miércoles, 29 de mayo de 2013

Divulgación mexicana

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 29 de mayo de 2013

El pasado jueves 23 de mayo la Sociedad Mexicana para la Divulgación de la Ciencia y la Técnica (SOMEDICyT) recibió el Premio Latinoamericano de Popularización de la Ciencia y la Tecnología 2012, en la categoría de Centros y Programas, otorgado por la Red de Popularización de la Ciencia y la Técnica en América Latina y el Caribe (RedPOP).

El premio, entregado en el marco de la XIII Reunión de la RedPOP y el XIX Congreso Nacional de Divulgación de la Ciencia y la Técnica a esta Sociedad “por su contribución al fortalecimiento de la comunidad de divulgadores en México y sus actividades de divulgación y formación dentro y fuera del país”, reconoce así la labor que ha venido desarrollando ininterrumpidamente desde que fue creada en 1986.

A través de premios como el Nacional de Divulgación de la Ciencia en memoria de Alejandra Jáidar, que se entrega anualmente, y otros; de congresos nacionales (19 hasta ahora), cursos y talleres, publicaciones como libros y boletines, programas de radio, exposiciones y de un sinfín más de actividades, la SOMEDICyT ha sido, junto con la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), con la que siempre ha trabajado en estrecha colaboración, una de las principales impulsoras del desarrollo y la profesionalización de los comunicadores de la ciencia en nuestro país. Su trabajo ha ayudado a que universidades e instituciones científicas de prácticamente todos los estados del país desarrollen proyectos de divulgación científica.

Podría parecer extraño que se le dé tanta relevancia a una actividad que se antoja secundaria frente a, por ejemplo, la investigación científica misma, que produce el conocimiento nuevo que luego puede llevar a aplicaciones, tecnologías, patentes y beneficios de todo tipo para la sociedad.

Pero la ciencia que no tiene una buena imagen pública, que no es conocida y apreciada por la sociedad que la alberga, no prospera. Para gozar de los muy reales beneficios de la ciencia y la tecnología, es necesario que formen parte de la cultura de sus ciudadanos. De otro modo, son vistas como lujos innecesarios, como inversiones secundarias que pueden esperar a que se resuelvan “los grandes problemas nacionales”, sin ver que son, necesariamente, parte de su solución.

Y son precisamente los comunicadores profesionales de la ciencia, como los que nos reunimos la semana pasada en la ciudad de Zacatecas para discutir, compartir y cooperar, quienes podemos contribuir a socializar y democratizar la cultura científica entre la población que, con sus impuestos, paga por el desarrollo de la ciencia y la tecnología, y debe ser la principal beneficiaria de sus logros.

Felicidades a la SOMEDICYT y a la comunidad de divulgadores científicos (y tecnológicos) mexicanos. Y sigamos trabajando para crecer y lograr más apoyos gubernamentales y privados para cumplir mejor y más ampliamente con nuestra labor de llevar el derecho a la cultura científica a todos los ciudadanos.
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miércoles, 22 de mayo de 2013

Inteligencia colectiva

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 22 de mayo de 2013

En una democracia, la opinión del pueblo es soberana. Aunque no siempre las decisiones que se toman colectivamente son las mejores, se asume que muchas cabezas piensan mejor que una, y que llegan a las conclusiones, si no más sabias, sí más justas.

Los jurados en las cortes estadounidenses se basan en el mismo principio: la mayoría decide mejor que un individuo. Pero una democracia no es una encuesta. No basta con conocer la opinión del pueblo: en teoría, ésta debe ser producto de una decisión bien informada y meditada. Y una vez elegidos los gobernantes, en adelante toman sus decisiones sin someterlas a voto.

Últimamente, con el crecimiento desmedido de las redes sociales en internet, la posibilidad de que los ciudadanos se expresen y participen en la difusión y discusión de asuntos de interés público se ha reforzado notoriamente. Se habla de “la inteligencia de las multitudes”, y se da por hecho que la opinión obtenida a través de estas redes ayuda a pensar mejor como sociedad.

Aunque no es un hecho muy conocido, la ciencia también es una actividad democrática. Más allá del científico genial –o, más frecuentemente, del equipo de científicos– que descubre algo nuevo, luego de un largo trabajo de investigación, sus conclusiones no pasan automáticamente a ser parte del conocimiento científico aceptado. Antes tienen que ser presentadas públicamente para ser analizadas, cuestionadas y sometidas a la rigurosa prueba de la discusión crítica y racional.

Pero, a diferencia de una sociedad, donde el voto de cualquier ciudadano vale lo mismo, la ciencia es una democracia selectiva: para poder tener derecho a participar en la discusión, se tiene que formar parte de la selecta elite de los expertos, lo cual requiere años de estudio y experiencia.

El poder que actualmente tienen las redes sociales –basta recordar la primavera árabe, o a los gentlemen y ladies de Polanco, la Roma y, más recientemente, la Profeco, que ocasionó la caída de un alto funcionario– se ha basado en la participación indistinta de cualquier internauta.

