miércoles, 27 de octubre de 2010

¿Fotosíntesis humana?

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 27 de octubre de 2010

Para Antígona, aunque no sea autótrofa


En esa vacuna contra la credulidad y azote de seudociencias y charlatanerías que es su libro El mundo y sus demonios: la ciencia como una luz en la oscuridad (Planeta, 1997), el genial astrónomo y divulgador científico Carl Sagan (Nueva York, 1934-1996) lamenta cómo la inteligencia y el “interés natural en las maravillas del universo” de un taxista que conoció se desperdiciaban en creer en cristales, visitantes extraterrestres, profecías y en leyendas de la Atlántida como si fueran “ciencia”. “Hay tantas cosas en la ciencia real –escribe Sagan– igualmente excitantes y más misteriosas, que presentan un desafío intelectual mayor… además de estar mucho más cerca de la verdad”.

Y en efecto: ¡cuántas maravillas reales que ofrece la ciencia quedan opacadas por las baratijas falsas de los charlatanes! Pero eso sí, hay que reconocerles una cosa: los embaucadores tienen una enorme creatividad. Recientemente me asombré con una nueva muestra de ello: la afirmación “científica” de que ¡los seres humanos podemos realizar la fotosíntesis, como las plantas!

Antes de entender lo increíblemente absurdo de tal afirmación, recordemos –nos lo enseñan desde la primaria– que, a diferencia de las plantas y otros seres autótrofos, los humanos, por ser heterótrofos, no podemos fabricar nuestros propios alimentos (“I cannot synthesise a bun/by simply sitting in the sun”, sentenció en 1924 el famoso bioquímico inglés JBS Haldane).

Las plantas lo logran gracias al pigmento llamado clorofila, que les confiere su color verde. La luz del sol, al incidir en él, energiza algunos de los electrones de su molécula, lo cual pone en movimiento la cadena de reacciones fotosintéticas, que permiten a la planta romper la molécula de agua para unirla al dióxido de carbono del aire y fabricar glucosa, azúcar en que la energía solar queda almacenada en forma de energía química(y de donde los animales posteriormente la liberamos al comerla).

Pues bien: resulta que una serie de charlatanes que se ostentan como investigadores científicos afirman que la antigua creencia hindú de que se puede vivir sin comer, sólo con la luz del sol, podría estar basada en las propiedades fotosintéticas de la melanina, el pigmento que da color a la piel humana ("la melanina es, en el reino animal, equivalente a la clorofila en el reino vegetal", se atreve a afirmar uno de ellos en el inicio de un trabajo -no arbitrado- que circula en internet).

Por supuesto, todo pigmento interactúa con la luz, y al parecer la melanina podría tener interesantes propiedades fotoeléctricas (quizá incluso para desarrollar nuevas tipos de celdas solares). Pero de ahí a que esto pueda permitir a un humano vivir sin comer, hay un brinco absurdo.

Lo grave es que estos embaucadores pretenden hacer pasar sus mentiras por ciencia, por ejemplo, subiendo un supuesto artículo científico a un sitio no arbitrado patrocinado por la prestigiada revista científica Nature (Nature Preceedings, cuyos contenidos, según sus propios lineamientos, “no son arbitrados. Este servicio pretende ofrecer un servicio informal de comunicación más rápido e informal que el de las revistas científicas… Muchos de los hallazgos que pueden encontrarse aquí son preliminares o especulativos, y hace falta que sean confirmados”), para engañar al incauto. E incluso se atreven a ofrecer tratamientos médicos basados en estos desvaríos.

Todo mundo es libre de creer lo que quiera, pero a veces la charlatanería es peligrosa. Al menos, resulta siempre ofensiva para la inteligencia.


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miércoles, 20 de octubre de 2010

Ciencia y futuro nacional

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 20 de octubre de 2010

Una de las cosas que nos gusta decir a los promotores de la cultura científica es que, sin ciencia, nuestro país no tiene la menor oportunidad de salir del tercer mundo.

Y es cierto: sin una comunidad científica lo suficientemente amplia y madura, que realice investigación de alta calidad sobre una amplia variedad de temas, no es posible generar conocimiento original en la cantidad y con la frecuencia necesarias para que nuestro país destaque en el panorama científico mundial.

Pero, como argumentan Gustavo y Carlos Viniegra en el número más reciente (octubre-diciembre) de la revista Ciencia, de la Academia Mexicana de Ciencias, dedicado a la pobreza (“¿Contribuyen la ciencia y la tecnología a abatir la pobreza?”), no basta con promover la investigación científica. “El desarrollo científico es una condición necesaria, pero no suficiente, para que un país prospere y alcance un alto nivel de desarrollo humano. Sólo cuando la ciencia se transforma en tecnología y ésta genera patentes y otras formas de conocimiento (…) se convierte en factor útil para el combate a la pobreza”.

En efecto: un país que no genera suficiente conocimiento científico no produce tampoco patentes, y no desarrolla una industria propia, innovadora y pujante. Y tampoco, en consecuencia, recibe los beneficios económicos y el alto nivel de vida que definen como tales a los países de primer mundo.

