miércoles, 28 de abril de 2010

¿Qué onda con Evo?

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM

Publicado en
Milenio Diario, 28 de abril de 2010

Desde que el presidente de Bolivia, Evo Morales, declaró el pasado 20 de abril, durante la inauguración de la Conferencia Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático y los Derechos de la Madre Tierra, en Tiquipaya, que “El pollo que comemos está cargado de hormonas femeninas, por eso, cuando los hombres comen esos pollos, tienen desviaciones en su ser como hombres”, no ha dejado de ser motivo de burla.

Evo afirmó también que “La calvicie, que parece normal, es una enfermedad en Europa, casi todos son calvos, y es por las cosas que comen; mientras, en los pueblos indígenas no hay calvos, porque comemos otras cosas”.

¿Es merecido el escarnio? Creo que sí. Creo que, ideologías y tradiciones aparte, un personaje público no puede hacer impunemente alarde de tamaña ignorancia. Una cosa es retomar, metafóricamente, el discurso autóctono de la Pachamama, la “madre tierra” o “madre mundo” andina, y otra muy distinta es pensar seriamente que los terremotos son causados por su enojo ante las políticas neoliberales o nuestro pobre cuidado del ambiente, o que los alimentos, por más hormonas que puedan tener, ocasionen calvicie u homosexualidad.

Y es que lo que dijo Evo simplemente no es cierto: sabemos que los temblores no son causados por las políticas humanas (ni por ningún efecto que el ser humano pueda tener sobre el ambiente… ¡vaya, ni siquiera por el calentamiento global!). Sabemos que la calvicie tiene un origen hereditario, no alimentario, y que la homosexualidad es un fenómeno mucho más complejo que la rústica concepción de hombres “afeminados” por consumir hormonas. Evo muestra, además, su homofobia –otro valor tradicional, después de todo. (El espléndido escritor y polémico conductor televisivo Jaime Bayly, del que me declaro fan incondicional, no pudo menos que tomarlo a broma: “yo desde niño he comido mucho pollo …y se ve que por comer tanto pollo me he ido afeminando, afectando de suaves modales, amariconando sin darme cuenta …Evo Morales lo sabía y el muy pilluelo se guardó el secreto, de haberlo sabido quizá me habría puesto a masticar hoja de coca en el colegio y ahora sería un hombre muy macho, muy tosco y muy corto de entendimiento”.)

Pero ser ignorante no es pecado, se me dirá, y Evo es un símbolo de cierto pensamiento de izquierda que, a pesar de sus excesos o defectos, es importante defender. De acuerdo. Pero ser ignorante siendo presidente, y no asesorarse adecuadamente, es al menos una irresponsabilidad. Es triste que, en países tercermundistas como los nuestros, el analfabetismo científico siga rampante, mientras que quienes debieran ser líderes en la defensa de nuestros derechos y nuestro bienestar desprecian esa parte vital de la cultura que es el pensamiento científico.

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martes, 20 de abril de 2010

Un biólogo contra el Papa

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM

Publicado en
Milenio Diario, 21 de abril de 2010

Cuando, a raíz de los escándalos de pederastia que sacuden a la iglesia católica, se comenzó a discutir en los medios la posibilidad de que el Papa Benito XVI renunciase, el famoso biólogo Richard Dawkins escribió:

No, el Papa Ratzinger no debe renunciar. Debe permanecer a cargo de todo ese edificio putrefacto –esa institución usurera, temerosa de las mujeres, hambrienta de culpa, enemiga de la verdad, violadora de niños– hasta que, en medio de un hedor a incienso y una lluvia de cursis corazoncitos sagrados para turistas y vírgenes ridículamente coronadas, se derrumbe alrededor de sus orejas.

Hoy Dawkins, una de las voces más respetadas en biología evolutiva, además de entusiasta defensor y promotor del ateísmo, pide que Ratzinger sea arrestado y juzgado en septiembre, cuando visite Inglaterra, por haber evitado que sacerdotes abusadores de menores fueran juzgados en cortes civiles, siguiendo la vieja práctica de la iglesia de simplemente mudarlos de diócesis.

Razones no faltan para perder toda fe en la iglesia, y hasta para llegar a aborrecerla. En México indignan los abusos sexuales de Marcial Maciel, ocultados y negados por sus poderosos Legionarios de Cristo. La indignación crece al saber que Maciel, además de pederasta, fue un sacerdote cínico y corrupto que mantuvo relaciones y tuvo hijos con dos mujeres, desdeñando su voto de castidad –valor en el que la iglesia hace tanto énfasis. Burlas, descalificaciones y represalias contra quienes se atrevieron a denunciarlo aumentan el desengaño.

A nivel mundial, los escándalos por pederastia sacerdotal siguen creciendo. En varios países la iglesia se ve obligada a pagar indemnizaciones a las víctimas. Y los agravios se acumulan: el secretario del estado Vaticano, Tarcisio Bertone, afirma en Chile que la pederastia (es decir, abuso sexual de menores, a diferencia de la paidofilia, que es la atracción hacia menores, y no implica abuso alguno) está vinculada con la homosexualidad, no con el celibato (ese sí inexistente en la naturaleza, a diferencia de la atracción entre individuos del mismo sexo, que se encuentra en prácticamente todo el reino animal).

En México el obispo de San Cristóbal, Felipe Arizmendi,, declara que “la liberalidad sexual (…) ha disminuido las fuerzas morales con las que tratamos de educar a los jóvenes en los seminarios(…). Ante tanta invasión de erotismo no es fácil mantenerse fiel tanto en el celibato como en el respeto a los niños”. ¡Pobrecitos sacerdotes, la sociedad los obliga a ser abusadores!

