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miércoles, 14 de septiembre de 2016

Mentiras homofóbicas

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 14 de septiembre de 2016

El sábado 10 de septiembre de 2016 quedará como una fecha vergonzosa en la historia de México. El llamado Frente Nacional por la Familia logró su objetivo de organizar numerosas marchas en varios estados de la república (las cifras varían; la BBC reporta 16 ciudades en ocho estados) para protestar contra la iniciativa presidencial de elevar a rango constitucional los matrimonios igualitarios y otros derechos de las minorías no heterosexuales, como la adopción y la no discriminación (a través, entre otras cosas, de contenidos educativos que promuevan el respeto a la diversidad sexogenérica).

En realidad las marchas no fueron para defender a “la familia” (los organizadores insisten dogmáticamente en que sólo hay una, ideal: la nuclear tradicional, y desconocen a todas las otras familias que existen en el mundo real). Fueron marchas para luchar contra los derechos de las minorías sexuales. Marchas para promover el odio homofóbico, por más que muchos de quienes las promueven y participan en ellas quizá sean demasiado miopes para darse cuenta de ello.

Aunque sus organizadores inflen sus cifras (hablan de más de un millón, mientras que las autoridades de protección civil manejan cifras de entre 400-500 mil, y otras fuentes de no más de 310 mil), el éxito de las marchas es innegable. Y eso es muy preocupante. Frente a esta campaña de promoción de los antivalores homofóbicos, nuestra sociedad ha fracasado en impulsar ampliamente una cultura democrática de respeto a los valores humanos. Cierto: se ha avanzado, y mucho. Pero aún falta mucho más por lograr.

Se manejaron muchas mentiras para convencer a la gente de acudir a las marchas. Aquí una breve lista: “las marchas son organizadas por los padres de familia”; “no es un movimiento religioso”; “los obispos, aunque marcharon, no organizaron las marchas; sólo las acompañaron”; “las marchas eran actos de buena voluntad”; “Se obligará a niños a elegir su género y se encarcelará a los padres que se opongan a ello”; “el matrimonio sólo sirve para procrear y tener hijos”; “El matrimonio no es un derecho, es una institución”; “La adopción es un derecho del niño, no de los padres” (me pregunto cómo pude un niño ejercer su derecho de ser adoptado).

Los conservadores católicos que organizaron y participaron en las marchas y en las demás actividades del Frente Nacional por la Familia también construyen hombres de paja para luego disparar contra ellos, como la idea de que hay un complot internacional para difundir algo que llaman “la ideología de género”: un ente brumoso que entre otras cosas busca borrar las diferencias entre los sexos (o algo así). Curiosamente, los estudios de género no tienen que ver nada con este absurdo, sino con el análisis y defensa de la diversidad sexual y de género (entre otras muchas cosas). Llamarle “ideología” es una forma de manipular la opinión pública para defender… otra ideología: la religiosa.

Una de las herramientas básicas para el diálogo democrático es la discusión libre basada en información confiable. Muchas veces, en muchos temas, esa información confiable es producto de la investigación científica. Y es aquí donde el Frente por la Familia, en la promoción de sus muy válidas, aunque siempre debatibles, creencias religiosas, actúa con más dolo. He aquí algunas de estas mentiras que presentan como hechos basados en la ciencia.

1) “La familia y el matrimonio son instituciones naturales”. Falso. Nada tienen de natural tales instituciones. Cierto: hay animales en los que el cuidado parental de las crías está a cargo de ambos progenitores. Pero hay muchos otros en los que no sucede así, y en los que se encuentra toda una gama de opciones que va del abandono al cuidado monoparental o al cuidado comunal. Las sociedades humanas han creado instituciones como el matrimonio y los distintos tipos de familia como respuestas a necesidades sociales que van mucho más allá del cuidado de los hijos: entre ellas, el mantener el patrimonio material dentro de un linaje consanguíneo, o el establecer roles de género que hoy han sido ampliamente cuestionados y superados.

2) “El matrimonio igualitario daña a la familia o a los niños”. Falso. No hay datos ni argumentos para sustentar el daño que las familias tradicionales sufrirían sólo porque se reconozca la existencia de otros tipos de familia. Y hay, en cambio, muchas investigaciones científicas serias que demuestran que los niños criados por familias homoparentales, sean éstos propios o adoptados (porque las y los homosexuales pueden tener hijos, y muchos los tienen) no presentan diferencias con los hijos de familias tradicionales en cuanto a salud, desarrollo físico o mental, desempeño educativo e incluso en cuanto a su habilidad para conseguir, ya como adultos, empleos bien remunerados.

