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miércoles, 4 de marzo de 2015

Spock, Beakman y la ciencia

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 4 de marzo de 2015

El pasado viernes murió Leonard Nimoy, actor querido por nerds y fans de la ciencia ficción de varias generaciones (desde la anterior a la mía hasta las actuales) por su inolvidable y definitiva interpretación de Mr. Spock, el oficial científico de la nave interplanetaria Enterprise, en la serie televisiva de los años sesenta Viaje a las estrellas (Star Trek) y sus secuelas en cine y TV de las décadas siguientes, hasta el presente.

Hijo de madre humana y padre vulcano, Spock se caracterizaba por su personalidad ultra-lógica, que muy ocasionalmente entraba en conflicto con su reprimido pero emocional lado humano.

(Por cierto, Nimoy murió a los 83 años víctima de la terrible enfermedad pulmonar obstructiva crónica, o EPOC, cuya causa es el tabaquismo y una de cuyas manifestaciones es la degeneración del tejido pulmonar llamada enfisema, que mata lentamente de asfixia a quienes la sufren. La EPOC afecta al cinco por ciento de la población mundial, y mata a tres millones de personas al año. En comparación, el cáncer de pulmón y el sida matan, cada uno, a millón y medio. Usted decide si sigue fumando…)

Dos días después de la triste noticia apareció publicado en The California Sunday Magazine un artículo que narra el inesperado éxito en México de otro actor, protagonista de la serie de los años noventa El mundo de Beakman: Paul Zaloom. A diferencia de Nimoy, Zaloom está vivito y coleando, pero muy sorprendido del inusitado éxito que Beakman tuvo y sigue teniendo en Latinoamérica, y muy especialmente en nuestro país. Recordará usted la multitudinaria asistencia que sus dos presentaciones el año pasado tuvieron aquí.

¿Qué tienen en común ambos personajes? Spock era fascinante porque actuaba siempre basado en la lógica y la ciencia. Beakman lo era porque convertía a la ciencia, mediante el absurdo y la sorpresa, en algo divertido y accesible. Ambos atraparon las mentes de jóvenes de distintas generaciones y despertaron su entusiasmo y curiosidad por la ciencia.

Indudablemente, la ciencia y la tecnología son vitales para cualquier sociedad actual. Y parte importantísima de lo que un país necesita para ser de primer mundo es tener un número suficiente de científicos.

Pues bien: sostengo que, junto con los esfuerzos de enseñanza escolar de la ciencia y de divulgación científica tradicional, medios como la televisión, a través de programas como Viaje a las estrellas o El mundo de Beakman, contribuyen también a despertar vocaciones científicas, pues logran, como dijera el gran Carl Sagan, “encender la llama del asombro”.

Gracias, Beakman. Y gracias, Spock: vida larga y próspera.

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miércoles, 20 de agosto de 2014

Científicos: ¿villanos o héroes?

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 20 de agosto  de 2014

La profesión de científico ha tenido siempre una mala percepción pública.

El científico es percibido a través de dos estereotipos. Uno es ridículo: el viejito canoso, despeinado tipo Einstein, distraído, sabio y bonachón, que más que científico es un inventor, y que vemos repetido hasta el cansancio en caricaturas, anuncios y películas. El segundo es negativo: el científico loco tipo Dr. Frankenstein
(o Doofenshmirtz, o Jekyll, o Strangelove) que, guiado por su ambición, quiere apoderarse del mundo y desata fuerzas fuera de su control que acaban siempre causando una tragedia.

En la más reciente Encuesta sobre la Percepción Pública de la Ciencia y la Tecnología en México (ENPECYT), llevada a cabo en 2011 por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) y el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT), ante la afirmación “Debido a sus conocimientos, los investigadores científicos tienen un poder que los hace peligrosos”, el 50.1% de las personas encuestadas dijeron estar “de acuerdo”. Definitivamente, la ciencia tiene un problema de imagen, en gran parte fomentada por la literatura, el cine y la TV.

