Aunque no bebo, ayer 24 de noviembre tuve el placer de compartir con varios queridos amigos un brindis por Charles Darwin. Celebramos el sesquicentenario –la raíz “sesqui” significa “una y media unidades” – de su libro Sobre el origen de las especies por medio de la selección natural o la supervivencia de las razas favorecidas en la lucha por la vida, publicado hace exactamente 150 años.
El mismo día, en la Facultad de Ciencias de la UNAM se develó un busto de Darwin. Ya el pasado 12 de febrero se había festejado el 200 aniversario de su nacimiento.
¿Por qué celebrar la publicación de un libro? ¿Se tratará, como dicen los opositores del darwinismo, de una expresión de dogmatismo que hace de El origen de las Especies un texto sagrado e incuestionable?
Creo que no. Creo que la obra se sostiene por mérito propio. El mecanismo básico que Darwin propuso para explicar cómo dentro de una especie surgen variantes que, al acumularse cambios hereditarios, se van convirtiendo en razas, luego en subespecies y finalmente en especies nuevas –la distinción entre estas categorías es meramente cualitativa– sigue vigente.
Al proponer su gran idea, la selección natural, Darwin resolvió el “misterio de misterios”: cómo surgen las especies, por qué están tan admirablemente adaptadas a sus respectivos ambientes, y de dónde surge la exuberante biodiversidad del mundo natural.
El libro de Darwin perdura y es apreciado no por dogma ni como verdad absoluta, sino por haber, precisamente, sobrevivido en la lucha por la existencia. Porque las ideas también evolucionan. El filósofo Karl Popper explica que la ciencia es un proceso de “conjeturas y refutaciones”, donde las teorías compiten entre sí. Las que fallan al ser contrastadas con los datos se extinguen; las que ofrecen explicaciones satisfactorias perduran… por lo menos hasta la próxima vez que sean puestas a prueba.
Hace poco escribí un libro para niños sobre la vida e ideas de Darwin (Charles Darwin: el secreto de la evolución, SM Editores, 2009). No espero que la edición se agote – como ocurrió con el libro de Darwin, ¡el primer día! –, pero al menos espero que su lectura pueda abrir la puerta del asombro ante las ideas de este gran pensador. ¡Salud por Darwin y su libro!