domingo, 29 de enero de 2017

La ciencia en tiempos de Trump

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 29 de enero de 2017

La llegada al poder de Donald Trump como presidente del país más rico y poderoso del mundo, aparte de ser una realidad –una terrible realidad, que muchos en el mundo seguimos percibiendo como una espantosa realidad alterna de pesadilla, a la que tardaremos en adaptarnos–, es un símbolo.

Un símbolo de la crisis de la democracia como forma de gobierno que aspira a ser justa y representativa. Un símbolo de la nueva era que vivimos, dominada por la comunicación a través de internet y las redes sociales virtuales, que posibilitan un nivel de difusión de información –y desinformación–, así como de discusión y cooperación, pero también de agresión y manipulación, nunca antes vistos en la historia de la humanidad. Un símbolo de lo que pasa cuando una democracia es sustituida por el poder de las redes sociales, haciendo posible que un presidente de los Estados Unidos gobierne mediante tuits. Y un símbolo, finalmente, de cómo en una era así, la política, el arte de gobernar, manejada por especialistas formados para ello, es sustituida por la negociación (no en balde el libro de Trump se llama, parodiando al clásico de Sun Tzu, El arte de la negociación). Hoy, en vez de gobernantes, gobiernan negociantes; personajes de reality show, de revistas de sociales.

A una semana del comienzo de la era Trump, todavía es pronto para saber si la ola de medidas extremas y agresivas que como presidente ha tomado van a ser representativas de su gobierno, o sólo un desplante para mostrar que está dispuesto a cumplir sus locas promesas de campaña (ni siquiera sabemos aún si realmente tendrá posibilidad de cumplirlas, pues muchas de ellas tienen que ser aprobadas por el Congreso). Pero, dados los antecedentes, lo más sensato es pensar y actuar como si fuera a cumplirlas.

Y en medio de la ola de desastrosas medidas económicas, políticas y policiales que Trump está desatando, hay algo que es, si no más grave, sí igual de alarmante: el ataque que está llevando a cabo contra las instituciones científicas y contra la idea misma de ciencia.

Ya desde su campaña­ se sabía que Trump es un negacionista del cambio climático, que se resiste a admitir la evidencia que demuestra, ya sin margen de duda razonable, que la liberación de gases de efecto invernadero de origen humano a la atmósfera está alterando el clima de manera irreversible y catastrófica. También había mostrado que cree en las teorías de conspiración que relacionan las vacunas con el autismo, por más que hayan sido totalmente refutadas.

Pero en los pocos días que lleva gobernando ha nombrado a personas que comparten éstas y otras peligrosas creencias anticientíficas en puestos clave como la Agencia de Protección Ambiental (EPA), el Departamento de Energía (DOE) o como secretarios de Estado. Y ha tomado medidas como eliminar la página de cambio climático de la Casa Blanca e imponer una veda (cuya duración se desconoce) a la difusión de información científica generada con fondos federales en el Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA) y la propia EPA. Asimismo, ha amenazado con someter a revisión por parte de políticos del gobierno –además de las revisión por pares científicos­– cualquier información proveniente de la EPA, antes de aprobar su publicación.

Probablemente habrá un periodo de ajuste, de tira y afloja, en el que irá quedando claro en qué casos se trata sólo de ajustes burocráticos para controlar la información que circula en las cuentas oficiales y páginas web, cuándo se trata de intentos reales de censura, y si éstos se sostienen o se echan atrás (la administración de Trump ya salió a aclarar que se trataba de “malentendidos” en algunos casos). Mientras tanto, empleados federales de la NASA, el Servicio Nacional de Parques (NPS), la EPA, el USDA y otras dependencias federales relacionadas con la ciencia, la salud y el ambiente han abierto cuentas de Twitter “alternativas”, de resistencia, para seguir difundiendo información confiable relacionada con el cambio climático y otros temas que la administración Trump preferiría silenciar, y para protestar contra estas medidas exageradas de control.

Al mismo tiempo, la comunidad científica estadounidense está comenzando a organizar una gran marcha –siguiendo el ejemplo de la marcha de las mujeres– para demostrar su desacuerdo con este sesgo anticientífico. Incluso se comienza a hablar de lanzar a científicos como candidatos al Congreso y otros puestos de elección (que los científicos lleguen a pensar en convertirse en políticos habla de lo grave que pinta la situación).

