miércoles, 26 de septiembre de 2012

¿Cáncer transgénico?

Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 26 de septiembre de 2012

Nuevamente, los medios de comunicación masiva dan la alarma: “Hallan tumores en ratas alimentadas con maíz transgénico”. Un grupo de investigadores franceses e italianos, comandados por Gilles-Eric Séralini, de la Universidad de Caen, Francia, hallaron que una de las variedades más populares de maíz transgénico parece causar cáncer en ratas alimentadas con él. Las impresionantes fotos de los roedores y sus enormes tumores dieron la vuelta al mundo.

En el contexto del amplio debate sobre los posibles riesgos que el cultivo y el consumo de vegetales transgénicos, la noticia podría ser un verdadero parteaguas: por primera vez, los temores de quienes se oponen al uso de estos cultivos, por los posibles daños a la salud que pudieran causar, se habrían visto confirmados.

Y es que hasta el momento no había evidencia firme de que el consumo de transgénicos pudiera ser dañino: se había hablado de posibles alergias, pero en todo caso ese es un riesgo que existe con cualquier alimento. También se discute si el consumo de material genético ajeno al vegetal –los transgénicos son precisamente organismos a los que se les ha introducido algún gen para que adquieran alguna característica novedosa– pudiera ser riesgoso. Pero, además de que el paso de ADN a través del medio ácido del estómago y de la pared intestinal, para entrar a nuestro cuerpo, sea prácticamente imposible, el hecho es que siempre que consumimos algún vegetal o animal, sea o no transgénico, estamos comiendo ADN extraño. Y hasta ahora no hay evidencia de efectos nocivos.

Es por eso que los hallazgos de Séralini, publicados en la revista Food and chemical toxicology, deben ser tomados con precaución. Por una parte, los estudios se realizaron en ratas; extrapolar los efectos a humanos es arriesgado. Por otra parte, se trata de sólo un estudio, frente a muchos otros que hasta ahora no habían detectado tal efecto. Habrá que esperar a que se confirmen ­–o no– los resultados.

Glifosato
Pero al estudiar los detalles del experimento surgen otras dudas: el maíz usado por Séralini es la variedad “Roundup-ready” NK603, producido por la transnacional biotecnológica Monsanto –uno de los blancos favoritos de los grupos ambientalistas anti-transgénicos, muchas veces con fundamento, pues tiende a privilegiar sus intereses comerciales por encima de consideraciones ambientales o sociales de quienes consumen sus productos. Contiene un gen que lo hace resistente al herbicida Roundup, también de Monsanto, cuyo ingrediente activo es el glifosato (N-fosfonometilglicina), compuesto que aunque no es considerado peligroso en dosis bajas, según la Agencia de Protección Ambiental de los Estados Unidos, podría causar cáncer y alteraciones metabólicas en dosis altas.

Séralini alimentó a tres grupos de ratas con maíz transgénico cultivado en ausencia o en presencia de glifosato (la hipótesis es que el glifosato podría quedar como residuo en el maíz que consumen los humanos), o bien con glifosato disuelto en agua, en diferentes dosis. En los dos grupos que ingirieron glifosato, halló tumores mamarios y alteraciones del hígado y el riñón. Este resultado es importante porque es la primera vez que se estudian los efectos del herbicida durante la vida entera de las ratas (2 años); normalmente los estudios de toxicidad duran unos 90 días.

Pero Séralini –quien tiene una larga historia de activismo en contra de los transgénicos– halló también los mismos efectos en las ratas que no consumieron glifosato, sino sólo maíz transgénico. Éste y otros detalles de su estudio provocan dudas: parece muy poco probable que el efecto de un herbicida y un gen extraño fueran idénticos; por otro lado, el manejo estadístico de los datos ha sido cuestionado por otros expertos.

