miércoles, 30 de mayo de 2007

La felicidad...

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 30 de mayo de 2007

Cuando uno está muy triste, la felicidad de otros puede ser intolerable. Llega uno a desear que dejen de estar tan felices. Un artículo aparecido hace 15 años podría ayudar a los tristes, al menos, a dejar de sentirse mal por no ser felices.

El trabajo se publicó en 1992, en el Journal of Medical Ethics (v. 18, p. 94). Se titula “Propuesta para clasificar a la felicidad como alteración psiquiátrica”, y su autor es Richard Bentall, psicólogo de la Universidad de Liverpool.

Bentall da una serie de razones por las que, ateniéndose a la ortodoxia en salud mental, no queda más remedio que clasificar a la felicidad como enfermedad en los manuales diagnósticos (propone el nombre de “Alteración afectiva mayor, de tipo placentero”).

En primer lugar, es una condición anormal: no se conforma a la norma. Las personas felices son una muy pequeña minoría. Pero además, la felicidad lleva asociadas alteraciones del comportamiento y de las capacidades cognitivas y afectivas.

Quienes la padecen tienden a exagerar los aspectos positivos de la vida, en especial de sus propias capacidades, y suelen incurrir en comportamientos impulsivos, irresponsables o riesgosos: hacen cosas que nunca harían en condiciones normales.

La alteración afectiva mayor de tipo placentero conlleva manifestaciones físicas características; la más obvia es la distorsión de los músculos faciales conocida como “sonrisa”.

Revela también una alteración cerebral: la administración de drogas como alcohol o anfetaminas, así como la estimulación de ciertas áreas de la corteza cerebral, producen artificialmente la sensación de felicidad.

Este desequilibrio emocional se caracteriza también por ser irracional, lo cual, junto con los otros criterios expuestos, lo equipara a otras alteraciones psiquiátricas como la psicosis o la depresión. Al final, el único criterio para rechazar la definición de felicidad como enfermedad sería el alto valor social que le concedemos (lo cual, según Bentall, podría remediarse abriendo clínicas para combatir el padecimiento).

Como todo provocador inteligente, lo que Bentall buscaba con su socarrón artículo era poner a pensar a sus colegas en qué tan adecuadas son las definiciones tajantes y excesivamente rigurosas de las enfermedades mentales. A mí y a otros nos hace preguntarnos si no estaremos, como sociedad, un tanto obsesionados con la famosa búsqueda de la felicidad.

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miércoles, 23 de mayo de 2007

Ciencia, tecnología e innovación

Martín Bonfil Olivera
23 de mayo de 2007

Comparado con lo que sucede en otros países de Latinoamérica, en México hacemos menos de lo necesario a favor de la ciencia y la tecnología.

La ciencia se enseña en escuelas y universidades y se divulga al público, pero no basta. Ciudadanos, funcionarios y gobernantes no tienen una cultura científica que les permita, más allá de curiosidades, entender qué es la ciencia, su importancia, cómo funciona y por qué su desarrollo nos puede permitir (un día) apoyarnos en ella, como los países de primer mundo.

El investigador argentino-mexicano Marcelino Cereijido se queja este mes en la revista Ciencias (ganadora del premio de la Red de Popularización de la Ciencia y la Tecnología en América Latina y el Caribe) de que la comunidad científica mexicana, que hace 30 años, cuando llegó, era pujante, hoy está aplastada por una burocracia corta de miras que exige resultados a corto plazo. Concluye que urge educar a políticos y funcionarios para que entiendan qué es la ciencia.

Pero hay esperanza: el lunes asistí a la presentación del primer borrador de la nueva Ley de Ciencia, Tecnología e Innovación, que el Foro Consultivo Científico y Tecnológico presentará al Conacyt en agosto próximo.

La propuesta luce prometedora, y se enriquecerá con aportaciones de diversos sectores. Es notorio su énfasis en la innovación: vinculación con el sector productivo para crear riqueza y empleos. Esto tendrá que ir acompañado de la comprensión profunda que pide Cereijido, para no caer en el error de ignorar que una ciencia básica amplia, sólida y de calidad es la raíz indispensable para desarrollar el árbol científico-tecnológico-industrial cuyos frutos anhelamos.

Inquieta un poco la insistencia con que el sector industrial pide recursos públicos cuyo destino natural son más bien las instituciones de investigación. Como comentaba aquí ayer Arturo Barba, hay casos en que estas peticiones sólo benefician a las empresas o resultan ser trucos para pagar menos impuestos.

Finalmente, sería deseable que la ley incluyera la propuesta de un plan de divulgación científica a nivel nacional, importantísimo para lograr interés, comprensión y compromiso de ciudadanos y gobernantes hacia la ciencia y la técnica.

No dudo que, con la participación de todos, el proyecto se enriquecerá y perfeccionará. Ojalá sea adoptado y, sobre todo, aplicado por el gobierno actual.

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miércoles, 16 de mayo de 2007

Latinoamérica científica

Martín Bonfil Olivera
16 de mayo de 2007

Viajar ilustra, ni duda cabe. Este columnista regresa de la décima Reunión de la Red de Popularización de la Ciencia y la Tecnología en América Latina y el Caribe (Red-POP), en la bella San José de Costa Rica, a la que asistimos 180 comunicadores de la ciencia de 20 países, predominantemente latinoamericanos.

Además de compartir experiencias, pude apreciar, con admiración y envidia (de la buena: la que nos hace aspirar a ser mejores) la alta apreciación por la ciencia y la tecnología que hay en muchos de estos países. Brasil, Argentina, Chile, Uruguay, Colombia, Nicaragua, Venezuela y tantos otros, que enfrentan problemas económicos iguales o peores que los nuestros, tienen sólidos esfuerzos, apoyados por sus gobiernos, para mostrar a sus ciudadanos la importancia de la ciencia y la técnica para el progreso social.

Lo que más llamó mi atención fueron las acciones concretas, el provecho que estos países están sacando de la relación múltiple que puede establecerse entre naturaleza, ciencia, tecnología y sociedad. Hay gran interés por los temas ambientales, y se generan recursos y conciencia social a través, por ejemplo, de la creación de reservas biológicas o parques nacionales, y del popular ecoturismo (para el que Costa Rica, mientras protege sus abundantes bellezas naturales, se ha convertido en destino obligado).

