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domingo, 12 de febrero de 2017

Pasión por el conocimiento

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 12 de febrero de 2017

Si usted no ha ido a ver la película Talentos ocultos (Hidden figures), por favor deje de leer esta columna y corra al cine a disfrutarla.

Como usted sabrá si ha leído La ciencia por gusto durante algún tiempo, de vez en cuando suelo comentar cintas que tienen alguna relación con temas científicos. Talentos ocultos es un ejemplo notable.

El filme, dirigido por Theodore Melfi en 2016 –aunque su estreno masivo fue en 2017–, y con guión del propio Melfi y Allison Schroeder, está basada en el libro del mismo nombre de la escritora Margot Lee Shetterly. Narra la historia real de la participación de tres matemáticas negras en el programa espacial de la NASA en 1961. Formaban parte del proyecto Mercury, que existió entre 1958 y 1963 y que tenía la misión, frente a los avances soviéticos –el lanzamiento del primer satélite artificial, el Sputnik 1, en 1957, y el primer hombre en viajar al espacio exterior, Yuri Gagarin, en 1961– de poner a un astronauta estadounidense en órbita y regresarlo a salvo a la Tierra.

La cinta, magistral en todos los sentidos –guión, dirección, actuación, vestuario y escenografía, música, iluminación–, es una delicia y un muestrario de las características de la sociedad estadounidense de entonces. Exhibe, por ejemplo, y como parte fundamental de la trama, el tremendo racismo que era todavía parte de la vida cotidiana de ese país, al menos en algunos Estados (como Virginia, donde está el Centro de Investigación Langley de la NASA, donde ocurre la acción). Y muestra al mismo tiempo el movimiento de lucha por la igualdad de derechos para los negros, que estaba en pleno apogeo con líderes como Martin Luther King.

Deja clara también la terrible presión política, en plena Guerra Fría, a que estaba sometida la NASA (recién creada en 1958, a partir de su antecesor, el Comité Asesor Nacional para la Aeronáutica, o NACA, nacido en 1915), y cómo esto ayudó a impulsar, en un ambiente de fervor nacionalista, el desarrollo científico y tecnológico estadounidense.

Pero más que nada –y en mi opinión esto es lo que realmente hace memorable a la película– muestra la enorme pasión que las tres protagonistas, las matemáticas “de color” Katherine Johnson, Dorothy Vaughan y Mary Jackson (encarnadas por las actrices Taraji P. Henson, Octavia Spencer y Janelle Monáe), sentían por su trabajo, y la forma en que lucharon contra los prejuicios, tan comunes y “normales” entonces, hacia las mujeres y los negros.

Cada una a su manera –Katherine Johnson calculando trayectorias para los lanzamientos de cohetes, Dorothy Vaughan como supervisora del grupo de “computadoras de color” (matemáticas negras contratadas para realizar cálculos en la época en que las computadoras electrónicas eran todavía incipientes) y posteriormente como programadora para la máquina IBM adquirida por la NASA, y Mary Jackson como aspirante a ingeniera que lucha en la corte por su derecho a estudiar–, las tres protagonistas encarnan lo que pueden lograr las personas cuando la pasión por el conocimiento se conjuga con la convicción por combatir las injusticias, aun en contra de las convenciones sociales.

El libro de Margot Lee Shetterly está basado en hechos históricos, y es resultado de una investigación quizá motivada por los relatos de su padre, que trabajó como investigador en el Centro Langley. Notablemente, es su primer libro; antes de eso, Shetterly había trabajado en finanzas y luego, junto con su marido, había vivido en México, donde editaban una revista turística en idioma inglés. Los derechos cinematográficos del libro fueron vendidos desde 2014, antes de que estuviera terminado. Y la película –que cuenta también con la actuación de estrellas como Kevin Costner, Kirsten Dunst y, como curiosidad, Jim Parsons en un papel quizá no tan distinto de su famoso Sheldon Cooper en La teoría del Big Bang– ha tenido ya, en el poco tiempo que lleva exhibiéndose, ganancias superiores a las de la superproducción La La Land (otra cinta deliciosa que no se debe usted perder, aunque no tenga nada que ver con la ciencia), y cuenta con tres nominaciones al Óscar: mejor película, mejor guión adaptado y mejor actriz de reparto.