3) “La homosexualidad es un comportamiento enfermo, desviado, anormal, antinatural y dañino, y por tanto reprobable en sí mismo”. Quizá esta sea la mentira que subyace a todo el movimiento “por la familia”. Pero aunque durante siglos fue algo que se aceptaba como un hecho, hoy sabemos que no es más que un prejuicio carente de todo fundamento. Las orientaciones no heterosexuales han sido retiradas de las listas de enfermedades mentales como resultado de investigaciones serias que confirman que quienes las portan son personas tan normales, productivas y felices como cualquiera otra, y se sabe hoy que el comportamiento homosexual es frecuente en prácticamente todas las especies animales en las que se ha investigado.

El próximo sábado 24 de septiembre está convocada una “megamarcha” más, ahora nacional, en la capital del país. Habrá que ver qué tanto éxito tiene. Yo en lo personal tengo la esperanza de que, como ha ocurrido en otras protestas de tipo religioso (como las que hubo ante el inicio del "reality show" Big Brother, y luego ante el estreno de la película El crimen del padre Amaro), estas manifestaciones hagan que autoridades y legisladores se den cuenta de que urge convertir lo que la Suprema Corte de Justicia ya estableció como derechos en leyes aplicables a toda la federación.

Porque en un Estado laico, democrático y que defiende los derechos humanos, no puede haber ciudadanos de segunda.

(Otro asunto más: El Frente Nacional está también defendiendo un supuesto “derecho de los padres a educar a sus hijos”, con lemas como “No te metas con mis hijos” y “Si es mi hijo, yo lo educo”. Esta demanda, que suena lógica, es la expresión de una lucha que se remonta a los tiempos de la Reforma juarista y de la Guerra Cristera. Cierto, los padres tienen derecho a educar a sus hijos e incluso a inculcar en ellos creencias religiosas… pero sólo en el ámbito privado. En el público, el Estado esta obligado a garantizar una educación laica, libre de creencias religiosas, y que promueva la mayor igualdad posible entre todos los ciudadanos. Desde hace mucho el conservadurismo religoso pretende retomar el control de la educación pública, como lo tenía la iglesia antes de la Reforma. Se trata de una lucha ideológica entre quienes buscan restaurar una república confesional y quienes defendemos el Estado laico. Hay que tenerlo claro.)

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miércoles, 27 de julio de 2016

La Iglesia y el ano

Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 27 de julio de 2016

La Iglesia Católica, y en particular la Arquidiócesis Primada de México, parecen tener una especial obsesión con el ano. Y más precisamente, con el sexo anal.

O al menos, eso es lo que parece al leer los artículos que, como parte de la violenta campaña que la Curia ha desatado en contra de la iniciativa presidencial para legalizar los matrimonios entre personas del mismo sexo, anunciada por el presidente Peña Nieto en mayo pasado, ha publicado su semanario Desde la fe.

En el segundo de una serie de cinco artículos, publicados originalmente en agosto de 2015, y que han vuelto a circular en las últimas entregas del semanario (aquí puede usted leer las cinco entregas reunidas en un solo texto), la Arquidiócesis afirma que las relaciones homosexuales “son un problema de salud”.

El hecho de que las relaciones sexuales entre varones suelan incluir –entre otras cosas– la penetración del pene en el ano es un tema del que no se suele hablar expresamente. El ano, a pesar de que todos tenemos uno que usamos diariamente, es una zona del cuerpo que estamos educados para ver con rechazo y asco. En parte es natural, pues a través de él se elimina el excremento que, además de su olor desagradable, contiene enormes cantidades de microbios que pueden causar infecciones.

En el texto de Desde la fe, la Arquidiócesis señala que “La mujer tiene una cavidad especialmente preparada para la relación sexual, que se lubrica para facilitar la penetración [y] resiste la fricción”. Lo cual es cierto, aunque luego añade que esa “cavidad”, cuyo nombre no se atreve a decir, “segrega sustancias que protegen al cuerpo femenino de posibles infecciones presentes en el semen”, lo cual, además de falso, revela la visión del semen que tiene la iglesia: algo nocivo y potencialmente infeccioso....

