miércoles, 16 de octubre de 2013

Mentes brillantes

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 16 de octubre de 2013

El evento fue
patrocinado por la UNAM.
El rector Narro lo inauguró.
La semana pasada tuve oportunidad de asistir, gracias a la amable invitación de sus organizadores, al evento denominado Universal Thinking Forum: un encuentro con 21 invitados internacionales que expusieron ante un público sus “ideas para cambiar al mundo” en un formato de 21 minutos, mas un debate-discusión, en un escenario de 360 grados, a lo largo de dos días.

Es la primera vez que el evento se organiza fuera de España. Los ponentes se repartieron en seis temas: Educar es libertad, La libertad en peligro, La revolución tecnológica, Ideas para cambiar el mundo, Viviremos 1000 años y La búsqueda de la felicidad.

Como fui invitado en mi calidad de bloguero de ciencia, me concentré más en los ponentes que tocaron temas tecnocientíficos. Entre ellos hubo varios de gran calidad, como el doctor Alfredo Quiñones Hinojosa, neurocirujano mexicano que llegó a Estados Unidos como indocumentado; el premio Nobel Mario Molina, el físico mexicano Miguel Alcubierre, que desarrolló la teoría del viaje por encima de la velocidad de la luz, o el periodista científico español Pere Estupinyà, autor de varios excelentes libros, entre otros.

Llamó especialmente mi atención la exposición del científico colombiano Manuel Elkin Patarroyo, creador de la primera vacuna contra la malaria (y luego la donó a la OMS) y que ahora desarrolla una segunda versión que espera tenga mayor efectividad. El detalle con el que la produjo es asombroso. Se trata de una vacuna “sintética”, pues no se obtuvo por los métodos tradicionales, usando al plasmodio que causa la malaria, sino estudiando la estructura química detallada de las proteínas de este parásito, que causa hasta 2.7 millones de muertes al año en todo el mundo, y luego reconstruyéndolas químicamente para identificar a las que sirvieran para producir una respuesta inmunitaria protectora. Si la nueva vacuna funciona, un nuevo premio Nobel podría estar en camino para Colombia.

Entre otros invitados prestigiados estuvieron el filósofo Fernando Savater (a quien admiro profundamente) y el respetadísimo juez Baltazar Garzón, ambos españoles; la bloguera cubana y activista por la libertad de los medios Yoani Sánchez, que siempre levanta polémica, y el violinista estadounidense Robert Gupta, con su programa de ayuda a poblaciones desprotegidas a partir de la música.

No puedo evitar decir que, como científico, me sorprendió un poco ver que algunos invitados iban más bien a promover productos (redes sociales, sistemas de autosuperación), y que otros de plano promovían ideas esotéricas o seudocientíficas, que chocan directamente con la visión confiable y verificable que la ciencia nos da del mundo.

Desearía que eventos del nivel –y el precio– de éste (o como La ciudad de las ideas, o las famosas Conferencias TED en internet), así como otros espacios radiofónicos (Martha Debayle, Fernanda Familiar, para mencionar a dos de las más populares) o televisivos en que lo mismo se presentan investigadores serios que charlatanes seudocientíficos o místicos trasnochados, tuvieran un mayor control de la calidad de las ideas que difunden. Pero quizá sea sólo mi sesgo profesional: después de todo, no se trataba de un evento de ciencia, sino de ideas diversas.

Y aunque yo hubiera preferido no mezclar comida chatarra con el selecto menú de ideas gourmet que ofrecieron los invitados que mencioné, lo que no se puede negar es que Universal Thinking Forum prometía ideas estimulantes, y sin duda así lo cumplió.

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miércoles, 9 de octubre de 2013

El Nobel de las burbujas

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 9 de octubre de 2013

Como cada año, el tema de la semana Nobel se impone. Como el de química aún no se anuncia al escribir estas líneas, y del bosón de Higgs ya se ha hablado mucho, tengo la excusa perfecta para centrarme en el de medicina, ganado por James Rothman, Randy Shekman y Thomas Südhof (los primeros dos estadounidenses, el tercero alemán nacionalizado en ese país).

El texto del Comité Nobel afirma que el galardón se les concedió “por sus descubrimientos de la maquinaria que regula el tráfico de vesículas, un importante sistema de transporte en nuestras células”.

¿Tráfico de vesículas? Comencemos por el principio.

Las células no son globos llenos de agua (o de “protoplasma”, como le enseñaban a nuestros abuelos), con un núcleo y algunas otras menudencias (organelos) nadando por ahí.

