lunes, 31 de mayo de 2010

2,000 suscriptores: ¡Gracias!

Queridos lectores:

Mi blog "La ciencia por gusto", donde reproduzco en versión ampliada la columna que publico semanalmente en Milenio Diario desde hace 7 años, acaba de llegar a los 2,000 suscriptores a través de Feedburner (es decir, no lectores, sino personas que eligen recibirla semanalmente en su buzón de email).


(En realidad, lo que reporta Feedburner en el recuadrito amarillo del blog (ver imagen arriba) es el número de "readers", que es algo que calculan mediante un algoritmo raro y que varía mucho. El número REAL de suscriptores por email aparece en la segunda imagen, más abajo, y como ven es de unos 2,000 y pico más lectores, para un total de 2,250; ese sí es un número exacto. Pero el que importa es el que aparece en el blog, creo).

Como se imaginarán, para mí la noticia es muy placentera, y por eso quiero compartirla y agradecerles a todos ustedes, que han ayudado a que esto suceda. ¡Muchas gracias! Y espero seguir siendo digno de su atención e interés.

Martín Bonfil Olivera

miércoles, 26 de mayo de 2010

Periodismo sin ciencia

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en
Milenio Diario, 26 de mayo de 2010

Se queja amargamente el siempre polémico Carlos Mota en Milenio Diario, el pasado jueves 20 de mayo, de “el pobrísimo tratamiento periodístico que se ha dado a la compra que ha hecho Manuel Saba de la corporación chilena Farmacias Ahumada”. Pues bien: yo también me quejo del pobre manejo periodístico, pero por otro tema.

Y es que el mismo día Milenio, como muchos otros medios, dio a conocer que soldados de la Secretaría de la Defensa Nacional (SEDENA) “peinaban” el rancho de Diego Fernández de Cevallos con un “detector molecular”. Según la nota, “Los militares pertenecientes a la 17 Zona Militar recibieron la orden de hacer uso del detector molecular GT200 con el fin de rastrear cualquier pista que lleve a la ubicación del ex candidato presidencial panista”.

¿Cuál es el problema de la SEDENA? ¿Por qué al mismo tiempo que establece estrategias útiles para combatir el narcotráfico como utilizar “imágenes satelitales para detectar y combatir el cultivo de amapola y mariguana sin necesidad de vuelos de reconocimiento”, como informó, también en Milenio, J. Jesús Rangel el lunes 23, insiste en usar un aparato reconocidamente inútil y fraudulento?

Presento nuevamente la evidencia, como ya he hecho en ocasiones anteriores:
  • 1) los principios físicos en los que supuestamente se basa el GT200 son imposibles;
  • 2) en pruebas controladas, ha fallado estrepitosamente: la varita mágica de “alta tecnología” no resulta mejor que el azar;
  • 3) ha fallado en detectar explosivos en Tailandia y otros sitios, causando la muerte de policías;
  • 4) al abrir el aparato, se constata que está hueco: no contiene ningún componente que pudiera explicar su supuesto funcionamiento;
  • 5) está más que demostrado que el movimiento de la antena que pretende apuntar hacia lo que se busca es sólo producto del “efecto ideomotor”: nuestras expectativas influyen en los movimientos involuntarios de la muñeca;
  • 6) varios gobiernos han demandado por fraude a los fabricantes de este tipo de aparatos, y en marzo el gobierno británico específicamente previno al mexicano acerca de su nula confiabilidad.

No me extraña de la SEDENA, que en marzo de 2004, ante unos videos de aparentes objetos voladores no identificados consideró que el experto al que había que recurrir era Jaime Maussán. Es ignorancia: los militares simplemente no tienen el conocimiento para distinguir fraudes de tecnología confiable.

Pero ¿y los periodistas? Fuera de Proceso, que al mencionar al GT200 (19 de mayo) al menos incluyó la frase “aunque su eficacia ha sido fuertemente cuestionada”, ningún otro medio, ni siquiera Milenio, mencionó ni tangencialmente que se trata de un fraude.

Termino citando de nuevo a Carlos Mota (entre paréntesis, añadido mío): “¿Tiene remedio este periodismo (que carece de una elemental cultura científica)? ¿Cuándo? ¿En cuántas generaciones?”.

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miércoles, 19 de mayo de 2010

Brian Eno: ¿fraude o arte computacional?

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en
Milenio Diario, 19 de mayo de 2010


El pasado sábado fui al museo Anahuacalli a conocer la instalación 77 millones de pinturas, del inglés Brian Eno.

Encontré algo fascinante: una especie de altar mágico, un caleidoscopio electrónico donde una computadora proyecta, en un arreglo de pantallas, las permutaciones de más de 360 pinturas realizadas (en diapositivas y principalmente a mano) por Brain One (como también le llamamos sus fans). Observarlo es una experiencia absorbente, como mirar las llamas de una fogata o las olas del mar. Las imágenes van cambiando insensiblemente, combinándose y renovándose, acompañadas de la música creada por Eno, para producir un ambiente y una experiencia de paz que permite observar la obra y disfrutarla, o simplemente dejarla pasar. “Es como música visual”, dice el propio autor.

Eno (cuyo nombre completo es Brian Peter George St. John le Baptiste de la Salle Eno) es uno de los músicos más influyentes de las últimas décadas. Compositor, intérprete, productor (de varios de los mejores álbumes de grupos y artistas como U2, Talking Heads, David Bowie, James, Devo, Harold Budd, Laurie Anderson, Coldplay), investigador y maestro. He sido fan de su música –no sólo de la ambiental o “ambient”, que él inventó– y de su inteligencia durante años. Tenía curiosidad de conocer su también ya amplia obra gráfica y su exploración de los medios computacionales.