Los Viniegra, con datos y argumentos económicos sólidos, demuestran que, a diferencia de potencias emergentes como Corea del Sur, “En naciones como México, que enfrentan el futuro si una estrategia integrada de ciencia y tecnología ligada al desarrollo industrial y sin un aumento de las capacidades humanas, pero con asimilación pasiva de tecnología, el desarrollo de la ciencia por sí sola no mejora mucho la productividad ni la distribución del ingreso, y por ello, se vuelve muy difícil combatir la pobreza”.

Muy cierto. Pero no se puede negar que el primer eslabón de la cadena es un sistema de investigación científica sano, sólido y próspero.

Por eso resulta tan preocupante la mala noticia difundida el pasado lunes en La Jornada, en una nota de José Antonio Román, que confirma rumores que ya habían comenzado a correr en la comunidad científica mexicana: El Sistema Nacional de Investigadores (SNI), manejado por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT), que como se sabe otorga los estímulos económicos que permiten a los investigadores científicos alcanzar un salario digno (pues los salarios nominales resultan a todas luces insuficientes), está “recortando” a 324 miembros de alto nivel, de instituciones como la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), el Instituto Politécnico Nacional (IPN), la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) y otras, y al mismo tiempo ha permitido el ingreso de “un número similar de personas sin grados de maestría y doctorado (…) en una especie de enroque de investigadores por burócratas”. Todo ello en medio de una preocupante falta de transparencia.

Si eso pasa con la investigación básica, ¿qué esperanza podemos tener de un México de primer mundo, que patente, tenga industria innovadora y un mejor nivel de vida?


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miércoles, 13 de octubre de 2010

Nobeles inmorales

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 13 de octubre de 2010

Cuando, en 1971, el doctor Robert Edwards, biólogo, y su colega el ginecoobstetra Patrick Steptoe, ambos ingleses, recibieron la noticia de que el Consejo de Investigación Médica del Reino Unido, que financiaba sus investigaciones sobre fecundación in vitro, no iba a continuar apoyándolos, deben haberse sentido muy desanimados.

La causa era el fuerte debate que se había generado sobre el tema. El Vaticano, en particular, y otras autoridades religiosas, se oponían decididamente a la técnica.

El papa Paulo VI se había manifestado en contra de cualquier técnica que separara la fecundación del coito. En su encíclica Humanae vitae (1968) escribió: “Esta doctrina, muchas veces expuesta por el Magisterio, está fundada sobre la inseparable conexión que Dios ha querido y que el hombre no puede romper por propia iniciativa, entre los dos significados del acto conyugal: el significado unitivo y el significado procreador”.

Y el Catecismo de la Iglesia Católica (secciones 2376-2377), a su vez, afirma que “Las técnicas que provocan una disociación de la paternidad por intervención de una persona extraña a los cónyuges (donación del esperma o del óvulo, préstamo de útero) son gravemente deshonestas. Estas técnicas (…) lesionan el derecho del niño a nacer de un padre y una madre conocidos de él y ligados entre sí por el matrimonio. Quebrantan su derecho a llegar a ser padre y madre exclusivamente el uno a través del otro. [Incluso] Practicadas dentro de la pareja, estas técnicas (…) son quizá menos perjudiciales, pero no dejan de ser moralmente reprobables. Disocian el acto sexual del acto procreador. El acto fundador de la existencia del hijo ya no es un acto por el que dos personas se dan una a otra, sino que confía la vida y la identidad del embrión al poder de los médicos y de los biólogos, e instaura un dominio de la técnica sobre el origen y sobre el destino de la persona humana. Tal relación de dominio es en sí contraria a la dignidad e igualdad que debe ser común a padres e hijos”.

Edwards había estado estudiando, desde finales de los 50, el proceso de fertilización humana, entonces bastante poco conocido. Su utópico objetivo era lograr fuera del cuerpo humano la unión de un óvulo y un espermatozoide para dar origen a un embrión que pudiera implantarse en el útero de una mujer y desarrollarse hasta convertirse en un bebé sano (y luego, claro, en un adulto sano).

Para lograrlo, tuvo que estudiar en detalle el ciclo de vida del óvulo y el espermatozoide, descubrir en qué etapa su unión era posible, y en qué condiciones (logró la primera fertilización in vitro en 1969), qué podía bloquear o favorecer el desarrollo del óvulo fecundado (cigoto) para que comenzara a dividirse y convertirse en embrión (en 1971 logró embriones de 16 células), cómo conseguir que éste se implantara en el útero y continuara desarrollándose (el primer embarazo exitoso se produjo en 1976, aunque no llegó a término), qué hormonas participaban en el proceso…

El resultado de todo ese trabajo –hecho posible con patrocinio privado luego de que cesó el apoyo gubernamental– fue el nacimiento, el 25 de julio de 1978, de Louise Joy Brown (Joy = alegría), la primera “bebé de probeta” (hoy, por cierto, treintona y madre de un saludable bebé concebido por el método tradicional). Actualmente hay más de 4 millones de bebés producto de la fertilización in vitro, y al menos un número igual, podemos suponer, de padres que estarán felices de ver que Edwards (Steptoe murió en 1988) reciba el premio Nobel de medicina.

