Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario
25 octubre 2006
Recientemente estuvo en nuestro país el “doctor” Masaru Emoto, quien difunde Los mensajes ocultos del agua (título del libro que escribió). Las ideas de Emoto son sencillas y suenan bonito: el agua —que como sabemos es indispensable para la vida— responde a nuestras emociones y pensamientos.
Mediante experimentos sencillos, como poner agua en un recipiente y adherirle etiquetas con frases como “te amo” o “te odio”, tomar luego una muestra y enfriarla hasta que forme cristales, Emoto afirma haber comprobado que el agua “siente” y responde a nuestros sentimientos. Los cristales sometidos a mensajes positivos son, dice, armoniosos, mientras que los que recibieron mensajes negativos son asimétricos y feos.
Emoto saltó a la fama mundial cuando sus fotos de cristales, y sus peculiares explicaciones, aparecieron en la película ¿Y tú qué #%& sabes?, notoria por revolver ideas esotéricas con conceptos científicos tergiversados, en una mezcolanza indigerible para quien tenga cierta cultura científica. La cinta tuvo un éxito inusitado entre el público afecto a lo místico (por desgracia, mucho más amplio que el afecto al pensamiento racional).
Los argumentos de Emoto son tan confusos como todos los que aparecen en la cinta. Sus descripciones de los cristales son tan subjetivas que resultan ridículas, como cuando se dice que un cristal resulta “amenazador” o “pacífico”. Tampoco explica cómo podría el agua enterarse de lo que está escrito en un papel (o si sabrá leer en cualquier idioma, o sólo inglés y japonés). A lo más que llega es a hablar de “vibraciones” de una misteriosa “energía vital” que el agua puede captar.
¿Qué hay de malo en todo esto? Más allá del hecho de que Emoto presente sus burdas ideas como “ciencia”, podría pensarse que sólo vende libros e ilusiones a quien quiera creerle. Pero la nota de su visita a México revela algo interesante: el charlatán del agua vino a presentar su línea de productos esotéricos, que incluyen botellas para beber, calcomanías que “neutralizan” el magnetismo pernicioso de aparatos eléctricos y su “agua hexagonal estructurada por medición de onda” (?), llamada “Índigo”.
O sea, el charlatán resultó simple mercachifle. Quizá las autoridades de defensa del consumidor debieran tomar cartas en el asunto. Lo que queda claro es que en pleno siglo XXI sigue siendo fácil separar a un público crédulo de su dinero. ¡Salud!
Columna semanal divulgación científica de Martín Bonfil Olivera, de la Dirección General de Divulgación de la Ciencia, de la UNAM.
miércoles, 25 de octubre de 2006
miércoles, 18 de octubre de 2006
La calidad de la UNAM
Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario
18 de octubre de 2006
"No confío en esa evaluación”, dijo un compañero universitario ante la noticia de que la UNAM había alcanzado el lugar 74 entre las mejores del mundo (entre más de 13 mil), según la evaluación anual del diario inglés The Times. Primero creía que la evaluación incluía sólo universidades latinoamericanas. Hubo que mostrarle los datos.
Pero su desconfianza no cedió. Le parecía increíble que en dos años la Universidad Nacional (la de todos los mexicanos) pudiera haber pasado del lugar 195 al 95, y luego al 74. Que hubiera quedado por encima de cualquiera de Latinoamérica ¡y de España!
¿Por qué confiamos en las evaluaciones que revelan nuestra pobreza, la crisis de nuestras escuelas, pero no en las que muestran que algo va bien? La encuesta del Times, sin ser absoluta, sí es confiable y reconocida mundialmente. Mi amigo dudaba de los criterios utilizados: pensaba que la reciente mejora administrativa había ayudado en la evaluación.
No fue así. Los cinco criterios utilizados son estrictamente académicos: la opinión de casi cuatro mil académicos de todo el mundo, la de más de 700 empresas que emplean universitarios a nivel mundial, la proporción de estudiantes en cada facultad, la capacidad para atraer estudiantes extranjeros, y la de atraer a académicos de renombre.
Por eso no puedo estar de acuerdo con mi amigo Horacio Salazar cuando comenta (MILENIO Diario, 12 de octubre) que según Andrés Oppenheimer “la UNAM sacó cero en trabajos de investigación aparecidos en publicaciones académicas internacionales”, y concluye que “de poco vale que en la UNAM sí se investigue, si esa investigación no alcanza a ser calificada como de primer nivel”.
Habría que ver cómo se evaluó ese “cero” en investigación. Hay grupos empeñados en descalificar a las universidades públicas. Cierto, la investigación distingue a las universidades de las escuelas, y toda universidad debe hacer la mejor investigación posible.
Pero sobre todo, habría que reconocer que mucha de la poca investigación que se hace en México es de excelente nivel (aunque quizá no de primera). Que para obtener tan buenos resultados debe haber un buen respaldo académico, que incluye a la investigación científica. Y que en realidad lo triste es que sólo la UNAM, entre todas las universidades del país, públicas o privadas, esté entre las 100 mejores. Viéndolo bien, la desgracia es tener sólo una universidad de excelencia.
Milenio Diario
18 de octubre de 2006
"No confío en esa evaluación”, dijo un compañero universitario ante la noticia de que la UNAM había alcanzado el lugar 74 entre las mejores del mundo (entre más de 13 mil), según la evaluación anual del diario inglés The Times. Primero creía que la evaluación incluía sólo universidades latinoamericanas. Hubo que mostrarle los datos.
Pero su desconfianza no cedió. Le parecía increíble que en dos años la Universidad Nacional (la de todos los mexicanos) pudiera haber pasado del lugar 195 al 95, y luego al 74. Que hubiera quedado por encima de cualquiera de Latinoamérica ¡y de España!
¿Por qué confiamos en las evaluaciones que revelan nuestra pobreza, la crisis de nuestras escuelas, pero no en las que muestran que algo va bien? La encuesta del Times, sin ser absoluta, sí es confiable y reconocida mundialmente. Mi amigo dudaba de los criterios utilizados: pensaba que la reciente mejora administrativa había ayudado en la evaluación.
No fue así. Los cinco criterios utilizados son estrictamente académicos: la opinión de casi cuatro mil académicos de todo el mundo, la de más de 700 empresas que emplean universitarios a nivel mundial, la proporción de estudiantes en cada facultad, la capacidad para atraer estudiantes extranjeros, y la de atraer a académicos de renombre.
Por eso no puedo estar de acuerdo con mi amigo Horacio Salazar cuando comenta (MILENIO Diario, 12 de octubre) que según Andrés Oppenheimer “la UNAM sacó cero en trabajos de investigación aparecidos en publicaciones académicas internacionales”, y concluye que “de poco vale que en la UNAM sí se investigue, si esa investigación no alcanza a ser calificada como de primer nivel”.
Habría que ver cómo se evaluó ese “cero” en investigación. Hay grupos empeñados en descalificar a las universidades públicas. Cierto, la investigación distingue a las universidades de las escuelas, y toda universidad debe hacer la mejor investigación posible.
Pero sobre todo, habría que reconocer que mucha de la poca investigación que se hace en México es de excelente nivel (aunque quizá no de primera). Que para obtener tan buenos resultados debe haber un buen respaldo académico, que incluye a la investigación científica. Y que en realidad lo triste es que sólo la UNAM, entre todas las universidades del país, públicas o privadas, esté entre las 100 mejores. Viéndolo bien, la desgracia es tener sólo una universidad de excelencia.
Comentarios: mbonfil@servidor.unam.mx
miércoles, 11 de octubre de 2006
Y sigue el ARN dando
Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario
11 de octubre de 2006
Los tres premios Nobel de ciencias naturales (y el de economía) de este año han sido para estadunidenses. Y los dos que tienen que ver con biología son por trabajos con el ácido ribonucleico o ARN, la molécula genética que muchas veces se considera como el hermano feo del famoso y fotogénico ADN.
El premio de fisiología o medicina, comentado aquí, se otorgó por el descubrimiento de la “interferencia de ARN”, que permite bloquear la expresión de genes individuales. El de química lo ganó Roger Kornberg, por haber permitido entender con detalle precisamente cómo es que se fabrican las moléculas de ARN mensajero que llevan la información del ADN, en el núcleo celular, a los sitios donde se fabrican las proteínas. Curiosamente, el fenómeno celular que ganó el Nobel de medicina se contrapone al que ganó el de química.
Otra curiosidad es que el padre de Roger, Arthur Kornberg, ganó en 1959 el mismo premio por haber descifrado el mecanismo de la replicación del ADN, que permite copiar la información genética de padres a hijos: se convierten así en la sexta pareja padre-hijo con premios Nobel.
La fabricación de una molécula de ARN mensajero a partir del ADN nuclear se conoce como “transcripción”, y es un fenómeno central para la vida. Ciertos venenos que interfieren con él causan la muerte inevitable. Pero el trabajo de Kornberg hijo no sólo tiene importancia como ciencia básica que permite entender un fenómeno biológico fundamental: sus posibles aplicaciones médicas son muy prometedoras.
Y es que la transcripción es el principal mecanismo por el que una célula controla qué parte de la información genética se expresa (o no). Aunque todas las células de nuestro cuerpo tienen la misma información, la transcripción selectiva de ciertos genes hace que una célula nerviosa haga lo que debe hacer (por ejemplo, fabricar neurotransmisores) y no se confunda con una célula productora de insulina del páncreas. Una de las principales promesas médicas de este siglo, la terapia con células madre, dependerá de que logremos controlar la transcripción para obtener células del tipo que necesitamos.
Gracias a las técnicas desarrolladas por Kornberg hoy sabemos exactamente cómo funciona la maquinaria celular que controla la transcripción. Quizá pronto logremos manipularla. La promesa, sin duda, bien vale un Nobel, y todo queda en familia.
Milenio Diario
11 de octubre de 2006
Los tres premios Nobel de ciencias naturales (y el de economía) de este año han sido para estadunidenses. Y los dos que tienen que ver con biología son por trabajos con el ácido ribonucleico o ARN, la molécula genética que muchas veces se considera como el hermano feo del famoso y fotogénico ADN.
El premio de fisiología o medicina, comentado aquí, se otorgó por el descubrimiento de la “interferencia de ARN”, que permite bloquear la expresión de genes individuales. El de química lo ganó Roger Kornberg, por haber permitido entender con detalle precisamente cómo es que se fabrican las moléculas de ARN mensajero que llevan la información del ADN, en el núcleo celular, a los sitios donde se fabrican las proteínas. Curiosamente, el fenómeno celular que ganó el Nobel de medicina se contrapone al que ganó el de química.
Otra curiosidad es que el padre de Roger, Arthur Kornberg, ganó en 1959 el mismo premio por haber descifrado el mecanismo de la replicación del ADN, que permite copiar la información genética de padres a hijos: se convierten así en la sexta pareja padre-hijo con premios Nobel.