Por eso me sorprendió leer, el domingo en Milenio, la reseña que mi amigo y colega columnista Braulio Peralta publicó sobre la misma instalación. Es bien sabido que la experiencia estética es algo enormemente personal, subjetivo, pero por varias de las frases de Braulio (“lo que se exhibe no es pintura”; “nada que ver con el arte”; “superchería visual” “irresponsabilidad de quienes se atreven a trasgredir el arte sin fondo ni forma”) pensaría que vimos cosas distintas.

Y probablemente eso sucedió. Braulio, hombre culto con estudios de arte, parece adoptar una postura “tradicional”, en la que el arte tiene un valor intrínseco, esencial. De ahí que considere que algo hecho por una computadora no puede tener valor artístico. La perspectiva de Eno es distinta: para él, como expresa en una entrevista publicada en la revista Wired (¡en mayo de 1995!) Eno explica: “En la visión tradicional, clásica, los objetos de arte son contenedores de algún tipo de valor estético. Este valor fue puesto en ellos por el artista, que a su vez lo recibió de Dios o de la Musa o del inconsciente universal. Lo que está mal con esta postura es que los objetos culturales no tienen identidad notoria, fuera de la que nosotros les conferimos. Su valor es totalmente el producto de la interacción que tenemos con ellos.”

El filósofo Daniel Dennett –de quien, usted lo habrá notado, también soy fan– expresa, en un ensayo sobre una teoría darwiniana de la inteligencia creativa, que los procesos por los que una computadora crea arte no son esencialmente distintos de los que ocurren en el cerebro humano. No hay, dice, “inspiración divina”, sino procesos algorítmicos –enormemente complejos, eso sí– entre neuronas que no “piensan”, pero cuyo funcionamiento conjunto produce ese fenómeno emergente que es nuestra conciencia... y nuestra creatividad y sensibilidad artísticas.

La obra de Eno es un ejemplo de lo que se conoce como “arte generativo”: el artista pone la materia prima y la computadora produce combinaciones inesperadas, impredecibles, siempre nuevas, que llevan la “firma” del artista, pero no son directamente producidas por él. Eno ha sido uno de los principales exploradores, durante décadas, de esta vertiente que combina, en sus palabras, “arte, ciencia y juego” (por eso resulta especialmente desconcertante leer que Braulio describe su obra como “un trabajo que, desde los 70, no ha evolucionado”). Si ya desde Duchamp y su mingitorio firmado quedó claro que arte es aquello que queremos ver como tal, ¿por qué una computadora no puede crear objetos que nos permitan, como dice Eno, “disfrutar esa sensación de rendirnos y dejarnos ir, y dar constancia de que nada es permanente ni está siempre quieto”? A mí, me encantó.

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miércoles, 12 de mayo de 2010

Petróleo vs. hidrógeno

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en
Milenio Diario, 12 de mayo de 2010


El terrible derrame petrolero frente a Luisiana causado por la explosión de una plataforma petrolera de British Petroleum el pasado 20 de abril, que libera al mar diariamente unos 800 mil litros de petróleo y había formado, hasta el lunes, una mancha de cinco mil kilómetros cuadrados, es muestra de que la actual economía basada en hidrocarburos tiene un precio oculto (en este caso, el daño económico y ambiental se calcula, según informó Milenio Diario, en 10 millones de dólares al día).

¿Qué esperamos para abandonar el petróleo? Un problema es que las energías alternativas (solar, eólica) no acaban de ser costeables. Pero hay una alternativa: el hidrógeno.

Los seres vivos requerimos energía. Si no podemos obtenerla directamente del sol, como hacen las plantas mediante la fotosíntesis, una opción es quemar combustibles. Los animales quemamos los alimentos producidos por las plantas (o los tejidos de otros animales, que a su vez se alimentan de plantas). Nuestras células, a través de un lento proceso de combustión controlada llamada oxidación, liberan la energía solar almacenada en ellos en forma de enlaces químicos.

Más allá de la fisiología, la tecnología. El ser humano descubrió que podía quemar combustibles y liberar la energía que contienen. Durante siglos quemó madera, luego carbón –en cantidades crecientes a partir de la revolución industrial– y actualmente petróleo.

Quemar es oxidar: sustituir los átomos de hidrógeno de una molécula por átomos de oxígeno. El proceso libera energía química, que puede transformarse en calorífica o de otros tipos. Pero libera también productos de combustión: en el caso de los compuestos orgánicos, el residuo es dióxido de carbono, actualmente acumulado en la atmósfera hasta causar ese otro gravísimo problema ambiental: el calentamiento global.

Pero el hidrógeno, al oxidarse –combinarse con oxígeno– libera también grandes cantidades de energía… con la ventaja de que esta reacción química produce como residuo sólo agua. Y existe también una tecnología conocida como celdas de combustible, que utiliza la oxidación de hidrógeno para producir directamente una corriente eléctrica, nuevamente produciendo sólo agua como desecho.