Mi amiga Atenas, que no ha podido concebir un bebé con su esposo, está sometiéndose (¡en una clínica del ISSSTE!) al tratamiento de fecundación in vitro que quizá les permita cumplir su deseo. No sé si lo logrará (la técnica tiene una buena tasa de éxito, pero no es infalible). Si no, están dispuestos a adoptar.

Otra amiga, Margarita, pudo concebir a un par de preciosos gemelos, a pesar de tener ya una edad que hacía riesgoso el embarazo, gracias a una amiga –casada– que prestó su útero para gestarlos. Hoy ambos niños tienen, en cierto modo, cuatro progenitores: dos amorosos padres y dos padrinos.

Si los prejuicios morales basados en creencias religiosas hubieran predominado, hoy ambas amigas, y sus parejas, tendrían que resignarse a no tener hijos. Está claro que lo ético es, precisamente, y contra lo que digan encíclicas y catecismos, utilizar las técnicas reproductivas a favor de la vida y la familia. ¿En nombre de cuántos prejuicios se estarán bloqueando otros avances científicos que podrían hacer felices a personas que tienen derecho a serlo?

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miércoles, 6 de octubre de 2010

Más mala ciencia

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 6 de octubre de 2010

Bastante polémica provocó la última entrega de esta columna (dedicada no sólo a hablar de ciencia, sino también de sus alrededores). Tanto por correo electrónico como en la página web de Milenio Diario y en el blog donde la reproduzco, en versión ampliada. El tema era que los estudios científicos que buscan establecer la veracidad histórica de mitos como los contenidos en la Biblia son mala ciencia: mal planteada, inútil, y sobre todo ridícula.

Pero la expresión “mala ciencia” adquiere un significado totalmente distinto ante la revelación, dada a conocer el 1º de octubre pasado, de los experimentos en que investigadores del Servicio de Salud Pública estadounidense deliberadamente infectaron, entre 1946 y 1948, a 696 ciudadanos guatemaltecos con sífilis o gonorrea, para luego darles tratamiento con penicilina –que entonces comenzaba a usarse masivamente– y ver si se curaban.

El proyecto, en que se infectó a presidiarios y pacientes de manicomios sin notificarles, fue autorizado por funcionarios estadounidenses y por el gobierno guatemalteco. Se utilizó a prostitutas enfermas para contagiarlos, y como esto ocurrió en pocos casos, se utilizaron inyecciones de las bacterias causantes, aplicadas en el pene, el brazo o el rostro. Como el estudio no produjo resultados útiles, se archivó durante décadas, hasta ser recientemente redescubierto por la historiadora de la ciencia Susan Reverby, de la Universidad de Wellesley, en Massachusetts, EUA.

El escándalo producido por estas revelaciones ha sido tal que la secretaria de estado Hillary Clinton, junto con la secretaria de salud, Kathleen Sebelius, tuvieron que salir a ofrecer una disculpa pública: “El estudio conducido en Guatemala entre 1946-1948 de inocular enfermedades de transmisión sexual claramente carecía de ética; a pesar de que estos actos ocurrieron hace más de 64 años, estamos indignados por el simple hecho de que semejante proyecto fuera auspiciado por el sistema público de salud de Estados Unidos. Lamentamos profundamente que esto sucediera y pedimos perdón a todas las personas que fueron afectadas por tan horrendas prácticas”.

Desgraciadamente, el caso no es único: uno de los médicos responsables, el doctor John Cutler –ya fallecido– había participado también en el tristemente célebre “experimento de Tuskegee”, en Alabama, donde se estudió durante 40 años –de 1932 a 1972– la salud de 399 negros pobres enfermos de sífilis, sin jamás informarlos de su padecimiento ni ofrecerles tratamiento, con el fin de conocer el desarrollo natural de la infección.

La ciencia, como toda actividad humana, tiene que estar sujeta a un código ético. En los cuarenta tales códigos eran escasos… lo cual no excusa a quienes experimentaron con humanos: su delito no es diferente de los que cometió Josef Mengele, el médico alemán conocido como “el ángel de la muerte” por sus experimentos con prisioneros judíos en campos de concentración.

La investigación científica, sin ética, puede llegar a convertirse en criminal.

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miércoles, 29 de septiembre de 2010

Investigar milagros

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 29 de septiembre de 2010

Hace 14 años, en 1996, el ex-abad de la Basílica de Guadalupe, monseñor Guillermo Schulemburg, afirmó en la revista católica Ixtus que tenía dudas de la autenticidad de la aparición de la virgen al indio (hoy santo) Juan Diego: “Juan Diego fue un símbolo, no una realidad”, escribió. El científico Marcelino Cereijido comentó entonces que cuando leyó en el periódico que “el Vaticano investigaría el asunto” se sintió feliz al ver que los antiguos tiempos de dogmatismo y antirracionalismo en la iglesia católica parecían estar quedando atrás. Poco duró su alegría: se enteró de que a quien se investigaría sería ¡a Schulemburg! En vez de tratar de descubrir si la aparición milagrosa fue o no real, se cuestionó la credibilidad de quien se atrevía a ponerla en duda.