La fabricación de una molécula de ARN mensajero a partir del ADN nuclear se conoce como “transcripción”, y es un fenómeno central para la vida. Ciertos venenos que interfieren con él causan la muerte inevitable. Pero el trabajo de Kornberg hijo no sólo tiene importancia como ciencia básica que permite entender un fenómeno biológico fundamental: sus posibles aplicaciones médicas son muy prometedoras.
Y es que la transcripción es el principal mecanismo por el que una célula controla qué parte de la información genética se expresa (o no). Aunque todas las células de nuestro cuerpo tienen la misma información, la transcripción selectiva de ciertos genes hace que una célula nerviosa haga lo que debe hacer (por ejemplo, fabricar neurotransmisores) y no se confunda con una célula productora de insulina del páncreas. Una de las principales promesas médicas de este siglo, la terapia con células madre, dependerá de que logremos controlar la transcripción para obtener células del tipo que necesitamos.
Gracias a las técnicas desarrolladas por Kornberg hoy sabemos exactamente cómo funciona la maquinaria celular que controla la transcripción. Quizá pronto logremos manipularla. La promesa, sin duda, bien vale un Nobel, y todo queda en familia.
mbonfil@servidor.unam.mx
miércoles, 4 de octubre de 2006
Desenredando un Nobel molecular
Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario
4 de octubre de 2006
1953: James Watson y Francis Crick descubren que el ácido desoxirribonucleico, ADN, material de los genes, consta de dos cadenas enrolladas en forma de doble hélice. Las cadenas son complementarias: una es “positiva”; la otra, su complemento “negativo”. Como en una fotografía, teniendo una puede reconstruirse la otra. La doble hélice se reproduce; el secreto de la herencia ha sido develado.
1960s: se desentraña el mecanismo por el que la información genética del ADN controla la fabricación de las proteínas, las máquinas que llevan a cabo todas las actividades de la célula viva. El intermediario central resulta ser el ácido ribonucleico, ARN. La información de una de las cadenas del ADN se copia a una cadena complementaria de ARN, que la lleva a las fábricas de proteínas, llamadas ribosomas.
1990s: con las modernas tecnologías de biología molecular, ¿por qué no combatir enfermedades genéticas “silenciando” los genes que las causan? Fabricando cadenas de ARN complementarias a las naturales, podría bloquearse el mensaje del ADN impidiendo que se formaran las proteínas dañinas: el ARN artificial “negativo” se uniría a la cadena natural “positiva”, formando una doble hélice y bloqueando su funcionamiento. Resultado: la idea no funciona, no importa si se usan cadenas de ARN positivas o negativas para intentar bloquear al gen.
1998: Andrew Fire y Craig Mello, de las universidades de Stanford y Massachussets, prueban inyectar ARN positivo y negativo al mismo tiempo en la lombriz Caenorhabditis elegans (que ganó ya un Nobel de medicina en 2002) con la intención de bloquear la fabricación de una proteína muscular. ¡Funciona!
Después se averiguaría qué sucedió: las células cuentan con un complejo y eficaz sistema de protección que detecta ARN de doble cadena y diligentemente lo destruye. Siguiente pregunta: ¿para qué evolucionó? Respuesta: como protección contra virus, muchos de los cuales tienen precisamente ARN de doble cadena en vez de ADN.
Finalmente, la importancia: la técnica de “interferencia de ARN” es hoy una herramienta fundamental para biólogos moleculares de todo el mundo, pues les permite hacer experimentos “bloqueando” genes para ver qué función cumplen. Es por haber descubierto esta utilísima técnica de investigación, y quizá un día de terapia, que Fire y Mello recibirán el Nobel de Medicina este año. ¡Enhorabuena!
Milenio Diario
4 de octubre de 2006
1953: James Watson y Francis Crick descubren que el ácido desoxirribonucleico, ADN, material de los genes, consta de dos cadenas enrolladas en forma de doble hélice. Las cadenas son complementarias: una es “positiva”; la otra, su complemento “negativo”. Como en una fotografía, teniendo una puede reconstruirse la otra. La doble hélice se reproduce; el secreto de la herencia ha sido develado.
1960s: se desentraña el mecanismo por el que la información genética del ADN controla la fabricación de las proteínas, las máquinas que llevan a cabo todas las actividades de la célula viva. El intermediario central resulta ser el ácido ribonucleico, ARN. La información de una de las cadenas del ADN se copia a una cadena complementaria de ARN, que la lleva a las fábricas de proteínas, llamadas ribosomas.
1990s: con las modernas tecnologías de biología molecular, ¿por qué no combatir enfermedades genéticas “silenciando” los genes que las causan? Fabricando cadenas de ARN complementarias a las naturales, podría bloquearse el mensaje del ADN impidiendo que se formaran las proteínas dañinas: el ARN artificial “negativo” se uniría a la cadena natural “positiva”, formando una doble hélice y bloqueando su funcionamiento. Resultado: la idea no funciona, no importa si se usan cadenas de ARN positivas o negativas para intentar bloquear al gen.
1998: Andrew Fire y Craig Mello, de las universidades de Stanford y Massachussets, prueban inyectar ARN positivo y negativo al mismo tiempo en la lombriz Caenorhabditis elegans (que ganó ya un Nobel de medicina en 2002) con la intención de bloquear la fabricación de una proteína muscular. ¡Funciona!
Después se averiguaría qué sucedió: las células cuentan con un complejo y eficaz sistema de protección que detecta ARN de doble cadena y diligentemente lo destruye. Siguiente pregunta: ¿para qué evolucionó? Respuesta: como protección contra virus, muchos de los cuales tienen precisamente ARN de doble cadena en vez de ADN.
Finalmente, la importancia: la técnica de “interferencia de ARN” es hoy una herramienta fundamental para biólogos moleculares de todo el mundo, pues les permite hacer experimentos “bloqueando” genes para ver qué función cumplen. Es por haber descubierto esta utilísima técnica de investigación, y quizá un día de terapia, que Fire y Mello recibirán el Nobel de Medicina este año. ¡Enhorabuena!
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viernes, 29 de septiembre de 2006
Imprudencias papales
Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 27 de septiembre de 2006
Son exagerados los rumores de que el papa Benedicto XVI buscaba detonar la tercera guerra mundial cuando declaró, en la Universidad de Ratisbona, que la guerra santa del islam está contra Dios y que defender la fe con la violencia es irracional. Pero no era difícil adivinar que sus declaraciones despertarían la indignación del mundo islámico, provocando agresiones contra templos y religiosos católicos.
Las imprudentes palabras de Joseph Ratzinger no sorprenden. Ya como jefe de la Congregación para la Doctrina de la Fe (antigua Santa Inquisición) se distinguía por su rigidez y tradicionalismo: oposición total a la anticoncepción, a la investigación con células madre, al derecho a la elección respecto al aborto, y condena a la diversidad sexual.
Pero en Ratisbona Ratzinger lanzó también una acusación directa contra la ciencia, la cual, según él, “al menos en parte, se ha dedicado a buscar una explicación del mundo en la que Dios sea innecesario”.
Tiene algo de razón. La ciencia, por su propia naturaleza, parte de una concepción naturalista del mundo: supone de entrada que no hay causas sobrenaturales. Se trata de una postura obligada. De otro modo, la ciencia sería innecesaria. ¿Por qué buscar explicaciones para los fenómenos naturales si podemos atribuirlos a espíritus, milagros, magia o deseos que se cumplen? Pero esto no implica que la ciencia esté contra la religión.
El Papa no se detuvo ahí: atacó también la teoría darwiniana de la evolución, al preguntar qué fue primero: “¿La razón creadora, el espíritu que obra en todo y suscita el desarrollo, o la irracionalidad que, despojada de significado, de algún modo produce un universo ordenado matemáticamente, así como al hombre y su razón?”
Expresó su temor de que el hombre (sic) “sería entonces solamente el resultado casual de la evolución y, por tanto, en el fondo también algo irracional”.
Presentar a la evolución como equivalente a la irracionalidad no sólo es absurdo: es mala voluntad. Ratzinger deliberadamente se niega a entender la postura darwiniana, cuya mayor virtud es mostrar cómo, mediante un mecanismo natural, el complejo orden de lo vivo puede surgir sin necesidad de un proyecto.
Esperemos que la Iglesia católica, mientras defiende a sacerdotes pederastas y sus encubridores, no lance una “guerra santa” contra una de las más poderosas teorías en la historia de toda la ciencia.
Milenio Diario, 27 de septiembre de 2006
Son exagerados los rumores de que el papa Benedicto XVI buscaba detonar la tercera guerra mundial cuando declaró, en la Universidad de Ratisbona, que la guerra santa del islam está contra Dios y que defender la fe con la violencia es irracional. Pero no era difícil adivinar que sus declaraciones despertarían la indignación del mundo islámico, provocando agresiones contra templos y religiosos católicos.
Las imprudentes palabras de Joseph Ratzinger no sorprenden. Ya como jefe de la Congregación para la Doctrina de la Fe (antigua Santa Inquisición) se distinguía por su rigidez y tradicionalismo: oposición total a la anticoncepción, a la investigación con células madre, al derecho a la elección respecto al aborto, y condena a la diversidad sexual.
Pero en Ratisbona Ratzinger lanzó también una acusación directa contra la ciencia, la cual, según él, “al menos en parte, se ha dedicado a buscar una explicación del mundo en la que Dios sea innecesario”.
Tiene algo de razón. La ciencia, por su propia naturaleza, parte de una concepción naturalista del mundo: supone de entrada que no hay causas sobrenaturales. Se trata de una postura obligada. De otro modo, la ciencia sería innecesaria. ¿Por qué buscar explicaciones para los fenómenos naturales si podemos atribuirlos a espíritus, milagros, magia o deseos que se cumplen? Pero esto no implica que la ciencia esté contra la religión.
El Papa no se detuvo ahí: atacó también la teoría darwiniana de la evolución, al preguntar qué fue primero: “¿La razón creadora, el espíritu que obra en todo y suscita el desarrollo, o la irracionalidad que, despojada de significado, de algún modo produce un universo ordenado matemáticamente, así como al hombre y su razón?”
Expresó su temor de que el hombre (sic) “sería entonces solamente el resultado casual de la evolución y, por tanto, en el fondo también algo irracional”.
Presentar a la evolución como equivalente a la irracionalidad no sólo es absurdo: es mala voluntad. Ratzinger deliberadamente se niega a entender la postura darwiniana, cuya mayor virtud es mostrar cómo, mediante un mecanismo natural, el complejo orden de lo vivo puede surgir sin necesidad de un proyecto.
