miércoles, 26 de octubre de 2011

Esperanza contra el sida

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM

Publicado en Milenio Diario, 26 de octubre de 2011


Para quienes siguen sosteniendo la falacia de que apoyar la ciencia básica (la que se hace sin aplicación práctica en mente) es un gasto inútil, un desarrollo reciente en la lucha contra el sida proporciona una lección valiosa

En 1985 se descubrió un tipo de proteínas que pueden unirse al ácido desoxirribonucleico (ADN) de las células, por ejemplo para encender o apagar genes. Se caracterizaban por tener un átomo de cinc sostenido por cuatro “dedos”. De ahí su nombre: proteínas con dedos de cinc. Se descubrió podían reconocer secuencias específicas de entre 6 y 18 “letras” del ADN. En 1991 se propuso modificarlas mediante ingeniería genética para dirigirlas a genes particulares. A alguien se le ocurrió unirlas a otro tipo de proteína que corta el ADN –una enzima nucleasa– para producir “tijeras” moleculares que cortaran el gen que uno quisiera. Una valiosísima herramienta para la investigación básica en biología molecular y celular. Ciencia básica en forma pura.

Pues bien. A finales del año pasado comenté aquí el caso de Timothy Ray Brown, el “paciente de Berlín”, a quien se logró curar de sida gracias a un trasplante de médula. Para ello se usaron células de médula ósea (que producen las células del sistema inmunitario) provenientes de uno de esos raros individuos –1 a 2% de la población mundial, aunque hasta 10% en ciertos países del norte de Europa– que son inmunes a la infección por el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH). El trasplante fue exitoso y hoy Brown tiene un nuevo sistema inmunitario que no muestra señales de infección (aunque el procedimiento no es una opción para otros pacientes, por su alto riesgo).

Como la resistencia al VIH se debe a una mutación que hace que los linfocitos T-CD4 carezcan de una de las “cerraduras” (la proteína CCR5) que usa el virus para entrar a ellos y provocar el sida, a científicos de la Universidad de Pensilvania y de la empresa Sangamo, en California, se les ocurrió diseñar unas nucleasas con dedos de cinc que cortaran precisamente el gen de la proteína CCR5, para inactivarlo y recrear artificialmente la mutación de los individuos naturalmente resistentes al VIH.

Así lo hicieron, y luego de pruebas en ratones y en células en cultivo, hoy están llevando a cabo un estudio clínico en el que extrajeron linfocitos CD4 de nueve pacientes con VIH, los modificaron para inactivar el gen de CCR5, los cultivaron para que se multiplicaran y se los reinyectaron. Aunque los resultados definitivos del estudio se tendrán hasta marzo de 2012, los datos preliminares indican que los linfocitos modificados sobreviven y se multiplican en el cuerpo de los pacientes, y que éstos no sólo no sufren daño, sino que su estado clínico mejora. En cierto modo, tienen un “nuevo” sistema inmunitario resistente al VIH que convive con el natural, infectado por el virus.

Si el tratamiento resulta exitoso –harán falta pruebas clínicas posteriores–, podríamos estar ante la cura del sida. No una cura absoluta –el paciente sigue infectado e infeccioso–, sino una “cura funcional”. Pero incluso si fallara, las perspectivas novedosas que abre permiten que, luego de décadas, la palabra “cura” vuelva a pronunciarse con cierta confianza en el mundo de la investigación en sida.

Yo no sé de finanzas, pero si fuera el tipo de gente que invierte en la bolsa, tal vez compraría acciones de Sangamo (Nasdaq: SGMO, para los que saben de eso). Y seguiría usando condón, por supuesto.


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miércoles, 19 de octubre de 2011

Gobierno y ciencia

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM

Publicado en Milenio Diario, 19 de octubre de 2011

Porcentaje del PIB dedicado a ciencia y tecnología
en varios países (2002)

Siempre que en los discursos oficiales se menciona a la ciencia y la tecnología, se dicen cosas muy bonitas. Pero es a la hora que se discuten los presupuestos cuando se ve realmente qué tanto se las valora.