Los ticos también han sabido sacar provecho de sus riquezas a través de la biotecnología, colaborando con instituciones estadunidenses mediante convenios que protegen su patrimonio biológico y permiten aprovecharlo para beneficiar al país. A través de instituciones como el Centro Nacional de Alta Tecnología (CENAT), Costa Rica ha establecido un sistema científico-tecnológico-industrial provechoso y adaptado a sus necesidades.

Un ejemplo: el astronauta estadunidense-costarricense Franklin Chang Díaz, más allá de haber colaborado con la NASA desde 1980, se ha convertido en un verdadero icono del progreso nacional para sus compatriotas. Cualquier taxista en San José lo conoce, y puede explicar que actualmente está trabajando en la elaboración, en Costa Rica, de un motor magnético de impulso por plasma (¡en serio!) que podría reducir un viaje a Marte de diez meses a sólo cuatro.

Caray... ¿por qué se queda uno con la sensación de que en México estamos desperdiciando la oportunidad de hacer cosas como éstas? No hay duda: viajar ilustra.

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jueves, 10 de mayo de 2007

Experimentar con animales

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 9 de mayo de 2007

La ciencia ha tenido, a lo largo de la historia, la virtud de provocar polémicas. Quizá las más acaloradas surgen cuando el interés científico se topa con consideraciones éticas. El beneficio potencial del nuevo conocimiento se confronta con el costo de la investigación científica (en dinero, deterioro ambiental, posibles aplicaciones bélicas, y especialmente, sufrimiento causado a los organismos utilizados en los experimentos).

Para hacer investigación biológica o médica muchas veces se requiere experimentar con animales. Algunas personas opinan que este tipo de investigación debiera prohibirse, por ser inmoral; otros argumentan que lo inmoral sería no hacerla, pues se estaría perdiendo la oportunidad de evitar el sufrimiento que causan las enfermedades. A veces el debate degenera en batalla: aún existen grupos de activistas que destruyen laboratorios en los que se experimenta con animales.

Para intentar convertir la estéril discusión de todo o nada en un tema más objetivo, el investigador David G. Porter, de la Universidad de Guelph, en Canadá, planteó hace 15 años (Nature 356, p. 101) una escala para evaluar la pertinencia de realizar estudios con animales.

Porter proponía varios criterios, con valores aproximados, para hacer un balance costo-beneficio en cada caso. Entre ellos, el objetivo del experimento (no es igual una investigación que busca salvar vidas que una que se hace por simple curiosidad); la especie que se usará (no es lo mismo un molusco, con sistema nervioso rudimentario, que un primate con corteza cerebral avanzada); una estimación del dolor que se provocará al animal; la duración de éste (una inyección duele mucho, pero dura poco); la duración total del experimento en relación con la vida del animal (unos meses son mucho para un organismo que vive pocos años); el número de animales usados (no es igual causar sufrimiento a un animal que a cientos); la calidad de los cuidados que se ofrecerán a los animales, y si se trata de especies en peligro de extinción.

Hay quien piensa que el hombre es el rey de la creación, y tiene derecho de disponer de los animales a su gusto. Hay quien cree que los temas éticos no pueden matizarse, pues son absolutos. Propuestas racionales como la de Porter muestran que a veces los argumentos científicos permiten avanzar en discusiones donde los dogmatismos sólo sirven como obstáculo.

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miércoles, 2 de mayo de 2007

Almas

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 2 de mayo de 2007


Al menos fue sincero Norberto Rivera cuando invitó a desobedecer la ley que despenaliza el aborto. No apeló a una inexistente “ley natural”; dijo abiertamente que “el ser humano pertenece a Dios desde el inicio de su existencia (...) y por ello su vida siempre es sagrada e inviolable”. Admite que su argumento es religioso. No vale pues para quien no crea en su dios, ni en un Estado laico.

Pero no fue coherente, pues añadió que su “verdad” es “confirmada por las evidencias que proporciona la observación honesta y no manipulada ideológicamente del desarrollo embrional”. ¿Pensará que la ciencia confirma que los seres humanos “pertenecemos” a su dios?

Por su parte, la Arquidiócesis de México, mientras vociferaba sobre “comer la carne inmolada de los ídolos” (!), hizo el ridículo al advertir a Marcelo Ebrard del grave peligro que corría su alma por su excomunión… sólo para ser desmentida por el Vaticano.

Por siglos, sólo la religión tenía autoridad para hablar sobre el alma (y usarla como amenaza). Pero la ciencia avanza que es una barbaridad, y hoy, con nuevas herramientas, aborda fructíferamente ese fenómeno, que también llamamos “yo”, “conciencia” o “mente”.

Lo que nos da un sentido de existencia propia, lo que permite a Descartes —y a todo ser autoconsciente— decir “pienso, luego existo”, actualmente se estudia no como esencia inmaterial, espíritu, sino como complejísimo fenómeno natural que emerge del funcionamiento del cerebro.

El paso de la neurología y la psicología a los modernos estudios sobre la conciencia ha permitido generar teorías que explican cada vez con más detalle las funciones características del “alma”. El filósofo Daniel Dennett, por ejemplo, en La conciencia explicada (Paidós, 1995) presentó un modelo esencialmente completo —aunque no necesariamente correcto— de cómo el cerebro genera, mediante complejos procesos recursivos en varios niveles, el yo. Douglas Hofstadter, quien presentó la idea original en su clásico Gödel, Escher, Bach (Tusquets, 1989) hoy retoma la idea en su nuevo libro, I am a strange loop (Soy un bucle extraño, Basic Books, 2007).

Y el filósofo André Compte-Sponville, en El alma del ateísmo (Paidós, 2006) defiende el derecho de quienes no creemos en espíritus a tener alma y espiritualidad. Parece, pues que el reinado de la religión sobre las almas está condenado a terminar pronto. ¡Enhorabuena!