Ante todo esto, la demanda de Dawkins no parece exagerada, aunque quizá sí ingenua. En México sorprende oír a la líder panista Josefina Vázquez Mota afirmar que Maciel “debe ser tratado como lo que fue, un delincuente”, y pedir castigo para sus cómplices. Y el cardenal Norberto Rivera es nuevamente acusado, ante una corte de Los Ángeles, por el encubrimiento de un cura pederasta. ¿Quién sabe? Quizá el destino nos prepare algunas sorpresas.

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miércoles, 14 de abril de 2010

Hadrones, ¿para qué?

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM

Publicado en
Milenio Diario, 14 de abril de 2010

Para Ana Paula Ordorica, en deuda

Mucho se ha hablado del Gran Colisionador de Hadrones (LHC, por sus siglas en inglés), el gigantesco acelerador de partículas construido en la frontera franco-suiza por la Organización Europea para la Investigación Nuclear (CERN –aquí las siglas son en francés–, en la que participan 20 países), que el pasado 30 de marzo logró con éxito sus primeras colisiones de protones, las más energéticas (7 billones de electronvolts) producidas por el ser humano.
Se trata del aparato científico más grande y caro de la historia: costó 10 mil millones de dólares y diez años de trabajo, con la participación de miles de científicos.

¿Para qué gastar tanto dinero y esfuerzo en hacer chocar partículas invisibles (los hadrones, como los protones y los neutrones, están formados por cuarks, a diferencia de los leptones, por ejemplo los electrones, que son realmente fundamentales)? ¿Vale la pena gastar tanto en ciencia básica?

Los fines directos de este proyecto son investigar las condiciones del universo unas fracciones de segundo después del big bang; tratar de producir el bosón de Higgs, partícula que podría explicar por qué la materia tiene masa; explorar la posibilidad de que el espacio tenga más dimensiones de las tres que conocemos, y otros temas. Todo esto puede parecer muy abstruso: son las fronteras de la ciencia física. Estamos explorando los misterios últimos del universo físico, y esto por sí mismo tiene un valor (como lo tienen, también, las artes y las humanidades, a las que apoyamos sin cuestionar).

Pero además de descubrir, la ciencia básica ofrece otros beneficios.

Proyectos como el LHC producen una tremenda derrama tecnológica. Baste recordar que la World Wide Web, o WWW, en la que gran parte de la población mundial vive la parte virtual de su vida, fue creada precisamente en la CERN, simplemente porque les servía para hacer mejor sus labores de investigación. Muchos otros descubrimientos de ciencia básica han revolucionado, a través de desarrollos tecnológicos derivados, nuestra vida diaria: la electricidad, por ejemplo, o los transistores, que no existirían sin la mecánica cuántica.

Sólo que la ciencia, a diferencia de lo que sucede en una empresa, no puede producir estos desarrollos bajo pedido: funciona de manera aleatoria. Hay que desarrollar mucha ciencia básica, en muchas direcciones, para que de vez en cuando surja conocimiento cuyas aplicaciones cambien nuestra vida. Esa es la diferencia entre países de primer y tercer mundo: unos apoyan la ciencia amplia y libremente; los otros no.

Y los grandes proyectos científicos tienen también una importante derrama intelectual: capacitan expertos que luego llevan sus conocimientos a la industria y a la academia, lo cual enriquece al país.

En última instancia, el poder participar en estos proyectos –como lo hizo México, así fuera en modesta medida, aportando dinero y científicos–, demuestra que nuestra ciencia está a la altura, si no en cantidad, sí en calidad, de la que se realiza en países más avanzados. No es poca cosa.
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miércoles, 7 de abril de 2010

El horario de dios

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM

Publicado en
Milenio Diario, 7 de abril de 2010

El domingo 4 de abril Milenio Diario informó que en Oaxaca “unos 418 de 570 ayuntamientos, la mayoría regidos bajo el sistema de usos y costumbres, no acataron el horario de verano”, porque “sólo harán respetar el horario de dios”, y “piden al gobierno respeto al tiempo que le fue legado por sus ancestros”.

El viernes 2 el mismo diario había reportado que habitantes de comunidades aledañas a la zona arqueológica de Chichén Itzá atribuyen el derrumbe del parte del escenario que usaría Elton John en su concierto del domingo a la “molestia de los dioses mayas”, pues “nadie pidió permiso”. Y es que, explica la nota, “las tradiciones mayas indican que al entrar a sitios abandonados se debe solicitar autorización tanto a los ‘aluxes’ como a Yum Kaax, el Señor del Maíz”.

Un historiador entrevistado por Milenio, Miguel II Hernández (sic), opina que a pesar de que “parecería algo irracional pedir permiso a dioses olvidados, la tradición en la zona maya es inflexible”, y que “se hace para tranquilidad de los trabajadores ‘y por si acaso’, y refiere cómo las cosas se calman y los trabajos avanzan sin problema una vez que se hace la ceremonia, a cargo de los Xmenes o sacerdotes mayas”.

¿Realmente será preocupante que haya mexicanos que crean que los accidentes en la construcción de un escenario se deben a duendes o dioses, o que hay una “hora de dios” y se rehúsen por ello a adoptar medidas de ahorro de energía?

Yo no sé, pero una encuesta publicada recientemente por María de las Heras en El País (“La ciencia de los milagros”, 29 de marzo) revela que “ocho de cada diez mexicanos considera que la labor de los científicos es importante para la sociedad comparada con otras profesiones”, pero al mismo tiempo “ocho de cada diez cree firmemente que la fe mueve montañas y el 71% está convencido de que existen los milagros”.

Aunque las preguntas de la encuesta, desgraciadamente, eran demasiado ambiguas para ser realmente útiles, sí revelan una tendencia. No puedo dejar de compartir la conclusión de de las Heras: en la situación actual, “la sociedad seguirá buscando las soluciones a sus problemas en la fe, los milagros o el horóscopo del día, y no es que quiera decepcionarlos, pero por ese camino sinceramente no creo que podamos encontrarlas”.