Uno de los pocos géneros en que el científico tiende a ser presentado más positivamente es la ciencia ficción, tan menospreciada pero que tantas personas con vocación o simple gusto por la ciencia disfrutamos. La ciencia ficción “dura”, la que basa sus tramas en conocimiento científico sólido, podría servir, según Isaac Asimov –gran maestro él mismo del género– para despertar vocaciones, o quizá para detectar a los jóvenes con aptitudes para la ciencia y la tecnología. Pero incluso la ciencia ficción “blanda”, que se mezcla con fantasía sin bases científicas, como la de series de TV como Viaje a las estrellas (Star trek) o películas como La guerra de las galaxias (Star wars), puede ayudar a combatir los injustos estereotipos negativos.

El pasado domingo asistí a la Gira Mundial de Doctor Who (Doctor Who World Tour), un evento organizado por la BBC para presentar a Peter Capaldi, el nuevo actor que encarna al Doctor, protagonista de mi serie favorita de ciencia ficción (blanda) de toda la vida, y mostrar el primer capítulo de la nueva temporada. La BBC ya había logrado un éxito inusitado al presentar en cines de todo el mundo, a finales del año pasado, el capítulo especial del 50 aniversario del programa (Doctor Who es la serie televisiva de ciencia ficción más longeva del mundo, como ya comenté aquí en otra ocasión).

El Doctor no es precisamente un científico, sino un extraterrestre que viaja en el tiempo y puede regenerar su cuerpo para vivir prácticamente por siempre (y para que actor que lo encarna pueda cambiar periódicamente). Pero sí tiene una mente y una actitud científicas, y amplios conocimientos de ciencia. Para el televidente, es una especie de científico, pero mezclado con héroe. Es sabio, pero también valiente y bueno: tiene principios éticos y lucha por la justicia y por proteger a los indefensos.

En una mesa redonda el año pasado Steven Moffat, actual productor ejecutivo y escritor principal de la serie, describió qué hace distinto al Doctor: “Cuando hicieron a éste héroe en particular, no le dieron una pistola; le dieron un destornillador para arreglar cosas. No le dieron un tanque o una nave de guerra… le dieron una cabina telefónica desde la que se puede pedir ayuda. Y no le dieron un superpoder ni orejas puntiagudas ni un rayo calorífico: le dieron un corazón extra. Le dieron dos corazones. Es extraordinario: nunca habrá una época en que no necesitemos un héroe como el Doctor.”

Es cierto. Y quizá si hubiera más héroes de ficción como él, la imagen de la ciencia, en México y el mundo, mejoraría. O quizá es sólo que soy un fanático irredento de Doctor Who.

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miércoles, 12 de marzo de 2014

Cosmos de nuevo

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 12 de marzo  de 2014

Si los niños de los 90 fueron la generación Beakman, la de adolescentes de los 80 fuimos la generación Cosmos.

Sí: me atrevo a comparar la obra maestra del astrónomo y magistral divulgador científico Carl Sagan (1934-1996), estrenada en México en 1982, con el alocado programa infantil protagonizado por Paul Zaloom, que pasó aquí entre 1994 y 2002, porque a pesar de ser completamente diferentes y estar dirigidos a públicos muy distintos, comparten una característica: inspiraron, cada uno, a toda una generación. Nos acercaron a la ciencia, nos mostraron su valor (en dos estilos totalmente contrastantes, eso sí) e inspiraron un sinnúmero de vocaciones científicas. (Y lo mismo podría decirse de los documentales de Jacques Cousteau, una generación antes…)

Cosmos fue producido por el sistema de televisión pública de Estados Unidos (PBS), y se convirtió en todo un fenómeno mundial. Como dijo Álvaro Cueva ayer en Milenio Diario, la serie “cambió la historia de la televisión”. Demostró que, contra lo que muchos decían (y algunos obtusos siguen diciendo), la ciencia puede no sólo vender en TV, sino ser todo un éxito.

Álvaro describe cómo corría al salir de los boy scouts para llegar a ver el programa. Yo discutía con mis padres para que nos saliéramos de los eventos familiares para llegar a tiempo a lo que ellos, que no acababan de entender, consideraban sólo “ver la tele”.

No voy a describir tantas cosas valiosas que tenía la serie (y el libro que la acompañó, que sigue siendo una deliciosa lectura). Sólo diré que concuerdo con Susana Moscatel, en Milenio del lunes, cuando considera que su éxito se debió a que generó “una fascinación por los temas científicos para los que no tenemos la menor idea al respecto”. Y con Álvaro, para quien Sagan, “a diferencia de la mayoría de los promotores culturales que salían en la tele, era claro, transmitía emociones, nos contagiaba de su amor por la ciencia y nos dejaba con la boca abierta”.