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miércoles, 25 de abril de 2007

Las razones del laicismo

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 25 de abril de 2007

Uno de los requisitos esenciales para hacer ciencia es adoptar lo que el biólogo Jacques Monod llamó “principio de objetividad”: la necesaria suposición de que detrás de los fenómenos de la naturaleza no hay ningún proyecto o plan. Las cosas no ocurren porque alguien así lo haya planeado; no ocurren “para” algo.

Otros pensadores han ampliado el requisito a lo que se conoce como “visión naturalista”: la ciencia tiene que dar por hecho que no existen entidades o fenómenos que estén fuera del mundo natural (sobrenaturales). Esto incluye, por supuesto, la intervención de dioses, ángeles o espíritus de cualquier tipo.

La ciencia es, entonces, “laica” en este sentido. Y lo es por necesidad: para hacer ciencia, para descubrir las regularidades de la naturaleza y poder explicar y predecir los fenómenos que en ella ocurren, tiene que asumirse que tales regularidades existen. Si se cree que las cosas ocurren con sólo desearlas, o que en cualquier momento puede presentarse un milagro o la intervención de un ser mágico, sería imposible hacer experimentos confiables para obtener datos con los cuales confirmar o refutar las teorías científicas. (Por supuesto, la ciencia no busca probar que no exista Dios; sólo hace como si no existiera. No tiene problema con creer en un dios abstracto, siempre y cuando no intervenga en el mundo.)

Y lo cierto es que, hasta ahora, el método científico ha funcionado excelentemente: ningún otro puede competir con él para generar conocimiento sobre la naturaleza.

Las razones por las que las modernas sociedades democráticas son laicas está relacionada con este laicismo naturalista de la ciencia. Los revolucionarios franceses, los padres de la patria estadunidense y los constitucionalistas mexicanos de 1857 reconocieron que, para que un Estado democrático fuera justo, las decisiones que tomara para regir a sus ciudadanos tendrían que estar basadas en el conocimiento más confiable que estuviera disponible.

Es por ello que todavía en la Constitución actual se ordena, por ejemplo, que la educación pública se mantenga “por completo ajena a cualquier doctrina religiosa” y esté basada “en los resultados del progreso científico”.

Ante la polémica por temas como el aborto y la eutanasia, conviene recordar que, más allá de la fe personal, hay buenas razones para que las decisiones de gobierno se tomen independientemente de creencias religiosas.

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miércoles, 18 de abril de 2007

Señora: ¡no aborte!

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 18 de abril de 2007

Cuando ese badulaque llamado Serrano Limón se presentó en la Asamblea Legislativa del DF, donde recibió una merecida lluvia de tangas, intentaba demostrar que un embrión de siete semanas tiene ya vida.

Empeño inútil y bobo: ¡claro que un embrión está vivo! Igual que el espermatozoide y el óvulo de los que proviene. Quienes se sienten inquietos por la iniciativa de despenalización del aborto que se discute en la Asamblea se preocupan por otro asunto: ¿en qué momento se puede decir que un embrión se ha convertido en un ser humano?

La discusión se ha polarizado debido a lo radical de la postura religiosa: que “El embrión humano es persona desde la fecundación”, como afirma un desplegado reciente. Se toma la existencia humana como un valor absoluto, de todo o nada. En esta visión de blanco o negro, un embrión en desarrollo —o un óvulo fecundado— son tan completamente humanos como un bebé recién nacido.

Pero tal argumento no se sostiene. Evidentemente, un óvulo fecundado —y las etapas inmediatamente posteriores, en que esta célula se va dividiendo para convertirse en mórula, blástula y gástrula— no puede presentar las funciones que caracterizan a un ser humano (pensamiento, conciencia, o al menos capacidad de sentir dolor). No puede, porque las estructuras anatómicas necesarias para ello no están siquiera presentes. Sin tales funciones, hablar de ser humano no tiene sentido.

Las diferencias en “grado de humanidad” entre un óvulo fecundado, que es sólo una célula sin sensibilidad ni nada que pueda caracterizarse como “naturaleza humana” (más allá de sus genes… ¡y suponemos que no se trata de reducir la naturaleza humana a los genes!) y un bebé plenamente humano son indiscutibles. Muestran que debe existir algún punto intermedio en el embarazo —por arbitrario que sea— antes del cual interrumpirlo no tiene por qué ser un problema ético.

Muchas mujeres no estarán de acuerdo, quizá debido a sus creencias religiosas. A ellas les recomendaría, con toda sinceridad, ¡señora, no aborte! Pero no se preocupe por una ley que simplemente permitirá que otras mujeres que decidan hacerlo —y lo están haciendo, no por gusto sino muchas veces por necesidad imperiosa— no tengan que poner en riesgo sus vidas. Nadie está a favor del aborto, pero cerrar los ojos a una realidad urgente en aras de un ideal nebuloso sería imperdonablemente injusto.

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miércoles, 11 de abril de 2007

Charlatanes por diversión

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 11 de abril de 2007

Soy libra con ascendente escorpión. Eso, según los astrólogos, me convierte en alguien muy interesante. Buen dato para iniciar una conversación, pero no creo una palabra: estoy seguro de que mi encantadora personalidad no es consecuencia de influencias astrales.

Sí, ya lo sé: la astrología tiene una larga historia que se remonta al menos hasta los sumerios (¿o eran los asirios?); de ella nació la astronomía, y miles de personas en el mundo –de todo hay en la viña de Darwin– creen que los astros controlan sus vidas.

La verdad es que tal creencia carece de todo fundamento. Es imposible que un objeto a miles de años luz influya en lo que sucede en la Tierra: es mayor la atracción gravitacional de un coche estacionado junto a nosotros, por ejemplo, que la de cualquier astro cercano. Las estrellas que forman las “constelaciones” de la bóveda celeste en realidad no están en un mismo plano, sino muy distantes entre sí: vistas desde otro ángulo no tienen ninguna relación.

Dos gemelos nacidos con instantes de diferencia pueden tener vidas radicalmente distintas. Por ejemplo, uno puede morir de niño y el otro no. Existen cantidad de estudios rigurosos que una y otra vez revelan que, si las estrellas influyen en nuestras vidas, es sólo a través de las decisiones que tomamos basados en tal creencia.

