miércoles, 25 de enero de 2012

Ciencia mexicana… visible

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 25 de enero de 2012

Cuando se habla de la ciencia mexicana, se repite siempre lo que todos ya sabemos.

Que en general tiene una gran calidad, pues se hace excelente investigación en distintos campos con calidad comparable a la de cualquier país, y se publica en las mismas revistas arbitradas internacionales. Que la ciencia nacional, aunque buena, es insuficiente, pues tenemos pocas instituciones de investigación, con un número relativamente escaso de investigadores, para el tamaño de nuestra población. Y que los fondos que se le dedican son raquíticos –sobre todo durante este sexenio, en que se ha hecho todo lo posible por reducir y dificultar el gasto en ciencia–, y distan cada vez más del 1 por ciento del producto interno bruto que debería dedicarse a ciencia y tecnología según la ley nacional del ramo.

Es bien sabido que la institución que más investigación científica realiza en México es, indudablemente, la UNAM, con aproximadamente la mitad del total. Pero es poco conocido que la segunda fuerza en el ramo la conforma el Sistema de Centros Públicos de Investigación CONACyT, formado por 27 instituciones que incluyen ciencias naturales y sociales, además de tecnología.

Forman parte del sistema centros tan importantes como el Instituto Nacional de Astrofísica, Óptica y Electrónica (INAOE), en Puebla; el Instituto de Ecología (INECOL), en Veracruz; el Centro de Investigación Científica y de Educación Superior de Ensenada (CICESE), en Baja California, el Centro de Investigaciones en Óptica (CIO), en Guanajuato; el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS), con numerosas sedes; el Instituto Potosino de Investigación Científica (IPICYT), en San Luis Potosí; El Colegio de la Frontera Sur (ECOSUR), en Chiapas; el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), en el DF, y muchos más. Y sin embargo, se habla relativamente poco de ellos.

Precisamente por eso, los Centros CONACyT cuentan con un Consejo Asesor en Divulgación, Comunicación y Relaciones Públicas (CADI) y un Proyecto de Visibilidad que, a través de numerosas acciones, busca poner en la escena pública la existencia de estas instituciones y la importancia y calidad de la investigación que realizan. Publicaciones, exposiciones, ciclos de conferencias, cursos y muchas otras actividades dirigidas a distintos públicos –sin dejar de lado internet, con páginas como www.mexicocyt.org.mx y www.gacetacyt.org– buscan poner al alcance de todos los ciudadanos la ciencia que se hace en nuestro país.

Esto redundará, a mediano plazo, en una mejor imagen pública de la ciencia y la tecnología y un mayor apoyo a la inversión en estos rubros, vitales para mejorar la situación económica y social de la nación. Enhorabuena.

¡Mira!
Y hablando de promover y difundir la cultura científica, el nombramiento del Dr. José Franco como Director General de Divulgación de la Ciencia de la UNAM augura nuevos y mejores tiempos para esta actividad, y no sólo en la máxima cada de estudios de todos los mexicanos. Una muy buena decisión. La comunidad de divulgadores mexicanos está de plácemes.

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miércoles, 18 de enero de 2012

Para comprobar la evolución

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 18 de enero de 2012

Una de las principales objeciones de quienes rechazan la teoría de la evolución por selección natural –normalmente por razones religiosas– es que hay estructuras biológicas que “no pudieron haber evolucionado” por una serie de pasos graduales, pues un órgano a medio evolucionar no conferiría ninguna ventaja evolutiva a su poseedor.

El ejemplo clásico era el ojo humano, pero hoy se conocen con mucho detalle todos los pasos intermedios que llevaron de simples manchas sensibles a la luz, pasando por ojos sin lente, similares a las cámaras estenopeicas (las que enfocan mediante una apertura pequeña como la que hace un alfiler), hasta llegar a los complejos ojos de los mamíferos. Y cada uno de ellos proporciona alguna ventaja. Lo mismo ocurre con muchas otras adaptaciones evolutivas.

Por ello, los opositores de la evolución han recurrido a lo que llaman “diseño inteligente”: si bien aceptan que los órganos pudieron aparecer por selección natural, sostienen que la existencia de ciertas estructuras moleculares presentes en las células, que son realmente asombrosas, presentan “complejidad irreducible” (es decir, sólo funcionan y proporcionan ventaja al organismo si están completas con todas sus partes) y no pudieron ser producto de una evolución azarosa: tendrían que haber sido diseñados por una inteligencia superior.

Hace unos años, en 2006, el biólogo Joe Thornton, de la Universidad de Oregon, en Estados Unidos, analizó la evolución de un sistema molecular complejo: cierto tipo de receptores para hormonas, proteínas que se hallan en la superficie de las células, y que cuando la hormona correcta encaja en ellos, como una llave en su cerradura, envían una señal para que la célula realice alguna función.

