miércoles, 27 de noviembre de 2013

Quince años de ¿Cómo ves?

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 27 de noviembre de 2013

El placer de la ciencia no le pide nada al que nos proporcionan las artes. Pero para llegar a él hay que pasar primero por la comprensión racional: a la ciencia hay que entenderla antes de poder disfrutarla
a plenitud. Es esto lo que durante ya 15 años ha ofrecido a sus abundantes lectores ¿Cómo ves?, la revista de divulgación científica de la UNAM.

Que una revista mexicana perdure durante 15 años es ya un logro. Que lo haga una dedicada a la ciencia es excepcional. Con sus 20 mil ejemplares mensuales, ¿Cómo ves? no sólo es la más exitosa publicación universitaria de nuestro país. Es también la muestra de que un proyecto de cultura científica puede no sólo sobrevivir, sino prosperar en un país que tiene fama de leer poco y de no valorar la ciencia.

Existen otras excelentes revistas institucionales de divulgación científica con una larga tradición, como Ciencia y desarrollo, del Conacyt, con unos 40 años de trayectoria; Ciencia, de la Academia Mexicana de Ciencias, con más de 50 años, que desde hace unos 13 se ha orientado al público general, y Ciencias, de la Facultad de Ciencias de la UNAM, que cumplió ya 31 años. Pero ninguna tiene la amplia circulación de ¿Cómo ves?, y no están, como ella, dirigidas a un público principalmente juvenil. Por otro lado, las revistas comerciales, algunas de gran calidad, no abordan la ciencia con la profundidad y el rigor de ¿Cómo ves? (afortunadamente, en el mercado hay demanda para una gran diversidad de publicaciones).

La revista, que desde su nacimiento en diciembre de 1998 ha tenido gran aceptación entre jóvenes estudiantes, así como sus profesores ­–es perfecta como complemento pedagógico; para los suscriptores viene acompañada de una “guía didáctica”–, es uno de los proyectos más importantes, emblemáticos y perdurables de la institución que la publica: la Dirección General de Divulgación de la Ciencia de la UNAM (los otros son el museo Universum, que cumple 21 años este próximo 12 de diciembre; el Museo de la Luz, con 17 años, y el Diplomado en Divulgación de la Ciencia, que ha formado ya a 18 generaciones de divulgadores).

El gran equipo editorial (por su calidad, si no por su tamaño) que la hace posible, comandado por Estrella Burgos, trabaja para entregar cada mes un nuevo número lleno de artículos interesantes, científicamente correctos, y sobre todo amenos; muchos de ellos escritos por investigadores de la UNAM y otras instituciones de investigación científica. (Este autor ha tenido el privilegio de colaborar en ella, desde el número 1, con la columna mensual “Ojo de mosca”: 180 entregas hasta ahora, comentando distintos aspectos de la labor científica.)

¿Cómo ves? es la oportunidad que la Universidad Nacional ofrece a todos los mexicanos para asomarse y dar un paseo por el mundo de la ciencia. Quizá para asombrarse con historias apasionantes; quizá para aprender. O sólo para curiosear un poco. Brindo por estos primeros 15 años; sin duda los siguientes serán todavía mejores. Y quedan ustedes invitados al festejo, en el auditorio del museo Universum (zona cultural, Ciudad Universitaria, DF) este lunes 2 de diciembre a las 5:30 pm.

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miércoles, 20 de noviembre de 2013

Doctor Who y la Ciencia Ficción Televisiva

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 20 de noviembre de 2013

La relación entre ciencia y ciencia ficción siempre ha sido polémica. Los científicos solemos pecar de puntillosos, y queremos que cualquier cosa que incluya la palabra “ciencia” cumpla con el rigor al que estamos acostumbrados en nuestra disciplina.

Por eso, cuando nos gusta la ciencia ficción, tendemos a preferir la “dura”: la que se toma en serio la parte científica. (Y es que no a todos los científicos les gusta la ciencia ficción, a pesar de que Isaac Asimov proponía, en alguno de sus innumerables ensayos, que el gusto por ella podría ser un buen indicador para detectar candidatos a futuros científicos.) Esta ciencia ficción “seria” tiene gran cuidado de no violar –aparte de la premisa inicial, que suele ser ficticia– lo permitido por el conocimiento actualmente aceptado.

Pero existe también la otra ciencia ficción: la que vemos en películas y programas de televisión, y que normalmente es menos rigurosa. Se permite más libertad, más inexactitudes científicas, más fantasía. Así, en Viaje a las estrellas (Star trek) podemos ver extraterrestres humanoides con orejas puntiagudas que pueden aparearse con humanos, teletransportadores y naves que viajan más rápido que la luz; cosas similares pueden hallarse en cualquier programa moderno del género.

Y en el cine, La guerra de las galaxias (Star wars) lleva las cosas al extremo, introduciendo espadas láser, una misteriosa “fuerza” mística y otros recursos que hacen que muchos consideren que, más que a la ciencia ficción, pertenece al género de la fantasía pura.