“En cambio –continúa el texto–, el ano del hombre no está diseñado para recibir, sólo para expeler. Su membrana es delicada, se desgarra con facilidad y carece de protección contra agentes externos que pudieran infectarlo. El miembro que penetra el ano lo lastima severamente: causando sangrados, infecciones, y eventualmente incontinencia, pues con el continuo agrandamiento, el orificio pierde fuerza para cerrarse.”

Esto no es más que una sarta de inexactitudes. Cierto, la función del ano y recto es la expulsión de materia fecal, y su penetración violenta o forzada puede causar daños. La mucosa rectal es menos resistente a la fricción que la vaginal, pero dista, afortunadamente, de ser delicada y frágil. Y claro, aunque sólo fuera por higiene, en toda penetración anal el uso del condón se debería dar por descontado (pero el recto y ano sí cuentan con protección contra infecciones; de otro modo, viviríamos continuamente con éstas, tomando en cuenta la cantidad de microbios presentes en la materia fecal).

En realidad el sexo anal (o, más correctamente, el coito anal) dista de ser una práctica exclusiva de los homosexuales, o algo poco común. Millones de parejas, homo u hetero, lo practican felizmente de manera regular. Consulte usted cualquier página seria de sexología (o el sitio de videos porno de su preferencia), para ver a parejas de cualquier sexo y orientación sexual disfrutándolo. Lo único que se necesita, además de condones, es un poco de cuidado, paciencia, práctica y lubricante. (Muchos varones heterosexuales, por cierto, lo disfrutan también con sus parejas femeninas a través de la penetración digital o con dildos, pues la estimulación de la próstata que se logra puede ser enormemente placentera.)

El sexo anal es un tema que durante mucho tiempo, y todavía para muchas personas, sigue siendo “tabú”. Pero al mismo tiempo es y ha sido siempre una práctica sexual perfectamente común, disfrutable y que, correctamente realizada, no tiene por qué producir ningún daño (lo del ano que se vuelve guango por el uso no pasa de ser una sandez sin fundamento; de otro modo las personas que sufren de estreñimiento perderían rápidamente el tono muscular del esfínter anal; y uno no ve que los anuncios de proctólogos abunden en bares, revistas o sitios web gays).

Usar al sexo anal de pretexto para hacer creer que los matrimonios homosexuales dañan la salud es desinformar de manera malintencionada y tramposa. (No vale la pena ni comentar otras mentiras contenidas en el texto publicado en Desde la fe, como que “la mayoría de los homosexuales reconoce tener adicción al sexo, e inclinación hacia un estilo de vida promiscuo”, o que el condón “deja pasar virus microscópicos así que realmente no ofrece segura protección”.)

La campaña de la Arquidiócesis, que no se limita a los artículos del semanario, propaga ideas que propician la discriminación y el odio, además de datos erróneos sobre la salud. Tanto la Secretaría de Gobernación como la de Salud deberían plantar una postura firme, como ya lo están haciendo algunas organizaciones LGBTTTI, frente a esta campaña que vulnera al Estado Laico y la estrategia nacional de salud, además de los derechos humanos de las minorías sexuales.

Cada quien hace de su ano un papalote, dice el dicho. La Arquidiócesis debería tratar de superar su obsesión con la forma en que uno decida usarlo.

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miércoles, 25 de mayo de 2016

De prejuicios a derechos

Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 25 de mayo de 2016

Vuelvo a repetirlo: pese a todo, la humanidad avanza.

A pesar del ánimo pesimista que reina en el mundo, y de las profecías apocalípticas que promueven la desesperanza, las sociedades humanas progresan. Lenta, muy lentamente, pero progresan. La esclavitud, que durante siglos fue no sólo legal, sino normal y “natural”, es hoy reconocida como un crimen intolerable. La visión racial que consideraba “inferiores” a ciertos grupos con base en el color de su piel y otros rasgos físicos superficiales, y justificaba con ello negarles derechos, es hoy ya rechazada, al menos en principio, por todas las sociedades. Aunque siga habiendo discriminación racial, es ya claro que ésta no es defendible.

