miércoles, 25 de abril de 2012

Ciencia y política

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 25 de abril de 2012 

La política no es una ciencia (aunque existan las ciencias políticas). Y votar no es una decisión que se tome “científicamente”, basándose sólo en el pensamiento racional y los datos comprobables. En la decisión de voto de cada ciudadano intervienen filias, fobias y otros factores de tipo personal, cultural y circunstancial. El voto “objetivo” es sólo un ideal utópico.

Y sin embargo, el pensamiento científico puede colaborar con la democracia. Ya Carl Sagan, en su libro El mundo y sus demonios (pdf), afirmaba, con toda razón, que “Los valores de la ciencia y los valores de la democracia concuerdan; en muchos casos son indistinguibles...
La ciencia prospera con –y de hecho, requiere de– el libre intercambio de ideas; sus valores son opuestos al secreto.” En este sentido, para Sagan –y este columnista concuerda abiertamente–, una formación científica en los ciudadanos, que fomente el pensamiento crítico, promueve también los hábitos mentales necesarios en una verdadera democracia (es decir, una en que los ciudadanos razonen, al menos en parte, su voto, y no se dejen llevar totalmente por la propaganda o las promesas sin sustento).

Es muy triste, por tanto, ver que en el famoso “desplegado de los notables” (o “los intelectuales”, o “de las preguntas incómodas”), publicado en diversos medios el pasado 27 de marzo, entre cuyos abajofirmantes aparecen varios científicos como Mario Molina, Manuel Peimbert, Pablo Rudomín, Juan Ramón de la Fuente y hasta René Drucker, no se mencionen ni una sola vez las palabras “ciencia” o “tecnología”. No porque con ellas se resuelvan automáticamente todos los problemas políticos y económicos del país, sino porque sin un adecuado desarrollo científico-técnico-industrial, y los beneficios sociales que éste genera, resolverlos es prácticamente imposible.

Por otra parte, como muestra el investigador Luis Mochán, del Instituto de Ciencias Físicas de la UNAM en un trabajo recientemente presentado en el seminario “Quinto poder: las encuestas y la construcción social del ganador”, llevado a cabo en El Colegio de México el mismo 27 de marzo (disponible en http://bit.ly/Jwi1Av), la ciencia nos puede también dar herramientas para analizar qué pasa en una democracia. Por ejemplo, para descubrir que, contra lo que se cree, los resultados de una encuesta sí pueden influir en una elección (al alterar la percepción de los electores respecto a los candidatos, y modificar así su intención de voto). O que las diversas modalidades de una elección (una o varias vueltas, por ejemplo) pueden modificar radicalmente su resultado. O que un análisis matemático puede demostrar que un proceso electoral polémico, como el del 2006 en México, es imposible afirmar con certeza quién ganó.

No cabe duda de que, como dijera Churchill, “La democracia es el peor de todos los sistemas políticos, con excepción de todos los sistemas políticos restantes”. Como se ve, la ciencia, al menos, puede intentar hacerla “menos peor”.

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miércoles, 18 de abril de 2012

Cómo dividir una célula

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 4 de abril de 2011

El huso mitótico
Uno de los hechos más asombrosos de la biología es el nacimiento de un nuevo organismo: una primera célula –el cigoto u óvulo fecundado– se va dividiendo en dos, cuatro, ocho… hasta dar origen a los trillones de células que conforman un individuo completo. Células de cientos de tipos distintos, que constituyen sus distintos tejidos, órganos y sistemas.

Tanto en animales como en plantas se han estudiado los delicados mecanismos que controlan las primeras divisiones del cigoto. Porque una célula no puede dividirse siempre en dos células idénticas: es a través de divisiones asimétricas –que dan origen a dos células hijas distintas– que se va generando la diversidad del organismo.

División simétrica (izq.)
vs. asimétrica (der.)
En la base de estas divisiones se encuentra el huso mitótico, ese conjunto de rieles moleculares –microtúbulos– que vemos en los esquemas de la mitosis en secundaria, y que establecen la simetría de la célula en división, al determinar en qué dirección se dividirán las dos células hijas (como ya habíamos mencionado aquí hace unas semanas). Es la dirección de esas divisiones, al definir si una de ellas queda, por ejemplo, más cerca o más lejos de la fuente de alguna señal química, la que comienza a diferenciar a las células.

