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miércoles, 1 de agosto de 2012

La bacteria digital

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 1 de agosto de 2012

Contrario a lo que se piensa, los científicos no sólo viven de hacer experimentos. También suelen construir modelos y simulaciones: recreaciones de la naturaleza –muchas veces matemáticas, aunque también hay simulaciones mecánicas y de otros tipos– basadas en los datos y teorías disponibles que se espera que se comporten de manera muy similar a los sistemas reales.

Los físicos tienen ya varios siglos de usarlos: es gracias a ellos que han podido recrear y estudiar detalladamente el big bang o un agujero negro, o predecir la existencia y el comportamiento de una partícula subatómica.

La biología también tiene modelos y simulaciones, pero un grupo de científicos de la Universidad de Stanford, encabezados por Markus Covert acaba de marcar un avance radical: crearon una simulación, un modelo computacional, de una célula completa.

Antes de que usted se pregunte para qué sirve eso, imagine cómo sería, por ejemplo, tener una simulación computacional detallada de una ciudad completa. No algo como SimCity, que es un juego, y a pesar de su complejidad sigue siendo un modelo extremadamente simplificado, sino un modelo que incluyera el número real de personas, edificios, vialidades, automóviles, y su movimiento a lo largo de los días.

Un modelo así permitiría entender con precisión cómo funciona la ciudad, detectar las áreas problemáticas y, si fuera lo suficientemente fino, incluso predecir eventos como apagones, inundaciones, embotellamientos de tráfico o accidentes (quizá no al detalle de cuándo y dónde ocurre un choque vehicular, pero sí qué lugares, días y horas son más propicios para que ocurran).

Pues bien: Covert y su equipo reportan en la revista Cell (20 de julio de 2012) la construcción de su modelo –que consta de más de 1,900 parámetros distintos en 28 sub-modelos–, en el que introdujeron la información completa del genoma de la bacteria Mycoplasma genitalium (que, como su nombre lo indica, causa infecciones genitales en humanos, como la uretritis no gonocócica). Pero también, basándose en la información tomada de más de 900 artículos de investigación, modelaron qué información genética está activa, leyéndose en un momento dado en la célula (su transcriptoma), las proteínas, entre ellas enzimas, que se están fabricando (su proteoma) y las reacciones químicas se están llevando a cabo en la célula y que dichas enzimas controlan (el metaboloma).

Se eligió a M. genitalium porque es una de las bacterias con genoma más pequeño que se conocen (sólo tiene 525 genes –contra los más de 23 mil del genoma humano). Pero también porque es la especie en que se ha trabajado más en la llamada biología sintética: en 2010 se realizó un “trasplante de genes” en que se reprogramó a la bacteria con un genoma artificial.

La simulación de Covert usó programación enfocada en objetos que mezcla distintas técnicas matemáticas (ecuaciones diferenciales ordinarias, redes booleanas, y otras) para representar los distintos procesos, y que funciona en ciclos, combinando cada vez los datos del ciclo anterior para ir simulando el estado de cada parámetro, hasta que la célula se divide. Fue sometida a prueba para ver si lograba reproducir datos que ya se conocen sobre la concentración de ciertas sustancias dentro de la célula. Y lo hizo bastante bien.

El modelo es preliminar (“sólo un “borrador”, dice Covert). Pero abre toda una nueva rama de estudios sobre la biología celular. Servirá para descubrir nuevos fenómenos no detectados, que aparecen en la simulación y luego pueden buscarse en las bacterias reales. Ya se lograron algunos hallazgos de este tipo. Y también podrá servir para, un día, diseñar de manera racional bacterias artificiales que realicen funciones útiles como producir biocombustibles o antibióticos, o degradar compuestos contaminantes.

Sin duda, esta célula digital es mucho más que un juego.


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miércoles, 25 de julio de 2012

¡Querida, construí una medusa!

