miércoles, 30 de enero de 2013

El mono lector

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 30 de enero de 2013

En su reciente libro Los ojos de la mente (Anagrama, 2011), el magnífico escritor y neurólogo Oliver Sacks plantea lo que denomina “el dilema de Wallace” (en referencia a Alfred Russell Wallace, que descubrió, independientemente de Charles Darwin, la teoría de la evolución por selección natural… “pobrecito Wallace”, decía mi maestra de biología en la Preparatoria no. 6, Palmira de los Ángeles Gómez Gómez).

Sacks, como acostumbra, presenta, convertidos en literatura, los casos clínicos de sus pacientes. La historia del escritor Howard Engel (“Un hombre de letras”), que padecía alexia (la incapacidad de leer, como consecuencia de un infarto cerebral, curiosamente independiente de su capacidad de escribir, que permaneció inalterada: alexia sin agrafia –aunque lo incapacitaba para revisar incluso lo que había escrito un momento antes) lleva a Sacks a reflexionar sobre la evolución de la capacidad de leer.

Y es que la lectura depende crucialmente de un área en el lóbulo occipital del hemisferio dominante del cerebro (normalmente el izquierdo, que maneja el lenguaje). Pero mientras que el ser humano apareció hace más de 250 mil años, y el habla poco después, el lenguaje escrito tiene sólo unos cinco mil años. ¿Cómo pudo haber evolucionado un área especializada en el cerebro para reconocer letras y palabras –e interpretarlas con el alto nivel de complejidad que caracteriza a la cultura escrita actual (y que queda de manifiesto cuando hay alteraciones cerebrales que la inutilizan)– antes de que éstas existieran?

El problema obsesionó a Wallace. Como solución, propuso que dicha capacidad cerebral era muestra de la existencia de Dios, que la habría implantado en los humanos primitivos en espera de que la cultura avanzara lo suficiente para poder aprovecharla.

Por supuesto, Sacks aclara, como buen darwiniano (y buen científico) que hay otra explicación que no recurre a lo sobrenatural. El cerebro humano evolucionó para reconocer e interpretar el ambiente; simplemente, los finos mecanismos visuales que permiten detectar formas y patrones naturales fueron aprovechados para un uso nuevo: reconocer e interpretar signos artificiales. Prueba de ello es que todos los sistemas de escritura que existen (menos los creados artificialmente) poseen rasgos no geométrica, pero sí topológicamente similares a los que se hallan en ambientes silvestres.

La virtuosa pluma de Sacks narra cómo su paciente, aún sin poder leer, aprendió a “trazar” con su lengua las letras individuales que veía, para poder “sentirlas”, y logró así volver a escribir novelas. El cerebro humano no deja de asombrar con su complejidad y plasticidad, que le permite adaptarse incluso a las situaciones más extremas.

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miércoles, 23 de enero de 2013

Más ciencia chatarra

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 23 de enero de 2013

La ciencia, con su rigor y método, con su pensamiento crítico, debería estar a salvo de charlatanes (más allá del ocasional fraude científico). Pero no: los estafadores han logrado penetrar hasta su sanctasanctórum: las revistas académicas especializadas.

Los también llamados journals, en los que los investigadores científicos de todo el mundo publican artículos en los que reportan los resultados de su trabajo, son parte central de la producción de conocimiento científico. El riguroso proceso de arbitraje (peer review) de dichos artículos es el corazón del sistema de control de calidad de la ciencia.

Tradicionalmente las revistas científicas reciben los manuscritos y los envían anónimamente a árbitros expertos, que pueden pedir modificaciones o correcciones, o rechazarlos. Si los artículos satisfacen los requisitos de calidad (interés y pertinencia, rigor lógico, metodología correcta, conclusiones adecuadas, buena planeación experimental, etcétera), son publicados. El costo del proceso se paga mediante suscripciones, a veces muy caras, pagadas por bibliotecas y por investigadores particulares, junto con la venta de anuncios.