Simplificando, una célula puede dividirse a lo ancho o a lo largo, dependiendo de cómo se acomode el huso mitótico (la división ocurre en dirección perpendicular a la del huso).

¿Y qué determina la dirección en que se formará el huso? En moscas de la fruta (Drosophila) se han estudiado los factores moleculares que controlan exactamente cómo se van dividiendo las células en el embrión en formación (y que cuando fallan producen crecimientos desordenados: tumores). Pero en plantas, donde, a diferencia de los tejidos animales, las células se hallan fijas en su posición, debido a la pared celular de celulosa que las rodea, no se había descifrado el mecanismo que controla la dirección de las divisiones.

Un amable lector, Alfredo Cruz Ramírez, llama mi atención a un trabajo publicado recientemente en la revista Cell, en el cual él participó durante una estancia posdoctoral en la Universidad de Utrecht, en Holanda. El grupo del investigador Ben Scheres (en el que también participaron Pankaj Dhonukshey otros 15 autores), del que formó parte, descubrió, mediante detallados estudios moleculares y simulaciones computacionales, cómo cierto tipo de hormonas vegetales, las auxinas, controlan una cascada de señales celulares que finalmente determinan si el huso se forma en una dirección o si gira 90 grados. Así la planta (Arabidopsis thalianapuede controlar, por ejemplo, el crecimiento de una raíz a lo largo o la formación de raíces laterales.

Más allá de sus posibles aplicaciones –que las habrá–, trabajos como éste nos muestran algo fascinante: que podemos descubrir los secretos íntimos del desarrollo de los organismos. Ojalá Alfredo, que estudió en la Universidad de Hidalgo y en el IPN, y que está ya de regreso en México, pueda pronto seguir haciendo investigación básica, tan necesaria en nuestro país.

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miércoles, 11 de abril de 2012

Homeopatía letal

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en 
Milenio Diario, 11 de abril de 2011 


En los medios australianos y mundiales está causando gran revuelo un caso espeluznante de negligencia médica: la dolorosa muerte de Penelope Dingle, ex–modelo y actriz, debido a un cáncer colorrectal mal atendido.

El caso horroriza debido a que su mal hubiera podido curarse, de no haber tomado la decisión (apoyada por su marido, Peter Dingle, un gurú que vendía consejos sobre salud­ basados en el pensamiento positivo) de confiar ciega –de hecho, fanáticamente– en una homeópata, Francine Scrayen, quien durante más de un año la convenció de no recurrir a la medicina científica, basada en evidencia, y le prometió que podría curarla.

Hoy Scrayen enfrenta demandas por negligencia criminal, y al mismo tiempo amenaza con demandar a quienes se atreven a denunciar en los medios su criminal irresponsabilidad.

El caso es demasiado largo y complejo para exponerlo aquí, pero muestra claramente que la homeopatía sólo no cura, sino que puede ser claramente dañina.

Escribir sobre seudociencias médicas como la homeopatía (o la acupuntura, o tantas otras) es una de las labores más ingratas para un divulgador científico. Inmediatamente llueven los ataques indignados de quienes creen en la efectividad de estas “terapias alternativas”. Y sin embargo, hay datos certeros para calificarlas de fraudes, y razones poderosas para combatirlas.

Menciono los datos telegráficamente, por razones de espacio. Una simple búsqueda en internet puede confirmarlos (siempre y cuando se consulten fuentes médicas serias –es decir académicas, serias, confirmables–, no sitios promotores de charlatanerías, los cuales que carecen, indefectiblemente, de estas cualidades).

1) La homeopatía no cura. Su éxito se debe a que aparenta curar, es decir, el paciente puede sentir que mejora. Pero todos los estudios médicamente rigurosos (es decir, en grupos estadísticamente significativos, usando grupos testigo a los que se les administra un placebo, siguiendo la metodología de doble ciego) demuestran que no tiene más efecto que una sustancia inocua. El valor anecdótico de quienes afirman haberse curado es tan médicamente válido como el de quienes afirman haberse curado gracias a la virgen María o el pensamiento positivo. Es decir, nulo.