Son complejísimos sistemas moleculares en disolución acuosa, rodeados por una membrana grasosa formada por dos capas de moléculas. Esta membrana es muy similar a una burbuja de jabón, sólo que al revés: la burbuja de jabón es una delgada capa de agua entre dos capas de moléculas grasosas (el jabón). La membrana celular es una capa doble de moléculas tipo jabón (llamadas “fosfolípidos”), con agua por fuera y por dentro (el interior celular). Como las burbujas, las membranas biológicas tienen la propiedad de ser muy flexibles y poderse fundir unas con otras, para formar burbujas mayores (o, inversamente, de dividirse para formar dos burbujas menores).

Pero el interior de la célula no es un simple caldo caótico y desordenado. Ocurren ahí numerosísimas reacciones químicas controladas delicadamente por proteínas llamadas enzimas, siguiendo las instrucciones de los genes del núcleo. Y muchas de esas reacciones producen sustancias necesarias dentro de la propia célula (proteínas, carbohidratos, componentes de organelos celulares), o bien que son exportadas al exterior para ser transportadas (normalmente a través de la sangre) a otras partes del organismo donde se requieren.

En muchos casos, estas moléculas que se fabrican en la célula son almacenadas en pequeñas burbujas rodeadas por una membrana (como una pequeña célula dentro de la célula). Son las famosas vesículas que ganaron el premio Nobel.

Las vesículas son como contenedores dentro de los cuales los productos de la fábrica celular son transportados de un lado a otro. Para ello, las membranas que rodean a las vesículas cuentan con proteínas que sirven como marcadores. Son como cerraduras moleculares que, cuando hacen contacto con la llave correcta, permiten que la vesícula se funda con otra membrana dentro de la célula (por ejemplo, de un organelo como el aparato de Golgi) y vacíe ahí su contenido.

Cuando lo que transporta la vesícula es un producto de exportación, el sistema de señales la conduce a la membrana celular. Al fundirse con ella, libera su contenido al exterior. Es lo que sucede con las hormonas como la insulina, que circulan en la sangre, o los neurotransmisores, que pasan de una neurona a otra a través de la sinapsis para permitir que el impulso nervioso siga su camino.

Éste fue el mecanismo que descifraron los galardonados. Rothman descubrió qué moléculas son los marcadores de entrega; Schekman identificó los genes que controlan su fabricación, y Südhof elucidó el mecanismo de fusión de las vesículas de los neurotransmisores en las neuronas. Este conocimiento probablemente permitirá combatir enfermedades relacionadas con hormonas, como la diabetes, con el sistema nervioso, como el mal de Parkinson o el de Alzheimer, o con el sistema inmunitario (pues los anticuerpos y otras sustancias que controlan la inmunidad también ser liberan de vesículas intracelulares).

Como dicen los tres premiados, la ciencia básica, siempre tan poco apreciada, además de permitirnos entender los mecanismos de la naturaleza, resulta ser siempre la clave de los descubrimientos que nos cambian la vida. Enhorabuena.

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miércoles, 2 de octubre de 2013

La chica que no tenía vagina

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 2 de octubre de 2013

Ser mujer y carecer de vagina puede ser un problema. Las causas pueden ser diversas: haber nacido con una alteración congénita que impidiera que este órgano sexual se formara correctamente (agénesis vaginal), o bien ser una persona transgénero que nació con genitales masculinos pero que tiene una identidad psicosexual femenina.

Durante siglos una situación así no hubiera tenido solución, pero los avances en cirugía desarrollados durante los siglos XIX y XX hicieron posible que, a mediados del siglo pasado, las operaciones de reconstrucción genital, así como las de reasignación sexual (o cambio de sexo), se volvieran no sólo posibles, sino relativamente comunes. Y lo más importante, seguras y efectivas.

Sin embargo, hasta hace poco dependían necesariamente de la sorprendente flexibilidad del cuerpo humano, que permite hacer cirugías para moldear los tejidos y literalmente construir nuevos órganos a partir de los existentes, a veces sólo cortando y suturando, en una especie de creativo origami, a veces trasplantando tejidos de una parte del cuerpo a otra. Para crear una “neovagina”, una de las técnicas más socorridas hasta ahora es usar un fragmento del colon para formar la mucosa que recubrirá una cavidad vaginal creada quirúrgicamente. También se puede usar mucosa oral o, para el caso de mujeres transexuales (de hombre a mujer), la técnica conocida como “inversión peneana”, en que el órgano sexual masculino es remodelado para formar la cavidad vaginal, conservando sus conexiones nerviosas y vasculares (y en la que parte del tejido del glande es aprovechado para formar el clítoris).

Sin embargo, los avances más recientes van más allá. A partir del cultivo de células humanas in vitro, desarrollado en el siglo pasado, hoy es posible no sólo cultivar tejidos, sino lograr que crezcan sobre moldes artificiales u orgánicos para formar órganos simples, en lo que se conoce como “ingeniería de tejidos”.

