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jueves, 9 de mayo de 2019

La marcha por la ciencia 2019

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
9 de mayo de 2019
A Carolina Santillán y Edilberto Peña. ¡Gracias! 

El pasado sábado 4 de mayo tuvo lugar, en la ciudad de México la tercera Marcha por la Ciencia.

No sólo ahí, claro. También en varias otras ciudades del país, como Guadalajara, San Luis Potosí, Cuernavaca, Morelia, Irapuato, Puebla y Xalapa. Y asimismo en numerosas ciudades de los Estados Unidos y del mundo. Unas 100 en todo el planeta.

Si bien la marcha se originó hace dos años en Estados Unidos como una respuesta a las políticas anticientíficas de Donald Trump –que hacen ver a George W. Bush como un culto mecenas de la ciencia–, se convirtió inmediatamente en un movimiento mundial.

Cada país y cada región, además defender las causas comunes –el valor intrínseco y práctico de la investigación científica y tecnológica, su papel indispensable para el desarrollo y bienestar de las naciones y sus ciudadanos, la necesidad de una inversión y apoyo suficiente en esas áreas, el combate a creencias dañinas y carentes de fundamento científico como el negacionismo del cambio climático o el movimiento antivacunas– le añade también su sabor local, promoviendo causas particulares a sus circunstancias.

En la Ciudad de México, este año, marchamos unas mil 500 personas, en un ambiente festivo, relajado y, por fortuna, relativamente poco politizado (las estimaciones varían entre 700 y 5,000, y se complican porque la cantidad de gente también variaba dependiendo de la hora en que contara). Menos que el primer año; más que el año pasado.

Pero por supuesto, los complicados momentos que vivimos en México, en lo político, lo económico y lo ideológico, motivaron a diversos grupos e individuos a llevar pancartas y consignas mucho más específicas a la realidad nacional.

Algunos para oponerse abiertamente a los recortes en el presupuesto público en ciencia y tecnología, producto de una política de “austeridad republicana” (sigo preguntándome que significado puede tener, en este contexto, el innecesario adjetivo), que no tendría que hacer en el campo de la ciencia y la tecnología, siempre tan castigado, y que contradice las promesas del presidente López Obrador en campaña.

Otros para protestar contra puntos específicos de las políticas impuestas por la actual dirección general del Conacyt, que van desde cambiarle el nombre añadiéndole una H –“¿Chonacyt?”, se pregunta en tuiter, socarronamente, la astrónoma Julieta Fierro– “para incluir a las humanidades” –que siempre han estado incluidas–, hasta cancelar programas exitosos o importantísimos, escatimar fondos para apoyar a instituciones vitales en el sistema científico-tecnológico y su relación con la sociedad (Academia Mexicana de Ciencias, sociedades científicas…) o la pretensión de incluir el llamado “conocimiento tradicional de los pueblos” como parte de la esfera de acción del Conacyt, que por definición es la ciencia.

Otros más, para pedir más apoyo a instituciones de formación o investigación científica, como la Universidad Autónoma Metropolitana (en ese momento todavía en huelga), los Institutos Nacionales de Salud y Hospitales de Alta Especialidad (cuyos investigadores están contratados como burócratas, no como académicos, y que en conjunto ocupan el segundo lugar en producción científica – artículos científicos en revistas internacionales arbitradas– en México, sólo detrás de la propia UNAM), los Centros de Investigación Conacyt y otros.

En la marcha estuvieron investigadores destacados de la talla del biólogo evolutivo y especialista en origen de la vida Antonio Lazcano; el físico Gerardo Herrera Corral, líder del equipo mexicano que participa en el Gran Colisionador de Hadrones del CERN Europeo (quien, por cierto, cargó durante la marcha un grueso y simbólico libro: Física cuántica)toda ; el ecólogo Rodrigo Medellín, famoso, además de su investigación, por su activismo a favor de murciélagos y jaguares, entre otras especies amenazadas; el notable especialista en comportamiento animal Hugh Drummond; la doctora Ana Flisser, experta en cisticercosis; Ana Sofía Varela, joven doctora en química galardonada por la UNESCO, y otros más. Además, por supuesto, de muchos otros investigadores, trabajadores y profesores científicos, además de entusiastas estudiantes de licenciatura y posgrado en ciencias naturales, sociales y médicas.

