jueves, 28 de diciembre de 2006

El reto urgente

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 27 de diciembre de 2006

Vi La verdad incómoda, documental en que Al Gore, ex vicepresidente estadunidense y candidato presidencial alerta sobre el calentamiento global, sin mucha confianza.

Temía aburrirme. Dudaba aprender algo nuevo: la información sobre el efecto invernadero y el calentamiento global aparece con frecuencia en la prensa. Y pensé que la cinta sería tendenciosa.

Me equivoqué en los dos primeros puntos. A pesar de ser la versión cinematográfica de una conferencia que Gore imparte desde hace años, la cinta es fascinante. Gore ha destilado la información y refinado su presentación hasta lograr un producto magistral. Hechos y argumentos se van ensamblando con tal claridad que el mensaje es contundente. Una gran riqueza de imágenes y datos añaden frescura e impacto.

En lo que no erré fue en el tercer punto. Gore no se anda con medias tintas; su postura es radicalmente comprometida. A diferencia de quienes quieren disfrazar los hechos con eufemismos como “cambio climático global” (en vez de “calentamiento”, para sugerir que no se sabe si efectivamente la temperatura global está aumentando), la cinta deja claro que el efecto de la descontrolada liberación de gases de invernadero —principalmente dióxido de carbono— a la atmósfera está afectando el balance energético del planeta, y muestra lo terribles que pueden ser las consecuencias, que ya comienzan a manifestarse.

También confirma que indiscutiblemente los Estados Unidos son el país que más contribuye al problema, y el que más se ha resistido a su solución (la oposición del presidente Bush a firmar el Protocolo de Kioto es sintomática). Aunque la cinta llega a ser angustiante, también da esperanza: con medidas factibles y realistas, puede disminuirse drásticamente la liberación de gases de invernadero, y el problema podría frenarse en pocas décadas. Pero sólo si tales medidas se llevan a cabo, lo cual no ocurrirá si los ciudadanos del mundo, y especialmente de los países más industrializados, no estamos claramente conscientes de la situación. Preocupa el dato de que, aunque las publicaciones especializadas dejan claro que el consenso científico prácticamente unánime es que el calentamiento es una realidad urgente, la prensa popular presenta el problema como sólo una posibilidad.

Si usted quiere informarse, le recomiendo ampliamente ver la cinta. También puede consultar http://www.climatecrisis.net. ¡Feliz 2007!

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miércoles, 20 de diciembre de 2006

Triste Año Nuevo

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 20 de diciembre de 2006

No soy pesimista, pero las ocho columnas de MILENIO Diario el lunes pasado son elocuentes: “Quitan 155 millones de pesos a cáncer y genoma”. Los recortes a los Institutos Nacionales de Salud, entre los que destacan Cancerología y el recién creado de Medicina Genómica, confirman los temores: para el gobierno calderonista, la investigación científica no es prioridad; ni siquiera la médica.

MILENIO Diario restriega sal en la herida: reporta que la “Oficina de la Presidencia de la República” (presidida por Juan Camilo Mouriño, un señor con cara de pocos amigos que en realidad es el vicepresidente) tendrá un presupuesto de ¡casi mil 600 millones de pesos! (el del Instituto Nacional de Cancerología será de 315 millones).

Otras noticias permiten predecir —sin necesidad de mágica bola de cristal ni científicas simulaciones por computadora— que 2007 será un mal año para la ciencia en México (y por tanto, otra oportunidad perdida para mejorar nuestro futuro). Una, el brutal (y embrutecedor) recorte a cultura y educación. Otra, la negativa de PRI y PRD a adoptar la propuesta del Partido Alternativa para desviar a estos rubros un poco de los exageradísimos recursos que se otorgan a los partidos para “gastos de operación” (es decir, mantener sus elefantiásicas y dispendiosas infraestructuras).

Académicos como Ciro Murayama y Lorenzo Córdova proponen una disminución de 50% en estos gastos, que en una democracia como la nuestra, basada en propaganda y no en argumentos, finalmente acaban pagando anuncios en televisoras y otros medios masivos. Es claro que sus propuestas no serán escuchadas.

