miércoles, 31 de enero de 2007

Científicos: ateos vs. creyentes

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 30 de enero de 2007

A pesar de los discursos políticamente correctos (“dar al César lo que es del César”, etcétera), entre ciencia y religión siempre ha habido pugna.

La ciencia busca conocimiento confiable sobre el mundo; comprobable, que se acepte no por la autoridad de quien lo dice, sino por lo convincente de la evidencia y los argumentos racionales presentados. En ciencia, es fundamental entender cómo se sabe lo que se sabe.

La religión, en cambio, se basa fundamentalmente en la fe. Sobre todo las religiones teístas (que creen en un dios personal, creador y controlador del mundo), que cuentan con revelaciones divinas en forma de libros, profetas y demás líneas de comunicación con el mandamás universal. Cualquier discusión se zanja, finalmente, recurriendo a la “palabra de dios”, en la que hay que creer por fe, sin que tenga caso cuestionar cómo se sabe lo que se sabe.

Por eso, aunque abundan los esfuerzos conciliadores (como los del papa Ratzinger, quien declara que “ciencia y religión no se contraponen” o que “la fe y la razón son amigas”, o los del fallecido biólogo Stephen Jay Gould, quien proponía que se trataba de “ministerios separados”: mientras no invadieran sus respectivos terrenos, no habría problema), basta abordar temas donde la naturaleza humana entre en cuestión -anticoncepción, aborto, eutanasia, clonación, células madre, derechos de homosexuales- para que la guerra se desate.

Por eso, sorprende la entrevista publicada en el número actual de la revista National Geographic con Francis Collins, ex director del Proyecto Genoma Humano y unos de los científicos más influyentes del mundo, donde se declara cristiano convencido y argumenta que detrás del mundo natural existe un proyecto divino. Su nuevo libro El idioma de Dios (The lenguaje of God) busca convencer de que, además de la ciencia, la religión cristiana es necesaria para el bienestar humano.

En efecto: hay muchos científicos creyentes. Pero también hay muchos que son ateos, como el famoso biólogo Richard Dawkins, quien en su reciente obra La ficción de Dios (The God delusion) no sólo se lanza contra las religiones teístas, sino condena la enseñanza religiosa como “abuso infantil” e invita a los ateos a “salir del clóset”.

Seguramente más de un lector querrá echarle un buen ojo a ambos libros, cuando aparezcan en español… aunque algunos de nosotros ya sabemos qué partido tomamos.

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miércoles, 24 de enero de 2007

Empresarios obtusos

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 24 de enero de 2007

¡Cómo difieren las formas de ver el mundo! Mientras la UNAM invierte 3 millones de dólares en la nueva supercomputadora KanBalam, capaz de realizar billones de operaciones por segundo, los empresarios mexicanos afiliados a la Canacintra reclaman con cinismo al nuevo director de Conacyt mayores estímulos para “desarrollo tecnológico” —que muchas veces es sólo simulación— al tiempo que advierten que “el papel de la industria no es generar tecnología, sino apropiarse de ella o adquirirla, pues a fin de cuentas su papel es producir, generar riqueza y empleos” (El Financiero, 17 de enero, p. 25).

Del lado académico, una concepción de la realidad basada en la racionalidad para generar conocimiento confiable. Porque el método científico no depende sólo de observaciones, mediciones y experimentos: hoy las supercomputadoras —como las que desde hace años se ha preocupado por poseer la Universidad Nacional— son herramientas fundamentales para la investigación científica.

Uno de sus principales usos es realizar simulaciones numéricas de procesos imposibles de observar. El clima, la evolución, el desarrollo de un ecosistema; procesos cósmicos como el big bang, la formación de un agujero negro o la evolución de una galaxia; los eventos submicroscópicos de una reacción química o el núcleo de un átomo podrán ser estudiados a través de simulaciones, y la información obtenida podrá luego ser contrastada con experimentos. Y, no lo olvidemos, la UNAM es de todos los mexicanos: KanBalam no sólo servirá a sus investigadores, sino a institutos y universidades de todo el país, así como a la iniciativa privada.

En el lado industrial, en cambio, hallamos una concepción basada en creencias no comprobables, como ese intocable mito neoliberal del papel generador de riqueza y empleos de los empresarios. Para ser cierto, en todo caso, tendría que estar apoyado en el desarrollo activo de nuevas tecnologías y procesos —la llamada “investigación aplicada”— e incluso de nuevos conocimientos “básicos” (y si no, pregúntenle a IBM, Monsanto, Microsoft…).

En vez de eso, los industriales mexicanos —a diferencia de los científicos mexicanos, que publican en las mismas revistas y con la misma calidad que sus colegas de primer mundo; ¿cuántos industriales pueden presumir de lo mismo?— prefieren depender de la industria extranjera. Y además cosechar dinero del Conacyt. Vaya cinismo.

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miércoles, 17 de enero de 2007

Más educación y más condón

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 17 de enero de 2007

Más que preocupantes, son deprimentes y peligrosas las declaraciones del secretario de Salud, José Ángel Córdova Villalobos (Excélsior, 11 de enero). Se lanza en contra de las campañas de prevención del sida por medio del condón. Revela un programa basado en los principios del conservadurismo católico. Y ostenta una preocupante homofobia. Perjudica así los intereses de la salud del pueblo mexicano, que debiera estar basada en principios científicos.

Proponer “más educación” es excelente. Lo malo es contraponerla, tramposamente, al uso de condón. Más allá de juicios religiosos o morales, es asunto de salud pública. La abstinencia y la fidelidad pueden prevenir contagios, si son rigurosas. La realidad es que la inmensa mayoría de los adolescentes están teniendo relaciones sexuales a edades cada vez más tempranas, les guste o no a sus padres.

Lo deseable, entonces, es educarlos para que puedan protegerse adecuadamente de infecciones y de embarazos no deseados: enseñarles el uso correcto del condón. Cualquier otra actitud es irresponsable y un riesgo a su salud.