¿Y qué hay de la nueva serie? Que tiene mucho más presupuesto. Que presentará el conocimiento científico actualizado con lo que se ha descubierto en los 34 años que han pasado desde su estreno, en 1980. Que cuenta con mucho mejores, deslumbrantes, efectos. Que está hecha con amor –el primer capítulo incluye un sentido homenaje a Sagan–, porque en el equipo que la desarrolló está Ann Druyan, su viuda y colaboradora, y la conduce nada menos que Neil DeGrasse Tyson, astrofísico, director del Planetario Hayden (esa esfera maravillosa dentro de un cubo de cristal que está junto al Museo de Historia Natural de Nueva York), uno de los más activos divulgadores de la ciencia en la actualidad y un auténtico heredero del entusiasmo y el amor por compartir el conocimiento que tenía Sagan (además de ser mundialmente famoso, aunque muchos no sepan quién es, por el meme que reproduce su imagen diciendo “ay sí, ay sí…”). La voz de Tyson, mucho más profunda y resonante que la de Sagan, es otra ventaja. Además, en el equipo participa también, lo que sorprende a muchos, Seth McFarlane, el irreverente creador de la serie de caricaturas Padre de familia (Family Guy) y de la película Ted.

Después de ver (en YouTube, en versión pirata que fue prontamente bajada de la red) el primer capítulo de la nueva serie, puedo decir que, efectivamente, se ve fenomenal. Aunque, como fan de la original, me quedan faltando algunas cosas. Me falta la música de Vangelis, que hoy podría sonar anticuada, pero que no fue sustituida por algo igual de fantástico. Me faltan las excelentes dramatizaciones de los episodios históricos que hoy, con más presupuesto y recursos técnicos, fueron sustituidas por animaciones. Me encanta la nueva “nave de la imaginación” de Tyson, pero extraño la belleza etérea de la semilla de diente de león de la de Sagan.

Pero, sobre todo, extrañé, al menos en este primer capítulo, la poesía que formó siempre parte de los textos y la prosa de Carl Sagan; la nueva serie puede ser más emocionante y sin duda igual de profunda y asombrosa, pero creo que apuesta más por mostrar lo espectacular del universo que por la belleza que la ciencia nos revela. Quizá sea una buena decisión para atraer a las nuevas generaciones, no sé. Ya veremos. El subtítulo del Cosmos original era “Un viaje personal”; el de la nueva, “Una odisea espaciotemporal”. Quizá ahí está la explicación.

Como dice Susana, “el legado de Carl Sagan que se puede traducir en una sola palabra: conocimiento”. Pero, como aclara Álvaro, “aquello no era una clase de introducción a la universidad, era un espectáculo, como ir al cine, pero no, era diferente, poético, didáctico. ¡Genial!”. Concuerdo completamente con ellos. Para mí, igual que para Álvaro, Cosmos era “mi” Cosmos. No dudo que la nueva versión, que definitivamente me encantó, llegará a ser tan querida para mí, y para miles, como la original. ¡Disfrutémosla!

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miércoles, 26 de febrero de 2014

El fenómeno Beakman

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 26 de febrero  de 2014

Como parte de las celebraciones por su 75 aniversario, el Instituto de Física de la UNAM, uno de los centros de investigación más prestigiados del país, decidió traer el actor Paul Zaloom, que interpretaba al protagonista del famoso programa de TV El mundo de Beakman, producido en Estados Unidos de 1992 a 1998.

Nadie imaginó lo que sucedería: a pesar de que El mundo de Beakman tuvo bastante éxito a nivel mundial (se llegó a transmitir en 90 países, y se siguen pasando repeticiones en muchos de ellos), su impacto en México excede todas las expectativas. Debido a la demanda, el pequeño espectáculo que se había planeado en un auditorio relativamente pequeño (el Alejandra Jáidar, del propio Instituto de Física, nombrado así en memoria a una de las principales promotoras de la divulgación científica en México) se convirtió en un par de presentaciones en la explanada del museo Universum, de la UNAM, cada una con cupo para 4 mil asistentes, mas otra en la explanada de los Leones, en Chapultepec, auspiciada por el Gobierno del DF.