Esperemos que la Iglesia católica, mientras defiende a sacerdotes pederastas y sus encubridores, no lance una “guerra santa” contra una de las más poderosas teorías en la historia de toda la ciencia.
mbonfil@servidor.unam.mx
miércoles, 20 de septiembre de 2006
Letrados olmecas
Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario
20 de septiembre de 2006
La ciencia mexicana tiene excelente nivel, pero es poca, y no es frecuente verla en primera plana. El descubrimiento publicado el 15 de septiembre por la influyente revista Science (celebrando nuestras fiestas patrias) es un ejemplo notable.
Se trata de la muestra más antigua de escritura en el continente americano. No por nada nuestra arqueología es reconocida mundialmente; faltaba más, con la inmensa riqueza arqueológica que tenemos. Hay sitios en que basta escarbar para toparse con restos.
Por eso el Instituto Nacional de Antropología e Historia cuenta con arqueólogos entrenados para supervisar la construcción de edificios o carreteras. Si identifican restos arqueológicos importantes, se encargan de rescatarlos. En casos excepcionales, puede detenerse o desviarse la construcción para preservar el sitio.
No sucedió así con el bloque del Cascajal, desenterrado durante una excavación para una carretera en el municipio veracruzano de Jaltipan, y que se almacenó, junto con otros objetos encontrados junto a él, en la casa de una autoridad local. En 1999 lo vieron los antropólogos María del Carmen Rodríguez, del Centro INAH en Veracruz, y Ponciano Ortiz, del Instituto de Antropología de la Universidad Veracruzana, quienes notaron que los signos grabados en él podían ser importantes.
Junto con un equipo en el que participaron arqueólogos estadunidenses, realizaron estudios que permitieron fechar la escritura del bloque en alrededor de 900 años antes de nuestra era (la cultura olmeca, una de las más antiguas de Mesoamérica, se desarrolló entre mil 200 y 400 años antes de nuestra era). Se dieron cuenta de que, lejos de ser simples dibujos, los signos constituían un verdadero lenguaje escrito, pues presentan sintaxis y reglas de lectura.
Ésta es la primera evidencia de que los olmecas tuvieran, ya desde entonces, un sistema de escritura avanzado que les permitiera una comunicación social elaborada. El descubrimiento, afirman los especialistas, le da una nueva dimensión a la cultura olmeca.
Todavía no ha sido posible descifrar el lenguaje; para eso se necesitaría una “piedra de Rosetta”. Tampoco se sabe si se usó ampliamente o era local. Será necesario buscar más ejemplos de esta escritura. De lo que no hay duda es que el hallazgo despertará un nuevo auge en la arqueología olmeca. Seguramente esta antigua civilización nos reserva muchas sorpresas.
Comentarios: mbonfil@servidor.unam.mx
Milenio Diario
20 de septiembre de 2006
La ciencia mexicana tiene excelente nivel, pero es poca, y no es frecuente verla en primera plana. El descubrimiento publicado el 15 de septiembre por la influyente revista Science (celebrando nuestras fiestas patrias) es un ejemplo notable.
Se trata de la muestra más antigua de escritura en el continente americano. No por nada nuestra arqueología es reconocida mundialmente; faltaba más, con la inmensa riqueza arqueológica que tenemos. Hay sitios en que basta escarbar para toparse con restos.
Por eso el Instituto Nacional de Antropología e Historia cuenta con arqueólogos entrenados para supervisar la construcción de edificios o carreteras. Si identifican restos arqueológicos importantes, se encargan de rescatarlos. En casos excepcionales, puede detenerse o desviarse la construcción para preservar el sitio.
No sucedió así con el bloque del Cascajal, desenterrado durante una excavación para una carretera en el municipio veracruzano de Jaltipan, y que se almacenó, junto con otros objetos encontrados junto a él, en la casa de una autoridad local. En 1999 lo vieron los antropólogos María del Carmen Rodríguez, del Centro INAH en Veracruz, y Ponciano Ortiz, del Instituto de Antropología de la Universidad Veracruzana, quienes notaron que los signos grabados en él podían ser importantes.
Junto con un equipo en el que participaron arqueólogos estadunidenses, realizaron estudios que permitieron fechar la escritura del bloque en alrededor de 900 años antes de nuestra era (la cultura olmeca, una de las más antiguas de Mesoamérica, se desarrolló entre mil 200 y 400 años antes de nuestra era). Se dieron cuenta de que, lejos de ser simples dibujos, los signos constituían un verdadero lenguaje escrito, pues presentan sintaxis y reglas de lectura.
Ésta es la primera evidencia de que los olmecas tuvieran, ya desde entonces, un sistema de escritura avanzado que les permitiera una comunicación social elaborada. El descubrimiento, afirman los especialistas, le da una nueva dimensión a la cultura olmeca.
Todavía no ha sido posible descifrar el lenguaje; para eso se necesitaría una “piedra de Rosetta”. Tampoco se sabe si se usó ampliamente o era local. Será necesario buscar más ejemplos de esta escritura. De lo que no hay duda es que el hallazgo despertará un nuevo auge en la arqueología olmeca. Seguramente esta antigua civilización nos reserva muchas sorpresas.
Comentarios: mbonfil@servidor.unam.mx
miércoles, 13 de septiembre de 2006
El aguijón de la raya
Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario
13 de septiembre de 2006
La aparatosa muerte del conservacionista australiano Steve Irwin, “el cazacocodrilos”, ocasionada por el aguijonazo de una raya venenosa que traspasó su corazón durante una grabación en aguas poco profundas, ha causado diversas reacciones.
Muchas han sido de asombro y dolor por parte de sus numerosísimos fans. Irwin era bien conocido por sus programas de televisión, en los que frecuentemente se ponía en situaciones de riesgo, y por sus muchas acciones en pro de la conservación de la fauna, incluyendo su fundación para promover la protección de la vida silvestre.
Su muerte fue un accidente muy desafortunado. El reflejo de ataque de las rayas es bien conocido; se produce mecánicamente cuando el animal se siente acorralado (o bien cuando alguien lo pisa, pues las rayas suelen posarse en el fondo marino), pero rara vez ha causado muertes humanas.
Las rayas, parientes de los tiburones, cuentan en el extremo de su cola con una púa o aguijón que puede llegar a medir más de 30 centímetros, y que tiene glándulas que secretan toxinas venenosas. Cuando la raya se asusta, la cola se dispara hacia arriba, pinchando al animal que la amenace.
Irwin nadaba muy cerca de la raya mientras un camarógrafo —que grabó la escena— se encontraba delante de ella. Se piensa que el paro cardiaco que lo mató se debió a la combinación del pinchazo y el efecto de las toxinas del aguijón.
Sin embargo, hay quien también ha recordado las frecuentes críticas que Irwin recibía por su peculiar estilo de filmar programas sobre la vida silvestre. En varias ocasiones se le acusó de molestar o alterar a los animales que filmaba. También había sido criticado por las situaciones de riesgo excesivo en las que frecuentemente se colocaba.
Sin dejar de lamentarlo, quizá haya una triste moraleja que sacar del asunto.
Si las rayas cuentan con un aguijón venenoso no es por casualidad; como todas las adaptaciones biológicas, se trata de un producto de la evolución que es útil para la supervivencia (en este caso, como mecanismo de defensa).
No por nada en inglés se conocen como stingrays (rayas de aguijón).
Cuando uno entra en los terrenos de un animal potencialmente peligroso, se arriesga a ser atacado. Habría que tomar eso en cuenta antes de invadir sus territorios, así sea con el propósito de filmar documentales espectaculares.
Milenio Diario
13 de septiembre de 2006
La aparatosa muerte del conservacionista australiano Steve Irwin, “el cazacocodrilos”, ocasionada por el aguijonazo de una raya venenosa que traspasó su corazón durante una grabación en aguas poco profundas, ha causado diversas reacciones.
Muchas han sido de asombro y dolor por parte de sus numerosísimos fans. Irwin era bien conocido por sus programas de televisión, en los que frecuentemente se ponía en situaciones de riesgo, y por sus muchas acciones en pro de la conservación de la fauna, incluyendo su fundación para promover la protección de la vida silvestre.
Su muerte fue un accidente muy desafortunado. El reflejo de ataque de las rayas es bien conocido; se produce mecánicamente cuando el animal se siente acorralado (o bien cuando alguien lo pisa, pues las rayas suelen posarse en el fondo marino), pero rara vez ha causado muertes humanas.
Las rayas, parientes de los tiburones, cuentan en el extremo de su cola con una púa o aguijón que puede llegar a medir más de 30 centímetros, y que tiene glándulas que secretan toxinas venenosas. Cuando la raya se asusta, la cola se dispara hacia arriba, pinchando al animal que la amenace.
Irwin nadaba muy cerca de la raya mientras un camarógrafo —que grabó la escena— se encontraba delante de ella. Se piensa que el paro cardiaco que lo mató se debió a la combinación del pinchazo y el efecto de las toxinas del aguijón.
Sin embargo, hay quien también ha recordado las frecuentes críticas que Irwin recibía por su peculiar estilo de filmar programas sobre la vida silvestre. En varias ocasiones se le acusó de molestar o alterar a los animales que filmaba. También había sido criticado por las situaciones de riesgo excesivo en las que frecuentemente se colocaba.
Sin dejar de lamentarlo, quizá haya una triste moraleja que sacar del asunto.
Si las rayas cuentan con un aguijón venenoso no es por casualidad; como todas las adaptaciones biológicas, se trata de un producto de la evolución que es útil para la supervivencia (en este caso, como mecanismo de defensa).
No por nada en inglés se conocen como stingrays (rayas de aguijón).
Cuando uno entra en los terrenos de un animal potencialmente peligroso, se arriesga a ser atacado. Habría que tomar eso en cuenta antes de invadir sus territorios, así sea con el propósito de filmar documentales espectaculares.
Comentarios: mbonfil@servidor.unam.mx
miércoles, 6 de septiembre de 2006
Fox: sexenio fallido
Milenio Diario
6 de septiembre de 2006
Es difícil hallar, incluso entre quienes votaron por él, a quien todavía esté dispuesto a hablar bien de Vicente Fox. Las promesas de campaña resultaron fallidas.
El “sexenio del cambio” deja una secuela de daños: desilusión, narcoviolencia, descontento social, instituciones vulneradas (especialmente las electorales) y la sensación de que volvimos a los tiempos en que el poder, por los medios que fuera, podía decidir un proyecto de nación por encima de la voluntad de los electores. Ni siquiera en lo que supuestamente sabía hacer, crear empleos, se logró un avance: los datos publicados ayer por MILENIO Diario así lo muestran (879 mil nuevos empleos, de los cuales 73% son eventuales, contra 2 millones 535 mil en el sexenio de Zedillo, con sólo 17% de eventuales).
En ciencia y cultura la catástrofe es peor. Fox mostró con hechos que para él la cultura es un área básicamente inútil, de ornato, en la que vale la pena invertir sólo en términos de imagen pública. La megabiblioteca José Vasconcelos, ese mamut decorativo, es el mejor símbolo.