Penelope Dingle
2) Las bases “teóricas” de la homeopatía –la ley de los semejantes y el uso de diluciones infinitesimales– van en contra de todo el conocimiento químico actual, el cual –lo sabemos con certeza– sí funciona. Un medicamento cura debido a la estructura de sus moléculas, no a indefinibles “energías”. Por tanto, su efecto disminuye, no aumenta, al diluirlo. Igualmente, una sustancia que causa un efecto no puede usarse para combatir ese mismo efecto. Todo esto ha sido comprobado repetidamente. Quien afirme lo contrario, o es deliberadamente ignorante, o miente.

3) Aunque muchos creen que la homeopatía “al menos” no daña, muchas veces es falso. Puede dañar de forma directa, cuando quienes preparan los medicamentos lo hacen fraudulentamente, incluyendo sustancias verdaderamente tóxicas en concentraciones dañinas, sin estar supervisados por ninguna autoridad de salud (estos casos son más comunes de lo que se pudiera pensar). Pero también de forma indirecta, promoviendo el uso de remedios inútiles y fomentando la desconfianza del público en la medicina científica, cuyos resultados son, si no infalibles, sí claramente comprobables… y comprobados.

Peter y Penelope Dingle,
poco antes de la muerte de ella
Un amigo cercano acaba de vivir una experiencia cercana a la de Penelope Dingle: durante dos años acudió a la homeopatía para tratar lo que resultó ser un linfoma maligno. En la etapa 1, 2 o 3 (tumor puntual puntual o localizado) podría haberse curado. Cuando llegó, en la etapa 4, ya con metástasis, su mejor esperanza es controlarlo crónicamente mediante quimioterapias regulares.

No hay duda: permitir que charlatanes irresponsables como Scrayen sigan ejerciendo impunemente, promoviendo su seudociencia y fomentando el abandono de terapias que sí ofrecen posibilidades reales de salvar vidas es criminal. No se trata de ideología, sino de ciencia que salva vidas.

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miércoles, 4 de abril de 2012

Calentamiento polémico

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 4 de abril de 2012

A diferencia de lo que muchos creen, la ciencia no revela verdades. Sólo produce conocimiento, basado en evidencia, que trata de describir lo más exactamente posible el mundo. Eso sí: se trata del conocimiento más confiable que existe sobre la naturaleza. Pero al mismo tiempo es un conocimiento constantemente corregible, cambiante. La ciencia evoluciona.

Parte importantísima de este proceso de continua revisión y corrección –y de vez en cuando, revolución– son los debates o polémicas científicas, en las que dos posturas sobre cierto fenómeno se confrontan y discuten, a veces de forma muy acalorada, para tratar de demostrar que una es correcta y la opuesta se equivoca.

Tales polémicas obligan a revisar en detalle no sólo los datos, sino los métodos, conceptos e incluso las definiciones. A veces llegan a convertirse en verdaderos debates filosóficos. Como resultado, una de las posturas puede llegar a establecerse como conocimiento científico legítimo, aceptado por la mayoría de la comunidad de expertos (claro, sin dejar por ello de estar sujeto a posteriores revisiones). La otra puede quedar clasificada, si le va bien, como “ciencia deficiente” (bad science), investigación mal hecha por basarse en premisas erróneas, o por una técnica o un razonamiento incorrectos; o, si le va mal, como seudociencia: una visión que no sigue las normas de la investigación científica, aunque aparente hacerlo (y que no puede aspirar, por tanto, al mismo nivel de confiabilidad del que goza la ciencia gracias, precisamente, a su exigente método).

El problema es que a veces las polémicas científicas tardan mucho en resolverse. Y mientras esto no ocurra, es imposible saber cuál de las dos posturas ganará. Esto puede ser un problema para, por ejemplo, los periodistas, que siempre queremos presentar a nuestra audiencia una historia con una conclusión clara, no un “continuará”.

La nota difundida en los medios mundiales el pasado 27 de marzo sobre un científico ruso (Nikolái Dobretsov, presidente de la Junta Científica de Ciencias Naturales de la Academia Rusa de Ciencias) que, basado en datos sobre la recuperación del hielo ártico en años recientes afirmó que “Es obvio que el calentamiento global continuo es un mito” es un clásico intento de reabrir un debate que, si no está completamente cerrado, está a punto de serlo.

