Publicado en Milenio Diario, 24 de octubre de 2012
El 8 de mayo de 2003 apareció publicada la primera colaboración de este espacio, con el título de “El príncipe Carlos y la anticiencia en México”.
Desde entonces, la hospitalidad de Milenio Diario me ha permitido compartir con los lectores mi gusto por la ciencia y sus alrededores (aunque frecuentemente me digan que, por mis constantes quejas, críticas y refunfuños varios, la columna debería titularse “La ciencia por disgusto”).
En realidad, la aventura de “La ciencia por gusto” comenzó en 1997, en otro medio, donde perduró hasta el 2000, para luego entrar en una pausa. En el ínter, recopilé varios de los textos en el libro del mismo nombre (Paidós, 2004, recién reimpreso). Puedo decir que compartir el gusto por la ciencia con los lectores, ya sea a través de la columna o de este blog, que la reproduce y amplía es uno de los placeres más constantes que disfruto. Que le paguen a uno por hacer lo que le gusta es la mayor fortuna.
Estoy convencido de que la ciencia y la tecnología son dos de las fuerzas que mueven al mundo actual y determinan quién es rico y quién pobre, quién domina y quién es sojuzgado, quién progresa y quién se estanca, quién disfruta y quién sufre. Sé también que son terriblemente importantes para nuestra supervivencia; bien usadas pueden evitar mucho daño, pero su mal uso puede poner en peligro la estabilidad misma del planeta (o al menos de los seres que lo habitamos).
Pero estoy convencido, también, de que ninguno de esos son los verdaderos valores de la ciencia. Como cualquier científico de corazón que sea honesto consigo mismo, sé que en realidad la ciencia es algo a lo que uno se dedica por placer: ese placer científico, tan parecido a la experiencia estética que nos produce el arte, pero que pasa antes, necesariamente, por la razón. El placer de entender. Un placer, afortunadamente, que puede compartirse.
Es por eso que muchas veces en este espacio –una columna de opinión; para compartir un punto de vista, no para dar datos o explicaciones detalladas (a veces digo que debería presentarme como “comentarista de la ciencia”, no como divulgador)– mis lectores encuentran gustos personales o, al contrario, diatribas contra quienes suplantan, descalifican o deforman a la ciencia.
Espero poder seguir teniendo el privilegio de compartir un poco de cultura científica por otras 500 semanas. Gracias a Milenio, y más que nada gracias a todos ustedes, amables lectores.
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