El problema es el hidrógeno tiene que producirse a partir de la descomposición del agua, proceso conocido como electrólisis, que requiere un catalizador que haga posible esta reacción. Es por eso que el descubrimiento de un nuevo catalizador de molibdeno, 70 veces más barato que el de platino usado hasta hoy (anunciado en la revista Nature y reseñado por Luis González de Alba el domingo en Milenio), promete hacer de la economía del hidrógeno una realidad más cercana.
La ciencia y la tecnología no existen en una torre de marfil, aisladas de la realidad. Así como pueden afectar a la sociedad o al ambiente, pueden ofrecernos soluciones para reparar el daño.

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martes, 4 de mayo de 2010

Google aprende a pensar

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 5 de mayo de 2010

Para quien viva en el siglo 21 y use internet, Google parece una presencia ominosa y universal, que amenaza con convertirse en el tipo de inteligencia artificial totalitaria que películas como 2001, Odisea espacial nos enseñaron a temer.

Desde que fue inventado en 1997 por dos estudiantes de posgrado de la Universidad de Stanford, Larry Page y Sergey Brin (ambos de 23 años), el buscador de internet más usado del mundo (varios cientos de millones de consultas al día) ha crecido hasta convertirse en un emporio que amaga con dominar el mundo (no sólo virtual, sino incluso el real, con artefactos como celulares y computadoras).

Pero lo verdaderamente asombroso es que Google va volviéndose inteligente. Ya desde su concepción, el buscador se distinguió de sus competidores por su particular método de búsqueda. Todo buscador (Yahoo, Bing de Microsoft, el propio Google, etcétera) va recorriendo cada rincón de la red y acumulando información. Pero lo difícil es ordenarla y clasificarla, para que cuando un usuario la solicite el buscador presente justo lo que pide, y no miles de opciones no deseadas.

La gran idea detrás de Google es que, en vez de tratar de analizar y decidir qué información es más importante, se fija en qué páginas prefieren los propios usuarios de internet. Así, el algoritmo que desarrollaron Page y Brin (originalmente llamado “PageRank”, y que constituye la “fórmula secreta” que le ha dado a Google su éxito), clasifica a las páginas de internet de acuerdo al número de otras páginas que se enlazan con ellas. Es decir, las evalúa de acuerdo a su éxito práctico, no a criterios teóricos (una idea muy darwiniana; recordemos que, en evolución, el éxito se define como cualquier cosa que aumente la supervivencia de un individuo y sus descendientes).

Con esto, Google ha logrado ofrecer resultados de manera cada vez más inteligente cuando uno busca algo: lo que Google considera importante se parece mucho a lo que los humanos consideramos importante.

Y sus habilidades continúan refinándose: en un artículo aparecido en la revista Wired (febrero 2010), Steven Levy comenta cómo se ha logrado que Google aprenda a distinguir mejor entre sinónimos (un problema frecuente), usando un concepto proveniente de la filosofía. Ludwig Wittgenstein afirmó alguna vez que “las palabras carecen de significado si no se comparten” (aunque la compilación de citas Wikiquote da una versión ligeramente diferente: “el significado de una palabra es su uso en el lenguaje”). Tomando en cuenta esto, Google ahora considera qué palabras rodean a la palabra problemática, y logra ofrecer resultados más acertados. Va aprendiendo a “entender” el significado de las palabras por su contexto, de manera muy similar, en esencia, a como lo hacemos los humanos.

¿Llegará a convertirse algún día Google en algo parecido a la malévola computadora Hal 9000? No lo creo (se dice que el lema informal de la compañía es "No seas malo") , pero seguramente el momento en que las “inteligencias artificiales” se conviertan en, simplemente, inteligencias, sin calificativos, se acerca.

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miércoles, 28 de abril de 2010

¿Qué onda con Evo?

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM

Publicado en
Milenio Diario, 28 de abril de 2010

Desde que el presidente de Bolivia, Evo Morales, declaró el pasado 20 de abril, durante la inauguración de la Conferencia Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático y los Derechos de la Madre Tierra, en Tiquipaya, que “El pollo que comemos está cargado de hormonas femeninas, por eso, cuando los hombres comen esos pollos, tienen desviaciones en su ser como hombres”, no ha dejado de ser motivo de burla.

Evo afirmó también que “La calvicie, que parece normal, es una enfermedad en Europa, casi todos son calvos, y es por las cosas que comen; mientras, en los pueblos indígenas no hay calvos, porque comemos otras cosas”.

¿Es merecido el escarnio? Creo que sí. Creo que, ideologías y tradiciones aparte, un personaje público no puede hacer impunemente alarde de tamaña ignorancia. Una cosa es retomar, metafóricamente, el discurso autóctono de la Pachamama, la “madre tierra” o “madre mundo” andina, y otra muy distinta es pensar seriamente que los terremotos son causados por su enojo ante las políticas neoliberales o nuestro pobre cuidado del ambiente, o que los alimentos, por más hormonas que puedan tener, ocasionen calvicie u homosexualidad.

Y es que lo que dijo Evo simplemente no es cierto: sabemos que los temblores no son causados por las políticas humanas (ni por ningún efecto que el ser humano pueda tener sobre el ambiente… ¡vaya, ni siquiera por el calentamiento global!). Sabemos que la calvicie tiene un origen hereditario, no alimentario, y que la homosexualidad es un fenómeno mucho más complejo que la rústica concepción de hombres “afeminados” por consumir hormonas. Evo muestra, además, su homofobia –otro valor tradicional, después de todo. (El espléndido escritor y polémico conductor televisivo Jaime Bayly, del que me declaro fan incondicional, no pudo menos que tomarlo a broma: “yo desde niño he comido mucho pollo …y se ve que por comer tanto pollo me he ido afeminando, afectando de suaves modales, amariconando sin darme cuenta …Evo Morales lo sabía y el muy pilluelo se guardó el secreto, de haberlo sabido quizá me habría puesto a masticar hoja de coca en el colegio y ahora sería un hombre muy macho, muy tosco y muy corto de entendimiento”.)