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miércoles, 31 de marzo de 2010

Ver con la lengua

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM

Publicado en
Milenio Diario, 31 de marzo de 2010

Cuando su padre, Pere, sufrió un infarto cerebral que lo dejó en una silla de ruedas e incapaz de hablar, Paul Bach-y-Rita decidió dejar su trabajo como doctor de pueblo en Tilzapotla, Morelos, y dedicarse a rehabilitarlo.

Nacido en Nueva York y graduado de la Facultad de Medicina de la UNAM, en México, Bach-y-Rita se había siempre sentido atraído por las teorías, formuladas en el siglo XIX, que sostenían que el cerebro, lejos de ser un órgano fijo, presentaba cierta plasticidad. Podía adaptarse y recuperar funciones luego de sufrir un daño.

En tres años, su padre se recuperó totalmente. Cuando murió de un ataque, años después, paseaba por las montañas. Bach-y-Rita, ya investigador en un instituto científico, decidió cambiar su tema de estudio –los movimientos de los músculos oculares– por el de la “sustitución sensorial”.

Desarrolló sistemas sencillos de retroalimentación para ayudar a personas que habían perdido el sentido del equilibrio, y unos guantes que ayudaban a leprosos que habían perdido el tacto a recuperarlo parcialmente.

Su mayor logro fue desarrollar un sistema que permite a ciegos ver a través del tacto. A fines de los 60 construyó una silla con cámara: las imágenes que captaba eran procesadas electrónicamente y convertidas en una representación de baja resolución (200 pixeles) que se transmitían a la piel del paciente a través de un mosaico de 20 por 20 pequeños actuadores en el respaldo, que golpeaban ligeramente su espalda.

Sorprendentemente, con algo de práctica, los ciegos lograban “ver” imágenes a través de su piel. Un modelo portátil les permitió caminar y sortear obstáculos.

Con los años y la tecnología moderna, Bach-y-Rita pudo construir un sistema mucho más pequeño y cómodo: unos lentes con una minúscula cámara, un procesador del tamaño de un iPod y un transductor en forma de pequeña paleta que se mete en la boca y da pequeños toques eléctricos a la lengua del usuario. El cerebro recibe así por otra vía la información que normalmente llegaría por el nervio óptico, y rápidamente aprende a interpretarla.

Con una resolución de 12 por 12 electrodos (144 pixeles), el Brainport, fabricado en forma todavía no comercial por la compañía Wicab –fundada por Bach-y-Rita en 1998–, permite a ciegos caminar, tomar objetos y hasta dibujar o leer con sólo unas horas de práctica.

Todo esto es posible gracias a la neuroplasticidad: la capacidad del cerebro de formar nuevas conexiones entre neuronas, o fortalecer las ya existentes –e incluso, como se descubrió recientemente, generar nuevas neuronas ocasionalmente. Con terapia adecuada, un paciente con daño cerebral grave puede recuperarse en gran medida. Pero Bach-y-Rita –que murió en 2006– llevó la neuroplasticidad un paso más allá: demostró que, como le gustaba decir, no vemos con los ojos, sino con el cerebro.

(Puedes ver a Martín Bonfil en TV hablando de este tema
en el programa "La otra agenda" del canal FOROtv aquí.)


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miércoles, 24 de marzo de 2010

Nanoescándalo a la mexicana

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM

Publicado en
Milenio Diario, 24 de marzo de 2010

El papel de un jefe no es mandar, sino ayudar a que los demás trabajen. Sobre todo en una institución académica. Por desgracia, los burócratas rara vez lo entienden, ni siquiera si son académicos que ocupan puestos de mando.

Un triste ejemplo: el escándalo internacional desatado en la comunidad científica ante el despido de dos de los investigadores más productivos y destacados del país, los expertos en nanociencias y nanotecnología Humberto y Mauricio Terrones, de su centro de trabajo, el Instituto Potosino de Investigación Científica y Tecnológica (IPICYT).

Se trata del último episodio –hasta ahora– de un conflicto ya largo (comentado en este espacio en julio de 2008). Los hermanos Terrones han tenido repetidos problemas con la dirección del Instituto, que los acusa de conflictivos, de no ajustarse a las normas e incluso de haber patentado algunos procesos con empresas privadas (Jumex) e instituciones extranjeras (el Instituto Nacional de Ciencia de Materiales en Tsukuba y la Universidad de Shinshu, ambos en Japón) sin respetar la legislación mexicana.

Por su parte, los investigadores se dicen víctimas de acoso laboral desde su participación en el proceso de destitución del anterior director del IPICYT, José Luis Morán (inhabilitado diez años por violar la normatividad presupuestal). Los problemas entre los hermanos Terrones y el actual director, David Ríos Jara, no han hecho sino aumentar desde que fuera designado por el CONACYT, proceso impugnado por parte de la comunidad del Instituto.

El premio Nobel y pionero de la nanotecnología Harold Kroto (quien fuera tutor de Mauricio en sus estudios en Brighton, Inglaterra), con varios destacados miembros de la comunidad científica internacional, ha defendido repetidamente a los hermanos Terrones. El pasado 11 de marzo Nature, una de las dos revistas científicas más influyentes del mundo, publicó un reportaje al respecto (“Escándalo por despido de científicos”) y una carta donde Kroto afirma que “son la ciencia y México los perdedores en este pleito político” y pide la intervención de Felipe Calderón “o el prestigio de la ciencia mexicana y los prospectos para su desarrollo tecnológico sufrirán, ya que los jóvenes científicos mexicanos no querrán regresar a su país luego de formarse en el extranjero”. Tiene razón.

Si uno tiene dos estrellas internacionales, debe cuidarlas. Incluso sin son divas, incluso si son conflictivos. La evidente incapacidad del director del IPICYT para conciliar ha resultado en un descrédito de la ciencia nacional, la casi segura emigración de estos dos destacados investigadores (“Nunca volveré a trabajar en un país en desarrollo”, declara Mauricio), y la perspectiva de que, en efecto, pretender hacer ciencia en México no tiene sentido. Al menos en este caso, burocracia mata ciencia.

