Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 28 de agosto de 2013
Recientemente tuve la oportunidad de dar algunas charlas e impartir un curso de divulgación científica en Costa Rica. Uno de los temas que salieron a relucir fue qué temas pueden considerarse “ciencia” y cuáles no. En particular, ¿cómo se decide si algo es o no ciencia?
Por ejemplo, ¿son científicos quienes afirman que existen extraterrestres que visitan la Tierra en naves espaciales (ovnis)? ¿Es científica la idea de que el virus del sida no existe, que es un engaño para vender medicamentos caros? ¿Afirma la ciencia que realmente hay un cambio climático global, y que es causado por la actividad humana? ¿Se ha comprobado científicamente que el consumo de vegetales transgénicos daña la salud?
Cada uno de estos temas, algunos más y otros menos, está abierto a debate. En algunos (los dos primeros) existe ya una opinión ampliamente compartida por los expertos en el campo (la ciencia rechaza ambas ideas); en otros (los dos últimos), las opiniones de los especialistas están todavía divididas, aunque el consenso sobre el cambio climático es casi total.
Mi respuesta ante la pregunta de cuál debe ser la postura de un comunicador profesional ante temas polémicos como éstos es sencilla: lo más sensato y responsable es atenerse, precisamente, al consenso científico actual.
La ciencia no es una actividad monolítica, y siempre hay diversidad de opiniones. Tampoco es siempre claro dónde están los límites del conocimiento científico aceptado y dónde empiezan las ideas científicas pero equivocadas, las seudociencias y las simples supersticiones. A veces una idea que se consideraba seudocientífica acaba siendo aceptada, conforme se acumula más evidencia y se construyen argumentos más convincentes y más lógicamente coherentes. (Otras veces ocurre lo contrario: una teoría científica pierde apoyo y termina siendo defendida sólo por un grupo de obstinados que quedan fuera de la comunidad científica: pasan a ser seudocientíficos.) Pero mientras esto no ocurra, una idea que no sea aceptada por la mayoría de la comunidad científica relevante no puede ser considerada como ciencia legítima.
Lo curioso, y a veces preocupante, es que existe una marcada tendencia a creer en este tipo de ideas absurdas, en ausencia de evidencia convincente y a veces contra las opiniones bien informadas. Y esto incluye a gobiernos, funcionarios e instituciones.
El reciente caso del fraudulento “detector molecular” GT200, que luego de varios años de ser denunciado por fin llegó a las primeras planas de los medios mexicanos es un ejemplo. Este supuesto artefacto de alta tecnología carecía de todo componente electrónico –está completamente hueco– y su pretendido funcionamiento contradice cualquier principio físico conocido.
En un reciente artículo en la revista Scientific American Mind (septiembre-octubre 2013), Sander van der Linden describe algunas de las características de las personas que tienden a creer en teorías de conspiración. Entre otras, que creer en una idea seudocientífica facilita que crean en otras; que suelen hallar conexiones entre distintas “conspiraciones”; que son capaces de sostener sin problemas ideas que se contradicen entre sí; que creen en las conspiraciones no tanto con base en la evidencia, sino porque mantienen otras ideas más generales, como la desconfianza hacia la autoridad. Y, finalmente, que tienden a rechazar conclusiones científicas importantes.
Quizá esto pueda ayudar a entender por qué tantas autoridades mexicanas –y de otros países– pudieron creer en un aparato casi mágico, sin someterlo a prueba, aceptando sólo la palabra de quienes lo vendían, y luego se obstinaron en seguirlo usando y defendieron su utilidad, contra de la evidencia y los argumentos
presentados. Y por qué tantos comunicadores se rehusaron, hasta ahora, a investigar el caso y difundirlo ampliamente.
Hoy por fin el caso ha salido ampliamente a la luz; el gobierno de Colima planea demandar al fabricante del aparato (ya condenado en Inglaterra). Pero las fuerzas armadas que lo utilizan, y que enviaron a varias personas a la cárcel con base en su uso, aún no se pronuncian al respecto.
Sí: la gente a veces se obstina en creer en cosas muy tontas.
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