domingo, 29 de julio de 2018

El futuro de la ciencia mexicana

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 29 de julio de 2018

A estas alturas, ya debería estar más que claro que la prosperidad y el bienestar de toda nación dependen en gran medida, y cada vez en mayor grado, de su desarrollo científico-tecnológico.

La existencia de una comunidad científica suficientemente amplia, que cuente con el apoyo, las instituciones, la infraestructura, los recursos y el marco legal y social para realizar, en forma libre y sostenida investigación científica, sea ésta básica o aplicada, pero siempre de calidad, es el cimiento para que surjan desarrollos tecnológicos que den lugar a patentes, industrias y finalmente a recursos y mayor nivel de vida. Así ocurre en las naciones que históricamente se han preocupado por mantener estas condiciones. No en balde son esas naciones las que hoy tienen el mayor poderío económico, político y hasta militar.

En México el desarrollo de la ciencia ha avanzado lentamente, con el surgimiento de una incipiente comunidad científica en el siglo XX y la fundación del  Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) y el aumento del apoyo a la ciencia y tecnología en los años 70. Ciertamente el desarrollo tecnológico ha sido mucho más lento que el de la investigación científica propiamente dicha; y el de la cultura de patentes y el desarrollo de industrias basadas en el conocimiento nacional ha sido prácticamente nulo. Pero se ha avanzado, así sea poco y lentamente. Y los avances han sido valiosos. Sería triste, y dañino para el país, que se perdieran.

En el tercer debate presidencial, el pasado 12 de junio, el hoy candidato ganador y futuro presidente Andrés Manuel López Obrador anunció a la doctora Elena Álvarez-Buylla como futura directora del Conacyt, y prometió que durante su gobierno se dedicará el 1 por ciento del Producto Interno Bruto al rubro de ciencia y tecnología (promesa que, por otro lado, hemos vista repetida sexenio tras sexenio, desde Fox hasta Peña Nieto, y que aunque es mandato de la Ley federal de Ciencia y Tecnología, no se ha cumplido hasta la fecha).

Aunque nadie duda de la reconocida calidad académica de la investigadora propuesta, han surgido voces, tanto entre la comunidad de investigadores científicos como entre los ciudadanos interesados en la ciencia nacional, que critican su designación.

En parte por su falta de experiencia administrativa y gubernamental, experiencia que normalmente se considera necesaria para desempeñar exitosamente un puesto de ese calibre. En parte por su trayectoria –paralela a su labor de investigación científica– como notoria activista contra el cultivo y consumo de organismos genéticamente modificados, o transgénicos, en particular de maíz; activismo que ha llevado a extremos difíciles de reconciliar con el rigor científico que una investigadora de su talla debería siempre poner por delante de cualquier ideología (ha llegado a afirmar públicamente, por ejemplo, que el consumo de transgénicos puede causar cáncer o autismo, ideas que han sido concluyentemente refutadas con base en estudios amplios y rigurosos, y acostumbra descalificar a otros investigadores destacados que no coinciden con su postura acusándolos de estar pagados por compañías biotecnológicas). Este activismo radical hace que haya preocupación sobre su capacidad para ejercer sin sesgos y con la imparcialidad necesaria la dirección del Conacyt, organismo que de una u otra forma incide de manera directa sobre las vidas profesionales y los proyectos de investigación de prácticamente todos los científicos nacionales.

Pero, sobre todo, se critica el documento que recientemente hizo público, donde define las líneas que seguirá el Conacyt durante el próximo sexenio, denominado Plan de reestructuración estratégica del Conacyt para adecuarse al Proyecto Alternativo de Nación (2018-2024) presentado por MORENA (disponible en bit.ly/2LUrfc5).

Por ejemplo, el movimiento #ResisCiencia18, que se define como “un grupo de personas interesadas en el desarrollo científico del país” que “[solicita] se nombre a otro científico como director del Conacyt”, después de un análisis cuidadoso, señala en su blog (bit.ly/2LY0gfP) algunos puntos del Plan presentado por Álvarez-Buylla que contradicen varias de las Recomendaciones sobre la Ciencia y los Investigadores Científicos de la UNESCO (disponibles en bit.ly/2M0Et7h), y que podrían perjudicar u obstaculizar el desarrollo de la ciencia en México. Entre otros:

–Que el Plan haya sido elaborado sin la colaboración amplia de la comunidad científica;

–Que muchas de las líneas propuestas se concentren en las áreas de especialidad de quien lo redactó, como temas ambientales, alimentarios y sociales, mientras que muchos campos de investigación básica como física, química, matemáticas, astronomía, ciencias de la Tierra, cómputo y comunicaciones son prácticamente ignorados;