Ya hemos comentado en este espacio logros como hacer vejigas o corazones artificiales (todavía en estado experimental) utilizando las células del mismo paciente, que podrán usarse para trasplantes y disminuir así las posibilidades de rechazo. Pero es un orgullo saber que, según informa un boletín de la agencia Investigación y Desarrollo, las investigadoras mexicanas Esther López-Bayghen, del Departamento de Genética y Biología Molecular del Centro de Investigación y Estudios Avanzados (CINVESTAV) y Atlántida Raya Rivera, del Hospital Infantil de México, han desarrollado la técnica para cultivar tejidos para formar vaginas y vejigas para implantar en pacientes que las requieren debido a malformaciones congénitas. Y las están implantando con  éxito en pacientes.

Por supuesto, los implantes requieren luego una terapia para permitir que se desarrollen y mantengan su forma. Los órganos resulta
n completamente funcionales, aunque en el caso de las vaginas implantadas a niñas que carecían de ella –condición que se presenta en aproximadamente una de cada 10 mil casos– no está claro cómo funcionarán cuando las pacientes inicien su vida sexual.

El CINVESTAV ha sido pionero, ya desde hace tiempo, en el cultivo de células de piel para tratar a pacientes quemados. Hoy muestra que, mientras esperamos a que la promesa del uso de células madre para crear órganos de repuesto se vuelva una realidad, técnicas mucho más sencillas –relativamente– pueden ayudar a numerosos pacientes a tener vidas más plenas y felices.

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miércoles, 25 de septiembre de 2013

¡Ay, dolor..!


Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 25 de septiembre de 2013

Hay cosas reales, y las hay imaginarias. Las rocas, animales, personas y autos son reales. Los fantasmas y dioses, el karma, las maldiciones y los milagros, no.

Pero otras cosas no caben cómodamente en esta dicotomía simple. ¿Son reales los sueños? ¿Las creencias? ¿Los deseos? (¿Puede uno “creer” que se siente triste, sin que sea cierto?) ¿Es real la imagen de una oveja rosa que puedo evocar en mi mente en este instante? Desde una perspectiva simplista, tenderíamos a decir que no son reales, pues están “en nuestra mente”. Pero, ¿quiere eso decir que, simplemente, no existen?

En el número de septiembre de la revista de ciencia ¿Cómo ves?, que publica la UNAM, aparece un interesante artículo de Ulises Solís en el que relata el famoso caso de Emily Rosa, una niña de 9 años de Colorado, EU, que en 1998 demostró, con un experimento en la feria de ciencias de su escuela, que el famoso “toque terapéutico” es una farsa. Sus pretendidos efectos curativos no son reales: están sólo en nuestra mente.

El toque terapéutico se basa en la supuesta existencia de un “campo de energía humano” que al alterarse causa enfermedades, y que puede corregirse “manipulándolo” al mover las manos sobre el cuerpo, sin tocarlo (el reiki y otras seudoterapias esotéricas se basan en la misma idea). Emily consiguió que varios expertos “terapeutas” colaboraran poniendo sus manos con las palmas hacia arriba a través de una pantalla de cartón. Del otro lado, Emily –a la que no podían ver– ponía su propia mano encima de una de las manos del terapeuta, sin tocarla. El terapeuta tenía que adivinar (“detectando” el campo de energía) sobre cuál de sus manos, izquierda o derecha, estaba la de Emily. Los “expertos” no acertaron mejor que si hubieran adivinado al azar (de hecho, peor: acertaron en el 44% de las veces, en vez del 50% esperado). El campo de energía no existe.

El estudio de Emily fue publicado en el Journal of the American Medical Association, convirtiéndola en la persona más joven que jamás haya publicado en una revista científica arbitrada.

Aun así, mucha gente en el mundo sigue creyendo en el toque terapéutico y demás tratamientos fantásticos, sobre todo para combatir el dolor y otros malestares, a pesar de ser comprobadamente inútiles en estudios clínicos controlados. Quizá esto se deba a que el dolor no es un fenómeno objetivo, sino subjetivo. Como el sabor, no es algo que se pueda medir con un aparato, sino una experiencia que tiene un sujeto, como resultado de la forma en que su cerebro procesa la información que recibe de sus sentidos.

No es que el dolor no exista o sea “imaginario”. Pero tampoco es algo físico, que pueda aislarse, pesarse o medirse. Para estudiarlo, dependemos de la experiencia subjetiva que reporten quienes lo padecen. Y esa experiencia puede ser influida por la manipulaciones del toque terapéutico y otras “medicinas alternativas”. Hay medicamentos y terapias que pueden reducir, reproduciblemente, el dolor. Otros sólo nos hacen creer que lo reducen.