La ciencia se basa en la obtención de datos, su análisis y la generación de hipótesis para explicarlos, y la contrastación de sus conclusiones con nuevos datos, en un proceso continuo. Y requiere de la discusión libre, abierta y crítica. En ciencia sólo los datos y la argumentación racional cuentan. Por supuesto, como en cualquier actividad humana, es inevitable que haya sesgos, conflictos de interés, corrupción, deshonestidad y errores. Pero no existe ningún otro campo de actividad humana donde se haya logrado imponer, para minimizar estos problemas, controles de calidad de un nivel comparable a los que existen en ciencia. Los científicos hacen todos los esfuerzos posibles para no engañarse, pues saben que la esencia misma de su labor depende la confiabilidad de sus datos.

La lógica de Trump, y de los conservadores de derecha, que viven en los tiempos de la “posverdad” donde lo que importa no son los hechos, sino la coincidencia de éstos con mis creencias previas, y donde se habla de “hechos alternativos” (como dijera la vocera de Trump Kellyanne Conway), es totalmente contraria al pensamiento científico. La administración Trump hoy habla de “ciencia liberal”, a la que descalifica, como si la ciencia dependiera de las ideologías políticas.

La erosión del sistema científico estadounidense, que tendría repercusiones a nivel global, y que dificultaría aún más enfrentar la crisis de desinformación anticientífica que padece el mundo –con gente que niega la utilidad de las vacunas, la existencia del VIH o la realidad y los riesgos del cambio climático– podría ser uno de los más grandes daños que dejará la presidencia de Donald Trump. El mundo necesita más ciencia, y más confianza en ella, para aplicarla a resolver los problemas que nos agobian. Atacarla y socavarla es suicida.

Ojalá se pueda hacer algo para evitarlo.


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domingo, 22 de enero de 2017

Tijeras moleculares contra el VIH

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 22 de enero de 2017

El sistema CRISPR-Cas
La gente que no entiende la ciencia tiende a satanizar la investigación básica, pues pareciera que sólo gasta dinero para satisfacer la curiosidad de los científicos. Piensan que busca entender la naturaleza y manipularla sólo por el placer de hacerlo, investigando temas abstractos y esotéricos que “no sirven para nada”… Nada práctico, se entiende.

Sin embargo, la historia de la ciencia y la tecnología está llena de ejemplos de que incluso la investigación básica más abstrusa da origen, de manera inesperada, a aplicaciones que cambian la vida de muchas personas.

En biología molecular, las aplicaciones prácticas de los descubrimientos que se han hecho sobre los sistemas de reproducción y control de los genes de las células han aparecido más bien rápido. La llamada “ingeniería genética” –es decir, la capacidad de producir moléculas de ADN que contengan genes de distintas especies y lograr que se expresen en células u organismos vivos para producir sustancias útiles o para obtener organismos “transgénicos” con características deseables– se desarrolló sólo dos décadas después del descubrimiento de la estructura de la doble hélice. Hoy contamos con muchas técnicas de manipulación genética que son muy útiles como herramientas de investigación básica, pero también en la industria y la medicina.

El rápido avance de estas tecnologías se debe, en parte, a que los biólogos moleculares no las “inventan”, sino que más bien adoptan y adaptan herramientas moleculares que ya existen en las células vivas para aplicarlas de maneras novedosas. El ejemplo más reciente y destacado es el desarrollo de la tecnología CRISPR-Cas, que le mereció el Premio Princesa de Asturias en 2015 a las dos científicas que lo desarrollaron, la sueca Emmanuelle Charpentier y la estadounidense Jennifer Doudna.

CRISPR-Cas es un sistema de defensa que se descubrió en muchas bacterias. Consiste en una proteína (Cas) que reconoce ciertos sitios en el ácido nucleico de virus que invaden las bacterias y los destruye, cortándolos. ¿Como reconoce Cas a los virus que debe destruir? Los compara con fragmentos de ácido nucleico que ya están previamente contenidos en la célula (los llamados CRISPR). Charpentier y Doudna se dieron cuenta de que fabricando estos fragmentos en forma artificial podrían “ordenar” a la proteína Cas que corte cualquier fragmento de ADN que se desee: convirtieron así a Cas en unas tijeras moleculares programables. Desde el desarrollo del sistema por Charpentier y Doudna, CRISPR-Cas se ha convertido en una potentísima herramienta de investigación que se usa en todo el mundo.