Es también tramposo argumentar, como hace el secretario, que son los padres de familia quienes deben asumir la responsabilidad por la forma en que sus hijos ejerzan su sexualidad. La Constitución establece que es el Estado quien tiene la responsabilidad de impartir una educación pública laica y basada en los principios científicos. Esto incluye la educación sexual necesaria para garantizar el bienestar de los ciudadanos.

La campaña por arrebatar al Estado la responsabilidad de la educación pública y otorgarla a los padres de familia es un punto principal de la agenda de la derecha católica, con raíces cristeras y sinarquistas y representada hoy por el ultracatólico Yunque, tan influyente en el gabinete calderonista.

Finalmente, Córdova exhibe una lamentable ignorancia al opinar que las campañas en contra de la discriminación homofóbica “parecían hacer promoción de prácticas de mayor riesgo”. Como si el ser homosexual (y no el sexo sin condón) fuera el factor de riesgo de contagio del sida. Y como si las campañas mediáticas pudieran fomentar la homosexualidad (no “el homosexualismo”).

La salud de los mexicanos en manos de la derecha católica: eso sí es un peligro para (la salud de) México. Lo más adecuado sería la pronta renuncia de este inadecuado secretario de Salud.

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miércoles, 10 de enero de 2007

Sida, ignorancia e irresponsabilidad

Martín Bonfil Olivera
Publicado en
Milenio Diario, 10 de enero de 2007


Se me adelantó Luis González de Alba cuando el lunes se indignó ante la reciente y peligrosa campaña de desinformación sobre el sida.

El asunto salió a flote cuando el periodista Ricardo Rocha presentó en su programa Reporte 13 varios reportajes sobre los “disidentes” o “escépticos” del sida.

Aunque usted no lo crea, son científicos más o menos serios (y varios charlatanes, como los de la asociación “Vivo y sano”) que creen que el sida no es causado por un virus, el VIH, sino por drogas, medicamentos o desnutrición. No son expertos en sida, pero tienen datos y argumentos para defender su postura. Sólo que existen muchas, muchísimas más pruebas a favor de la teoría contraria.

Esto no tendría nada de raro si fuera un debate científico cualquiera (digamos, sobre la existencia de vida en Marte). Pero el sida es diferente: es un gravísimo asunto de salud pública. El gasto social para enfrentar el creciente número de infectados es enorme. La prevención de nuevas infecciones —principalmente mediante el adecuado uso del condón— es literalmente asunto de seguridad nacional.

Ante esto, y más allá de la libertad de prensa, difundir las erróneas teorías de los disidentes del sida es verdaderamente criminal.

Sólo piense: según los disidentes, el VIH no causa el sida (otros, más delirantes, afirman que el virus ¡no existe!). Conclusión obvia: no tiene caso usar condón para prevenirlo. Consecuencia: una creciente ola de infecciones.

Pero hay más: según ellos, los medicamentos antirretrovirales usados para tratar a quienes están infectados ¡son la causa de sus síntomas! El aterrador efecto es que hay ya decenas de pacientes que están abandonando los únicos tratamientos comprobados que pueden mantenerlos sanos.

Para ejercer el periodismo científico se requiere estar preparado. Rocha creyó que sólo porque son científicos, sus entrevistados eran fuentes confiables. Pero los científicos también se equivocan. Al no saber cómo funciona la ciencia y escuchar la voz de una minoría, ignoró el consenso prácticamente total de la comunidad científica internacional: el sida es definitivamente causado por un virus; el contagio puede evitarse usando condón, y las terapias antirretrovirales mejoran la esperanza de vida de los infectados casi indefinidamente.

Quien divulgue lo contrario, como hizo Rocha, muestra no sólo gran ignorancia, sino mucha irresponsabilidad.

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miércoles, 3 de enero de 2007

Un buen propósito

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 3 de enero de 2007

Dicen que los propósitos de año nuevo sólo sirven para causar remordimiento. Aun así, no está de más iniciar el año pensando cómo mejorar un poco nuestra vida.

El comentario de un lector respecto a lo dicho aquí la semana pasada sobre el documental La verdad incómoda, de Al Gore, me hace pensar en lo útil que sería reforzar un poco la dotación de escepticismo de todo ciudadano.

El lector se manifiesta incrédulo sobre los inminentes peligros del calentamiento global de los que alerta Gore. No le falta razón: hay evidencia que señala que no existe tal calentamiento; o que no es causado por el dióxido de carbono (CO2) liberado por la industria humana, sino parte de los ciclos normales del clima; o que la cuestión no puede decidirse porque no es posible medir con precisión la concentración de CO2 atmosférico.

En efecto, existe tal evidencia y hay unos cuantos expertos (y muchas industrias) dispuestos a apoyarla. El problema no es ése, sino que la evidencia contraria, que sostiene que el aumento de la concentración de CO2 es un hecho bien comprobado, que el calentamiento es un problema real y urgente, y que el segundo es consecuencia del primero, es mucho, mucho más abundante, y es aceptada prácticamente por la totalidad de la comunidad de expertos.

El escepticismo científico del lector, en este caso, no se sostiene ante el alud de evidencia. Pero existen muchos otros casos en que un sano escepticismo –no dogmático, sino informado: basado en las pruebas disponibles, y dispuesto a cambiar si la evidencia cambia– resulta indispensable.

Un ciudadano que no creyera ciegamente en las promesas de los candidatos a puestos públicos, sino que exigiera la evidencia que las sostiene, sería sin duda un mejor ciudadano, y ayudaría a construir una mejor democracia, menos basada en la propaganda.

Igualmente, una actitud escéptica evitaría que muchos siguieran siendo estafados por charlatanes como los que nos dicen que existen extraterrestres inteligentes (algo que muchos científicos creen posible), pero que además nos visitan constantemente montados en platillos voladores (algo inaceptable, en vista de la evidencia disponible).

Pongamos, pues, en nuestra lista de propósitos para 2007 un poco más de ese escepticismo informado que hace de la ciencia una herramienta tan poderosa para conocer, engañándonos lo menos posible, cómo son las cosas.

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jueves, 28 de diciembre de 2006

El reto urgente

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 27 de diciembre de 2006

Vi La verdad incómoda, documental en que Al Gore, ex vicepresidente estadunidense y candidato presidencial alerta sobre el calentamiento global, sin mucha confianza.