Y también periodistas científicos y comunicadores de la ciencia, como quien escribe y como Antimio Cruz, quien en su lúcido relato en el periódico Crónica menciona cómo se reunieron grupos provenientes de la propia UAM, la UNAM, el IPN, el Cinvestav, los ya mencionados Institutos Nacionales de Salud, el INAH, el Instituto Mexicano de Tecnología del Agua, el de Investigaciones Nucleares y el de Investigaciones Forestales, Agrícolas y Pecuarias, entre otros, así como estudiantes de universidades privadas como la del Valle de México y la Iberoamericana, e incluso un pequeño pero chispeante contingente de científicos gays. Y entre todos corearon goyas, huélums, y consignas como “¡Más posgrados, menos diputados!”, “¡Más doctores, menos senadores!”, “¡Ciencia sí, recortes no! ¡Becas sí, recortes no!”, y “¡México, escucha, la ciencia está en la lucha””

El contingente de la marcha fue relativamente pequeño. Pero, insisto, mayor que el del año pasado. Y aunque quedó opacado, al llegar al Zócalo, al confluir con la salida de la marcha en defensa de la despenalización de la mariguana, mucho más nutrida, y sobre todo por la marcha del día siguiente contra las políticas del actual gobierno (la fecha de la Marcha por la Ciencia fue decidida internacionalmente, y es la misma para todas las ciudades), no cabe duda de que esta tercera marcha refrenda un hecho claro. En México ya existe una porción de la población que está consciente de la importancia que la ciencia y la tecnología tienen para la vida y bienestar de los individuos, las familias, las naciones y el planeta. Y están dispuestos a defenderlas y exigir un mayor apoyo para ellas, más allá de ideologías, simulaciones y recortes.

Y eso, pese a todo, da esperanza.


Un regreso y una explicación

Desde septiembre de 2018, “La ciencia por gusto” dejó de publicarse en Milenio Diario, luego de 15 años ininterrumpidos.

Dicha salida que obedeció, ciertamente, a la crisis editorial, que finalmente llegó a México, y al sabido hecho de que, en revistas periódicos y noticiarios, lo primero que se recorta es la ciencia. Pero también, aparentemente, a que, en su “reestructuración”, Milenio decidió prescindir preferentemente de columnistas críticos con el nuevo régimen político.

En mi última publicación en ese diario, anuncié mi intención de continuar publicando semanalmente esta columna en el blog del mismo nombre. Promesa que cumplí puntualmente, aunque con retraso, durante exactamente… dos semanas. Luego la vida, mi natural tendencia a postergar patológicamente y una depresión moderada le ganaron a mi poca fuerza de voluntad y mi honesto deseo de continuar.

Por ello, ofrezco una sincera disculpa a mis querid@s lectoras y lectores. Durante las aproximadamente 32 semanas transcurridas desde entonces, no ha habido un día en que no piense, con gran culpa, en retomar esta columna.

Dado que ayer, 8 de mayo, se cumplieron exactamente 16 años de que “La ciencia por gusto” comenzó a publicarse en Milenio (luego de haber comenzado, entre 1998 y 2000, en el diario Crónica). decidí que el regreso a la actividad no podía esperar ni un día más. Se lo debía a ustedes y me lo debía a mí.

Lamento haber tomado estas largas, injustificadas y definitivamente no planeadas vacaciones. Y prometo hacer todo lo posible para volver a estar aquí, sin falla, cada miércoles, semana con semana (en tanto busco otro espacio en un medio impreso). Gracias por su paciencia y por seguirme leyendo. Se los agradezco más de lo que imaginan.

Martín Bonfil Olivera
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domingo, 29 de julio de 2018

El futuro de la ciencia mexicana

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 29 de julio de 2018

A estas alturas, ya debería estar más que claro que la prosperidad y el bienestar de toda nación dependen en gran medida, y cada vez en mayor grado, de su desarrollo científico-tecnológico.

La existencia de una comunidad científica suficientemente amplia, que cuente con el apoyo, las instituciones, la infraestructura, los recursos y el marco legal y social para realizar, en forma libre y sostenida investigación científica, sea ésta básica o aplicada, pero siempre de calidad, es el cimiento para que surjan desarrollos tecnológicos que den lugar a patentes, industrias y finalmente a recursos y mayor nivel de vida. Así ocurre en las naciones que históricamente se han preocupado por mantener estas condiciones. No en balde son esas naciones las que hoy tienen el mayor poderío económico, político y hasta militar.

En México el desarrollo de la ciencia ha avanzado lentamente, con el surgimiento de una incipiente comunidad científica en el siglo XX y la fundación del  Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) y el aumento del apoyo a la ciencia y tecnología en los años 70. Ciertamente el desarrollo tecnológico ha sido mucho más lento que el de la investigación científica propiamente dicha; y el de la cultura de patentes y el desarrollo de industrias basadas en el conocimiento nacional ha sido prácticamente nulo. Pero se ha avanzado, así sea poco y lentamente. Y los avances han sido valiosos. Sería triste, y dañino para el país, que se perdieran.