Si consideramos hechos, no dichos, es claro que, para nuestro gobierno, ciencia y tecnología son meros accesorios decorativos y opcionales. “Invertiremos más en ciencia cuando mejore la situación económica”, parecen decir, en vez de pensar que es justamente para mejorar la economía y el bienestar que debe invertirse en ella.

Lo expresó acertadamente el doctor Juan Pedro Laclette, coordinador del Foro Consultivo Científico y Tecnológico, en la inauguración de la Semana de la Ciencia y la Innovación 2011 el pasado lunes 17 de octubre: “el conocimiento, la ciencia, la tecnología y la innovación son motores para el desarrollo económico” del país. Y, consecuentemente, para mejorar el nivel de vida de la población.

En ese mismo evento, organizado por el Instituto de Ciencia y Tecnología del Distrito Federal, se denunció que en el presupuesto nacional para el 2012 se propone un recorte de mil 200 millones de pesos al rubro “desarrollo e innovación en ciencia y tecnología” (ramo 38).

Y es que, aunque en el presupuesto se prevé un aumento de 16%, la comunidad científica ha advertido que en realidad “en términos reales no hay tal incremento, sino… una notoria disminución de recursos para el sector científico y tecnológico”. Disminuyen, por ejemplo, las partidas para fondos sectoriales, mixtos y regionales del Conacyt, vitales para promover el desarrollo científico, técnico e industrial en los estados, así como las inversiones directas para innovación tecnológica, que recibirán 400 millones de pesos menos en 2012. Esto, a pesar de que desde 2004 la Ley de Ciencia y Tecnología federal especifica (artículo 9 bis) que “el gasto nacional en este rubro no podrá ser menor al 1% del producto interno bruto” (en realidad, nunca ha alcanzado siquiera la mitad de esa cifra).

Al mismo tiempo, los diputados de la Comisión de Defensa Nacional piden un aumento de 6 mil millones de pesos al presupuesto militar. Tomando en cuenta que la Secretaría de la Defensa ha gastado 272 millones de pesos en comprar detectores moleculares GT200, comprobadamente inútiles y fraudulentos, uno dudaría antes de considerar su petición. Al menos, los mismos diputados, siguiendo la iniciativa de algunos senadores, entre los que destaca Francisco Castellón, presidente de la comisión de ciencia y tecnología del senado, han pedido asimismo a las dependencias que han estado utilizando este inútil aparato –para tratar vanamente de detectar armas, drogas o explosivos, mientras vulneran los derechos de personas inocentes– que rindan cuentas.

Ay, la política mexicana: tan lejos del pensamiento científico, y tan cerca de las cuentas alegres… y tontas.


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miércoles, 12 de octubre de 2011

¿Un premio Nobel de tecnología?

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM

Publicado en Milenio Diario, 12 de octubre de 2011


La noticia, la semana pasada, de la entrega de los tres premios Nobel de ciencias naturales se vio oscurecida por la muerte de uno de los más influyentes promotores de la tecnología en el mundo.

Como es ya sabido, el premio Nobel de física se otorgó a Saul Perlmutter, Brian P. Schmidt y Adam G. Riess, quienes estudiando las supernovas tipo Ia, increíblemente intensas y distantes, descubrieron, para sorpresa de todos, que el universo no sólo se expande, sino que lo hace cada vez más rápido. De ahí se deduce la existencia de la famosa “materia energía oscura(que no debe confundirse con la materia oscura), cuya naturaleza se desconoce pero que constituye tres cuartas partes del material del universo.

El de química lo recibió Dan Shechtman por descubrir, con su microscopio electrónico, la existencia de un tipo de materia sólida que forma estructuras parecidas a los cristales, pero que nunca se repiten: los llamó “cuasicristales”. Su existencia inicialmente fue negada, pero hoy se sabe que se presentan en varios casos en la naturaleza y se exploran sus posibilidades tecnológicas, por ejemplo para obtener aceros más resistentes.