El biotecnólogo mexicano Luis Herrera Estrella, pionero de la biotecnología vegetal, en un comunicado difundido por la Academia Mexicana de Ciencias, hace notar que no hubo controles con ratas alimentadas con maíz no transgénico, que las dosis usadas fueron excesivas, comparadas con lo que consumiría un ser humano, y que la dosis consumida no ser refleja en los efectos; por ello, señaló, “los resultados obtenidos por Séralini deben ser revisados por pares y el experimento debe ser repetido, pues del artículo surgen dudas que obligan a un examen a fondo”. Lo mismo opina la Comisión Europea, que pidió a su Organismo de Salud Alimenticia (EFSA) que verificara en estudio; se espera tener un dictamen para final de año.

La ciencia no siempre llega a conclusiones claras y rápidas. Por más que a los medios no les agrade, hay debates científicos en los que la noticia es que no hay noticia: en este caso, como en tantos otros donde los datos científicos se mezclan con cuestiones ambientales y sociales, e intereses económicos, comerciales y hasta políticos –además de ideología–, habrá que esperar a tener datos más precisos. Hasta entonces, el debate sobre la seguridad de los transgénicos sigue abierto. Lo cual no quiere decir que no haya que tomar precauciones, como dicta el principio de precaución, cosa que pocos países están haciendo.

En conclusión: ¡qué bueno que esta investigación cause debate!: eso obligará a investigar mas profundamente un asunto sin duda importante.

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miércoles, 19 de septiembre de 2012

Embestida conservadora

Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 19 de septiembre de 2012

Al principio parecía una noticia de buena fe: “Cuestionan especialistas efectividad del condón”, “Derrumban el mito de efectividad del condón”, y otros titulares semejantes.

Según se informó, un grupo de expertos (María del Rosario Laris Echeverría, Javier Haghenbeck Altamirano y José Manuel Madrazo, “médicos especialistas en salud pública, ginecología y bioética”; Laris, se presentaba como “directora de la asociación Sexo Seguro”) afirmaba, basándose en información de la Organización Mundial de la Salud y algunos artículos de investigación, que “El precepto de la efectividad de 99% del condón para evitar enfermedades de transmisión sexual y embarazos no deseados no es veraz”.

En vez de ello, sostuvieron, su eficacia real sería de entre 80% por ciento, en el mejor de los casos (de 0 a 80%, según algunas notas extremas; de entre 80 y 85%, según otras). Y llegaron al amarillismo de decir que “Afirmar que el condón es 99 por ciento seguro es un riesgo para la salud pública”

Información alarmante, si fuera cierta. No lo es. Lo realmente alarmante es que muchos medios –periódicos, noticieros, sitios de internet, reenvíos por correo electrónico– hayan dado por buena una información tan polémica sin recurrir al primer principio del buen periodista: verificar sus fuentes.

Al parecer, la información fue difundida por una organización llamada “Comité Independiente Anti-Sida” (sinsida.biz) que en su página web define al condón como “inseguro, inútil, contraproducente, indigno e inmoral”, y en correos enviados a cuentas particulares califica de “engaño criminal” de las Secretarías de Salud y Gobernación las campañas de promoción del uso del condón. Al mismo tiempo, promueve comportamientos como la abstinencia y la fidelidad como las mejores estrategias para impedir embarazos no deseados y enfermedades de transmisión sexual.

Y no es que dichas conductas no sean eficaces; es que no resultan suficientes ni realistas: poca gente adulta está dispuesta a ser célibe, y la infidelidad es una conducta frecuente que, juicios morales aparte, hay que enfrentar como algo real. La pandemia de VIH (se tiende a ya no hablar de sida, pues en un país como el nuestro, donde hay un sistema razonablemente eficaz de salud y acceso a terapias antirretrovirales modernas, ningún seropositivo tendría por qué llegar a esa etapa avanzada de la enfermedad causada por el virus) no se detendrá con buenos deseos y principios idealistas, sino con pensamiento práctico.

Pero es grave que los grupos conservadores de base religiosa quieran aprovechar la coyuntura del cambio de sexenio para promover su ideología, que privilegia los principios de una moral particular por encima de la salud de los ciudadanos.