Temía aburrirme. Dudaba aprender algo nuevo: la información sobre el efecto invernadero y el calentamiento global aparece con frecuencia en la prensa. Y pensé que la cinta sería tendenciosa.

Me equivoqué en los dos primeros puntos. A pesar de ser la versión cinematográfica de una conferencia que Gore imparte desde hace años, la cinta es fascinante. Gore ha destilado la información y refinado su presentación hasta lograr un producto magistral. Hechos y argumentos se van ensamblando con tal claridad que el mensaje es contundente. Una gran riqueza de imágenes y datos añaden frescura e impacto.

En lo que no erré fue en el tercer punto. Gore no se anda con medias tintas; su postura es radicalmente comprometida. A diferencia de quienes quieren disfrazar los hechos con eufemismos como “cambio climático global” (en vez de “calentamiento”, para sugerir que no se sabe si efectivamente la temperatura global está aumentando), la cinta deja claro que el efecto de la descontrolada liberación de gases de invernadero —principalmente dióxido de carbono— a la atmósfera está afectando el balance energético del planeta, y muestra lo terribles que pueden ser las consecuencias, que ya comienzan a manifestarse.

También confirma que indiscutiblemente los Estados Unidos son el país que más contribuye al problema, y el que más se ha resistido a su solución (la oposición del presidente Bush a firmar el Protocolo de Kioto es sintomática). Aunque la cinta llega a ser angustiante, también da esperanza: con medidas factibles y realistas, puede disminuirse drásticamente la liberación de gases de invernadero, y el problema podría frenarse en pocas décadas. Pero sólo si tales medidas se llevan a cabo, lo cual no ocurrirá si los ciudadanos del mundo, y especialmente de los países más industrializados, no estamos claramente conscientes de la situación. Preocupa el dato de que, aunque las publicaciones especializadas dejan claro que el consenso científico prácticamente unánime es que el calentamiento es una realidad urgente, la prensa popular presenta el problema como sólo una posibilidad.

Si usted quiere informarse, le recomiendo ampliamente ver la cinta. También puede consultar http://www.climatecrisis.net. ¡Feliz 2007!

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miércoles, 20 de diciembre de 2006

Triste Año Nuevo

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 20 de diciembre de 2006

No soy pesimista, pero las ocho columnas de MILENIO Diario el lunes pasado son elocuentes: “Quitan 155 millones de pesos a cáncer y genoma”. Los recortes a los Institutos Nacionales de Salud, entre los que destacan Cancerología y el recién creado de Medicina Genómica, confirman los temores: para el gobierno calderonista, la investigación científica no es prioridad; ni siquiera la médica.

MILENIO Diario restriega sal en la herida: reporta que la “Oficina de la Presidencia de la República” (presidida por Juan Camilo Mouriño, un señor con cara de pocos amigos que en realidad es el vicepresidente) tendrá un presupuesto de ¡casi mil 600 millones de pesos! (el del Instituto Nacional de Cancerología será de 315 millones).

Otras noticias permiten predecir —sin necesidad de mágica bola de cristal ni científicas simulaciones por computadora— que 2007 será un mal año para la ciencia en México (y por tanto, otra oportunidad perdida para mejorar nuestro futuro). Una, el brutal (y embrutecedor) recorte a cultura y educación. Otra, la negativa de PRI y PRD a adoptar la propuesta del Partido Alternativa para desviar a estos rubros un poco de los exageradísimos recursos que se otorgan a los partidos para “gastos de operación” (es decir, mantener sus elefantiásicas y dispendiosas infraestructuras).

Académicos como Ciro Murayama y Lorenzo Córdova proponen una disminución de 50% en estos gastos, que en una democracia como la nuestra, basada en propaganda y no en argumentos, finalmente acaban pagando anuncios en televisoras y otros medios masivos. Es claro que sus propuestas no serán escuchadas.

Hace varios sexenios, el Conacyt, que había sido creado en 1970 como una entidad monstruosa (su antiguo edificio es ahora ocupado por el Museo de Ciencias Universum, de la UNAM), sufrió un eficaz proceso de adelgazamiento: se mudó a un edificio modesto, redujo su burocracia, eficientó sus procedimientos. Aunque hoy ha vuelto a crecer, demostró que con voluntad se pueden reducir gastos superfluos y mejorar el servicio. ¿Será imposible que los partidos políticos hagan lo mismo?

Como puntilla, MILENIO Diario informa que el cardenal Norberto Rivera bendice a nuestros legisladores. Quizá no ande tan descaminado: con un gobierno que desprecia la educación, la cultura y la ciencia, tal vez el pensamiento mágico sea la única esperanza que nos queda. ¡Feliz Navidad!

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miércoles, 13 de diciembre de 2006

Mal comienza Calderón

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 13 de diciembre de 2006

Más allá de prejuicios partidistas, los hechos preocupan.

Primero, el nombramiento de la responsable de la que podría haber sido el área más determinante para cambiar el destino de nuestro país: la educación. La llegada de Josefina Vázquez Mota, notoria por ser autora del best-seller Dios mío, hazme viuda, muestra claramente que el gobierno entrante no percibe la importancia de la secretaría que en otros tiempos ocuparan algunos de los más destacados intelectuales mexicanos.

Luego vino el recorte al rubro de cultura: 2 mil millones de pesos menos que el año que termina. Nuevamente, quedaban de manifiesto las prioridades calderonistas: el dinero va primero; la cultura es opcional.

Y llegó el nombramiento de Juan Carlos Romero Hicks, exrector de la Universidad de Guanajuato y exgobernador de ese estado, vinculado al ultraconservador Yunque, con nula experiencia en asuntos de ciencia, como director del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt). Como probable pago de cuotas políticas, el hecho augura pobres tiempos para la ciencia. Ya el sexenio pasado el Conacyt había preferido apoyar a industriales que promover la investigación. Cayó en la falacia de que existe una ciencia aplicada que hay que apoyar en detrimento de una ciencia básica supuestamente inútil. En realidad, lo que hay que apoyar es la buena ciencia, cuyo único producto es el conocimiento (que luego puede, claro, aplicarse… si se tiene).