En el tercer debate presidencial, el pasado 12 de junio, el hoy candidato ganador y futuro presidente Andrés Manuel López Obrador anunció a la doctora Elena Álvarez-Buylla como futura directora del Conacyt, y prometió que durante su gobierno se dedicará el 1 por ciento del Producto Interno Bruto al rubro de ciencia y tecnología (promesa que, por otro lado, hemos vista repetida sexenio tras sexenio, desde Fox hasta Peña Nieto, y que aunque es mandato de la Ley federal de Ciencia y Tecnología, no se ha cumplido hasta la fecha).

Aunque nadie duda de la reconocida calidad académica de la investigadora propuesta, han surgido voces, tanto entre la comunidad de investigadores científicos como entre los ciudadanos interesados en la ciencia nacional, que critican su designación.

En parte por su falta de experiencia administrativa y gubernamental, experiencia que normalmente se considera necesaria para desempeñar exitosamente un puesto de ese calibre. En parte por su trayectoria –paralela a su labor de investigación científica– como notoria activista contra el cultivo y consumo de organismos genéticamente modificados, o transgénicos, en particular de maíz; activismo que ha llevado a extremos difíciles de reconciliar con el rigor científico que una investigadora de su talla debería siempre poner por delante de cualquier ideología (ha llegado a afirmar públicamente, por ejemplo, que el consumo de transgénicos puede causar cáncer o autismo, ideas que han sido concluyentemente refutadas con base en estudios amplios y rigurosos, y acostumbra descalificar a otros investigadores destacados que no coinciden con su postura acusándolos de estar pagados por compañías biotecnológicas). Este activismo radical hace que haya preocupación sobre su capacidad para ejercer sin sesgos y con la imparcialidad necesaria la dirección del Conacyt, organismo que de una u otra forma incide de manera directa sobre las vidas profesionales y los proyectos de investigación de prácticamente todos los científicos nacionales.

Pero, sobre todo, se critica el documento que recientemente hizo público, donde define las líneas que seguirá el Conacyt durante el próximo sexenio, denominado Plan de reestructuración estratégica del Conacyt para adecuarse al Proyecto Alternativo de Nación (2018-2024) presentado por MORENA (disponible en bit.ly/2LUrfc5).

Por ejemplo, el movimiento #ResisCiencia18, que se define como “un grupo de personas interesadas en el desarrollo científico del país” que “[solicita] se nombre a otro científico como director del Conacyt”, después de un análisis cuidadoso, señala en su blog (bit.ly/2LY0gfP) algunos puntos del Plan presentado por Álvarez-Buylla que contradicen varias de las Recomendaciones sobre la Ciencia y los Investigadores Científicos de la UNESCO (disponibles en bit.ly/2M0Et7h), y que podrían perjudicar u obstaculizar el desarrollo de la ciencia en México. Entre otros:

–Que el Plan haya sido elaborado sin la colaboración amplia de la comunidad científica;

–Que muchas de las líneas propuestas se concentren en las áreas de especialidad de quien lo redactó, como temas ambientales, alimentarios y sociales, mientras que muchos campos de investigación básica como física, química, matemáticas, astronomía, ciencias de la Tierra, cómputo y comunicaciones son prácticamente ignorados;

–Que se pretenda evaluar la “pertinencia” de las investigaciones que apoyará el Conacyt sólo con base en su utilidad social y ambiental, ignorando la importancia fundamental de la ciencia básica (aunque el documento de Álvarez-Buylla la menciona, y señala lo inadecuado de la separación entre ciencia básica y aplicada, propone, tramposamente, el concepto de “ciencia orientada”, que sería una ciencia aplicada pero sólo a los problemas que el Conacyt defina como relevantes);

–Y, más alarmantemente, que se proponga que el Conacyt podrá vetar, con base en el llamado “principio de precaución” –un concepto que, aunque muy útil, es notoriamente nebuloso, subjetivo y manipulable– aquellas investigaciones que considere “riesgosas”, con base en la opinión de “comités de científicos y personas relevantes de otros sectores nacionales”. Sobra decir que esta propuesta va diametralmente en contra de la libertad de investigación, uno de los requisitos fundamentales para el avance científico, que por su propia naturaleza casi nunca puede ser planeado ni “orientado”; el azar es un componente fundamental de la creatividad científica. Alarma también que dichos vetos serían impuestos no sólo por expertos científicos, sino también por personas ajenas a la investigación científica.

