lunes, 25 de diciembre de 2017

Grana cochinilla

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 24 de diciembre  de 2017

Grana, guinda, carmín, púrpura, carmesí… los nombres del color que nuestros ojos y cerebros interpretan como “rojo” son muy variados. Y la historia del color rojo, como la de otros colorantes, además de ser fascinante, ha estado desde siempre ligada a la de la química.

Los colorantes o pigmentos son sustancias que, gracias a las características de su estructura química, absorben ciertas longitudes de onda de la luz blanca del sol y reflejan otras (a su vez, esto es debido a la configuración de los electrones en los enlaces químicos que unen los átomos para formar dichas moléculas, electrones que pueden absorber fotones de luz de ciertas frecuencias, pero no los de otras). Así, una sustancia roja no emite luz roja, sino que absorbe todos los demás colores presentes en la luz blanca y refleja sólo la parte roja del espectro de luz visible.

Los colorantes han sido útiles, a lo largo de la historia, para impartir color a las creaciones humanas. Y pocas creaciones humanas dependen tanto del color como la ropa. Por eso ciertos colorantes, como el famoso púrpura de Tiro, que se extrae sólo de ciertas especies de caracol, y cuyo costo era estratosférico, se convirtieron en símbolos de riqueza, e incluso de la realeza.

Algo similar ocurrió con el colorante rojo llamado “grana cochinilla”, producido por el insecto conocido como cochinilla de la grana (Dactylopius coccus), originario de América y que infesta preferentemente las pencas de los nopales (Opuntia). Los pueblos originarios de México ya cultivaban y cosechaban la cochinilla para extraer el colorante. Cuando los conquistadores españoles descubrieron el valor de este “oro rojo”, que alcanzaba precios estratosféricos, comenzaron a comercializarlo en Europa, donde los tintoreros, que eran quienes teñían las telas usadas por la nobleza, se volvieron locos por él debido a su elegancia y calidad (pues aunque había otros colorantes rojos, como los obtenidos de frutos y bayas, pocos podían competir con la intensidad y permanencia de la grana). Pronto las telas rojas teñidas con grana cochinilla se volvieron sinónimo de riqueza y alcurnia.

Y, como se explica en la magnífica exposición “Rojo mexicano”, que se presenta en el Palacio de Bellas Artes desde el pasado 10 de noviembre, de los tintoreros la fiebre por el tinte de grana pasó a los pintores, que la buscaron primero para reproducir lo más fielmente posible los ropajes de los personajes nobles y poderosos que retrataban, y después como un pigmento único que enriqueció su paleta.

La exposición, que es una delicia, va desde la química del colorante y la biología de la cochinilla (el insecto produce ácido carmínico, molécula útil para repeler a sus depredadores; pero la cochinilla misma no es roja, porque el colorante sólo se produce al mezclar el ácido carmínico con alumbre para producir su sal de aluminio, que es la que tiene un intenso color rojo), pasando por la historia de su cultivo, en tiempos prehispánicos y durante la Colonia (hay unos apuntes maravillosos del gran divulgador científico virreinal José Antonio Alzate sobre el cultivo de la cochinilla), a sus usos en la industria del vestido y la pintura en diversos periodos, y hasta sus aplicaciones actuales en la industria alimentaria.

Y con ese pretexto, se presentan obras valiosísimas de pintura y artesanía mundial, entre ellas la famosa recámara de Van Gogh y otros cuadros únicos de pintores famosos, con una museografía de primera. Y, por si fuera poco, se habla también de ciencia, pues la exposición misma es producto de un proyecto científico-artístico en que se usó la más moderna tecnología para confirmar de forma categórica cuáles de esos pintores usaron realmente la grana cochinilla en sus obras, a lo largo de la historia del arte (spoiler: Van Gogh sí la usó, pero no para lo que uno hubiera pensado).

En 1856, cuando Van Gogh tenía apenas 6 años, el químico inglés William Perkin produjo en su laboratorio el primer colorante sintético, la malveína, de color púrpura, que sustituyó al carísimo púrpura de Tiro. Pertenecía a la clase de las anilinas, que eran muy baratas de producir. Luego llegarían otras de colores variados, incluyendo el rojo, con lo que el uso de la grana entró en decadencia… aunque algunos pintores, como el propio Van Gogh, la seguían prefiriendo a los pigmentos sintéticos para lograr algunos efectos. Y en décadas recientes la industria alimentaria ha dejado de usar ciertos colorantes rojos sintéticos, de propiedades cancerígenas, para sustituirlos por el llamado “rojo natural 4”, que no es otro que la grana cochinilla, que vive así un renacimiento, reforzado por el aprecio de artesanos y artistas modernos.

No sé si la túnica original de San Nicolás de Bari, de quien deriva la figura de Santa Clos, fuera roja, pero si lo fue, seguramente no estaba teñida con grana cochinilla, porque vivió alrededor del año 300, más de mil años antes del descubrimiento de América. Pero sí pudo estar teñida con algún colorante similar, pues, tal como se muestra en la exposición, hay regiones como Armenia o Polonia donde otras especies de insectos cercanas a la cochinilla de la grana se han usado para obtener colorantes similares, aunque en mucha menor escala.

Lo que sí sé es que, si anda usted en la Ciudad de México en estos días, y tiene un rato libre, puede aprovecharlo para visitar esta maravillosa y muy disfrutable exposición, que estará abierta hasta el 4 de febrero, de martes a domingo, de 10 a 18 horas (domingos entrada gratuita).

Este columnista le desea que haya pasado una muy feliz navidad.

¿Te gustó?
Compártelo en Twitter:
Compártelo en Facebook:

Contacto: mbonfil@unam.mx

1 comentario:

José María Hdz dijo...

en oaxaca nos explicaron como conseguían los colores que usaban en las telas para los tapetes zapotecos incluido el rojo cochinilla. fue muy interesante esa visita