La verdad, era de esperarse: desarrollar un método –relativa, no absolutamente– confiable para investigar los hechos tratando de minimizar sesgos y errores le ha costado a la ciencia muchos siglos de prueba, error y discusión. Y el negocio de investigar “científicamente” los milagros nunca ha resultado muy fructífero.

Sin embargo, no falta quien lo intente. Por ejemplo, los cristianos fundamentalistas de varias denominaciones, que se obstinan en apoyar su interpretación literal de la Biblia con supuestos datos “científicos” para demostrar que Adán y Eva existieron, que el mundo fue creado hace sólo unos miles de años (no millones), que hubo un diluvio universal –cada cierto tiempo se encuentran los restos del arca de Noé en alguna ladera del monte Ararat– o que Jesús resucitó a Lázaro.

Hace unas semanas causó una divertida polémica un artículo publicado por científicos de la Universidad de Hong Kong en la revista Virology Journal donde sostenían que, analizado los evangelios de Marcos, Mateo y Lucas, habían llegado a la conclusión de que una mujer que había sido curada de una altísima fiebre por “Nuestro Señor Jesucristo” (¡sic.!) había probablemente padecido influenza.

La comunidad científica rápidamente los hizo objeto de burla, no porque sus resultados fueran erróneos, sino porque la investigación misma es esencialmente ridícula. La revista rápidamente retiró el artículo, reconociendo lo inadecuado de haberlo publicado (aunque se excusaron diciendo que lo habían hecho “sólo para despertar polémica”).

La semana pasada, otro estudio, esta vez de la Universidad de Colorado, EUA, publicado en la revista PLoS One, presentó un modelo hidrodinámico computarizado para analizar la posible realidad de otro milagro bíblico, la separación de las aguas del mar Rojo para permitir el paso a Moisés y al pueblo de Israel, que escapaban de Egipto.

Según los autores, un viento de 28 metros por segundo podría haber, efectivamente, separado las aguas en un trecho donde el mar era muy poco profundo. El milagro podría haber sido real, aunque con causas naturales.



¿Cuál es el problema? Uno, que los milagros por definición rompen las leyes de la naturaleza; si la ciencia logra explicarlos, dejan de ser milagros. Dos, que hallar posibles explicaciones de milagros no le sirve a nadie. Ni a la ciencia, porque las hipótesis sobre hechos no confirmados que ocurrieron sólo una vez son inútiles, ni a la religión, porque la fe se caracteriza por no requerir pruebas.

Puede ser divertido jugar al científico para ver si la Biblia tenía razón, pero estudios como éstos son, esencialmente, mala ciencia.

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miércoles, 22 de septiembre de 2010

Milagros, religión y ciencia

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 22 de septiembre de 2010

Varios lectores, creyentes católicos, me han reclamado el exceso de atención dedicado últimamente a la religión en esta columna, que debería estar dedicada a la ciencia. Me disculpo.

Pero me disculpo por la falta de variedad en los temas, no por abordar de manera crítica asuntos sobre la relación ciencia-religión. En las semanas recientes la iglesia católica y las creencias religiosas han sido temas importantes a discutir, tanto en nuestro país como a nivel global.

Las recientes declaraciones del papa Ratzinger en su visita a Inglaterra, donde evocó, en su discurso de bienvenida, ante la reina Isabel, a la tiranía nazi “que deseaba erradicar a Dios de la sociedad” y luego comparó al nazismo con el ateísmo (“Al reflexionar sobre las lecciones del extremismo ateo del siglo XX, no olvidemos que la exclusión de Dios, la religión y la virtud en la vida pública llevan al final a una visión truncada del hombre y de la sociedad”) son un ejemplo.

Como ateo consciente de los muchos defectos y crímenes cometidos a lo largo de la historia por la iglesia católica, me siento ofendido. El papa usa argumentos falaces, y deliberadamente olvida que el nazismo se basó en gran parte en ideas cristianas (aunque no católicas), y que su colega Pío XII siempre se negó a denunciar las agresiones de Hitler contra los judíos, convirtiéndose así en un apoyo importante, así haya sido por inacción, del régimen nazi.

Como comentó recientemente Pepe Cervera en el excelente blog amazings.es, religión y ciencia tienen diferencias irreconciliables. Una es la certeza dogmática de la primera frente a la perpetua duda y disposición a cambiar de opinión de la segunda.

Pero otra muy importante es que la ciencia tiene que rechazar de inicio, a menos que haya pruebas irrefutables, el pensamiento mágico: la existencia de fenómenos sobrenaturales. En otras palabras, la ciencia exige un enfoque naturalista. La religión, en cambio, se basa precisamente en la creencia en espíritus todopoderosos y milagros.