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 25 de julio de 2012

Había una vez un bioingeniero llamado Kevin Kit Parker que quería construir un corazón. No por ambición superflua, sino porque deseaba poder reparar corazones dañados, o sustituirlos por otros diseñados a la medida. Visitando un acuario, vio el grácil nado de una medusa y de pronto pensó: “¡creo que puedo construir eso!”.

Gracias al cultivo de tejidos se habían logrado ya varios avances importantes en la sustitución de órganos: en 2006 Anthony Atala y su equipo, en Carolina del Norte, habían desarrollado vejigas artificiales, cultivadas a partir de células de pacientes sobre moldes biodegradables (la vejiga es un órgano morfológicamente muy sencillo, básicamente un globo), que pudieron trasplantarse para corregir malformaciones congénitas. En 2007 Atala logró generar penes artificiales de conejo para reemplazar a los naturales, y que pudieron funcionar para el coito y la fecundación. Y en 2010 otro equipo, dirigido por Laura Nicklason, en la Universidad de Yale, generó tejido pulmonar que pudo funcionar por unas horas en ratas para sustituir a los pulmones. También, en 2008, investigadores de la Universidad de Minnesota fabricaron un corazón a partir de células en cultivo de rata usando como molde el armazón fibroso de un corazón natural.

Pero la biomimética, campo de estudio de Parker, no busca necesariamente producir órganos idénticos a los biológicos, sino imitarlos usando una combinación de ingeniería, materiales artificiales y tejidos vivos. En 2007 Parker, que trabaja en la Universidad de Harvard, había logrado cultivar capas de células de corazón de rata sobre láminas delgadas de un plástico flexible, que al contraerse lo enrollaban.

Hacer una medusa no es ocioso: puede ser buena práctica para luego construir un corazón: ambos tienen tejido muscular que se contrae sincronizadamente. Colaborando con otros bioingenieros del Tecnológico de California (CalTech), Parker puso manos a la obra. Tomaron como modelo las larvas –llamadas éfiras– de una medusa simple (Aurelia aurita), que tiene ocho brazos formados por una matriz flexible sobre la que crece una capa de músculo, y estudiaron con detalle su anatomía y fisiología. Las señales nerviosas que viajan como una ola desde el centro –junto con unos “marcapasos” en cada brazo– hacen que los brazos se contraigan simétricamente, lo que produce el “latido” rítmico de la medusa, que la empuja hacia delante (y que impulsa también el agua al interior de la boca del animalito).

Luego construyeron una lámina de un silicón elástico (polidimetilsiloxano) en forma de flor con ocho pétalos y la recubrieron con la proteína fibronectina, para adherir células cultivadas de corazón de rata a la parte interior de la estructura.

La células crecieron hasta formar una capa uniforme con fibras musculares muy similares a las que presentan las medusas. Cuando éste “medusoide” de unos cuantos milímetros de diámetro (tamaño similar a las medusas bebé) estuvo listo, lo probaron en un tanque de agua. Haciendo pasar una corriente eléctrica a través del tanque, el medusoide se contraía en forma idéntica a una medusa. Al relajarse el músculo, el silicón recuperaba su forma original. En el video que acompaña su artículo –publicado el 22 de julio en la revista Nature Biotechnology– puede verse su sorprendente nado.


¡La ingeniería inversa de Parker le permitió, en sus propias palabras, “desarmar una rata y volverla a armar en forma de medusa”! Como demostración del concepto fue un éxito: ahora tratarán de hacer un medusoide con células de corazón humanas, en el camino a intentar construir un corazón biomimético. Mientras tanto, piensan hacer medusoides que puedan dirigir su nado hacia la luz, y quizá intentar un “pulpoide”. El medusoide podrá servir también para probar fármacos para el corazón y medir su efecto en la capacidad de contracción del tejido muscular.

No sé a usted, pero a mí los avances científico-técnicos como éste me llenan siempre de un asombro gozoso. Ya veremos qué nos presentan en unos años.

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