Preocupa asimismo el sesgo ideológico presente en el documento, que habla de “ciencia occidental” y la contrasta con una supuesta “ciencia campesina milenaria de México” (es claro que los conocimientos tradicionales, aparte de su valor cultural intrínseco, pueden contribuir al avance científico y tecnológico, luego de ser evaluados e integrados al cuerpo de conocimientos de la ciencia; pero confundir tradiciones o conocimiento empírico con ciencia es un grave error conceptual, de peligrosas consecuencias). En el documento aparecen también otras expresiones con fuerte sesgo ideológico que condenan, por ejemplo, el “régimen neoliberal”. 

(Añado, a nivel personal, que como comunicador de la ciencia me preocupa que el documento afirme que “el Conacyt reactivará una estrategia de comunicación”, como si no la hubiera tenido desde siempre, y muy activa, y hable de hacer énfasis “en el desarrollo de nuevos y más efectivos métodos de comunicación de la ciencia”, como si la práctica, así como la investigación y reflexión académicas, sobre la comunicación pública de la ciencia, en México y en el mundo, no estuvieran constantemente haciendo eso mismo, y con resultados muy exitosos.)

Por éstas y otras razones, el movimiento #ResisCiencia18 ha lanzado una petición en Avaaz.com (bit.ly/2NS0J3z) para solicitar al futuro presidente López Obrador que reconsidere la elección de Álvarez-Buylla para dirigir el Conacyt, y proponga a una persona con un perfil más apropiado para un puesto tan importante para el futuro del país. Si quiere enterarse más del tema, puede usted informarse a fondo en el blog de #ResisCiencia18 (bit.ly/2LY0gfP) y, si lo considera adecuado, puede sumarse a la petición en Avaaz.

En temas de ciencia, como en cualquier otro en una sociedad democrática, lo importante es que los ciudadanos participemos adoptando una postura libre y responsable, con base en información confiable.

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domingo, 17 de junio de 2018

Políticos e incultura científica

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 17 de junio de 2018

Los candidatos
El pasado martes 12 de junio los mexicanos pudimos seguir el tercer debate entre los candidatos a la presidencia del país en las elecciones que se llevarán a cabo en 15 días.

Por alguna extraña razón, el Instituto Nacional Electoral (INE) decidió incluir, en esta ocasión, el tema de ciencia y tecnología en el segundo bloque del debate, junto con el de la educación.

Digo “extraña” porque es raro que, en unas elecciones, se mencione siquiera a la ciencia y tecnología. En ese sentido, fue un acierto y una buena señal que se incluyeran. Pero en realidad lo que ocurrió fue, primero, que el tema de la educación dominó el bloque; y segundo, que cuando sí hablaron de ciencia y tecnología, lo que dijeron los tres candidatos fue bastante lamentable (ignoro al cuarto, pues me parece indigno de ser tomado en serio).

Fue lamentable porque, por la pobreza general de sus propuestas, los candidatos evidenciaron la estrechez de su cultura científica. Todos tienden a confundir la ciencia con la tecnología, y a la tecnología (que se refiere a la investigación que produce desarrollos propios patentables, basados en ciencia, que pueden dar origen y fortalecer a industrias nacionales, contribuyendo así a elevar el nivel económico y competitivo del país) con la compra de simples aparatos (gadgets) que son producidos por empresas extranjeras.

Propuestas como aumentar la cobertura de internet, hacerlo gratuito, repartir tablets a los estudiantes, instalar paneles solares (Anaya), usar la “huella digital” (quién sabe a qué se refería Meade cuando lo propuso) como “sistema de identificación universal”, fomentar el uso de energías renovables… todas ellas, útiles aunque vagas, caen en el rubro de “comprar tecnología”, no en el de desarrollar la propia, y menos en el de apoyar la investigación científica y tecnológica nacional.

Otras propuestas se quedan en meras vaguedades, discurso hueco sin mucho contenido: “fomentar que la ciencia que se genera en las universidades se aplique en la sociedad” (Anaya), “usar la ciencia y tecnología para resolver problemas de inseguridad y corrupción” (Meade).

En cambio otras más, como la de elevar la inversión en ciencia y tecnología (López Obrador, que ofreció incrementarla al 1% del Producto Interno Bruto, PIB, mismo ofrecimiento que hiciera Peña Nieto en su momento), repatriar a los científicos mexicanos en el extranjero (Meade) o fortalecer el Sistema Nacional de Investigadores (SNI) para evitar la fuga de cerebros son propuestas sensatas, que ojalá se volvieran realidad.