Pero ser ignorante no es pecado, se me dirá, y Evo es un símbolo de cierto pensamiento de izquierda que, a pesar de sus excesos o defectos, es importante defender. De acuerdo. Pero ser ignorante siendo presidente, y no asesorarse adecuadamente, es al menos una irresponsabilidad. Es triste que, en países tercermundistas como los nuestros, el analfabetismo científico siga rampante, mientras que quienes debieran ser líderes en la defensa de nuestros derechos y nuestro bienestar desprecian esa parte vital de la cultura que es el pensamiento científico.

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martes, 20 de abril de 2010

Un biólogo contra el Papa

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM

Publicado en
Milenio Diario, 21 de abril de 2010

Cuando, a raíz de los escándalos de pederastia que sacuden a la iglesia católica, se comenzó a discutir en los medios la posibilidad de que el Papa Benito XVI renunciase, el famoso biólogo Richard Dawkins escribió:

No, el Papa Ratzinger no debe renunciar. Debe permanecer a cargo de todo ese edificio putrefacto –esa institución usurera, temerosa de las mujeres, hambrienta de culpa, enemiga de la verdad, violadora de niños– hasta que, en medio de un hedor a incienso y una lluvia de cursis corazoncitos sagrados para turistas y vírgenes ridículamente coronadas, se derrumbe alrededor de sus orejas.

Hoy Dawkins, una de las voces más respetadas en biología evolutiva, además de entusiasta defensor y promotor del ateísmo, pide que Ratzinger sea arrestado y juzgado en septiembre, cuando visite Inglaterra, por haber evitado que sacerdotes abusadores de menores fueran juzgados en cortes civiles, siguiendo la vieja práctica de la iglesia de simplemente mudarlos de diócesis.

Razones no faltan para perder toda fe en la iglesia, y hasta para llegar a aborrecerla. En México indignan los abusos sexuales de Marcial Maciel, ocultados y negados por sus poderosos Legionarios de Cristo. La indignación crece al saber que Maciel, además de pederasta, fue un sacerdote cínico y corrupto que mantuvo relaciones y tuvo hijos con dos mujeres, desdeñando su voto de castidad –valor en el que la iglesia hace tanto énfasis. Burlas, descalificaciones y represalias contra quienes se atrevieron a denunciarlo aumentan el desengaño.

A nivel mundial, los escándalos por pederastia sacerdotal siguen creciendo. En varios países la iglesia se ve obligada a pagar indemnizaciones a las víctimas. Y los agravios se acumulan: el secretario del estado Vaticano, Tarcisio Bertone, afirma en Chile que la pederastia (es decir, abuso sexual de menores, a diferencia de la paidofilia, que es la atracción hacia menores, y no implica abuso alguno) está vinculada con la homosexualidad, no con el celibato (ese sí inexistente en la naturaleza, a diferencia de la atracción entre individuos del mismo sexo, que se encuentra en prácticamente todo el reino animal).

En México el obispo de San Cristóbal, Felipe Arizmendi,, declara que “la liberalidad sexual (…) ha disminuido las fuerzas morales con las que tratamos de educar a los jóvenes en los seminarios(…). Ante tanta invasión de erotismo no es fácil mantenerse fiel tanto en el celibato como en el respeto a los niños”. ¡Pobrecitos sacerdotes, la sociedad los obliga a ser abusadores!

Ante todo esto, la demanda de Dawkins no parece exagerada, aunque quizá sí ingenua. En México sorprende oír a la líder panista Josefina Vázquez Mota afirmar que Maciel “debe ser tratado como lo que fue, un delincuente”, y pedir castigo para sus cómplices. Y el cardenal Norberto Rivera es nuevamente acusado, ante una corte de Los Ángeles, por el encubrimiento de un cura pederasta. ¿Quién sabe? Quizá el destino nos prepare algunas sorpresas.

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miércoles, 14 de abril de 2010

Hadrones, ¿para qué?

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM

Publicado en
Milenio Diario, 14 de abril de 2010

Para Ana Paula Ordorica, en deuda

Mucho se ha hablado del Gran Colisionador de Hadrones (LHC, por sus siglas en inglés), el gigantesco acelerador de partículas construido en la frontera franco-suiza por la Organización Europea para la Investigación Nuclear (CERN –aquí las siglas son en francés–, en la que participan 20 países), que el pasado 30 de marzo logró con éxito sus primeras colisiones de protones, las más energéticas (7 billones de electronvolts) producidas por el ser humano.
Se trata del aparato científico más grande y caro de la historia: costó 10 mil millones de dólares y diez años de trabajo, con la participación de miles de científicos.

¿Para qué gastar tanto dinero y esfuerzo en hacer chocar partículas invisibles (los hadrones, como los protones y los neutrones, están formados por cuarks, a diferencia de los leptones, por ejemplo los electrones, que son realmente fundamentales)? ¿Vale la pena gastar tanto en ciencia básica?