La comunidad científica ha comenzado a manifestarse en contra del nombramiento de alguien ajeno al campo para dirigir la política científica nacional. Esperemos, a falta de otra alternativa, que los malos augurios no se cumplan y que Romero se asesore de verdaderos expertos y escuche la voz de la comunidad científica nacional.

La puntilla en esta ola de nubes negras fueron el brutal recorte al sector educativo (que afortunadamente intentarán revertir legisladores más sensatos) y la burlona expresión de ignorancia del diputado Raúl Padilla, presidente de la Comisión de Presupuesto. Como para confirmar paranoias, la campaña en contra de la cultura, la educación y las universidades públicas parece ser una realidad.Ojalá la propuesta del partido Alternativa, de reducir el presupuesto de los partidos políticos en 20% (500 millones) e invertirlo en educación, ciencia y cultura no caiga en oídos sordos.

miércoles, 6 de diciembre de 2006

Contra el fraude científico

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 6 de diciembre de 2006

Como comentábamos aquí la semana pasada, la ciencia a veces causa desconfianza debido a su poder, y al peligro que ese poder mal aplicado puede representar. Pero también puede perder credibilidad debido a los fraudes científicos.

El más reciente es el protagonizado por el sudcoreano Woo Suk Hwang, quien en 2004 saltó a la fama por ser el primero en lograr obtener células madre embrionarias humanas por medio de clonación. Hwang confirmó su fama, y el supuesto poderío de la biología molecular de su país, al clonar por primera vez a un perro y reportar en 2005 la obtención de 11 líneas de células madre en cultivo que provenían de pacientes con enfermedades inmunitarias, diabetes y otros padecimientos.

La debacle llegó a finales del mismo año, cuando salieron a la luz varios escándalos: primero, se descubrió que Hwang había pagado a colaboradoras suyas para que donaran óvulos para su proyecto de investigación. El hecho, éticamente cuestionable aunque no ilegal, fue negado enfáticamente en un primer momento.

Posteriormente se cuestionó la validez de algunas figuras clave de sus trabajos, lo que puso en duda la honestidad de los investigadores y la veracidad de sus datos. Hwang fue destituido y enjuiciado, y sus artículos (publicados en la revista estadounidense Science) fueron retirados, lo que en ciencia equivale a un desmentido. El fraude propinó un fuerte revés a la percepción pública de la investigación con células madre, de por sí polémica.

¿Cómo evitar que, en el salvajemente competitivo ambiente científico, –“publica o perece”, reza la ley no escrita– florezca el fraude? La semana pasada, el editor en jefe de Science, que junto con la inglesa Nature es una de las dos más influyentes revistas científicas del mundo, comparte las conclusiones del comité de expertos que analizó el caso de Hwang. Entre otras cosas se recomienda, para evitar futuros fraudes, establecer comités especiales para revisar artículos polémicos o poco usuales, y hacer más estrictos los controles de calidad –revisar las imágenes, los datos originales, etc. – antes de aceptar los artículos.

El resultado será algo parecido a los controles de seguridad que hoy se sufren en los aeropuertos: muchas más molestias a cambio de más seguridad, aunque no absoluta. El precio, según Science, vale la pena: conservar la confiabilidad de la ciencia.

miércoles, 29 de noviembre de 2006

Únicos e irrepetibles

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 29 de noviembre de 2006

La ciencia, pese a sus virtudes, causa desconfianza. Aparte de consecuencias indeseadas (como la contaminación) o deseadas (como la tecnología bélica), el recelo proviene también del miedo a conocer más de lo que quisiéramos.

Los recientes avances en genética y genómica, por ejemplo, parecen amenazar con deshumanizarnos. Cada vez que se descubren genes relacionados con la susceptibilidad a una enfermedad, o peor aún, con algún rasgo de comportamiento, el libre albedrío del que tanto nos vanagloriamos los Homo sapiens amenaza con desvanecerse casi como Fox y su gobierno.

Cuando se anunció que, a nivel de la información contenida en el genoma humano, somos idénticos a los chimpancés en alrededor de 99%, y que dos personas cualesquiera lo son en un 99.9%, pareció que la individualidad se esfumaba. La dictadura de los genes no sólo nos condenaba a un destino de enfermedades inevitables, sino a ser casi unos clones sin personalidad.

Por supuesto, tal visión no sólo es tremendista, sino desinformada. Para reforzar nuestra confianza no de género, sino de especie, un reciente estudio publicado en Nature (23 de noviembre), y puntualmente reporteado en MILENIO Diario al día siguiente, revela que, dependiendo de cómo se lea, la variabilidad del genoma humano se puede elevar a un 12%.

A diferencia de un libro, el genoma es un texto dinámico. Hay fragmentos de información que pueden existir en una, dos o múltiples copias, o bien estar ausentes. Esta “variabilidad en el número de copias”, antes no considerada, fue lo que estudió Matthew Hurles, del Instituto Sanger en Inglaterra, y un equipo multinacional.

Con datos de 270 individuos africanos, asiáticos y europeos, encontraron casi mil 500 regiones del genoma con número de copias variable. No todas son diferentes entre todas las personas; aun así, los investigadores calculan que el porcentaje promedio de genes idénticos desciende a sólo 99.5%.

Buenas noticias para la autoestima, y mejores para nuestra salud: la variabilidad individual permitirá diseñar tratamientos médicos personalizados que tomen en cuenta, por ejemplo, cuántas copias de un gen relacionado con alguna enfermedad tiene cada paciente.

El genoma puede leerse de varias maneras, no sólo biológicamente, sino también en cuanto a sus consecuencias en la esfera humana. Habrá que aprender a leerlo correctamente.

miércoles, 22 de noviembre de 2006

¿Ciencias económicas?

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario
22 de noviembre de 2006

La semana pasada murió Milton Friedman, el llamado gurú del neoliberalismo económico, que en 1976 recibió el Premio Nobel de Economía (o, más propiamente, de “ciencias económicas”).