La historia se centra especialmente en la vida de Katherine Johnson –la única de las tres que sigue viva– y pone de manifiesto su talento y amor por las matemáticas, su tesón por aplicar este conocimiento para colaborar en un gran proyecto, y la manera en que llegó a ser reconocida por ello (en 2015 recibió una medalla por sus méritos de parte de Barack Obama). Nos enteramos así cómo las matemáticas avanzadas eran indispensables para poder aplicar la física newtoniana, a través del desarrollo de ecuaciones novedosas, para planear las trayectorias de lanzamiento y reingreso seguro de los astronautas.

Si usted quiere disfrutar de una gran historia humana que conjuga ciencia, política, exploración espacial, la lucha contra la discriminación y la evolución de la sociedad, y todo esto a través de una magnífica película, no se pierda Talentos ocultos. Le prometo que no se arrepentirá.


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miércoles, 21 de septiembre de 2016

Viaje a las estrellas

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 21 de septiembre de 2016


Casi un año después de que yo naciera, en septiembre de 1966, comenzó la transmisión de una de las series televisivas de ciencia ficción más longevas e influyentes de la historia: la legendaria Star Trek (Viaje a las estrellas).

En su momento, la serie fue revolucionaria, no sólo por sus historias y efectos especiales, sino por el subtexto de avanzada que tenía el universo concebido por Gene Roddenberry, su creador, y los personajes que lo habitaban. Se trataba, en los años de la lucha contra el racismo en Estados Unidos y los comienzos del feminismo en el mundo, de un futuro –el siglo XXIII– en que ya no había naciones, sino una Federación de Planetas. Y el Enterprise, la nave que viajaba “a donde nadie ha llegado jamás”, contaba con una tripulación diversa: americanos (el capitán Kirk), europeos (el señor Scott, ingeniero escocés), rusos (el comandante Chekov, oficial táctico), asiáticos (el señor Sulu, timonel), una mujer africana, (la teniente Uhura, oficial de comunicaciones, si bien seguía teniendo un puesto que básicamente equivalía al de telefonista) y hasta un extraterrestre, el inolvidable señor Spock (primer oficial).

Para darse una idea de lo innovador que fue este concepto, y el conservadurismo que aún prevalecía, basta señalar que en 1968, cuando la serie mostró el primer beso interracial –entre el capitán Kirk y la teniente Uhura–, algunos estados del sur de los Estados Unidos se negaron a transmitir el episodio.

La nueva película de la saga, Star Trek: sin límites (Star Trek beyond), no decepciona. Más allá de las críticas de los fans más radicales al nuevo rumbo que marcó J. J. Abrahams (quien en esta ocasión no dirige, pero sí produce), al reiniciar o “rebootear” la historia, situándola en un universo alternativo, la cinta es original, llena de acción, y su trama permite el desarrollo de los personajes y su mundo. Y, por si fuera poco, incluye sentidos homenajes a los protagonistas de las serie y las películas originales.

Pero lo mejor es que mantiene los ideales con los que surgió la serie: un universo en que la diversidad entre especies obliga a buscar, pese a todos los obstáculos, nuevas y mejores maneras de convivir. Un pequeño detalle que los creadores no quisieron enfatizar demasiado, pero que dice mucho, es la escena donde el nuevo señor Sulu es recibido, al llegar a la base estelar Yorktown, por su familia: su pareja, también hombre, y su hija. (Curiosamente, el actor que encarnaba a Sulu en la serie original, George Takei, quien es abiertamente homosexual y activista por los derechos de las minorías sexuales, ha declarado que está totalmente en desacuerdo con mostrar al nuevo Sulu como gay, algo que los guionistas idearon en parte como un homenaje al propio Takei. Nunca se le puede dar gusto a todo el mundo.)

Este futuro idealista, donde la ciencia y la tecnología abren nuevas fronteras a una Federación Planetaria que aspira a la convivencia justa, pacífica y democrática, contrasta amargamente con la realidad actual de nuestro país, donde el dogmatismo religioso pretende asustar a la opinión pública con el ridículo petate del muerto de un amenazante “imperio gay” (que pareciera surgido de la saga competidora, Star Wars, casualmente hoy también en manos de J. J. Abrahams).