El tema es complejo. Sabemos que el efecto placebo existe. Sabemos también que el dolor existe. Pero también sabemos, más allá de toda duda, que no hay ningún “campo de bioenergía” que cause enfermedades y se pueda corregir acariciando el aire. Vender eso como terapia médica es, realmente, un fraude.

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miércoles, 18 de septiembre de 2013

La ouija del diablo

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 18 de septiembre de 2013

Para quienes sean lectores regulares de esta columna/blog (¡gracias!), el tema del llamado “detector molecular” GT200, alias ouija del diablo, no resultará extraño.

Se trata de uno de los más monumentales fraudes seudocientíficos a nivel mundial, y que en nuestro país implicó el gasto inútil de millones de pesos, la puesta en riesgo de civiles y fuerzas armadas en la lucha contra la violencia y el narcotráfico, y el vulnerar los derechos humanos de numerosas personas acusadas con base en este inútil juguete. No repetiré aquí por qué no sólo se ha comprobado que no funciona, sino que no podría funcionar, pues no hay principios científicos que lo sustenten (además de que está totalmente hueco: carece de cualquier componente mecánico o electrónico). Afortunadamente, su fabricante ya ha sido enjuiciado y condenado en Inglaterra, el asunto ha llegado a los medios mexicanos y se están y tomando medidas para que deje de utilizarse (y, con suerte, para que los responsables rindan cuentas).

Hoy quiero celebrar que, si quiere usted conocer la historia en detalle, con todos sus increíbles recovecos y truculencias, puede hacerlo a través de la magnífica y rigurosa crónica que hace el actuario (orgullosamente UNAM), maestro en demografía y divulgador científico Carlos Galindo en su recién publicado libro La ouija del diablo: crónica de un fraude en la guerra contra el narco y otros fragmentos de ciencia (Ediciones B, 2013, que debe ya estar a la venta en librerías).

Galindo, poseedor de una pluma clara, precisa y sobre todo muy amena, nos narra paso a paso la historia de cómo esta estafa pudo penetrar a las fuerzas armadas de nuestro país (¡y de muchos otros!), sin que nadie hiciera caso a las pocas voces críticas que intentaban dar la voz de alerta (Carlos me hace el honor de incluirme entre éstas).

Pero no sólo eso: fiel a su convicción –que compartimos todos los que nos dedicamos a compartir la ciencia con el gran público– de que sólo convirtiendo la cultura científica en cultura popular puede lograrse que nuestros ciudadanos valoren, aprovechen y disfruten de la visión del mundo que nos ofrece la ciencia, Galindo aprovecha el resto de su libro para cronicar otras grandes historias científicas, donde aborda y entreteje temas tan diversos como el futbol y los tiros con chanfle, la influenza, el racismo, la evolución, la vida personal de Einstein, la expedición científica mexicana que viajó a Japón para observar el tránsito de Venus frente al Sol en 1874, el amor, la migración y la sensualidad del son cubano, entre otros.

Es un placer hallar un autor mexicano capaz de contar la ciencia de manera tan sabrosa e interesante. Seguramente, cuando lo lea, coincidirá usted conmigo.

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miércoles, 11 de septiembre de 2013

Twitter, we have a problem!

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 11 de septiembre de 2013

La ciencia y la tecnología no sólo nos revelan cosas nuevas sobre el universo y nos dan herramientas para hacer cosas que antes parecían imposibles (curar infecciones, volar, comunicarnos a distancia instantáneamente…). También modifican decisiva y tajantemente la forma en que vivimos la vida, como individuos y como sociedad.

Basta pensar en invenciones como el fuego o la agricultura, la escritura o la imprenta, el motor de combustión interna o la píldora anticonceptiva. Cada una transformó por completo la vida personal y las relaciones sociales. Cada una nos cambió el mundo.

La revolución de hoy es la de las computadoras, internet y las redes sociales. Como las anteriores, es una fuerza que está modificando dramáticamente la manera en como actuamos y nos relacionamos. Y como ocurrió en su momento con las anteriores, todavía no sabemos manejarla por completo: está creando nuevos retos y generando nuevos problemas. Basta con ver, por ejemplo, que según ciertas fuentes el número de divorcios provocado por información imprudente o involuntariamente publicada en Facebook podría estar superando la cifra ya alarmante de los producidos por mensajitos de teléfono celular (SMS) vistos por quien no debía.