¿Cuál es la efectividad exacta del condón? No lo sabemos, pues no pueden hacerse pruebas controladas que pondrían en riesgo a seres humanos. Los métodos para medirla son inexactos (está sujetos a sesgos como que los sujetos entrevistados mientan, sean descuidados, inconstantes o torpes en el uso del condón, que haya ocasionales rupturas del mismo por defectos de fabricación, etcétera) y hacen muy difícil tener números precisos. Pero la cifra de 98-99% de efectividad parece ser sólida. En todo caso, el uso del condón es la alternativa más eficaz, útil y realista con que contamos para prevenir las enfermedades de transmisión sexual y embarazos no deseados. Y el aumento en los embarazos e infecciones en jóvenes no se está debiendo a fallas en los condones, sino a la práctica del sexo sin protección.

Lo urgente es reforzar la educación sexual, las campañas y la distribución de condones (reconforta saber que el pasado 3 de agosto un grupo de jóvenes protestó ante la Secretaría de Salud por el desabasto de condones en zonas marginadas de Puebla, Estado de México, DF, Oaxaca, Guerrero y Chiapas). Son las campañas anti-condón, parte de la embestida conservadora, las verdaderas promotoras de las infecciones por VIH.

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miércoles, 12 de septiembre de 2012

Más allá del genoma

Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 12 de septiembre de 2012

Ésta es una historia que puede contarse en dos niveles.

En uno de ellos, se trata de un descubrimiento de gran importancia: la publicación –en 30 artículos simultáneos, en Nature y otras dos importantes revistas de genética– de los resultados de ENCODE (siglas en inglés de “Enciclopedia de Elementos del ADN”): un proyecto multinacional y multimillonario (442 científicos de seis países: Reino Unido, Estados Unidos, España, Singapur, Japón y Suiza; y un presupuesto estimado en 185 millones de dólares) en el que se realizaron mil 640 experimentos con 147 tipos distintos de células humanas.

El objetivo era analizar cómo la información contenida en los tres mil millones de “letras” que constituyen la información genética del ser humano –su genoma– es regulada para controlar su función. Podría decirse que se trata de la segunda parte del Proyecto del Genoma Humano, que consistió en leer el “libro de instrucciones” –para usar una metáfora trillada y simplista– de nuestra especie. Un libro escrito en un lenguaje desconocido. Ahora, con ENCODE y otros proyectos similares, estamos descifrando el significado de la información del genoma.

Sólo alrededor del 1.3 por ciento del genoma son genes: instrucciones para fabricar proteínas (las moléculas que forman la estructura de nuestras células y llevan a cabo sus funciones). Todo el resto es ADN “no codificante”, que solía llamarse “ADN basura”, pues se pensaba que carecía de función y era sólo chatarra evolutiva. ENCODE examinó las diversas maneras en que los genes pueden ser controlados (mediante la adhesión de proteínas, o al enrollarse en madejas de cromatina que forman los cromosomas, o al destruir selectivamente la información copiada de ellos en forma de ARN, ácido ribonucleico, para fabricar las proteínas, o al añadirles químicamente grupos metilo para inactivarlos, entre varios otros mecanismos).

Y aquí entra la segunda dimensión de la noticia. Porque ya desde que en 2007 ENCODE publicó sus primeros resultados, correspondientes al 1% del genoma, muchos expertos cuestionaron sus métodos –como el uso de líneas celulares cancerosas o anormales, que son fáciles de cultivar en el laboratorio, en vez de células humanas normales– y su definición de qué constituye el ADN “funcional” (hay quien dice que lo definieron como “cualquier cosa que aparezca en nuestras pruebas”).

Hoy nuevamente, los investigadores del proyecto son acusados de forzar la interpretación de sus resultados, y sus responsables de prensa de “inflarlos” para dar una impresión exagerada al público. Y al parecer tienen éxito, pues muchos periodistas y medios en el mundo reportaron que el gran descubrimiento de ENCODE era demostrar que hasta un 80% del genoma, según los autores, en realidad sí cumple alguna función. “No existe el ADN basura”, fue la exagerada conclusión.