Las ciencias son nuestras fuentes más confiables de conocimiento, si no totalmente objetivo, al menos preciso y confiable, sobre la naturaleza. Leyes como las que nos revela la física no dependen de que nos guste o no que las cosas sean así. ¿Qué tan científica, en este sentido, es la economía?

Entre las mismas ciencias naturales la exactitud y el poder de predicción varían. La física es la más exacta y predictiva. Y aunque lo logra gracias a que asume simplificaciones extraordinarias para formular sus modelos, lo cierto es que nos permite poner objetos en órbita o hacerlos aterrizar en astros lejanos con precisión milimétrica.

Con la química, las cosas comienzan a cambiar: los sistemas se vuelven mucho más complejos, y aunque la exactitud es alcanzable, el poder de predicción se reduce: hay que probar para ver qué pasa. Y peor con la biología: los sistemas vivos, en su increíble complejidad, resultan prácticamente imposibles no sólo de predecir, sino incluso de definir con alta precisión.

Las ciencias médicas –rama de las biológicas– no son ajenas a esta complejidad: por eso es tan difícil para un médico asegurar que un tratamiento será efectivo. Y sin embargo, seguimos confiando más en la medicina científica que en los curanderos o en la magia, y por muy buenas razones.

Pero la economía es otro asunto. No dudo que los estudios de los economistas sean rigurosos, pero las predicciones que logran normalmente dejan mucho que desear. (Por cierto, el de economía no es uno de los premios originales de Alfred Nobel: fue establecido en 1968 por el Banco de Suecia.)

Cuando leo a un columnista ex-perto en economía hablar de “la inmensa sabiduría del mercado”, o cuando leo (MILENIO Diario, 17 de noviembre) que las Confederaciones de Cámaras Industriales y Patronal buscan eliminar en nuestro país derechos laborales como el aguinaldo, las primas vacacionales y el reparto de utilidades con el pretexto de que “inhiben la inversión extranjera”, me pregunto si las teorías de Keynes, hoy tan criticado, eran realmente menos “correctas”, o si debemos aceptar el actual neoliberalismo salvaje sólo porque resulta más “científico”, a pesar de los daños que cause al nivel de vida de los ciudadanos.


miércoles, 15 de noviembre de 2006

Científicos comprometidos

Martín Bonfil Olivera

Milenio Diario
15 de noviembre 2006

El 8 de noviembre se presentó en público la Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad (UCCS). Según su página en la red (www.-unionccs.org), busca “construir un espacio interdisciplinario e ideológicamente plural para discutir desde una perspectiva académica acerca de la ética científica y la responsabilidad social de la ciencia, así como su papel en políticas públicas que garanticen equidad, justicia social y sustentabilidad”.

La iniciativa, comentada ayer aquí por Arturo Barba, es interesante y esperanzadora. Pero no porque se busque que la ciencia “sirva para algo”, como comentara alguien en la ceremonia, o porque los científicos deban “retribuir con algo lo mucho que reciben de la sociedad”, como comenta Arturo.

En mi opinión, la ciencia (la buena, la bien hecha) sirve sólo para una cosa: entender la naturaleza. Aunque el conocimiento que produce puede a veces aplicarse de forma peligrosa o inaceptable, la sociedad invierte en ciencia porque valora los innumerables beneficios que genera.

Hay quien quisiera hacer más eficiente la producción de conocimiento científico, o enfocarlo a problemas particulares. Pero hay sólo una manera de hacer ciencia: en forma diversa, libre. Es esta exploración un tanto azarosa e ineficiente de las posibilidades la que permite toparse con descubrimientos (aunque también con peligros) insospechados.

La decisión de algunos científicos de organizarse para ir más allá de la labor de investigación y ocuparse de las repercusiones de su actividad (sociales, ambientales, económicas, éticas y de otros tipos) habla no de un intento por justificar su existencia, sino de una conciencia de la importancia que la ciencia —y la opinión experta de la comunidad científica— debe tener en la sociedad actual.

Ayer, el subsecretario para la pequeña y mediana empresa de la Secretaría de Economía, Alejandro González (El Financiero, 14 de noviembre) declaró que “la Secretaría de Economía es la que debería dirigir los destinos de la nación en materia de innovación y desarrollo tecnológico”, opinión que se ha interpretado como una invitación a “tomar las riendas del Conacyt”.

Ante el peligro de confundir la investigación científica con la mera producción de patentes para la industria, la decisión de los científicos de manifestarse y hacer propuestas realistas sobre los problemas de la sociedad no podría ser más oportuna.

miércoles, 8 de noviembre de 2006

¡La ciencia no es magia!

Martín Bonfil Olivera

Milenio Diario
8 de noviembre de 2006

Es curioso ver simultáneamente en cartelera a dos películas que hablan de magia pero que, a diferencia de Harry Potter, recurren constantemente a la ciencia y la técnica.

Una es El ilusionista, con Edward Norton, en la que una trama barroca pero bien lograda permite vislumbrar cómo con elaborados trucos de magia se logra realizar un amor imposible.

La otra es El gran truco (The prestige), de Christopher Nolan, en la que dos magos, interpretados por Hugh Jackman y Christian Bale, compiten por perfeccionar “El hombre transportado”, truco que consiste en la “teletransportación” del mago a través del escenario.

La película es muy recomendable, y no vendo mucha trama si comento que uno de los puntos centrales es la alternativa entre esce-nificar el truco usando un doble (lo que hace uno de los magos) o hacer magia “real”.

Lo curioso es que, al explorar esta última posibilidad, el mago Angier (Jackman), en un intento por igualar el logro de su rival Borden (Bale), recurre a la ciencia: parte a Colorado para visitar al misterioso genio de la electricidad: Nikola Tesla (¡interpretado por David Bowie!), con la esperanza de que su ciencia logre hacer realidad la ansiada teletransportación.

El serbio Tesla (1856-1943) es considerado uno de los máximos inventores de la historia. Inventó la bobina de inducción (y con ella el motor de corriente alterna, que revolucionó la industria), exploró la transmisión inalámbrica de corriente y generó tal cantidad de avances tecnológicos que se convirtió en leyenda. Su conocida rivalidad con Edison, quien favorecía el uso de la corriente directa (Tesla apoyaba la corriente alterna) aparece (exagerada) en la cinta.