Desde el lunes pasado, en nuestro país, ha causado polémica el caso #Grimaldo, como se ha llegado a identificar lo ocurrido con la maestra Idalia Hernández Ramos, del Centro de Bachillerato Tecnológico Industrial y de Servicios (CBTIS) 103, de Ciudad Madero, Tamaulipas, quien fue insultada a través de Twitter por la alumna Marina González. La maestra, al enterarse, decidió dar una clase sobre el tema de la agresión en las redes sociales y los derechos personales, y pidió que la misma fuera grabada. Pero al reprochar a la adolescente por la agresión, así como a su compañero Omar Alejandro Grimaldo Toscano, quien compartió (retuiteó) el mensaje, la profesora perdió el control y terminó amenazando y humillando a ambos alumnos. El video fue subido a internet y en cuestión de horas se difundió viralmente.

Hay quien se pone del lado de la maestra; otros la condenan por abusar de sus alumnos. El resultado hasta el momento es que la profesora fue retirada de su clase y transferida a labores administrativas; Grimaldo (cuyo apellido poco común lo ha hecho famoso) fue dado de baja, al descubrirse que tenía un número excesivo de materias reprobadas. Y Marina fue suspendida.

El caso ejemplifica a la perfección el poder y el peligro de las redes sociales. La posibilidad de expresar instantáneamente nuestras ideas, y la facilidad, velocidad e inusitada amplitud con que se pueden difundir hace que internet pueda causar verdaderas desgracias (divorcios, expulsiones, despidos y hasta suicidios) antes de que quien publicó la información se dé cuenta siquiera de lo que está pasando.

En un documental reciente, la cineasta inglesa Beevan Kidron exploró la influencia que el acceso constante e instantáneo a internet, a través de los “teléfonos inteligentes”, tiene sobre los adolescentes. Halló casos de adicción a sitios pornográficos, de degradación sexual a cambio de un teléfono celular, de un joven que perdió su lugar en la Universidad de Oxford por su adicción a los videojuegos… Kidron propone que urge estudiar los problemas que está creado la casi total libertad que predomina en internet, y la necesidad, quizá, de establecer nuevas reglas y cambios culturales para poder manejar, como sociedad, esta nueva y poderosísima herramienta que está hoy al alcance de cualquiera… a veces con consecuencias dañinas.

El problema con las redes sociales es que son lo más parecido que hay a la telepatía. Podemos comunicar instantáneamente lo que pensamos, muchas veces antes de tener tiempo de reflexionarlo. Y como bien han mostrado los escritores de ciencia ficción, la telepatía puede convertirse en una maldición. ¿Quién no tiene una anécdota de un pequeño o gran problema causado por un correo electrónico, mensajito, tuit o foto en Facebook? Si no aprendemos a manejar mejor la red, podremos terminar como el hoy famoso Grimaldo, satirizado en “memes” (fotos humorísticas que se difunden en las redes sociales) que dicen cosas como “Pero maestra, ¡yo sólo le dí retweet!”.

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miércoles, 4 de septiembre de 2013

¡Terremoto!

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 4 de septiembre de 2013

Hablábamos, la semana pasada, de nuestra preocupante tendencia a creer en tonterías. Pues bien: como yo andaba fuera del país, no me enteré de una más de estas ideas huecas, pero muy contagiosas, que circuló por nuestro país –sobre todo en las redes sociales– hace unas dos semanas.

Se trata de una carta dirigida al presidente Enrique Peña Nieto y publicada el 15 de agosto en un blog perteneciente a un tal Ing. Gabriel Curiel Flores, donde “predice”, con “98% de probabilidad”, que próximamente –entre la fecha de publicación y diciembre de 2013– ocurrirá un sismo de entre 8.2 y 8.5 grados de magnitud, con epicentro entre los estados de Guerrero y Oaxaca, que podría resultar desastroso para la Ciudad de México.

Curiel pide al presidente tomar medidas como detener el reactor de Laguna Verde (que no está en Guerrero, Oaxaca ni la Ciudad de México), evacuar, con ayuda del ejército si es necesario, edificios viejos o dañados en el DF para luego demolerlos, reubicar a enfermos en hospitales y pedir (¡de antemano!) recursos internacionales para enfrentar el desastre.

Aunque la carta de Curiel no pareció causar mayor alarma ni tener repercusión en los medios serios ni en el gobierno, sí causó inquietud y polémica en internet. ¿Por qué es absurda?

El conocimiento científico actual sobre los sismos es que son causados por los movimientos de las placas tectónicas que forman la corteza terrestre. Éstas son más delgadas, en comparación, que la cáscara de un huevo. Pero la cáscara del huevo terrestre está además fragmentada, y los pedazos –las placas– flotan sobre el manto líquido, formado por magma, que está en continuo movimiento debido a la circulación del calor proveniente del interior de la Tierra. El lentísimo movimiento de las placas tectónicas ha causado los cambios en la forma y posición de los continentes; recordemos que hace millones de años formaban una única masa continental conocida como Pangea. La mayoría de los sismos (otros son debidos a la actividad volcánica) son producto de la fricción entre placas contiguas al desplazarse.