Los fines directos de este proyecto son investigar las condiciones del universo unas fracciones de segundo después del big bang; tratar de producir el bosón de Higgs, partícula que podría explicar por qué la materia tiene masa; explorar la posibilidad de que el espacio tenga más dimensiones de las tres que conocemos, y otros temas. Todo esto puede parecer muy abstruso: son las fronteras de la ciencia física. Estamos explorando los misterios últimos del universo físico, y esto por sí mismo tiene un valor (como lo tienen, también, las artes y las humanidades, a las que apoyamos sin cuestionar).

Pero además de descubrir, la ciencia básica ofrece otros beneficios.

Proyectos como el LHC producen una tremenda derrama tecnológica. Baste recordar que la World Wide Web, o WWW, en la que gran parte de la población mundial vive la parte virtual de su vida, fue creada precisamente en la CERN, simplemente porque les servía para hacer mejor sus labores de investigación. Muchos otros descubrimientos de ciencia básica han revolucionado, a través de desarrollos tecnológicos derivados, nuestra vida diaria: la electricidad, por ejemplo, o los transistores, que no existirían sin la mecánica cuántica.

Sólo que la ciencia, a diferencia de lo que sucede en una empresa, no puede producir estos desarrollos bajo pedido: funciona de manera aleatoria. Hay que desarrollar mucha ciencia básica, en muchas direcciones, para que de vez en cuando surja conocimiento cuyas aplicaciones cambien nuestra vida. Esa es la diferencia entre países de primer y tercer mundo: unos apoyan la ciencia amplia y libremente; los otros no.

Y los grandes proyectos científicos tienen también una importante derrama intelectual: capacitan expertos que luego llevan sus conocimientos a la industria y a la academia, lo cual enriquece al país.

En última instancia, el poder participar en estos proyectos –como lo hizo México, así fuera en modesta medida, aportando dinero y científicos–, demuestra que nuestra ciencia está a la altura, si no en cantidad, sí en calidad, de la que se realiza en países más avanzados. No es poca cosa.
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miércoles, 7 de abril de 2010

El horario de dios

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM

Publicado en
Milenio Diario, 7 de abril de 2010

El domingo 4 de abril Milenio Diario informó que en Oaxaca “unos 418 de 570 ayuntamientos, la mayoría regidos bajo el sistema de usos y costumbres, no acataron el horario de verano”, porque “sólo harán respetar el horario de dios”, y “piden al gobierno respeto al tiempo que le fue legado por sus ancestros”.

El viernes 2 el mismo diario había reportado que habitantes de comunidades aledañas a la zona arqueológica de Chichén Itzá atribuyen el derrumbe del parte del escenario que usaría Elton John en su concierto del domingo a la “molestia de los dioses mayas”, pues “nadie pidió permiso”. Y es que, explica la nota, “las tradiciones mayas indican que al entrar a sitios abandonados se debe solicitar autorización tanto a los ‘aluxes’ como a Yum Kaax, el Señor del Maíz”.

Un historiador entrevistado por Milenio, Miguel II Hernández (sic), opina que a pesar de que “parecería algo irracional pedir permiso a dioses olvidados, la tradición en la zona maya es inflexible”, y que “se hace para tranquilidad de los trabajadores ‘y por si acaso’, y refiere cómo las cosas se calman y los trabajos avanzan sin problema una vez que se hace la ceremonia, a cargo de los Xmenes o sacerdotes mayas”.

¿Realmente será preocupante que haya mexicanos que crean que los accidentes en la construcción de un escenario se deben a duendes o dioses, o que hay una “hora de dios” y se rehúsen por ello a adoptar medidas de ahorro de energía?

Yo no sé, pero una encuesta publicada recientemente por María de las Heras en El País (“La ciencia de los milagros”, 29 de marzo) revela que “ocho de cada diez mexicanos considera que la labor de los científicos es importante para la sociedad comparada con otras profesiones”, pero al mismo tiempo “ocho de cada diez cree firmemente que la fe mueve montañas y el 71% está convencido de que existen los milagros”.

Aunque las preguntas de la encuesta, desgraciadamente, eran demasiado ambiguas para ser realmente útiles, sí revelan una tendencia. No puedo dejar de compartir la conclusión de de las Heras: en la situación actual, “la sociedad seguirá buscando las soluciones a sus problemas en la fe, los milagros o el horóscopo del día, y no es que quiera decepcionarlos, pero por ese camino sinceramente no creo que podamos encontrarlas”.

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miércoles, 31 de marzo de 2010

Ver con la lengua

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM

Publicado en
Milenio Diario, 31 de marzo de 2010

Cuando su padre, Pere, sufrió un infarto cerebral que lo dejó en una silla de ruedas e incapaz de hablar, Paul Bach-y-Rita decidió dejar su trabajo como doctor de pueblo en Tilzapotla, Morelos, y dedicarse a rehabilitarlo.

Nacido en Nueva York y graduado de la Facultad de Medicina de la UNAM, en México, Bach-y-Rita se había siempre sentido atraído por las teorías, formuladas en el siglo XIX, que sostenían que el cerebro, lejos de ser un órgano fijo, presentaba cierta plasticidad. Podía adaptarse y recuperar funciones luego de sufrir un daño.

En tres años, su padre se recuperó totalmente. Cuando murió de un ataque, años después, paseaba por las montañas. Bach-y-Rita, ya investigador en un instituto científico, decidió cambiar su tema de estudio –los movimientos de los músculos oculares– por el de la “sustitución sensorial”.

Desarrolló sistemas sencillos de retroalimentación para ayudar a personas que habían perdido el sentido del equilibrio, y unos guantes que ayudaban a leprosos que habían perdido el tacto a recuperarlo parcialmente.