Pero ahora también se buscan maneras de utilizarla como posible herramienta terapéutica. Y ¿qué mejor objetivo que el VIH?

Como se sabe, el virus de la inmunodeficiencia humana causa el temido sida. Aunque hoy se cuenta con avanzadas terapias antirretrovirales que permiten que una persona infectada no muera y pueda llevar una vida prácticamente normal, el número de personas infectadas en el mundo sigue creciendo (a pesar de que evitar la infección es tan fácil como usar un condón). Y todavía no es posible curar la infección.

Esto último se debe a que el virus, al infectar a las células del sistema inmunitario, no sólo las destruye: también inserta su información genética dentro del ADN de las propias células sobrevivientes. El virus puede así quedar “dormido”, latente dentro del núcleo de las células en distintas partes del cuerpo: la sangre, el tracto digestivo, los nódulos linfáticos y hasta el cerebro. La terapia antirretroviral evita que los virus se reproduzcan, pero en cuanto se deja de tomar, los virus latentes se reactivan y el paciente vuelve a enfermar. Por eso, quienes viven con VIH se ven obligados a tomar la terapia de por vida, con los efectos secundarios a largo plazo que ésta puede tener.

¿Sería posible utilizar una tecnología como CRISPR-Cas para combatir la infección por VIH? Varios grupos de investigación lo han intentado, usando células en cultivo en laboratorio. Inicialmente la técnica funciona, pero se ha visto que las copias del virus insertadas en el ADN humano pronto se vuelven resistentes, cuando la zona que es reconocida y cortada por la tijera molecular sufre mutaciones.

Resumen del experimento
de Atze T. Das
Pero en diciembre de 2016 un grupo de investigación de la Universidad de Ámsterdam, en los Países Bajos, encabezado por el doctor Atze T. Das, publicó los resultados de un estudio en el que aplicó un enfoque más enérgico. Las primeras terapias antirretrovirales fracasaban cuando el VIH mutaba para volverse resistente, hasta que surgió la idea de utilizar tres medicamentos simultáneamente (los llamados “cocteles” antirretrovirales, o terapia antirretroviral altamente activa). Si la probabilidad de que el VIH mute para volverse resistente a un medicamento, sin dañar al mismo tiempo alguno de los sistemas que necesita para reproducirse, es baja, la probabilidad de que mute para volverse resistente a tres medicamentos a la vez es casi nula. Pensando en el éxito que tuvo esta estrategia, Das decidió probar qué pasaría al programar el sistema CRISP-Cas para cortar dos blancos moleculares en el genoma del VIH de sus células en cultivo. Y halló que el virus era totalmente incapaz de mutar para escapar a este asedio.

En otras palabras, las células quedaban “funcionalmente curadas” de la infección por VIH: éste era incapaz de salir de su estado durmiente (o, más bien, los virus que se producen no son capaces de infectar a otras células y reproducirse). Si se lograra esto en pacientes con VIH, el resultado equivaldría a una cura, para todo fin práctico, y podrían dejar de tomar los medicamentos.

Por supuesto, se trata sólo de una prueba de concepto, realizada en condiciones de laboratorio. Algunos colegas de Das opinan que se podría mejorar utilizando tres y hasta cuatro blancos moleculares. Y habría que buscar una manera de introducir el sistema CRISP-Cas en las células vivas de pacientes infectados con VIH (otros grupos de investigación ya están desarrollando vehículos moleculares para este fin, consistentes en partículas modificadas de otro tipo de virus, aunque esto podría aumentar el riesgo de cáncer en los pacientes).

Sin embargo, al ritmo que se están desarrollando las nuevas herramientas moleculares que pueden utilizarse para terapias génicas de este tipo, es posible pensar que un plazo no demasiado largo pudiera vislumbrarse no sólo una cura funcional para la infección por VIH, sino remedios para muchas otras enfermedades.

Definitivamente, la investigación científica básica es una inversión a largo plazo. Pero cuando sus aplicaciones resultan exitosas, el dividendo puede ser incalculable.

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domingo, 15 de enero de 2017

El fraude homeopático

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 15 de enero de 2017

A fines de diciembre pasado la revista Proceso publicó los resultados de la Encuesta Nacional de Ciencia y Tecnología 2015, elaborada por la UNAM, donde se revela, entre otras tristes muestras de la falta de cultura científica en nuestra población, que “los mexicanos tienen más confianza en los horóscopos que en la ciencia”.