La supuesta predicción de Curiel se basa en su “Teoría de las Fuerzas Gravitacionales”, que al parecer combina la concepción cíclica del tiempo de los antiguos mayas (“Mi trabajo […] tiene parte de su fundamento en los cálculos estrictamente astronómicos [científicos] de la cultura maya, y de su forma cíclica de medir el tiempo”, aclara en su blog) con la idea de que “la variación de las fuerzas gravitacionales del Sistema Solar (…) actúan sobre la Tierra” y producen los sismos. Según Curiel, los sismos se presentan en ciclos predecibles.

Como prueba de lo correcto de su “teoría”, Curiel cita el hecho de que en múltiples ocasiones ha predicho sismos en distintos lugares y fechas. Normalmente no acierta ni en uno ni otro dato, ni en las magnitudes (predice sismos de 7 grados o más y ocurren algunos de entre 4 y 5). Como todos los días ocurren multitud de pequeños “microsismos”, y como en zonas sísmicas son también frecuentes y normales los sismos de baja magnitud, siempre es posible decir que se acertó en una “predicción”… si se es lo suficientemente impreciso.

En realidad, Curiel –quien dice tener estudios de Ingeniería Civil en la Universidad Autónoma de Guadalajara (no aclara si se tituló)– no es más que uno más de los muchos charlatanes seudocientíficos que abundan en todo el mundo. La atracción gravitacional no varía cíclicamente. La concepción maya del tiempo cíclico es sólo una tradición religiosa. Y la predicción de sismos, aunque periódicamente resurge –en 2012 unos “investigadores de San Petersburgo, Florida” advirtieron de otro sismo en la Ciudad de México, concretamente para el 22 de marzo– sigue siendo una ilusión científica.

En 2009, en L’Aquila, Italia, un terrible sismo causó unas 300 muertes y múltiples destrozos. En octubre de 2012 seis italianos expertos en sismos fueron condenados a seis años de cárcel ¡por no haberlo predicho! La protesta internacional fue unánime ante este absurdo. Curiel tiene suerte de que en nuestro país los charlatanes como él no sean acusados de lo contrario: difundir rumores seudocientíficos que podrían causar pánico en la población.

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miércoles, 28 de agosto de 2013

La creencia en tonterías

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 28 de agosto de 2013

Recientemente tuve la oportunidad de dar algunas charlas e impartir un curso de divulgación científica en Costa Rica. Uno de los temas que salieron a relucir fue qué temas pueden considerarse “ciencia” y cuáles no. En particular, ¿cómo se decide si algo es o no ciencia?

Por ejemplo, ¿son científicos quienes afirman que existen extraterrestres que visitan la Tierra en naves espaciales (ovnis)? ¿Es científica la idea de que el virus del sida no existe, que es un engaño para vender medicamentos caros? ¿Afirma la ciencia que realmente hay un cambio climático global, y que es causado por la actividad humana? ¿Se ha comprobado científicamente que el consumo de vegetales transgénicos daña la salud?

Cada uno de estos temas, algunos más y otros menos, está abierto a debate. En algunos (los dos primeros) existe ya una opinión ampliamente compartida por los expertos en el campo (la ciencia rechaza ambas ideas); en otros (los dos últimos), las opiniones de los especialistas están todavía divididas, aunque el consenso sobre el cambio climático es casi total.

Mi respuesta ante la pregunta de cuál debe ser la postura de un comunicador profesional ante temas polémicos como éstos es sencilla: lo más sensato y responsable es atenerse, precisamente, al consenso científico actual.

La ciencia no es una actividad monolítica, y siempre hay diversidad de opiniones. Tampoco es siempre claro dónde están los límites del conocimiento científico aceptado y dónde empiezan las ideas científicas pero equivocadas, las seudociencias y las simples supersticiones. A veces una idea que se consideraba seudocientífica acaba siendo aceptada, conforme se acumula más evidencia y se construyen argumentos más convincentes y más lógicamente coherentes. (Otras veces ocurre lo contrario: una teoría científica pierde apoyo y termina siendo defendida sólo por un grupo de obstinados que quedan fuera de la comunidad científica: pasan a ser seudocientíficos.) Pero mientras esto no ocurra, una idea que no sea aceptada por la mayoría de la comunidad científica relevante no puede ser considerada como ciencia legítima.