Desgraciadamente, la película (y la novela de Christopher Priest en que se basa) tiene un lamentable tropiezo: presentan a Tesla como capaz de hacer milagros (la teletransportación que no han logrado los físicos actuales usando tecnologías mecano-cuánticas). Con ello el personaje de Tesla, cuya cuidadosa construcción histórica es en todo momento plausible (incluso la escena donde se encienden cientos de focos clavados en el suelo, sin cables que los alimenten, fue real) se convierte en un típico inventor de fantasía, capaz de lograr todo.

Lástima. La ciencia, en novelas y cine, sigue siendo vista más como magia que como lo que es: una exploración que, aunque no logra lo imposible, ensancha constantemente el límite de lo posible.

miércoles, 1 de noviembre de 2006

¿Por qué no?

Milenio Diario
1o de noviembre, 2006

Discriminación: monstruo de múltiples cabezas. Afortunadamente, y contra quienes piensan que la humanidad no tiene remedio, el siglo pasado se avanzó mucho en la lucha contra la desigualdad y el maltrato hacia las minorías.

Hoy el tema de las sociedades de convivencia, que permiten el reconocimiento legal de vínculos entre personas del mismo sexo (y entre cualesquiera dos personas que decidan formar un hogar común, incluso por razones no sentimentales) vuelve a la primera plana. La Ley de Sociedades de Convivencia será discutida próximamente, y ante ello se levanta la voz de la jerarquía católica, que advierte del supuesto peligro que esta ley representa para la institución familiar.

No es extraño; el Vaticano ha insistido largamente en que las uniones entre homosexuales son “antinaturales y aberrantes”. Así lo declaró Hugo Valdemar, vocero del Arzobispado de México (MILENIO Diario, 30 de octubre), mientras amenazaba con que los católicos podrían salir a las calles para manifestar su oposición.

Nunca se han presentado argumentos convincentes para justificar esta postura. ¿Por qué o cómo una familia formada por dos personas del mismo sexo y reconocida por la sociedad pondría en riesgo cualquier otro tipo de unión familiar? La postura católica radical muestra, simplemente, afán de discriminar; de que los homosexuales sigan siendo considerados, si no ya enfermos, sí “desviados”, y por tanto ciudadanos de segunda.

Pero la homosexualidad no es antinatural: se presenta en todo tipo de animales, desde aves hasta mamíferos. Cabría cuestionar, en cambio, si hay algo más antinatural que el voto de castidad de los sacerdotes católicos. ¿No influirá esta distorsión de los instintos en el alto número de delitos sexuales en que resultan implicados?Parafraseando la campaña bancaria, y analizando críticamente los argumentos contra las sociedades de convivencia, convendría que los ciudadanos nos preguntáramos sin prejuicios: ¿por qué no?

¡Mira!

Afortunadamente, y a pesar de quienes defienden la discriminación, la igualdad de derechos para las minorías sexuales avanza. La autora Marina Castañeda se sorprende en su reciente libro La nueva homosexualidad (Paidós, 2006) de lo mucho logrado en poco tiempo, y analiza los retos en el futuro inmediato: matrimonio gay, homoparentalidad, homofobia y perspectivas a largo plazo para parejas del mismo sexo. Una lectura necesaria.

miércoles, 25 de octubre de 2006

El charlatán del agua

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario
25 octubre 2006

Recientemente estuvo en nuestro país el “doctor” Masaru Emoto, quien difunde Los mensajes ocultos del agua (título del libro que escribió). Las ideas de Emoto son sencillas y suenan bonito: el agua —que como sabemos es indispensable para la vida— responde a nuestras emociones y pensamientos.

Mediante experimentos sencillos, como poner agua en un recipiente y adherirle etiquetas con frases como “te amo” o “te odio”, tomar luego una muestra y enfriarla hasta que forme cristales, Emoto afirma haber comprobado que el agua “siente” y responde a nuestros sentimientos. Los cristales sometidos a mensajes positivos son, dice, armoniosos, mientras que los que recibieron mensajes negativos son asimétricos y feos.

Emoto saltó a la fama mundial cuando sus fotos de cristales, y sus peculiares explicaciones, aparecieron en la película ¿Y tú qué #%& sabes?, notoria por revolver ideas esotéricas con conceptos científicos tergiversados, en una mezcolanza indigerible para quien tenga cierta cultura científica. La cinta tuvo un éxito inusitado entre el público afecto a lo místico (por desgracia, mucho más amplio que el afecto al pensamiento racional).

Los argumentos de Emoto son tan confusos como todos los que aparecen en la cinta. Sus descripciones de los cristales son tan subjetivas que resultan ridículas, como cuando se dice que un cristal resulta “amenazador” o “pacífico”. Tampoco explica cómo podría el agua enterarse de lo que está escrito en un papel (o si sabrá leer en cualquier idioma, o sólo inglés y japonés). A lo más que llega es a hablar de “vibraciones” de una misteriosa “energía vital” que el agua puede captar.

¿Qué hay de malo en todo esto? Más allá del hecho de que Emoto presente sus burdas ideas como “ciencia”, podría pensarse que sólo vende libros e ilusiones a quien quiera creerle. Pero la nota de su visita a México revela algo interesante: el charlatán del agua vino a presentar su línea de productos esotéricos, que incluyen botellas para beber, calcomanías que “neutralizan” el magnetismo pernicioso de aparatos eléctricos y su “agua hexagonal estructurada por medición de onda” (?), llamada “Índigo”.

O sea, el charlatán resultó simple mercachifle. Quizá las autoridades de defensa del consumidor debieran tomar cartas en el asunto. Lo que queda claro es que en pleno siglo XXI sigue siendo fácil separar a un público crédulo de su dinero. ¡Salud!

miércoles, 18 de octubre de 2006

La calidad de la UNAM

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario
18 de octubre de 2006

"No confío en esa evaluación”, dijo un compañero universitario ante la noticia de que la UNAM había alcanzado el lugar 74 entre las mejores del mundo (entre más de 13 mil), según la evaluación anual del diario inglés The Times. Primero creía que la evaluación incluía sólo universidades latinoamericanas. Hubo que mostrarle los datos.