Es por ello –y no por algún odio irracional– que alguien que se dedica a promover la cultura científica, como un servidor, tiene que decir algo cuando el mismo papa que ataca al ateísmo y difunde la falsa idea de que no se puede actuar éticamente si no se es creyente, beatifica a un clérigo anglicano del siglo XIX convertido al catolicismo, John Henry Newman (1801-1890), basándose en el supuesto “milagro” (requisito para ser beato; para la santidad, se necesitan dos) de que el diácono estadounidense Jack Sullivan sanó “inexplicablemente” de un mal de la médula espinal al encomendarse a dicho “venerable siervo de dios”.

El bloguero Martin Robbins, en el periódico británico The Guardian (13 de septiembre), se pregunta si dios estará perdiendo sus poderes, pues antes los milagros solían ser asombrosos: causar un diluvio, abrir el Mar Rojo, levantar muertos… Hoy se reducen a curaciones espontáneas como hay tantas (o incluso, falsas curaciones espontáneas, pues Robbins informa que en realidad Sullivan sanó gracias a una operación común y corriente).

Para colmo, el beato Newman podría resultar haber sido homosexual: tuvo una relación “extremadamente cercana” con el padre Ambrose St. John, también católico (cuando St. John murió, Newman comparó su pena con “la de un esposo o una esposa”, y pidió ser enterrado en la misma tumba que él). Lo cual no tendría nada de malo, si no contradijera las enseñanzas vaticanas respecto a la homosexualidad.

No hay remedio: o hacemos ciencia o creemos en milagros. La iglesia tiene derecho a escoger esto último, pero eso la convierte en la institución menos calificada para criticar al pensamiento racional.

¡Mira!

A propósito: si a usted le interesan estos temas, asista al 1er. Coloquio Mexicano de Ateísmo, que se celebrará el próximo 13 de noviembre en el Hotel Fiesta Inn Centro Histórico (Av. Juárez 76). Entre los oradores invitados estará este columnista. ¡Los lugares se agotan!

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miércoles, 15 de septiembre de 2010

El Ágora de Hipatia

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 15 de septiembre de 2010

Aunque el tema de esta columna sea la ciencia, y no la crítica cinematográfica, hay veces que la ciencia está presente en el buen cine. Hablemos de Ágora, la excelente película, recién estrenada en nuestro país, de Alejandro Amenábar (director de cintas también notables como Tesis, Abre los ojos, Los otros y Mar adentro).

La historia de Hipatia de Alejandría (360-370 a 415 de nuestra era), filósofa, astrónoma, matemática –en esos tiempos el saber todavía no estaba tan compartimentalizado– y, en general, estudiosa de la naturaleza, ha sido durante siglos símbolo de la mujer sabia, letrada, que nada envidia a los hombres en cuanto a capacidades intelectuales.

Es importante destacar que Hipatia es un personaje histórico: se tienen testimonios de primera mano de su existencia, de su labor como maestra en la ciudad de Alejandría –donde se hallaba la famosa Biblioteca (con mayúscula)–, de su capacidad para debatir, su belleza y su dedicación casi obsesiva al conocimiento (se cree que murió virgen, y se sabe que en alguna ocasión rechazó a un pretendiente –escena que aparece en la película– ofreciéndole un pañuelo impregnado en su sangre menstrual, para demostrarle que “no había nada bello” en el deseo sexual).

Hipatia (magistralmente personificada en la cinta por la guapa Rachel Weisz) escribió sobre diversos temas científicos: analizó la aritmética de Diofanto (uno de los primeros tratados de álgebra), la geometría de Euclides y la de las curvas cónicas (círculo, elipse, parábola, hipérbola, que juegan un papel importante en la cinta) y el Almagesto de Ptolomeo. Fabricó un densímetro, para medir la densidad del agua, e hizo tablas de sus observaciones de los cuerpos celestes. En la película se sugiere que pudo haber descubierto que las órbitas de los planetas son elípticas, no circulares, como hasta entonces se pensaba –descubrimiento que no ocurriría sino hasta unos 1,300 años después, con Johannes Kepler–, pero esto, como la parte romántica de la cinta, son sólo libertades creativas que se tomaron los guionistas (el propio Amenábar y Mateo Gil).

La muerte de Hipatia es un ejemplo de la intolerancia de una religión que desde siempre ha desconfiado de la exploración de la naturaleza y ha relegado a las mujeres a una posición secundaria ante los varones. Debido a su apoyo al gobernador romano Orestes, opuesto al obispo cristiano Cirilo (hoy san Cirilo de Alejandría), Hipatia fue linchada por una turba que la arrastró por las calles y la desolló con conchas afiladas (o quizá con guijarros –ostraca, en griego–, aunque otras versiones afirman que fue apedreada).

La cinta, filmada en Malta –curiosamente, en el mismo lugar donde se rodó Gladiador–, es una maravillosa recreación del Egipto de esa época, con los contrastes y conflictos entre el Imperio Romano y las diversas religiones –egipcia, judía, cristiana– que coexistían en la Alejandría de los siglos III y IV. Y muestra también cómo una religión en plena expansión, como la cristiana, puede llegar a ejercer violencia y represión comparables a la de cualquier totalitarismo.