¿Será posible que esta inteligencia colectiva pueda aumentar si, en vez de discusiones indiscriminadas, se fomenta la creación de comunidades selectas de expertos? Tomando en cuenta que cada vez más los políticos y tomadores de decisiones escuchan la voz de las redes sociales, quizá valdría la pena hacer el experimento.

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miércoles, 15 de mayo de 2013

Los pechos de Angelina Jolie

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 15 de mayo de 2013

La actriz Angelina Jolie es, sin duda, una de las mujeres más bellas que existen. Recientemente anunció públicamente una decisión radical: someterse a un procedimiento quirúrgico preventivo de doble mastectomía (la extirpación de ambos pechos).

¿La razón? La guapa Angelina es portadora de una mutación en el gen BRCA1 (del inglés breast cancer), uno de los “genes supresores de tumores”, cuya falla se ha relacionado directamente con un aumento en el riesgo de padecer cáncer de seno (y de ovario).

Jolie publicó ayer 14 de mayo, en las páginas de opinión del influyente diario The New York Times, un artículo donde explica sus motivos, con el fin de que “otras mujeres puedan beneficiarse con mi experiencia”. “Quiero invitar –escribe– a toda mujer, especialmente a las que tienen una historia familiar de cáncer de seno… a que busquen la información y expertos médicos que pueden ayudarles… a tomar sus propias decisiones informadas”.

La decisión de Jolie de hacer pública su operación –la cual logró mantener en secreto durante los tres meses que duraron los sucesivos procesos quirúrgicos que llevaron a sustituir sus pechos con prótesis y a eliminar todo tejido riesgoso– puede impulsar a muchas mujeres a imitarla (incluso se habla ya de un "efecto Jolie"). Sus motivos son loables; el problema es que no es todavía claro que se trate de una decisión médicamente justificada.

El gen BRCA1 –que se halla en el brazo largo del cromosoma 17– contiene la información que la célula utiliza para fabricar la llamada “proteína de susceptibilidad al cáncer de seno tipo 1”. Forma parte de un complejo de varias proteínas, un verdadero robot molecular –llamado, precisamente, "complejo de vigilancia del genoma asociado a BRCA1", o BASC– que tiene la función de corregir rupturas en el ADN del núcleo de las células; en particular, rupturas de doble cadena, que son especialmente difíciles de reparar. La mutación del gen BRCA1 dificulta la reparación, y aumenta así el riesgo de cáncer.

Sin embargo, aunque Jolie afirma sentirse “empoderada” por su “decisión fuerte” que le permitirá decir a su hijos que no morirá de cáncer de seno (como murió su madre, a los 57 años), nada garantiza que la extirpación radical sea la solución. La decisión de Jolie –y de muchas otras mujeres en Estados Unidos; la cantidad de mastectomías bilaterales preventivas ha aumentado de 1.8% a 4.9% de todas las mastectomías– se basa en el resultado de una prueba genética desarrollada y patentada por la compañía Myriad Genetics, que clonó el gen en 1994, y tiene actualmente ganancias anuales por $500 millones de dólares gracias a ella.

Se afirma que los portadores del gen defectuoso tienen hasta un 80% de probabilidades de sufrir cáncer de seno (87%, según Jolie), frente a un 13% de mujeres sin la mutación. Pero se trata de un riesgo a los 90 años, no inmediato. Por otro lado, los médicos aún no están seguros de que el tratamiento garantice que el cáncer no aparezca. (Ya desde finales del siglo XIX el doctor William Halsted, promotor de la mastectomía radical como método de lucha contra el cáncer de seno, halló –como narra Siddhartha Mukherjee en su libro ganador del premio Pulitzer El emperador de todos los males–, en una época en que no había quimio ni radioterapia, que incluso las cirugías más radicales no proporcionaban garantía contra el mal.)

Al final, probablemente lo más sensato sea no tomar decisiones apresuradas, basadas en el miedo. De lo que sí podemos estar seguros, gracias a los modernos avances en prótesis y cirugías reconstructivas, es que Angelina, luego de sus operaciones, seguirá luciendo tan bella como siempre.

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miércoles, 8 de mayo de 2013

De Duve: el viajero de la célula

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 8 de mayo de 2013

Había una vez un científico que quería conocer cómo era una célula: cómo estaba formada, cómo funcionaba, cómo se vería si pudiera uno estar dentro. Hasta esa época (los años 50 del siglo pasado) el enfoque más lógico era usar un microscopio; la aparición de los microscopios electrónicos abrió nuevas posibilidades a esta manera de entrar en la célula.

Pero una nueva herramienta, la ultracentrífuga (o ultracentrifugadora) abrió una vía totalmente nueva, que es la que el vizconde Christian de Duve, pionero de la citología (hoy biología molecular de la célula) prefirió. Consistía en romper las células y luego centrifugar la mezcla de pedazos resultante: el campo gravitatorio generado por la centrifugación permitió a de Duve separar, por su peso y tamaño, los diversos componentes de la célula y analizarlos por separado.

Descubrió así los lisosomas y peroxisomas, organelos involucrados en la “digestión” y el metabolismo celular: en 1974 recibiría, junto con Albert Claude y George Palade, el premio Nobel de fisiología o medicina. Posteriormente se dedicó al estudio del origen químico de la vida.