En fin. Si gusta usted del cine, no está de más disfrutar otra joyita que está todavía en cartelera: Julieta, de Pedro Almodóvar, que entre los muchos hilos de su fascinante y desoladora trama (basada en tres historias de la escritora canadiense Alice Munro, ganadora del Nobel de literatura en 2013), muestra el daño y el dolor que la culpa y el fanatismo religioso pueden causar en la vida de los individuos.


(Posdata: Para frustración de algunos de mis lectores, confesaré que había planeado que este texto abordara la propulsión warp de Star Trek, que permite al Enterprise viajar más rápido que la luz, y la propuesta teórica del físico mexicano Miguel Alcubierre que demuestra cómo tal cosa sería posible “distorsionando” el espaciotiempo por delante y detrás de la nave. Pero a veces uno no termina escribiendo lo que pensaba inicialmente. El tema tendrá que esperar para mejor ocasión.)

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miércoles, 20 de enero de 2016

El cuerpo equivocado

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 20 de enero de 2016

Si no ha ido usted a ver esa joya cinematográfica que es La chica danesa (The danish girl), de Tom Hopper, ¿qué espera? Disfrutará no sólo de una cinta llena de belleza visual (cada paisaje y cada locación parecen un cuadro exquisito), sino de una historia conmovedora acerca de un tema que hoy es más actual que nunca. Y que, para colmo, está basada en una historia real (cosa que yo no sabía cuando la fui a ver).

Trata de la vida de Lili Elbe (1882-1931), la primera mujer transexual de que se tiene noticia (interpretada magistralmente por Eddie Redmayne, el actor inglés que año pasado ganar el Oscar por su encarnación del famoso Stephen Hawking). La película está basada en la novela del mismo título de David Ebershoff, que a su vez fue “inspirada” (en palabras del autor) en la vida de Elbe, a través de su libro autobiográfico Man into woman (“De hombre a mujer”) y su correspondencia.

La novela de Ebershoff es ficción, y no se apega demasiado rigurosamente a los hechos de la vida de Elbe. A su vez, la cinta de Hopper cambia muchos detalles de la novela. Aun así, es fascinante conocer la vida de quien fuera el pintor Einar Wegener, casado con la también pintora Gerda, y ser testigo del creciente conflicto que surge en él luego de posar usando ropa de mujer para su esposa. Esta experiencia libera en él impulsos suprimidos durante toda su vida, que lo llevan a pasar al uso de ropa femenina (travestismo) y al surgimiento de su verdadera personalidad femenina (identidad transgénero) y su necesidad de convertirse en mujer transexual mediante cirugía, con los consecuentes problemas y complicaciones.

Lili Elbe expresaba que ser mujer era su verdadera identidad; se sentía, como tantas personas transgénero, “atrapada en un cuerpo del sexo equivocado”. Pudo comenzar a corregir esto con ayuda del doctor Magnus Hirschfeld, el célebre pionero alemán de la sexología (quien llegó a ser llamado “el Einstein del sexo”, acuñó el término “homosexual” y fue uno de los primeros defensores de la diversidad sexual; es famosa su frase “la homosexualidad es parte del plan de la naturaleza, igual que el amor normal”). Inicialmente Hirschfeld operó a Lili para extirpar sus testículos (aunque esto no aparece en la cinta).

Posteriormente otro médico, Kurt Warnekros, le realizó tres operaciones más para remodelar sus genitales y construirle una vagina. En la tercera de estas cirugías, que eran altamente experimentales, se le implantó un útero, con la esperanza de que pudiera llegar a tener hijos. Desgraciadamente, Lili murió a los tres meses, debido al rechazo del tejido trasplantado.

La valiente Lili Elbe, junto con Hischfeld y Warnekros, puede ser considerada una pionera de la moderna cirugía de reasignación de sexo, que ayuda hoy a tantas personas transexuales a vivir una vida acorde con su sexo y género percibidos.