Pero con el surgimiento de internet el número de suscripciones ha bajado, con el consiguiente aumento en el costo. Por ello ha surgido el movimiento de acceso libre (open access) a las revistas científicas: en este nuevo modelo, no se requiere suscripción, pues están disponibles gratuitamente en internet. En cambio, son los autores de los artículos quienes pagan un alto costo por publicar en la revista. (Por cierto, también en el mundo de la literatura se cuecen habas, como muestra la anécdota que narra el pasado lunes en Milenio Diario Xavier Velasco sobre sus peripecias para lograr sus primeras publicaciones.)

Hace unas semanas comentábamos aquí cómo un experto estadounidense denunciaba la “chatarrización” de las revistas de acceso libre, debido a que este sistema las tentaba a publicar el mayor número posible de artículos, en detrimento de la calidad.

Pero hay algo peor: la corrupción. Como la evaluación de los científicos depende crucialmente de la cantidad de artículos que publiquen (el famoso “publicar o morir”), han surgido muchísimas revistas científicas falsas (subestándar, sospechosas, depredatorias, fantasma, fake… aún no hay acuerdo sobre cómo llamarlas), que publican cualquier artículo (incluso textos plagiados) sin someterlo a un arbitraje riguroso, o sin arbitraje, con tal que el autor pague. Así, esas revistas ganan dinero, y el investigador simula estar publicando ante sus evaluadores y patrones y justifica así su salario.

Un reciente reportaje en el sitio SciDev.net (que difunde la investigación científica que se realiza en los países del tercer mundo), y una nota en la revista Nature publicada en septiembre del año pasado, señalan que estas falsas revistas proliferan en países como India, Pakistán o China, y utilizan prácticas desleales para engañar a investigadores en todo el mundo –especialmente de países en desarrollo– para que publiquen en ellas. Como señalan varios expertos, urge un esfuerzo internacional, así como local, para combatir esta “ciencia chatarra” y proteger la calidad académica de las revistas científicas. De otro modo, esta crisis puede convertirse en el inicio de una pérdida general de la credibilidad de la ciencia. En una época donde escasean los apoyos y florecen las seudociencias y charlatanerías, esto es lo que menos necesitamos.

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miércoles, 16 de enero de 2013

¿Pájaros fumones?

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 16 de enero de 2013

No es la nueva versión del popular juego Angry Birds. Tampoco se trata, estrictamente, de aves con tabaquismo; pero sí de pájaros (concretamente, gorriones y pinzones del DF) que tienen el extraño hábito de coleccionar colillas de cigarro (cigarrillos, para lectores de otras latitudes). Sólo que no para fumarlas, sino para incorporarlas en sus nidos.

Curioso, pensará usted. Pero para Monserrat Suárez Rodríguez, de 23 años, estudiante de biología de la UNAM, lo curioso puede ser el inicio de una buena investigación, como la que realizó para su tesis de licenciatura (con un título típicamente enmarañado: “Características del nido y conducta de anidación de dos aves urbanas [Passer domesticus y Carpodacus mexicanus] con énfasis en el uso de filtros de cigarro”).

Monserrat pensó que las aves podrían estar añadiendo las colillas a sus nidos no sólo por ser un material disponible en la ciudad (como ecóloga, se interesa en estudiar los cambios el ambiente urbano impone en la conducta y supervivencia de los animales), sino porque podrían darles alguna ventaja que aumentara su supervivencia o reproducción (los biólogos siempre buscan la posible ventaja evolutiva que pueda haber en la conducta o características de los seres vivos).

Una posible utilidad de las colillas es que, por su alto contenido de nicotina (que queda atrapada en el filtro al fumarlos), las aves podrían estarlas usando como repelente para los piojos que las parasitan a ellas y a sus crías (los parásitos son una de las principales presiones evolutivas que enfrentan los seres vivos). No sería la primera vez: se sabe de aves que incorporan a sus nidos plantas que producen sustancias que repelen a los insectos (un ejemplo del comportamiento que se conoce como “automedicación”, y que favorece la supervivencia de la especie). Y no hay que olvidar que la función natural de la nicotina del tabaco es, precisamente, proteger a la planta contra parásitos.