El inusitado éxito de Beakman complicó la organización: el pre-registro en internet se agotó en cuestión de minutos, hubo reventa de lugares y se terminó por manejar los boletos oficiales a través de un servicio comercial (lo cual complicó el proceso y probablemente explica por qué no todas las personas que se registraron asistieron a las presentaciones en la UNAM, circunstancia que causó enojo y frustración en quienes se quedaron sin boleto). Para satisfacer la demanda, se arregló también que las presentaciones fueran transmitidas simultáneamente por TV-UNAM e internet.

Los comentarios sobre el show de Beakman han sido diversos. Por un lado, hay quien se congratula de que un programa de ciencia –por más que la presente de manera simplificada y hasta superficial, aunque eso sí, muy divertida– pueda tener tanto éxito. Fue notorio cómo muchos adultos que se interesaron en asistir manifestaron haber hallado su vocación como científicos o ingenieros gracias al programa, que veían de niños o jóvenes.

Por otro lado, ha habido comentarios más bien mezquinos de personas –investigadores y hasta comunicadores de la ciencia– que califican a Beakman de “payaso” y que se lamentan de que alguien como él tenga tanto público, pero una conferencia con un premio Nobel atraiga sólo a unas cuantas personas.

Creo que esta visión es profundamente equivocada: por supuesto, Beakman (y el equipo de guionistas detrás de él) no pretende comunicar conceptos científicos detallados. Su objetivo, como afirmó Zaloom en una entrevista reciente en México, no era enseñar, “no éramos una escuela, era televisión. Lo que hacíamos era abrir puertas de la ciencia de manera divertida; las partes detalladas le corresponden a maestros [y] a la gente que hace libros”.

Hay también quien se queja amargamente de que Beakman refuerza el estereotipo del científico despeinado y loco. Y es cierto, igual que el programa televisivo La teoría del Big Bang refuerza la imagen de los científicos como nerds inadaptados. Pero –aparte del hecho de que muchos científicos reales sí tienen algo en común con dichos estereotipos– si ese es el precio que hay que pagar por cambiar la imagen pública de la ciencia como algo ajeno, difícil, aburrido y peligroso para convertirla en algo disfrutable, interesante, divertido y estimulante, creo que vale la pena. Siempre habrá productos de divulgación más profunda para quien ya esté interesado en la ciencia.

En su libro El mundo y sus demonios, Carl Sagan afirmaba: “Sostengo que la divulgación de la ciencia es exitosa si, en principio, no hace más que encender la llama del asombro”. En mi opinión profesional, Beakman cumple con los tres requisitos fundamentales de la buena divulgación científica: su programa (y en menor medida, el sencillo show que trajo a México) comunica ciencia de manera clara, correcta y sobre todo ¡muy atractiva!. Su fama, poder de convocatoria y las vocaciones que despertó en México lo prueban. Quizá los científicos y divulgadores que creen que forzosamente el público tiene que “aprender” y consideran que la simple diversión no es válida como divulgación científica podrían aprender algo de él.

¡Mira!
El primer capítulo de El mundo de Beakman:



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miércoles, 20 de noviembre de 2013

Doctor Who y la Ciencia Ficción Televisiva

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 20 de noviembre de 2013

La relación entre ciencia y ciencia ficción siempre ha sido polémica. Los científicos solemos pecar de puntillosos, y queremos que cualquier cosa que incluya la palabra “ciencia” cumpla con el rigor al que estamos acostumbrados en nuestra disciplina.

Por eso, cuando nos gusta la ciencia ficción, tendemos a preferir la “dura”: la que se toma en serio la parte científica. (Y es que no a todos los científicos les gusta la ciencia ficción, a pesar de que Isaac Asimov proponía, en alguno de sus innumerables ensayos, que el gusto por ella podría ser un buen indicador para detectar candidatos a futuros científicos.) Esta ciencia ficción “seria” tiene gran cuidado de no violar –aparte de la premisa inicial, que suele ser ficticia– lo permitido por el conocimiento actualmente aceptado.

Pero existe también la otra ciencia ficción: la que vemos en películas y programas de televisión, y que normalmente es menos rigurosa. Se permite más libertad, más inexactitudes científicas, más fantasía. Así, en Viaje a las estrellas (Star trek) podemos ver extraterrestres humanoides con orejas puntiagudas que pueden aparearse con humanos, teletransportadores y naves que viajan más rápido que la luz; cosas similares pueden hallarse en cualquier programa moderno del género.