Pero su desconfianza no cedió. Le parecía increíble que en dos años la Universidad Nacional (la de todos los mexicanos) pudiera haber pasado del lugar 195 al 95, y luego al 74. Que hubiera quedado por encima de cualquiera de Latinoamérica ¡y de España!

¿Por qué confiamos en las evaluaciones que revelan nuestra pobreza, la crisis de nuestras escuelas, pero no en las que muestran que algo va bien? La encuesta del Times, sin ser absoluta, sí es confiable y reconocida mundialmente. Mi amigo dudaba de los criterios utilizados: pensaba que la reciente mejora administrativa había ayudado en la evaluación.

No fue así. Los cinco criterios utilizados son estrictamente académicos: la opinión de casi cuatro mil académicos de todo el mundo, la de más de 700 empresas que emplean universitarios a nivel mundial, la proporción de estudiantes en cada facultad, la capacidad para atraer estudiantes extranjeros, y la de atraer a académicos de renombre.

Por eso no puedo estar de acuerdo con mi amigo Horacio Salazar cuando comenta (MILENIO Diario, 12 de octubre) que según Andrés Oppenheimer “la UNAM sacó cero en trabajos de investigación aparecidos en publicaciones académicas internacionales”, y concluye que “de poco vale que en la UNAM sí se investigue, si esa investigación no alcanza a ser calificada como de primer nivel”.

Habría que ver cómo se evaluó ese “cero” en investigación. Hay grupos empeñados en descalificar a las universidades públicas. Cierto, la investigación distingue a las universidades de las escuelas, y toda universidad debe hacer la mejor investigación posible.

Pero sobre todo, habría que reconocer que mucha de la poca investigación que se hace en México es de excelente nivel (aunque quizá no de primera). Que para obtener tan buenos resultados debe haber un buen respaldo académico, que incluye a la investigación científica. Y que en realidad lo triste es que sólo la UNAM, entre todas las universidades del país, públicas o privadas, esté entre las 100 mejores. Viéndolo bien, la desgracia es tener sólo una universidad de excelencia.


miércoles, 11 de octubre de 2006

Y sigue el ARN dando

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario
11 de octubre de 2006

Los tres premios Nobel de ciencias naturales (y el de economía) de este año han sido para estadunidenses. Y los dos que tienen que ver con biología son por trabajos con el ácido ribonucleico o ARN, la molécula genética que muchas veces se considera como el hermano feo del famoso y fotogénico ADN.

El premio de fisiología o medicina, comentado aquí, se otorgó por el descubrimiento de la “interferencia de ARN”, que permite bloquear la expresión de genes individuales. El de química lo ganó Roger Kornberg, por haber permitido entender con detalle precisamente cómo es que se fabrican las moléculas de ARN mensajero que llevan la información del ADN, en el núcleo celular, a los sitios donde se fabrican las proteínas. Curiosamente, el fenómeno celular que ganó el Nobel de medicina se contrapone al que ganó el de química.

Otra curiosidad es que el padre de Roger, Arthur Kornberg, ganó en 1959 el mismo premio por haber descifrado el mecanismo de la replicación del ADN, que permite copiar la información genética de padres a hijos: se convierten así en la sexta pareja padre-hijo con premios Nobel.

La fabricación de una molécula de ARN mensajero a partir del ADN nuclear se conoce como “transcripción”, y es un fenómeno central para la vida. Ciertos venenos que interfieren con él causan la muerte inevitable. Pero el trabajo de Kornberg hijo no sólo tiene importancia como ciencia básica que permite entender un fenómeno biológico fundamental: sus posibles aplicaciones médicas son muy prometedoras.

Y es que la transcripción es el principal mecanismo por el que una célula controla qué parte de la información genética se expresa (o no). Aunque todas las células de nuestro cuerpo tienen la misma información, la transcripción selectiva de ciertos genes hace que una célula nerviosa haga lo que debe hacer (por ejemplo, fabricar neurotransmisores) y no se confunda con una célula productora de insulina del páncreas. Una de las principales promesas médicas de este siglo, la terapia con células madre, dependerá de que logremos controlar la transcripción para obtener células del tipo que necesitamos.

Gracias a las técnicas desarrolladas por Kornberg hoy sabemos exactamente cómo funciona la maquinaria celular que controla la transcripción. Quizá pronto logremos manipularla. La promesa, sin duda, bien vale un Nobel, y todo queda en familia.

mbonfil@servidor.unam.mx

miércoles, 4 de octubre de 2006

Desenredando un Nobel molecular

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario
4 de octubre de 2006

1953: James Watson y Francis Crick descubren que el ácido desoxirribonucleico, ADN, material de los genes, consta de dos cadenas enrolladas en forma de doble hélice. Las cadenas son complementarias: una es “positiva”; la otra, su complemento “negativo”. Como en una fotografía, teniendo una puede reconstruirse la otra. La doble hélice se reproduce; el secreto de la herencia ha sido develado.

1960s: se desentraña el mecanismo por el que la información genética del ADN controla la fabricación de las proteínas, las máquinas que llevan a cabo todas las actividades de la célula viva. El intermediario central resulta ser el ácido ribonucleico, ARN. La información de una de las cadenas del ADN se copia a una cadena complementaria de ARN, que la lleva a las fábricas de proteínas, llamadas ribosomas.

1990s: con las modernas tecnologías de biología molecular, ¿por qué no combatir enfermedades genéticas “silenciando” los genes que las causan? Fabricando cadenas de ARN complementarias a las naturales, podría bloquearse el mensaje del ADN impidiendo que se formaran las proteínas dañinas: el ARN artificial “negativo” se uniría a la cadena natural “positiva”, formando una doble hélice y bloqueando su funcionamiento. Resultado: la idea no funciona, no importa si se usan cadenas de ARN positivas o negativas para intentar bloquear al gen.