No extraña por ello el veto a la Ley del Libro. Fox argumenta que la propuesta de precio único “impide la libre competencia… en detrimento del consumidor”. Visión comercial y miope que considera al libro como una mercancía más, equivalente a los zapatos o los tornillos, y para la que resulta inconcebible anteponer la cultura al sacrosanto libre mercado.
La ley había sido larga y arduamente consensuada entre autores, editores, impresores, libreros y distribuidores. El precio único habría eliminado la injusta desventaja de las librerías pequeñas frente a grandes distribuidores que obtienen descuentos a costa de presionar a los editores (que aumentan sus costos para resistir). Permitiría que cualquier lector comprara libros a precio justo en cualquier parte del país. Aunque Estados Unidos, Canadá o Estonia no tienen precio único, sí lo tienen Alemania, Francia, España, Dinamarca, Japón, Argentina…
La misma actitud mercantilista, que privilegia al mercado y los empresarios por encima de todo, fue patente en la política científica de Fox. El presupuesto para ciencia y tecnología, en vez de aumentar, disminuyó, y al frente del Conacyt se puso a un administrador que prefirió facilitar fondos públicos a las empresas en vez de fortalecer la investigación pública.
En resumen, un desastre. Quizá nos lo merecemos.
6 de septiembre de 2006
Es difícil hallar, incluso entre quienes votaron por él, a quien todavía esté dispuesto a hablar bien de Vicente Fox. Las promesas de campaña resultaron fallidas.
El “sexenio del cambio” deja una secuela de daños: desilusión, narcoviolencia, descontento social, instituciones vulneradas (especialmente las electorales) y la sensación de que volvimos a los tiempos en que el poder, por los medios que fuera, podía decidir un proyecto de nación por encima de la voluntad de los electores. Ni siquiera en lo que supuestamente sabía hacer, crear empleos, se logró un avance: los datos publicados ayer por MILENIO Diario así lo muestran (879 mil nuevos empleos, de los cuales 73% son eventuales, contra 2 millones 535 mil en el sexenio de Zedillo, con sólo 17% de eventuales).
En ciencia y cultura la catástrofe es peor. Fox mostró con hechos que para él la cultura es un área básicamente inútil, de ornato, en la que vale la pena invertir sólo en términos de imagen pública. La megabiblioteca José Vasconcelos, ese mamut decorativo, es el mejor símbolo.
No extraña por ello el veto a la Ley del Libro. Fox argumenta que la propuesta de precio único “impide la libre competencia… en detrimento del consumidor”. Visión comercial y miope que considera al libro como una mercancía más, equivalente a los zapatos o los tornillos, y para la que resulta inconcebible anteponer la cultura al sacrosanto libre mercado.
La ley había sido larga y arduamente consensuada entre autores, editores, impresores, libreros y distribuidores. El precio único habría eliminado la injusta desventaja de las librerías pequeñas frente a grandes distribuidores que obtienen descuentos a costa de presionar a los editores (que aumentan sus costos para resistir). Permitiría que cualquier lector comprara libros a precio justo en cualquier parte del país. Aunque Estados Unidos, Canadá o Estonia no tienen precio único, sí lo tienen Alemania, Francia, España, Dinamarca, Japón, Argentina…
La misma actitud mercantilista, que privilegia al mercado y los empresarios por encima de todo, fue patente en la política científica de Fox. El presupuesto para ciencia y tecnología, en vez de aumentar, disminuyó, y al frente del Conacyt se puso a un administrador que prefirió facilitar fondos públicos a las empresas en vez de fortalecer la investigación pública.
En resumen, un desastre. Quizá nos lo merecemos.
mbonfil@servidor.unam.mx
miércoles, 30 de agosto de 2006
El concilio de los astrónomos
MILENIO DIARIO
Martín Bonfil Olivera
30 de agosto de 2006
Comentábamos aquí que las verdades de la religión y las de la ciencia, más que conocimiento certero e inmutable, son producto de acuerdos en comunidades que discuten y deciden creer en algo.
Y nada como la reciente clasificación de Plutón como "planeta enano", acordada la semana pasada por la Unión Astronómica Internacional, para ilustrarlo. ¿Será que el conocimiento científico es totalmente arbitrario y puede ser decidido por votación?
Sí y no. Los científicos -como todos los mortales- sólo pueden conocer el mundo a través de sus sentidos. Pero éstos pueden engañarlos o llevarlos a conclusiones erróneas. Por eso, para no engañarse, hacen experimentos y discuten las posi-bles interpretaciones de los datos. La discusión es una especie de inteligencia colectiva que ayuda a eliminar prejuicios, errores o sesgos personales. Pero no puede garantizar que al final no triunfe un punto de vista erróneo, pero convincente o popular. Exactamente como ocurre en los concilios que discuten y acuerdan los dogmas religiosos. La verdad absoluta está más allá del alcance de lo humano.
Esto pareciera probar la debilidad de la ciencia, que no puede siquiera asegurar que el conocimiento que hoy promulga como válido lo vaya a seguir siendo la semana que entra. Pero hay una diferencia: en los "concilios" científicos se da preferencia a los argumentos racionales sobre cualesquiera otros. Sobre todo si están acompañados de pruebas. Algo que no sucede ni en la religión -que llega desaconsejar el pensamiento racional- ni, muchas veces, en la política.
En el caso de Plutón no ocurrió ni siquiera eso. Se trató simplemente de redefinir palabras para que sean útiles en la clasificación de los objetos que observamos. Llámese como se llame, Plutón sigue dando vueltas alrededor del Sol. De eso no hay por qué dudar.
¡Mira!
Si la subsistencia de revistas culturales en nuestro país es ya digna de celebración, más lo es que alguna decida ocuparse de la cultura científica. Es lo que la excelente revista Replicante hace en su más reciente número, que incluye autores tan valiosos como Jared Diamond, Luis González de Alba, Antonio Lazcano, Shahen Hacyan y muchos otros, abordando temas que van de la relación entre ecología y economía o la evolución cerebral a la seudociencia, el funcionamiento de la ciencia académica y el origen de la vida. Lectura estimulante y disfrutable.
Martín Bonfil Olivera
30 de agosto de 2006
Comentábamos aquí que las verdades de la religión y las de la ciencia, más que conocimiento certero e inmutable, son producto de acuerdos en comunidades que discuten y deciden creer en algo.
Y nada como la reciente clasificación de Plutón como "planeta enano", acordada la semana pasada por la Unión Astronómica Internacional, para ilustrarlo. ¿Será que el conocimiento científico es totalmente arbitrario y puede ser decidido por votación?
Sí y no. Los científicos -como todos los mortales- sólo pueden conocer el mundo a través de sus sentidos. Pero éstos pueden engañarlos o llevarlos a conclusiones erróneas. Por eso, para no engañarse, hacen experimentos y discuten las posi-bles interpretaciones de los datos. La discusión es una especie de inteligencia colectiva que ayuda a eliminar prejuicios, errores o sesgos personales. Pero no puede garantizar que al final no triunfe un punto de vista erróneo, pero convincente o popular. Exactamente como ocurre en los concilios que discuten y acuerdan los dogmas religiosos. La verdad absoluta está más allá del alcance de lo humano.
Esto pareciera probar la debilidad de la ciencia, que no puede siquiera asegurar que el conocimiento que hoy promulga como válido lo vaya a seguir siendo la semana que entra. Pero hay una diferencia: en los "concilios" científicos se da preferencia a los argumentos racionales sobre cualesquiera otros. Sobre todo si están acompañados de pruebas. Algo que no sucede ni en la religión -que llega desaconsejar el pensamiento racional- ni, muchas veces, en la política.
En el caso de Plutón no ocurrió ni siquiera eso. Se trató simplemente de redefinir palabras para que sean útiles en la clasificación de los objetos que observamos. Llámese como se llame, Plutón sigue dando vueltas alrededor del Sol. De eso no hay por qué dudar.
¡Mira!
Si la subsistencia de revistas culturales en nuestro país es ya digna de celebración, más lo es que alguna decida ocuparse de la cultura científica. Es lo que la excelente revista Replicante hace en su más reciente número, que incluye autores tan valiosos como Jared Diamond, Luis González de Alba, Antonio Lazcano, Shahen Hacyan y muchos otros, abordando temas que van de la relación entre ecología y economía o la evolución cerebral a la seudociencia, el funcionamiento de la ciencia académica y el origen de la vida. Lectura estimulante y disfrutable.
comentarios: mbonfil@servidor.unam.mx
miércoles, 23 de agosto de 2006
La intolerancia religiosa
MILENIO DIARIO
Martín Bonfil Olivera
23 de agosto de 2006
Hay una palabra que pone a temblar a toda la jerarquía religiosa: “Depende”. Ese vocablo encarna una visión del mundo que, al menos desde la perspectiva católica más estricta, resulta profundamente amenazadora: el relativismo. Por ello el Papa denuncia constantemente los peligros del relativismo: la postura de que las cosas –y, en particular, los valores– dependen de las circunstancias.
Es comprensible: muchas posiciones fundamentales de la iglesia (curiosamente, casi todas son prohibiciones: al aborto, la anticoncepción, la eutanasia, la clonación o la investigación con células madre, a la ordenación sacerdotal de mujeres, al sexo fuera del matrimonio o a las preferencias sexuales distintas a la heterosexual) se basan en dogmas religiosos o en “verdades” reveladas por la divinidad en textos sagrados.
Si se acepta que puede existir una diversidad de opiniones al respecto, que las verdades y dogmas son posturas relativas que pueden ser interpretadas de distintas maneras, se abriría la puerta al desorden y el caos. La intolerancia se presenta así como requisito para la subsistencia.
Pero, ¡sorpresa!, los dogmas suelen ser acordados mediante discusiones en concilios en los que finalmente gana no necesariamente la postura “verdadera”, sino la más convincente. Y las razones para que algo sea convincente son muy variadas… Por su parte, los textos sagrados tienen que ser interpretados, nuevamente de forma relativa, para extraer el conocimiento que contienen. Véase, por ejemplo, la forzada interpretación del Cantar de los cantares, un himno al placer erótico si los hay, que la iglesia insiste en presentar como una metáfora del amor de Cristo por su iglesia, o las distintas interpretaciones que católicos, judíos y musulmanes hacen de los textos bíblicos…
La ciencia está también expuesta, por supuesto, a los vaivenes del relativismo. Pero lo acepta y lo integra como parte de su estructura evolutiva. El conocimiento científico cambia constantemente, y está siempre sujeto a ser refutado. Es este “control continuo de calidad” lo que le confiere su notoria confiabilidad.
Hoy que los grupos conservadores impugnan la moderna y necesaria educación sexual que está por impartirse a los jóvenes del país, recordemos las razones por las que, en cuestiones de la naturaleza, conviene más confiar en el conocimiento científico que en dogmas y prejuicios religiosos.