El resultado no es sorprendente: otras encuestas llevadas a cabo con cierta regularidad en nuestro país ofrecen siempre resultados similares: poca confianza en la ciencia, poco conocimiento de ella, incapacidad para distinguir entre ciencia legítima y seudociencias.

El problema de distinguir entre la ciencia digna de confianza y sus imitaciones fraudulentas no es algo que se resuelva fácilmente: ha ocupado durante más de un siglo a científicos, filósofos y otros especialistas, quienes lo conocen como el “problema de la demarcación”.

Y es que tanto la ciencia como muchas falsas ciencias tienen el mismo origen: la curiosidad humana, la búsqueda de respuestas a problemas, el uso del sentido común, de la observación y la experimentación para tratar de obtener conocimiento sobre la naturaleza, que nos permita entender el movimiento de los astros o los ciclos naturales del planeta, curar enfermedades y tomar decisiones en la vida. La diferencia es que muchas disciplinas se conforman con respuestas que suenen lógicas o coherentes, y toman en cuenta sólo los datos que coincidan con ellas. Surgen así disciplinas seudocientíficas como la astrología, la alquimia, el espiritismo o la grafología (en la vertiente que pretende revelar el carácter de una persona a través de su escritura).

La ciencia legítima, en cambio, ha hecho esfuerzos a lo largo de cientos de años para desarrollar métodos que impidan a los científicos engañarse a sí mismos, pues reconocen la multitud de sesgos cognitivos que nuestra especie posee y que nos hacen pensar, por ejemplo, que porque algo ocurre una vez ocurrirá siempre, o que porque dos eventos ocurrieron uno después de otro hay entre ellos una relación de causa y efecto. La observación y experimentación repetidas y controladas, y sometidas a la revisión y crítica de terceros, así como el uso de la estadística, son parte del complejo sistema de control de calidad que la ciencia moderna usa para tratar de reducir al mínimo la tendencia humana a engañarse.

Aun así, se puede defender el derecho de las personas a creer en aquello que les convenza, sean éstas historias de extraterrestres que nos visitan en platillos voladores, influencias planetarias que afectan nuestro destino, o la existencia de fantasmas y otros seres sobrenaturales. Simplemente, hay que insistir en que dichas creencias carecen de todo sustento científico, como lo demuestran numerosas investigaciones llevadas a cabo durante décadas.

Pero cuando se trata de la salud pública, hay que marcar límites. Existe una infinidad de seudociencias médicas que proliferan en todos los países y afirman, en contra no sólo de la lógica y el conocimiento científico, sino de toda la evidencia disponible, poder curar enfermedades. Acupuntura, homeopatía, reiki, aromaterapia, flores de Bach, curación con cuarzos o péndulos, terapias “cuánticas”… la lista es interminable.

En particular la homeopatía tiene una larga historia: fue inventada a fines del siglo XVIII por el alemán Samuel Hahnemann, quien a partir de los efectos contra la fiebre de la quinina –que servía para combatir la malaria, pero que tomada por alguien sano podía producir fiebre– hizo la generalización de que “lo semejante cura lo semejante”. A partir de ese y otros caprichosos principios, como el de que una sustancia se hace más “potente” cuanto mayor sea su dilución (siempre y cuando antes se agite vigorosamente cien veces, claro), y manteniendo ideas provenientes de la medicina hipocrática, Hahnemann creó la homeopatía.

La explicación de la gran popularidad de esta seudomedicina es compleja. El caso es que a principios del siglo XX tuvo gran popularidad en Francia, de donde fue importada, a instancias de homeópatas mexicanos, por el gobierno de Porfirio Díaz, que fundó el Hospital Nacional Homeopático (que subsiste hasta nuestros días, como parte de la Secretaría de Salud, y que fue recién remodelado y reinaugurado en 2014), y la Escuela Nacional de Medicina y Homeopatía, que hoy es parte del Instituto Politécnico Nacional y forma, lamentablemente, médicos con preparación científica y al mismo tiempo homeopática.