Thornton descubrió –mediante elaborados experimentos en que reconstruyó la historia evolutiva de estas proteínas, fabricó los genes correspondientes y produjo a partir de ellos la proteína “fósil” precursora de los receptores modernos, para así investigar su función– que el gen de una proteína presente en organismos acuáticos hace 240 millones de años se duplicó en algún momento y luego una de las copias sufrió dos mutaciones, que por separado eran dañinas, pero que juntas proporcionaban una nueva función. Así surgieron dos receptores distintos, pero emparentados, que hoy se hallan en todos los vertebrados terrestres (los receptores de las hormonas aldosterona y cortisol, que tienen efectos completamente distintos entre sí). Lo curioso fue que el receptor de la aldosterona apareció ¡50 millones de años antes de que existiera esta hormona!

¿Cómo pudo ocurrir esto? La respuesta que la evolución no funciona mediante diseño inteligente, sino por medio de cambios azarosos que muchas veces, por casualidad, permiten que surjan funciones nuevas (en este caso, la mutación de una variante del gen original permitió que el receptor estuviera "preadaptado" para unirse a una nueva hormona, cuando ésta apareció).

Los partidarios del diseño inteligente contraatacaron diciendo que un sistema de dos partes no era realmente complejo, y los experimentos de Thornton no probaban nada.
ATPasa vacuolar de hongos;
el anillo basal está en color azul

Pero el investigador acaba de publicar en la revista Nature (edición online, 9 de enero de 2012) un estudio donde reconstruye, usando la misma técnica de “resurrección de genes ancestrales”, la evolución de una máquina molecular indudablemente compleja: el anillo basal de la enzima ATPasa vacuolar de hongos, formado por seis subunidades de distintas clases. Nuevamente, el resultado muestra cómo unas cuantas mutaciones pudieron dar origen a un aumento de complejidad.

Conforme las técnicas disponibles mejoran, la ciencia va llenando huecos y confirmando su avance… o corrigiendo el rumbo. Lo cierto es que la evolución, lejos de ser “una simple teoría”, es cada vez más un hecho confirmado.
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miércoles, 11 de enero de 2012

Tecnología, piratería y libertad

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 11 de enero de 2012

Acabo de enterarme de que una de mis escritoras favoritas, la española Lucía Etxebarria (autora de novelas como Amor, curiosidad, prozac y dudas, Beatriz y los cuerpos celestes, Nosotras que no somos como las demás, De todo lo visible y lo invisible y Un milagro en equilibrio, entre otras) ha decidido dejar de publicar libros, como protesta por la piratería por internet, al enterarse de que se han descargado más copias ilegales de sus novelas que los ejemplares que se han vendido.

Todo empezó con las fotocopiadoras.

Desde que se inventó una tecnología que permitió reproducir rápida, eficaz y económicamente documentos, la industria del libro vio disminuir sus ganancias. Lo mismo ocurrió con la industria discográfica, al aparecer los cassettes. Y el surgimiento de la tecnología digital, que permite hacer copias idénticas, sin deterioro en reproducciones sucesivas, empeoró la situación. Como es cada vez más fácil y barato hacer copias ilegales de libros, música, fotos, películas y demás material, y como gracias a internet éstas pueden distribuirse instantánea y gratuitamente, la piratería ha florecido, y las ventas basadas en el modelo tradicional –que distribuye ejemplares “originales” de las obras– han bajado.

Sin duda esto afecta a empresas y autores. Las campañas y leyes para combatir la piratería han proliferado en todo el mundo: en México se han establecido cobros compensatorios por sacar fotocopias, o por reproducir públicamente música. Pero para los expertos en copyright (derechos de autor) y la industria de contenidos esto no basta: hacen cálculos de las “perdidas” que sufren por los discos y libros que “habrían podido vender” y buscan criminalizar a todo aquel que utilice o distribuya sus contenidos sin pagar.



Lo malo es que se trata de una lucha perdida de antemano: la economía es un sistema darwiniano, en el que lo que funciona sobrevive, y mientras fotocopiar un libro o quemar un CD sea fácil y barato, las ventas seguirán bajando. Y aunque en la sociedad humana lo ideal no es dejar que las fuerzas darwinianas dominen, por lo que intentamos controlarlas con leyes y reglamentos, también hay que entender que las sociedades evolucionan, querámoslo o no, y las reglas tienen que cambiar y adaptarse.

Hoy las grandes corporaciones generadoras de contenido impulsan acuerdos internacionales como el ACTA (Anti-Contefeiting Trade Agreement, Acuerdo Comercial Anti-Falsificación) y la estadounidense SOPA (Stop Online Piracy Act, Ley de Cese para la Piratería Online) que podrían, entre otras cosas, permitir que todo uso que se considerara inadecuado de información en internet fuera censurado, bloqueando el acceso de páginas, servidores y demás sitios, e incluso sometiendo a quienes hayan publicado la información considerada ilegal a consecuencias penales.



