Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 12 de marzo de 2014
Si los niños de los 90 fueron la generación
Beakman, la de adolescentes de los 80 fuimos la generación
Cosmos.
Sí: me atrevo a comparar la obra maestra del astrónomo y magistral divulgador científico
Carl Sagan (1934-1996), estrenada en México
en 1982, con el alocado
programa infantil protagonizado por Paul Zaloom, que pasó aquí entre 1994 y 2002, porque a pesar de ser completamente diferentes y estar dirigidos a públicos muy distintos, comparten una característica: inspiraron, cada uno, a toda una generación. Nos acercaron a la ciencia, nos mostraron su valor (en dos estilos totalmente contrastantes, eso sí) e inspiraron un sinnúmero de vocaciones científicas. (Y lo mismo podría decirse de los documentales de
Jacques Cousteau, una generación antes…)
Cosmos fue producido por el sistema de televisión pública de Estados Unidos (PBS), y se convirtió en todo un fenómeno mundial. Como dijo
Álvaro Cueva ayer en
Milenio Diario, la serie “cambió la historia de la televisión”. Demostró que, contra lo que muchos decían (y algunos obtusos siguen diciendo), la ciencia puede no sólo vender en TV, sino ser todo un éxito.
Álvaro describe cómo corría al salir de los
boy scouts para llegar a ver el programa. Yo discutía con mis padres para que nos saliéramos de los eventos familiares para llegar a tiempo a lo que ellos, que no acababan de entender, consideraban sólo “ver la tele”.
No voy a describir tantas cosas valiosas que tenía la serie (y el libro que la acompañó, que sigue siendo una deliciosa lectura). Sólo diré que concuerdo con
Susana Moscatel, en
Milenio del lunes, cuando considera que su éxito se debió a que generó “una fascinación por los temas científicos para los que no tenemos la menor idea al respecto”. Y con Álvaro, para quien Sagan, “a diferencia de la mayoría de los promotores culturales que salían en la tele, era claro, transmitía emociones, nos contagiaba de su amor por la ciencia y nos dejaba con la boca abierta”.
¿Y qué hay de
la nueva serie? Que tiene mucho más presupuesto. Que presentará el conocimiento científico actualizado con lo que se ha descubierto en los 34 años que han pasado desde su estreno, en 1980. Que cuenta con mucho mejores, deslumbrantes, efectos. Que está hecha con amor –el primer capítulo incluye un sentido homenaje a Sagan–, porque en el equipo que la desarrolló está Ann Druyan, su viuda y colaboradora, y la conduce nada menos que
Neil DeGrasse Tyson, astrofísico, director del
Planetario Hayden (esa esfera maravillosa dentro de un cubo de cristal que está junto al Museo de Historia Natural de Nueva York), uno de los más activos divulgadores de la ciencia en la actualidad y un auténtico heredero del entusiasmo y el amor por compartir el conocimiento que tenía Sagan (además de ser mundialmente famoso, aunque muchos no sepan quién es, por
el meme que reproduce su imagen diciendo “ay sí, ay sí…”). La voz de Tyson, mucho más profunda y resonante que la de Sagan, es otra ventaja. Además, en el equipo participa también, lo que sorprende a muchos,
Seth McFarlane, el irreverente creador de la serie de caricaturas
Padre de familia (
Family Guy) y de la película
Ted.
Después de ver (en YouTube, en versión pirata que fue prontamente bajada de la red) el primer capítulo de la nueva serie, puedo decir que, efectivamente, se ve fenomenal. Aunque, como fan de la original, me quedan faltando algunas cosas. Me falta
la música de
Vangelis, que hoy podría sonar anticuada, pero que no fue sustituida por algo igual de fantástico. Me faltan las excelentes dramatizaciones de los episodios históricos que hoy, con más presupuesto y recursos técnicos, fueron sustituidas por animaciones. Me encanta la nueva “nave de la imaginación” de Tyson, pero extraño la belleza etérea de la semilla de diente de león de la de Sagan.
Pero, sobre todo, extrañé, al menos en este primer capítulo, la poesía que formó siempre parte de los textos y la prosa de Carl Sagan; la nueva serie puede ser más emocionante y sin duda igual de profunda y asombrosa, pero creo que apuesta más por mostrar lo espectacular del universo que por la belleza que la ciencia nos revela. Quizá sea una buena decisión para atraer a las nuevas generaciones, no sé. Ya veremos. El subtítulo del
Cosmos original era “Un viaje personal”; el de la nueva, “Una odisea espaciotemporal”. Quizá ahí está la explicación.
Como dice Susana, “el legado de Carl Sagan que se puede traducir en una sola palabra: conocimiento”. Pero, como aclara Álvaro, “aquello no era una clase de introducción a la universidad, era un espectáculo, como ir al cine, pero no, era diferente, poético, didáctico. ¡Genial!”. Concuerdo completamente con ellos. Para mí, igual que para Álvaro,
Cosmos era “mi”
Cosmos. No dudo que la nueva versión, que definitivamente me encantó, llegará a ser tan querida para mí, y para miles, como la original. ¡Disfrutémosla!
¿Te gustó? ¡Compártelo en Twitter o Facebook!:
Para recibir La ciencia por gusto cada semana