Y el de medicina fue para Bruce A. Beutler y Jules A. Hoffmann, (junto con Ralph Steinman, póstumamente) por descubrir las moléculas en la superficie de ciertas células del sistema inmunitario que sirven como detonador de la cadena de reacciones de nos proporcionan inmunidad innata –la primera línea de defensa activa del organismo– contra diversas enfermedades.

Pero la muerte de Steve Jobs, el genial fundador y líder de Apple, la empresa que ha revolucionado el uso diseño de computadoras y aparatos digitales y, sobre todo, la forma en que los usamos, opacó por completo las noticias sobre los Nobel. Y uno se pregunta: ¿por qué no existirá un Nobel para la tecnología?

La respuesta no tarda mucho en surgir: existen ya varios premios Nobel que, de hecho, se han otorgado por inventos netamente tecnológicos, como el que recibieron en 1986 Ernst Ruska por desarrollar el primer microscopio electrónico de transmisión y Gerd Binning y Heinrich Rohrer por diseñar el de barrido por efecto túnel, o el que en 1993 se otorgó a Kary Mullis por inventar la reacción en cadena de la polimerasa (hoy indispensable en todo tipo de trabajo en biología molecular y en diagnóstico molecular de enfermedades). Pero seguramente la razón principal es que inmediatamente surgirían interminables disputas y demandas sobre patentes y regalías, y porque probablemente la tecnología exitosa tiene su propio premio, que como en el caso de Jobs consiste no sólo en dinero –Apple es hoy la mayor empresa tecnológica del mundo–, sino en pasar a la historia como verdaderos revolucionarios.

¡Mira!
1) Es una lástima que Marcelo Ebrard, jefe de gobierno del DF, inaugure una clínica de “medicina integrativa” donde la medicina científica, basada en evidencia, se mezcle con terapias que no son más que elaborados placebos, como homeopatía y acupuntura. Grave error: ese dinero se podría haber usado mejor dedicándolo sólo a medicina confirmadamente eficaz, sin mezclarlo con seudomedicina.

2) Da gusto, en cambio, que por fin una jueza de Veracruz, Karla Macías Lovera, reconozca que “no existe prueba alguna que permita… afirmar que el aparato conocido como detector molecular GT200 es una prueba científica válida para ser considerada… en el proceso penal”. Como consecuencia, Ernesto Cayetano Aguilar, injustamente acusado de narcotráfico, quedó libre. ¡Enhorabuena!


Fe de erratas (13 de octubre de 2011):
Hace años escribí un texto llamado "Los derechos del divulgador", donde entre otras cosas defendía el derecho del divulgador científico a equivocarse. El argumento central era, básicamente, que no se puede prohibir equivocarse. Pero ello no implica que no importe. Y cuando el error, como en el caso de esta columna, representa el 74% de la masa del universo, uno no puede hacer más que tres cosas: reconocer públicamente el error, corregirlo y disculparse. Es lo que hago aquí, confesando que no se trató de una errata ni un errorcito, sino de una garrafal confusión que sólo puedo achacar al descuido, conjuntado con un día lleno de estrés. Por supuesto que tengo clarísima la diferencia entre energía oscura y materia oscura. ¿Qué pasó? No lo sé, pero por alguna razón, al escribir esta columna las confundí por completo. Me di cuenta yo solito del error, a media noche en la oscuridad de mi cama, si sirve de disculpa, pero no pude corregirlo hasta hoy. Una disculpa, nuevamente, y una nueva lección para un divulgador que reconoce que nunca deja uno de aprender... ni puede dejar de tener cuidado.


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miércoles, 5 de octubre de 2011

60 años de eternidad

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM

Publicado en Milenio Diario, 5 de octubre de 2011



Hace exactamente 60 años, el 4 de octubre de 1951, Henrietta Lacks, una mujer negra de 31 años, murió de cáncer cervical en el Hospital Johns Hopkins, en Baltimore, Estados Unidos.