Mostrar la inevitable oposición entre ciencia y religión causa siempre polémica, y Ágora no es la excepción: la cinta ya ha recibido críticas acerbas, por ser “anticristiana”: el Observatorio Antidifamación Religiosa (sic.) la acusa de estar “llena de falsedades históricas” para “cargar contra la Iglesia”, y en algunos países como Italia y Estados Unidos tuvo dificultades para conseguir distribuidor.

Lo cierto es que la cinta es una obra maestra, que nos hace reflexionar sobre el difícil avance del pensamiento científico, los peligros del fanatismo, y la maravilla de descubrir las leyes que rigen el universo. Y que muestra la historia, poco conocida por el público general, de una de las mujeres más fascinantes de la antigüedad. Más que recomendable, indispensable. ¡Gracias, Amenábar!

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miércoles, 8 de septiembre de 2010

El universo laico

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 8 de septiembre de 2010

Mientras los jerarcas católicos mexicanos insisten neciamente en atacar al estado laico, calificándolo de “jalada” (y demostrando su excelente educación), o argumentando sandeces como que “los maizales no son laicos”, en otras latitudes un científico suscita polémica con una declaración de muy distinto nivel.

El inglés Stephen Hawking es, sin duda, el físico más famoso de nuestra época. Su escuálida figura, confinada a una silla de ruedas, ha sustituido al despeinado y distraído Einstein como la imagen clásica del científico: se lo puede ver constantemente en la prensa, y hasta en programas de TV como Los Simpson o Viaje a las estrellas. Es también una de las mentes más poderosas en la astrofísica y la cosmología modernas. Y –si creemos los rumores– un fuerte candidato al premio Nobel, si sus predicciones de que los hoyos negros (concepto que él propuso junto con su colega Roger Penrose en 1965) no sólo absorben todo a su alrededor, sino que también puede emitir energía (la llamada “radiación de Hawking”, postulada en 1974), son confirmadas por los experimentos que se llevan a cabo en el Gran Colisionador de Hadrones del CERN, en Suiza.

Su libro Breve historia del tiempo ha vendido más de 9 millones de ejemplares. Su última frase (“…si descubrimos una teoría completa, […] sería el triunfo definitivo de la razón humana, porque entonces conoceríamos el pensamiento de Dios”) ha sido vista por muchos como una declaración de fe religiosa.

Quizá por eso ha resultado tan escandalosa su afirmación, contenida en su nuevo libro The grand design (“El gran diseño”) de que el universo no necesitó de un creador. “El big bang fue una consecuencia inevitable de las leyes de la física”, escribió. “Debido a que existe una ley de la gravedad, el universo puede crearse a sí mismo, y se creará, de la nada. […] No es necesario invocar a Dios para encender la mecha y echar a andar el universo”.

En realidad, Hawking siempre ha sido ateo, o al menos, agnóstico. Ha defendido, también, la superioridad de la ciencia frente a las explicaciones religiosas del mundo. “Hay una diferencia fundamental entre la religión, que se basa en la autoridad, [y] la ciencia, que se basa en la observación y la razón. La ciencia ganará, porque funciona”, declaró recientemente en una entrevista en TV.

Pero, ¿puede la ciencia realmente probar que no existe dios, o que éste no fue el Creador? Estrictamente, no. Pero sí puede ofrecer explicaciones más simples… y además comprensibles. Eso logró Darwin con la biología: mostró que no era necesario un creador sobrenatural para que surgiera la maravillosa diversidad de seres vivos. La cosmología moderna muestra lo mismo respecto al universo. Después de todo, ¿qué es más simple: postular que un ser todopoderoso se creó a sí mismo, y luego creó el universo, o ahorrarnos un paso y postular –con argumentos teóricos sólidos a favor– que el universo se creó espontáneamente?

Desde luego, las protestas y críticas de las autoridades religiosas no se hicieron esperar. El arzobispo de Canterbury, líder de la Iglesia Anglicana; el rabino jefe de Inglaterra; el arzobispo primado de la iglesia católica inglesa, y el presidente del Consejo Islámico de la Gran Bretaña. Al mismo tiempo, el prestigiado biólogo Richard Dawkins –quizá el ateo más famoso del mundo– se alegró de las declaraciones: “el darwinismo expulsó a Dios de la biología, pero en la física persistió la incertidumbre. Ahora, sin embargo, Hawking le ha asestado el golpe de gracia”.

Pero lo que los ateos defienden es simplemente su derecho, basado en buenas razones, a no creer. En su excelente libro El espejismo de dios, Dawkins critica a quienes, sin creer, se declaran tibiamente “agnósticos”, sólo porque no pueden probar que dios no existe… lo cual, por supuesto, es imposible. Pero basta con no creer en él, sin necesidad de probarlo, para ser ateo, con todo derecho. Desgraciadamente, muchos creyentes se proclaman ofendidos sólo porque alguien afirme públicamente su ateísmo.

Declaraciones como la de Hawking ayudan a que, poco a poco, la sociedad vaya aprendiendo a tolerar la visión naturalista del mundo, que prescinde de elementos sobrenaturales. ¡Y que funciona!