Hace varios sexenios, el Conacyt, que había sido creado en 1970 como una entidad monstruosa (su antiguo edificio es ahora ocupado por el Museo de Ciencias Universum, de la UNAM), sufrió un eficaz proceso de adelgazamiento: se mudó a un edificio modesto, redujo su burocracia, eficientó sus procedimientos. Aunque hoy ha vuelto a crecer, demostró que con voluntad se pueden reducir gastos superfluos y mejorar el servicio. ¿Será imposible que los partidos políticos hagan lo mismo?

Como puntilla, MILENIO Diario informa que el cardenal Norberto Rivera bendice a nuestros legisladores. Quizá no ande tan descaminado: con un gobierno que desprecia la educación, la cultura y la ciencia, tal vez el pensamiento mágico sea la única esperanza que nos queda. ¡Feliz Navidad!

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miércoles, 13 de diciembre de 2006

Mal comienza Calderón

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 13 de diciembre de 2006

Más allá de prejuicios partidistas, los hechos preocupan.

Primero, el nombramiento de la responsable de la que podría haber sido el área más determinante para cambiar el destino de nuestro país: la educación. La llegada de Josefina Vázquez Mota, notoria por ser autora del best-seller Dios mío, hazme viuda, muestra claramente que el gobierno entrante no percibe la importancia de la secretaría que en otros tiempos ocuparan algunos de los más destacados intelectuales mexicanos.

Luego vino el recorte al rubro de cultura: 2 mil millones de pesos menos que el año que termina. Nuevamente, quedaban de manifiesto las prioridades calderonistas: el dinero va primero; la cultura es opcional.

Y llegó el nombramiento de Juan Carlos Romero Hicks, exrector de la Universidad de Guanajuato y exgobernador de ese estado, vinculado al ultraconservador Yunque, con nula experiencia en asuntos de ciencia, como director del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt). Como probable pago de cuotas políticas, el hecho augura pobres tiempos para la ciencia. Ya el sexenio pasado el Conacyt había preferido apoyar a industriales que promover la investigación. Cayó en la falacia de que existe una ciencia aplicada que hay que apoyar en detrimento de una ciencia básica supuestamente inútil. En realidad, lo que hay que apoyar es la buena ciencia, cuyo único producto es el conocimiento (que luego puede, claro, aplicarse… si se tiene).

La comunidad científica ha comenzado a manifestarse en contra del nombramiento de alguien ajeno al campo para dirigir la política científica nacional. Esperemos, a falta de otra alternativa, que los malos augurios no se cumplan y que Romero se asesore de verdaderos expertos y escuche la voz de la comunidad científica nacional.

La puntilla en esta ola de nubes negras fueron el brutal recorte al sector educativo (que afortunadamente intentarán revertir legisladores más sensatos) y la burlona expresión de ignorancia del diputado Raúl Padilla, presidente de la Comisión de Presupuesto. Como para confirmar paranoias, la campaña en contra de la cultura, la educación y las universidades públicas parece ser una realidad.Ojalá la propuesta del partido Alternativa, de reducir el presupuesto de los partidos políticos en 20% (500 millones) e invertirlo en educación, ciencia y cultura no caiga en oídos sordos.

miércoles, 6 de diciembre de 2006

Contra el fraude científico

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 6 de diciembre de 2006

Como comentábamos aquí la semana pasada, la ciencia a veces causa desconfianza debido a su poder, y al peligro que ese poder mal aplicado puede representar. Pero también puede perder credibilidad debido a los fraudes científicos.

El más reciente es el protagonizado por el sudcoreano Woo Suk Hwang, quien en 2004 saltó a la fama por ser el primero en lograr obtener células madre embrionarias humanas por medio de clonación. Hwang confirmó su fama, y el supuesto poderío de la biología molecular de su país, al clonar por primera vez a un perro y reportar en 2005 la obtención de 11 líneas de células madre en cultivo que provenían de pacientes con enfermedades inmunitarias, diabetes y otros padecimientos.