Lo curioso, y a veces preocupante, es que existe una marcada tendencia a creer en este tipo de ideas absurdas, en ausencia de evidencia convincente y a veces contra las opiniones bien informadas. Y esto incluye a gobiernos, funcionarios e instituciones.

El reciente caso del fraudulento “detector molecular” GT200, que luego de varios años de ser denunciado por fin llegó a las primeras planas de los medios mexicanos es un ejemplo. Este supuesto artefacto de alta tecnología carecía de todo componente electrónico –está completamente hueco– y su pretendido funcionamiento contradice cualquier principio físico conocido.

En un reciente artículo en la revista Scientific American Mind (septiembre-octubre 2013), Sander van der Linden describe algunas de las características de las personas que tienden a creer en teorías de conspiración. Entre otras, que creer en una idea seudocientífica facilita que crean en otras; que suelen hallar conexiones entre distintas “conspiraciones”; que son capaces de sostener sin problemas ideas que se contradicen entre sí; que creen en las conspiraciones no tanto con base en la evidencia, sino porque mantienen otras ideas más generales, como la desconfianza hacia la autoridad. Y, finalmente, que tienden a rechazar conclusiones científicas importantes.

Quizá esto pueda ayudar a entender por qué tantas autoridades mexicanas –y de otros países– pudieron creer en un aparato casi mágico, sin someterlo a prueba, aceptando sólo la palabra de quienes lo vendían, y luego se obstinaron en seguirlo usando y defendieron su utilidad, contra de la evidencia y los argumentos
presentados. Y por qué tantos comunicadores se rehusaron, hasta ahora, a investigar el caso y difundirlo ampliamente.

Hoy por fin el caso ha salido ampliamente a la luz; el gobierno de Colima planea demandar al fabricante del aparato (ya condenado en Inglaterra). Pero las fuerzas armadas que lo utilizan, y que enviaron a varias personas a la cárcel con base en su uso, aún no se pronuncian al respecto.

Sí: la gente a veces se obstina en creer en cosas muy tontas.

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miércoles, 21 de agosto de 2013

El caso del anestesista contagioso

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 21 de agosto de 2013

La epidemiología es una rama médica que a veces proporciona relatos dignos de una novela o un programa de televisión.

En febrero de 1998, en Valencia, España, el Departamento de Salud detectó, en pacientes sometidos a cirugía en un hospital privado local, un brote de hepatitis C, infección causada por un virus que se transmite por la sangre (por ejemplo en transfusiones –aunque esto se evita actualmente mediante el adecuado control médico de la sangre– o por compartir jeringas entre drogadictos). Al investigar, lograron relacionar una gran parte de los casos con una persona: un anestesista que trabajaba en dicho hospital, así como en una clínica cercana.

Buscando más posibles pacientes, entre 66 mil operados en los dos hospitales, se identificó a 322 de ellos que habían sido infectados durante un periodo de más de diez años. Todos habían sido tratados por el mismo anestesista, que al parecer se había estado inyectando los analgésicos y anestésicos que luego administraría a sus pacientes, con las mismas jeringas.

¿Caso cerrado? No es tan sencillo.

La corte decidió recurrir a un grupo de expertos en genética médica y evolución molecular, encabezado por Fernando González Candelas, de la Universidad de Valencia, para ayudar a responder varias preguntas: si el acusado era realmente responsable de las infecciones, cuántos de los 322 pacientes fueron de hecho infectados por él, cuándo había ocurrido cada infección y cuándo se había infectado el acusado.

Normalmente las técnicas genéticas se usan en juicios en que hay que determinar la identidad de una persona a partir de una muestra de semen o sangre, por ejemplo en un asesinato o violación, o establecer el parentesco entre dos personas, como ocurre en disputas por paternidad. Para ello se utilizan las llamadas “huellas digitales de ADN”, comparan ciertas regiones de la información genética de una persona que son especialmente variables entre individuos. Se puede hacer así una identificación con alta confiabilidad.

En el caso de Valencia, en cambio, se necesitó reconstruir la evolución del virus de la hepatitis C durante el brote epidémico. Este virus, como el del sida, tiene un genoma de ácido ribonucleico (ARN) y con cada ciclo de reproducción sufre mutaciones. Como consecuencia, evoluciona muy rápidamente. Los expertos tuvieron que estudiar los genomas de los virus de cada paciente y reconstruir su posible evolución –en algunos casos a lo largo de varios años– para compararlos con el del virus del anestesista, para tratar de saber si la infección provenía de éste o de otra fuente. El reto era mayor si tomamos en cuenta que los virus dentro de un mismo individuo van mutando y evolucionando constantemente.