El problema con la homeopatía es que, a pesar de sus más de dos siglos de historia, ha demostrado ser una terapia completamente inútil: numerosísimos estudios hechos durante décadas en todo el mundo lo confirman. Por supuesto, mucha gente afirma haberse curado con tratamientos homeopáticos. Lo mismo ocurre con otras terapias, o con quien pone una veladora a la virgen o se hace una limpia. Pero estas curaciones son sólo producto del efecto placebo: la aparente acción terapéutica de un tratamiento que no se debe realmente a éste. Por otro lado, los principios teóricos de la homeopatía van en contra de todo el conocimiento químico y farmacológico acumulado durante siglos. El efecto de una sustancia disminuye, no aumenta, con su dilución, y las diluciones homeopáticas frecuentemente implican que la solución no contiene ya ni una sola molécula de la sustancia supuestamente curativa (los homeópatas explican esto diciendo que lo que se preserva es su “espíritu curativo”).

Aunque hay homeópatas en todo el mundo y una industria transnacional que fabrica estos inútiles medicamentos, y aunque en Alemania –tan dada a las supersticiones naturistas– goza de gran prestigio, en numerosos países avanzados como el Reino Unido, Francia, España, Australia, Holanda o Suiza las autoridades y la comunidad médica han reconocido su inutilidad terapéutica, y en algunos países se ha logrado que los tratamientos homeopáticos dejen de recibir apoyo del sistema de salud pública. Y en noviembre de 2016 la Comisión Federal de Comercio de los Estados Unidos determinó que “Los remedios homeopáticos (…) tendrán ahora que venir con una advertencia que especifica que están basados en teorías anticuadas no aceptadas por la mayoría de los expertos médicos modernos y que no hay evidencia científica de que el producto funcione”.

Desgraciadamente, sus raíces históricas y amplia aceptación hacen que la homeopatía siga formando parte del sistema de salud mexicano. Recientemente, el diario La Jornada publicó varios reportajes donde presenta, con la opinión de homeópatas y fabricantes de medicamentos homeopáticos, a esta seudomedicina como una opción no sólo válida, sino mejor que la medicina científica (a la que los homeópatas llaman, erróneamente, “alopática”), con el argumento de que “no causa efectos secundarios”. E informa, asimismo, que en el Diario Oficial de la Federación se publicó, en agosto pasado, la “Primera Actualización del Cuadro Básico y Catálogo de Medicamentos Homeopáticos”.

Con esto, el gobierno federal, y las autoridades de salud, continúan avalando una terapia inútil que muchas naciones avanzadas ya están, afortunadamente, comenzando a rechazar, pues defrauda la confianza de los ciudadanos al ofrecer tratamientos ineficaces para tratar enfermedades reales.

Cierto: los mexicanos confiamos más en los horóscopos que en la ciencia. Y también en las seudomedicinas.

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domingo, 8 de enero de 2017

Juego de mitocondrias

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 8 de enero de 2017

El doctor Zhang con
el pequeño Abrahim
Una de las noticias científicas destacadas del año pasado fue el nacimiento de un bebé “con tres progenitores”. Se trataba del pequeño Abrahim Hassan, hijo de dos padres jordanos que habían ya perdido a dos bebés debido a una rara enfermedad genética conocida como síndrome de Leigh.

Este síndrome afecta a las mitocondrias, esos pequeños organelos que viven dentro de nuestras células y que nos ayudan a oxidar los alimentos para extraer la energía química contenida en ellos. Aunque en muchos casos la causa del síndrome de Leigh está en alguno de los 20 mil genes del núcleo de nuestras células, las mitocondrias tienen su propio pequeño genoma, y en un 10 al 30 por ciento de los casos, la causa se encuentra entre los 37 genes de las mitocondrias humanas. Como las mitocondrias se heredan sólo por vía materna –cuando la cabeza del espermatozoide penetra en el óvulo, sólo lleva los genes nucleares; las mitocondrias paternas no penetran en el óvulo–, esta forma del síndrome sólo se hereda a través de la madre.

Y ese es el caso de Ibtisam Shaban, la madre de Abrahim: aproximadamente una cuarta parte de las mitocondrias de sus células (una sola célula humana puede contener cientos o miles de mitocondrias) presentaban la mutación que produce el síndrome de Leigh que mató a sus dos primeros bebés.

Ante eso, el doctor John Zhang, del New Hope Fertility Center, una clínica privada de fertilidad de Nueva York, ofreció a la pareja el novedoso tratamiento de reemplazo mitocondrial, que consiste en tomar el núcleo de un óvulo de la madre –que contiene sólo sus genes nucleares pero no los de las mitocondrias, que están fuera del núcleo– e insertarlo en el óvulo de otra mujer, al cual se le extrajo previamente su propio núcleo. Luego, el óvulo sería fertilizado con un espermatozoide del esposo de Shaban, Mahmoud Hassan.