La debacle llegó a finales del mismo año, cuando salieron a la luz varios escándalos: primero, se descubrió que Hwang había pagado a colaboradoras suyas para que donaran óvulos para su proyecto de investigación. El hecho, éticamente cuestionable aunque no ilegal, fue negado enfáticamente en un primer momento.

Posteriormente se cuestionó la validez de algunas figuras clave de sus trabajos, lo que puso en duda la honestidad de los investigadores y la veracidad de sus datos. Hwang fue destituido y enjuiciado, y sus artículos (publicados en la revista estadounidense Science) fueron retirados, lo que en ciencia equivale a un desmentido. El fraude propinó un fuerte revés a la percepción pública de la investigación con células madre, de por sí polémica.

¿Cómo evitar que, en el salvajemente competitivo ambiente científico, –“publica o perece”, reza la ley no escrita– florezca el fraude? La semana pasada, el editor en jefe de Science, que junto con la inglesa Nature es una de las dos más influyentes revistas científicas del mundo, comparte las conclusiones del comité de expertos que analizó el caso de Hwang. Entre otras cosas se recomienda, para evitar futuros fraudes, establecer comités especiales para revisar artículos polémicos o poco usuales, y hacer más estrictos los controles de calidad –revisar las imágenes, los datos originales, etc. – antes de aceptar los artículos.

El resultado será algo parecido a los controles de seguridad que hoy se sufren en los aeropuertos: muchas más molestias a cambio de más seguridad, aunque no absoluta. El precio, según Science, vale la pena: conservar la confiabilidad de la ciencia.

miércoles, 29 de noviembre de 2006

Únicos e irrepetibles

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 29 de noviembre de 2006

La ciencia, pese a sus virtudes, causa desconfianza. Aparte de consecuencias indeseadas (como la contaminación) o deseadas (como la tecnología bélica), el recelo proviene también del miedo a conocer más de lo que quisiéramos.

Los recientes avances en genética y genómica, por ejemplo, parecen amenazar con deshumanizarnos. Cada vez que se descubren genes relacionados con la susceptibilidad a una enfermedad, o peor aún, con algún rasgo de comportamiento, el libre albedrío del que tanto nos vanagloriamos los Homo sapiens amenaza con desvanecerse casi como Fox y su gobierno.

Cuando se anunció que, a nivel de la información contenida en el genoma humano, somos idénticos a los chimpancés en alrededor de 99%, y que dos personas cualesquiera lo son en un 99.9%, pareció que la individualidad se esfumaba. La dictadura de los genes no sólo nos condenaba a un destino de enfermedades inevitables, sino a ser casi unos clones sin personalidad.

Por supuesto, tal visión no sólo es tremendista, sino desinformada. Para reforzar nuestra confianza no de género, sino de especie, un reciente estudio publicado en Nature (23 de noviembre), y puntualmente reporteado en MILENIO Diario al día siguiente, revela que, dependiendo de cómo se lea, la variabilidad del genoma humano se puede elevar a un 12%.

A diferencia de un libro, el genoma es un texto dinámico. Hay fragmentos de información que pueden existir en una, dos o múltiples copias, o bien estar ausentes. Esta “variabilidad en el número de copias”, antes no considerada, fue lo que estudió Matthew Hurles, del Instituto Sanger en Inglaterra, y un equipo multinacional.

Con datos de 270 individuos africanos, asiáticos y europeos, encontraron casi mil 500 regiones del genoma con número de copias variable. No todas son diferentes entre todas las personas; aun así, los investigadores calculan que el porcentaje promedio de genes idénticos desciende a sólo 99.5%.

Buenas noticias para la autoestima, y mejores para nuestra salud: la variabilidad individual permitirá diseñar tratamientos médicos personalizados que tomen en cuenta, por ejemplo, cuántas copias de un gen relacionado con alguna enfermedad tiene cada paciente.