La astrología llega a ser peligrosa: se dice que Ronald Reagan solía consultar a un asesor astrológico antes de tomar decisiones de Estado. También es triste: cientos de incautos con problemas serios recurren, desesperados, a estafadores que se hacen pasar por videntes, psíquicos y adivinos, y que constantemente se anuncian en radio, televisión y prensa.

Estos vivales deberían ser acusados de fraude: venden un producto falso. Pero comprobarlo sería difícil. Por eso es ingeniosa la solución adoptada por la Procuraduría Federal del Consumidor, al decretar que los “servicios de adivinación, psíquicos y horóscopos” están obligados, desde el 1 de abril, a modificar su publicidad y “señalar que se trata de un servicio de entretenimiento, (y) que la interpretación y uso del servicio es responsabilidad exclusiva del consumidor”.

Ya lo sabe: si usa uno de estos abusivos servicios, recuerde que es sólo por diversión. A $60 pesos por mensaje de texto o $52 por minuto de llamada, le saldría mucho más barato ir al cine. O contratar un payaso.

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miércoles, 4 de abril de 2007

Ley natural

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 4 de abril de 2007

Continúa el debate sobre la aprobación de la causal de “daño al proyecto de vida” para excluir a mujeres embarazadas de responsabilidad penal por abortos realizados en las primeras 12 semanas de la gestación.

La iniciativa, necesaria y justa, reconoce el derecho de las mujeres a decidir no sobre su cuerpo -el embrión es un organismo individual, distinto a la madre-, sino sobre si desean o no tener un hijo en un momento determinado, y a recibir apoyo de las instituciones de salud al que tienen derecho.

Sin embargo, la oposición de la derecha religiosa continúa y se radicaliza. Uno de los argumentos que se esgrimen es el de la “ley natural”. El papa declaró en febrero, al inaugurar en Roma el Congreso Internacional sobre Derecho Natural, que “La ley natural expresa esas normas inderogables y obligatorias, que no dependen de la voluntad del legislador y tampoco del consenso que los Estados pueden darles, pues son normas anteriores a cualquier ley humana y, como tales, no admiten intervenciones de nadie para derogarlas”. Se trata, según la jerarquía católica, de principios no negociables que van incluso por encima de las leyes nacionales.

Es curioso ver a una iglesia que critica la “soberbia” de la ciencia en temas como la clonación o la investigación con células madre mostrar tal arrogancia. Pues incluso las leyes de la física, que a diferencia de las humanas, no pueden ser violadas -nadie puede “decidir” no obedecer la ley de la gravedad, o la de la conservación de la masa y la energía-, en realidad son relativas. Dependen del contexto.

En nuestro universo, rigen leyes físicas que podrían haber sido distintas si las condiciones del big bang hubieran sido otras. Las leyes de la química o la biología, en cambio, son menos universales: admiten excepciones. Esto se debe a que su dependencia del contexto es mayor. Un mismo fármaco tendrá efectos distintos dependiendo de las particularidades del organismo que lo reciba, por ejemplo.

El papa y su iglesia dirán, claro, que tales leyes -físicas, biológicas, etc.- fueron instauradas por su Dios. Al menos sería bueno que fueran honestos y, mientras insisten en imponer sus creencias, aceptaran que lo que defienden es, en todo caso, una supuesta ley sobrenatural.

¡Mira!

Con esta entrega, que coincide con la semana santa, esta nada piadosa columna celebra sus primeras 200 colaboraciones, hecho que agradece a sus lectores.

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miércoles, 28 de marzo de 2007

El tesoro metagenómico

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 28 de marzo de 2007

J. Craig Venter es un científico loco, pero también genial.

Primero decidió ganarle al Proyecto Genoma Humano la carrera para descifrar nuestra información genética. Fundó la compañía Celera y anunció que usaría la técnica conocida como shotgun (escopetazo): en vez de aislar ordenadamente los cromosomas humanos, fragmentarlos y “secuenciarlos” (leerlos), prefirió tomar todo el genoma, partirlo al azar, leer cada pedacito y luego, con poderosos métodos bio-computacionales, ordenar el rompecabezas para recrear el texto genómico completo. Parecía imposible, pero lo logró, aunque oficialmente se declaró un empate.

Para su nueva aventura, Venter compró el velero Sorcerer II, lo equipó y se lanzó, durante 2003 y 2004, a recorrer miles de kilómetros desde Canadá, pasando por Florida, Yucatán, el Caribe y el canal de Panamá, hasta las islas del Pacífico sur. Cada 200 millas, recolectaban agua de mar y la pasaban por filtros sucesivamente más pequeños, hasta aislar bacterias y virus.

Luego… ¡adivinó!: los molían, purificaban el ADN revuelto de cualquier cosa que hubiera ahí, lo secuenciaban y luego reconstruían los genomas, usando la avanzada tecnología del nuevo Instituto Venter. Esta nueva manera de estudiar la biodiversidad, aislando y secuenciando genomas de un grupo mixto de organismos, se llama metagenómica. Permite estudiar no sólo organismos conocidos, sino los que no conocemos. Se puede así estudiar la biodiversidad completa de un ecosistema dado.

El equipo de Venter –en el que colaboran microbiólogos mexicanos, encabezados por Valeria Souza, del Instituto de Ecología de la UNAM– analiza, entre otras cosas, los genes que controlan el metabolismo de las bacterias marinas, para comprender mejor los ciclos del carbono y el nitrógeno en el océano, que influyen de manera determinante en la composición y la dinámica atmosférica.

Venter ha sido acusado de querer hacer biopiratería con la expedición del Sorcerer, pero ha obtenido todos los permisos necesarios en cada país, y ha puesto a disposición de la comunidad científica mundial toda la información obtenida.

Quizá algún día el conocimiento obtenido en esta expedición nos ayude a combatir el cambio climático que hoy nos amenaza: recordemos que la atmósfera actual es en gran parte producto del metabolismo de las bacterias, el grupo de seres vivos más antiguo y numeroso del planeta.