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miércoles, 17 de marzo de 2010

Tres objeciones al dualismo

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM

Publicado en
Milenio Diario, 17 de marzo de 2010

La ciencia nos ayuda a conocer la realidad, pero nadie garantiza que la realidad que nos muestre sea de nuestro agrado.

Hace tres semanas, el 23 de febrero, escribí sobre los avances en investigación sobre el cerebro y en particular sobre el fascinante enigma de cómo este órgano da origen a la conciencia. Rechacé, como es inevitable a estas alturas, el enfoque dualista, que considera que existe un alma espiritual que “ocupa” o controla al cuerpo.

Para mi sorpresa, recibí un buen número de mensajes de lectores enojados u ofendidos por mi texto: les parecía que negar la existencia del alma era, además de tonto, insultante.

Todo mundo tiene derecho a sostener las creencias que guste, pero permítame presentar tres argumentos para refutar el dualismo.

El primero, ya mencionado en mi escrito original, es la objeción que plantea la ley de la conservación de la energía, que establece que ésta no se crea ni se destruye. Para controlar el cuerpo, el alma tendría que ocasionar un cambio en un objeto material, el cerebro. Eso requiere un gasto de energía. Y ésta no puede aparecer de la nada (contrariamente a lo que mucha gente piensa, la energía no es algo espiritual; por el contrario, es parte del universo material). Un ente inmaterial como el alma no puede producir un cambio físico, material, en el cerebro sin violar esta ley.

La segunda objeción es el hecho de que podamos emborracharnos. El alcohol etílico o etanol, una sustancia química, produce cambios en el cerebro que indudablemente afectan las tres “potencias del alma” (voluntad, memoria y entendimiento, según San Juan de la Cruz). ¿Cómo podría una sustancia material afectar a una entidad espiritual?

Pero quizá la tercera objeción es la más convincente. Tiene que ver con una de las enfermedades más terribles que se conocen: el mal de Alzheimer, cuyas causas últimas aún ignoramos, pero que produce la formación de manojos de fibras en el interior de las neuronas y la acumulación de placas en su exterior, causando daños graves al cerebro que ocasionan los conocidos síntomas: desorientación, pérdida de memoria, cambios de humor, demencia.

El Alzheimer es una enfermedad que, al destruir el cerebro, destruye el alma. Además de terrible, es la prueba definitiva que refuta al dualismo.

Insisto: el alma existe, pero no es una esencia, sino un fenómeno emergente del cerebro.

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miércoles, 10 de marzo de 2010

Narcoguerra… ¿con magia?

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM

Publicado en
Milenio Diario, 10 de marzo de 2010
¿Qué pasaría si el Secretario de Energía anunciara que resolverá la crisis energética usando unas máquinas de movimiento perpetuo que le compró a una reputada empresa de Inglaterra?

Simple: quedaría en ridículo. La segunda ley de la termodinámica establece que el movimiento perpetuo es imposible. Como corolario, todo aquel que afirme haberlo logrado es un tonto o un farsante.

Lo mismo pasaría si el Secretario de Comunicaciones propusiera la telepatía como un medio de comunicación útil.

Pero cuando la Secretaría de la Defensa Nacional (SEDENA) insiste en usar el “detector molecular GT200” (conocido como “la ouija del diablo”), de la empresa inglesa Global Technical Ltd. para buscar drogas, armas o explosivos… los medios no reaccionan.

El detector es completamente inútil (¡de hecho, por dentro está hueco!). El 17 de febrero publiqué en este espacio una nota al respecto, basándome en información confiable de Andrés Tonini y otros escépticos de varios países. Pero el lunes pasado Milenio Diario publica una nota de Ignacio Alzaga: “Halla Ejército 10% de armas ilegales con detector GT200”. Reporta que la SEDENA afirma que desde 2007, cuando comenzó a usar el aparato, ha decomisado 94.6 toneladas de mariguana y casi dos de cocaína, 5 mil 367 armas, además de cartuchos y pastillas psicotrópicas.

La SEDENA cayó en un engaño. Los GT200, según la SEDENA y la propia empresa, “funcionan mediante la resonancia molecular de las sustancias, usan energía del cuerpo humano, (y) no requieren baterías”. Nada de eso tiene sentido. El aparato, y su gemelo el ADE-651, han sido exhibidos como fraudes, su exportación prohibida en Estados Unidos e Inglaterra, y sus fabricantes multados. Hace falta en los medios más investigación y espíritu crítico ante este tipo de notas.

La SEDENA ya había hecho el ridículo cuando en marzo de 2004 un avión de la Fuerza Aérea grabó en Campeche un video de supuestos ovnis y recurrió al conocido charlatán Jaime Maussán como si fuese un investigador científico.

Lo grave es que se está desperdiciando el dinero de nuestros impuestos (cada GT200 cuesta 350 mil pesos o más) y se está confiando un asunto de seguridad nacional a una varita mágica.

¿Y cómo explicar el 10% de éxitos? Fácil. El ejército está realizando revisiones constantes, en lugares donde es razonable esperar que circulen narcotraficantes. Esas revisiones al azar (guiadas por un aparato inútil que da respuestas aleatorias, influenciado por los movimientos del operador) darán siempre un cierto porcentaje de aciertos… por azar. Y quizá el personal que las realiza está motivado, confía en el aparato, y se concentra más en la labor: revisa más concienzudamente los vehículos, está más atento a las señales del lenguaje corporal de los conductores, lo cual sesga a quién se revisa…

Un lector, vecino de Ciudad Juárez, cuya casa fue revisada porque la antenita del aparato la señaló, muestra que fácil es descubrir la falacia del detector: “si detecta armas, ¿cómo es que no reacciona a las que ustedes traen colgadas, si están más cerca?”, le dijo a los soldados. A veces basta con un poco de sentido común. En este caso, hay mucho más: datos duros.