El genoma puede leerse de varias maneras, no sólo biológicamente, sino también en cuanto a sus consecuencias en la esfera humana. Habrá que aprender a leerlo correctamente.

miércoles, 22 de noviembre de 2006

¿Ciencias económicas?

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario
22 de noviembre de 2006

La semana pasada murió Milton Friedman, el llamado gurú del neoliberalismo económico, que en 1976 recibió el Premio Nobel de Economía (o, más propiamente, de “ciencias económicas”).

Las ciencias son nuestras fuentes más confiables de conocimiento, si no totalmente objetivo, al menos preciso y confiable, sobre la naturaleza. Leyes como las que nos revela la física no dependen de que nos guste o no que las cosas sean así. ¿Qué tan científica, en este sentido, es la economía?

Entre las mismas ciencias naturales la exactitud y el poder de predicción varían. La física es la más exacta y predictiva. Y aunque lo logra gracias a que asume simplificaciones extraordinarias para formular sus modelos, lo cierto es que nos permite poner objetos en órbita o hacerlos aterrizar en astros lejanos con precisión milimétrica.

Con la química, las cosas comienzan a cambiar: los sistemas se vuelven mucho más complejos, y aunque la exactitud es alcanzable, el poder de predicción se reduce: hay que probar para ver qué pasa. Y peor con la biología: los sistemas vivos, en su increíble complejidad, resultan prácticamente imposibles no sólo de predecir, sino incluso de definir con alta precisión.

Las ciencias médicas –rama de las biológicas– no son ajenas a esta complejidad: por eso es tan difícil para un médico asegurar que un tratamiento será efectivo. Y sin embargo, seguimos confiando más en la medicina científica que en los curanderos o en la magia, y por muy buenas razones.

Pero la economía es otro asunto. No dudo que los estudios de los economistas sean rigurosos, pero las predicciones que logran normalmente dejan mucho que desear. (Por cierto, el de economía no es uno de los premios originales de Alfred Nobel: fue establecido en 1968 por el Banco de Suecia.)

Cuando leo a un columnista ex-perto en economía hablar de “la inmensa sabiduría del mercado”, o cuando leo (MILENIO Diario, 17 de noviembre) que las Confederaciones de Cámaras Industriales y Patronal buscan eliminar en nuestro país derechos laborales como el aguinaldo, las primas vacacionales y el reparto de utilidades con el pretexto de que “inhiben la inversión extranjera”, me pregunto si las teorías de Keynes, hoy tan criticado, eran realmente menos “correctas”, o si debemos aceptar el actual neoliberalismo salvaje sólo porque resulta más “científico”, a pesar de los daños que cause al nivel de vida de los ciudadanos.


miércoles, 15 de noviembre de 2006

Científicos comprometidos

Martín Bonfil Olivera

Milenio Diario
15 de noviembre 2006

El 8 de noviembre se presentó en público la Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad (UCCS). Según su página en la red (www.-unionccs.org), busca “construir un espacio interdisciplinario e ideológicamente plural para discutir desde una perspectiva académica acerca de la ética científica y la responsabilidad social de la ciencia, así como su papel en políticas públicas que garanticen equidad, justicia social y sustentabilidad”.

La iniciativa, comentada ayer aquí por Arturo Barba, es interesante y esperanzadora. Pero no porque se busque que la ciencia “sirva para algo”, como comentara alguien en la ceremonia, o porque los científicos deban “retribuir con algo lo mucho que reciben de la sociedad”, como comenta Arturo.

En mi opinión, la ciencia (la buena, la bien hecha) sirve sólo para una cosa: entender la naturaleza. Aunque el conocimiento que produce puede a veces aplicarse de forma peligrosa o inaceptable, la sociedad invierte en ciencia porque valora los innumerables beneficios que genera.

Hay quien quisiera hacer más eficiente la producción de conocimiento científico, o enfocarlo a problemas particulares. Pero hay sólo una manera de hacer ciencia: en forma diversa, libre. Es esta exploración un tanto azarosa e ineficiente de las posibilidades la que permite toparse con descubrimientos (aunque también con peligros) insospechados.