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miércoles, 21 de marzo de 2007

Aborto: la esencia del debate

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 21 de marzo de 2007

La discusión sobre la legalización del aborto ya está aquí. Pero algunos de sus puntos centrales a veces quedan sepultados ante una avalancha de datos, opiniones y frases incendiarias (Carlos Abascal hablando de una “ley de sangre”).

Y la esencia del debate es, precisamente, la idea de que existe una “esencia” de lo humano: que la cuestión de si un óvulo fecundado o un embrión de pocos días es o no una persona es algo tajante, que sólo admite como respuesta “sí” o “no”.

El papa Ratzinger lo ha expresado admirablemente, al declarar que la llamada “defensa de la vida” no es negociable. Y al descalificar, al mismo tiempo, lo que él llama el “relativismo moral” como un peligro para la humanidad.

Pero si algo nos ha enseñado la ciencia –y la filosofía, pues en este caso han caminado paralelamente– es precisamente que, al menos en el mundo natural, las esencias no existen.

Un veneno, por ejemplo, no es intrínsecamente venenoso, a menos que se especifique la dosis. A ciertas dosis, indiscutiblemente causará la muerte. Pero en dosis bajas será inofensivo (el famoso botox es ilustrativo: se trata de la toxina botulínica, el más potente veneno conocido, pero una cantidad suficientemente pequeña sólo paralizará los músculos faciales, eliminando las arrugas). Entonces, ¿es veneno o no es veneno? Depende. De la dosis, en este caso. Este “depende” es el famoso relativismo al que tanto teme el Vaticano.

Incluso un elemento químico, cuya naturaleza parece esencial e indiscutible (el oro es oro aquí y en China), pierde esta cualidad si lo analizamos a nivel subatómico: los electrones, neutrones y protones que conforman un átomo de oro no son electrones “de oro”, sino comunes y corrientes, indistinguibles de los de cualquier otro elemento.

Así que, ¿un embrión es un ser humano, o no? ¿Abortar es terminar una vida humana? Depende de qué estemos hablando, en qué contexto y con qué fines.

Antes de preferir la defensa intransigente de un principio abstracto de “esencia humana” a los derechos y el bienestar de una mujer embarazada que, por las razones que ella tenga, decide terminar con un embarazo temprano, habría al menos que abrir una discusión amplia, informada y que no admita falsas esencias sin sustento científico ni principios “no negociables”. Finalmente, de eso se trata la democracia, ¿no?

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miércoles, 14 de marzo de 2007

¿Ciencia o religión?

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 14 de marzo de 2007

Parecería brusco o exagerado plantear la disyuntiva que encabeza esta columna, si no fuera porque la vida política nos la pone enfrente.

Basta ver los diarios: el lunes pasado, MILENIO Diario anunciaba: “El viernes, la primera unión gay en la Ciudad de México”. El titular de la página opuesta (física y simbólicamente) era “Católicos del DF, contra el aborto”. Lo notable es que en estos días se discuten en la capital –y en todo el país– temas en los que el punto de vista liberal –fundamentado en los principios democráticos, los derechos humanos y el conocimiento científico– y la visión de la Iglesia católica se oponen frontalmente.

La lucha por dar derechos iguales a las minorías sexuales –no hay justificación para tener ciudadanos de segunda– ha sido caracterizada por la Iglesia, incomprensiblemente, como parte de la “cultura de la muerte”. Este tramposo concepto propagandístico, diseñado por el Vaticano para hacer creer que quienes se oponen a su doctrina luchan “contra la vida”, forma también el núcleo del discurso que se opone a la despenalización (ojo: no la promoción) del aborto y de la eutanasia, dos de las metas planteadas por el PRD y el PRI para el DF.

El discurso eclesiástico –respaldado por el PAN– insiste en que la vida (humana) debe defenderse “desde la concepción hasta la muerte natural”. Pero la discusión no es si un feto está vivo; es si se trata de una vida humana.

La ciencia indica que durante las primeras semanas de gestación, y al menos hasta la aparición de un sistema nervioso funcional, no hay por qué considerar que un feto es un ser humano: no tiene conciencia ni sentido de individualidad. Pero, aunque no lo digan, detrás de la concepción católica está la idea de que la vida humana incluye un alma inmaterial, presente desde la fecundación.

Así que en este tema, y en de la eutanasia, a discutir próximamente, la disyuntiva es ineludible. ¿Qué es preferible, ciencia o religión?

Mi respuesta personal es que depende para qué. Si es para tomar decisiones que afectarán de modo determinante el bienestar personal y comunitario, no hay duda de que la ciencia ofrece conocimiento confiable, a diferencia del dogma religioso. En última instancia, se trata de decidir entre una sociedad que trata a sus ciudadanos como adultos capaces de tomar sus propias decisiones, o una dominada por el paternalismo impositivo de la Iglesia.

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miércoles, 7 de marzo de 2007

¡Cómo ves!

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 7 de marzo de 2007


Los signos de admiración del título de esta colaboración sustituyen a los de interrogación en el nombre de la revista de divulgación científica ¿Cómo ves? (www.comoves.unam.mx/), que hoy celebra su número 100. Y expresan el gusto por este logro.

¿Cómo ves? es un proyecto de la Dirección General de Divulgación de la Ciencia de la UNAM, surgido en diciembre de 1998 para llevar la cultura científica al público juvenil. Ha aparecido puntualmente durante 100 meses, y ha logrado con creces sus objetivos. Hoy es indiscutiblemente la publicación universitaria más exitosa del país, con un tiraje mensual de 20 mil ejemplares y más de mil 200 suscriptores. A lo largo de sus más de ocho años de existencia, ¿Cómo ves? se ha convertido no sólo en una lectura amena y disfrutable para muchos jóvenes (y adultos) en el país, sino también en un útil recurso didáctico que emplean profesores en muchas escuelas, para beneficio de sus alumnos.

Los temas que ha abarcado con claridad, actualidad y rigor incluyen todas las áreas del conocimiento científico, y sigue sorprendiendo. Este columnista ha contribuido con sus reflexiones en la sección “Ojo de mosca” durante este tiempo, por lo que festeja también 100 colaboraciones.