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miércoles, 3 de marzo de 2010

¿Constitución mata ciencia?

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM

Publicado en
Milenio Diario, 3 de marzo de 2010

Por más esfuerzos que se hacen, la antigua y obsoleta división de la cultura, que es una, en “las dos culturas”, científica y humanística –denunciada por el físico y escritor inglés C. P. Snow en su clásico del mismo título allá en 1959– es difícil de erradicar.

El pasado viernes 26 de febrero La Jornada dio la mala noticia de que, seguramente con motivo de los festejos del bicentenario de la Independencia y el centenario de la revolución, las altas autoridades de la UNAM han decidido cerrar el Museo de la Luz, en el Centro Histórico de la ciudad de México, para convertirlo en un “museo de la constitución”.

Se trata, creo, de una decisión equivocada; probablemente poco informada. El Museo de la Luz, uno de los pocos espacios dedicados a la cultura científica en nuestro país, no es sólo un museo de ciencia: en él el arte y la historia tienen también su espacio.

Ocupa un edificio de gran prosapia: el Ex-Templo de San Pedro y San Pablo, en la esquina de las calles de San Ildefonso y Carmen, lugar donde en 1822 se reunió el Congreso Constituyente que el 4 de octubre de 1824 promulgó la primera Constitución de nuestro país (de ahí la propuesta de legisladores y abogados constitucionalistas de transformar el recinto en un museo de la constitución). Posteriormente tuvo una historia turbulenta: fue biblioteca, colegio militar, cuartel, almacén de forraje, cabaret y escuela.

El bello edificio, completamente restaurado durante la creación del Museo de la Luz, cuenta con murales y vitrales de Roberto Montenegro y otros artistas. El museo permite a los aproximadamente 100 mil visitantes que acuden cada año conocer el fenómeno de la luz en sus más diversas facetas: como fenómeno físico, como fuente de energía para todo el reino viviente, como nuestra ventana al mundo y al universo, como componente básico de las artes plásticas y escénicas… En su creación participaron especialistas científicos, humanistas y artistas del más alto nivel, coordinados por la destacada física mexicana Ana María Cetto.

La UNAM invirtió considerables recursos y esfuerzo en este exitoso museo, único en el mundo por su temática. Sería una pena que, con casi 15 años de historia, se perdiera por una anacrónica pugna entre ciencias y humanidades. Si duda, un museo de la constitución es un proyecto valioso, pero no al costo de destruir algo como el Museo de la Luz.

Esperemos que todavía haya tiempo (el cierre del museo está anunciado para junio) de reconsiderar la decisión y buscar otro espacio para alojar el nuevo museo. La comunidad científica seguramente se manifestará al respecto. Ojalá que, en vez de que la cultura humanística derrote a la científica, ambas puedan cooperar para ofrecer a los ciudadanos más, y no menos. Ojalá que la luz no se apague en el Centro Histórico.

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martes, 23 de febrero de 2010

Cerebro y mente

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM

Publicado en
Milenio Diario, 24 de febrero de 2010

Si uno de los principales logros científicos del siglo XX fue descifrar las bases moleculares de la vida, el reto que definirá al XXI será comprender los mecanismos sutiles del funcionamiento cerebral. Éste será el siglo del cerebro.

Entender al cerebro, sano o enfermo, ayudará a prevenir o combatir males como Parkinson y Alzheimer, esquizofrenia, depresión, autismo y tantos otros desajustes de la función cerebralES.

Pero más allá de su mero funcionamiento, el enigma más fascinante del cerebro humano es cómo esa masa de más o menos kilo y medio de tejido nervioso (con entre 50 y 100 mil millones de neuronas, unidas entre sí en una intrincada red con más de mil billones de conexiones) puede dar origen a la mente y, sobre todo al “yo”: la sensación subjetiva de ser, de existir. A la conciencia. O, usando otra terminología, al alma.

La hipótesis más obvia (y más ingenua), refinada por René Descartes en el siglo XVII, es que el cerebro es sólo un órgano que sirve de asiento al alma inmaterial, un espíritu que, en consonancia con las tradiciones religiosas, constituye la esencia de la persona.

Esta postura filosófica, llamada dualismo, presenta varios problemas. Primero, en realidad no explica qué es el alma; sólo la da por supuesta. Segundo, presenta un obstáculo insuperable: ¿cómo podría una entidad inmaterial, espiritual, intangible por definición (el alma), ejercer influencia alguna sobre una entidad material (el cerebro), por ejemplo para lograr que movamos un brazo? Y tercero, pero no menos importante: lejos de ser una explicación natural del enigma de la conciencia, el dualismo recurre a suposiciones sobrenaturales, lo cual va en contra del espíritu (ejem) de la ciencia (que es por necesidad naturalista; de otro modo, cualquier explicación mística, y por tanto no comprobable de forma experimental, sería válida: hacer ciencia sería imposible).

Pero en las últimas décadas, nuevos métodos para estudiar el cerebro vivo, junto con avances en neurofisiología, computación y hasta en filosofía de la mente han permitido generar modelos todavía rudimentarios, pero esencialmente coherentes, de cómo el cerebro, en su inmensa complejidad y a través de procesos en paralelo y en múltiples niveles, puede generar esa sensación de “pienso, luego existo” que llamamos “yo”. El dualismo, el alma inmaterial, no es ya una hipótesis necesaria. El alma existe, pero no es una esencia, sino un fenómeno emergente del cerebro.

Hoy a las 10:00 am se inaugura la sala “El cerebro, nuestro puente con el mundo” en Universum, museo de ciencias de la UNAM. Título dualista, pero contenido de calidad. Vale la pena conocerla para saber más sobre éste, el objeto más complejo del universo.

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miércoles, 17 de febrero de 2010

¿Engaño al Ejército?