¡Mira!

El sábado 13 de noviembre se llevará a cabo, en la ciudad de México, el 1er Coloquio Mexicano de Ateísmo, con el lema “La fe no mueve montañas, la ciencia sí”, en el que este columnista participará como orador. ¡Participe!: www.ateosmexicanos.org


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miércoles, 1 de septiembre de 2010

El arma tectónica

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 1 de septiembre de 2010

“La naturaleza aborrece el vacío”, dicen que dijo Aristóteles. Pues resulta que la mente humana también, y si halla vacíos informativos –ignorancia, pues– tiende a llenarlos con todo tipo explicaciones, incluyendo teorías de conspiración.

Un ejemplo reciente lo mencionó la columnista de Milenio Diario Irene Selser el pasado 16 de agosto, al citar un texto, publicado también en Milenio, del “sociólogo y académico español experto en geopolítica”, Juan Agulló (8 de agosto) donde advierte sobre la posibilidad de que la marina estadounidense esté experimentando con “armas climáticas”. Cita como evidencia que “las últimas diez grandes catástrofes ‘naturales’ [comillas suyas], cinco han tenido lugar en países como Birmania, Pakistán, China, Irán y Afganistán cuyas relaciones con Estados Unidos no son fluidas”. “¿Casualidad?”, se pregunta, sospechosista.

Dejando aparte el hecho de que los terremotos no son fenómenos “climáticos”, el origen del rumor está en una nota difundida por la prensa oficialista de Venezuela, en la que el gobierno de Hugo Chávez informa que “un reporte de la Flota Rusa acusa a Estados Unidos y ‘una de sus armas de terremotos’ [comillas del original] de provocar el sismo del 12 de enero” en Haití.

El culpable sería un proyecto de la Marina y Fuerza Aérea estadounidense
s llamado HAARP, siglas en inglés del Programa de Investigación Activa de Alta Frecuencia de las Auroras. Se trata de un conjunto de 360 radiotransmisores y 180 antenas que cubre 14 hectáreas cerca de Gakona, Alaska, según un minucioso reportaje publicado en 2008 en la revista científica Nature.

Este “calentador ionosférico”, construido entre 1990 y 2007, envía ondas electromagnéticas de alta frecuencia a la ionósfera, capa externa de la atmósfera donde la radiación solar ioniza los átomos de oxígeno y nitrógeno, y causa –a veces– fenómenos luminosos como las auroras boreales. El objetivo expreso de HAARP es “estudiar las propiedades y comportamiento de la ionósfera, para comprenderla y utilizarla para mejorar los sistemas de comunicación y rastreo para fines tanto civiles como militares”. Esto podría servir para disminuir el daño a las telecomunicaciones que causan las tormentas solares y otras alteraciones de la ionósfera, mejorar la comunicación con submarinos (una de las metas originales del proyecto) e incluso explorar la composición mineral del subsuelo (y, de paso, mapear los complejos militares subterráneos de países enemigos).

El proyecto HAARP, que comenzó a funcionar al 100% en 2008, ha conseguido avances como producir una aurora artificial (logro que ya antes había sido alcanzado por una instalación similar en Escandinavia). A partir de esto, se han desatado rumores fuera de toda proporción: de acuerdo con las páginas web conspiratorias más extremas, HAARP podría bloquear las radiocomunicaciones en grandes áreas, destruir misiles enemigos, modificar el clima al calentar capas específicas de la atmósfera, alterar su composición, y manipular y “perturbar los procesos mentales humanos”, para “mermar el desempeño cerebral de grandes poblaciones en regiones específicas”.

En realidad, es imposible que una antena de alta frecuencia como HAARP cause alteraciones climáticas, y mucho menos terremotos, que se deben al movimiento de las placas tectónicas sólidas que flotan sobre el magma fluido del manto terrestre. No hay manera, hasta ahora, de que el ser humano pueda influir en fenómenos de tal magnitud. (Del control mental no vale la pena ni hablar.)

Pero el mundo de las teorías conspirativas es muy grande… tanto como la falta de cultura científica. No sólo en el tercer mundo, sino también entre los ciudadanos de países avanzados. Ante esto, los medios -y los gobernantes- debemos esforzarnos por verificar mejor nuestras fuentes, para no dar validez a rumores sin fundamento.

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miércoles, 25 de agosto de 2010

¿En serio, "el Maligno"?

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 25 de agosto de 2010

Yo, que estaba tan indignado por la abierta actitud discriminatoria de la jerarquía católica mexicana –expresada en las agresivas opiniones de Norberto Rivera, Juan Sandoval Íñiguez, Hugo Valdemar y otros desvergonzados– ante los derechos de las minorías sexuales al matrimonio y la adopción, ahora ya no entiendo nada.

Su utilización de argumentos supuestamente “científicos” (en realidad, datos falsos o bien sesgados y manipulados para hacerlos coincidir con sus prejuicios, y ciertamente no avalados por la comunidad científica) para justificar lo que, dejándonos de tonterías, es simple y llanamente discriminación, me parecía hipócrita y malintencionada.