Para celebrar, hoy 7 de marzo, a las 17:30 horas, se develará una placa y habrá un coctel en el Museo de Ciencias Universum (zona cultural, Ciudad Universitaria, DF). Está usted invitado a celebrar con nosotros. Y por supuesto, si no la conoce, ¡busque ¿Cómo ves? en su puesto de periódicos o en locales cerrados donde vendan revistas! Seguro que la disfrutará.

¡Mira!

Según comentó Álvaro Cueva el pasado 2 de marzo, el programa “Sida: derecho de réplica”, presentado en el mismo espacio televisivo (Reporte 13) donde se presentaron las peligrosas ideas de los negacionistas del sida, resultó un fracaso. Grave que los científicos que acudieron no hayan sido asesorados por expertos en medios y comunicación. Y grave que Ricardo Rocha, titular del programa, no entienda que la ciencia es distinta de otras fuentes noticiosas: el periodismo científico requiere de expertos. De otro modo se llega a otorgar credibilidad a charlatanes peligrosos. Todos salimos perdiendo con esto. Reiteremos: el sida es causado por un virus, pero el condón evita el contagio. Para quien ya está infectado, las terapias antirretrovirales modernas son la única opción que ofrece un nivel de vida digno.

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miércoles, 28 de febrero de 2007

¿ Vacas o bacterias?

Martín Bonfil Olivera
28 de febrero de 2007

La nota publicada en MILENIO Diario la semana pasada, sobre el peligro que corre la riqueza biológica (especialmente la Microbiológica) en el Valle de Cuatro Ciénegas, en el desierto de Coahuila, es ejemplo de un tipo de conflictos por desgracia cada vez más comunes: los que confrontan intereses económicos y conservación ambiental.

En Cuatro Ciénegas, aparte de una riqueza de más de 70 especies endémicas (exclusivas del lugar), lo que está amenazado son las formaciones biogeológicas conocidas como estromatolitos: estructuras formadas por capas sucesivas de bacterias y depósitos minerales, que se hallan en las pozas de Cuatro Ciénegas desde hace unos 200 millones de años.

Su importancia radica en que son reliquias vivas del pasado de la vida, y pueden proporcionar importantes pistas para entender no sólo su origen, sino su futuro. El estudio de la riqueza de bacterias como éstas nos puede ayudar a entender mejor su papel en la regulación de los gases atmosféricos, entre ellos los gases de invernadero.

Cuatro Ciénegas está amenazado por la excesiva extracción de agua para sembrar alfalfa en parajes cercanos, promovida por compañías lecheras. Afortunadamente, al parecer se acaba de aprobar una veda a la extracción y el retiro de las compañías... ¡bien por los defensores de la riqueza biológica!

Por cierto, la ganadería también afecta el ambiente mediante la liberación de gases de invernadero: se calcula que una vaca libera diariamente 50 litros de metano.

¡Mira!

Dice ayer Carlos Mota en su columna que “Greenpeace atenta contra México” al oponerse a la siembra de vegetales transgénicos (todos los vegetales de cultivo han sido “mejorados genéticamente”, mediante técnicas tradicionales).

Quizá tenga razón, pero las cosas no son blancas o negras. Sin defender las posiciones exageradas o mentirosas que maneja Greenpeace, lo cierto es que la siembra de maíz transgénico en nuestro país es un asunto complejo, con varios riesgos. Algunos a la salud, pues no se ha comprobado su inocuidad; pero otros, gravísimos, a la biodiversidad. Es un hecho que las secuencias transgénicas contaminan los maíces criollos, únicos de nuestro país. Igual que en Cuatro Ciénegas, los intereses económicos —y alimentarios— no deben ser el único criterio para tomar decisiones que afectan al ambiente, a nuestra riqueza biológica y a futuras generaciones.

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miércoles, 21 de febrero de 2007

De nervios y feromonas

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 21 de febrero de 2007


Mucho se habla –más este mes– de la química del amor , y en especial de las feromonas: mensajeros químicos que los organismos secretan para, entre otras cosas, atraer parejas sexuales.

Se detectaron primero en insectos, en 1956, pero luego se probó su existencia en mamíferos, en los que modulan la maduración y el comportamiento sexual, el celo e incluso el embarazo (las feromonas de un ratón macho pueden causar que una hembra embarazada por otro macho aborte).

Las feromonas no ejercen sus efectos a través del olfato, sino mediante el llamado órgano vomeronasal , presente en la nariz, que se conecta a zonas del cerebro que controlan el comportamiento sexual, sin pasar por el bulbo olfatorio.

Se ha debatido mucho si existen feromonas humanas (incluso, hay quien vende “lociones de feromonas” que por supuesto son un embuste). Algunos fenómenos, como la sincronización de los ciclos menstruales de mujeres que habitan juntas, parecen responder ellas. Y un famoso estudio halló que, olfateando camisetas sudadas (¡en serio!), las mujeres preferían a ciertos varones: aquellos cuyos genes MHC (relacionados con la inmunidad) fueran más distintos a los propios. La lógica evolutiva de esto es que los hijos de padres con genes MHC distintos tendrán mejores sistemas inmunitarios.

Pero hasta hace poco no había evidencia de que el órgano vomeronasal humano, que parece estar atrofiado, pudiera funcionar. Por eso es interesante enterarse, en la revista Scientific American Mind de febrero, que se ha descubierto que un pequeño y frecuentemente ignorado nervio craneal realmente lo conecta con las áreas cerebrales que controlan la reproducción.

En resumen, quizá sí existe la famosa “química” que produce atracciones (ya no tan) inexplicables entre personas. Pero mientras no se confirme, tendremos que seguir dependiendo de los métodos tradicionales para ligar.

¡Mira!