Martín Bonfil Olivera
23 de agosto de 2006
Hay una palabra que pone a temblar a toda la jerarquía religiosa: “Depende”. Ese vocablo encarna una visión del mundo que, al menos desde la perspectiva católica más estricta, resulta profundamente amenazadora: el relativismo. Por ello el Papa denuncia constantemente los peligros del relativismo: la postura de que las cosas –y, en particular, los valores– dependen de las circunstancias.
Es comprensible: muchas posiciones fundamentales de la iglesia (curiosamente, casi todas son prohibiciones: al aborto, la anticoncepción, la eutanasia, la clonación o la investigación con células madre, a la ordenación sacerdotal de mujeres, al sexo fuera del matrimonio o a las preferencias sexuales distintas a la heterosexual) se basan en dogmas religiosos o en “verdades” reveladas por la divinidad en textos sagrados.
Si se acepta que puede existir una diversidad de opiniones al respecto, que las verdades y dogmas son posturas relativas que pueden ser interpretadas de distintas maneras, se abriría la puerta al desorden y el caos. La intolerancia se presenta así como requisito para la subsistencia.
Pero, ¡sorpresa!, los dogmas suelen ser acordados mediante discusiones en concilios en los que finalmente gana no necesariamente la postura “verdadera”, sino la más convincente. Y las razones para que algo sea convincente son muy variadas… Por su parte, los textos sagrados tienen que ser interpretados, nuevamente de forma relativa, para extraer el conocimiento que contienen. Véase, por ejemplo, la forzada interpretación del Cantar de los cantares, un himno al placer erótico si los hay, que la iglesia insiste en presentar como una metáfora del amor de Cristo por su iglesia, o las distintas interpretaciones que católicos, judíos y musulmanes hacen de los textos bíblicos…
La ciencia está también expuesta, por supuesto, a los vaivenes del relativismo. Pero lo acepta y lo integra como parte de su estructura evolutiva. El conocimiento científico cambia constantemente, y está siempre sujeto a ser refutado. Es este “control continuo de calidad” lo que le confiere su notoria confiabilidad.
Hoy que los grupos conservadores impugnan la moderna y necesaria educación sexual que está por impartirse a los jóvenes del país, recordemos las razones por las que, en cuestiones de la naturaleza, conviene más confiar en el conocimiento científico que en dogmas y prejuicios religiosos.
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miércoles, 16 de agosto de 2006
El obispo que le teme al sexo
MILENIO DIARIO
Martín Bonfil Olivera
16 de agosto de 2006
El obispo Rodrigo Aguilar Martínez, de la Comisión Episcopal de Pastoral Familiar, declara ayer en MILENIO Diario respecto a los contenidos de sexualidad en los libros de texto de secundaria.
Los textos, dice el obispo, exponen a los jóvenes a "parafilias como el vouyerismo, el fetichismo y el exhibicionismo", además de incentivarlos al autoerotismo, la masturbación y la pornografía.
¿Cuál es el problema? Es sano que los jóvenes sepan que las parafilias existen, y que son eso, filias, gustos, no vicios ni enfermedades. Y claro, que pueden meterlos en problemas si no las viven adecuadamente. Es ridículo pensar que los jóvenes necesiten incentivos para gustar del autoerotismo y la masturbación (son lo mismo) o la pornografía, y pensar que son nocivas. ¿De veras estamos discutiendo esto en pleno siglo XXI?
Aguilar se queja de que "no se hace alusión a la familia como el ámbito apropiado para la procreación de los hijos". Falso: varios libros mencionan al medio familiar. Además, ni sexualidad ni procreación están necesariamente vinculadas al matrimonio. No fuera de la moral judeocristiana (que en la práctica ni siquiera quienes se declaran católicos siguen rigurosamente).
La información sexual desvinculada de los valores "puede inducir al vicio", dice Aguilar. ¿Vicios como cuáles? No especifica. La ultraconservadora y poco representativa Unión Nacional de Padres de Familia considera que los contenidos de los libros "atentan contra la dignidad humana" y planea demandar a la SEP si no los retira, pues "promueven la promiscuidad". En realidad, proporcionan a los jóvenes, muchos de ellos ya sexualmente activos, información para prevenir infecciones y embarazos no deseados (por no hablar de delitos sexuales).
En el fondo, se trata de la decimonónica lucha, ya zanjada desde los tiempos de la Reforma, sobre quién decide los contenidos de la educación pública. Según la jerarquía católica, el derecho es de los padres; la constitución se lo otorga al Estado, y establece que debe ser laica y orientada por "los resultados del progreso científico".
¿De veras, como dice Aguilar, "el placer sexual acompaña al acto conyugal, de lo contrario se deforma y se reduce a la persona a un objeto sexual"? Con sus votos de castidad, es el menos calificado para opinar sobre el asunto. ¡Qué bueno que no sea esa visión la que les estamos transmitiendo a nuestros jóvenes!
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miércoles, 9 de agosto de 2006
Polarizaciones
Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario
9 de agosto de 2006
En 1996, la revista Social Text publicó el artículo “Transgredir las fronteras: hacia una hermenéutica transformadora de la gravedad cuántica”, del físico estadunidense Alan Sokal.
El texto había sido diseñado para engañar a los editores con una mezcla de palabrería científico-filosófica sin mayor sentido, pero que sonaba bien.
La trampa, como reveló luego Sokal, buscaba demostrar que la filosofía “posmodernista” y, en especial, los llamados “estudios de la ciencia” (science studies) rechazaban la racionalidad y mostraban “un relativismo cognitivo y cultural que considera que la ciencia no es más que una ‘narración’, un ‘mito’ o una construcción social”.
Indudablemente había y hay excesos en algunas interpretaciones de quienes estudian el complejo fenómeno de la ciencia. Pero las descalificaciones de Sokal son, al menos, bastante discutibles (es decir, no son evidentes).
El artículo de Sokal y su posterior libro Imposturas intelectuales (Paidós, 1998) provocaron una polarización entre científicos y estudiosos de la ciencia, desencadenando lo que conoció como las “guerras científicas” (science wars).
Nadie salió ganando. Se perdieron oportunidades de colaborar y se hizo casi imposible el diálogo sobre algo importante. Todavía hoy, la división y el odio generados siguen causando estragos en cada una de las llamadas “dos culturas” (ahora más distantes que antes).
Y algo peor: los verdaderos enemigos de la ciencia, charlatanes y seudocientíficos florecieron al amparo de la guerra, aprovechando a su favor los ataques de uno y otro bandos.
La polarización de una comunidad siempre acaba siendo nociva. Más allá de filiaciones partidistas, es claro que México vive hoy los terribles efectos de una profunda polarización política.
Polarización causada, en gran parte, por la campaña de odio lanzada por el PAN y los medios a su servicio (y diseñada, según trascendió, por el español Antonio Solá, ex asesor de Aznar, y el estadunidense Dick Morris, ex asesor de Clinton). Su objetivo: convertir al adversario en un enemigo a destruir. Su efecto: dividir a la nación en dos bandos intolerantes e incapaces de comunicarse.
Hoy vemos las cosas en blanco y negro, y no se pueden defender puntos de vista intermedios. Las guerras científicas causaron grandes daños en el mundo académico; ojalá podamos evitar que la disputa partidista que vivimos se convierta en guerra.
Milenio Diario
9 de agosto de 2006
En 1996, la revista Social Text publicó el artículo “Transgredir las fronteras: hacia una hermenéutica transformadora de la gravedad cuántica”, del físico estadunidense Alan Sokal.
El texto había sido diseñado para engañar a los editores con una mezcla de palabrería científico-filosófica sin mayor sentido, pero que sonaba bien.
La trampa, como reveló luego Sokal, buscaba demostrar que la filosofía “posmodernista” y, en especial, los llamados “estudios de la ciencia” (science studies) rechazaban la racionalidad y mostraban “un relativismo cognitivo y cultural que considera que la ciencia no es más que una ‘narración’, un ‘mito’ o una construcción social”.
Indudablemente había y hay excesos en algunas interpretaciones de quienes estudian el complejo fenómeno de la ciencia. Pero las descalificaciones de Sokal son, al menos, bastante discutibles (es decir, no son evidentes).
El artículo de Sokal y su posterior libro Imposturas intelectuales (Paidós, 1998) provocaron una polarización entre científicos y estudiosos de la ciencia, desencadenando lo que conoció como las “guerras científicas” (science wars).
Nadie salió ganando. Se perdieron oportunidades de colaborar y se hizo casi imposible el diálogo sobre algo importante. Todavía hoy, la división y el odio generados siguen causando estragos en cada una de las llamadas “dos culturas” (ahora más distantes que antes).
Y algo peor: los verdaderos enemigos de la ciencia, charlatanes y seudocientíficos florecieron al amparo de la guerra, aprovechando a su favor los ataques de uno y otro bandos.
La polarización de una comunidad siempre acaba siendo nociva. Más allá de filiaciones partidistas, es claro que México vive hoy los terribles efectos de una profunda polarización política.
Polarización causada, en gran parte, por la campaña de odio lanzada por el PAN y los medios a su servicio (y diseñada, según trascendió, por el español Antonio Solá, ex asesor de Aznar, y el estadunidense Dick Morris, ex asesor de Clinton). Su objetivo: convertir al adversario en un enemigo a destruir. Su efecto: dividir a la nación en dos bandos intolerantes e incapaces de comunicarse.
Hoy vemos las cosas en blanco y negro, y no se pueden defender puntos de vista intermedios. Las guerras científicas causaron grandes daños en el mundo académico; ojalá podamos evitar que la disputa partidista que vivimos se convierta en guerra.
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miércoles, 2 de agosto de 2006
Homosexualidad y biología
MILENIO DIARIO
La ciencia por gusto
Martín Bonfil Olivera
2 de agosto de 2006
El debate sobre si ciertas conductas humanas son determinadas por factores biológicos (genéticos, hormonales, cerebrales...) o culturales (educación, influencias sociales, decisiones personales...) no termina. La orientación sexual es un ejemplo notorio: por más de un siglo se han buscado las "causas" de la conducta homosexual.
El fenómeno es muy complejo: hay incontables maneras de ser homosexual, y numerosos comportamientos a los que puede aplicarse esa etiqueta. Desde la postura freudiana de que la atracción por el mismo sexo es causada por el trato recibido de los padres hasta la de quienes han querido hallar la explicación a esta conducta en genes, influencias hormonales o estructuras cerebrales, el debate natura/cultura sigue vigente.
Un fenómeno interesante es el llamado "efecto del orden fraterno de nacimiento", descubierto en 1996: la probabilidad de que un varón sea homosexual (el efecto no aparece en mujeres) aumenta en proporción al número de hermanos mayores que tenga. Se ha debatido mucho si este efecto, ampliamente confirmado, se debe a factores biológicos o a la crianza.