1998: Andrew Fire y Craig Mello, de las universidades de Stanford y Massachussets, prueban inyectar ARN positivo y negativo al mismo tiempo en la lombriz Caenorhabditis elegans (que ganó ya un Nobel de medicina en 2002) con la intención de bloquear la fabricación de una proteína muscular. ¡Funciona!

Después se averiguaría qué sucedió: las células cuentan con un complejo y eficaz sistema de protección que detecta ARN de doble cadena y diligentemente lo destruye. Siguiente pregunta: ¿para qué evolucionó? Respuesta: como protección contra virus, muchos de los cuales tienen precisamente ARN de doble cadena en vez de ADN.

Finalmente, la importancia: la técnica de “interferencia de ARN” es hoy una herramienta fundamental para biólogos moleculares de todo el mundo, pues les permite hacer experimentos “bloqueando” genes para ver qué función cumplen. Es por haber descubierto esta utilísima técnica de investigación, y quizá un día de terapia, que Fire y Mello recibirán el Nobel de Medicina este año. ¡Enhorabuena!

viernes, 29 de septiembre de 2006

Imprudencias papales

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 27 de septiembre de 2006


Son exagerados los rumores de que el papa Benedicto XVI buscaba detonar la tercera guerra mundial cuando declaró, en la Universidad de Ratisbona, que la guerra santa del islam está contra Dios y que defender la fe con la violencia es irracional. Pero no era difícil adivinar que sus declaraciones despertarían la indignación del mundo islámico, provocando agresiones contra templos y religiosos católicos.

Las imprudentes palabras de Joseph Ratzinger no sorprenden. Ya como jefe de la Congregación para la Doctrina de la Fe (antigua Santa Inquisición) se distinguía por su rigidez y tradicionalismo: oposición total a la anticoncepción, a la investigación con células madre, al derecho a la elección respecto al aborto, y condena a la diversidad sexual.

Pero en Ratisbona Ratzinger lanzó también una acusación directa contra la ciencia, la cual, según él, “al menos en parte, se ha dedicado a buscar una explicación del mundo en la que Dios sea innecesario”.

Tiene algo de razón. La ciencia, por su propia naturaleza, parte de una concepción naturalista del mundo: supone de entrada que no hay causas sobrenaturales. Se trata de una postura obligada. De otro modo, la ciencia sería innecesaria. ¿Por qué buscar explicaciones para los fenómenos naturales si podemos atribuirlos a espíritus, milagros, magia o deseos que se cumplen? Pero esto no implica que la ciencia esté contra la religión.

El Papa no se detuvo ahí: atacó también la teoría darwiniana de la evolución, al preguntar qué fue primero: “¿La razón creadora, el espíritu que obra en todo y suscita el desarrollo, o la irracionalidad que, despojada de significado, de algún modo produce un universo ordenado matemáticamente, así como al hombre y su razón?”

Expresó su temor de que el hombre (sic) “sería entonces solamente el resultado casual de la evolución y, por tanto, en el fondo también algo irracional”.

Presentar a la evolución como equivalente a la irracionalidad no sólo es absurdo: es mala voluntad. Ratzinger deliberadamente se niega a entender la postura darwiniana, cuya mayor virtud es mostrar cómo, mediante un mecanismo natural, el complejo orden de lo vivo puede surgir sin necesidad de un proyecto.

Esperemos que la Iglesia católica, mientras defiende a sacerdotes pederastas y sus encubridores, no lance una “guerra santa” contra una de las más poderosas teorías en la historia de toda la ciencia.

mbonfil@servidor.unam.mx

miércoles, 20 de septiembre de 2006

Letrados olmecas

Martín Bonfil Olivera

Milenio Diario
20 de septiembre de 2006

La ciencia mexicana tiene excelente nivel, pero es poca, y no es frecuente verla en primera plana. El descubrimiento publicado el 15 de septiembre por la influyente revista Science (celebrando nuestras fiestas patrias) es un ejemplo notable.

Se trata de la muestra más antigua de escritura en el continente americano. No por nada nuestra arqueología es reconocida mundialmente; faltaba más, con la inmensa riqueza arqueológica que tenemos. Hay sitios en que basta escarbar para toparse con restos.
Por eso el Instituto Nacional de Antropología e Historia cuenta con arqueólogos entrenados para supervisar la construcción de edificios o carreteras. Si identifican restos arqueológicos importantes, se encargan de rescatarlos. En casos excepcionales, puede detenerse o desviarse la construcción para preservar el sitio.

No sucedió así con el bloque del Cascajal, desenterrado durante una excavación para una carretera en el municipio veracruzano de Jaltipan, y que se almacenó, junto con otros objetos encontrados junto a él, en la casa de una autoridad local. En 1999 lo vieron los antropólogos María del Carmen Rodríguez, del Centro INAH en Veracruz, y Ponciano Ortiz, del Instituto de Antropología de la Universidad Veracruzana, quienes notaron que los signos grabados en él podían ser importantes.

Junto con un equipo en el que participaron arqueólogos estadunidenses, realizaron estudios que permitieron fechar la escritura del bloque en alrededor de 900 años antes de nuestra era (la cultura olmeca, una de las más antiguas de Mesoamérica, se desarrolló entre mil 200 y 400 años antes de nuestra era). Se dieron cuenta de que, lejos de ser simples dibujos, los signos constituían un verdadero lenguaje escrito, pues presentan sintaxis y reglas de lectura.

Ésta es la primera evidencia de que los olmecas tuvieran, ya desde entonces, un sistema de escritura avanzado que les permitiera una comunicación social elaborada. El descubrimiento, afirman los especialistas, le da una nueva dimensión a la cultura olmeca.

Todavía no ha sido posible descifrar el lenguaje; para eso se necesitaría una “piedra de Rosetta”. Tampoco se sabe si se usó ampliamente o era local. Será necesario buscar más ejemplos de esta escritura. De lo que no hay duda es que el hallazgo despertará un nuevo auge en la arqueología olmeca. Seguramente esta antigua civilización nos reserva muchas sorpresas.

Comentarios: mbonfil@servidor.unam.mx