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM

Publicado en
Milenio Diario, 17 de febrero de 2010
En todos lados hay charlatanes. Algunos, esotéricos, venden (todos los charlatanes venden algo) ángeles u horóscopos. Pero otros se presentan como científicos y distorsionan la ciencia mezclándola con ideas como telepatía, vibraciones, "fenómeno ovni”, armas que causan terremotos o cualquier otra locura. Claro, siempre a cambio de dinero.
Pero en todos lados hay, también, comunicadores dedicados a combatir la desinformación y el analfabetismo científico. Se denominan “escépticos”, y son la peor pesadilla de los charlatanes seudocientíficos.
Pues bien: un amigo a quien no conozco en persona, pero con quien comparto ideas e información por internet, el biólogo, escritor de ciencia ficción y prolífico bloguero escéptico Andrés Tonini (http://lonjho.blogspot.com), ha estado circulando interesante información sobre un fraude tecnológico cometido contra la Secretaría de la Defensa Nacional... y respecto al cual prácticamente ningún medio ha comentado nada.
Consiste en un aparatejo llamado GT200, anunciado como un “detector molecular” capaz de localizar a distancia todo tipo de sustancias: explosivos, drogas, marfil… ¡y hasta trufas! Consta de una “pistola” con una antena móvil y una caja donde se insertan tarjetas “programadas” para cada sustancia. No requiere pilas ni corriente, pues supuestamente usa la electricidad estática generada por la respiración del usuario. La antena gira (ver video), como por arte de magia, para apuntar a la sustancia buscada. Sus fabricantes, la firma inglesa Global Technical LTD, afirman que, aunque puede sustituir a los perros entrenados, no funciona como el olfato, sino gracias a “detección electroquímica” o “paramagnética” (lo cual, por supuesto, no tiene sentido alguno).

En realidad se trata de un fraude bien conocido. El GT200 y otros aparatos similares (Quadro QRS 250G, ADE 651, DKL LifeGuard) han recibido demandas y prohibiciones en Estados Unidos y otros países avanzados, luego de comprobarse que no son más que una versión moderna del antiguo e inútil método de localizar agua con una varita de zahorí (radiestesia o dowsing, en inglés). No antes, por desgracia, de que varias agencias investigadores cayeran en el garlito y gastaran cantidades importantes en adquirirlos para buscar, por ejemplo, drogas en escuelas o explosivos en operaciones militares.
Pero se siguen vendiendo a ejércitos y agencias de gobierno… de países como Nigeria, China, Líbano, Arabia Saudita... Y México. En efecto: en 2008 la Sedena adquirió 300 detectores GT200 (en unos 350 mil pesos cada uno: un total de al menos 105 millones). Y los ha usado, dice, con buenos resultados (según reportan varios medios). El problema es que se sabe que dichos detectores no funcionan ni pueden funcionar.
Por si fueran pocos los problemas que causa el narcotráfico en México, quienes lo combaten caen presa de charlatanes y del autoengaño. Si la guerra contra el narco se va a basar en varitas mágicas, el problema va para largo.
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miércoles, 10 de febrero de 2010

Charlatanes y homofobia

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM

Publicado en
Milenio Diario, 10 de febrero de 2010

La tarea periodística es inevitablemente compleja: obtener información confiable, verificar fuentes, garantizar que lo que se publica tenga sustento… no es difícil algún error ocasional.

La semana pasada MILENIO Diario retomó dos notas relacionadas con la orientación sexual (“Estabilidad de parejas gay, menor a 18 meses” 4 de febrero, y “Homosexuales padecen trastorno psicológico”, 5 de febrero) que se presentaban como sustentadas en investigaciónes científicas serias, pero que en realidad son ejemplos de la propaganda más burda de organizaciones religiosas que buscan imponer sus muy particulares prejuicios.

La fuente de ambas notas es la misma: el “Instituto Mexicano de Orientación Sexual Renacer”, en realidad una fachada de la ultraconservadora organización católica “Courage Latino”, subsidiaria de “Courage International”. Su página web la describe como “un apostolado de la Iglesia Católica conformado por una comunidad espiritual de hombres y mujeres que sufren por su condición de Atracción al Mismo Sexo no deseada”. La Wikipedia añade que "busca atender a personas con deseos y atracción homosexuales y animarles a vivir en castidad absteniéndose de actuar de acuerdo con sus deseos sexuales”.

Se trata, pues, de una de esas organizaciones que buscan “curar” la homosexualidad, o al menos combatirla, siguiendo lo indicado por el Catecismo de la Iglesia Católica: “Las personas homosexuales están llamadas a la castidad”. Lo cual puede ser válido, para algunos, pero no cuando se invoca falsa evidencia científica de cosas como la poca duración de las parejas gays (este columnista ha disfrutado de 17 años de estabilidad, más los que faltan) o la concepción de la homosexualidad como enfermedad.

E investigación científica seria sobre el tema no falta. Una búsqueda somera revela cantidades amplias de buenos trabajos, muy pocos de los cuales sostienen los prejuicios religiosos. Un acucioso estudio que resume más de cien artículos de investigación sobre el tema, desde 1957 hasta 2005, y que es distribuido por la Organización Psicológica Estadunidense (ya magistralmente comentado por Carlos Puig en Milenio Diario, 9 de enero) muestra, por ejemplo, que los hijos de parejas homosexuales no sufren de identidad sexual confusa (saben perfectamente sin son hombres o mujeres), su comportamiento de género es coherente (no se comportan como miembros del otro sexo) y su orientación sexual (homo, hetero o bisexual) no se ve afectada por la de sus padres.