Anthony Bogaert, de la Universidad Brock, en Ontario, publicó un estudio en el que analiza una muestra de casi mil varones homo y heterosexuales, criados con hermanos mayores o bien adoptados por familias con hijos mayores. Los resultados son claros: sólo en los varones homosexuales con hermanos biológicos (nacidos de la misma madre) se observa el efecto del orden fraterno de nacimiento en la orientación sexual.
Aunque no hay explicación para el efecto, una hipótesis es que pudiera deberse a la formación de anticuerpos en el cuerpo de la madre dirigidos contra proteínas masculinas, quizá provenientes del cromosoma Y, que en sucesivos nacimientos pudieran influenciar el desarrollo del cerebro fetal.
Sin embargo, el trabajo debe tomarse con algo más que un granito de sal. Es básicamente inútil, pues no tiene aplicaciones (afortunadamente). Y si bien es probable que en ciertos casos la orientación sexual sea influida por factores biológicos, probablemente en muchos otros sea un fenómeno psicosocial. En última instancia, cabría cuestionar la legitimidad de este tipo de estudios, pues buscar "causas" para la homosexualidad puede implicar que se la ve como algo anormal, y no simplemente como un comportamiento más, sólo que menos común que el de la mayoría.
Comentarios: mbonfil@servidor.unam.mx
La ciencia por gusto
Martín Bonfil Olivera
2 de agosto de 2006
El debate sobre si ciertas conductas humanas son determinadas por factores biológicos (genéticos, hormonales, cerebrales...) o culturales (educación, influencias sociales, decisiones personales...) no termina. La orientación sexual es un ejemplo notorio: por más de un siglo se han buscado las "causas" de la conducta homosexual.
El fenómeno es muy complejo: hay incontables maneras de ser homosexual, y numerosos comportamientos a los que puede aplicarse esa etiqueta. Desde la postura freudiana de que la atracción por el mismo sexo es causada por el trato recibido de los padres hasta la de quienes han querido hallar la explicación a esta conducta en genes, influencias hormonales o estructuras cerebrales, el debate natura/cultura sigue vigente.
Un fenómeno interesante es el llamado "efecto del orden fraterno de nacimiento", descubierto en 1996: la probabilidad de que un varón sea homosexual (el efecto no aparece en mujeres) aumenta en proporción al número de hermanos mayores que tenga. Se ha debatido mucho si este efecto, ampliamente confirmado, se debe a factores biológicos o a la crianza.
Anthony Bogaert, de la Universidad Brock, en Ontario, publicó un estudio en el que analiza una muestra de casi mil varones homo y heterosexuales, criados con hermanos mayores o bien adoptados por familias con hijos mayores. Los resultados son claros: sólo en los varones homosexuales con hermanos biológicos (nacidos de la misma madre) se observa el efecto del orden fraterno de nacimiento en la orientación sexual.
Aunque no hay explicación para el efecto, una hipótesis es que pudiera deberse a la formación de anticuerpos en el cuerpo de la madre dirigidos contra proteínas masculinas, quizá provenientes del cromosoma Y, que en sucesivos nacimientos pudieran influenciar el desarrollo del cerebro fetal.
Sin embargo, el trabajo debe tomarse con algo más que un granito de sal. Es básicamente inútil, pues no tiene aplicaciones (afortunadamente). Y si bien es probable que en ciertos casos la orientación sexual sea influida por factores biológicos, probablemente en muchos otros sea un fenómeno psicosocial. En última instancia, cabría cuestionar la legitimidad de este tipo de estudios, pues buscar "causas" para la homosexualidad puede implicar que se la ve como algo anormal, y no simplemente como un comportamiento más, sólo que menos común que el de la mayoría.
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miércoles, 26 de julio de 2006
Ética y células
Martín Bonfil Olivera
26 de julio de 2006
Es bonito adoptar posturas pacifistas y decir que no hay problema. Pero a veces no es posible. No hablo del conflicto PRD-PAN, sino de otros que inevitablemente surgen cuando un mismo asunto involucra ciencia y religión. Como el actual debate sobre la investigación con células madre embrionarias humanas.
O quizá el conflicto es más bien entre medicina y ética. El nuevo conocimiento que surgiría de dichas investigaciones y los avances que —promete la ciencia médica— éste haría posibles, se enfrenta con la convicción de que utilizar tejido de un embrión (así sea de pocos días, un blastocisto formado por unas decenas de células no diferenciadas y todavía sin nada parecido a un sistema nervioso) es atentar contra la dignidad de un futuro ser humano.
El debate ya se ha dado antes: en algún momento se consideraba éticamente inadmisible usar cadáveres para investigar cómo está hecho el cuerpo humano. La prohibición religiosa fue terminante. Lo mismo ocurrió con los primeros transplantes y transfusiones. Sin embargo, hoy pensamos diferente.
La semana pasada el Senado estadunidense aprobó una ley que aumenta los fondos federales para realizar investigación con células madre (más correctamente llamadas células precursoras). El presidente George W. Bush se apresuró a vetarla, como había anunciado, utilizando el argumento (también sostenido por la Iglesia católica) de que extraer la células madre embrionarias —procedimiento que destruye al blastocisto— equivale a asesinar a un ser humano. (El mismo argumento, dicho sea de paso, que se utiliza para oponerse radicalmente al aborto.)
Lo importante del caso es que este veto, que tarde o temprano será superado (una mayoría de los ciudadanos de EU está a favor de la investigación), sólo aumenta la desventaja de los investigadores estadunidenses frente a sus colegas de otros países. Hasta hace poco, el 50 por ciento de las publicaciones científicas sobre el tema provenía de Estados Unidos; hoy ese porcentaje ha bajado a 30 por ciento.
Uno de los mayores enemigos de la fe, según los últimos dos papas católicos, es el “relativismo” ético. Probablemente tienen razón, pues frente a dogmas necesariamente invariables, la ciencia, con su naturaleza esencialmente cambiante, evolutiva, puede parecer subversiva. Por suerte, en este caso es probable que los cambios en nuestra ética, y los beneficios médicos que los sustenten, serán para bien.
mbonfil@servidor.unam.mx
26 de julio de 2006
Es bonito adoptar posturas pacifistas y decir que no hay problema. Pero a veces no es posible. No hablo del conflicto PRD-PAN, sino de otros que inevitablemente surgen cuando un mismo asunto involucra ciencia y religión. Como el actual debate sobre la investigación con células madre embrionarias humanas.
O quizá el conflicto es más bien entre medicina y ética. El nuevo conocimiento que surgiría de dichas investigaciones y los avances que —promete la ciencia médica— éste haría posibles, se enfrenta con la convicción de que utilizar tejido de un embrión (así sea de pocos días, un blastocisto formado por unas decenas de células no diferenciadas y todavía sin nada parecido a un sistema nervioso) es atentar contra la dignidad de un futuro ser humano.
El debate ya se ha dado antes: en algún momento se consideraba éticamente inadmisible usar cadáveres para investigar cómo está hecho el cuerpo humano. La prohibición religiosa fue terminante. Lo mismo ocurrió con los primeros transplantes y transfusiones. Sin embargo, hoy pensamos diferente.
La semana pasada el Senado estadunidense aprobó una ley que aumenta los fondos federales para realizar investigación con células madre (más correctamente llamadas células precursoras). El presidente George W. Bush se apresuró a vetarla, como había anunciado, utilizando el argumento (también sostenido por la Iglesia católica) de que extraer la células madre embrionarias —procedimiento que destruye al blastocisto— equivale a asesinar a un ser humano. (El mismo argumento, dicho sea de paso, que se utiliza para oponerse radicalmente al aborto.)
Lo importante del caso es que este veto, que tarde o temprano será superado (una mayoría de los ciudadanos de EU está a favor de la investigación), sólo aumenta la desventaja de los investigadores estadunidenses frente a sus colegas de otros países. Hasta hace poco, el 50 por ciento de las publicaciones científicas sobre el tema provenía de Estados Unidos; hoy ese porcentaje ha bajado a 30 por ciento.
Uno de los mayores enemigos de la fe, según los últimos dos papas católicos, es el “relativismo” ético. Probablemente tienen razón, pues frente a dogmas necesariamente invariables, la ciencia, con su naturaleza esencialmente cambiante, evolutiva, puede parecer subversiva. Por suerte, en este caso es probable que los cambios en nuestra ética, y los beneficios médicos que los sustenten, serán para bien.
mbonfil@servidor.unam.mx
miércoles, 19 de julio de 2006
Espejos en el cerebro
Martín Bonfil Olivera
19 de julio de 2006
Milenio Diario
Para Laura Lecuona,19 de julio de 2006
Milenio Diario
compañera cinéfila
La escena es común. Un celular suena a media película. Un desconsiderado contesta y se pone a hablar. Un vecino se queja. La agresión que sigue no es tan común: el del celular amenaza con arrojar su refresco al quejoso, que se repliega con cada vaivén del vaso, causando la risa del agresor. El líquido finalmente es arrojado, pero la reacción del agredido (levantarse para poner una queja) provoca una respuesta inesperada: el agresor se lanza sobre el quejoso, derribándolo e iniciando una gresca.
Más allá del estudio de la agresión entre primates, el ejemplo destaca la novedad de la última década de estudio del cerebro: la existencia de neuronas espejo que simulan o reflejan lo que observamos. Las de la región que controla el movimiento de nuestro brazo se activan cuando el sujeto ve a otro individuo estirar el suyo para tomar algo. Las del tacto, que se activan al rozar la pierna con una pluma, pueden también activarse al ver en video cómo la misma pluma roza la pierna de otro.
La utilidad de las neuronas espejo, descubiertas originalmente en simios, parece ser predecir los movimientos (e incluso las intenciones detrás de los movimientos) de quienes nos rodean. El contexto de una misma acción (tomar una taza de café) activa distintas áreas del cerebro dependiendo de si la intención parece ser beber (cuando la mesa está ordenada y hay galletas y leche al lado) o simplemente limpiar una mesa desordenada.
Las neuronas espejo incluso parecen jugar un papel en la capacidad para sentir empatía: ponerse en el lugar de otra persona. Las de niños con problemas de empatía, así como de pacientes autistas (incapaces de generar modelos internos de lo que sienten otras personas) presentan menor actividad que las del común de la gente.
En el cine, el quejoso se encogía ante la amenaza del refresco porque sus neuronas espejo le permitían leer la intención del agresor: mojarlo. Las del agresor interpretaron, erróneamente, el ponerse de pie como un preludio a la agresión.
El estudio de las neuronas espejo promete ser importante para la psicología clínica y del aprendizaje, el autismo e incluso quizá en la actuación y la mercadotecnia. Mientras los cines no instalen bloqueadores de celulares en sus salas, sólo espero que la próxima vez que mi vecino conteste su teléfono no haya también comprado un refresco.