La decisión de algunos científicos de organizarse para ir más allá de la labor de investigación y ocuparse de las repercusiones de su actividad (sociales, ambientales, económicas, éticas y de otros tipos) habla no de un intento por justificar su existencia, sino de una conciencia de la importancia que la ciencia —y la opinión experta de la comunidad científica— debe tener en la sociedad actual.

Ayer, el subsecretario para la pequeña y mediana empresa de la Secretaría de Economía, Alejandro González (El Financiero, 14 de noviembre) declaró que “la Secretaría de Economía es la que debería dirigir los destinos de la nación en materia de innovación y desarrollo tecnológico”, opinión que se ha interpretado como una invitación a “tomar las riendas del Conacyt”.

Ante el peligro de confundir la investigación científica con la mera producción de patentes para la industria, la decisión de los científicos de manifestarse y hacer propuestas realistas sobre los problemas de la sociedad no podría ser más oportuna.

miércoles, 8 de noviembre de 2006

¡La ciencia no es magia!

Martín Bonfil Olivera

Milenio Diario
8 de noviembre de 2006

Es curioso ver simultáneamente en cartelera a dos películas que hablan de magia pero que, a diferencia de Harry Potter, recurren constantemente a la ciencia y la técnica.

Una es El ilusionista, con Edward Norton, en la que una trama barroca pero bien lograda permite vislumbrar cómo con elaborados trucos de magia se logra realizar un amor imposible.

La otra es El gran truco (The prestige), de Christopher Nolan, en la que dos magos, interpretados por Hugh Jackman y Christian Bale, compiten por perfeccionar “El hombre transportado”, truco que consiste en la “teletransportación” del mago a través del escenario.

La película es muy recomendable, y no vendo mucha trama si comento que uno de los puntos centrales es la alternativa entre esce-nificar el truco usando un doble (lo que hace uno de los magos) o hacer magia “real”.

Lo curioso es que, al explorar esta última posibilidad, el mago Angier (Jackman), en un intento por igualar el logro de su rival Borden (Bale), recurre a la ciencia: parte a Colorado para visitar al misterioso genio de la electricidad: Nikola Tesla (¡interpretado por David Bowie!), con la esperanza de que su ciencia logre hacer realidad la ansiada teletransportación.

El serbio Tesla (1856-1943) es considerado uno de los máximos inventores de la historia. Inventó la bobina de inducción (y con ella el motor de corriente alterna, que revolucionó la industria), exploró la transmisión inalámbrica de corriente y generó tal cantidad de avances tecnológicos que se convirtió en leyenda. Su conocida rivalidad con Edison, quien favorecía el uso de la corriente directa (Tesla apoyaba la corriente alterna) aparece (exagerada) en la cinta.

Desgraciadamente, la película (y la novela de Christopher Priest en que se basa) tiene un lamentable tropiezo: presentan a Tesla como capaz de hacer milagros (la teletransportación que no han logrado los físicos actuales usando tecnologías mecano-cuánticas). Con ello el personaje de Tesla, cuya cuidadosa construcción histórica es en todo momento plausible (incluso la escena donde se encienden cientos de focos clavados en el suelo, sin cables que los alimenten, fue real) se convierte en un típico inventor de fantasía, capaz de lograr todo.

Lástima. La ciencia, en novelas y cine, sigue siendo vista más como magia que como lo que es: una exploración que, aunque no logra lo imposible, ensancha constantemente el límite de lo posible.

miércoles, 1 de noviembre de 2006

¿Por qué no?

Milenio Diario
1o de noviembre, 2006

Discriminación: monstruo de múltiples cabezas. Afortunadamente, y contra quienes piensan que la humanidad no tiene remedio, el siglo pasado se avanzó mucho en la lucha contra la desigualdad y el maltrato hacia las minorías.

