miércoles, 14 de enero de 2015

Guerras antibióticas

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 14 de enero  de 2015

Si una especie viva hace cosas que no le conviene, se extingue, pues vive en un estado de continua competencia con otras especies por los recursos del ambiente. Lo mismo le ocurre a una empresa.

Seguramente usted ha oído hablar de que estamos en medio de una verdadera guerra por los antibióticos. Pero no una guerra comercial, entre nuestra especie y el reino de las bacterias. Durante siglos las infecciones bacterianas fueron un azote para la humanidad, hasta el descubrimiento de los primeros antibióticos, en el siglo pasado, que revolucionaron la medicina y han evitado millones de muertes.

Pero la evolución es un campo de batalla, y la selección natural automáticamente comenzó a trabajar, como es inevitable que lo haga, para dar a las bacterias patógenas nuevas defensas que inutilizaran las armas recién adquiridas por la especie humana.

Desde hace ya dos décadas la preocupación por el rápido surgimiento y dispersión de los genes de resistencia a antibióticos en bacterias (que además ellas intercambian alegremente entre especies mediante los llamados “mecanismos de transferencia genética horizontal”) se ha transformado en una verdadera crisis mundial de salud. De ahí las campañas de uso responsable de antibióticos y los reglamentos, como el aprobado en nuestro país en 2010, que prohíben su venta sin receta médica: si seguimos usándolos irresponsablemente a diestra y siniestra, contribuimos a acelerar que surjan bacterias resistentes, y nuestro arsenal terminará, quizá dentro de muy poco, siendo inútil.

Pero ¿por qué la industria farmacéutica no produce nuevos antibióticos? ¿No es una evidente oportunidad de hacer buen negocio? Pues no. En primer lugar por un problema también evolutivo: la mayoría de estos compuestos provienen de especies de bacterias u hongos del suelo; no son diseñados (aunque sí modificados) en un laboratorio. Y en las últimas décadas no se han hallado nuevos antibióticos que sean muy distintos de los que ya se conocen, y para muchos de los cuales ya hay bacterias resistentes, o éstas aparecen muy pronto.

Pero también porque precisamente esto hace que el negocio no sea muy costeable: según un comentario de Gerard Wright publicado en la revista Nature el 7 de enero, la inversión de millones de dólares de una farmacéutica para desarrollar un nuevo antibiótico puede derrumbarse si las bacterias a las que está dirigido desarrollan resistencia rápidamente, con lo que no hay tiempo de que la compañía recupere su inversión. Como se ve, no sólo la evolución, sino el mercado mismo conspiran para sumirnos en la crisis de los antibióticos.

Estructura química
de la teixobactina
Pero hay buenas noticias: quizá leyó usted en días pasados que un grupo de investigadores alemanes y estadounidenses han descubierto (Nature, 7 de enero) un nuevo antibiótico, que llamaron teixobactina, que proviene (como la mayoría de los antibióticos) de una bacteria del suelo, a la que bautizaron Elephteria terrae. Esta nueva molécula presenta una estructura novedosa y un mecanismo de acción poco frecuente (impide que las bacterias fabriquen su pared celular, necesaria para no reventar debido a la presión osmótica de los medios en que viven).
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Lo fascinante es el enfoque que usaron: en vez de usar los métodos microbiológicos clásicos para buscar en el suelo nuevas bacterias productoras de antibióticos, aislándolas y cultivándolas en el laboratorio, desarrollaron nuevos métodos para cultivar en su propio ambiente, e incluso en el lugar mismo donde viven, a bacterias que son incapaces de crecer en los medios de cultivo usuales. Y es que, a pesar de todo lo que se sabe sobre microbiología, se calcula que sólo conocemos, porque las hemos cultivado y estudiado, al 1% de las bacterias existentes. Hay todavía mucha riqueza microbiológica (y antibiótica) que descubrir en la llamada “materia oscura” microbiana.

Más aún: los investigadores hicieron pruebas para ver si las bacterias sensibles al nuevo antibiótico podían desarrollar resistencia a éste, y hallaron que a primera vista no es fácil. Esto probablemente se debe a que la fabricación de la pared celular a partir de moléculas de tipo grasoso (lípidos) no está tan directamente asociada a los genes como la de las proteínas y otras moléculas, que son blanco de muchos antibióticos. Se podría esperar que la resistencia a la teixobactina tarde décadas en aparecer (si se toma como guía lo que ocurrió con la resistencia a otra clase de antibióticos que también interfieren con la fabricación de la pared celular, las vancomicinas: sólo hasta que los genes que protegen a la propia bacteria que los produce contra ellos fueron, por azar, copiados y transmitidos a otras especies de bacterias, pudieron éstas volverse resistentes, lo que tomó unos 40 años).

Se dice que ningún pescador atrapa peces más pequeños que los hoyos de su red. Hoy, al usar redes más finas, se ha logrado un nuevo hallazgo. Como escribe Wright, “en medio del pesimismo y la desilusión… este trabajo ofrece nueva esperanza de que la combinación de innovación y creatividad pueda resolver la crisis de los antibióticos”. Tomando en cuenta la riqueza de las especies bacterianas que hay por descubrir, es muy posible.

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Contacto: mbonfil@unam.mx

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2 comentarios:

Anónimo dijo...

Exelente articulo, muy interesante ya que describe la realidad de los antibioticos y la resistencia a los mismos y sobre todo nos informa de los nuevos descubrimientos.

atte. Guadalupe Barrios Santos

Martín Bonfil Olivera dijo...

¡Gracias!