–Que se pretenda evaluar la “pertinencia” de las investigaciones que apoyará el Conacyt sólo con base en su utilidad social y ambiental, ignorando la importancia fundamental de la ciencia básica (aunque el documento de Álvarez-Buylla la menciona, y señala lo inadecuado de la separación entre ciencia básica y aplicada, propone, tramposamente, el concepto de “ciencia orientada”, que sería una ciencia aplicada pero sólo a los problemas que el Conacyt defina como relevantes);

–Y, más alarmantemente, que se proponga que el Conacyt podrá vetar, con base en el llamado “principio de precaución” –un concepto que, aunque muy útil, es notoriamente nebuloso, subjetivo y manipulable– aquellas investigaciones que considere “riesgosas”, con base en la opinión de “comités de científicos y personas relevantes de otros sectores nacionales”. Sobra decir que esta propuesta va diametralmente en contra de la libertad de investigación, uno de los requisitos fundamentales para el avance científico, que por su propia naturaleza casi nunca puede ser planeado ni “orientado”; el azar es un componente fundamental de la creatividad científica. Alarma también que dichos vetos serían impuestos no sólo por expertos científicos, sino también por personas ajenas a la investigación científica.

Preocupa asimismo el sesgo ideológico presente en el documento, que habla de “ciencia occidental” y la contrasta con una supuesta “ciencia campesina milenaria de México” (es claro que los conocimientos tradicionales, aparte de su valor cultural intrínseco, pueden contribuir al avance científico y tecnológico, luego de ser evaluados e integrados al cuerpo de conocimientos de la ciencia; pero confundir tradiciones o conocimiento empírico con ciencia es un grave error conceptual, de peligrosas consecuencias). En el documento aparecen también otras expresiones con fuerte sesgo ideológico que condenan, por ejemplo, el “régimen neoliberal”. 

(Añado, a nivel personal, que como comunicador de la ciencia me preocupa que el documento afirme que “el Conacyt reactivará una estrategia de comunicación”, como si no la hubiera tenido desde siempre, y muy activa, y hable de hacer énfasis “en el desarrollo de nuevos y más efectivos métodos de comunicación de la ciencia”, como si la práctica, así como la investigación y reflexión académicas, sobre la comunicación pública de la ciencia, en México y en el mundo, no estuvieran constantemente haciendo eso mismo, y con resultados muy exitosos.)

Por éstas y otras razones, el movimiento #ResisCiencia18 ha lanzado una petición en Avaaz.com (bit.ly/2NS0J3z) para solicitar al futuro presidente López Obrador que reconsidere la elección de Álvarez-Buylla para dirigir el Conacyt, y proponga a una persona con un perfil más apropiado para un puesto tan importante para el futuro del país. Si quiere enterarse más del tema, puede usted informarse a fondo en el blog de #ResisCiencia18 (bit.ly/2LY0gfP) y, si lo considera adecuado, puede sumarse a la petición en Avaaz.

En temas de ciencia, como en cualquier otro en una sociedad democrática, lo importante es que los ciudadanos participemos adoptando una postura libre y responsable, con base en información confiable.

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Contacto: mbonfil@unam.mx


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Soy investigador básico (es decir, dirigido por preguntas) y estoy en proceso de presentar una patente relevante para la salud de los mexicanos. En el documento del que habla Martín Bonfil me dejó empavorecido que no apareciera "investigación en salud", vaya, ni siquiera la palabra salud. No olvidemos que la diabetes mata más mexicanos que la violencia.

Unknown dijo...

Concuerdo en tu análisis y creo que la preocupación es evidente en tod@s aquellos que por una u otra razón nos interesa el tema de la ciencia y le tecnología en nuestro país. No soy científico ni mucho menos, doctor o investigador, pero si creo que es un tema por más complicado y hay que tener cuidado al abordarlo. Por ejemplo creo que cuando mencionas (seguro sin afán de denostar) el siguiente texto... "(es claro que los conocimientos tradicionales, aparte de su valor cultural intrínseco, pueden contribuir al avance científico y tecnológico, luego de ser evaluados e integrados al cuerpo de conocimientos de la ciencia; pero confundir tradiciones o conocimiento empírico con ciencia es un grave error conceptual, de peligrosas consecuencias)".... caes en lo criticado y tamben existen errores conceptuales en ello. Ya que según mi entender (nos debería de ayudar en científico en filosofía de la ciencia, para precisar ) la TECNOLOGÍA es el conjunto de conocimientos de un grupo, con los cuales resuelven y enfrentan x o y circunstancia en su vida, son técnicas establecidas para resolver problemas.... y existen muchas tradiciones que bajo este parametro deben ser consideradas TECNOLOGÍAS, aunque no esten insertas en el contexto de la revolución industrial o la revolución 4.0 que a tí y a mi nos absorven. Reitero que estoy de acuerdo con el mensaje general pero si quise dar mi punto de vista en este tema que como vemos es muy complejo. Saludos