Un ejemplo del discurso de la
investigadora: "muerte o transgénicos"
Pero quizá lo que llamó más la atención –y causó revuelo entre la comunidad científica– es la propuesta de López Obrador de nombrar a la doctora Elena Álvarez-Buylla como directora del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt). Candidatura polémica, porque aunque se trata indudablemente de una ecóloga mexicana de primer nivel y reconocida reputación –recientemente recibió el Premio Nacional de Ciencias–, es bien conocida también por su activismo extremo en contra de los organismos genéticamente modificados (transgénicos), activismo que lleva en ocasiones a límites difíciles de justificar con base en la evidencia y el consenso científico mundial, y que llegan a rayar en la intransigencia (insiste, por ejemplo, en que su consumo puede ser dañino para la salud, a pesar de toda la evidencia acumulada durante décadas en sentido contrario, y es bien sabido que suele acusar a los expertos que discrepan de esa opinión de estar pagados por la industria agrobiotecnológica trasnacional). Por ello, y por su total falta de experiencia en puestos político-administrativos, es difícil que la comunidad científica deje pasar, en caso de ganar quien la propone, la candidatura de Álvarez-Buylla para un puesto tan importante.

¡Mira!

Mientras tanto, en la Cámara Alta del Congreso la cultura científica también brilla por su ausencia: el 7 de mayo la senadora María del Carmen Ojesto Martínez Porcayo, del Partido del Trabajo (¡cómo no!) presentó un punto de acuerdo “de urgente resolución”, para exhortar al poder ejecutivo federal a apoyar “un experimento sustentado en una tesis matemática irrefutable [sic] que beneficiaría el desarrollo tecnológico de la nación”. Se trata nada menos que de la delirante y absurda tesis sobre “gravedad repulsiva” que un estudiante de ingeniería de la UNAM propusiera en 2014, con la que prometía fabricar autos voladores y ganar el primer premio Nobel de física para Latinoamérica.

Es vergonzoso que una propuesta así, equivalente a fabricar motores de movimiento perpetuo o gasolina a partir de agua, haya podido llegar a presentarse al Senado. Afortunadamente, su Comisión Permanente la desechó “total y definitivamente” el 22 de mayo. Menos mal.


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domingo, 15 de abril de 2018

¿Más vale tarde que nunca?

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 15 de abril de 2018

Estamos ya de lleno en el “Año de Hidalgo”, y el actual gobierno federal, y quien lo encabeza, parecen tener prisa por terminar de cumplir todas las promesas que puedan.

Algunas de ellas tienen que ver con la ciencia y la tecnología, y aunque una de las más importantes quedará olvidada –la de elevar la inversión en este rubro al uno por ciento del Producto Interno Bruto para el final del sexenio–, el presidente Peña Nieto acaba de presentar al Senado de la República, el pasado 5 de abril, una interesante iniciativa para modificar la Ley de Ciencia y Tecnología, con el fin de fortalecer el llamado “Sistema Nacional de Ciencia y Tecnología”.

En un eficaz resumen, Leticia Robles informa en Excélsior (9 de abril) que los principales objetivos de la iniciativa son proteger a este sector –y en particular al Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt)– de los vaivenes sexenales que hacen que en nuestro país todas las instituciones y proyectos se reinventen con cada cambio de gobierno, y que han impedido así la continuidad y el avance sostenido. Y, por otra parte, avanzar en la creación de una verdadera Política de Estado en materia de ciencia, tecnología e innovación.

¿Por qué es importante esto? Porque, a pesar de que desde la creación del Conacyt, en 1970 –hace ya casi 50 años– el apoyo a las actividades de investigación científica, desarrollo tecnológico, innovación y vinculación con la industria, educación y divulgación científica, y otras más comenzó a recibir más reconocimiento y apoyo desde el gobierno, y a ser coordinado de manera más eficaz, aún no hemos logrado, como país, definir un rumbo y mantener una serie de proyectos con visión de largo plazo para ayudar a que nuestra nación desarrolle su potencial científico, tecnológico e industrial.

Tampoco hemos logrado que los gobiernos se apoyen en la ciencia y la tecnología para plantear políticas para abordar problemas sociales, ambientales o de salud, nuevamente con visión de largo plazo: hasta el momento, todos los programas y proyectos suelen tener una duración de cinco años o menos, y no tienen garantía de continuar con los cambios de gobierno. No hemos logrado, pues, plantear una verdadera Política de Estado en ciencia y tecnología digna de ese nombre.