Pero no basta con tener una hipótesis plausible: hay que comprobarla. Junto con su tutor, Constantino Macías, del Instituto de Ecología de la UNAM, Monserrat la sometió a prueba, por dos vías: vio si el número de colillas en un nido tenía relación con el número de parásitos (ácaros, unos artrópodos similares a los piojos, aunque no son insectos, como éstos) que contenía; halló que sí: a más colillas, menos ácaros. Y usando unas “trampas de calor”, que normalmente atraen a los ácaros, observó si el poner colillas nuevas o usadas alteraba el número de ácaros que salían de los nidos para acercarse a las trampas de calor: nuevamente, hallaron que los filtros de las colillas usadas, pero no de las nuevas, aleja a los parásitos. (Por cierto, para obtener de manera estandarizada las colillas usadas para su experimento tuvieron que construir una “máquina fumadora”, y usaron un paquete de 400 cigarros de la marca Marlboro.)

Los resultados son tan interesantes –y el estudio está tan cuidadosamente hecho– que fueron publicados el pasado 5 de diciembre en la revista Biology Letters, de la Royal Society de Londres. Por lo pronto Monserrat –que quiere dedicarse a la investigación– ha mostrado que muy posiblemente las aves sean capaces de adaptarse al ambiente urbano, aprovechando los materiales disponibles para mejorar sus posibilidades de supervivencia.

Pero habrá que profundizar. Podría haber otras razones para que los pájaros estén usando las colillas (por ejemplo, que el material de los filtros sirva como aislante térmico, o como colchón). Y para que estrictamente se pueda hablar de “automedicación”, se tendría que confirmar, aparte del requisito de que las colillas alejan a los parásitos, que es por eso que las aves las incorporan a los nidos (y no, por ejemplo, por casualidad o sólo porque están disponibles) y que el efecto de las colillas sobre los parásitos beneficia efectivamente a las aves (por ejemplo aumentando su supervivencia). En su tesis de doctorado, Monserrat buscará confirmarlo. Ya nos enteraremos si los pájaros, además de enojones, son tan instintivamente “inteligentes”.

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miércoles, 9 de enero de 2013

Sorpresas galácticas

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 9 de enero de 2013

Las galaxias son conjuntos ordenados de miles de millones de estrellas que giran, normalmente en forma de discos aplanados, alrededor de un centro. Existen, asimismo, miles de millones de ellas en el cosmos. Entender cómo se forman y cómo se comportan al girar, al moverse por el espacio y al “chocar” unas con otras (algo más parecido al encuentro entre dos nubes de gas que a una colisión automovilística) es uno de los retos más grandes y complejos de la astrofísica.

Suelen estar rodeadas de galaxias “satélite”, más pequeñas, que giran desordenadamente a su alrededor, atrapadas por su campo gravitatorio (hay quien piensa que puede tratarse de los restos de otras galaxias grandes que fueron “engullidas” por la galaxia mayor). O eso se creía hasta ahora.

Recientemente Neil Ibata, un quinceañero de Estrasburgo, en la región francesa de Alsacia, realizó un descubrimiento que puede ser revolucionario. Neil escribió un programa en el lenguaje de computación Python, para ayudar a su padre, el astrofísico inglés de origen boliviano Rodrigo Ibata, a procesar los datos obtenidos por su grupo de investigación con los telescopios Keck y Canadá-Francia-Hawái al observar Andrómeda, la galaxia gigante más cercana a la nuestra (la Vía Láctea). Neil notó que aproximadamente la mitad de las galaxias satélite no se movían al azar, sino que formaban un disco plano que gira en el mismo sentido que Andrómeda.

Aunque puede no parecer muy emocionante, el descubrimiento (que se llevó nada menos que la portada de la prestigiada revista Nature) podría obligar a los astrofísicos a replantear sus modelos de cómo se mueven las estrellas y galaxias; modelos que se sustentan en teorías como la de la gravedad y la relatividad, y en supuestos teóricos como la existencia de la materia oscura (que no es visible pero que se postula para explicar la unión gravitacional que presentan las galaxias).

Quién sabe: quizá el descubrimiento del joven Neil (que planea ser físico pero dedicarse a otro campo, para no imitar a su padre) abra la puerta a nuevas teorías sobre la estructura y dinámica del universo. ¡Nada mal para un adolescente!