Comentarios: mbonfil@servidor.unam.mx
jueves, 13 de julio de 2006
La década de Dolly
Milenio Diario
La ciencia por gusto
12 de julio de 2006
El 5 de julio se cumplieron diez años del nacimiento de la oveja Dolly, primer mamífero clonado del mundo. La noticia pasó inadvertida, quizá por el tenso momento electoral, o quizá porque la posibilidad de obtener duplicados genéticamente idénticos de gatos, perros, vacas, ratones, simios y cerdos forma ya parte de nuestra normalidad.
El 23 de febrero de 1997, fecha en que Dolly fue presentada en sociedad (luego de una prudente espera para estar seguros de que la oveja sobrevivía y estaba sana), quedó demostrado que algo considerado imposible no lo era.
El éxito de Ian Wilmut y Keith Campbell, del Instituto Roslin, en Escocia, se debió a un trabajo científico profesional, serio y tenaz. Pero también a la relativa buena suerte que tuvieron de estar trabajando con células vivas, un sistema especialmente noble.
Para crear a Dolly se usó una célula de la oveja que se quería clonar (específicamente de su glándula mamaria, hecho que llevó a bautizar al clon en honor de Dolly Parton, la cantante country famosa por sus generosos atributos pectorales). Se le extrajo el núcleo y se insertó en un óvulo de otra oveja de una variedad distinta, al que previamente se le había eliminado el suyo.
Pero el transplante de núcleo es un proceso muy burdo: equivale a abrir el abdomen de un paciente con cirrosis, sacarle el hígado, arrojar al interior un hígado nuevo y luego simplemente cerrar la herida y esperar que funcione.
Sin embargo, ¡funcionó! No es tan sorprendente. Si se toma en cuenta que las primeras células surgieron mediante un proceso azaroso de agregamiento de piezas que fueron acoplándose, y que dependían de poder aprovechar los componentes útiles que les ofrecía el ambiente que las rodeaba, es natural que cuenten, en cierta medida, con la capacidad de autoensamblarse y autorrepararse.
En cambio, la clonación de seres humanos sigue estando, al parecer, fuera de nuestro alcance. En parte por dificultades técnicas (baja eficiencia del proceso y defectos degenerativos en los clones), pero también por problemas éticos. Mientras no pueda asegurarse que la clonación produciría embriones humanos sanos y viables, es mejor no crearlos.
Aunque, ¿quién sabe?: quizá pronto se descubra una forma de superar estos problemas y la clonación se convierta en un proceso eficiente y seguro. ¡Hace diez años nadie hubiera creído que se pudiera clonar una oveja!
La ciencia por gusto
12 de julio de 2006
El 5 de julio se cumplieron diez años del nacimiento de la oveja Dolly, primer mamífero clonado del mundo. La noticia pasó inadvertida, quizá por el tenso momento electoral, o quizá porque la posibilidad de obtener duplicados genéticamente idénticos de gatos, perros, vacas, ratones, simios y cerdos forma ya parte de nuestra normalidad.
El 23 de febrero de 1997, fecha en que Dolly fue presentada en sociedad (luego de una prudente espera para estar seguros de que la oveja sobrevivía y estaba sana), quedó demostrado que algo considerado imposible no lo era.
El éxito de Ian Wilmut y Keith Campbell, del Instituto Roslin, en Escocia, se debió a un trabajo científico profesional, serio y tenaz. Pero también a la relativa buena suerte que tuvieron de estar trabajando con células vivas, un sistema especialmente noble.
Para crear a Dolly se usó una célula de la oveja que se quería clonar (específicamente de su glándula mamaria, hecho que llevó a bautizar al clon en honor de Dolly Parton, la cantante country famosa por sus generosos atributos pectorales). Se le extrajo el núcleo y se insertó en un óvulo de otra oveja de una variedad distinta, al que previamente se le había eliminado el suyo.
Pero el transplante de núcleo es un proceso muy burdo: equivale a abrir el abdomen de un paciente con cirrosis, sacarle el hígado, arrojar al interior un hígado nuevo y luego simplemente cerrar la herida y esperar que funcione.
Sin embargo, ¡funcionó! No es tan sorprendente. Si se toma en cuenta que las primeras células surgieron mediante un proceso azaroso de agregamiento de piezas que fueron acoplándose, y que dependían de poder aprovechar los componentes útiles que les ofrecía el ambiente que las rodeaba, es natural que cuenten, en cierta medida, con la capacidad de autoensamblarse y autorrepararse.
En cambio, la clonación de seres humanos sigue estando, al parecer, fuera de nuestro alcance. En parte por dificultades técnicas (baja eficiencia del proceso y defectos degenerativos en los clones), pero también por problemas éticos. Mientras no pueda asegurarse que la clonación produciría embriones humanos sanos y viables, es mejor no crearlos.
Aunque, ¿quién sabe?: quizá pronto se descubra una forma de superar estos problemas y la clonación se convierta en un proceso eficiente y seguro. ¡Hace diez años nadie hubiera creído que se pudiera clonar una oveja!
Comentarios: mbonfil@servidor.unam.mx
miércoles, 5 de julio de 2006
Elecciones, emociones y neuronas
Milenio Diario
La ciencia por gusto
Martín Bonfil Olivera
La semana pasada afirmé que "si la racionalidad juega un papel central en la ciencia, también debe jugarlo en la democracia". En teoría, las decisiones de los ciudadanos deberían tomarse racionalmente, con base en información confiable sobre los candidatos y sus propuestas.
Pero no es así. Cada vez más, en todo el mundo, las campañas electorales son, en vez de propuestas argumentadas en forma racional, sangrientas competencias publicitarias que manipulan las emociones de los electores. Es al profundo y antiguo cerebro reptiliano, que gobierna instintos y emociones, al que se dirigen las campañas, y no a la evolucionada corteza de primates que nos hace humanos.
El escéptico profesional Michael Shermer comenta, en su columna en Scientific American, una interesante investigación llevada a cabo por el psicólogo Drew Westen, de la Universidad Emory, en Atlanta, en que explora cómo maneja el cerebro las preferencias electorales.
Westen mostró a sujetos demócratas o republicanos citas en que los candidatos a presidente en 2004, John Kerry o George Bush, se contradecían flagrantemente. Los demócratas tendieron a minimizar las contradicciones de Kerry, mientras que las de Bush les parecían imperdonables; lo contrario ocurrió con los republicanos. El cerebro de los sujetos fue monitoreado con resonancia magnética funcional. Resultó que las áreas asociadas con la racionalidad (corteza prefrontal) permanecían inactivas, y las que se activaban eran las asociadas con las emociones (amígdala y giro cingulado). Al parecer, son efectivamente las emociones las que controlan nuestras preferencias electorales. Pero no tiene que ser así.
Algo similar ocurre en ciencia: las emociones tienden a hacer que los investigadores prefieran los resultados que apoyan sus teorías favoritas y desprecien los que las contradicen. Sin embargo, mediante la discusión abierta y comunitaria (verdadera inteligencia colectiva) y la crítica fundamentada, la comunidad científica supera sus sesgos emocionales y toma decisiones racionales.
No estaría mal, opina Shermer, que la política adoptara algunos de los mecanismos de la ciencia para intentar que la racionalidad predomine sobre las emociones. Quizá si esto ocurriera, una campaña basada en el miedo no hubiera tenido el éxito que, tristemente, parece haber tenido en nuestro pobre país.
Comentarios: mbonfil@servidor.unam.mx
miércoles, 28 de junio de 2006
Ciencia, votos y pensamiento crítico
Martín Bonfil Olivera
18 de junio de 2005
Varios colegas columnistas de este diario han expresado por quién van a votar y por qué. Aunque esta columna está dedicada a la ciencia y no a la política, me tomo por una vez la libertad de hacer lo mismo. Y es que tengo la impresión, quizá subjetiva o ilusoria, de que algo tiene que ver mi decisión con mi perspectiva profesional como divulgador científico (es decir, como parte de la comunidad científica del país).
Lamentablemente, ninguno de los tres candidatos punteros incluyó en sus campañas una propuesta de política científica de Estado. Los candidatos siguen sin tener idea de la importancia que una ciencia madura y pujante (parte de un sistema científico-tecnológico-industrial vigoroso) tendría para el bienestar nacional.
Si la racionalidad juega un papel central en la ciencia, también debe jugarlo en la democracia. Como ciudadano promotor de la ciencia, me encuentro imposibilitado para votar por el partido de la derecha: el del paternalismo católico que prohíbe la investigación con células madre, que penaliza indiscriminada e irracionalmente el aborto, que se opone al reconocimiento de los derechos ciudadanos de las minorías sexuales que prefiere defender dogmas (incluyendo los neoliberales) por encima de la voluntad y el bienestar ciudadanos. Que niega la posibilidad de construir algo diferente y mejor.
Tampoco puedo votar por el partido de la dictadura perfecta y la corrupción. Menos con un candidato como Madrazo. Quizá algún día lejano el PRI recupere sus ideales revolucionarios y nacionalistas y se convierta en una verdadera opción de centro. Todavía no.
Queda pues, el partido de la izquierda, acorde con mis afinidades personales y con la tendencia ideológica de la mayoría, creo, de los universitarios y científicos del país. Su candidato, aunque tiene defectos, ofrece buscar el bien común y ha sabido remontar las tretas más sucias para descalificarlo de la contienda (no olvidemos la canallada del desafuero).
La izquierda sigue cargando defectos históricos. Y sigue crónicamente dividida (aquí la capacidad de los científicos para formar acuerdos sería útil). También es la opción más honestamente democrática.
Por eso, con más esperanza que certeza, con más convicción y voluntad crítica que ilusiones, este columnista votará el domingo por el PRD. Luego, claro, habrá que exigir que se cumpla lo prometido.
18 de junio de 2005
Varios colegas columnistas de este diario han expresado por quién van a votar y por qué. Aunque esta columna está dedicada a la ciencia y no a la política, me tomo por una vez la libertad de hacer lo mismo. Y es que tengo la impresión, quizá subjetiva o ilusoria, de que algo tiene que ver mi decisión con mi perspectiva profesional como divulgador científico (es decir, como parte de la comunidad científica del país).
Lamentablemente, ninguno de los tres candidatos punteros incluyó en sus campañas una propuesta de política científica de Estado. Los candidatos siguen sin tener idea de la importancia que una ciencia madura y pujante (parte de un sistema científico-tecnológico-industrial vigoroso) tendría para el bienestar nacional.
Si la racionalidad juega un papel central en la ciencia, también debe jugarlo en la democracia. Como ciudadano promotor de la ciencia, me encuentro imposibilitado para votar por el partido de la derecha: el del paternalismo católico que prohíbe la investigación con células madre, que penaliza indiscriminada e irracionalmente el aborto, que se opone al reconocimiento de los derechos ciudadanos de las minorías sexuales que prefiere defender dogmas (incluyendo los neoliberales) por encima de la voluntad y el bienestar ciudadanos. Que niega la posibilidad de construir algo diferente y mejor.