Aun así, sigue siendo necesario informar y educar a la población sobre el tema, pues resulta, además de inquietante y polémico, confuso. En la cinta, por ejemplo, un galán le pregunta a Lili si, después de sus operaciones, es una mujer “verdadera”. El problema con la transexualidad y las cirugías de cambio de sexo es que trascienden nuestras tradicionales –y limitadas– categorías de “hombre” y “mujer”. El galán de Lili es homosexual; le atraen los hombres, las personas de su mismo sexo. Cuando Einar se transforma en Lili, deja de sentirse atraído a ella. Lili, en cambio, no es homosexual, sino transgénero: siente que pertenece al sexo “opuesto” a su sexo biológico, y se considera una mujer heterosexual (o quizá bisexual, pues en la relación con su mujer Gerda, quien era su cómplice en su etapa de travestismo transgénero, antes de sus operaciones, parece haber habido un componente lésbico).

Hoy el respeto a los derechos humanos de los transexuales indica que debemos reconocer el género con el que se identifique una persona, no su sexo biológico. Un hombre que se siente mujer y se viste y actúa como tal es una mujer transgénero; si se ha operado, es una mujer transexual. En ambos casos, lo correcto es hablarle y referirse a ella en femenino. Lo inverso ocurre en el caso de una mujer que se identifica como hombre: se trata de un hombre transgénero o transexual.

Y queda pendiente la discusión y el reconocimiento amplio de los derechos de otras minorías sexuales como los bisexuales (que sienten atracción por ambos sexos), intersexuales (que tienen genitales ambiguos) y las personas queer (que no sienten la necesidad de identificarse con ningún género, y suelen adoptar un aspecto andrógino). Sin dejar de mencionar a los llamados asexuales, que no sienten atracción sexual.

Como se ve, es un tema enredado. Sin embargo, los avances sociales y en derechos humanos, junto con el mayor conocimiento científico sobre la biología y la psicología de la sexualidad, han ido permitiendo una verdadera revolución que está cambiando y haciendo mejores las vidas de todas las personas no heterosexuales en el mundo.

Así como la película Filadelfia fue, en su momento, un gran detonador para cambiar la percepción pública de los homosexuales en todo el mundo, quizá La chica danesa ayude a crear conciencia sobre los derechos de las personas transgénero. Enhorabuena. Ojalá gane varios Óscares.


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miércoles, 21 de octubre de 2015

¡Rescaten al marciano!

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 21 de octubre de 2015

Por fin pude ir a ver la magnífica cinta El marciano (The martian, del gran director Ridley Scott, desastrosamente traducida como “Misión rescate” para su exhibición en México). Como expresé en Twitter, mi opinión es que se trata de “Un hermoso himno al poder de la ciencia y la tecnología”. La disfruté enormemente.

Sin embargo, han surgido, como inevitablemente ocurre cada vez que se estrena una película exitosa de ciencia ficción, críticas a la ciencia presentada en la cinta. Espero que usted ya la haya visto, para poder comentarla aquí sin venderle trama.

Uno de los principales reproches es que la tormenta de arena que ocurre en Marte, y que desata toda la acción de la película, sería… imposible. La atmósfera marciana es unas 100 veces más tenue que la terrestre, por lo que aún los vientos más intensos serían una simple brisa comparados con los terrestres. (Pero bueno: ¿qué sería de las artes escénicas y la narrativa de ficción si renunciamos a la necesaria suspensión de la incredulidad?)

Hay otros errores menos importantes, porque la trama no depende mayormente de ellos, como la gravedad marciana. El diámetro de Marte es sólo un 53% del de la Tierra, y su masa es sólo un 10% de la de ésta. Como consecuencia, su gravedad es sólo un 38% de la terrestre: el astronauta Mark Watney, personificado por Matt Damon en una actuación ampliamente reconocida como brillante, no hubiera podido caminar normalmente, como se muestra en la cinta, sino a saltitos, como los astronautas que pisaron la Luna.

También se ha comentado que las exclusas de aire reales son mucho más complicadas que las que aparecen; que para obtener agua hay métodos más sencillos (como simplemente excavar, ahora que se sabe que en Marte existe agua subterránea), y otros detalles similares.