Mira:
El recién nombrado director de CONACYT, Enrique Cabrero Mendoza, ofrece realizar “un uso racional y disciplinado de los recursos; que cada peso asignado tenga el mejor destino posible, todo ello bajo una estructura administrativa y eficiente. Con transparencia”. Para quien conoce de política científica, suena al usual eficientismo de la visión burocrática-administrativa de la ciencia, que exige resultados rápidos y “aplicables”. Ojalá venga también acompañado de una sólida visión académica. La inversión decidida y el apoyo a la ciencia básica son las raíces del árbol científico, indispensables para obtener sus frutos técnicos, aplicables, patentables y comercializables.

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miércoles, 2 de enero de 2013

La gran dama de la ciencia

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 2 de enero de 2013

Leo con tristeza en las noticias que el 30 de diciembre murió Rita Levi-Montalcini, una de las científicas vivas que yo más admiraba. La noticia me entristece a pesar de que ella vivió una vida más que plena, a sus ¡103! años de edad (nació el 22 de abril de 1909 en Turín).

La lista de sus logros es tan amplia e importante que casi aburre: nacida en Turín, estudió medicina en la Italia de los años 30, contra las objeciones machistas, tan naturales en esa época, de su padre (se graduó summa cum laude en 1936). Judía, las leyes discriminatorias impuestas por Mussolini entorpecieron su desarrollo profesional. Durante la segunda guerra mundial montó un laboratorio clandestino en su cuarto, hasta que emigró, primero a Florencia en 1943, con su familia, ante la amenaza nazi, y luego a los Estados Unidos, en 1946.

Su logro más famoso es haber ganado el premio Nobel de medicina en 1986, con Stanley Cohen, “por su descubrimiento de los factores de crecimiento”. Ella descubrió el primero, el factor de crecimiento nervioso (NGF), que controla el desarrollo de las conexiones de las neuronas en el embrión, en su laboratorio casero, usando embriones de pollo (Cohen posteriormente purificó el factor de crecimiento neuronal y descubrió otros factores de crecimiento). Hoy se sabe que el NGF podría intervenir en la ovulación, la regeneración de nervios, el combate de la inflamación, la esclerosis múltiple y algunos desórdenes psiquiátricos, ¡y hasta en el enamoramiento!

Levy-Montalcini continuó en Estados Unidos, pero fundó una unidad de investigación en Roma, y más tarde fue directora del Centro de Investigación en Neurobiología y del Instituto de Biología Celular en su país. Fundó el Centro Europeo de Investigación sobre el Cerebro, y en 2001 fue nombrada senadora vitalicia de Italia, papel que desempeñó con gran dedicación.

Escribió varios libros sobre su vida, trabajo y reflexiones. Fue reconocida, y será recordada, como un gran personaje público en Italia. Me pregunto si algún día en México podremos llegar a tener ídolos, hombres o mujeres, que sean famosos no sólo por logros deportivos o artísticos, sino por sus contribuciones a la ciencia… ¡Los mejores deseos para este año que comienza!


P.D. Me entero con más tristeza que el 30 de diciembre murió también Carl Woese, el microbiólogo que cambió por completo la forma como clasificamos –y entendemos– a los seres vivos. Ya habrá ocasión de hablar de él.

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miércoles, 26 de diciembre de 2012

Una buena noticia

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 26 de diciembre de 2012

Para aquellos “grinches” de navidad (o de sexenio) que insisten en hacer sólo pronósticos negativos (y además se quejan hasta de que no se haya acabado el mundo), una noticia buena para terminar el año.

Resulta que, según reportaron Milenio Diario y La Razón el 22 y el 24 de diciembre, podría ser que una de las más vergonzosas estafas en la historia de la lucha contra el crimen en México esté próxima a terminar.

Varias veces hemos hablado aquí del fraudulento “detector molecular” GT200, fabricado por la empresa británica Global Technical y distribuido en México por Segtec. A pesar de que se presenta como una tecnología avanzada para detectar a distancia las “vibraciones moleculares” de distintas sustancias como explosivos o drogas (aunque también de objetos como armas, pelotas de golf o trufas), para localizarlas, en realidad se trata de un simple artefacto de plástico completamente hueco con una antena que gira libremente y apunta azarosamente, obedeciendo a los movimientos involuntarios o inconscientes del operario. Es el mismo “efecto ideomotor” que funciona en la ouija o en las varitas que los rabdomantes o zahoríes usan para buscar agua.



