Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 31 de diciembre de 2017
Cuando el Fantasma de Las Navidades Por Venir se le apareció al viejo y amargado Ebenezer Scrooge, le vaticinó que las decisiones que había tomado durante toda su vida determinarían su destino, y que éstas habían sido tan desafortunadas que su futuro amenazaba con ser tormentoso y lleno de dificultades, pesar y sufrimiento.
Scrooge, que en este cuento simboliza a la humanidad toda, no se podía decir sorprendido, porque ya antes había recibido las visitas de otros dos espectros.
El Fantasma de las Navidades Pasadas le había mostrado los múltiples errores que había cometido, y que habían pavimentado el camino hasta su situación actual. Entre otros, el avance industrial y económico desmedido, con el consecuente descuido del ambiente: desforestación, extinción de especies, contaminación y un terrible hoyo en la capa superior de ozono (aunque ese error había sido detectado a tiempo, y el mundo entero había logrado organizarse para ponerle remedio, proceso que sigue en marcha). Y, sobre todo, la liberación de gases de efecto invernadero, particularmente dióxido de carbono producto de la quema de combustibles fósiles como carbón y petróleo, y en menor medida de madera y bosques, que habían causado un terrible calentamiento global que volvía loco el clima y amenazaba con causar daños inimaginables a escala mundial.
Pero eso no era todo: Scrooge –la humanidad, en este cuento– había también permitido que el sistema económico mundial fuera regido por una ideología que algunos llaman neoliberalismo, aunque otros niegan su existencia, pero que había acentuado la desigualdad y debilitado el poder de los gobiernos para controlar a las grandes corporaciones. Y no sólo eso: también había permitido que el sistema educativo de muchísimos países se degradara, deslumbrado por promesas como que el uso de computadoras sustituiría a la enseñanza tradicional, o que los estudiantes ya no necesitaban saber cosas, sino sólo “saber cómo aprender”. Esto, sumado a la revolución digital, tuvo como resultado que las generaciones jóvenes casi no leyeran libros, y que cualquier texto de más de 140 caracteres fuera considerado como “demasiado largo”. Para no hablar del deterioro de sus habilidades matemáticas y su cultura general. Todo esto había tenido como consecuencia que el pensamiento crítico, la herramienta más poderosa de que el ser humano dispone para sobrevivir y hacer de su mundo algo mejor, fuera cada vez menos apreciado y estuviera cayendo en franco desuso (un preocupante signo de esto era la desconfianza en la ciencia y sus resultados que se había vuelto común en los medios y entre los ciudadanos de todas las naciones, para regocijo de charlatanes y conspiranoicos).
Pero además, Scrooge –que sigue siempre representando, en este relato, a la humanidad– había permitido que los viejos conflictos que hay entre religiones que no han pasado por un proceso de reforma y secularización, como el Islam, y el mundo occidental cristiano, o como los que persisten entre Israel y Palestina, siguieran creciendo hasta provocar nuevas guerras, actos de terrorismo y violencia, pérdida de libertades en diversos territorios y otros males parecidos.
El Fantasma de la Navidad Presente, por su parte, le mostró a Scrooge los resultados de todo esto: un mundo donde la injusticia y la desigualdad van en aumento, donde las instituciones que habían promovido un mundo con mayor bienestar para cada vez más personas se están desintegrando; donde la estabilidad laboral, la seguridad social, la paz, la salud y la confianza misma en un ambiente propicio, saludable y sostenible están en riesgo. Donde los ideales de la Ilustración se consideran obsoletos. Un mundo donde, simbólicamente, un sociópata ignorante, egoísta, mentiroso, inseguro, rencoroso e impulsivo como Donald Trump puede ser presidente del país más poderoso, y toma todos los día decisiones que dañan a millones de personas.
Dos de las más recientes, enfatizó el Fantasma de la Navidad Presente, son haber despedido a la totalidad de su Consejo Asesor sobre VIH/sida –lo cual hace temer que apoyará medidas retrógradas y peligrosas como promover la abstinencia en vez de impartir una necesaria educación sexual a los jóvenes estadounidenses– y lanzar una orden que prohíbe que el Centro de Prevención y Control de Enfermedades estadounidense use palabras como “transgénero”, “feto”, “diversidad” “vulnerable”, ni las expresiones “basado en evidencia” o “basado en datos científicos”, lo cual representa, además de un riesgo para la salud del pueblo estadounidense, un ataque a la defensa de los derechos humanos y al pensamiento científico que había sido, entre otras cosas, uno de los motores del progreso de los Estados Unidos.
En este punto usted podría pensar que Scrooge sería más adecuado en esta historia para representar a Trump. Pero no es así: después de todo, Scrooge, al final del clásico cuento de Dickens, termina recapacitando y cambiando para volverse una mejor persona. Cosa que Trump jamás hará, porque está incapacitado para hacerlo. (Trump se parecería más, en todo caso, a Marley, el socio de Scrooge que terminó penando eternamente mientras arrastraba cadenas, y regresó sólo para intentar salvar el alma de su amigo, advirtiéndole de la próxima visita de los tres fantasmas.)
¿Y qué pasó entonces? Me encantaría decirle que Scrooge –la humanidad– recapacitó, tomó medidas urgentes para corregir todo lo que estaba mal, y que la historia tuvo un final feliz. Pero… no parece que vaya a ser así.
Y colorín colorado, este cuento, igual que este desconcertante año, se ha acabado. Este columnista le desea, a pesar de todo, el mejor 2018 que sea posible.