Por otra parte, los críticos científicos han señalado muchos aciertos, principalmente la notable recreación del paisaje marciano, la factibilidad de cultivar papas en el regolito marciano (como se denomina a la capa de material suelto que cubre la roca dura del suelo de Marte y otros astros como la Luna); lo correcto aunque excesivamente vistoso de los trajes espaciales, o la manera realista en que se muestran las discusiones y el modo de trabajar del personal de la NASA.

Pero yo creo que la principal virtud de la cinta –y de la novela de Andy Weir en que se basa, aunque no la he leído– es que muestra que la ciencia bien aplicada funciona. Sirve para resolver problemas y da resultados.

En este sentido, El marciano es una película que habla a favor de la ciencia y la tecnología como herramientas de supervivencia para la humanidad. No por algo la frase I'm gonna have to science the shit out of this, que yo traduciría libremente como “voy a tener que usar la ciencia para resolver esta mierda”, se ha convertido en el mensaje clave de la película.

El marciano nos recuerda, como ya antes lo hicieron películas como Apolo 13 y novelas como Robinson Crusoe, de Daniel Defoe, o La isla misteriosa, de Julio Verne, que el conocimiento científico y técnico es lo que ha separado a la raza humana de los demás animales, y la herramienta que nos ha permitido sobrevivir. Sólo usándola podremos perdurar como especie.

Cierto: la cinta tiene también un aspecto de “película positiva” que puede verse como frívolo. Peca de optimista (claro: es cine comercial). Incluso puede verse como parte de una campaña publicitaria de la NASA para, a través de una mejor imagen pública, y del apoyo que ésta conlleva, conseguir más fondos, ante las constantes amenazas de recortes por parte del gobierno estadounidense. Lo cual me parece perfecto.

Pero más que nada, en mi opinión la cinta puede leerse como un magnífico ejemplo de divulgación científica en forma narrativa: un relato fascinante que nos mantiene pegados a la butaca y que al mismo tiempo nos muestra cómo el conocimiento científico y tecnológico puede salvar nuestra vida. Coincido con Jim Erickson, del laboratorio de Propulsión a Chorro de la NASA, entrevistado en Tech Insider, en que la cinta –y la novela– “nos dicen que tener a alguien en Marte no es ciencia ficción, sino algo alcanzable. Sólo tenemos que hacerlo”.

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miércoles, 11 de febrero de 2015

La máquina universal

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 11 de febrero de 2015

Es raro que haya películas comerciales sobre científicos de la vida real. Y es rarísimo que haya dos de ellas exhibiéndose simultáneamente. Y si a eso añadimos que ambas estén nominadas al Óscar, hablamos ya de posibilidades infinitesimales.

Y sin embargo, junto con La teoría de todo, ya comentada en este espacio, que narra la vida del físico Stephen Hawking, hoy se halla en cartelera El código enigma (The imitation game, 2014, del director noruego Morten Tyldum), basada en la vida del llamado padre de la computación, el matemático inglés Alan M. Turing (1912-1954).

La cinta es protagonizada por Benedict Cumberbatch, conocido por la serie televisiva Sherlock (y que, curiosamente, había actuado el papel de Hawking en un filme televisivo de 2014). En mi opinión es una gran película: muy bien hecha, con un excelente guión, profunda, estimulante, conmovedora. Una verdadera delicia, nominada a ocho Óscares.

Y lo es no sólo por presentar la vida de uno de los grandes genios del siglo XX, cuyas aportaciones van de la filosofía de las matemáticas y los fundamentos matemáticos de la computación al desarrollo de las computadoras, e incluso a campos como la biología teórica, donde hizo aportaciones formales sobre la morfogénesis –la manera en los cuerpos de los seres vivos se construyen a partir del óvulo fecundado– que hoy forman parte del campo relativamente nuevo de la biología del desarrollo.

También porque presenta –con cierto embellecimiento dramático, claro– la vida torturada de una persona con excepcionales capacidades de pensamiento lógico, pero al mismo tiempo con severas dificultades para relacionarse con los demás (se especula que presentaba el síndrome de Asperger). Un individuo que, además, cargaba el estigma de ser homosexual en una sociedad que criminalizaba dicha orientación.