La iniciativa de Peña Nieto, que retoma propuestas del Conacyt y de la comunidad científica en general, plantea siete líneas de desarrollo, que incluyen la planeación transexenal; el fortalecimiento de los Centros Públicos de Investigación del Conacyt (incluyendo que sus miembros sean considerados como académicos, y no como burócratas, y incluso que puedan beneficiarse de parte de las ganancias generadas por sus desarrollos tecnológicos, sin que se consideren parte de su salario: un excelente estímulo que es prácticamente inédito en el sector público en México); el fortalecimiento del Conacyt, para que su director no pueda ser un burócrata, sino un académico reconocido, y del Foro Consultivo Científico y Tecnológico, para que ahora atienda no sólo a la presidencia, sino a los tres poderes; la creación de un consejo de 20 asesores científicos para el presidente, nombrados por el Conacyt (aunque habrá que ver si realmente los consulta, cosa que no han hecho los últimos presidentes con los asesores de diversos organismos científicos); y finalmente una mayor transparencia en el manejo de fondos y una mayor apertura en la información generada por el Sistema Nacional de Ciencia y Tecnología (entidad que, por cierto, no existe formalmente, pero cuyo reconocimiento, así sea como concepto en desarrollo, es importante).

En una mesa redonda donde se presentó la iniciativa, el doctor Enrique Cabrero, director del Conacyt y uno de los artífices de la propuesta, respondió duros cuestionamientos acerca de lo tardío de su presentación: “no estaban dados todos los elementos para hacer una propuesta”, y “en México se suele pensar en el futuro cuando se acerca un cambio de gobierno”. También aclaró que no se trata de “crear un superConacyt”, y que no se propuso crear una Secretaría de Ciencia y Tecnología porque eso significaría seguir supeditados al control vertical de los gobiernos y a los vaivenes sexenales (La Jornada, 11 de abril).

Aunque ya han surgido voces críticas del proyecto, creo que en principio promete ser útil y valioso, y conviene analizarlo con detalle. Ya lo están haciendo, “de manera urgente” –aunque espero que no al vapor– las comisiones de Ciencia y Tecnología y de Educación del Senado, con el fin de aprobar la iniciativa antes de que termine el actual periodo de sesiones el próximo 30 de abril.

Termino estas líneas para entregarlas a la redacción mientras me preparo para asistir a la Marcha por la Ciencia, cuya asistencia espero sea muy nutrida. Uno de sus lemas, “Sin ciencia no hay futuro”, me parece hoy más certero que nunca.

Quizá la iniciativa presentada al Senado sea tardía, y probablemente sea imperfecta. Siempre se podrá mejorar. Quizá sean también cuestionables los motivos para presentarla. Lo que no se puede negar es que es un paso en el rumbo correcto. Y eso nunca está mal.

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domingo, 8 de abril de 2018

¡Vamos a la segunda Marcha por la Ciencia!

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 8 de abril de 2018

Si es usted científico o estudiante de ciencia; si es usted aficionado a la ciencia, o incluso si la ciencia no le interesa demasiado y nunca le gustó, pero es un ciudadano consciente de que el futuro, la prosperidad y el bienestar de un país dependen, inevitablemente, de su desarrollo científico y tecnológico, entonces tiene usted una cita este próximo sábado 14 de abril para participar en la segunda Marcha por la Ciencia.

¿Por qué? Por muchas razones. Porque el apoyo a la investigación científica y el desarrollo tecnológico son los motores que promueven, además del conocimiento básico sobre el mundo que nos rodea, los descubrimientos que llevan a patentes, y que hacen posible la creación de industrias innovadoras. Y éstas, a su vez, generan riqueza y empleos que elevan el nivel de vida de las sociedades, y permiten que los países que, más que “apoyar” la ciencia y la tecnología, se apoyan en éstas, sean naciones prósperas, poderosas, seguras e influyentes.

Porque en nuestro país el apoyo a la ciencia y la tecnología siempre ha sido de muchas palabras, pero muy pocas acciones. Los estándares internacionales recomiendan que se invierta como mínimo el 1% del producto interno bruto (PIB) en este rubro. Durante el gobierno de Vicente Fox, se modificó la Ley de Ciencia y Tecnología para incluir este requisito. Jamás se ha cumplido. Al comienzo del actual sexenio, Enrique Peña Nieto se comprometió a llegar a esa cifra: aunque durante los primeros años la inversión aumentó, apenas logró pasar del 0.5%. De 2016 a 2017 dicho presupuesto sufrió un recorte de 23%. Y de 2017 a 2018, una disminución adicional de 4.1%.