La supeditación de las mujeres –media humanidad– al arbitrio de los machos de la especie, otra constante milenaria, es hoy ya ampliamente rechazada como injusta y dañina; y aunque falta mucho camino por andar, es claro que ya no es un tema que requiera discusión, sino educación. Lo mismo ocurre con los derechos de personas con capacidades diferentes, que poco a poco van siendo reconocidos aunque a todos nos falte mucha educación para ir erradicando los hábitos discriminatorios con los que crecimos y de los que ni siquiera nos percatamos.

Lo mismo está pasando hoy –en una historia que viene desde los primeros disidentes del siglo XIX y XX, pasando por los levantamientos del orgullo homosexual de Stonewall en 1969, la toma de conciencia obligada por el sida en los 80, y el reconocimiento legal en diversos países en los últimos años– con los derechos de las minorías sexuales y de género. Los famosos LGBTTTI: lesbianas, gays, bisexuales, travestis, transexuales, transgénero e intersexuales (aunque hay quien exige incluir otras iniciales como Q, por queer).

Todas estas luchas parten de la reflexión ética y la lucha contra la injusticia que resultan inevitablemente de la naturaleza humana a través de la historia. Y todas ellas, sin la menor duda, han tenido en la ciencia un aliado indispensable, que ha aportado el conocimiento firme que pone en evidencia que todos los argumentos para discriminar a algún grupo humano carecen, de manera categórica, de fundamento.

Nunca he sido peñista ni priísta. Tampoco perredista, panista (dios no lo permita) ni mucho menos morenista. Pero pienso que a las personas y a las instituciones –a diferencia de los escritores– hay que juzgarlas no por sus palabras, sino por sus acciones. Y las iniciativas presentadas por el presidente Peña Nieto el pasado 17 de mayo, durante la celebración –por primera vez usando su nombre correcto en nuestro país– del Día Internacional contra la Homofobia, merecen ser reconocidas como un avance histórico.

Se busca no sólo legalizar los matrimonios entre personas del mismo sexo, sino también dar plenos derechos a las minorías sexuales, combatir la discriminación en leyes y por parte de servidores públicos, educar a los ciudadanos en el respeto a la diversidad sexogenérica, facilitar los trámites para que las personas transgénero tengan documentos que concuerden con su persona, y, en resumen y citando a Peña, “asegurar que todos los mexicanos, sin importar su condición social, su religión, su preferencia sexual, su condición étnica tengan la oportunidad de realizarse plenamente y ser felices”.

Desde luego, las críticas de los sectores más conservadores de la sociedad, en especial del clero católico, no se han hecho esperar, citando los argumentos más absurdos: referencias a un “matrimonio natural” que no existe más que en la imaginación de los mismos que defienden el antinatural voto de castidad y ocultan el abuso a menores; grotescas analogías mecánicas entre “tuercas” y “tornillos” que no se sostienen ni por un momento ante la realidad –y popularidad, consulte usted a cualquier sexólogo– del sexo anal, hetero u homosexual; y reclamos de obediencia a un texto sagrado que nada tiene que hacer en una discusión sobre derechos humanos en una democracia laica.

También han menudeado las críticas respecto a la motivación electorera o populista detrás de la propuesta presidencial. Y sí: es evidente que la decisión busca mejorar la imagen pública del mandatario. Aunque también hay que aceptar que es una apuesta arriesgada, tomando en cuenta el tradicionalismo católico de un amplio sector de la población, sobre todo en los estados.

Pero todo ello es secundario ante los hechos: Peña Nieto se atrevió a proponer, de la manera más pública posible, lo que nadie había propuesto –y muchos habían obstaculizado. Con ello suma a nuestro país a una tendencia internacional que poco a poco va resultando imparable, en esta larga y lenta marcha civilizatoria.

En lo personal, repito, no me importan los motivos, sino los actos. Habrá, eso sí, que vigilar y exigir que las propuestas presidenciales se transformen en hechos. Entonces podremos aplaudir sin reservas.

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miércoles, 20 de enero de 2016

El cuerpo equivocado

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 20 de enero de 2016

Si no ha ido usted a ver esa joya cinematográfica que es La chica danesa (The danish girl), de Tom Hopper, ¿qué espera? Disfrutará no sólo de una cinta llena de belleza visual (cada paisaje y cada locación parecen un cuadro exquisito), sino de una historia conmovedora acerca de un tema que hoy es más actual que nunca. Y que, para colmo, está basada en una historia real (cosa que yo no sabía cuando la fui a ver).