El estudio concluye: “En resumen, no hay pruebas que sugieran que las lesbianas o los homosexuales no sean aptos para ser padres, o que el desarrollo psicosocial de los niños de lesbianas o gays se vea comprometido en relación con el de los hijos de padres heterosexuales. Ni un solo estudio ha identificado que los hijos de lesbianas o gays estén en desventaja en algún aspecto significativo en relación con los hijos de padres heterosexuales”

Lo cual no quiere decir, por supuesto, que no pueda haber casos de hijos de parejas homosexuales que sufran discriminación, como reportó Milenio el pasado 2 de febrero. Pero es muestra más de lo urgente que es combatir los prejuicios sociales contra las minorías, no de haya que limitar sus derechos.

Es muestra de la hipocresía de la iglesia católica el que quiera presentar sus prejuicios como ciencia, al tiempo que sostiene creencias trasnochadas como que en México se realizan cinco exorcismos diarios.

¡No se vale!

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viernes, 5 de febrero de 2010

Razón y buena vida

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM

Publicado en
Milenio Diario, 3 de febrero de 2010

Si la vida humana tiene algún sentido, éste probablemente tenga que ver con lo que los filósofos (por ejemplo el gran Fernando Savater) llaman la buena vida: aquella que nos permite ejercer nuestra libertad personal para buscar alegría, bienestar, crecimiento y realización sin causarnos daño a nosotros mismos ni a otros.

Y lo que vale a nivel personal, vale también a nivel social: distintas civilizaciones han buscado, y en algunos casos han logrado, algún avance para permitir que sus ciudadanos se acerquen a vivir esa buena vida. “El objetivo de la política —dice Savater en su clásico Ética para Amador— es el de organizar lo mejor posible la convivencia social, de modo que cada cual pueda elegir lo que le conviene”.

Una de las herramientas más poderosas para lograrlo es eso que nos distingue de las otras especies con quienes compartimos el planeta: el pensamiento racional.

A través de la racionalidad los humanos podemos tomar decisiones que, en general, suelen ser más acertadas que las basadas en criterios como impulsos emocionales, prejuicios o dogmas. El método de la razón se basa, precisamente, en lo que el científico Marcelino Cereijido (La ciencia como calamidad, Gedisa, 2009) llama “las reglas del tener razón”: apelar a evidencias, pruebas, argumentación lógica, discusión racional y consenso entre especialistas.

La ciencia es, junto con la filosofía, el ejemplo más refinado de pensamiento racional. Es un método destilado y perfeccionado durante siglos. Sin embargo, como apuntara el famoso biólogo francés Jacques Monod en su también clásico El azar y la necesidad, la ciencia, con su compromiso para entender la realidad física, no puede marcar una finalidad para la vida humana.

¿Quiere esto decir que ciencia y racionalidad nada aportan a la búsqueda de la buena vida? Por el contrario: al tratar en una sociedad cuestiones como el reconocimiento de las minorías a contar con los mismos derechos que todos los ciudadanos nos damos cuenta de la importancia de que la discusión se base no en dogmas, creencias ni prejuicios, sino en argumentos racionales sólidos… y cuando sea pertinente, en conocimiento científico confiable. Como el que muestra que el matrimonio y la adopción por parejas gays no tienen por qué perjudicar a una sociedad moderna.

Al parecer, el gobierno federal, incluyendo a su titular y a la PGR, ignoran lo anterior. Su prioridad no es buscar la buena vida para sus ciudadanos, sino proteger los dogmas de su religión. Qué lástima.

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miércoles, 27 de enero de 2010

Naturaleza y sociedad

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en
Milenio Diario, 27 de enero de 2010

Al reflexionar sobre el reciente sismo en Haití y sus terribles consecuencias, conviene tomar en cuenta lo mucho que la ciencia tiene que ver con este tipo de desgracias.

Se podría preguntar: ¿de qué sirve la ciencia, ese “lujo” intelectual que sólo los países ricos pueden darse, ante la imparable furia de la naturaleza?

De mucho.

En primerísimo lugar, para entender. Gracias a las modernas ciencias de la Tierra, hoy conocemos con precisión la causa de los terremotos. Sabemos que la superficie terrestre está formada por una pequeña costra sólida, más delgada en proporción que la cáscara de un huevo, flotando sobre un mar de roca fundida, el magma que forma el manto terrestre.

La corteza está partida en placas tectónicas, como un rompecabezas. Como el magma circula lentamente, las placas se mueven y rozan unas con otras. Cuando se acumula suficiente tensión (lo que puede llevar varias décadas), los puntos de fricción se desmoronan como galletas saladas al rozar unas con otras.

Pero además de entender, la ciencia también sirve para prevenir. El desastre de Haití había sido predicho por varios geofísicos desde 2006. Aunque no podían, por supuesto, adivinar la fecha precisa, sí podían asegurar que tarde o temprano la energía acumulada por la fricción entre las placas de Norteamérica y del Caribe —sobre cuya frontera justamente se halla la isla de La Española— tendría que liberarse en forma de sismo.

Finalmente, la ciencia sirve para actuar… pero sólo si las circunstancias lo permiten. Haití, como país pobre, carecía de reglamentos de construcción decentes, y de maneras de hacer que se cumplieran. El derrumbe de tantos edificios con un sismo de sólo 7 grados —que normalmente se considera moderado— muestra algo que se ha sabido desde hace mucho: que los desastres naturales no son sólo desastres naturales. Su manifestación depende también de decisiones sociales y de las circunstancias socioeconómicas que muchas veces determinan estas decisiones.

Que Haití sea pobre tiene que ver con factores histórico-sociales… entre ellos la falta de un desarrollo científico-tecnológico-industrial que le permita tener un buen nivel de vida y proporcionar condiciones de seguridad a sus habitantes.

Sí, la ciencia tiene mucho que ver con desastres como éste. Lástima que a veces no pueda hacer gran cosa al respecto.

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miércoles, 20 de enero de 2010

Matemáticas y astros

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en
Milenio Diario, 20 de enero de 2010

Las matemáticas tienen una relación especial con la realidad física: nos permiten describirla. Se ve con claridad en astronomía: los modelos matemáticos, desde Tolomeo, pasando por Copérnico hasta la gloriosa descripción de Newton y la moderna visión einsteniana, nos han permitido describir cada vez con mayor precisión, y entender, con mayor profundidad, el comportamiento de los cuerpos celestes. Comparado con esto, las tontas “predicciones” de la astrología resultan balbuceos incoherentes.