Utilizando computadoras, la técnica conocida como “reloj molecular” (que supone que las mutaciones ocurren a una velocidad constante para estimar durante cuánto tiempo ha evolucionado un genoma) y análisis estadísticos, los peritos, según reportan en la revista BMC Biology (19 de julio del 2013), determinaron que 47 pacientes se habían infectado de otra fuente, y que el anestesista se había infectado unos diez años antes del brote.

El método no es 100% confiable, pero sirvió como evidencia adicional para ayudar a que el culpable fuera condenado. Lo difícil, dicen los peritos, fue hacer entender a abogados y jueces que la evolución no siempre tarda millones de años, sino que en un virus puede ocurrir en meses. Y que, a diferencia de lo que se ve en programas de televisión como CSI, no todos los análisis genéticos son rápidos ni sencillos, ni ofrecen una certeza total.

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miércoles, 14 de agosto de 2013

Ciencia, público e internet

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 14 de agosto de 2013

En los noventa internet servía para buscar información: páginas web, buscadores, enciclopedias, archivos. Pero la llamada red 2.0 implica interacción: de ser un consumidor más o menos pasivo, el usuario –internauta– pasó a tener participación activa no sólo en la búsqueda de información, sino en su discusión, crítica y distribución.

A través de comentarios en blogs, “me gusta” (likes) en Facebook o retuits en Twitter va evaluando, seleccionando y recomendando –positiva o negativamente– la información. Hoy los lectores no sólo leemos y propagamos de boca en boca: influimos, a veces decisivamente, en cómo circula la información. Y ocasionalmente la convertimos en “viral”, logrando que se difunda como epidemia por todo el ciberespacio, infectando millones de cerebros en todo el mundo.

En un comentario publicado en enero en la revista Science, los investigadores Dominique Brossard y Dietram Scheufele, de la Universidad de Wisconsin, discuten algunos de los retos que la era de las redes sociales presenta para la divulgación científica: la manera en que la ciencia se presenta ante el gran público, y que influye fuertemente en la imagen que una sociedad tiene de ella… y en el apoyo que le da.

El periodismo científico, dicen Brossard y Scheufele, ha visto menguar sus espacios: ante la crisis de los medios informativos, causada por internet, muchos diarios y noticiarios han reducido o eliminado sus secciones de ciencia. Estos espacios han sido sustituidos por blogs (ya sea para público familiarizado con la ciencia –blogs de aficionados o “entendidos”– o para público general), grupos de Facebook o cuentas de Twitter, que no siempre tienen los estándares de las secciones de ciencia de medios profesionales.

Otro problema es que la manera en que la gente accede hoy a esa información, a diferencia del internet 1.0, en que se hacía “navegando” más o menos azarosamente o mediante buscadores simples como Altavista o Yahoo, es a través de Google, que mediante un complejo algoritmo “decide” qué información es más relevante para el usuario que hace una búsqueda. Se corre así el riesgo de privilegiar sólo cierta información, la que Google considera más importante, dejando el resto fuera de la vista de los usuarios.

Pero quizá lo más importante es que el contexto en que la información aparece en las redes sociales puede alterar dramáticamente cómo es interpretada por los lectores. Los autores citan un estudio en que un mismo texto (sobre los posibles riesgos de la nanotecnología) se presentó a dos audiencias distintas: en un caso, los comentarios que acompañaban al texto eran amables y civilizados; en el otro, agresivos y polarizados (incluso con insultos). El segundo grupo de lectores tendió a adoptar, asimismo, una visión mucho más polarizada del tema. “En otras palabras –escriben Brossard y Scheufele–, basta con el tono de los comentarios que acompañan a un texto balanceado sobre ciencia en un ambiente web 2.0 para alterar significativamente la opinión de las audiencias sobre la [nano]tecnología misma”.

En la página web Materia, el periodista Javier Salas comenta sobre el texto de Science, y señala que además de los problemas mencionados, hay que tomar en cuenta que en internet muchas veces el ruido suele tener más lectores que el discurso científico atinado; que la brevedad de tuits y comentarios en Facebook aumentan la posibilidad de distorsionar la información, y que muchas veces se corre el riesgo de acabar hablando sólo para los ya convencidos, pues quienes no gustan de la ciencia no suelen leer blogs, ni seguir páginas de Facebook o cuentas de Twitter, dedicados a ella.

Brossard y Scheufele concluyen señalando que urge más investigación sobre la comunicación pública de la ciencia en la red 2.0. De otro modo, debido a la poca habilidad de científicos y divulgadores para usar adecuada y eficazmente estas nuevas herramientas, la percepción pública de la ciencia y la cultura científica de los ciudadanos pueden salir perjudicadas.

No puedo sino estar de acuerdo.

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