La máquina Enigma
La cinta se centra en el drama de la batalla intelectual –matemática, científica, técnica– por resolver la clave de la máquina Enigma, utilizada por los nazis para encriptar sus transmisiones por radio. Fue el genio de Turing lo que permitió descifrarla y ganar así la guerra. Pero también nos presenta a Turing como el personaje genial, trágico y revolucionario que realmente fue: nos permite experimentar directamente el triple drama de su soledad, la injusticia de que sus aportaciones durante la guerra no fueran reconocidas, por ser parte de un proyecto secreto –aunque sus logros anteriores y posteriores sí lo fueron–, y la infamia de su juicio y condena a la castración química por ser homosexual, que llevó a su suicidio.

La película menciona superficialmente la “prueba de Turing”, propuesta para detectar cuándo una máquina llega a presentar inteligencia real, indistinguible de la humana. No profundiza en explicar en qué consiste la “máquina de Turing” (un mecanismo teórico capaz de hacer operaciones con símbolos impresos en una cinta, siguiendo ciertas reglas), ni mucho menos la “máquina universal de Turing” (una máquina de Turing capaz de simular a cualquier otra máquina de Turing).
Máquina de Turing

Este concepto, junto con la llamada “tesis de Church-Turing (formulada casi simultáneamente por él y por el matemático estadounidense Alonzo Church, y que afirma que el conjunto de las operaciones que puede realizar una máquina de Turing es el mismo que el de las operaciones computables, es decir, las que pueden resolverse para obtener una respuesta) son el fundamento teórico de toda la computación actual. Y algún día, de la verdadera inteligencia artificial, capaz de superar la prueba de Turing (que él denominó “el juego de imitación”; de ahí el nombre original de la cinta en inglés).

Alguno de mis contactos en Facebook comentaba que quizá la veta de hacer películas sobre científicos apenas esté comenzando. No me molestaría ver cintas biográficas sobre Watson y Crick, descubridores de la doble hélice del ADN; Linus Pauling, el mejor químico del mundo y único ganador de un premio Nobel en ciencia y otro en un área distinta (de química y de la paz); Erwin Schrödinger, uno de los fundadores de la mecánica cuántica; Kurt Gödel, el matemático que demostró que no puede haber sistemas matemáticos completos… ¡y qué decir de Marie Curie, Edison, Fleming o Tesla!

En fin, quizá con un poco de suerte las películas sobre científicos se conviertan en moda. O quizá no… ¡Soñar no cuesta nada!

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miércoles, 28 de enero de 2015

La teoría de todo

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 28 de enero  de 2015

Felicity Jones (que actúa
el papel de Jane Hawking
en la cinta), Jane Hawking,
Eddie Redmayne
y Stephen Hawking en el
 estreno de La teoría de todo
Por fin pude ir a ver la película La teoría de todo (The theory of everything, James Marsh, 2014). La recomiendo ampliamente: se trata de una gran película, amena, interesante y por momentos conmovedora.

Destaca, por supuesto, en el papel del protagonista Stephen Hawking, la actuación de Eddie Redmayne (a quien ya habíamos visto como Colin Clark, el jovencito seducido por la gran estrella en la encantadora Mi semana con Marilyn). Sorprende ver sus fotos de la vida real: la transformación tanto física como de lenguaje corporal que logró para la cinta muy probablemente lo harán merecedor de un Óscar (aparte de los varios premios que ya ha recibido).

Hawking es, sin duda el científico vivo más famoso del mundo. Ha aparecido incluso en programas televisivos de ficción y cómicos como Los Simpson, Viaje a las estrellas: la nueva generación y La teoría del big bang). Es, también sin duda, una de las grandes mentes en la historia de la ciencia.

La película se basa en el libro Hacia el infinito (Travelling to infinity: my life with Stephen) de su primera esposa Jane Hawking, con quien se casó en 1965. Se centra en la vida de Stephen, su paulatino y terrible deterioro físico debido a la esclerosis lateral amiotrófica, que se le diagnosticó en 1963 y que le ha ido robando el uso de sus músculos, su lucha por seguir haciendo ciencia y las dificultades que, junto con Jane, tuvo que afrontar hasta su divorcio en 1995 (ese mismo año se casó con una de sus enfermeras, Elaine Mason, de quien se divorció en 2006). No hace, por ello, mucho énfasis en explicar sus ideas científicas, aunque sí las menciona brevemente.

