domingo, 17 de diciembre de 2017

Universum: 25 años de ciencia

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 17 de diciembre  de 2017

Cuando en 1989 el doctor José Sarukhán fue nombrado rector de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), una de sus primeras decisiones fue cumplir un sueño largamente acariciado por la comunidad de divulgadores científicos, de la que él forma parte: construir un gran Museo de Ciencias.

Para realizar este magno proyecto eligió a una dependencia universitaria única en su género en el mundo: el Centro Universitario de Comunicación de la Ciencia (CUCC), fundado en por el doctor Luis Estrada Martínez, pionero de la divulgación científica en México. Su nuevo director, el doctor Jorge Flores Valdés, fue el encargado de encabezar la labor, que sin la menor exageración, y con la perspectiva que dan 25 años, puede calificarse de titánica.

Afortunadamente, había lo más importante: por un lado, voluntad política, que trae consigo dinero y la posibilidad de superar los obstáculos burocráticos y de otra índole que un proyecto así siempre enfrenta. Y por otro, algo que la UNAM nunca escasea: talento y capacidad para realizarlo. Además de recursos propios de la UNAM –que, finalmente, provienen de los fondos públicos que se nutren de los impuestos de todos los mexicanos–, hubo también apoyos federales y del entonces Departamento del Distrito Federal (y, si no me equivoco, también algunos fondos privados).

Flores puso manos a la obra y formó inmediatamente un equipo de asesores científicos, que encabezarían cada una de las 12 salas temáticas del museo, además de museógrafos, arquitectos, ingenieros, comunicadores, artistas gráficos y una plétora de expertos en las más diversas especialidades, que llegaron a enriquecer al personal de planta del CUCC.

También se contrató a un nutrido grupo de jóvenes estudiantes o recién egresados de carreras científicas, para servir como asistentes y como guías de las exposiciones parciales que, en varios puntos de la ciudad, sirvieron como pruebas piloto de las exhibiciones que formarían parte del futuro museo. (Yo tuve la suerte de formar parte del proyecto a partir de 1990, cuando entré como asistente de la doctora Julia Tagüeña, directora de la Sala de la Energía del Museo, oportunidad que siempre agradeceré, pues me abrió las puertas de una carrera de más de 27 años como divulgador científico.)

Cierto: en México ya existían valiosos museos de ciencias, como el antiguo Museo del Chopo, renacido como Museo de Historia Natural en la tercera sección del Bosque de Chapultepec, el Museo de Geología de Santa María la Ribera y el Museo Tecnológico de la Comisión Federal de Electricidad (Mutec-CFE), junto a los juegos mecánicos del mismo bosque. Pero el museo de Ciencias de la UNAM, que llevaría por nombre Universum (el rector Sarukhán en algún momento sugirió llamarlo Inspiratorium –recordando que la palabra “museo” viene de “musa”–, nombre que por suerte no pegó), sería un museo de tercera generación: no una colección pasiva de objetos (como fuera el del Chopo y seguía siendo el Geología), ni una muestra de maquetas móviles o dioramas (como el de Historia Natural y el de la CFE), sino un espacio interactivo, con aparatos que ofrecieran experiencias que sirvieran para comunicar los conceptos científicos a los visitantes (incluso en algunos casos cercanas a los experimentos que realizan los investigadores científicos en sus laboratorios). Los visitantes serían así participantes activos.

Cancelación del boleto del Metro
conmemorativo de los 25 años de
Universum
Luego del trabajo intenso, durante tres años, del inmenso equipo que Flores coordinó magistralmente, Universum abrió sus puertas el 12 de diciembre de 1992. Sería innumerable la lista de expertos y personalidades que colaboraron para hacerlo posible. Hoy el CUCC se ha transformado en la Dirección General de Divulgación de la Ciencia de la UNAM, y Universum, con cambios y renovaciones –porque pese a crisis y limitaciones ha logrado ser un museo vivo–, ha cumplido 25 años en los que ha sido, sin duda, uno de los más importantes proyectos de divulgación científica de nuestro país. Y no sólo por los más de 18 millones de visitantes que ha atendido en ese lapso, sino por el impacto que ha tenido. A partir del inicio del proyecto, se desató una verdadera ola de construcción de museos y centros interactivos de ciencia en nuestro país y en Latinoamérica: meses después que Universum, se inauguraba en Chapultepec Papalote Museo del Niño, y siguieron otros en diversos Estados de la República (hoy la Asociación Nacional de Museos y Centros de Ciencia y Tecnología, AMMCCYT, creada en 1996, agrupa a 35 instituciones).

¿Puede medirse el impacto de Universum en la cultura científica de los mexicanos, en su educación, en nuestra sociedad y en el progreso de la ciencia y la tecnología en nuestro país? Sí y no, porque más allá de números y encuestas, lo que logran grandes proyectos como éste es alterar el ecosistema de ideas que conforman nuestra cultura.

Además de visitantes satisfechos, parejas de novios que han caminado por sus pasillos, alumnos de escuelas que han tenido experiencias gratas o quizá inolvidables, vocaciones científicas que han surgido, mensajes importantes que se han difundido, y de servir como catalizador para el crecimiento y maduración de la comunidad de divulgadores científicos profesionales en México, creo que el verdadero valor de Universum, así como de tantas otras actividades de divulgación científica que se realizan en el país, es hacer que nuestra cultura sea un poquito –aunque sea un poquito– menos ajena al pensamiento crítico y racional, y al conocimiento y comprensión de la ciencia y la tecnología.

Y eso, aunque no lo parezca, importa. Y mucho.
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Contacto: mbonfil@unam.mx

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