La buena noticia es que, luego de que el caso fuera atraído por la Suprema Corte en septiembre pasado, y luego de que la Academia Mexicana de Ciencias sometiera a prueba el artefacto para comprobar su inutilidad, la PGR ha anunciado, por fin, que prohíbe su uso. La mala son dos: que la SEDENA la sigue usando, por lo que falta mucho para erradicar esta estafa de México, y que todavía no se reconoce públicamente el error: en vez de hablar de un fraude se habla de que “no se ha comprobado que funcionen”, y mucho menos se habla de fincar responsabilidades o de perseguir a los defraudadores que los venden.

Lo grave del uso de esta vacilada por nuestras instituciones de seguridad (PGR, Secretaría de la Defensa Nacional, policías federales y locales…) radica en tres puntos. Primero, su altísimo costo (se llegan a vender en 35 mil dólares cada uno, y se han gastado casi 22 millones de dólares en ellos). Segundo, que al ser un timo pueden dar falsos resultados negativos (indicar que no hay riesgo de, por ejemplo, un explosivo cuando sí lo hay), y ponen así en riesgo a las fuerzas armadas y a los ciudadanos comunes. Y tercero, y quizá más grave, que pueden también dar falsos resultados negativos positivos, señalando y acusando a inocentes de poseer drogas, armas o explosivos y provocando la violación de sus derechos humanos, así como acusaciones y encarcelamientos injustificados. Esto ya ha sucedido en varias ocasiones bien documentadas.

Aún así, la noticia es buena: denunciar la seudociencia puede servir de algo. ¡Celebremos! Felices fiestas y nos leemos en 2013.

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miércoles, 19 de diciembre de 2012

¿Hasta aquí llegamos?

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 19 de diciembre de 2012

En días pasados, la Dirección General de Divulgación de la Ciencia de la UNAM celebró los 20 años del museo de ciencias Universum (inaugurado, guadalupanamente, el 12 de diciembre de 1992) y los 14 de la revista ¿Cómo ves? (cuyo primer número apareció en diciembre de 1998).

Universum, con 11 millones de visitantes, fue pionero y es referente a nivel nacional y latinoamericano entre los llamados centros interactivos de ciencia, que ponen el conocimiento y los fenómenos científicos al alcance de los visitantes de manera atractiva. ¿Cómo ves?, con sus 20 mil ejemplares mensuales, es una de las más populares publicaciones de divulgación científica nacionales, y la más exitosa revista universitaria del país. (Me enorgullece decir que pude participar en la creación de Universum, y que he colaborado ininterrumpidamente con ¿Cómo ves? desde sus inicios.)

Para el evento comovesiano, mi colega y amigo Sergio de Régules realizó un ingenioso video titulado “Hasta aquí llegamos” (bit.ly/UB40CA), donde se divirtió mezclando cualquier cantidad de tonterías sobre el “fin del mundo” supuestamente predicho por los mayas con las peripecias que enfrentamos los comunicadores de la ciencia.

Pero por ridículo que parezca, es tremenda la cantidad de desinformación que circula y la cantidad de gente que realmente creen que algo extraordinario pasará cuando el ciclo de tunes, katunes y baktunes de la cuenta larga del calendario maya comience de nuevo, al terminar el baktún (ciclo de 144 mil días) número 12. Más o menos todo mundo sabe ya que los mayas no predijeron el fin del mundo, sino que sólo se trata de una vuelta más de su rueda calendárica (como cuando el contador de kilómetros de un coche viejo regresa a cero).

Pero hay un montón de otras creencias absurdas que se están manejando. Entre otras, que habrá un alineamiento de planetas (falso) que tendría efectos catastróficos (falso también: los llamados alineamientos, cuando ocurren, no afectan debido a las grandes distancias lo débil de la fuerza de gravedad); que esto causaría un “oscurecimiento total” de la Tierra durante tres días, debido a que pasaría de tres dimensiones a cero, y luego a la cuarta dimensión (completamente incoherente); que durante dicho alineamiento se “elevarán las frecuencias de vibración” (¿?) de la energía proveniente del sol y ello provocará que se “activen” las 10 hebras inactivas (¡y “angélicas”) de nuestro ADN (sabemos que es una doble hélice, sólo con dos hebras, pero estos loquitos dicen que son "originalmente" 12, y que las otras 10 están enrolladas y ocultas) y que ello nos permitirá “acceder a las dimensiones superiores de la conciencia”.