Hawking se hizo famoso mundialmente para el gran público cuando publicó su libro de divulgación Breve historia del tiempo (A brief history of time: from the big bang to black holes), en 1988. Se estima que hasta hoy ha vendido nueve millones de ejemplares. Su imagen es, al mismo tiempo intrigante, angustiosa, extraña y admirable: un hombre privado de movimiento que sigue luchando y trabajando, 52 años después de que le pronosticaran dos años de vida. Obligado desde 1985, luego de una traqueotomía posterior a una neumonía, a comunicarse mediante una computadora conectada a un sintetizador de voz (¡con acento estadounidense!), que controlaba con un dedo que aún podía mover (hoy lo hace moviendo un músculo de su mejilla; ya se está trabajando en dispositivos que le permitan comunicarse a través de sus ondas cerebrales, para evitar que, conforme avanza su deterioro, quede incomunicado dentro de su propio cuerpo). En cierto modo, Hawking es un cerebro viviente, carente de cuerpo; pero también, una especie muy particular de hombre-máquina; un cyborg. Quizá esta inquietante imagen ha contribuido a su fama y al interés que su persona despierta.

En la película se mencionan como sus más grandes contribuciones a la ciencia su descripción del big bang como una singularidad en el espaciotiempo einsteniano (un evento en que las leyes de la física dejan de ser aplicables) similar a los hoyos negros, y posteriormente su descubrimiento de que los hoyos negros que rotan pueden, contra lo que se suponía, emitir radiación (llamada radiación de Hawking), lo que podría causar que, si son pequeños, desaparezcan poco a poco, “evaporándose”.

Hawking ha hecho muchas otras contribuciones a la cosmología y la física del espaciotiempo, por supuesto. También se ha equivocado varias veces. Son famosas las apuestas que hace con sus colegas cuando se debaten sus ideas, como la famosa con Kip Thorne, que perdió, consistente en una suscripción a la revista Penthouse. En los casos en que ha resultado estar equivocado –como cuando predijo que el bosón de Higgs nunca sería detectado– lo ha reconocido inmediatamente y sin problema, como buen científico, y en su caso ha pagado las apuestas.

Hawking es hoy, como lo fue antes Albert Einstein, el ícono popular del científico típico. Es una lástima que siempre se trate de personajes “raros”; pero es muy afortunado que, en este caso, se trate de un individuo, además de genial, admirable por su tesón y su capacidad de superar la adversidad. ¡Mis respetos, Don Stephen!

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miércoles, 12 de noviembre de 2014

Interestelar: ¿mala o maravillosa?

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 12 de noviembre  de 2014

La semana pasada hablé aquí sobre la película Interestelar, de Christopher Nolan, sin haberla visto. O más bien, de cómo la colaboración del físico Kip Thorne le permitió presentar la visualización de un hoyo negro más precisa hasta hoy.

Ahora puedo decir que ya la vi. Y que me encantó. La encontré absorbente, inteligente, provocativa, asombrosa, emocionante. Me hizo recordar otras grandes cintas como, por supuesto, 2001: Odisea del espacio, de Stanley Kubrick (a la que hay varios guiños), Contacto, basada en la novela de Carl Sagan, y otras.

Y sin embargo, hay grandes discrepancias en las opiniones tanto de amigos como de críticos respecto a la película. Hay fundamentalmente tres grupos: aquellos que no saben mucho de ciencia ni son fans de la ciencia ficción, y que hallaron la cinta larga (casi tres horas), tediosa y sin sentido. Otros, como yo, que hallamos muchos motivos de gozo y maravilla en ella. Y finalmente, los que la consideran una pésima, malísima película (entre ellos Phil Plait –autor del popular blog Bad astronomy– en la revista web Slate, y Annalee Newitz, en io9.com). Me interesa comentar algunos de sus argumentos.