Más allá de sus credenciales o de la validez de sus datos (la cual, por cierto, tendría que discutirse), su postura va en contra de la opinión razonada y bien fundamentada de la gran mayoría de los expertos en clima del mundo. (Y lo pone a uno a pensar que en la nota no se cite una investigación publicada, que sólo aparezca su nombre, y que afirme terminantemente que “Hacia finales del siglo empezará un enfriamiento global y no un calentamiento” y a continuación se contradiga añadiendo que “para poder precisar las previsiones es necesario desarrollar una compleja red de estaciones observadoras en la región del Ártico”… ¿en qué quedamos: sabemos que habrá enfriamiento, o necesitamos más datos para saber qué pasará?)
Proyecciones del calentamiento global
para las próximas décadas

Es claro que la cantidad de gases de invernadero producidos por el ser humano –principalmente dióxido de carbono– han aumentado dramáticamente en el último siglo. Es claro que el nivel de este gas está directamente relacionado con la temperatura atmosférica. No es tan claro, pero todo parece indicar, según la mayoría de los expertos, que si no disminuimos dramáticamente tales emisiones, el planeta sufrirá un calentamiento de consecuencias catastróficas.

¿Qué será mejor: usar condón para no contagiarse de sida, usar el cinturón de seguridad para, en caso de choque, tener mejores posibilidades de sobrevivir; dejar de fumar para prevenir un posible cáncer o enfisema, disminuir la emisión de gases para evitar una posible catástrofe ambiental… o negar lo evidente y seguir porfiando con los expertos, rescatando cualquier rastro de evidencia en contra del consenso para tratar de reactivar una polémica ya terminada y justificar nuestra insistencia en seguir realizando acciones riesgosas? Se lo dejo de tarea…

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miércoles, 28 de marzo de 2012

Nanotecnología y misterios cuánticos

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 28 de marzo de 2012

La mecánica cuántica, teoría que explica los fundamentos del comportamiento de la materia, está llena de sorpresas y conceptos que van en contra de la intuición.

Uno de los más extraños es la idea de que toda partícula (fotones, electrones, átomos… y hasta un camión) se comporta, a la vez, como una onda. El científico inglés Thomas Young demostró, alrededor de 1807, que un haz de luz se comporta como onda al pasar a través de dos ranuras. Al hacerlo, se divide en dos ondas que interfieren una con otra, provocando que haya zonas de mayor luminosidad (donde las ondas se refuerzan, pues sus crestas y valles coinciden) y otras de casi oscuridad (donde se cancelan mutuamente, pues las crestas de una coinciden con los valles de la otra). La luz forma así un patrón de líneas luminosas y oscuras sobre una pantalla.

El problema es que años después, en 1905, Albert Einstein demostró, mediante su explicación del efecto fotoeléctrico, que la luz está compuesta por partículas: los fotones. Entonces, ¿onda o partícula? Resulta que, de algún modo, ambas respuestas son correctas: la partícula tiene asociada una onda. Hoy se habla de la “dualidad onda-partícula” de la luz, como propuso el físico francés Luis de Broglie en 1924.

Más tarde se ha demostrado que no sólo los fotones se comportan así: en 1961 se repitió el experimento de la doble ranura usando electrones, y posteriormente se ha logrado con neutrones, átomos y hasta moléculas pesadas, como el futboleno (o buckminsterfullereno, formado por 60 átomos de carbono). En todos los casos, al pasar por las rendijas, las partículas forman un patrón de interferencia, mostrando su comportamiento ondulatorio.

Pero lo más sorprendente es que incluso una sola de estas partículas puede interferir ¡consigo misma! al pasar por las rendijas (lo cual se logra haciendo pasar las partículas no en un chorro, sino una por una: el patrón de interferencia se va formando paulatinamente, conforme las partículas se van acumulando sobre la pantalla). Se confirma así, indudablemente, que la materia se comporta también como onda en la escala cuántica.

La gran pregunta es, ¿hasta qué tamaño siguen siendo apreciables esos efectos cuánticos, imperceptibles en el mundo macroscópico en el que vivimos? (no parecen tener efectos, por ejemplo, en el nivel celular, ni en nuestras computadoras o teléfonos celulares…).