O algo así.

Sí: circula mucha basura conceptual. Y mucha gente la cree. Si duda, los divulgadores científicos todavía tenemos harto quehacer. ¡Lástima que todo tenga que terminar este viernes 21!

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miércoles, 12 de diciembre de 2012

El engaño que no fue

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 12 de diciembre de 2012

El pasado miércoles 5 de diciembre el noticiero televisivo de Joaquín López-Dóriga presentó un reportaje de Saúl Sánchez Lemus donde se denunciaba el “engaño” del mayor proyecto científico-técnico emprendido en nuestro país: el Gran Telescopio Milimétrico (GTM). Desde que Ricardo Rocha presentó, en 2006, un “reportaje” donde propalaba la peligrosa mentira de que el sida no era contagioso no había visto un caso tan desafortunado de mal periodismo sobre un tema científico.

El GTM está situado a casi 4 mil 600 metros sobre el nivel del mar en el volcán Sierra Negra, cerca de la frontera entre Puebla y Veracruz. Es resultado de la cooperación de México, a través del Instituto Nacional de Astrofísica, Óptica y Electrónica (INAOE), una de las instituciones pioneras de la astrofísica en México, reconocida a nivel mundial, y la Universidad de Massachusetts. Su imponente antena de 50 metros de diámetro y 2 mil metros cuadrados de área (de ahí lo de “gran) que captará ondas de radio con longitud de 1 a 4 milímetros (de ahí lo de “milimétrico”) será la más grande en su tipo a nivel mundial. Desde que comenzó su construcción, en 1995, se han invertido en él aproximadamente 814 millones de pesos, de los cuales más de la mitad fue dinero estadounidense (para tener algún punto de comparación, la criticada, inútil y fea Estela de Luz costó más de mil millones).

En el reportaje de Televisa se afirma que “a 15 años de que comenzó a construirse, el GTM no ha logrado resultados científicos”; que fue falsamente inaugurado ¡dos veces! (una por Fox en 2006 y otra por Calderón en septiembre pasado), y que “la inauguración de 2006 fue un montaje, pues usaron paneles falsos de madera con unicel”.

Afortunadamente, las autoridades del proyecto, junto con la Academia Mexicana de Ciencias, han salido ya al paso de estas tonterías a aclarar que un proyecto así consta de varias etapas y lleva un tiempo largo y un periodo de pruebas y corrección de errores (por eso no se ha terminado y funciona sólo al 60%, según reportó el viernes Milenio Diario); que lo de Fox fue la culminación de la etapa de construcción de la antena (pero no todavía de la superficie receptora), y que se hizo una observación más bien simbólica de radiación con longitud de onda de centímetros (no milímetros), pues era lo que se podía lograr con la estructura todavía incompleta. En cuanto a los paneles simulados, su función era evitar la entrada de agua y nieve, mientras se terminaban de fabricar las placas de níquel electroformado. Y claro, añado yo, debe haber habido la usual presión de la Presidencia de la República para hacer que todo luciera “bonito”, como en cualquier inauguración presidencial: la simulación que inevitablemente exigen los políticos en actos públicos. Y la visita de Calderón no fue una “inauguración”, sino para supervisión.

Lo grave de todo esto es que la información presentada en el noticiero –mal investigada, mal corroborada y mal interpretada– desprestigia un proyecto que ha tenido ya una importante derrama tecnológica en el país (cemento resistente a bajas temperaturas, técnicas de pulido de superficies de precisión, sistemas electromecánicos, materiales con fibra de carbono), que permitirá poner a México en la vanguardia en investigación astrofísica y estudio de la naturaleza del universo y que permite soñar con que en el futuro se puedan hacer inversiones en grandes proyectos científico-tecnológicos en nuestro país, como ocurre en naciones desarrolladas. Y daña también la imagen pública de la astronomía mexicana –de gran prestigio en el mundo– y de toda la ciencia nacional.

