poseen realmente tal acción”– pueden ser útiles si lo que uno busca es sólo sentirse bien. Pero resultan peligrosísimos si se confía en ellos para solucionar problemas reales.

En el marco de la guerra contra el narcotráfico –mayoritariamente considerada, si no un fracaso, al menos sí muy poco fructífera– y las tragedias que han ensombrecido a nuestro país en los últimos días, resulta incomprensible que el gobierno federal, muchos gobiernos estatales y las fuerzas armadas y policiales sigan confiando en el fraudulento e inútil “detector molecular” GT200, comercializado en México por la empresa británica Global Technical a través de la distribuidora SEGTEC.

El aparato pretende ser capaz de detectar a distancia “narcóticos, explosivos, armas y numerosas sustancias más” (sic, las armas como “sustancias”…) mediante sus vibraciones moleculares. No sólo se sabe que tal cosa es imposible; los detectores, que valen de 20 a 30 mil dólares, por dentro están completamente huecos. Son simples varitas de zahorí: su antena, que gira libremente y debería apuntar hacia la sustancia buscada, obedece en realidad al efecto ideomotor, guiado por los movimientos inconscientes del usuario (otro ejemplo de efecto ideomotor es la famosa ouija). Su inutilidad ha sido confirmada por gobiernos de otros países, como Tailandia, y en marzo de 2010 el gobierno británico previno al mexicano en contra de su uso. La empresa que los vende afirma que hay 700 unidades operando en México.

El papelón que nuestras autoridades están haciendo debido a esta estafa está dejando de ser ridículo para volverse peligroso. El diario AM, de Guanajuato, informó de una falsa alarma el pasado 28 de agosto en el Centro de Investigación y Estudios Avanzados (CINVESTAV) de Irapuato, cuando un examen con el GT200 indicó erróneamente que un paquete recibido contenía explosivos (en realidad contenía un monedero). Y si un falso positivo causó pánico, un falso negativo –no detectar un explosivo real– es una tragedia esperando ocurrir.

La prensa ha sido lenta en responder (aunque algo había publicado El Economista y este espacio en Milenio), pero el 29 de agosto El Universal publicó un reportaje señalando el fraude. Y ya era hora, porque el GT200 se usa también, según denuncia la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, para allanar ilegalmente viviendas y “construir la flagrancia” que justifique el hecho (“Recomendación general no. 19, Sobre la práctica de cateos ilegales”, inciso D, Diario Oficial de la Federación, 18 de agosto de 2011)). Desgraciadamente, la CNDH no reconoce al GT200 como el peligroso timo que es, sino que da por supuesto que funciona (y se preocupa que al detectar sustancias que estén dentro de casas particulares se esté violando su privacidad… ¡Les urge asesoría técnica!).

Si el gobierno continúa confiando en varitas mágicas para combatir el crimen, estará haciendo no sólo el ridículo, sino poniendo en peligro a la población civil y a las fuerzas armadas que ha enviado a protegerlas. Necesitamos inteligencia, no placebos.


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miércoles, 24 de agosto de 2011

Dogma y pensamiento científico

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM

Publicado en Milenio Diario, 24 de agosto de 2011


Benito XVI ataca de nuevo. Arremete otra vez contra los “abusos” de la ciencia “sin límites” y pide “radicalidad cristiana” frente a lo que considera un “eclipse de Dios […] y un verdadero rechazo del cristianismo”.

Durante su controvertida visita a España, en el monasterio de El Escorial, ante mil 700 monjas, afirmó que “cuando la sola utilidad y el pragmatismo inmediato se erigen como criterio principal, las pérdidas pueden ser dramáticas: desde los abusos de una ciencia sin límites […] hasta el totalitarismo político que se aviva fácilmente cuando se elimina toda referencia superior”.

Desde luego que una “ciencia sin límites” sería peligrosa y hasta dañina. Pero nadie aboga por eso. La comunidad científica y los gobiernos le han establecido límites claros, basados en principios éticos y tomando en cuenta el bien común. El problema es que se trata de principios laicos, y Benedicto considera, como lo ha hecho el Vaticano desde siempre, que una ética no católica no puede ser válida.

Ratzinger acusó también a las universidades de ser “las que preservan esa visión reduccionista y sesgada del ser humano”. Aunque aparenta defender la racionalidad, pues dice que “se puede llegar a Dios” a través de ella (afirmación altamente dudosa, desde un punto de vista filosófico), desmiente luego esa confianza al negar la posibilidad de que alguien actúe éticamente si no es católico, y descalifica de paso a la ciencia, que puede ayudarnos a formular una verdadera ética humanista, basada no en el dogma (la “verdad” a la que continuamente se refiere, mientras rechaza tajantemente el “relativismo” de la ciencia, que continuamente cambia su punto de vista conforme avanza), sino en la búsqueda del bienestar humano apoyada en el conocimiento racional y confiable sobre la naturaleza.

Benedicto fustiga a quienes “creyéndose dioses, piensan no tener necesidad de más raíces ni cimientos que ellos mismos”, y que “desearían decidir por sí solos lo que es verdad o no, lo que es bueno o malo, lo justo o lo injusto”. Pero ¿no es ese el ideal del ciudadano maduro en una democracia?