Los organizadores de la Marcha en México informan que, además, el número y los montos de las becas para estudiar posgrados se ha reducido, así como la cantidad de proyectos de investigación apoyados por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt). Sintomáticamente, el pasado miércoles un contingente de investigadores provenientes de diversas instituciones científicas del país se manifestaron frente a la sede del Conacyt, en la Avenida de los Insurgentes, en la Ciudad de México, bloqueando temporalmente el tránsito para exigir la creación de plazas y el aumento de salarios y seguridad social. Mientras tanto, gobernantes y legisladores continúan estableciendo políticas y tomando decisiones que no están basadas ni informadas por el conocimiento científico relevante que podría orientarlas en temas como salud, ambiente, derechos humanos, comunicaciones y muchos otros.

Además, como comentamos la semana pasada en este espacio, la comunidad científica nacional está enfrentando muy severos problemas por el cambio del sistema de captura del currículum único para el Sistema Nacional de Investigadores (SNI), que debido a su pésimo diseño les está dificultando enormemente solicitar los apoyos que necesitan para seguir trabajando.

Marcha por la Ciencia:
un evento mundial
Pero la Marcha, que en México se llevará a cabo en varias ciudades como México, Guadalajara, Puebla, Toluca, Cuernavaca, Xalapa, Poza Rica y Tapachula, es un evento mundial. En 2017, cuando se organizó por primera vez como respuesta a las alarmantes políticas del gobierno de Donald Trump, convocó a más de un millón de personas en unas 500 ciudades de todo el mundo. En México más de 20 mil científicos marcharon en distintas ciudades. Se espera que este año la participación aumente (lo cual en parte depende de usted, estimado lector o lectora).

Objetivos de la Marcha
Además de las exigencias nacionales, los objetivos globales de la marcha son, entre otros, enfatizar que la ciencia promueve el bien común, exigir que las decisiones políticas se basen en evidencia, que los gobiernos apoyen la investigación científica y tecnológica, y que acepten el consenso científico en temas vitales como el cambio climático.

En la Ciudad de México la Marcha partirá del Ángel de la Independencia a las 4 de la tarde, para llegar al Zócalo. Si vive en otro Estado, consulte en internet los lugares y horarios de la Marchas más cercana (más información aquí: http://bit.ly/2H4txGo).

Lo importante es participar; no falte. ¡Vamos todos a marchar por la ciencia!

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domingo, 1 de abril de 2018

¡Los científicos protestan!

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 1o de abril de 2018

Los investigadores científicos y tecnológicos suelen ser percibidos como uno de los sectores menos contestatarios de la sociedad. Quizá porque siempre tienen mucho trabajo: sinceramente, hacer ciencia es una labor tan demandante y que requiere tanta dedicación como ser pianista o bailarín de ballet.

Pero el científico encerrado en su torre de marfil y ajeno a los problemas del mundo es también un mito: se trata de un gremio especialmente crítico y comprometido con el bienestar social como cualquier otro, aunque normalmente hagan poco ruido. Hoy en México los científicos están levantando la voz para protestar frente a dos graves problemas.

Problema uno: la ciencia no existe para los políticos

La primera, más que protesta, es propuesta. Es sabido que los políticos sólo mencionan a la ciencia en discursos, pero rara vez toman acciones para fomentarla y fortalecerla (y cuando lo hacen, les basta el menor pretexto para dejar incumplidas sus promesas, como ocurrió con Enrique Peña Nieto, que se comprometió a aumentar la inversión en ciencia y tecnología hasta alcanzar el 1% del Producto Interno Bruto para este año y cumplir así lo que manda la Ley de Ciencia y Tecnología –artículo 9bis– desde 2002).

Pues bien: ninguno de los candidatos presidenciales de este año ha presentado alguna propuesta de una verdadera política nacional de ciencia y tecnología, que aplicarían en caso de ser electos. Ante ello, 67 instituciones como la UNAM, El Colegio de México y diversas universidades anunciaron que van a presentar a los candidatos la “agenda de ciencia y tecnología 2018-2024”, que contiene 150 propuestas para mejorar la situación de la ciencia y la tecnología en el país. Se espera que los políticos tomen en cuenta dichas propuestas y se comprometan a hacerlas cumplir.

Ya en 2012 se había hecho un ejercicio similar, y con buen éxito, ya que ayudó a construir el Programa Especial de Ciencia Tecnología e Innovación (PECiTI), que formó parte del Plan Nacional de Desarrollo de este sexenio y dio lugar a algunos avances. Habrá que ver la respuesta de los candidatos, y sobre todo dar seguimiento a las acciones que tome quien resulte electo.

