miércoles, 17 de diciembre de 2014

Ciencia pirata

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 17 de diciembre  de 2014

La imagen de la ciencia que nos venden en la televisión y otros medios de comunicación, así como en la escuela, es de una simplicidad engañosa. Parecería que todo lo que se necesita para hacer ciencia es tener curiosidad, cierta inteligencia, plantearse algún problema y aplicar un inflexible “método científico” (observación, hipótesis, experimentación, análisis, conclusión…). La realidad es bastante más complicada.

Y es que el conocimiento científico no es algo que simplemente se “descubra” y que, si está apoyado en evidencia sólida, quede “demostrado” de una vez por todas (o al menos hasta que algún avance nos haga cambiarlo por algo mejor). El conocimiento sobre la naturaleza producto de la investigación científica es algo que se construye: tiene, efectivamente, que estar apoyado en datos provenientes de observaciones y experimentos, y de cadenas de razonamiento lógico. Pero además tiene que haber pasado por un cuidadoso proceso de revisión, crítica y evaluación por parte de otros investigadores, para generar un consenso entre expertos que lo valide. En ausencia de ese consenso, ninguna conclusión obtenida por un investigador, por apoyada que parezca estar en sus datos, puede considerarse realmente válida.

El mecanismo de “revisión por pares” (o colegas), que va desde los comentarios dentro de un grupo de investigación hasta las intensas discusiones en seminarios y congresos, culmina con el envío de un artículo a alguna revista científica, que antes de aceptarlo y publicarlo lo somete a la despiadada revisión de varios árbitros expertos en el tema. Es por eso que una investigación que no ha sido aún publicada no puede considerarse plenamente como ciencia legítima, pues no ha pasado aún por este riguroso control de calidad. (Y por supuesto, la cosa no termina ahí: siempre hay posibilidad de hallar defectos, errores u omisiones posteriormente a la publicación del trabajo, que normalmente entonces se corrige o incluso, si el problema es irremediable, puede ser retirado. Lo mismo ocurre si se detecta un fraude científico: que el investigador haya publicado datos falsos.)

A su vez, este sistema permite que los científicos vean evaluado su trabajo con base en el número de artículos que publican, la calidad de las revistas donde son publicados, y la cantidad de veces que dichos trabajos son citados en las publicaciones de otros investigadores. Las calidad de las revistas científicas, a su vez, es evaluada mediante “factores de impacto” que reflejan el número de artículos publicados en ellas que reciben un alto número de citas.

A lo largo de los años, se ha desarrollado una estructura internacional que recopila toda la información que mantiene funcionando este sistema de publicación y evaluación; en particular el Institute for Scientific Information (ISI, Instituto para la Información Científica, hoy parte del grupo de editorial Thomson Reuters), fundado en 1960 por Eugene Garfield, y su voluminosa publicación anual Science Citation Index (Índice de citas científicas, hoy en internet), que permite a todo científico consultar el número de citas que reciben, se convirtieron –a pesar de muchas y bien fundadas críticas– en el estándar para evaluar el trabajo científico.

Hoy ese sistema se ve amenazado.

Ya hemos comentado en este espacio el surgimiento de falsas revistas científicas, que aceptan artículos y los publican sin someterlos a evaluación, pero simulando que lo hacen (y que llegan al extremo de incluir los nombres de científicos famosos en sus inexistentes “comités editoriales”). Estas “revistas depredatorias” son difíciles de detectar –aunque hay ya blogs que se dedican a recopilar y exponer sus nombres y direcciones, para prevenir a incautos– y distorsionan el sistema de control de calidad y evaluación de los científicos.

Pues bien: recientemente se descubrió la existencia de una institución fraudulenta que se hace llamar “Institute for Science Information”, que no tiene nada que ver con el ISI, y cuya dirección web, con evidente mala fe, incluso incluye las palabras “Thomson Reuters”, sin tener nada que ver con esta compañía. Su objetivo: proporcionar a revistas de poca monta, o de plano fraudulentas, “factores de impacto” similares a los que otorga el ISI, para ayudarlas a simular que se trata de revistas serias.

Fraudes científicos, artículos tramposos, revistas falsas y ahora entidades evaluadoras pirata. Si la ciencia mundial quiere mantener su calidad, tendrá que reforzar sus mecanismo de vigilancia y control. De otro modo, pronto podríamos estar inundados de ciencia-basura.

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Contacto: mbonfil@unam.mx

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1 comentario:

Anónimo dijo...

¿De qué te quejas? Si el movimiento seudoescéptico también tuvo su línea de piratería:

http://www.sram.org/

http://www.jod911.com/

http://cfpm.org/jom-emit/


¡Todas las financió la fundación "educativa" James Randi! Es pura charlatanería.