Trata de la vida de Lili Elbe (1882-1931), la primera mujer transexual de que se tiene noticia (interpretada magistralmente por Eddie Redmayne, el actor inglés que año pasado ganar el Oscar por su encarnación del famoso Stephen Hawking). La película está basada en la novela del mismo título de David Ebershoff, que a su vez fue “inspirada” (en palabras del autor) en la vida de Elbe, a través de su libro autobiográfico Man into woman (“De hombre a mujer”) y su correspondencia.

La novela de Ebershoff es ficción, y no se apega demasiado rigurosamente a los hechos de la vida de Elbe. A su vez, la cinta de Hopper cambia muchos detalles de la novela. Aun así, es fascinante conocer la vida de quien fuera el pintor Einar Wegener, casado con la también pintora Gerda, y ser testigo del creciente conflicto que surge en él luego de posar usando ropa de mujer para su esposa. Esta experiencia libera en él impulsos suprimidos durante toda su vida, que lo llevan a pasar al uso de ropa femenina (travestismo) y al surgimiento de su verdadera personalidad femenina (identidad transgénero) y su necesidad de convertirse en mujer transexual mediante cirugía, con los consecuentes problemas y complicaciones.

Lili Elbe expresaba que ser mujer era su verdadera identidad; se sentía, como tantas personas transgénero, “atrapada en un cuerpo del sexo equivocado”. Pudo comenzar a corregir esto con ayuda del doctor Magnus Hirschfeld, el célebre pionero alemán de la sexología (quien llegó a ser llamado “el Einstein del sexo”, acuñó el término “homosexual” y fue uno de los primeros defensores de la diversidad sexual; es famosa su frase “la homosexualidad es parte del plan de la naturaleza, igual que el amor normal”). Inicialmente Hirschfeld operó a Lili para extirpar sus testículos (aunque esto no aparece en la cinta).

Posteriormente otro médico, Kurt Warnekros, le realizó tres operaciones más para remodelar sus genitales y construirle una vagina. En la tercera de estas cirugías, que eran altamente experimentales, se le implantó un útero, con la esperanza de que pudiera llegar a tener hijos. Desgraciadamente, Lili murió a los tres meses, debido al rechazo del tejido trasplantado.

La valiente Lili Elbe, junto con Hischfeld y Warnekros, puede ser considerada una pionera de la moderna cirugía de reasignación de sexo, que ayuda hoy a tantas personas transexuales a vivir una vida acorde con su sexo y género percibidos.

Aun así, sigue siendo necesario informar y educar a la población sobre el tema, pues resulta, además de inquietante y polémico, confuso. En la cinta, por ejemplo, un galán le pregunta a Lili si, después de sus operaciones, es una mujer “verdadera”. El problema con la transexualidad y las cirugías de cambio de sexo es que trascienden nuestras tradicionales –y limitadas– categorías de “hombre” y “mujer”. El galán de Lili es homosexual; le atraen los hombres, las personas de su mismo sexo. Cuando Einar se transforma en Lili, deja de sentirse atraído a ella. Lili, en cambio, no es homosexual, sino transgénero: siente que pertenece al sexo “opuesto” a su sexo biológico, y se considera una mujer heterosexual (o quizá bisexual, pues en la relación con su mujer Gerda, quien era su cómplice en su etapa de travestismo transgénero, antes de sus operaciones, parece haber habido un componente lésbico).

Hoy el respeto a los derechos humanos de los transexuales indica que debemos reconocer el género con el que se identifique una persona, no su sexo biológico. Un hombre que se siente mujer y se viste y actúa como tal es una mujer transgénero; si se ha operado, es una mujer transexual. En ambos casos, lo correcto es hablarle y referirse a ella en femenino. Lo inverso ocurre en el caso de una mujer que se identifica como hombre: se trata de un hombre transgénero o transexual.

Y queda pendiente la discusión y el reconocimiento amplio de los derechos de otras minorías sexuales como los bisexuales (que sienten atracción por ambos sexos), intersexuales (que tienen genitales ambiguos) y las personas queer (que no sienten la necesidad de identificarse con ningún género, y suelen adoptar un aspecto andrógino). Sin dejar de mencionar a los llamados asexuales, que no sienten atracción sexual.