Su mayor logro fue desarrollar un sistema que permite a ciegos ver a través del tacto. A fines de los 60 construyó una silla con cámara: las imágenes que captaba eran procesadas electrónicamente y convertidas en una representación de baja resolución (200 pixeles) que se transmitían a la piel del paciente a través de un mosaico de 20 por 20 pequeños actuadores en el respaldo, que golpeaban ligeramente su espalda.

Sorprendentemente, con algo de práctica, los ciegos lograban “ver” imágenes a través de su piel. Un modelo portátil les permitió caminar y sortear obstáculos.

Con los años y la tecnología moderna, Bach-y-Rita pudo construir un sistema mucho más pequeño y cómodo: unos lentes con una minúscula cámara, un procesador del tamaño de un iPod y un transductor en forma de pequeña paleta que se mete en la boca y da pequeños toques eléctricos a la lengua del usuario. El cerebro recibe así por otra vía la información que normalmente llegaría por el nervio óptico, y rápidamente aprende a interpretarla.

Con una resolución de 12 por 12 electrodos (144 pixeles), el Brainport, fabricado en forma todavía no comercial por la compañía Wicab –fundada por Bach-y-Rita en 1998–, permite a ciegos caminar, tomar objetos y hasta dibujar o leer con sólo unas horas de práctica.

Todo esto es posible gracias a la neuroplasticidad: la capacidad del cerebro de formar nuevas conexiones entre neuronas, o fortalecer las ya existentes –e incluso, como se descubrió recientemente, generar nuevas neuronas ocasionalmente. Con terapia adecuada, un paciente con daño cerebral grave puede recuperarse en gran medida. Pero Bach-y-Rita –que murió en 2006– llevó la neuroplasticidad un paso más allá: demostró que, como le gustaba decir, no vemos con los ojos, sino con el cerebro.

(Puedes ver a Martín Bonfil en TV hablando de este tema
en el programa "La otra agenda" del canal FOROtv aquí.)


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miércoles, 24 de marzo de 2010

Nanoescándalo a la mexicana

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM

Publicado en
Milenio Diario, 24 de marzo de 2010

El papel de un jefe no es mandar, sino ayudar a que los demás trabajen. Sobre todo en una institución académica. Por desgracia, los burócratas rara vez lo entienden, ni siquiera si son académicos que ocupan puestos de mando.

Un triste ejemplo: el escándalo internacional desatado en la comunidad científica ante el despido de dos de los investigadores más productivos y destacados del país, los expertos en nanociencias y nanotecnología Humberto y Mauricio Terrones, de su centro de trabajo, el Instituto Potosino de Investigación Científica y Tecnológica (IPICYT).

Se trata del último episodio –hasta ahora– de un conflicto ya largo (comentado en este espacio en julio de 2008). Los hermanos Terrones han tenido repetidos problemas con la dirección del Instituto, que los acusa de conflictivos, de no ajustarse a las normas e incluso de haber patentado algunos procesos con empresas privadas (Jumex) e instituciones extranjeras (el Instituto Nacional de Ciencia de Materiales en Tsukuba y la Universidad de Shinshu, ambos en Japón) sin respetar la legislación mexicana.

Por su parte, los investigadores se dicen víctimas de acoso laboral desde su participación en el proceso de destitución del anterior director del IPICYT, José Luis Morán (inhabilitado diez años por violar la normatividad presupuestal). Los problemas entre los hermanos Terrones y el actual director, David Ríos Jara, no han hecho sino aumentar desde que fuera designado por el CONACYT, proceso impugnado por parte de la comunidad del Instituto.

El premio Nobel y pionero de la nanotecnología Harold Kroto (quien fuera tutor de Mauricio en sus estudios en Brighton, Inglaterra), con varios destacados miembros de la comunidad científica internacional, ha defendido repetidamente a los hermanos Terrones. El pasado 11 de marzo Nature, una de las dos revistas científicas más influyentes del mundo, publicó un reportaje al respecto (“Escándalo por despido de científicos”) y una carta donde Kroto afirma que “son la ciencia y México los perdedores en este pleito político” y pide la intervención de Felipe Calderón “o el prestigio de la ciencia mexicana y los prospectos para su desarrollo tecnológico sufrirán, ya que los jóvenes científicos mexicanos no querrán regresar a su país luego de formarse en el extranjero”. Tiene razón.

Si uno tiene dos estrellas internacionales, debe cuidarlas. Incluso sin son divas, incluso si son conflictivos. La evidente incapacidad del director del IPICYT para conciliar ha resultado en un descrédito de la ciencia nacional, la casi segura emigración de estos dos destacados investigadores (“Nunca volveré a trabajar en un país en desarrollo”, declara Mauricio), y la perspectiva de que, en efecto, pretender hacer ciencia en México no tiene sentido. Al menos en este caso, burocracia mata ciencia.

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miércoles, 17 de marzo de 2010

Tres objeciones al dualismo

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM

Publicado en
Milenio Diario, 17 de marzo de 2010

La ciencia nos ayuda a conocer la realidad, pero nadie garantiza que la realidad que nos muestre sea de nuestro agrado.

Hace tres semanas, el 23 de febrero, escribí sobre los avances en investigación sobre el cerebro y en particular sobre el fascinante enigma de cómo este órgano da origen a la conciencia. Rechacé, como es inevitable a estas alturas, el enfoque dualista, que considera que existe un alma espiritual que “ocupa” o controla al cuerpo.