Los críticos del proyecto dudan de la cifra, pues varias de las pruebas realizadas por ENCODE en realidad no comprueban una función; sólo la suponen. Esto desinforma al público (el bioquímico canadiense Larry Moran, uno de los críticos del trabajo, dice: “el público ahora cree que el concepto de ADN basura ha sido rechazado, y que nuestro enorme genoma en realidad está lleno de maravillosos y sofisticados elementos de control que regulan la expresión de cada gen”; no es que sea falso: es que muy probablemente sea exagerado). Pero además, distrae la atención de los resultados realmente interesantes: que se está comenzando a entender a fondo cómo se activan o inactivan nuestros genes, cómo esto puede estar relacionado con muchas enfermedades, y cómo este conocimiento nos podría ayudar a desarrollar nuevas terapias.

No: la noticia no es el ADN basura, sino el gran esfuerzo desarrollado –y que continuará creciendo– para entender mejor la función, la evolución y el control de nuestros genes.

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miércoles, 5 de septiembre de 2012

Placebos y malentendidos

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 5 de septiembre de 2012

No es nuevo que las ideas, teorías y hasta el lenguaje de la ciencia sean secuestrados por místicos, charlatanes y otros los promotores del pensamiento mágico para tratar de dar un poco de lustre a sus deshilvanadas narrativas de merolico. Basta pensar en “curaciones cuánticas” o “energías positivas” para constatarlo.

Un término usado en ciencia médica que se presta especialmente a confusión –y provecho de tramposos– es “efecto placebo”.

Un placebo (del griego latín “yo complazco”) es, por definición, una sustancia que carece de actividad específica para un mal concreto. Hay quien lo define como un “tratamiento simulado o médicamente ineficaz para un padecimiento que tiene la intención de engañar al paciente”. En efecto: a pesar de no tener efecto terapéutico, los placebos son tremendamente útiles en investigación médica y farmacéutica, pues permiten realizar los llamados estudios de “doble ciego” para averiguar si un fármaco o tratamiento médico realmente funcionan.

Para ello, se toman dos grupos de pacientes con las mismas características. A uno de ellos se le administra el tratamiento a probar; al otro –el grupo de control– se le da sólo un placebo (pastillas de azúcar o almidón, por ejemplo, idénticas a las que contienen el fármaco, o en el caso de tratamientos, una manipulación idéntica pero inocua; se llegan a hacer “cirugías placebo”, con incisiones pero sin operación real, o bien, para contrastar, por ejemplo, la supuesta efectividad de la acupuntura, se usan agujas especiales con resorte, que no penetran la piel). Si el medicamento no tiene un efecto estadísticamente superior al placebo, es inservible.

Mejora en síntomas subjetivos
(reportados por el paciente) debida al efecto placebo.
Para evitar que el paciente perciba, así sea inconscientemente, si está recibiendo el tratamiento real o el placebo, ni él ni el médico que lo trata deben saberlo (de ahí lo de doble ciego). Esto se debe a que aun los pacientes que reciben placebo parecen presentar alguna respuesta, llamada precisamente “efecto placebo”. El doctor Steven Novella, médico norteamericano destacado por promover el pensamiento crítico y la medicina basada en evidencia, lo define como el “efecto de un tratamiento medido en el grupo de control de un estudio clínico”.

Mejora en síntomas medidos
objetivamente debida al efecto placebo.
Y ahí empiezan los problemas, porque muchos creen que se trata de una especie de efecto mágico, una curación inexplicable debida al “poder de la mente sobre la materia”. Incluso hay quien llega al extremo de proponer el uso de placebos en la medicina institucional, por su bajo costo (sin embargo, además de inútil, la comunidad médica está de acuerdo en que esto sería antiético, pues se estaría administrando un remedio inservible.)

En realidad, como explica Novella, lo que llamamos “efecto placebo” es normalmente ilusorio: errores de observación, sesgos en la toma de datos debidos a las expectativas de médicos y pacientes, efectos no específicos (como que el paciente sea más cuidadoso sólo por estar en tratamiento) y sólo en un porcentaje muy pequeño de casos, efectos fisiológicos reales. Éstos últimos se deben a cambios en las hormonas o neurotransmisores que pueden producir relajación e influir así en síntomas como dolor, presión arterial, etcétera.

