Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 27 de enero de 2016
El domingo pasado por la noche falleció, debido a una hemorragia cerebral, Marvin Minsky: sin duda una de las mentes científico-tecnológicas más brillantes de los últimos 100 años. Es triste la poca atención que se le prestó al hecho en la prensa.
Minsky (1927-2016) fue un genio que, además de ser el principal impulsor del desarrollo del área de investigación conocida como “inteligencia artificial”, participó en muchos otros campos. Construyó sistemas de reconocimiento visual y brazos robóticos sensibles al tacto. En 1951 creó la primera red neuronal artificial –de bulbos– capaz de aprender; hoy las redes neuronales forman parte de mucha de la tecnología computacional que usamos cotidianamente. En 1957 patentó el microscopio confocal, que permite, usando computadoras y luz láser, estudiar una muestra en tercera dimensión sin tener que seccionarla en rebanadas (los microscopios confocales se volvieron una herramienta indispensable en el laboratorio a partir de los años 80). Y también llegó a diseñar –pues el genio suele acompañar al humor– “máquinas inútiles” cuya única función era, por ejemplo, apagarse a sí mismas.
En 1959 fundó, en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), el Laboratorio de Inteligencia Artificial, que ha sido pionero y guía a nivel mundial en el desarrollo del área. Era, además, pianista, y su asombrosa capacidad mental se manifestaba en que era capaz de improvisar fugas barrocas a varias voces, como lo hacía Bach, algo que muy pocos seres humanos pueden hacer (aunque no sé si pudiera improvisar una fuga a seis voces, como lo lograra el Maestro). Muchos de quienes han logrado que hoy las “máquinas inteligentes” sean una realidad –hasta cierto punto– fueron sus alumnos. Más tarde participó en la creación de la red ARPAnet, precursora de internet, e impulsó la propuesta de que la información digital debería ser propiedad común (idea hoy encarnada en el movimiento de software libre).
Minsky definía la inteligencia artificial de manera pragmática: como “la ciencia de hacer que las máquinas hagan cosas que requerirían inteligencia si las hubiera hecho un humano”. Como la mayoría de los expertos en el campo, estaba convencido de que no hay una diferencia fundamental entre la inteligencia humana y la artificial, y que tarde o temprano lograremos construir máquinas tan o más inteligentes que nosotros, incluso al grado de ser conscientes. Esta idea, que puede sonar inquietante, ha dado pie a muchas obras de ciencia ficción donde aparecen computadoras malignas; entre ellas, la película 2001: Odisea del espacio, de Stanley Kubrick, quien por cierto se asesoró con Minsky para concebir a la famosa computadora HAL 9000.
Pero una de las ideas más inquietantes acerca de la inteligencia artificial es la de singularidad, término usado por el matemático polaco Stanislaw Ulam en 1958 para designar el momento en que construyamos máquinas no sólo más inteligentes que nosotros, sino capaces de construir otras máquinas más inteligentes que ellas mismas.
En física, una singularidad es una región en que, según la teoría de la relatividad, la curvatura del espaciotiempo se vuelve infinita, y las leyes normales de la física dejan de ser aplicables. Las singularidades más conocidas son las que se hallan en el centro de los agujeros negros, de cuyo interior ni siquiera la luz puede escapar; por ello, es imposible saber qué ocurre más allá del horizonte de eventos que define el límite de un agujero negro.
De manera similar, la “singularidad tecnológica” se refiere a que, cuando las máquinas adquieran la capacidad de automejorarse a sí mismas, se desatará una especie de reacción en cadena de inteligencia, que se desarrollará explosivamente hasta dejar de ser comprensible para el ser humano. La posibilidad que tendríamos los humanos de entender la inteligencia de tales máquinas sería similar a la de que una hormiga pudiera comprender la inteligencia humana. En otras palabras, es una “singularidad” porque, como tras el horizonte de eventos de un hoyo negro, no podemos ver, ni imaginar siquiera, lo que pasaría después de este evento.
Entre otros, la idea de singularidad tecnológica ha sido desarrollada y popularizada por Ray Kurzweil, uno de los seguidores de Minsky. Hay también quienes plantean objeciones a la idea, argumentando que quizá haya límites tecnológicos, o incluso físicos, a la capacidad de inteligencia que puede desarrollar cualquier sistema, o bien que las leyes de la lógica pongan límites a ésta.
Hay quien postula que la singularidad tecnológica podría presentarse entre 2030 y 2045. Ya nos enteraremos, porque la revolución puesta en marcha en gran parte gracias a Minsky no parece frenarse. Hoy Minsky ha rebasado su propio horizonte de eventos y se halla en una singularidad, más allá de nuestro alcance. Seguramente lamentó no poder ver el final de esta historia.
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