Para mi sorpresa, recibí un buen número de mensajes de lectores enojados u ofendidos por mi texto: les parecía que negar la existencia del alma era, además de tonto, insultante.

Todo mundo tiene derecho a sostener las creencias que guste, pero permítame presentar tres argumentos para refutar el dualismo.

El primero, ya mencionado en mi escrito original, es la objeción que plantea la ley de la conservación de la energía, que establece que ésta no se crea ni se destruye. Para controlar el cuerpo, el alma tendría que ocasionar un cambio en un objeto material, el cerebro. Eso requiere un gasto de energía. Y ésta no puede aparecer de la nada (contrariamente a lo que mucha gente piensa, la energía no es algo espiritual; por el contrario, es parte del universo material). Un ente inmaterial como el alma no puede producir un cambio físico, material, en el cerebro sin violar esta ley.

La segunda objeción es el hecho de que podamos emborracharnos. El alcohol etílico o etanol, una sustancia química, produce cambios en el cerebro que indudablemente afectan las tres “potencias del alma” (voluntad, memoria y entendimiento, según San Juan de la Cruz). ¿Cómo podría una sustancia material afectar a una entidad espiritual?

Pero quizá la tercera objeción es la más convincente. Tiene que ver con una de las enfermedades más terribles que se conocen: el mal de Alzheimer, cuyas causas últimas aún ignoramos, pero que produce la formación de manojos de fibras en el interior de las neuronas y la acumulación de placas en su exterior, causando daños graves al cerebro que ocasionan los conocidos síntomas: desorientación, pérdida de memoria, cambios de humor, demencia.

El Alzheimer es una enfermedad que, al destruir el cerebro, destruye el alma. Además de terrible, es la prueba definitiva que refuta al dualismo.

Insisto: el alma existe, pero no es una esencia, sino un fenómeno emergente del cerebro.

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miércoles, 10 de marzo de 2010

Narcoguerra… ¿con magia?

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM

Publicado en
Milenio Diario, 10 de marzo de 2010
¿Qué pasaría si el Secretario de Energía anunciara que resolverá la crisis energética usando unas máquinas de movimiento perpetuo que le compró a una reputada empresa de Inglaterra?

Simple: quedaría en ridículo. La segunda ley de la termodinámica establece que el movimiento perpetuo es imposible. Como corolario, todo aquel que afirme haberlo logrado es un tonto o un farsante.

Lo mismo pasaría si el Secretario de Comunicaciones propusiera la telepatía como un medio de comunicación útil.

Pero cuando la Secretaría de la Defensa Nacional (SEDENA) insiste en usar el “detector molecular GT200” (conocido como “la ouija del diablo”), de la empresa inglesa Global Technical Ltd. para buscar drogas, armas o explosivos… los medios no reaccionan.

El detector es completamente inútil (¡de hecho, por dentro está hueco!). El 17 de febrero publiqué en este espacio una nota al respecto, basándome en información confiable de Andrés Tonini y otros escépticos de varios países. Pero el lunes pasado Milenio Diario publica una nota de Ignacio Alzaga: “Halla Ejército 10% de armas ilegales con detector GT200”. Reporta que la SEDENA afirma que desde 2007, cuando comenzó a usar el aparato, ha decomisado 94.6 toneladas de mariguana y casi dos de cocaína, 5 mil 367 armas, además de cartuchos y pastillas psicotrópicas.

La SEDENA cayó en un engaño. Los GT200, según la SEDENA y la propia empresa, “funcionan mediante la resonancia molecular de las sustancias, usan energía del cuerpo humano, (y) no requieren baterías”. Nada de eso tiene sentido. El aparato, y su gemelo el ADE-651, han sido exhibidos como fraudes, su exportación prohibida en Estados Unidos e Inglaterra, y sus fabricantes multados. Hace falta en los medios más investigación y espíritu crítico ante este tipo de notas.

La SEDENA ya había hecho el ridículo cuando en marzo de 2004 un avión de la Fuerza Aérea grabó en Campeche un video de supuestos ovnis y recurrió al conocido charlatán Jaime Maussán como si fuese un investigador científico.

Lo grave es que se está desperdiciando el dinero de nuestros impuestos (cada GT200 cuesta 350 mil pesos o más) y se está confiando un asunto de seguridad nacional a una varita mágica.

¿Y cómo explicar el 10% de éxitos? Fácil. El ejército está realizando revisiones constantes, en lugares donde es razonable esperar que circulen narcotraficantes. Esas revisiones al azar (guiadas por un aparato inútil que da respuestas aleatorias, influenciado por los movimientos del operador) darán siempre un cierto porcentaje de aciertos… por azar. Y quizá el personal que las realiza está motivado, confía en el aparato, y se concentra más en la labor: revisa más concienzudamente los vehículos, está más atento a las señales del lenguaje corporal de los conductores, lo cual sesga a quién se revisa…

Un lector, vecino de Ciudad Juárez, cuya casa fue revisada porque la antenita del aparato la señaló, muestra que fácil es descubrir la falacia del detector: “si detecta armas, ¿cómo es que no reacciona a las que ustedes traen colgadas, si están más cerca?”, le dijo a los soldados. A veces basta con un poco de sentido común. En este caso, hay mucho más: datos duros.

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miércoles, 3 de marzo de 2010

¿Constitución mata ciencia?