En conclusión, los placebos no tienen nada de misterioso, y sus efectos son casi siempre ficticios. Al mismo tiempo, son una herramienta fundamental de la investigación médica, pues sirven, precisamente, para distinguir la medicina efectiva de la simple venta de ilusiones.

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miércoles, 29 de agosto de 2012

Memes

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 29 de agosto de 2012

Hay ideas contagiosas.

A menos que no use usted Facebook ni Twitter, ni lea periódicos, ni vea televisión ni oiga radio, se habrá enterado del divertidísimo caso de la restauradora de Borja, Zaragoza (España), la señora Cecilia Giménez, de 80 años, que decidió por sus pistolas “restaurar” una pintura del siglo XIX titulada Ecce homo (el rostro de Cristo al ser presentado por Pilatos) en el muro de la iglesia del Santuario de la Misericordia, en Borja, España. El resultado, de tan grotesco, provoca la carcajada instantánea e incontrolable.

La historia –y su imagen asociada– fueron un éxito inmediato. Luego de aparecer en diarios españoles, brincó a las redes sociales y se difundió por todo el mundo. Las bromas derivadas no se hicieron esperar. La imagen del Cristo “restaurado” fue un clásico instantáneo, que ha pasado ya a formar parte del imaginario colectivo.

Otro caso: el pasado 25 de agosto murió Neil Armstrong, primer humano en pisar la Luna. La noticia, naturalmente, fue mundial. Y no faltaron comentarios burlones alusivos a esas personas que siguen creyendo que el viaje a la Luna fue sólo un montaje filmado en un estudio de cine. A un servidor se le ocurrió poner en Twitter la siguiente frase: “En efecto, es curioso que haya quien no cree que Neil Armstrong haya pisado la Luna pero sí crea que ahora está en el Cielo”. Sorpresivamente para mí, la frase fue copiosamente retuiteada por cientos de personas, en varios países.

¿Por qué se volvieron tan súbitamente populares el Cristo restaurado y mi frase? Una manera de entenderlo es recurrir al concepto de “meme”, propuesto en el libro El gen egoísta, publicado en 1976, por el biólogo británico (aunque nacido casualmente en Kenia) Richard Dawkins, especialista en comportamiento animal y biología evolutiva (y magistral divulgador científico).

¿Qué es un meme (yo siempre he propuesto que en español se diga “mem”, que suena menos bobo, pero nadie me hace caso)? Dawkins explica: “Ejemplos de memes son: tonadas o sones, ideas, consignas, modas en cuanto a vestimenta, formas de fabricar vasijas o de construir arcos. Al igual que los genes se propagan en un acervo génico al saltar de un cuerpo a otro mediante los espermatozoides o los óvulos, así los memes se propagan en el acervo de memes al saltar de un cerebro a otro mediante un proceso que, considerado en su sentido más amplio, puede llamarse de imitación. Si un científico escucha o lee una buena idea, la transmite a sus colegas y estudiantes. La menciona en sus artículos y ponencias. Si la idea se hace popular, puede decirse que se ha propagado, esparciéndose de cerebro en cerebro.”

Hoy la mayoría de los jóvenes conocen como “memes” a los curiosos dibujitos de tira cómica como “Forever alone”, “Me gusta” o “True story”, que pululan como epidemia en internet. El término es correcto, pero la idea de Dawkins va mucho más allá. Para él, los memes son las unidades fundamentales de la comunicación y del pensamiento (y para el filósofo Daniel Dennett, nuestra mente consiste, esencialmente, en una comunidad de memes).

Como los genes –y cualquier entidad capaz de crear réplicas de sí misma (Dawkins los llamó “replicadores”)–, los memes está sometidos al proceso darwiniano de selección natural. Un meme que tenga características que favorezcan su supervivencia y reproducción –ser divertido, curioso o atractivo; ser fácil de comprender y comunicar; estar relacionado con otros memes de moda– se volverá popular, e incluso “viral”.