Un caso aparte ha sido Doctor Who (o “El doctor misterio”, como se le conocía en México), el programa de TV de ciencia ficción más antiguo del mundo. De prosapia inglesa (producido por la BBC), nacido en 1963 (el próximo 23 de noviembre celebrará mundialmente, con bombo y platillo, su 50 aniversario), tenía como protagonista a un enigmático anciano que viaja por el cosmos en su máquina del tiempo, el TARDIS, que es más grande por dentro que por fuera y está camuflada de cabina telefónica.

El extraño y misterioso tema musical, la producción en blanco y negro, los originales monstruos que el Doctor encontraba en sus viajes y su mezcla de ciencia y fantasía hicieron que el programa perdurara. A lo largo de las décadas, el Doctor ha sido interpretado por 11 diferentes actores , y actualmente es bastante joven (resultó que es un extraterrestre que puede “regenerar” su cuerpo si corre riesgo de morir). Se ha convertido en toda una tradición inglesa y siempre ha tenido seguidores en otros países. Pero ha sido desde su resurgimiento, con nueva producción y mucho mejores efectos y argumentos, en 2005, que ha alcanzado fama mundial.

Yo, que he sido fan desde hace unos 40 años (cuando pasaron en México los primeros capítulos, en los años 70, y luego los del cuarto doctor, en los 80), confieso que probablemente debo parte de mi fascinación por la ciencia, y quizá parte de mi vocación profesional por conocerla y compartirla, a esa inquietante sensación de misterio que me provocaba ver al viajero de la cabina telefónica.

Ni duda: disfrutaré como enano el 50 aniversario de Doctor Who.

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miércoles, 13 de noviembre de 2013

La ciencia ciudadana

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 13 de noviembre de 2013

El Dr. Ruy Pérez Tamayo, en la inauguración
del portal Ciencia que se Respira
Durante más de un siglo, la ciencia ha sido una actividad especializada que sólo puede realizar quien haya recibido un entrenamiento de élite, durante varios años.

Al mismo tiempo, la ciencia ha desarrollado instituciones y mecanismos para garantizar la calidad, el desarrollo académico y la estabilidad laboral de los científicos: congresos y seminarios, revistas especializadas, el sistema de arbitraje por colegas (o “pares”), becas y apoyos para realizar investigación, plazas académicas, reglas éticas y sanciones para quien las viole, etcétera.

Pero hoy vivimos en la era del internet y las redes sociales. Las reglas están cambiando. Y el cambio perturba la paz de la torre de marfil científica… lo cual no necesariamente es malo.

Un ejemplo reciente es el caso del joven estadounidense Jack Andraka, de 16 años, quien luego de la muerte de un amigo cercano de la familia a quien consideraba su tío, desarrolló un método novedoso y barato para diagnosticar cáncer de páncreas.

Según lo describe él mismo en una entrevista publicada en Milenio Diario, para hacerlo comenzó a leer en internet (“Google y Wikipedia”) todo lo que pudo, para entender el problema. Autoenseñándose, se adentró en la literatura académica hasta encontrar una base de datos de 8 mil proteínas relacionadas con el cáncer e identificar una proteína (la mesotelina) que podría servir como indicador para detectar el cáncer pancreático. De ahí, leyendo artículos científicos en línea, logró concebir su sensor, que utiliza “papel y nanotubos de carbono”. Escribió a 200 investigadores para solicitar su apoyo en el desarrollo del proyecto, y luego de 199 rechazos, uno lo ayudó.

Andraka se queja en la entrevista de que muchos de los artículos que necesitaba leer no son accesibles para el público general y requieren un pago (que puede ser de cerca de 400 pesos). “Esto hizo muy difícil mi investigación, no podía conseguir artículos que necesitaba”, comenta.

El logro de Andraka, un simple estudiante, un ciudadano que logra superar obstáculos para hacer una investigación e insertarse en el mundo de la ciencia académica puede considerarse una muestra de cómo internet está hoy permitiendo a los ciudadanos participar en esta empresa.

Otro ejemplo son los proyectos llamados de “ciencia ciudadana”, en los que investigadores ponen sus datos a disposición del público general y le piden ayuda para clasificarlos, ordenarlos, estudiarlos y abreviar así notoriamente el tiempo que necesitarían para hacerlo ellos mismos. El caso emblemático es el portal Galaxy Zoo, donde más de 150 mil personas han ayudado a clasificar 50 millones de fotos de galaxias… labor titánica que hubiera llevado años sin la participación ciudadana.

Hoy hay proyectos similares para clasificar plantas, insectos, y para colaborar de otras formas en investigaciones sobre clima, arqueología y más.