Tecnica de reemplazo
mitocondrial (tomado de
http://ow.ly/r8R4307VrAD)
Como el procedimiento todavía no es legal en Estados Unidos (aunque se aprobó recientemente en el Reino Unido), Zhang y su equipo lo llevaron a cabo en la clínica que New Hope tiene en Guadalajara en la Ciudad de México, donde –según el reportaje de la revista New Scientist que dio a conocer originalmente la noticia a finales de septiembre de 2016–, “no hay reglas” (probablemente lo que quiso decir es que en nuestro país dicho procedimiento no está regulado).

Así, el nuevo bebé tendrá sólo mitocondrias sanas procedentes de la “madre” donadora. Todo pareció salir bien y la noticia le dio la vuelta al mundo.

O al menos eso se pensaba. Porque aunque hasta donde se sabe el pequeño Abrahim nació y sigue creciendo con normalidad, un nuevo estudio publicado el pasado 8 de diciembre en la revista Nature, llevado a cabo por investigadores de la Universidad de Ciencia y Salud de Oregon, Estados Unidos, encabezado por Shoukhrat Mitalipov, indica que la terapia de reemplazo mitocondrial podría no ser tan efectiva como se esperaba.

El problema es que en el trasplante de núcleo pueden acarrearse, inadvertidamente, algunas pocas mitocondrias de la madre original al óvulo de la donadora. Estas pocas mitocondrias, si contienen la mutación, estarían también presentes en las células del bebé. El estudio de Mitalipov, llevado a cabo con óvulos de 11 mujeres sanas y núcleos de óvulos de mujeres con mutaciones mitocondriales, halló que en aproximadamente el 15 por ciento de los casos, las pocas mitocondrias procedentes de la madre original –un 1 por ciento de la mitocondrias totales– podían multiplicarse dentro de las células más rápidamente que las mitocondrias de la donadora, llegando a dominar la población en poco tiempo.

Esto podría deberse a que quizá los genes de las mitocondrias de la madre original están de alguna manera mejor adaptados a convivir con los genes del núcleo de sus células. Esto les daría a las mitocondrias procedentes de la madre original una ventaja reproductiva dentro de las células del bebé. Recordemos que las mitocondrias alguna vez fueron bacterias de vida libre que en el curso de la evolución, hace unos dos mil millones de años, decidieron quedarse a vivir dentro de otras células y establecer una simbiosis, dando así origen a las células eucariontes, como las nuestras. Todavía hoy, las mitocondrias se reproducen independientemente, a su propio ritmo, dentro de nuestras células. Y si hay dos o más poblaciones de mitocondrias con características diferentes, pueden competir entre sí.

Como basta con que alrededor de un 18 por ciento de las mitocondrias de un bebé contengan la mutación para que una enfermedad como el síndrome de Leigh se manifieste, los resultados de Mitalipov podrían significar que la enfermedad podría resurgir en los bebés producto de este tipo de procedimientos. Por ello, antes de poder hacer trasplantes de núcleo para combatir las enfermedades transmitidas en el ADN mitocondrial, se tendrían que hacer estudios de compatibilidad entre las mitocondrias de la “madre” donadora y el núcleo de la madre original (un poco como se hacen estudios de compatibilidad para hacer transfusiones de sangre o trasplantes de órganos). Mitalipov y sus colegas ya proponen unos primeros lineamientos al respecto.

Mientras tanto, las terapias genéticas como ésta siguen avanzando, y con ellas la necesidad de desarrollar lineamientos éticos para garantizar la salud de los bebés que nazcan gracias a estos procedimientos. Y, por supuesto, para impedir que dicha tecnología se use con fines frívolos como producir “bebés de diseñador”, con características físicas que sólo satisfagan los caprichos estéticos de los padres.


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domingo, 1 de enero de 2017

Zapatistas y científicos


Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 1o de enero de 2017

Desde hace unas semanas el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN, que para sorpresa de muchos sigue existiendo) avisó que estaba organizando un encuentro de sus miembros “con 82 científicas y científicos (sic)” de 11 países (o 12, según la fuente), expertos en 51 campos de investigación científica; entre ellos, varios académicos de respetadas instituciones mexicanas. El evento, organizado en coincidencia con el 22 aniversario de la rebelión neozapatista, fue titulado “L@s Zapatistas y las ConCiencias (sic) por la Humanidad (resic)”.