Hoy el tema de las sociedades de convivencia, que permiten el reconocimiento legal de vínculos entre personas del mismo sexo (y entre cualesquiera dos personas que decidan formar un hogar común, incluso por razones no sentimentales) vuelve a la primera plana. La Ley de Sociedades de Convivencia será discutida próximamente, y ante ello se levanta la voz de la jerarquía católica, que advierte del supuesto peligro que esta ley representa para la institución familiar.

No es extraño; el Vaticano ha insistido largamente en que las uniones entre homosexuales son “antinaturales y aberrantes”. Así lo declaró Hugo Valdemar, vocero del Arzobispado de México (MILENIO Diario, 30 de octubre), mientras amenazaba con que los católicos podrían salir a las calles para manifestar su oposición.

Nunca se han presentado argumentos convincentes para justificar esta postura. ¿Por qué o cómo una familia formada por dos personas del mismo sexo y reconocida por la sociedad pondría en riesgo cualquier otro tipo de unión familiar? La postura católica radical muestra, simplemente, afán de discriminar; de que los homosexuales sigan siendo considerados, si no ya enfermos, sí “desviados”, y por tanto ciudadanos de segunda.

Pero la homosexualidad no es antinatural: se presenta en todo tipo de animales, desde aves hasta mamíferos. Cabría cuestionar, en cambio, si hay algo más antinatural que el voto de castidad de los sacerdotes católicos. ¿No influirá esta distorsión de los instintos en el alto número de delitos sexuales en que resultan implicados?Parafraseando la campaña bancaria, y analizando críticamente los argumentos contra las sociedades de convivencia, convendría que los ciudadanos nos preguntáramos sin prejuicios: ¿por qué no?

¡Mira!

Afortunadamente, y a pesar de quienes defienden la discriminación, la igualdad de derechos para las minorías sexuales avanza. La autora Marina Castañeda se sorprende en su reciente libro La nueva homosexualidad (Paidós, 2006) de lo mucho logrado en poco tiempo, y analiza los retos en el futuro inmediato: matrimonio gay, homoparentalidad, homofobia y perspectivas a largo plazo para parejas del mismo sexo. Una lectura necesaria.

miércoles, 25 de octubre de 2006

El charlatán del agua

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario
25 octubre 2006

Recientemente estuvo en nuestro país el “doctor” Masaru Emoto, quien difunde Los mensajes ocultos del agua (título del libro que escribió). Las ideas de Emoto son sencillas y suenan bonito: el agua —que como sabemos es indispensable para la vida— responde a nuestras emociones y pensamientos.

Mediante experimentos sencillos, como poner agua en un recipiente y adherirle etiquetas con frases como “te amo” o “te odio”, tomar luego una muestra y enfriarla hasta que forme cristales, Emoto afirma haber comprobado que el agua “siente” y responde a nuestros sentimientos. Los cristales sometidos a mensajes positivos son, dice, armoniosos, mientras que los que recibieron mensajes negativos son asimétricos y feos.

Emoto saltó a la fama mundial cuando sus fotos de cristales, y sus peculiares explicaciones, aparecieron en la película ¿Y tú qué #%& sabes?, notoria por revolver ideas esotéricas con conceptos científicos tergiversados, en una mezcolanza indigerible para quien tenga cierta cultura científica. La cinta tuvo un éxito inusitado entre el público afecto a lo místico (por desgracia, mucho más amplio que el afecto al pensamiento racional).

Los argumentos de Emoto son tan confusos como todos los que aparecen en la cinta. Sus descripciones de los cristales son tan subjetivas que resultan ridículas, como cuando se dice que un cristal resulta “amenazador” o “pacífico”. Tampoco explica cómo podría el agua enterarse de lo que está escrito en un papel (o si sabrá leer en cualquier idioma, o sólo inglés y japonés). A lo más que llega es a hablar de “vibraciones” de una misteriosa “energía vital” que el agua puede captar.