Hoy, con internet, vivimos inmersos en un mar de memes. Pero en realidad siempre ha sido así: las religiones, los chismes, los chistes, la literatura, los lemas publicitarios, las tradiciones, las teorías científicas y la cultura toda son, en realidad, memes que evolucionan y compiten por sobrevivir y reproducirse en el medio de cultivo de nuestros cerebros.

El Ecce homo restaurado, hoy gran atracción turística, y en mucho menos grado mi frase –que en realidad había yo copiado y adaptado de otro tuitero; los memes también mutan– tuvieron lo necesario para ser memes exitosos. Dawkins –y Darwin– tenían razón.

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miércoles, 22 de agosto de 2012

Crisis de identidad

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 22 de agosto de 2012

A primera vista, parece tonto preguntarse ¿quién soy? Pero cuando se da uno cuenta de que es el cerebro, y no el cuerpo, la sede de la conciencia –no hay necesidad de invocar dualismos místicos–, comienzan los problemas. ¿Soy yo mi cuerpo, o habito mi cuerpo? ¿Soy mi cerebro? Material para noches de insomnio…

Pero los problemas de identidad afloran también en otros niveles. Solía pensarse que, a nivel biológico, los humanos somos individuos formados, sí, por billones de células, pero provenientes todas ellas de un único óvulo fertilizado y que comparten un mismo genoma. Pero los resultados del Proyecto del Microbioma Humano publicados en junio pasado –y que había querido comentar aquí desde entonces– confirman que esa perspectiva es completamente errónea.

El proyecto, financiado por los Institutos Nacionales de Salud de los Estados Unidos con unos 170 millones de dólares, fue lanzado en 2008, con una duración de cinco años. Su objetivo, a grandes rasgos: estudiar el microbioma: el conjunto de genes de todos los microorganismos que no sólo viven en nuestro cuerpo, sino que le son indispensables para vivir.

Podría sonar exagerado darle tanta importancia los microbios, hasta que se entera uno de que hay ¡diez veces! más células microbianas que humanas en lo que conocemos como “cuerpo humano”. Que constituyen de uno a dos kilos de nuestro peso. Y que dependemos de ellas para procesos tan básicos como la digestión de una gran variedad de sustancias que, de otro modo, seríamos incapaces de asimilar; la producción de vitaminas que nuestro cuerpo no puede generar –como la K y la biotina (o B7)–; la correcta maduración y regulación del sistema inmunitario, el combate a posibles infecciones, y varios más.

Los bebés nacen libres de microbios. Pero ya desde el momento del parto –a través de la piel, el aire, la leche materna– comienzan a ser colonizados por bacterias y otros microbios que luego formarán parte integral de su organismo. El microbioma varía de individuo a individuo, y cambia con el tiempo, y puede ser alterado drásticamente por factores externos como el consumo de antibióticos.

Hoy se está descubriendo, gracias a los métodos de la metagenómica (la lectura simultánea de los genomas de las 10 mil especies distintas de bacterias que nos habita) que estos microbios con los que convivimos en simbiosis pueden también tener una influencia importante no sólo en infecciones agudas, sino en enfermedades crónicas como la obesidad, la diabetes, el cáncer, las alteraciones inflamatorias digestivas como la colitis o el síndrome de Crohn, e incluso las alteraciones cardiacas, el asma, la esclerosis múltiple y el autismo. No porque las causen, sino porque el tipo de microbios que uno tiene parece estar relacionado con la probabilidad de padecerlas. Hay estudios, por ejemplo, hechos con gemelos, que insinúan que el tipo de bacterias que una persona tenga puede ser un factor importante que determine si será obesa.

El microbioma humano consta de unos tres millones de genes. Comparados con los 23 mil de nuestro genoma, han constituido, evolutivamente, un recurso importantísimo para nuestra adaptación y supervivencia. Estudiarlo nos permitirá, literalmente, conocernos mejor: entenderemos que somos algo más que nuestro cuerpo o nuestro genoma. Somos una comunidad que ha coevolucionado: un ecosistema.

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miércoles, 15 de agosto de 2012

¿Por qué seguimos creyendo tarugadas?