El lunes pasado se presentó en México un importante proyecto de ciencia ciudadana: el portal Ciencia que se Respira (www.cienciaqueserespira.org), auspiciado por el Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias (INER). En él, los ciudadanos podremos informarnos y participar en la investigación de primera línea que ahí se realiza (sí: en los Institutos Nacionales de Salud se realiza investigación de primera, como debe ser en todo hospital que se respete) por medio de encuestas, el uso de redes sociales y de programas (“aplicaciones”) que pueden descargarse en el teléfono celular. Gracias a ellas, podremos proporcionar valiosa información respecto a nuestra salud respiratoria, hábitos, la contaminación en la ciudad y otros temas, que será usada por los investigadores para producir nuevo conocimiento que ayude a mejorar la salud de los mexicanos.

Ciencia que se Respira, y otros proyectos de ciencia ciudadana (como la Agenda Ciudadana, consulta promovida recientemente por la Academia Mexicana de Ciencias), no sólo ayudan a los científicos: involucran y empoderan al ciudadano para acercarse a la ciencia, haciendo que aprecie su importancia y disfrute la emoción de colaborar en ella.

Como dice el lema del portal del INER, “la ciencia la hacemos todos”. En el siglo XXI, esto comienza a ser una realidad.

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miércoles, 6 de noviembre de 2013

Anticiencia y vacunas

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 6 de noviembre de 2013

A un muy querido amigo le preocupa la decadencia de la civilización moderna. Principalmente por el descuido, falta de apoyo y franco desprecio que tenemos por la más refinada herramienta que la humanidad ha desarrollado para sobrevivir: el pensamiento científico.

Parte de su preocupación deriva de las cada vez más frecuentes campañas de desprestigio contra ideas científicas bien establecidas, que promueven teorías de conspiración para descalificar la información científica –aduciendo siempre a inconfesables intereses de hermandades secretas, gobiernos extranjeros o corporaciones internacionales carentes de toda ética–, y que muchas veces tienen consecuencias dañinas y en ocasiones francamente alarmantes para el bienestar social.

Quienes califican el cambio climático global causado por la emisión de gases de invernadero producto de la actividad humana como “patraña”; quienes afirman que el VIH no existe o que el sida no es contagioso porque en realidad lo causan las drogas o la desnutrición; quienes negaron el riesgo real ­–afortunadamente menor de lo que se temía– de la pandemia de influenza de 2009, calificándolo de embuste… todos ellos ponen, en aras de una creencia no justificada, que además va en contra del conocimiento científico comprobado, en riesgo a la sociedad.

Hoy en México se discute agriamente sobre la pertinencia de aplicar impuestos a las bebidas azucaradas, o de limitar la promoción televisiva de la comida chatarra. Se manejan desde argumentos francamente lamentables (“es una idea extranjera”) hasta otros que valdría la pena analizar (“estas medidas no son eficaces”; “se daña a la industria azucarera/de alimentos”, etc.). Lo que no puede negarse es que el excesivo consumo de azúcar, en lo que somos líderes mundiales, causa obesidad. Y que ésta daña la salud y predispone a la diabetes y sus muy onerosas complicaciones. Nuestra nación tiene que hacer algo para combatir un futuro de viejitos obesos y diabéticos que nos amenaza con quebrar el sistema de salud pública.

El mismo tipo de discusión se escucha al hablar del tabaquismo: a pesar de los gemidos de los fumadores, que insisten en negar los evidentes y graves daños que les causa –a ellos y a quienes tienen cerca– su hábito adicción, y que hablan de “violación de sus derechos” y otros recursos desesperados, queda claro que la prohibición de fumar en lugares públicos, aunada a los impuestos al tabaco, junto con las campañas, han contribuido eficazmente a disminuir el tabaquismo y a mejorar la salud de los mexicanos. (En cuanto a la eficacia de las fotos de pulmones cancerosos en las cajetillas de cigarros, me reservo mi juicio…)

Es cada vez más frecuente en nuestro país escuchar comentarios como “yo no me vacuno –o no vacuno a mis hijos– porque las vacunas son peligrosas”. Se trata del peligroso movimiento antivacunas que tanto daño está causando en varios países. Su base son las ideas del gurú seudomédico Andrew Wakefield, quien afirmó en 1998 que la vacuna triple viral (que protege contra sarampión, paperas y rubeola) causa autismo en niños. Idea que, sobra decirlo, ha sido amplia y definitivamente refutada.

No obstante, en el Reino Unido las ideas de Wakefield ya han ocasionado que miles de padres se nieguen a vacunar a sus hijos… con lo que los dejan expuestos a estas enfermedades, y ponen en peligro a toda la sociedad, pues cuando hay un número suficiente de individuos no protegidos, las epidemias pueden resurgir. Y ya está ocurriendo: luego de no tener más de unas docenas de casos de sarampión cada año, el Reino Unido reportó un récord de 2 mil pacientes en 2012, y 1,200 para mayo de 2013. Algo semejante podría suceder en Estados Unidos, donde el movimiento antivacunas cobra fuerza. Y en el nuestro, si estas ideas anticientíficas se siguen difundiendo.

Ante los riesgos de la desinformación y el pensamiento anticientífico, sólo la difusión de la cultura y la información científica confiable, junto con adecuadas campañas de salud, pueden vacunarnos.

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