En España, en febrero de 2011 fue aprobada la llamada ley Sinde, muy similar (por cierto, la semana pasada Extebarria anunció que volvería a publicar, pues la próxima aprobación del reglamento de dicha ley cambia la situación). Las protestas y discusiones han sido continuas, y son una muestra de lo que puede pasar a nivel mundial. En México el pasado septiembre el Senado discutió la propuesta de que nuestro país firmara el ACTA –los países pueden hacerlo voluntariamente– y afortunadamente se rechazó (gracias a la participación de destacadas personalidades como el experto Alejandro Pisanty, el senador Francisco Castellón y otros).

Pero la verdadera amenaza sigue vigente: que el interés de unos cuantos –las empresas que venden contenido– prevalezca y dañe los derechos de todos. La ley SOPA será votada el próximo 24 de enero: como protesta, y para mostrar al mundo lo absurdo de querer limitar a ese extremo la libre circulación de información por internet, es probable que el día 23 Google, Amazon, Facebook, Twitter, PayPal, Wikipedia y otros sitios de internet suspendan su servicio (el llamado blackout day, día del apagón, también descrita como “la opción nuclear”). Entonces el mundo vivirá cómo sería tener una red controlada y censurada.

Seguramente también los hacendados esclavistas afirmaban que las bases mismas de la sociedad peligraban si se prohibía la esclavitud. Hoy es evidente que el modelo de venta de contenidos es obsoleto y tiene que cambiar. (Entre otras cosas, la creencia de que las ideas son objetos cuya propiedad puede ser controlada es hoy fuertemente cuestionada.) Así como el libre intercambio de música por internet fue limitado (recordemos el cierre de sitios como Napster y Limewire) y sustituido por la venta online, a precios económicos –algo que impulsó fuertemente Steve Jobs, con iTunes–, las corporaciones globales tendrán que ser creativas y buscar nuevos modelos de venta para poder sobrevivir. Censurar y criminalizar no es la respuesta.

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miércoles, 4 de enero de 2012

Memoria e historia

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 4 de enero de 2012

No sé en su familia, pero en la mía las fiestas de navidad y fin de año son ocasiones propicias para los recuerdos… y para acaloradas discusiones sobre los mismos. Es curiosísimo ver cómo, por ejemplo, dos tías pueden tener versiones absolutamente contrarias de un mismo hecho, que dicen recordar con toda claridad.

Y es que la memoria, a pesar de ser parte fundamental de quienes somos –de hecho, no puede haber conciencia sin memoria; por eso la enfermedad de Alzheimer es tan cruel, pues en sus etapas avanzadas, al borrar los recuerdos, acaba con la persona misma, aunque su cuerpo siga ahí–, es muy distinta de lo que imaginamos. Lejos de ser un registro fijo, similar a una fotografía o una grabación, es algo fluido, que se modifica y reconstruye continuamente.

El más reciente número de la revista de divulgación Scientific American Mind (enero-febrero 2012) presenta reportajes que abordan varios descubrimientos recientes sobre la memoria. Describe, por ejemplo, cómo la capacidad de olvidar forma parte de su buen funcionamiento: es necesario seleccionar los recuerdos importantes, jerarquizarlos y eliminar los inútiles. También habla de cómo, al parecer, ciertas técnicas y el uso de ciertos fármacos –todavía en etapa experimental– pueden ayudar a borrar ciertos recuerdos en forma parcial o incluso total, o bien a desligarlos de experiencias emocionales negativas, lo cual podría ser muy útil para el tratamiento del síndrome de estrés postraumático. Si algún día se perfeccionan estas herramientas, nos enfrentaríamos a la difícil decisión de cómo usarlas: la manipulación de la memoria afecta la esencia misma del ser humano.

Pero quizá lo más interesante son los estudios que demuestran que las emociones influyen de manera decisiva lo que recordamos, y que incluso los recuerdos de acontecimientos impactantes, como los ataques del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York, se van alterando rápidamente, aunque uno tenga una paradójica sensación de recordarlos perfectamente (yo, por ejemplo, me acuerdo con toda claridad de que cuando me enteré de la noticia vi las imágenes del avión estrellándose contra el World Trade Center, a pesar de que no tengo televisión y en realidad la oí en el radio).

En realidad, los recuerdos se construyen pasando por varias etapas, en las que participan diversas estructuras cerebrales como el hipocampo, la amígdala y varias zonas de la corteza: la inicial de codificación –donde por ejemplo las emociones asociadas pueden provocar que el cerebro se centre en ciertos aspectos de la experiencia que se está viviendo y preste menos atención a otras–, seguida por la de consolidación –almacenamiento– y posteriormente la evocación. Pero hoy se sabe que cada vez que evocamos un recuerdo, éste puede modificarse levemente –la llamada reconsolidación.

La memoria cambia, se modifica. Igual que la historia, como bien lo saben los historiadores desde hace mucho: no existe una versión única, definitiva, “verdadera” de los hechos, sino múltiples relatos que cambian y compiten continuamente en la percepción social.

Ya veremos qué nuevos hallazgos nos trae el futuro próximo. Mientras tanto, podremos seguir recordando o tratando de olvidar, y discutiendo sobre nuestras versiones personales de lo que ocurrió.

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