Pero hete aquí que me entero de que del 17 al 19 de agosto se llevó a cabo en la ciudad de México el Congreso de Exorcistas 2010 (!), organizado por la Coordinación General de Exorcistas de la Arquidiócesis de México, con la presencia del exorcista jefe del Vaticano, Gabriele Nanni, autor del libro “El dedo de Dios y el poder de Lucifer” (!!), y el vicepresidente de la Asociación Internacional de Exorcistas, Ernesto María Caro. Participaron también psiquiatras y especialistas en ciencias biológicas, “para aclarar las diferencias entre las enfermedades mentales y la posesión demoniaca” (!!!).

Boquiabierto, me entero de que Hugo Valdemar, el cínico vocero de la Arquidiócesis de México, afirma que “Para la Iglesia es una realidad la existencia del maligno”, de quien “los diputados y gobernantes se han vuelto un instrumento (…) al aprobar leyes que generan el desorden moral y lesionan a la sociedad (…) como [la que despenaliza] el aborto y las uniones entre personas del mismo sexo”. También de que “La iglesia da cursos de exorcismo”. Y de que Pedro Mendoza Pantoja, coordinador de exorcistas de la Arquidiócesis, opina que “es necesario que (…) en cada diócesis (…) haya por lo menos un exorcista”.

¿En serio? ¿De veras, en pleno siglo XXI, esta institución que pretende orientar la conducta de sus feligreses, estos individuos que se atreven a acusar de corruptas a las autoridades del DF y a la Suprema Corte, siguen creyendo, literalmente, que el diablo existe, y lo usan como excusa para discriminar e incitar al odio?

Si es así, quizá estaba yo equivocado: tal vez no se trataba de mala leche, de odio a lo diferente, de intolerancia. Más bien es, de plano, ignorancia y estupidez.

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miércoles, 18 de agosto de 2010

Derechos y rabietas

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 18 de agosto de 2010

La acertada y necesaria decisión de la Suprema Corte de declarar constitucionales los plenos derechos ciudadanos de las personas no heterosexuales (matrimonio y adopción incluidos; no hay ciudadanos de segunda) ha provocado las respuestas más rabiosas de quienes, ya faltos de argumentos, insisten en oponerse, dogmáticamente, a la igualdad.

La majadería del arzobispo de Guadalajara, Juan Sandoval Íñiguez (“¿les gustaría que los adopten [sic.] una pareja de maricones?”), secundada por el arzobispo primado de México, Norberto Rivera (que ha sido acusado de proteger a curas pederastas) y su zafio y soberbio vocero, Hugo Valdemar (“[esas] leyes… dañan más que el narcotráfico”) muestran la verdadera cara de la oposición eclesiástica a los derechos de las minorías sexuales.

Los opositores a la nueva ley recurrieron, antes de caer en la descalificación y el insulto, a argumentos como “el bienestar de los menores”, una imaginaria “ley natural” que condena la homosexualidad, y el supuesto daño que la aprobación de los matrimonios homoparentales causan “a la institución del matrimonio”.

Afortunadamente, la ciencia puede contribuir al debate con datos confiables. Hay evidencia de que los hijos criados por matrimonios homosexuales no presentan problemas especiales (a pesar de que un tal “Instituto Mexicano de Orientación Sexual”, sospechosamente creado en 2010 (probablemente una fachada de la ultraconservadora organización católica “Courage Latino”, subsidiaria de “Courage International), ofrezca pretendida evidencia “científica” que coincide en todo con los prejuicios promovidos por la iglesia católica respecto a las minorías sexuales). Hay datos incontrovertibles de que la homosexualidad –a diferencia del celibato– es un fenómeno natural, presente en todo el reino animal. Sabemos que no existe tal cosa como una “ley natural”, eufemismo para referirse a las leyes divinas, inaceptables en un estado laico. Y por supuesto, nunca se ha podido explicar exactamente en qué “daña” al matrimonio reconocerlo como una institución socialmente construida, y por tanto diversa y cambiante.

Preocupa, eso sí, que los jerarcas de la iglesia hagan declaraciones que, además de incorrectas y temerarias, violan la ley. Como expresó ayer magistralmente Roberto Blancarte en su columna, con sus declaraciones Sandoval Íñiguez “ya alcanzó el límite tolerable en sus afirmaciones dolosas, las cuales pueden clasificarse como calumnia y por lo tanto penadas por la ley”.

La libertad religiosa tiene límites, por buenas razones, fundadas en los conflictos religiosos por los que ha transitado nuestra nación. No se puede permitir que la lucha por la igualdad de derechos, basada en conocimiento confiable, sea bloqueada por los prejuicios, religiosos o de cualquier otro tipo.


¡Mira!

Es una lástima que un periódico como el “nuevo” Excélsior censure a una colaboradora que llevaba cinco años escribiendo una excelente columna inteligente y divertida sólo porque se atreve a criticar (y pitorrearse) de un personaje como Norberto Rivera. Puede leer el ofensivo texto en: http://elhilonegroescribe.tumblr.com.

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