En un momento donde se está haciendo un gran esfuerzo para convencer a las autoridades federales de dar más apoyo al desarrollo científico-técnico, y donde el presidente y su secretario de economía han aceptado ya públicamente luchar por aumentar la inversión en el ramo al 1% del PIB, como requiere la ley, para finales del sexenio, mensajes como el emitido en el noticiero son un golpe bajo.

La lección, probablemente –para no caer en la moda paranoica de inventar teorías de conspiración que busquen intenciones ocultas– es que en los medios masivos de comunicación urge contar con periodistas especializados en manejar la fuente de ciencia y tecnología con todas sus complejidades y sin caer en sensacionalismos.

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miércoles, 5 de diciembre de 2012

Escribir de ciencia

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 5 de diciembre de 2012

Recientemente varios amables lectores de esta veleidosa columna se han manifestado –a través del ya anticuado correo electrónico, del blog o de las redes sociales– en el sentido de que “debería hablar más de ciencia”.

Se refieren a que en recientes semanas me he dedicado, más que a explicar recientes avances reportados en el mundo de la investigación científica, a comentar temas como el fraude en ciencia, los problemas del control de calidad de las publicaciones científicas, la creencia en supercherías y seudociencias, los esfuerzos por “ciudadanizar” la ciencia y otros temas similares.

El comentario de mis lectores me recordó un texto de Ruy Pérez Tamayo, (El muégano divulgador, número 28, mayo/junio 2005, p. 1) donde respondía así a un joven universitario que le hizo un reclamo similar: “Para mi joven amigo, la ciencia se limita a su contenido formal, mientras que para mí incluye no sólo un catálogo de hechos y de teorías sobre distintos aspectos de la naturaleza, sino también las bases filosóficas que lo sustentan, la historia de su desarrollo, las estructuras sociales en las que se da y en las que se expresa, las leyes que la regulan y las políticas que la favorecen o la estorban”.

Y es que, como su título anuncia, esta columna es un espacio dedicado a la ciencia, o más bien a la cultura científica. No hay definición satisfactoria, pero yo la concibo como “la apreciación y comprensión de la actividad científica y del conocimiento que ésta produce, así como la responsabilidad por sus efectos en la naturaleza y la sociedad”.

La concepción clásica de la divulgación científica consiste en explicar los conceptos y descubrimientos de la ciencia. Pero ni la ciencia ni la cultura científica pueden reducirse simplemente al conocimiento científico. La ciencia es también la actividad que permite obtenerlo, y es también el sistema social que permite realizar tal actividad.

Entendida así, la ciencia involucra lo que hacen los científicos dentro y fuera de sus laboratorios y cubículos: sus motivaciones, cosmovisiones, discusiones, intereses, conflictos, problemas, errores y hasta transgresiones. Pero si queremos entender la ciencia de forma más realista y honesta tenemos que incluir también su historia, los problemas filosóficos que suscita, los efectos que las finanzas y la economía tienen sobre ella, y la intrincada red de intereses, obstáculos y soluciones políticas que en gran parte determinan su destino.

Por eso, mientras haya oportunidad, en “La ciencia por gusto” seguiré dedicado a comentar acerca de la ciencia. Pero entendida en el sentido amplio que expresa Pérez Tamayo en su texto, en contraste con el de su joven crítico: “En otras palabras, mientras él concibe a la ciencia como el producto de una actividad humana especializada, yo más bien la veo como una forma de vivir la vida”.

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miércoles, 28 de noviembre de 2012

¿50 sombras científicas?

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 28 de noviembre de 2012

Confieso que acabo de terminar de leer la novela 50 sombras de Grey (en su versión en inglés, 50 shades of Grey). Como literatura es mala; como literatura erótica, muy mediocre. No pierda su tiempo.

La mención viene al caso porque, estableciendo la comparación con esta chatarra literaria, el neurólogo estadounidense Douglas Fields publicó recientemente, en su blog del sitio de noticias The Huffington Post, un polémico texto donde alerta de la “chatarrización” de las revistas científicas académicas.

Isaac Asimov resumía el llamado “método científico” en cuatro pasos: obtener datos (por experimentación u observación), organizarlos, proponer explicaciones, y comunicar el conocimiento obtenido. Nunca se hace suficiente énfasis en lo central que es para la ciencia comunicar sus resultados. No basta con investigar: es hasta que las conclusiones a que se llega son hechas públicas para ser discutidas y evaluadas por los colegas que se puede hablar de ciencia legítima.