El papa insiste en combatir la “persecución larvada” que supuestamente padecen los católicos en los estados laicistas (en realidad, se trata simplemente de la separación estado-iglesia, tan necesaria todavía en España y muchos países de Latinoamérica, y que tanto ha costado defender en México). Pero mientras pide a los creyentes que “muestren abiertamente la fe”, los manifestantes en contra de su visita a España son reprimidos (“la policía impidió la protesta de un centenar de homosexuales que habían convocado una ‘besada’ en el recorrido de Benedicto XVI; sólo una pareja gay logró burlar la vigilancia y se besó al pasar el Papamóvil”, informa Milenio), y un estudiante de química mexicano, el poblano ultracatólico José Albano Pérez Bautista, de 24 años –que realiza una estancia en el Instituto de Química Orgánica General del Consejo Superior de Investigaciones Científicas–, amenaza en las redes sociales con atentar con gases asfixiantes contra los integrantes de la “marcha anti-Papa” (cuyo lema era “La visita del papa, no con mis impuestos”).

(Más tarde el estudiante fue dejado en libertad con medidas cautelares; asegura que se trató de “una broma de mal gusto”. Entre otras gracias, animaba a “matar maricones en nombre de Dios”, y decía disponer de “200 litros de ácido clorhídrico y unas 50 botellas de bromuro de bencilo con los que podía elaborar una mezcla asfixiante”.)

Mientras tanto, en México, una ampolleta con sangre de Juan Pablo II, el papa “amigo” (extraída recién muerto, y que viaja junto con una figura de cera y vestimenta del fallecido papa, detalles todos levemente espeluznantes), inicia un recorrido de varios meses por el país, con la esperanza de que el beato “interfiera para acabar con la violencia en el país”.

No hay duda: el pensamiento mágico-religioso y la racionalidad científica son formas irreconciliables de ver el mundo. Tampoco hay duda de cuál resulta más efectiva para resolver problemas.


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miércoles, 17 de agosto de 2011

Bombas contra científicos

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM

Publicado en Milenio Diario, 17 de agosto de 2011


La oficina de Alejandro Aceves
 López, dañada por la explosión
  Cuando el 22 de julio pasado el mundo se enteró de que un  noruego loco había puesto una bomba en el distrito gubernamental de Oslo y había balaceado a centenares de jóvenes en la cercana isla de Utoya, el asombro e indignación mundiales fueron instantáneos.


  El asesino, Anders Behring, resultó ser un fundamentalista cristiano de ultraderecha, islamófobo y obsesionado con detener la “amenaza” del multiculturalismo. La profundidad de su locura se aprecia mejor sabiendo que había escrito un “manifiesto” de mil 500 páginas titulado 2083, Una declaración de independencia europea, donde mezclaba todo tipo de ideas racistas y radicales con las referencias más confusas y heterogéneas (incluso había alguna mención del EZLN).

  Pero no sólo los fanáticos religiosos son capaces de este tipo de barbaridades. La información científica mal entendida, distorsionada y mezclada con ideas seudocientíficas, desinformación y teorías conspiranoicas, puede llevar al mismo resultado.
 
Restos del mensaje que acompañaba
al artefacto explosivo
El pasado 8 de agosto el nanotecnólogo mexicano Armando Herrera Corral recibió un paquete bomba en su lugar de trabajo, el Tec de Monterrey, campus Estado de México, en Lago de Guadalupe. Al abrirlo explotó, hiriéndolo a él y a su colega Alejandro Aceves López (en cuya oficina se hallaban). Al día siguiente, el grupo radical autodenominado “Individualidades tendiendo a lo salvaje” reivindicó el atentado, argumentando, en un largo comunicado de unas 15 páginas publicado en internet, que “la mayoría de lxs cientificxs (sic) basan sus investigaciones en sus retorcidas necesidades psicológicas”, y que “la aberrante fusión de la nanotecnología, la inteligencia artificial, la electrónica molecular y la robótica” llevará a “la creación de nanociborgs que se puedan autoreplicar (re-sic) sin la intermediación del ser humano”, lo cual conducirá a “la creación de la autodestrucción humana” (recontrasic).

El lema “La Naturaleza es el bien, la Civilización es el mal…”, que cierra el texto, junto con las numerosas referencias científicas y la mención de nanotecnólogos famosos –incluyendo amenazas veladas a expertos mexicanos del Tec, la Universidad Autónoma de Nuevo León, el CINVESTAV del IPN, y otras instituciones privadas y académicas, a quienes se identifica por su nombre y puesto– muestran que se trata del mismo tipo de pensamiento obsesivo de tantos fanáticos extremistas, esta vez no racistas sino anticientíficos. Una amenaza real, digna de tomarse muy en serio.

La idea de la nanotecnología como amenaza apocalíptica ha sido sustentada por grupos anticiencia como ETC (Grupo de Acción sobre Erosión, Tecnología y Concentración) y retomada por personajes como el príncipe Carlos de Inglaterra (tema del que, por cierto, hablé hace años en mi primera colaboración para Milenio Diario) o el fallecido escritor de ciencia ficción Michael Crichton (en su fallida y alarmista novela Prey).

¿Podría haber algo de cierto en sus advertencias? Ni por asomo. De hecho, la nanotecnología ha sido más bien una decepción: sus promesas de nanomáquinas de tamaño subcelular que podrían revolucionar la industria y curar enfermedades ni siquiera se acercan a comenzar a cumplirse.

Pero el fanatismo, el pensamiento conspiratorio y la violencia no necesitan justificación real: basta con que algo les suene bien para tomarlo como un hecho. Es por eso que la difusión de la verdadera cultura científica y el pensamiento crítico, junto con el combate a charlatanerías y seudociencias, se vuelve hoy más que nunca prioritaria en toda sociedad democrática. Por si alguien lo dudaba.

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