Pero no alcanzamos a entender por qué las matemáticas sirven para describir el mundo. En el número de noviembre 2009 de la revista Ciencia y desarrollo, donde ha escrito mensualmente durante más de 30 años, el ingeniero José de la Herrán, pionero de la divulgación científica en México, expone un ejemplo curioso. Se trata de un estudio para verificar la validez de un viejo enigma astronómico: la famosa “ley” de Titius-Bode.

La ley, formulada por el astrónomo alemán Johann Daniel Titius en 1766 y popularizada por su colega y paisano (¡y tocayo!) Johann Elert Bode en 1772, consiste en que la distancia del Sol a los planetas del sistema solar (o, más precisamente, los semiejes mayores de sus órbitas elípticas –los “radios” mayores, pero la palabra “radio” sólo se usa para los círculos, no para las elipses) parece estar relacionada con una peculiar sucesión numérica: 0, 3, 6, 12, 24, 48…

Inicialmente no se tomó en serio: aunque acertaba para los planetas conocidos (Mercurio a Saturno), predecía un planeta inexistente en la quinta posición, entre Marte y Júpiter. Pero cuando se descubrió Urano en 1781 y se vio que ocupaba el sitio indicado por la ley, se le volvió a estudiar. Se buscó el quinto planeta “perdido” y en 1801 se halló el asteroide Ceres, el más grande del cinturón de asteroides (hoy considerado un planeta que no llegó a formarse, probablemente debido a la influencia gravitatoria de Júpiter). En general, la ley predecía, con 5% o menos de error, las posiciones de todos los planetas.

Entonces, en 1846, se descubrió Neptuno. Su distancia al sol no encajaba con lo predicho (30% de error). Lo mismo ocurrió con Plutón (¡96% de error!). El prestigio de la ley se derrumbó y pasó a ser considerada sólo una coincidencia.

Entra en escena el astrónomo mexicano Arcadio Poveda, del Instituto de Astronomía de la UNAM. En un artículo publicado en 2008 (en la Revista Mexicana de Astronomía y Astrofísica, en coautoría con Patricia Lara), estudió a 55 Cancri, en la constelación del cangrejo, estrella “cercana” a la Tierra (a unos 12 parsecs; más de 40 años luz) alrededor de la cual se han descubierto cinco planetas entre 1996 y 2007. Halló que en general sus distancias coinciden con la ley de Titius-Bode, si se asume que falta un planeta entre el cuarto y el quinto (quizá esto revele que la dinámica gravitacional de los sistemas solares emergentes impide la formación de planetas en ciertas órbitas). Poveda incluso predice la posición de otros dos planetas alrededor de 55 Cancri: habrá que ver si se encuentran.

Aunque ha recibido críticas, el trabajo de Poveda es muy sugestivo. La ley de Titius-Bode sigue siendo un enigma: si fuera válida, aunque sigamos sin saber por qué (los expertos epistemólogos dirían que es una ley fenomenológica que carece de su correspondiente explicación teórica), podría ayudar a descubrir nuevos planetas en otros sistemas solares.

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miércoles, 13 de enero de 2010

Libertad y límites

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en
Milenio Diario, 13 de enero de 2010

A lo mejor los matrimonios gays son, como dijo ese árbitro de la moral, Onésimo Cepeda, “una estupidez” (Milenio Diario, 23 de diciembre). Pero si lo es, es una estupidez que los homosexuales, como cualquier otro ciudadano, tienen derecho a cometer.

Y quizá, como dice Carlos Marín (Milenio Diario, 8 de enero), el tal Esteban Arce “tiene derecho a expresar su homofobia”… pero hacerlo en público, como conductor de un programa de televisión y “líder de opinión” (así de triste es el nivel cultural del televidente mexicano promedio) es incorrecto, pues vulnera los derechos de otros.

Sí, la libertad de expresión (de la que deriva la libertad de prensa) es vital en toda democracia verdadera. Pero no es más importante que otros derechos. Necesariamente tiene límites: no se vale enseñar a suicidarse o a hacer bombas molotov, ni instigar al uso de drogas, a la violencia, a matar negros… ni a discriminar. Si un conductor opinara que los negros o los indios son inferiores incurriría en el mismo error y merecería ser criticado. Primero, porque es falso, pero también porque es discriminatorio.

Esteban Arce desinforma: expresa como verdades opiniones contrarias al conocimiento científico actual, que muestra que el comportamiento homosexual es natural (lo deja clarísimo Luis González de Alba en su columna el pasado domingo; Milenio Diario, 10 de enero), y “normal”, en el sentido de que no es “enfermo”, y que los hijos criados por parejas del mismo sexo también lo son.

¿Por qué preferir los criterios basados en el conocimiento científico a los fundados en dogmas religiosos? Entre otras cosas, porque son comprobables y comprobados: funcionan. Además, son corregibles si tienen fallas, a diferencia de las “verdades” de la iglesia. Por algo nuestra Constitución (artículo tercero) hace obligatoria la educación basada “en los resultados del progreso científico”, y exige al mismo tiempo que la enseñanza se mantenga “por completo ajena a cualquier doctrina religiosa”.

No se busca “privilegiar” a ciertas minorías, sino garantizar que todos los ciudadanos tengan los mismos derechos. Y con buenas razones. La iglesia podrá desgarrarse las vestiduras, pero también su libertad tiene límites (también por buenas razones, en este caso históricas): no puede interferir en política, pues la Constitución lo prohíbe (artículo 130). El gobierno está obligado a velar por los derechos de todos, y a mantener la necesaria separación entre iglesia y estado. Habrá que cuidar que así sea.

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