Además de un investigador de primera línea, de Duve, nacido en 1917, era un humanista (como todo gran científico). Describió su trabajo en una disfrutable ponencia Nobel que tituló “Explorar la célula con una centrífuga”, y posteriormente escribió varios libros en los que extendió la metáfora. El que más disfruté fue La célula viva (A guided tour of the living cell, Scientific American Books, 1984), donde nos hace sentir como exploradores microscópicos del amazónico interior celular, al tiempo que explica los detalles moleculares y bioquímicos que nos permiten existir.

El 4 de mayo pasado de Duve, que había visto su salud deteriorarse a partir de un cáncer y una caída reciente, decidió ejercer su derecho a la eutanasia, legal en su patria, Bélgica, y a sus 95 años terminó con su vida de manera libre y serena.

Un gran científico que supo vivir, compartir su sabiduría y partir con dignidad. Leerlo, creo, es el mejor homenaje que se le puede hacer.


¡Mira!
Exactamente hace 10 años, el 8 de mayo de 2003, esta columna, “La ciencia por gusto” apareció por primera vez en las páginas de Milenio Diario. Desde entonces, cada semana esta casa editorial me ha otorgado el privilegio de compartir, desde la trinchera de la Dirección General de Divulgación de la Ciencia de la UNAM, un poco de ciencia con sus lectores. Mi más sincero agradecimiento; ojalá sean muchos más.
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miércoles, 1 de mayo de 2013

Ciencia, Universidad y medios

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 1 de mayo de 2013

Sin la menor duda, la ciencia es una actividad básica para el desarrollo y el bienestar de cualquier país.

La producción de conocimiento científico, que nos permite conocer con mayor detalle y precisión el mundo natural, y al mismo tiempo nos permite manipularlo para nuestra conveniencia (y a veces, desgraciadamente, para causar daño), es probablemente su principal dividendo. De ella deriva la generación de tecnología novedosa y original (rubro en el que México está muy retrasado) que da origen a patentes, industrias, capital y, a largo plazo y cuando no se trata de casos aislados sino de una tendencia nacional –de preferencia, de una política de Estado–, a un mayor bienestar en todos los niveles de la sociedad.

Pero el apoyo a la ciencia también contribuye a formar ciudadanos que tienen una visión del mundo compatible con ella. Esto es, basada en conocimiento confiable, comprobable y comprobado que, a diferencia del obtenido de otras fuentes, funciona cuando se lo aplica y permite tomar decisiones más probablemente adecuadas al enfrentar problemas. Y también, ciudadanos que pueden apreciar y ejercer el pensamiento crítico: el que se basa en evidencia confirmable y en razonamientos lógicos. Ese mismo que, como dijo Carl Sagan en su libro El mundo y sus demonios, es exactamente el que todo ciudadano de una democracia debería ser capaz de aplicar al elegir por quién votar, al llamar a cuentas a funcionarios y gobernantes y en general para guiar sus decisiones en sociedad.

Querámoslo o no, en países como el nuestro los principales (casi los únicos) baluartes de la labor científica son las universidades públicas, junto con las instituciones de investigación del Estado. Por eso, y por muchas otras razones relacionadas con la generación, enseñanza y difusión de la cultura –no sólo científica, sino en general–, las universidades son un pilar fundamental de la nación, y una de sus principales fuentes de esperanza.

Por eso resulta tan preocupante la situación actual de la Máxima Casa de Estudios del país. Más allá de ideologías o de definir quién tiene la razón en un pleito específico que evidentemente es más complejo de lo que parece, el hecho de que un grupo reducido de inconformes se arrogue el derecho de obstaculizar el funcionamiento de la UNAM al tomar su rectoría, desconociendo a las autoridades establecidas y a los mecanismos institucionales legítimos para atender precisamente este tipo de demandas, habla de intolerancia, falta de cultura democrática y un desprecio a la discusión con argumentos, que es sustituida por la ley del más fuerte (o, en este caso, del más violento). El que se realice con los rostros cubiertos sólo confirma que detrás del acto hay intereses turbios.

Puede ser que las autoridades hayan pecado de tibias al permitir, en primer lugar, la toma, en vez de impedirla. Puede ser que la solución, que no parece tan difícil, se haya ya retrasado demasiado. Pero la prudencia siempre será preferible al riesgo de proveer de mártires a quienes probablemente buscan detonar un conflicto mayor. Sobre todo tomando en cuenta el descontento político en varios sitios del país.

Culpar del conflicto a las autoridades de la UNAM, como se está haciendo en varios medios de comunicación, no ayuda a defender a la universidad de todos los mexicanos. Es momento, creo, de apoyar, no de criticar; de unir, no de separar. Nuestra Universidad Nacional es demasiado importante como para reducirla a un grupo de inconformes, o sólo a sus autoridades.

Actualización de última hora: hoy miércoles 1 de mayo por la mañana, los inconformes liberaron la Torre de Rectoría de la UNAM, y aceptaron los términos del diálogo propuesto por las autoridades. Enhorabuena. Ojalá no se vuelva a permitir que algo así se repita.

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