La ciencia ficción, como se sabe, mezcla conocimiento científico válido con una narrativa ficticia. La hay muy rigurosa, que presenta ciencia muy precisa, y otra que se toma libertades enormes, al grado de ser casi fantasía. Pero no hay ciencia ficción que no simplifique, distorsione o manipule la ciencia.

Varios de los quejosos reclaman la presencia de numerosos errores e inexactitudes científicas en Interestelar. Quizá el más mencionado es la presencia de un planeta que gira alrededor de un inmenso hoyo negro; planeta al que descienden los protagonistas y en el que, se nos explica, “cada hora equivale a siete años en la Tierra”. Plait y otros afirmaron en sus reseñas que tal cosa era imposible, pues para que hubiera una distorsión del espaciotiempo que causara tal retraso se necesitaría que el planeta estuviera tan cerca del hoyo negro que resultaría despedazado por las fuerzas de marea. Sin embargo, posteriormente Plait tuvo que publicar una retractación, pues no tomó en cuenta que, como se explica en la película, el hoyo negro no es estático, sino que gira rápidamente, lo cual cambia la física del sistema y podría permitir la existencia del planeta.

Se ha criticado también la presencia de otro planeta cubierto de agua que presenta olas descomunales. En realidad, un planeta así cerca de un hoyo negro habría dejado de tener rotación y la marea en él sería estacionaria: no habría olas. Otras críticas retoman errores tan graves o tan nimios como que el disco de acreción alrededor del hoyo negro debería ser tan caliente (millones de grados) que vaporizaría todo lo que entra en él; que al caer en el hoyo el protagonista debería estirarse como un espagueti, o que el viaje a Saturno en dos años es demasiado corto.

Por otro lado, hay también duras críticas a la idea, presentada como una de las claves de la cinta, de que el amor es una especie de “fuerza” que puede trascender al tiempo y el espacio. Lo cual es, por supuesto, sólo una tontería (“confunde la física con la metafísica”, “borra la línea entre ciencia y espiritualidad”, acusa Newitz).

¿Son justas estas críticas? Sí y no. Sí, si se esperaba que la cinta presentara ciencia con un alto nivel de fidelidad. No, si se acepta que se trata de una ficción, que no funcionaría sin ciertas pequeñas o grandes concesiones. En mi opinión, Plait y los que opinan como él yerran al exigir demasiada precisión científica en una cinta de ficción (no olvidemos que, para ser eficaz, la ficción requiere de una “suspensión de la incredulidad” por parte del espectador). Newitz se queja de que los ciudadanos necesitan saber más ciencia, para defenderla ante ataques de seudocientíficos y de políticos que recortan sus presupuestos, y que Interestelar desinforma y confunde a la gente. En una reseña un poco más amable, el astrofísico Roberto Trotta comenta que “esperaba más ciencia, y menos ciencia ficción”. Pero ¡se trata de ficción, no de un documental de ciencia!

Cierto, los reseñistas también comentan los aciertos de la cinta: la representación del hoyo negro y del agujero de gusano, ambas excelentes; las perspectivas desde la nave, el creíble escenario de la Tierra asolada por el cambio climático, la representación del teseracto en que el tiempo aparece como una dimensión del espacio, y otros. Yo en lo particular disfruté las propuestas de robots distintos a lo acostumbrado, y sin embargo plausibles y originales. Ver los efectos de la dilatación del tiempo de manera tan impactante. Compartir la angustia de los científicos, impotentes para hallar soluciones fáciles y enfrentados a conflictos éticos.

Pero sobre todo, y al contrario de Phil Plait, quien se enfocó, además de los errores científicos, en que los diálogos son tediosos y “la historia está mal contada”, yo me maravillé ante una cinta que despliega la magnífica imagen de la naturaleza que nos ofrece la ciencia, que nos pide no olvidar que si la humanidad tiene alguna esperanza de sobrevivir es sólo si sale de su nido terrestre, y que explora las complejidades de los sentimientos y comportamientos humanos en situaciones extremas.

Como paradójicamente dice Plait, “La ciencia sin una buena historia es un artículo de enciclopedia. Una buena historia con mala ciencia es… una buena historia”.

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