Molécula de ftalocianina
y uno de sus derivados fluorados
En el más reciente capítulo de esta carrera por demostrar la interferencia cuántica en tamaños cada vez mayores, Markus Arndt, de la Universidad de Viena, y sus colegas publican en la revista Nature Nanotechnology (25 de abril marzo de 2012) un artículo donde explican cómo lograron obtener un patrón de difracción usando moléculas derivadas de un pigmento llamado ftalocianina, de hasta 114 átomos: las más pesadas hasta ahora. Para ello usaron una combinación de técnicas nanotecnológicas, como la producción de un chorro de moléculas usando un rayo láser, la creación de una rejilla de difracción ultradelgada (menos de 100 nanómetros, o millonésimas de milímetro, que actúa como las ranuras en el experimento) y una técnica de fluorescencia para detectar las moléculas, que quedan adheridas a una superficie de cuarzo que actúa como pantalla (y dejan así un registro fijo del experimento, a diferencia de lo que se había logrado anteriormente).

Dejando de lado la sarta de tonterías que pretenden mezclar la mecánica cuántica con asuntos esotéricos, el trabajo de Arndt y su grupo muestra cómo las más recientes tecnologías de nanofabricación y nanovisualización pueden ayudarnos a explorar mejor dónde se hallan los límites de la mecánica cuántica… si es que los hay.

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miércoles, 21 de marzo de 2012

Depresión y electrochoques


Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 21 de marzo de 2012

Pocos tratamientos médicos tienen tan mala prensa como los electrochoques. La imagen de un paciente amarrado a una mesa, convulsionándose bajo el influjo de una corriente eléctrica aplicada con electrodos en su frente, es propia de una película de horror.

Quizá le sorprenda enterarse de que la terapia electroconvulsiva (su nombre formal), que hoy se realiza bajo condiciones muy controladas y seguras (anestesia general, relajante muscular, oxígeno al 100% y voltaje bajo –unos 90 volts) es el tratamiento más efectivo que existe contra la depresión grave (la que se acompaña de intensos impulsos suicidas o ideas delirantes que ponen en peligro la vida del paciente o quienes lo rodean). Tiene entre un 75 y 85% de efectividad (los tratamientos farmacológicos logran alrededor de un 40% de éxito).

Contrariamente a lo que se pudiera pensar, los efectos de esta terapia no provienen directamente de la corriente eléctrica, sino de las convulsiones que provoca. En un artículo publicado en septiembre del 2011 en la revista ¿Cómo ves?, el psiquiatra Eduardo Thomas explica que Hipócrates ya refiere que las anguilas eléctricas podían usarse para tratar trastornos mentales; que Benjamín Franklin usó en 1782 descargas eléctricas para combatir la melancolía, y que a finales del siglo XVIII se descubrió que el alcanfor podía provocar crisis convulsivas que mejoraban notablemente a pacientes psicóticos. La moderna terapia electroconvulsiva se inició en 1937, con el trabajo de los italianos Ugo Cerletti y Lucio Bini, aunque hubo un periodo de abusos que hoy se ha superado. Actualmente se usa sólo con pacientes que no han respondido a otros tratamientos, pues tiene algunos efectos secundarios como desorientación transitoria y alteraciones leves de la memoria.

Sin embargo, hasta ahora no se sabía cómo es que los electrochoques producen sus efectos. Pero un estudio publicado por la investigadora escocesa Jennifer Perrin, de la Universidad de Aberdeen, en las Actas de la Academia Nacional de Ciencias (PNAS) de los Estados Unidos, revela parte del misterio.

Corteza dorsolateral prefrontal,
hiperconectada en pacientes
con depresión
Utilizando la resonancia magnética funcional, que muestra qué partes del cerebro utilizan más sangre, y por tanto están más activas, Perrin halló que los cerebros de nueve pacientes con depresión grave, estudiados antes y después de someterlos a terapia electroconvulsiva (unas 8 sesiones) presentaban un exceso de conectividad funcional entre una zona llamada corteza dorsolateral prefrontal de uno de los hemisferios cerebrales (más o menos la zona donde quedan los anteojos para el sol cuando uno se los pone en la frente) y otras áreas cerebrales como el sistema límbico, relacionado con las emociones (se consideró que un área estaba conectada a otra si ambas se activaban simultáneamente). El exceso de conectividad disminuía sensiblemente luego del tratamiento, conjuntamente con los síntomas de la depresión (que en promedio bajaron de 36 a 11 puntos en la escala usada).