Como se ve, es un tema enredado. Sin embargo, los avances sociales y en derechos humanos, junto con el mayor conocimiento científico sobre la biología y la psicología de la sexualidad, han ido permitiendo una verdadera revolución que está cambiando y haciendo mejores las vidas de todas las personas no heterosexuales en el mundo.

Así como la película Filadelfia fue, en su momento, un gran detonador para cambiar la percepción pública de los homosexuales en todo el mundo, quizá La chica danesa ayude a crear conciencia sobre los derechos de las personas transgénero. Enhorabuena. Ojalá gane varios Óscares.


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miércoles, 4 de junio de 2014

Sexo, género y diversidad

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 4 de junio  de 2014

El cerebro humano tiene una tendencia innata a ver las cosas en blanco y negro. Cuesta trabajo superar esa primera impresión, mediante un análisis más cuidadoso, para percibir la realidad como una gama de grises entre esos dos extremos… o incluso como todo un surtido de colores posibles.

Por eso, cuando en la más reciente edición del Festival de Canto Eurovisión la triunfadora fue la hoy famosa Conchita Wurst, el público y los medios de comunicación se sintieron confundidos. ¿Era una “mujer barbuda”, como la definieron los periódicos? ¿Un hombre travestido? La imagen de Conchita perturbó la clásica dicotomía hombre/mujer que normalmente damos por sentada.

En realidad Conchita es un personaje creado por un artista, el austriaco Thomas Neuwirth, de 25 años. Neuwirth es hombre, pero ¿y Conchita, su álter ego? No es un hombre queriendo parecer mujer: la barba lo desmiente (en su vida diaria, paradójicamente, Neuwirth no la usa). Pero tampoco es, evidentemente, una mujer.

Mucha gente cree que, ante casos que desafían los roles sexuales tradicionales, basta con agregar lo que algunos definen, con muy poco acierto, como “el tercer sexo”: los homosexuales. Y sí: añadir esa categoría, y la adicional de los bisexuales, que se encontrarían a la mitad en la escala de grises entre hetero y homosexualidad, parecería a primera vista resolver el problema.

Pero, aunque Neuwirth es gay, Conchita es otra cosa. Su existencia es un intento valiente de mostrar que no todas las personas caben en categorías preestablecidas. (Desgraciadamente, no han tardado en surgir las manifestaciones de repudio y hasta odio en países como Rusia, donde la homofobia y el rechazo a la diversidad parecen ser la moda, como si quisieran regresar al siglo XVIII).

Otro caso reciente es el del pequeño Ryland Whittington, de San Diego, California, hoy de seis años y que nació siendo niña, pero que desde que comenzó a hablar afirmó ser “un niño”. Sus padres han aceptado la identidad de su hijo, y gracias a un video publicado recientemente en internet se han convertido en ejemplo del respeto a la diversidad de género. Ryland es entonces un niño transgénero, no “una niña”, como erróneamente se publicó en muchos medios.

Quizá el problema es que en estas discusiones se confunden varias categorías. La más evidente, y a la que tendemos a reducir todo, es el sexo biológico: hay machos y hembras. Y creemos que todo individuo tiene que caber en una de estas categorías. Pero existen también los hermafroditas: individuos que, por diversas razones (genéticas, cromosómicas, hormonales, etc.) poseen órganos sexuales y caracteres sexuales secundarios intermedios entre ambos sexos. La cantidad de individuos intersexuales es más alta de lo que se cree (hasta 1% de la población), y abarca toda una gama de posibilidades entre los dos extremos.

Otra dimensión es la orientación sexual: hacia quién se siente uno atraído: existen así homosexuales, bisexuales, heterosexuales y todas las posibilidades intermedias (incluyendo a los que se definen como “asexuales”, aunque esto confunde todavía más las cosas).

Y una más es la identidad de género: con cuál genero nos identificamos –masculino, femenino, andrógino y sus grados intermedios– y cómo lo expresamos en nuestra imagen externa y nuestro comportamiento. Hay homosexuales afeminados y otros varoniles, igual que los hay heterosexuales, sean hombres o mujeres. Y hay, por ejemplo, varones heterosexuales que se asumen como hombres pero que gustan de travestirse.

Tom Neuwirth es gay, pero Conchita no ha hecho pública su orientación sexual. Y el pequeño Ryland, en caso de que le gustara el sexo opuesto al que él ha asumido, tendría que ser definido como heterosexual.