Henrietta había nacido en Virginia en 1920, hija de granjeros tabacaleros, nieta de esclavos, y vivió una infancia de pobreza y trabajo en los campos de tabaco. Se casó con su primo, Day Lacks, con quien tuvo cinco hijos. Antes de morir estuvo sometida a un tratamiento de radiación contra el cáncer (con la implantación de cápsulas del elemento radio en su útero, en esa época la terapia era todavía rudimentaria) que no fue efectivo. Su médico, el Dr. Howard Jones, tomó una muestra de tejido de su tumor –un cáncer especialmente agresivo, que rápidamente se extendió por todo su cuerpo hasta causarle la muerte– y se lo entregó al Dr. George Gey, quien durante años había estado intentando cultivar células humanas en el laboratorio.

Henrietta Lacks
Gey descubrió, sorprendido, que las células del tumor de Henrietta crecían vigorosamente en su medio de cultivo. Por primera vez, había logrado cultivar una línea de células humanas in vitro. La llamó HeLa, por las primeras letras del nombre y apellido de Henrietta.

A partir de ahí, las células HeLa han seguido proliferando, y han sido utilizadas en una infinidad de investigaciones científicas en todo el mundo. Gracias a ellas se logró obtener la vacuna contra la polio y para investigar sobre muchas otras enfermedades: herpes, influenza, hemofilia, Parkinson, leucemia, papiloma (causante del cáncer que mató a Henrietta)… entre ellas y por supuesto el cáncer. Han sido enviadas al espacio, para estudiar los efectos de la falta de gravedad, y han estado presentes en explosiones nucleares, para saber más sobre los riesgos de la radiación, y se siguen utilizando en investigación sobre sida y en todo tipo de investigaciones científicas. Se calcula que el peso de células HeLa existente hoy en el mundo supera cientos de veces el peso de la propia Henrietta… y siguen creciendo y multiplicándose. En cierto sentido inquietante, Henrietta –o al menos su tumor– sigue viva.

Células HeLa en cultivo,
teñidas con distintos colorantes
 fluorescentes
Esta historia es bien conocida (yo la conté, como tantos otros, hace años –2003– en la revista ¿Cómo ves?, y mi colega columnista de Milenio Horacio Salazar la contó el año pasado). Pero no se sabía más sobre la vida de Henrietta. Eso cambió drásticamente el año pasado, cuando se publicó el libro La vida inmortal de Henrietta Lacks (Ed. Temas de hoy, 2011; en inglés The inmortal life of Henrietta Lacks, Crown, 2010), de la periodista estadounidense Rebecca Skloot. Se trata de un reportaje monumental, elaborado a lo largo de más de 10 años, para el que la autora, además de consultar múltiples archivos, entrevistó a los sobrevivientes de esta historia (los hijos vivos de Henrietta, sus conocidos y parientes, sus doctores, expertos en diversas disciplinas…). Lo que descubrió es asombroso. Una historia humana, la de la propia Henrietta y sus sentimientos, intereses y su enfrentamiento con el cáncer. La historia de la familia Lacks, sus vidas luego de perder a su madre –en particular la de su hija Deborah, con quien Skloot, a partir de su investigación periodística, entabló una relación cercana hasta su muerte en 2009–, su destino, y la injusticia a que han sido sometidos.

Porque Skloot revela también que las células fueron obtenidas sin conocimiento ni autorización de Henrietta o su familia, y sin embargo la industria del cultivo de HeLa, que se venden a laboratorios en todo el mundo, y que ha producido millones de dólares en ganancias, jamás compartió un centavo con los descendientes de Henrietta. Es irónico, como expresa uno de sus hijos, que las células HeLa hayan hecho tanto bien a la humanidad y la familia Lacks siga careciendo hasta de una atención médica elemental.

Una historia de ciencia, de injusticia, médica, social y racial, de la vida de una familia, del cambio de una la sociedad, de los derechos civiles y biológicos, de conflictos personales, de educación y de pensamiento mágico… En suma un drama científico pero también muy humano, comparable a las historias de Macondo. Una lectura más que recomendable: un ejemplo magistral de divulgación científica; una biografía reveladora, conmovedora. Feliz aniversario, Henrietta.


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