Severidad de los síntomas
de depresión antes y después
 de la terapia electroconvulsiva
(ECT)
Estos resultados refuerzan la reciente hipótesis de que la causa de la depresión grave es una “hiperconectividad” entre éstas áreas, y que por tanto una forma de combatirla el mal es reducir este exceso de conectividad (en cierta forma eso hacen los antidepresivos). Al mismo tiempo, hallar una alta conectividad en esta zona (que al parecer está muy claramente localizada) podría ser una forma de detectar a pacientes propensos a la depresión.

Como afirman Perrin y sus colaboradores, ahora el reto será, si se confirman sus resultados, aprovecharlos para buscar nuevas maneras de obtener el mismo efecto, pero sin usar electrochoques. Con suerte, a mediano plazo podríamos tener nuevos tratamientos que disminuyan la hiperconectividad y así prescindir por completo de esta terapia que, pese a su eficacia, sigue siendo bastante inquietante.

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miércoles, 14 de marzo de 2012

Magia, dios y polémicas

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 14 de marzo de 2012

Presidentes latinoamericanos
con cáncer
Me encantó la ironía de la analista Irene Selser, cuando en su columna “Daños colaterales” (Milenio Diario, lunes 12 de marzo) escribe: “Que el célebre médium brasileño Joao Texeira de Faria, Joao de Deus, haya acompañado el tratamiento oncológico del ex presidente de Brasil, Lula da Silva, con cáncer de laringe, […]no tiene nada de extraordinario. Al contrario, pareciera ser lo más pertinente ante este ‘brote canceroso’ que ha ido afectando a los líderes de la izquierda sudamericana…”.

Y es que, ante una enfermedad terrible, es fácil caer, aunque se sea un líder de opinión de quien se esperaría una actitud más sensata e informada, en el pensamiento irracional.

A veces son teorías conspiratorias, como las de Hugo Chávez –quien no se caracteriza por meditar cuidadosamente sus palabras antes de hablar. El venezolano lanzó, ante el “brote” entre varios mandatarios latinoamericanos (Fernando Lugo, de Paraguay; Dilma Rouseff, de Brasil; Cristina Fernández, de Argentina –cuyo diagnóstico fue desmentido en enero– y el propio Lula, además de su propio caso), acusaciones sin fundamento como la de que “no sería extraño” que los Estados Unidos “hubieran desarrollado una tecnología para inducir el cáncer”.

Otras veces, se cae en el pensamiento mágico. Es un hecho que mucha gente sigue recurriendo a medicinas “alternativas” y espirituales –la mezcla de seudociencia y religión, además de explosiva, suele ser muy atractiva–, aun cuando existen abundantes estudios que demuestran su total inutilidad, y en muchos casos sus efectos nocivos (directamente o de forma indirecta, al causar el abandono de las terapias médicas basadas en evidencia clínica comprobable).

Afortunadamente Lula, aunque se haga acompañar de Joao de Deus, no abandona las quimio y radioterapias contra el cáncer. A pesar de sus supuestos poderes para hacer ver a los ciegos, caminar a los inválidos y reducir tumores, el médium, nos informa Selser, “no se opone en absoluto a la ciencia médica”.

Menos mal. Pero el curandero declara al mismo tiempo, con el doble discurso propio de los charlatanes, “Yo no curo a nadie, quien cura es Dios”. Es decir, es la deidad, a través de él, la que cura... no las quimioterapias. Claro. ¡No vaya usted a pensar otra cosa!

Es curioso cómo la simple publicación en Facebook de una ilustración que denuncia cómo, ante médicos preparados que salvan vidas, muchos creyentes siguen atribuyendo la curación de un paciente a una entidad espiritual de cuya existencia no hay pruebas (“Ellos ni siquiera te conocen y te salvan la vida; Él no existe y le agradeces por salvarte”) basta para desatar una polémica acalorada.

No se trata de combatir las creencias religiosas o espirituales de nadie, sino de fomentar una cultura científica que nos permita distinguir, ante problemas concretos, las soluciones eficaces de las ilusorias.

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