1) La excelente revista de difusión Ciencias, de la Facultad de Ciencias de la UNAM, celebrará 25 años el sábado 3 de marzo a las 14 horas en la Feria del Libro de Minería (salón 3). Conviene, además de leerla, asistir al festejo,

2) Mientras el rector de la UNAM pide “poner la educación en el centro de las políticas nacionales”, Calderón aumenta 46% el salario de militares el Día del Ejército. ¿Hará lo mismo con los docentes cuando llegue el Día del Maestro? Cuestión de prioridades…

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miércoles, 14 de febrero de 2007

Sida: control de daños

Martín Bonfil Olivera
Publicado en
Milenio Diario, 14 de febrero de 2007

Es de humanos errar, y de sabios corregir. El lunes 12 de febrero la Secretaría de Salud convocó a una necesaria conferencia de prensa para tomar una postura firme: rechazar y desautorizar la desinformación sobre el sida circulada recientemente en nuestro país (comentada aquí el 10 de enero). Asistieron al evento diversos especialistas y autoridades relacionados con la investigación sobre el sida, con su combate y prevención.

Como se recordará, la situación saltó a la atención pública debido a los irresponsables programas televisivos en que Ricardo Rocha propagaba las teorías “negacionistas” del investigador Peter Duesberg, que plantean que el sida no es causado por el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH), sino por drogas, desnutrición o incluso por los medicamentos antirretrovirales que se administran a quienes están infectados por el virus.

Rocha dio también crédito a ideas aún más descabelladas, como que el VIH no existe –con argumentos tan pueriles como que “nadie lo ha visto”– o que el sida se puede curar, como afirman el seudoinvestigador colombiano radicado en Estados Unidos Roberto Giraldo y grupos como “Monarcas” (Movimiento Nacional por el Replanteamiento Científico del Sida, AC).

Estas ideas erróneas, como comentó en la conferencia de prensa Mauricio Hernández Ávila, subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud de la SSa, fueron ya discutidas, refutadas y rechazadas terminantemente por la comunidad mundial de expertos en sida hace años, con base en pruebas más que concluyentes. Además, son muy peligrosas: fomentan que la población deje de confiar en el condón como medida preventiva, y que quienes están infectados abandonen los tratamientos que les ofrecen la oportunidad de un nivel de vida aceptable conviviendo con el virus (lo cual ya ha sucedido). Se daña así la estrategia nacional de prevención del sida.

En la conferencia se mencionó que se está considerando ejercer acciones legales en contra de quienes desinforman al público poniendo en riesgo su salud: la asociación Monarcas, el investigador Roberto Stock, del Instituto de Biotecnología de la UNAM, que apareció a título personal en el programa de TV, y quizá el mismo Rocha.

El tema es complicado, pues entra en juego la libertad de prensa. Pero cuando se vulnera el bien social poniendo en riesgo la salud de los ciudadanos, esta libertad encuentra sus límites.


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miércoles, 7 de febrero de 2007

Liberalismo y ciencia

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 7 de febrero de 2007

El sesquicentenario de la Constitución de 1857 (y 90 aniversario de la de 1917) nos recuerda que una de las características definitorias de nuestro sistema político, producto del pensamiento liberal plasmado en nuestra carta magna, es su laicidad.

En tema es pertinente ante la embestida conservadora, cobijada por un gobierno de derecha, que se ha enfocado tres áreas fundamentales para la sociedad: educación, salud y política.

El conservadurismo católico busca tener influencia en la educación pública, que según nuestra ley suprema “se mantendrá por completo ajena a cualquier doctrina religiosa”. Busca que su ideología pase a formar parte del currículum escolar.

Y no es que se trate de prohibir las creencias religiosas, ni mucho menos. Es sólo que si se las usa como base para tomar decisiones que afectan a toda la sociedad, resultan simplemente peligrosas. Por algo la Constitución añade que “El criterio que orientará a esa educación se basará en los resultados del progreso científico”. Si algo caracteriza al conocimiento científico es que es confiable; funciona. Por más que el Papa insista en pedir noviazgos sin sexo, la realidad es que el número de embarazos no deseados sólo disminuye si los jóvenes tienen buena educación sexual y acceso a anticonceptivos.

El avance conservador puede ya verse en los intentos de las autoridades de salud para dar marcha atrás a las políticas de lucha contra el sida. Recortes en la atención a infectados, modificación de las campañas de prevención, y un discurso homofóbico que atribuye el contagio a la orientación sexual, y no a la prácticas sin protección. Para colmo, se habla ya no de “salud sexual”, sino de “salud reproductiva”… lo que deja fuera a todo aquel que tenga relaciones sexuales sin buscar hijos, incluyendo, “casualmente”, a toda la población homosexual.

Como bien señala el especialista Roberto Blancarte ayer en su espacio en este diario, “los conservadores(…) no se resignan a la idea de un Estado laico y liberal, guardián, a nombre de la soberanía popular, de las libertades de todos los ciudadanos, independientemente de sus creencias”. Por ello buscan aumentar la injerencia clerical en las decisiones políticas. El debate sobre el laicismo del Estado mexicano, incluyendo sus políticas educativas y de salud, ya se dio, hace 150 años: ojalá no sea necesario repetirlo para defender el bienestar común.


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miércoles, 31 de enero de 2007

Científicos: ateos vs. creyentes

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 30 de enero de 2007

A pesar de los discursos políticamente correctos (“dar al César lo que es del César”, etcétera), entre ciencia y religión siempre ha habido pugna.

La ciencia busca conocimiento confiable sobre el mundo; comprobable, que se acepte no por la autoridad de quien lo dice, sino por lo convincente de la evidencia y los argumentos racionales presentados. En ciencia, es fundamental entender cómo se sabe lo que se sabe.

La religión, en cambio, se basa fundamentalmente en la fe. Sobre todo las religiones teístas (que creen en un dios personal, creador y controlador del mundo), que cuentan con revelaciones divinas en forma de libros, profetas y demás líneas de comunicación con el mandamás universal. Cualquier discusión se zanja, finalmente, recurriendo a la “palabra de dios”, en la que hay que creer por fe, sin que tenga caso cuestionar cómo se sabe lo que se sabe.