Problema dos: investigadores convertidos en capturistas

La otra protesta, que ha ido creciendo, aborda un tema que podría parecer menor, pero que revela el enfoque burocrático que permea en la política científica del país. Se trata de la nueva plataforma digital de captura del currículum para los miembros del Sistema Nacional de Investigadores (SNI). Algo que los investigadores describen como un verdadero infierno, y que los ha convertido en “los capturistas mejor pagados” del país, según se describe en una petición en Change.org que hasta el momento lleva acumuladas más de 22 mil firmas.

El SNI fue creado en 1984 como una forma de paliar la precaria situación económica que padecía la comunidad científica en México, y que estaba causando una fuga masiva de cerebros. No fue una solución ideal, pues en vez de aumentar sus sueldos para que fueran dignos y competitivos, se optó por otorgar “estímulos” basados en la productividad y calidad del trabajo de los investigadores, pero que no forman parte de su sueldo formal ni sus prestaciones laborales. Aún así, en estos años el SNI ha servido para mejorar las condiciones de trabajo de los científicos y para establecer estándares de calidad, basados esencialmente en la publicación de artículos en revistas internacionales arbitradas, así como la participación en una gran variedad de labores académicas reconocidas (que abarcan investigación, docencia, formación de recursos humanos, vinculación, innovación y divulgación científica). Un sistema con muchos defectos, pero que en general ha sido útil.

Inicialmente, los informes que los investigadores presentan para su evaluación consistían en un currículum y papeles probatorios entregados en forma física, que son evaluados por comisiones dictaminadoras especializadas. Con el advenimiento de la era digital, se optó por instalar un sistema digital de captura del currículum, alojado en el sitio web del Conacyt, y que pese a tener múltiples deficiencias, se fue puliendo y ajustando para funcionar más o menos adecuadamente.

Pero recientemente el SNI decidió cambiar de plataforma, instalando una que está pésimamente diseñada: se basa en catálogos detallados para que los investigadores vayan eligiendo, de un número interminable de menús precargados, cada una de las opciones para cada publicación o actividad que desean reportar en su currículum.

(Imagen satírica)
¿El resultado? Horas y horas perdidas para los investigadores científicos de todo el país, así como ineficiencia, frustración y enojo. Para empezar, el sistema no importa correctamente la información previamente capturada durante años, y mucha se ha perdido (se habla de un 70%). Además, los campos son inflexibles y confusos, y muchas veces no abarcan opciones necesarias para que los investigadores reporten sus actividades (este problema es especialmente severo para quienes trabajan en ciencias sociales).

Los investigadores de todo el país están protestando por un sistema que, lejos de reducir problemas o aumentar la eficiencia, parece diseñado para reducir los costos y carga de trabajo del Conacyt. Al mismo tiempo, el nuevo sistema reduce las opciones de actividades consideradas “válidas” por el SNI, lo cual muchos investigadores califican de injusto y excluyente.

Además de la petición por internet, un grupo de 214 investigadores científicos del SNI (incluyendo a tres eméritos y 70 de nivel III), encabezados por los doctores Luis Mochán y Karen Volke, de la UNAM, envió una carta al director del Conacyt donde exponían los problemas y ofrecían posibles soluciones. En ella dejan claro que el sistema no sólo está mal concebido, al estar basado en catálogos cerrados que siempre serán insuficientes, sino que se implementó sin estar debidamente probado y sin garantizar la portabilidad de los datos previamente capturados, lo que ocasionó su injustificable pérdida. Los investigadores no sólo se quejan: en su carta también proponen. “Si necesitan capturar información para hacer estadísticas [el motivo probable detrás del cambio de sistema], podrían contratar capturistas o reclutar estudiantes para hacer un útil servicio social, lo cual sería más económico. Podrían también emplear programas computacionales de modesta inteligencia artificial para analizar los textos [informes razonables entregados por los investigadores] y extraer la información relevante de manera automatizada”. Incluso ofrecen su ayuda: “para ello podrían apoyarse en los expertos relevantes de nuestra comunidad académica”.

Se abrió también una lista de discusión en internet para exponer los numerosos problemas específicos y posibles soluciones. Pero la respuesta ha sido decepcionante: el director adjunto encargado del SNI respondió con una carta que no sólo defiende un sistema computacional mal concebido y peor implementado, sino que resulta levemente amenazadora. En un encuentro con miembros de la comunidad académica, el resultado fue similar.

Podría parecer irrelevante, pero es sintomático: forzar, por ineficiencia e ineptitud, a los científicos mexicanos a gastar tiempo valioso realizando labores burocráticas excesivas es sintomático de un país que no aprecia el valor de la ciencia y la tecnología, factores que distinguen a los países prósperos y avanzados de los subdesarrollados.

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Contacto: mbonfil@unam.mx