El programa de actividades, difundido el 24 de diciembre, informaba que el encuentro tendría lugar del 26 al 30 de diciembre y del 2 al 4 de enero en San Cristóbal, Chiapas, y constaría de sesiones generales, pláticas de divulgación y talleres en los que los “200 mujeres, hombres, niños y ancianos” que forman parte de las “bases de apoyo zapatistas de las lenguas Tzeltal, Tzotzil, Tojolabal, Chol, Zoque, Mame y mestizo” –pero que entienden “castilla”– participarían “como alumn@s” (sic). La asistencia estaría abierta a otras personas, pero “l@s alumn@s zapatistas serán l@s únic@s que podrán interpelar a l@s científic@s ponentes” (sic que se cansa de repetir tanta corrección política).

El evento comenzó a tener cierta resonancia cuando, el 26 de diciembre, el EZLN difundió la ponencia presentada por el “Alquimista SupGaleano” (nombre que en esta ocasión ocupa el antes llamado Subcomandante Insurgente Marcos), titulada “Algunas primeras preguntas a las ciencias y sus conciencias”. En ella planteaba, en su usual prosa poético-enmarañada (que tiene la virtud de que uno nunca puede estar seguro de haber entendido lo que quería decir), lo que los zapatistas esperan del encuentro. Entre mucho rollo y en medio de afirmaciones sarcásticas, Marcos declaró, entre otras cosas: “queremos que la universidad se levante en nuestras comunidades, que enseñe y aprenda junto a nuestra gente”; “No queremos ir a los grandes laboratorios y centros de investigación científica de las metrópolis, queremos que se construyan aquí”; “Queremos que (…) se edifiquen, bajo nuestra dirección y operación colectivas, observatorios astronómicos, laboratorios, talleres de física y robótica, puestos de observación, estudio y conservación de la naturaleza”; “Queremos estudios científicos, no sólo técnicos”.

Pero lo que más llamó la atención de su discurso fue la enorme lista de preguntas “que habían preparado” para plantearlas y, supongo, para ser contestadas en el encuentro. Entre ellas había algunas pertinentes, aunque enmarcadas en una visión difícilmente compatible con el pensamiento científico (“¿Los transgénicos dañan a la madre naturaleza y a los seres humanos o no los dañan?”; cursivas mías). Otras, que revelaban una genuina curiosidad acerca de la naturaleza (“¿Cuál es la explicación científica de que le calculan el tiempo de la construcción de las ruinas?”; “¿Qué explicación científica hay cuando algunas personas que al dormir roncan y cuál es la cura?”).

Otras más muestran la curiosidad de los zapatistas frente al conflicto entre la visión científica del mundo y sus diversas creencias y tradiciones (“Cuando hay un paciente o pacienta [sic] y sufre fractura de hueso, el médico amputa la parte afectada o le pone un fierro [clavo]. Pero si este paciente lo trata un hueser@, lo cura. ¿Cuál es la explicación de esta situación?”; “Con los alimentos químicos, enlatados, embolsados, embotellados, ¿dañan o no la salud?”; “¿Cuál es la explicación científica, si las medicinas químicas curan una enfermedad, pero dañan otras partes del organismo? ¿Se puede hacer científicamente que la medicina química no dañe y solo te cure la parte afectada?”; “¿Tiene alguna explicación científica que cuando soñamos algo, luego llega a cumplirse en lo real?”)

Algunas preguntas más simplemente revelaban una serie de prejuicios políticos e ideológicos: “¿Cuál es la explicación científica por qué los grandes empresarios quieren ser los dueños del mundo destruyendo la humanidad y la madre naturaleza?”; “¿Ven ustedes necesario y urgente unir la ciencia con los esfuerzos y conocimientos organizados de los pueblos originarios en resistencia y rebeldía por la defensa de la vida, de la salud y la Madre Tierra?”; “¿hay una explicación científica de la conducta de los pinches capitalistas de por qué son tan malditos y no tienen llenadero? ¿Es que algo tienen mal en su cabeza, o sea en su cerebro, o por qué es que, mientras más asesinan y destruyen, más contentos están?” (sic que jura no estar inventando nada, sólo transcribiendo del texto de Marcos).