Y en el cine, La guerra de las galaxias (Star wars) lleva las cosas al extremo, introduciendo espadas láser, una misteriosa “fuerza” mística y otros recursos que hacen que muchos consideren que, más que a la ciencia ficción, pertenece al género de la fantasía pura.

Un caso aparte ha sido Doctor Who (o “El doctor misterio”, como se le conocía en México), el programa de TV de ciencia ficción más antiguo del mundo. De prosapia inglesa (producido por la BBC), nacido en 1963 (el próximo 23 de noviembre celebrará mundialmente, con bombo y platillo, su 50 aniversario), tenía como protagonista a un enigmático anciano que viaja por el cosmos en su máquina del tiempo, el TARDIS, que es más grande por dentro que por fuera y está camuflada de cabina telefónica.

El extraño y misterioso tema musical, la producción en blanco y negro, los originales monstruos que el Doctor encontraba en sus viajes y su mezcla de ciencia y fantasía hicieron que el programa perdurara. A lo largo de las décadas, el Doctor ha sido interpretado por 11 diferentes actores , y actualmente es bastante joven (resultó que es un extraterrestre que puede “regenerar” su cuerpo si corre riesgo de morir). Se ha convertido en toda una tradición inglesa y siempre ha tenido seguidores en otros países. Pero ha sido desde su resurgimiento, con nueva producción y mucho mejores efectos y argumentos, en 2005, que ha alcanzado fama mundial.

Yo, que he sido fan desde hace unos 40 años (cuando pasaron en México los primeros capítulos, en los años 70, y luego los del cuarto doctor, en los 80), confieso que probablemente debo parte de mi fascinación por la ciencia, y quizá parte de mi vocación profesional por conocerla y compartirla, a esa inquietante sensación de misterio que me provocaba ver al viajero de la cabina telefónica.

Ni duda: disfrutaré como enano el 50 aniversario de Doctor Who.

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miércoles, 28 de julio de 2010

Científicos en televisión

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en
Milenio Diario, 28 de julio de 2010

El otro día, con un amigo, mencioné algo sobre la teoría del Big Bang, y de inmediato vino la inevitable referencia: “¿el programa de TV?”.

Y es que The Big Bang theory, el genial programa cómico que debutó en 2007 y se ha convertido en un éxito mundial, representa un conflicto para quienes, como este columnista, tenemos formación científica.

Por un lado, es buenísimo. Tiene personajes entrañables, entre los que destaca el problemático Sheldon Cooper, físico teórico con dos doctorados y un IQ de 187, cuya completa carencia de habilidades sociales, humor y humildad (hay quien opina que tiene una forma leve de síndrome de Asperger, un tipo de autismo) lo hace al mismo tiempo insoportable, tierno y divertidísimo.

Junto con sus amigos Leonard, Howard y Rajesh trabaja en el prestigiado CalTech (Instituto Tecnológico de California), en Pasadena, y las aventuras de este cuarteto de nerds obsesionados por la ciencia y la tecnología –pero también con los cómics y otros elementos de la cultura geek) hacen que cada capítulo sea una ensalada de referencias a conceptos y teorías científicas –sorprendentemente correctas; el programa cuenta con asesores científicos serios– mezclados con las situaciones más chuscas. Una verdadera delicia para quien, más allá de la comedia, pueda apreciar los numerosos chistes y referencias científicas (incluso George Smoot, premio Nobel de física 2006, de quien hablamos aquí la semana pasada, participó en una breve secuencia al final de uno de los capítulos).

Pero por otro lado, la serie presenta una serie de estereotipos que la comunidad científica se ha esforzado por combatir desde hace mucho: muestra a los científicos como seres antisociales, inadaptados, geniales pero incapaces de realizar las tareas más sencillas, obsesivos, distraídos, ultra-lógicos y sin humor.

En realidad los científicos son sólo seres humanos… aunque, como bien sabe quien conviva con ellos –en especial físicos, o peor aún, matemáticos–todos estos estereotipos tienen cierta medida de realidad. Quizá por eso a los científicos nos fascina The Big Bang theory, aunque tengamos que pagar el precio de que, tarde o temprano, nuestros amigos nos digan que nos parecemos a Sheldon.



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