miércoles, 19 de noviembre de 2014

Memoria y dolor

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 19 de noviembre  de 2014

Estructura química del midazolam
Hace poco, viendo un video en YouTube, me encontré con algo que me dejó muy asombrado e intrigado. Se trataba de una fractura doble de tobillo (confieso ser aficionado a los videos morbosos; me encanta ver cómo se exprimen barros y espinillas, se extraen tapones de cerilla del oído y se drenan quistes grasosos). La cuestión era que había que reducir urgentemente la fractura, un procedimiento extremadamente doloroso. Para ello, obviamente, al paciente se le dieron analgésicos.

Pero lo fascinante es que además le administraron un fármaco, midazolam, que ocasionó que ¡olvidara el dolor inmediatamente después de la maniobra!

El midazolam, conocido comercialmente como Versed, Dormicum o Hypnovel, es un medicamento de la familia de las benzodiazepinas descubierto en 1970 y que tiene propiedades ansiolíticas, relajantes, sedantes y anticonvulsivas. Pero también induce un estado temporal de amnesia; en particular, la llamada amnesia anterógrada: la incapacidad de formar nuevos recuerdos a partir de su administración, que puede ser por inyección o inhalación, y durante aproximadamente una hora (la otra amnesia, la retrógrada, más conocida, es la que impide recordar eventos anteriormente vividos). Otros fármacos como el propofol y la ketamina también pueden usarse para obtener el mismo efecto.

Debido a esta propiedad, se le usa para producir la llamada “sedación consciente”, o “anestesia crepuscular”, en la que el paciente que va a ser sometido a algún procedimiento médico sencillo es sedado para inducir un estado en que está adormilado pero puede responder a preguntas y órdenes simples, mantiene su conciencia, aunque reducida, y no requiere intubación respiratoria. En particular, el midazolam se usa frecuentemente en procedimientos molestos o dolorosos como colonoscopías y cirugías de cataratas.

Aunque a primera vista, parece una solución simple para el problema del dolor (hagamos que el paciente no recuerde que le dolió y ¡listo!), la verdad es que plantea muchos dilemas. Algunos éticos: hay personas que se sienten angustiadas ante la perturbadora sensación de tener una laguna en su memoria: saben qué pasó antes, y repentinamente, como un corte en una película, el momento ya pasó sin que recuerden nada. También hay numerosos pacientes que reclaman porque no se les explica previamente lo que iba a suceder, y sienten violada su intimidad al ver “borrados” sus recuerdos sin su autorización. Para otros más, el fármaco no produce el efecto deseado, por lo que sí sufren y recuerdan el dolor. Finalmente, hay preocupación sobre el posible mal uso de este tipo de sustancias, por ejemplo en malas prácticas médicas (o incluso en tortura) donde se causa dolor innecesario o excesivo al paciente, al amparo de la seguridad de que no lo recordará.

Pero los dilemas más interesantes son los filosóficos. Dos magníficas películas los ilustran. Una es Memento, de Christopher Nolan (2000), donde el personaje padece amnesia anterógrada y vive una realidad consistente en tratar continuamente de averiguar qué acaba de vivir.

La realidad objetiva existe independientemente de nosotros. Pero, a diferencia de nuestros cuerpos, la conciencia de los humanos no vive en el mundo físico, sino en el mundo mental creado por nuestros cerebros individuales. Obviamente, el episodio de dolor que vive un paciente al que se le administra midazolam sí existió, fue real (como se puede confirmar, por ejemplo, filmándolo). Pero si, debido a su falta de recuerdos, para él la experiencia no existió, ¿se puede decir que fue real? ¿Es real un dolor –experiencia irremediablemente subjetiva– del que no se tiene el menor recuerdo? ¿Sería entonces realmente antiético causar un dolor excesivo, si de todas maneras no se va a recordar? Puede parecer absurdo a primera vista, pero, como la clásica pregunta filosófica de si la caída de un árbol hace o no ruido si no hay nadie que lo escuche, la cuestión tiene mucho detrás.

En La otra película es Eterno resplandor de una mente sin recuerdos, de Michel Gondry (2004), en la que el protagonista se somete a un proceso que le borra los recuerdos de un amor fracasado. ¿Qué implicaciones tiene la manipulación de la memoria? ¿Tenemos derecho a decidir qué recuerdos queremos conservar, y simplemente inhibir la memoria de experiencias desagradables? ¿A qué grado se puede llevar esta posibilidad, y con qué consecuencias?

Me encanta que podamos ahorrarnos al menos algunos recuerdos de dolor físico. Pero también me inquieta. Los seres humanos somos, antes que nada, nuestra memoria. Sin ella dejamos de existir, como lo muestran cruelmente los padecimientos que la borran, como el mal de Alzheimer. Una persona que pierde sus recuerdos no sólo pierde su vida: pierde su ser.

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Contacto: mbonfil@unam.mx

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