Y otras preguntas, finalmente, llamaban francamente la atención por ser cuestiones que cualquier alumno de secundaria –al menos de mis tiempos– podría responder, siquiera en términos generales. “¿Cuál es la explicación científica acerca de los relámpagos, los truenos, etc.?”; “¿Cuál es la explicación científica del por qué se dan los terremotos?”; “¿Cuál es la explicación científica de la formación de los volcanes y de que sustancias están formados?”; “¿Científicamente existe un fin de los números enteros o decimales?”.

No sé si la falta de información que revelan en particular estas últimas preguntas se deba a deficiencias a nivel nacional en los programas de estudio; a la terrible crisis educativa que padecemos; a que las escuelas en Chiapas –o las de los territorios zapatistas– tengan problema particulares derivados de su situación socioeconómica, o a que los zapatistas no tengan acceso a computadoras con internet, Google y Wikipedia. Pero la publicación de la lista ocasionó que se desatara una ola de críticas y hasta descalificaciones –a la que este columnista se unió en un primer momento– contra Marcos y su aparente ignorancia, que mezclaba dudas científicas con creencias mágicas, seudociencia e ideología.

Pero al día siguiente, Marcos presentó otro texto –magistral, aunque no exento de su habitual rollo– titulado “La culpa es de la flor”. En él explica que las preguntas del día 26 no eran suyas, sino que habían surgido de las bases zapatistas, y demuestra que, lejos de ser ignorante en temas científicos, está consciente de la importancia de la ciencia, de los diversos mecanismos académicos que garantizan su rigor (y por tanto su confiabilidad) y de los peligros de la actual época de posverdad, donde toda la información se difunde masivamente y es tomada como igualmente confiable, independientemente de su veracidad (como acertadamente comentó mi amiga, colega y hoy vecina de página en Milenio Diario, Fernanda de la Torre, la semana pasada en su columna).

Marcos/Galeano advierte de los peligros de las seudociencias, ese “boquete que las ciencias tienen bajo la línea de flotación” y que “reducen el quehacer científico a una caricatura de consumo masivo”, y lamenta de que “Las pseudociencias o ciencias falsas no sólo ganan cada vez más seguidores, se están convirtiendo ya en una explicación aceptada de la realidad”. Algo de lo que muchos científicos no están todavía suficientemente conscientes.

También aclara que “El interés por la ciencia en las comunidades zapatistas es legítimo, real. Pero es relativamente nuevo”, y que forma parte del avance de la formación educativa zapatista, y explica el proceso por el que se llegó a la formulación de las preguntas presentadas en el primer ponencia.

Cabe cuestionar los usos políticos que se le podrán dar a este encuentro, permeado ya desde su nombre de ideología que va mucho más allá de lo científico (ya el que se declare “por la humanidad” y se le cuestione a los científicos asistentes si trabajan “para el futuro de la humanidad” da la impresión de que quienes lo organizan comparten el prejuicio de que hacer ciencia no es en sí misma una labor de por sí válida y valiosa, como lo son también las artes y las humanidades, sin necesidad obligada de tener una utilidad práctica). Pero en opinión de quien esto escribe, el hecho de que un grupo “rebelde” que aboga por sus derechos muestre un interés genuino en adquirir una cultura científica, superando las limitaciones de su sistema educativo, es ya algo admirable.

Habrá que esperar los resultados del encuentro. En lo personal no dudo que habrá enfrentamientos entre las creencias de tipo místico que forman parte de muchas tradiciones de los pueblos originarios, así como de los prejuicios ideológicos comunes entre la izquierda revolucionaria, y el auténtico conocimiento científico, basado en la evidencia comprobable, el razonamiento lógico y los mecanismos de control de calidad como la evaluación por pares. Pero quiero pensar que el resultado puede ser el inicio de un diálogo fructífero, al menos para los zapatistas. Me gustaría que las ponencias presentadas sean hechas públicas, en audios, videos o, mejor, en un libro; así será posible examinarlas y discutirlas.

Mientras tanto Marcos –cuyas bien conocidas habilidades de manipulación mediática parecen estar intactas– y los neozapatistas han logrado posicionar al EZLN nuevamente en la agenda mediática, esta vez aliándose con representantes reconocidos de la comunidad científica. Veremos si dicho interés va más allá de la política y la ideología.

Mis mejores deseos para el año nuevo 2017: que sea para usted mucho mejor de lo que espera.
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