Por eso, aunque abundan los esfuerzos conciliadores (como los del papa Ratzinger, quien declara que “ciencia y religión no se contraponen” o que “la fe y la razón son amigas”, o los del fallecido biólogo Stephen Jay Gould, quien proponía que se trataba de “ministerios separados”: mientras no invadieran sus respectivos terrenos, no habría problema), basta abordar temas donde la naturaleza humana entre en cuestión -anticoncepción, aborto, eutanasia, clonación, células madre, derechos de homosexuales- para que la guerra se desate.

Por eso, sorprende la entrevista publicada en el número actual de la revista National Geographic con Francis Collins, ex director del Proyecto Genoma Humano y unos de los científicos más influyentes del mundo, donde se declara cristiano convencido y argumenta que detrás del mundo natural existe un proyecto divino. Su nuevo libro El idioma de Dios (The lenguaje of God) busca convencer de que, además de la ciencia, la religión cristiana es necesaria para el bienestar humano.

En efecto: hay muchos científicos creyentes. Pero también hay muchos que son ateos, como el famoso biólogo Richard Dawkins, quien en su reciente obra La ficción de Dios (The God delusion) no sólo se lanza contra las religiones teístas, sino condena la enseñanza religiosa como “abuso infantil” e invita a los ateos a “salir del clóset”.

Seguramente más de un lector querrá echarle un buen ojo a ambos libros, cuando aparezcan en español… aunque algunos de nosotros ya sabemos qué partido tomamos.

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miércoles, 24 de enero de 2007

Empresarios obtusos

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 24 de enero de 2007

¡Cómo difieren las formas de ver el mundo! Mientras la UNAM invierte 3 millones de dólares en la nueva supercomputadora KanBalam, capaz de realizar billones de operaciones por segundo, los empresarios mexicanos afiliados a la Canacintra reclaman con cinismo al nuevo director de Conacyt mayores estímulos para “desarrollo tecnológico” —que muchas veces es sólo simulación— al tiempo que advierten que “el papel de la industria no es generar tecnología, sino apropiarse de ella o adquirirla, pues a fin de cuentas su papel es producir, generar riqueza y empleos” (El Financiero, 17 de enero, p. 25).

Del lado académico, una concepción de la realidad basada en la racionalidad para generar conocimiento confiable. Porque el método científico no depende sólo de observaciones, mediciones y experimentos: hoy las supercomputadoras —como las que desde hace años se ha preocupado por poseer la Universidad Nacional— son herramientas fundamentales para la investigación científica.

Uno de sus principales usos es realizar simulaciones numéricas de procesos imposibles de observar. El clima, la evolución, el desarrollo de un ecosistema; procesos cósmicos como el big bang, la formación de un agujero negro o la evolución de una galaxia; los eventos submicroscópicos de una reacción química o el núcleo de un átomo podrán ser estudiados a través de simulaciones, y la información obtenida podrá luego ser contrastada con experimentos. Y, no lo olvidemos, la UNAM es de todos los mexicanos: KanBalam no sólo servirá a sus investigadores, sino a institutos y universidades de todo el país, así como a la iniciativa privada.

En el lado industrial, en cambio, hallamos una concepción basada en creencias no comprobables, como ese intocable mito neoliberal del papel generador de riqueza y empleos de los empresarios. Para ser cierto, en todo caso, tendría que estar apoyado en el desarrollo activo de nuevas tecnologías y procesos —la llamada “investigación aplicada”— e incluso de nuevos conocimientos “básicos” (y si no, pregúntenle a IBM, Monsanto, Microsoft…).

En vez de eso, los industriales mexicanos —a diferencia de los científicos mexicanos, que publican en las mismas revistas y con la misma calidad que sus colegas de primer mundo; ¿cuántos industriales pueden presumir de lo mismo?— prefieren depender de la industria extranjera. Y además cosechar dinero del Conacyt. Vaya cinismo.

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miércoles, 17 de enero de 2007

Más educación y más condón

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 17 de enero de 2007

Más que preocupantes, son deprimentes y peligrosas las declaraciones del secretario de Salud, José Ángel Córdova Villalobos (Excélsior, 11 de enero). Se lanza en contra de las campañas de prevención del sida por medio del condón. Revela un programa basado en los principios del conservadurismo católico. Y ostenta una preocupante homofobia. Perjudica así los intereses de la salud del pueblo mexicano, que debiera estar basada en principios científicos.

Proponer “más educación” es excelente. Lo malo es contraponerla, tramposamente, al uso de condón. Más allá de juicios religiosos o morales, es asunto de salud pública. La abstinencia y la fidelidad pueden prevenir contagios, si son rigurosas. La realidad es que la inmensa mayoría de los adolescentes están teniendo relaciones sexuales a edades cada vez más tempranas, les guste o no a sus padres.

Lo deseable, entonces, es educarlos para que puedan protegerse adecuadamente de infecciones y de embarazos no deseados: enseñarles el uso correcto del condón. Cualquier otra actitud es irresponsable y un riesgo a su salud.

Es también tramposo argumentar, como hace el secretario, que son los padres de familia quienes deben asumir la responsabilidad por la forma en que sus hijos ejerzan su sexualidad. La Constitución establece que es el Estado quien tiene la responsabilidad de impartir una educación pública laica y basada en los principios científicos. Esto incluye la educación sexual necesaria para garantizar el bienestar de los ciudadanos.

La campaña por arrebatar al Estado la responsabilidad de la educación pública y otorgarla a los padres de familia es un punto principal de la agenda de la derecha católica, con raíces cristeras y sinarquistas y representada hoy por el ultracatólico Yunque, tan influyente en el gabinete calderonista.

Finalmente, Córdova exhibe una lamentable ignorancia al opinar que las campañas en contra de la discriminación homofóbica “parecían hacer promoción de prácticas de mayor riesgo”. Como si el ser homosexual (y no el sexo sin condón) fuera el factor de riesgo de contagio del sida. Y como si las campañas mediáticas pudieran fomentar la homosexualidad (no “el homosexualismo”).

La salud de los mexicanos en manos de la derecha católica: eso sí es un peligro para (la salud de) México. Lo más adecuado sería la pronta renuncia de este inadecuado secretario de Salud.

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