El proceso de “revisión por pares” o colegas (peer review) ha sido desde hace siglos el principal mecanismo de control de calidad en ciencia. Tradicionalmente consiste en que el investigador redacta un artículo técnico, bajo ciertas normas bien conocidas, donde explica qué hizo y qué resultados y conclusiones obtuvo. Este manuscrito se envía a alguna publicación donde trabajan editores expertos en ciencia que lo evalúan primeramente para ver si se trata de un trabajo importante y bien hecho, y luego lo envían anónimamente a varios árbitros especialistas en el campo, quienes pueden aprobarlo, sugerir cambios o rechazarlo. El artículo sólo se publica si pasa este filtro de calidad.

Tradicionalmente las revistas científicas se mantenían vendiendo suscripciones, que eran pagadas por científicos individuales o por instituciones. Fields advierte de dos cambios que amenazan este sistema: la publicación electrónica, que hecho casi incosteables las revistas de papel, y las nuevas políticas del gobierno de los Estados Unidos que obligan a los investigadores que reciben fondos públicos a poner sus artículos gratuitamente a disposición de todos.

Como esto ha encarecido el costo de las revistas publicadas por editores tradicionales –quienes son vistos como abusivos y aprovechados al beneficiarse de un trabajo hecho principalmente con fondos públicos–, han surgido múltiples revistas de “acceso libre” (open access), que pueden leerse gratuitamente, lo cual promueve una mayor libertad y apertura en la comunicación de los resultados científicos (y combate la excesiva centralización y control ejercida por ciertos consorcios editoriales, que se han ido convirtiendo en verdaderos monopolios).

El problema, afirma Fields, es que esto va en detrimento de la calidad. Las revistas tradicionales, además de garantizar una revisión por pares rigurosa y una edición profesional y cuidada –que incluye la revisión de estilo, la formación y composición tipográfica, el diseño de figuras y muchos otros detalles, trabajo que cada vez se valora menos en esta era de “autopublicación electrónica”–, promueven la calidad al someter al escrutinio de sus suscriptores –especialistas científicos­– la calidad de sus artículos. La revista que publicaba investigaciones de calidad adquiría prestigio y más lectores… y consecuentemente, suscriptores.

Las revistas de acceso libre, en cambio, al ser de lectura gratuita, tienen que sobrevivir cobrando jugosamente (“de mil a 3 mil dólares por artículo”, según Fields) a los autores por publicar en ellas. Lo cual se paga, normalmente, con fondos públicos: el costo de publicar se suma al costo mismo de la investigación. De este modo, el estado paga por realizar la investigación y paga por publicarla. Fields argumenta que esto, junto con la obligación del gobierno de EU para publicar gratuitamente (que afecta a múltiples investigaciones extranjeras en que hay colaboración estadounidense), está logrando que las revistas se concentren en publicar más artículos, en vez de sólo los mejores. Igual que esas revistas “literarias” en que los autores pagan por ser publicados, o como ocurre con los blogs y redes sociales, o con la literatura chatarra: en ausencia de un mecanismo editorial de control de calidad, lo que sobrevive no es lo mejor, sino lo que más “vende”.

(Fields señala otros problemas, como el surgimiento como hongos de revistas de muy dudosa calidad que sólo sirven para publicar, sin el menor control y aunque nadie las lea; la tendencia a sustituir la revisión por pares anónima por la revisión abierta en redes sociales, que tiende a ser menos rigurosa, o la creciente dificultad de que las editoriales serias decidan abrir nuevas revistas con un mecanismo riguroso de control de calidad, debido al excesivo costo y demanda decreciente que están teniendo en la actual situación, lo cual dificulta el desarrollo de áreas nuevas de la ciencia.)

El darwinismo en la naturaleza garantiza la supervivencia, pero uno de los logros de la especie humana es trascenderlo para buscar fines más elevados, como la calidad artística y literaria. Lo mismo ocurre en ciencia. ¿Nos inundará la publicación abierta y masiva con “ciencia chatarra”? Esperemos que no.

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