Tampoco puedo votar por el partido de la dictadura perfecta y la corrupción. Menos con un candidato como Madrazo. Quizá algún día lejano el PRI recupere sus ideales revolucionarios y nacionalistas y se convierta en una verdadera opción de centro. Todavía no.
Queda pues, el partido de la izquierda, acorde con mis afinidades personales y con la tendencia ideológica de la mayoría, creo, de los universitarios y científicos del país. Su candidato, aunque tiene defectos, ofrece buscar el bien común y ha sabido remontar las tretas más sucias para descalificarlo de la contienda (no olvidemos la canallada del desafuero).
La izquierda sigue cargando defectos históricos. Y sigue crónicamente dividida (aquí la capacidad de los científicos para formar acuerdos sería útil). También es la opción más honestamente democrática.
Por eso, con más esperanza que certeza, con más convicción y voluntad crítica que ilusiones, este columnista votará el domingo por el PRD. Luego, claro, habrá que exigir que se cumpla lo prometido.
comentarios: mbonfil@servidor.unam.mx
miércoles, 21 de junio de 2006
Como te ven te tratan
MILENIO DIARIO
Martín Bonfil Olivera
21 de junio de 2006
Es importante es el aspecto personal de los científicos? Más allá de la lamentable imagen del "científico loco", distraído y despeinado (herencia de Einstein), rara vez, en la imagen popular, salen bien parados. Veamos ejemplos..
El físico Stephen Hawking, famoso por su Breve historia del tiempo, descubrió los hoyos negros, y sus ideas han revolucionado la cosmología. Padece de esclerosis amiotrófica lateral, enfermedad que lo ha paralizado, confinándolo a una silla de ruedas. Hoy no puede ya hablar, y se comunica por medio de un sintetizador de voz. Esta perturbadora imagen -un cerebro genial alojado en un cuerpo inmovilizado, rodando en su silla motorizada y que se comunica mediante una extraña voz electrónica- se ha convertido en un nuevo icono del científico. Incluso ha aparecido en Los Simpson, y una ópera moderna tenía un personaje inspirado en él.
Hawking refuerza la imagen de los científicos como personajes extraños, y seguramente no atrae a los ciudadanos hacia la ciencia. Pero no todo está perdido: también hay científicos famosos de aspecto más normal.
Algunos son graciosos: Richard Feynman, físico ganador del Premio Nobel, gustaba de gastar bromas, tocar los bongós y desfilar bailando samba en Río. Siempre sonriente, era de un sport desenfadado, aunque si era necesario vestía traje. El desaliñado James Watson, también Nobel y codescubridor de la doble hélice del ADN, gozaba en su juventud de hacer bromas y parecía no tener la menor idea de nada. En sus libros relata sus dificultades para ligar chicas.
Hay también científicos empresarios, como Craig Venter, biólogo molecular dueño de la compañía Celera Genomics, que secuenció el genoma humano. Bien trajeado, su agresiva imagen es la del perfecto hombre de negocios.
Otros científicos cultivan la imagen informal, como Carl Sagan, a quien se recuerda conduciendo Cosmos con saco de pana y camisa de cuello de tortuga. El biólogo Richard Dawkins cultiva un aspecto similar, y es percibido como bastante galán. Otro biólogo famoso, Stephen Jay Gould (que también apareció en Los Simpson), era más bien comodón, y siempre daba la impresión de recién haber despertado de la siesta.
En el fondo, los científicos son sólo personas normales. Aunque, pensándolo bien, y para conseguir fondos, quizá convendría que cultivaran su imagen de genios locos. ¡Al menos podrían rentarse para anuncios!
comentarios: mbonfil@servidor.unam.mx
Martín Bonfil Olivera
21 de junio de 2006
Es importante es el aspecto personal de los científicos? Más allá de la lamentable imagen del "científico loco", distraído y despeinado (herencia de Einstein), rara vez, en la imagen popular, salen bien parados. Veamos ejemplos..
El físico Stephen Hawking, famoso por su Breve historia del tiempo, descubrió los hoyos negros, y sus ideas han revolucionado la cosmología. Padece de esclerosis amiotrófica lateral, enfermedad que lo ha paralizado, confinándolo a una silla de ruedas. Hoy no puede ya hablar, y se comunica por medio de un sintetizador de voz. Esta perturbadora imagen -un cerebro genial alojado en un cuerpo inmovilizado, rodando en su silla motorizada y que se comunica mediante una extraña voz electrónica- se ha convertido en un nuevo icono del científico. Incluso ha aparecido en Los Simpson, y una ópera moderna tenía un personaje inspirado en él.
Hawking refuerza la imagen de los científicos como personajes extraños, y seguramente no atrae a los ciudadanos hacia la ciencia. Pero no todo está perdido: también hay científicos famosos de aspecto más normal.
Algunos son graciosos: Richard Feynman, físico ganador del Premio Nobel, gustaba de gastar bromas, tocar los bongós y desfilar bailando samba en Río. Siempre sonriente, era de un sport desenfadado, aunque si era necesario vestía traje. El desaliñado James Watson, también Nobel y codescubridor de la doble hélice del ADN, gozaba en su juventud de hacer bromas y parecía no tener la menor idea de nada. En sus libros relata sus dificultades para ligar chicas.
Hay también científicos empresarios, como Craig Venter, biólogo molecular dueño de la compañía Celera Genomics, que secuenció el genoma humano. Bien trajeado, su agresiva imagen es la del perfecto hombre de negocios.
Otros científicos cultivan la imagen informal, como Carl Sagan, a quien se recuerda conduciendo Cosmos con saco de pana y camisa de cuello de tortuga. El biólogo Richard Dawkins cultiva un aspecto similar, y es percibido como bastante galán. Otro biólogo famoso, Stephen Jay Gould (que también apareció en Los Simpson), era más bien comodón, y siempre daba la impresión de recién haber despertado de la siesta.
En el fondo, los científicos son sólo personas normales. Aunque, pensándolo bien, y para conseguir fondos, quizá convendría que cultivaran su imagen de genios locos. ¡Al menos podrían rentarse para anuncios!
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miércoles, 14 de junio de 2006
Discriminación y mutantes
Martín Bonfil Olivera
Es irremediable: no soporto el futbol, y la política (el otro tema de moda) ha alcanzado un nivel de lodazal (especialmente entre los panistas, desesperados ante la mera posibilidad de no ganar). Sigamos mejor hablando de los X-Men.
Mi colaboración anterior, debido las críticas que hacía yo a la cinta desde el punto de vista científico (ideas erróneas de mutaciones que confieren poderes paranormales, de individuos que “mutan” de súbito, o de las mutaciones como anormalidades monstruosas), pudo dar la impresión de que no la disfruté.
No es así: como cinta dominguera es muy efectiva. Los X-Men se han caracterizado por algo especial y distinto: presentan una subtrama sobre derechos humanos y discriminación. En X-Men III este tema es central, pues se plantea el descubrimiento de una “cura” para los mutantes: una inyección que instantáneamente corrige la mutación del ficticio “gen X” que les confiere sus poderes.
En cómic y película, la sociedad teme y hasta odia a los X-Men y demás mutantes por ser diferentes (y poderosos). Por ello su archienemigo, el mutante Magneto, harto de ser maltratado, decide lanzarse a una guerra para sustituir de una vez por todas a los anticuados Homo sapiens por la raza superior de los mutantes. Así, en este ámbito de fantasía científica se discuten temas que, en el mundo real, afectan a muchos tipos de minorías que no sólo no tienen “poderes especiales”, sino que se encuentran en franca desventaja: minusválidos, negros, indígenas, homosexuales, bisexuales y demás orientaciones sexuales alternas, e incluso las mujeres (consideradas minoría no por el porcentaje de la población que representan, sino por el trato discriminatorio al que todavía son frecuentemente sometidas).
El punto polémico de la película es qué debe considerarse “normal” y qué “anormal”. ¿Son los mutantes enfermos, o simplemente diferentes? ¿Qué pasaría, ya en la vida real, si alguien descubriera una “cura” para la homosexualidad, o bien, como ya sucede, un método para “blanquear” a los negros? ¿Qué ocurrirá cuando, no dentro de tanto, se vuelva posible elegir el color de piel u ojos, o las capacidades físicas y hasta intelectuales de los bebés? Se trata ya no sólo de cuestiones científicas, sino sociales y éticas, que dejan de ser ficticias y se vuelven urgentes.
A veces, hasta la ficción comercial tiene sus dimensiones profundas.
Es irremediable: no soporto el futbol, y la política (el otro tema de moda) ha alcanzado un nivel de lodazal (especialmente entre los panistas, desesperados ante la mera posibilidad de no ganar). Sigamos mejor hablando de los X-Men.
Mi colaboración anterior, debido las críticas que hacía yo a la cinta desde el punto de vista científico (ideas erróneas de mutaciones que confieren poderes paranormales, de individuos que “mutan” de súbito, o de las mutaciones como anormalidades monstruosas), pudo dar la impresión de que no la disfruté.
No es así: como cinta dominguera es muy efectiva. Los X-Men se han caracterizado por algo especial y distinto: presentan una subtrama sobre derechos humanos y discriminación. En X-Men III este tema es central, pues se plantea el descubrimiento de una “cura” para los mutantes: una inyección que instantáneamente corrige la mutación del ficticio “gen X” que les confiere sus poderes.
En cómic y película, la sociedad teme y hasta odia a los X-Men y demás mutantes por ser diferentes (y poderosos). Por ello su archienemigo, el mutante Magneto, harto de ser maltratado, decide lanzarse a una guerra para sustituir de una vez por todas a los anticuados Homo sapiens por la raza superior de los mutantes. Así, en este ámbito de fantasía científica se discuten temas que, en el mundo real, afectan a muchos tipos de minorías que no sólo no tienen “poderes especiales”, sino que se encuentran en franca desventaja: minusválidos, negros, indígenas, homosexuales, bisexuales y demás orientaciones sexuales alternas, e incluso las mujeres (consideradas minoría no por el porcentaje de la población que representan, sino por el trato discriminatorio al que todavía son frecuentemente sometidas).
El punto polémico de la película es qué debe considerarse “normal” y qué “anormal”. ¿Son los mutantes enfermos, o simplemente diferentes? ¿Qué pasaría, ya en la vida real, si alguien descubriera una “cura” para la homosexualidad, o bien, como ya sucede, un método para “blanquear” a los negros? ¿Qué ocurrirá cuando, no dentro de tanto, se vuelva posible elegir el color de piel u ojos, o las capacidades físicas y hasta intelectuales de los bebés? Se trata ya no sólo de cuestiones científicas, sino sociales y éticas, que dejan de ser ficticias y se vuelven urgentes.
A veces, hasta la ficción comercial tiene sus dimensiones profundas.
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