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 15 de agosto de 2012

A Raúl: gracias por 20 años de felicidad. ¡Y los que faltan!

En las sociedades modernas, la importancia de la ciencia y la tecnología es evidente. Por eso se enseñan en la escuela, y se hacen esfuerzos por divulgar la cultura científica a través de los medios (el que usted esté leyendo esto es una parte ínfima de esa labor).

Y sin embargo, una gran pregunta para los comunicadores de la ciencia es por qué la gente, a pesar de tener tanta información científica confiable a su alcance, sigue creyendo en cosas absurdas como fantasmas, secuestros (“abducciones”) extraterrestres, horóscopos o “detectores moleculares” que son simples fraudes, sigue comprando curas milagrosas que se anuncian en televisión y en general, conserva creencias que se oponen frontalmente al conocimiento científico actual.

Dos artículos recientemente publicados exploran, de manera científica, este problema. Uno, publicado por Andrew Shtulman y Joshua Valcarcel en la revista Cognition (16 de mayo de 2012), utiliza un método sencillo –pedir a 150 estudiantes que valoren si 200 afirmaciones son ciertas o falsas– para descubrir que el conocimiento científico no suplanta las creencias erróneas, sino que sólo las suprime o enmascara.

Algunas de las afirmaciones usadas coinciden con la intuición, aunque sean científicamente falsas (“el sol gira alrededor de la Tierra”). En otras, la visión ingenua y la científica coinciden (“la luna gira alrededor de la Tierra”). Se descubrió que el tiempo de respuesta de los sujetos era ligeramente más largo (centésimas de segundo) cuando la visión intuitiva y la científica discrepan.

Eso revela que cuesta trabajo mental dar la respuesta correcta, aunque sea bien conocida, porque hay un conflicto con la respuesta intuitiva. ¡No basta con proporcionar la información correcta para desbancar a la incorrecta en la mente de las personas! Este efecto, llamado “disonancia cognitiva” no es nada nuevo; es bien conocido por psicólogos y pedagogos desde hace décadas. Pero no se tenían datos experimentales tan sistemáticos al respecto; el trabajo de Shtulman lo pone sobre bases más firmes.

Por su lado, tres físicos mexicanos, Julia Tagüeña, Rafael Barrio (del Centro de Investigación en Energía, en Morelos, y el Instituto de Física, respectivamente, ambos de la UNAM) y Gerardo Íñiguez, junto con el finlandés Kimmo Kaski, ambos en la Universidad de Aalto, en Helsinki, Finlandia, publicaron el pasado 8 de agosto, en la revista PLoS ONE, la construcción de un interesantísimo modelo computacional, basado en la teoría de redes, de cómo la información científica en los medios puede modificar la opinión de los miembros de una sociedad.

Para ello, simularon una red de “agentes” que pueden tener opiniones coherentes u opuestas al conocimiento científico, y que son influidos por la opinión de sus vecinos, con quienes pueden establecer o romper vínculos, dependiendo de si sus opiniones sobre temas científicos coinciden o discrepan. Y son también influidos por un “campo” general que simula la influencia de la cultura en la que viven.

El modelo –todavía una aproximación simple, pero prometedora– muestra, entre otras cosas, que aun cuando en una sociedad haya un ambiente positivo a la ciencia, que difunde ampliamente las ideas basadas en ella, los “fundamentalistas” anticientíficos no desaparecen, sino que forman pequeños grupos muy unidos que persisten. Es probable que modelos como éste permitan entender mejor la dinámica social de las ideas científicas y las actitudes de la gente respecto a ellas de manera mucho más detallada que hasta ahora. Quizá ayuden, por ejemplo, a diseñar estrategias para combatir más eficazmente a las seudociencias y charlatanerías.

Ambos estudios, desde perspectivas distintas –uno, experimental y psicológica; el otro, teórica y social– abren nuevas posibilidades para investigar más detalladamente el proceso de difusión del conocimiento científico, y permitirán –metiéndole, precisamente, un poco de ciencia– mejorar las estrategias de comunicación pública de la ciencia.
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