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM

Publicado en
Milenio Diario, 3 de marzo de 2010

Por más esfuerzos que se hacen, la antigua y obsoleta división de la cultura, que es una, en “las dos culturas”, científica y humanística –denunciada por el físico y escritor inglés C. P. Snow en su clásico del mismo título allá en 1959– es difícil de erradicar.

El pasado viernes 26 de febrero La Jornada dio la mala noticia de que, seguramente con motivo de los festejos del bicentenario de la Independencia y el centenario de la revolución, las altas autoridades de la UNAM han decidido cerrar el Museo de la Luz, en el Centro Histórico de la ciudad de México, para convertirlo en un “museo de la constitución”.

Se trata, creo, de una decisión equivocada; probablemente poco informada. El Museo de la Luz, uno de los pocos espacios dedicados a la cultura científica en nuestro país, no es sólo un museo de ciencia: en él el arte y la historia tienen también su espacio.

Ocupa un edificio de gran prosapia: el Ex-Templo de San Pedro y San Pablo, en la esquina de las calles de San Ildefonso y Carmen, lugar donde en 1822 se reunió el Congreso Constituyente que el 4 de octubre de 1824 promulgó la primera Constitución de nuestro país (de ahí la propuesta de legisladores y abogados constitucionalistas de transformar el recinto en un museo de la constitución). Posteriormente tuvo una historia turbulenta: fue biblioteca, colegio militar, cuartel, almacén de forraje, cabaret y escuela.

El bello edificio, completamente restaurado durante la creación del Museo de la Luz, cuenta con murales y vitrales de Roberto Montenegro y otros artistas. El museo permite a los aproximadamente 100 mil visitantes que acuden cada año conocer el fenómeno de la luz en sus más diversas facetas: como fenómeno físico, como fuente de energía para todo el reino viviente, como nuestra ventana al mundo y al universo, como componente básico de las artes plásticas y escénicas… En su creación participaron especialistas científicos, humanistas y artistas del más alto nivel, coordinados por la destacada física mexicana Ana María Cetto.

La UNAM invirtió considerables recursos y esfuerzo en este exitoso museo, único en el mundo por su temática. Sería una pena que, con casi 15 años de historia, se perdiera por una anacrónica pugna entre ciencias y humanidades. Si duda, un museo de la constitución es un proyecto valioso, pero no al costo de destruir algo como el Museo de la Luz.

Esperemos que todavía haya tiempo (el cierre del museo está anunciado para junio) de reconsiderar la decisión y buscar otro espacio para alojar el nuevo museo. La comunidad científica seguramente se manifestará al respecto. Ojalá que, en vez de que la cultura humanística derrote a la científica, ambas puedan cooperar para ofrecer a los ciudadanos más, y no menos. Ojalá que la luz no se apague en el Centro Histórico.

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martes, 23 de febrero de 2010

Cerebro y mente

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM

Publicado en
Milenio Diario, 24 de febrero de 2010

Si uno de los principales logros científicos del siglo XX fue descifrar las bases moleculares de la vida, el reto que definirá al XXI será comprender los mecanismos sutiles del funcionamiento cerebral. Éste será el siglo del cerebro.

Entender al cerebro, sano o enfermo, ayudará a prevenir o combatir males como Parkinson y Alzheimer, esquizofrenia, depresión, autismo y tantos otros desajustes de la función cerebralES.

Pero más allá de su mero funcionamiento, el enigma más fascinante del cerebro humano es cómo esa masa de más o menos kilo y medio de tejido nervioso (con entre 50 y 100 mil millones de neuronas, unidas entre sí en una intrincada red con más de mil billones de conexiones) puede dar origen a la mente y, sobre todo al “yo”: la sensación subjetiva de ser, de existir. A la conciencia. O, usando otra terminología, al alma.

La hipótesis más obvia (y más ingenua), refinada por René Descartes en el siglo XVII, es que el cerebro es sólo un órgano que sirve de asiento al alma inmaterial, un espíritu que, en consonancia con las tradiciones religiosas, constituye la esencia de la persona.

Esta postura filosófica, llamada dualismo, presenta varios problemas. Primero, en realidad no explica qué es el alma; sólo la da por supuesta. Segundo, presenta un obstáculo insuperable: ¿cómo podría una entidad inmaterial, espiritual, intangible por definición (el alma), ejercer influencia alguna sobre una entidad material (el cerebro), por ejemplo para lograr que movamos un brazo? Y tercero, pero no menos importante: lejos de ser una explicación natural del enigma de la conciencia, el dualismo recurre a suposiciones sobrenaturales, lo cual va en contra del espíritu (ejem) de la ciencia (que es por necesidad naturalista; de otro modo, cualquier explicación mística, y por tanto no comprobable de forma experimental, sería válida: hacer ciencia sería imposible).

Pero en las últimas décadas, nuevos métodos para estudiar el cerebro vivo, junto con avances en neurofisiología, computación y hasta en filosofía de la mente han permitido generar modelos todavía rudimentarios, pero esencialmente coherentes, de cómo el cerebro, en su inmensa complejidad y a través de procesos en paralelo y en múltiples niveles, puede generar esa sensación de “pienso, luego existo” que llamamos “yo”. El dualismo, el alma inmaterial, no es ya una hipótesis necesaria. El alma existe, pero no es una esencia, sino un fenómeno emergente del cerebro.

Hoy a las 10:00 am se inaugura la sala “El cerebro, nuestro puente con el mundo” en Universum, museo de ciencias de la UNAM. Título dualista, pero contenido de calidad. Vale la pena conocerla para saber más sobre éste, el objeto más complejo del universo.

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