La pareja formada por los argentinos Alexis Taborda y Karen Burselario, que ha saltado a la fama por ser ambos transgénero (él nació como mujer, y ella como hombre) y porque él está embarazado y dará a luz al hijo de ambos (pues no se han operado para cambiar sus sexos biológicos; es por eso que el término “transexual” sería inadecuado para describirlos), termina de mostrar que hoy día, gracias por un lado al reconocimiento de la diversidad sexogenérica y los derechos de la población LGBTTI (lesbianas, gays, bisexuales, transgénero, transexuales e intersexuales), junto con los avances científicos, médicos, sociales y jurídicos que permiten una gran fluidez en
las identidades, hacen que hoy los conceptos clásicos de hombre y mujer resulten ya limitados e insuficientes. Al menos para una parte minoritaria, pero no por ello menos importante, de la población.

No hay duda: aunque existen el blanco y el negro, quien así lo desee (o lo necesite) dispone hoy de toda la gama del arcoíris para construir su propia identidad. Y los demás debemos respetarla.

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miércoles, 7 de mayo de 2014

¿Qué nos hace machos?

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 7 de mayo  de 2014

No: no me refiero a esos comportamientos ofensivos y discriminatorios que muchos mexicanos todavía asociamos con la “hombría”, sino a las características biológicas –genéticas, de hecho– que distinguen a los machos y las hembras de una especie.

Vayamos de lo muy sabido a los poco conocido. Para comenzar, son las hembras las que cargan con la mayor parte de la carga reproductiva, al menos en la mayoría de los mamíferos: además de aportar un óvulo, con la mitad de la información genética del futuro bebé, tienen que gestarlo en su interior, darlo a luz y criarlo dándole de mamar. El macho sólo necesita, estrictamente, aportar un espermatozoide que lleva la otra mitad de los genes.

Pero es a nivel genético donde están las verdaderas diferencias. Más específicamente, en los cromosomas: esas madejas de ADN enrollado sobre proteínas que se hallan en el núcleo celular (cuando la célula se va a dividir; el resto del tiempo el ADN cromosómico tiende a estar desenrollado, formando la cromatina, para permitir que la información genética que contiene sea leída).

Los seres humanos tenemos 23 pares de cromosomas (un juego proviene de la madre, otro del padre). Lo que diferencia a hembras de machos es uno de esos pares en específico: los cromosomas sexuales. Los otros 22 (autosomas) son idénticos en hombres y mujeres, pero las hembras tienen dos cromosomas sexuales X (llamados así por su forma), mientras que los machos tenemos sólo uno, acompañado de un cromosoma Y (que, ya se imaginará usted, tiene la forma de esta letra).

Sí: eso que hace que los machos nos enorgullezcamos de serlo, aquello que garantiza nuestra hombría y que, según el estereotipo ancestral, nos distingue de las débiles y necesitadas mujeres, se halla precisamente en nuestro gallardo cromosoma Y.

Y que tales estereotipos son totalmente infundados es obvio, más allá de argumentos de igualdad, capacidad y derechos humanos de las mujeres, con sólo echar un vistazo a dicho cromosoma: a diferencia del X, un cromosoma hecho y derecho, el Y es poco más que un minúsculo muñón, mutilado, empobrecido y más bien miserable: un cromosoma degenerado.

Acortamiento evolutivo
del cromosoma Y
¿Cómo es esto? A pesar de que el genoma humano se descifró desde el 2000 –¡hace casi 15 años!–, el cromosoma Y humano, y de otros animales, ha sido especialmente difícil de analizar debido a que, a pesar de su pequeño tamaño, contiene una gran cantidad de repeticiones que confunden y dificultan su lectura. Pero estudios recientes han permitido comenzar a descifrar la evolución del cromosoma Y. Se descubrió así que originalmente era un cromosoma completo, como el X, pero que a lo largo de millones de años se aisló de su pareja y fue perdiendo más y más genes, hasta conservar casi sólo los que se requieren para determinar que el sexo de un embrión sea masculino (pues la programación “por default” es ser hembra).

Pues bien: el pasado 24 de abril la revista Nature publicó un par de artículos que profundizan en el asunto. Uno, firmado por Daniel Bellot y su equipo, del Instituto of Tecnológico de Massachusetts (MIT), compara los cromosomas Y de siete mamíferos (rata, ratón, toro, mono tití, macaco Rhesus, chimpancé y humano) y un marsupial (el tlacuache o zarigüeya, que como todos los marsupiales, termina de criar a sus pequeños en una bolsa en su vientre) y revela que, luego de la masiva pérdida inicial, unos 36 genes restantes en el cromosoma Y se han mantenido bastante estables en los últimos 78 millones de años.

El otro artículo, del biólogo mexicano Diego Cortez –egresado de la Facultad de Ciencias de la UNAM y actualmente en la Universidad de Lausana, Suiza– y sus colaboradores, describe el uso de una técnica novedosa para estudiar los cromosomas Y de 10 mamíferos, un monotrema (el ornitorrinco, que tiene cinco cromosomas sexuales X y cinco Y) y un ave (la gallina, aunque en aves el cromosoma masculino se llama W). Identificaron así 134 genes conservados –el doble de los conocidos hasta ahora– y descubrieron que los cromosomas Y de mamíferos con placenta, monotremas y aves se originaron independientemente.

El cromosoma Y no es para nada tan espectacular como le gustaría a los machistas. Pero tampoco es insignificante, y tiene su historia. Y sin él, la especie no se podría reproducir. Es un pobre consuelo, pero algo es algo…

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miércoles, 22 de enero de 2014

Los enredos del sexo

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 22 de enero  de 2014

Reproducción en levaduras
No hay duda: el sexo puede ser muy complicado (y, según Freud, da origen a gran parte de los problemas de la especie humana). Pero si para los humanos es difícil, hay que imaginarse cómo será para otras especies de animales que tienen posibilidades que nosotros ni imaginamos, como ser hermafroditas, poder cambiar de sexo o incluso reproducirse por partenogénesis, sin necesidad de que el óvulo sea fertilizado por un espermatozoide.

Y hay modalidades de reproducción todavía más embrolladas. Desde nuestra visión antropocéntrica, tendemos a pensar siempre en términos de machos y hembras. Pero lo que define a los sexos no es, como pudiera pensarse, quién ejerce la penetración o quién es penetrado en el coito. Biológicamente, la definición de “hembra” es el sexo que produce un gameto (célula sexual) grande y estacionario, y “macho” es el que tiene gametos pequeños y móviles.

A su vez, el sexo de un individuo está determinado por sus cromosomas. En general, un cromosoma Y (y uno X, para completar el par de cromosomas sexuales) produce machos, mientras que su ausencia (dos cromosomas X en el par sexual) produce hembras.

Pero eso ocurre sólo en especies anisogámicas (literalmente, con gametos distintos). En las especies isogámicas, como muchas plantas, los gametos de ambos sexos son iguales (pueden ser móviles o fijos): no hay óvulo ni cromosoma espermatozoide. Los “sexos” de estas especies –que los especialistas denominan más bien “tipos sexuales” o “tipos de apareamiento”– suelen designarse, simplemente, con los signos + o –.

Y luego están los microorganismos. Las levaduras, por ejemplo, hongos unicelulares, pueden usar la típica reproducción asexual, por gemación, que produce dos células idénticas, o la más interesante reproducción sexual entre células de dos tipos, llamados “a” o “alfa” (en este caso no se usan los signos). Las a sólo se aparean con las alfa, y viceversa. ¡Ah, pero si es necesario, una célula puede, mediante un interesante sistema de “cassettes” genéticos intercambiables, cambiar su sexo!
Tetrahymena thermophila apareándose

Y el colmo son algunos protozoarios como Tetrahymena thermophila, organismo modelo usado en muchos laboratorios y que ha permitido hacer grandes descubrimientos en biología molecular, cuyas células tienen dos núcleos: un micronúcleo (o núcleo sexual), que sirve para la reproducción, y un macronúcleo (o núcleo somático), que se ocupa de todas las demás funciones celulares. Las células de Tetrahymena pueden aparearse para reproducirse sexualmente, pero existen ¡siete sexos!, llamados, con poca imaginación, I, II, III, IV, V, VI y VII, que pueden dar lugar a 21 combinaciones (un sexo no puede aparearse consigo mismo).

No hay duda: el sexo puede ser muy complicado. A veces, más de lo que uno creería.

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