¿Qué hay de malo en todo esto? Más allá del hecho de que Emoto presente sus burdas ideas como “ciencia”, podría pensarse que sólo vende libros e ilusiones a quien quiera creerle. Pero la nota de su visita a México revela algo interesante: el charlatán del agua vino a presentar su línea de productos esotéricos, que incluyen botellas para beber, calcomanías que “neutralizan” el magnetismo pernicioso de aparatos eléctricos y su “agua hexagonal estructurada por medición de onda” (?), llamada “Índigo”.

O sea, el charlatán resultó simple mercachifle. Quizá las autoridades de defensa del consumidor debieran tomar cartas en el asunto. Lo que queda claro es que en pleno siglo XXI sigue siendo fácil separar a un público crédulo de su dinero. ¡Salud!

miércoles, 18 de octubre de 2006

La calidad de la UNAM

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario
18 de octubre de 2006

"No confío en esa evaluación”, dijo un compañero universitario ante la noticia de que la UNAM había alcanzado el lugar 74 entre las mejores del mundo (entre más de 13 mil), según la evaluación anual del diario inglés The Times. Primero creía que la evaluación incluía sólo universidades latinoamericanas. Hubo que mostrarle los datos.

Pero su desconfianza no cedió. Le parecía increíble que en dos años la Universidad Nacional (la de todos los mexicanos) pudiera haber pasado del lugar 195 al 95, y luego al 74. Que hubiera quedado por encima de cualquiera de Latinoamérica ¡y de España!

¿Por qué confiamos en las evaluaciones que revelan nuestra pobreza, la crisis de nuestras escuelas, pero no en las que muestran que algo va bien? La encuesta del Times, sin ser absoluta, sí es confiable y reconocida mundialmente. Mi amigo dudaba de los criterios utilizados: pensaba que la reciente mejora administrativa había ayudado en la evaluación.

No fue así. Los cinco criterios utilizados son estrictamente académicos: la opinión de casi cuatro mil académicos de todo el mundo, la de más de 700 empresas que emplean universitarios a nivel mundial, la proporción de estudiantes en cada facultad, la capacidad para atraer estudiantes extranjeros, y la de atraer a académicos de renombre.

Por eso no puedo estar de acuerdo con mi amigo Horacio Salazar cuando comenta (MILENIO Diario, 12 de octubre) que según Andrés Oppenheimer “la UNAM sacó cero en trabajos de investigación aparecidos en publicaciones académicas internacionales”, y concluye que “de poco vale que en la UNAM sí se investigue, si esa investigación no alcanza a ser calificada como de primer nivel”.

Habría que ver cómo se evaluó ese “cero” en investigación. Hay grupos empeñados en descalificar a las universidades públicas. Cierto, la investigación distingue a las universidades de las escuelas, y toda universidad debe hacer la mejor investigación posible.

Pero sobre todo, habría que reconocer que mucha de la poca investigación que se hace en México es de excelente nivel (aunque quizá no de primera). Que para obtener tan buenos resultados debe haber un buen respaldo académico, que incluye a la investigación científica. Y que en realidad lo triste es que sólo la UNAM, entre todas las universidades del país, públicas o privadas, esté entre las 100 mejores. Viéndolo bien, la desgracia es tener sólo una universidad de excelencia.


miércoles, 11 de octubre de 2006

Y sigue el ARN dando

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario
11 de octubre de 2006

Los tres premios Nobel de ciencias naturales (y el de economía) de este año han sido para estadunidenses. Y los dos que tienen que ver con biología son por trabajos con el ácido ribonucleico o ARN, la molécula genética que muchas veces se considera como el hermano feo del famoso y fotogénico ADN.

El premio de fisiología o medicina, comentado aquí, se otorgó por el descubrimiento de la “interferencia de ARN”, que permite bloquear la expresión de genes individuales. El de química lo ganó Roger Kornberg, por haber permitido entender con detalle precisamente cómo es que se fabrican las moléculas de ARN mensajero que llevan la información del ADN, en el núcleo celular, a los sitios donde se fabrican las proteínas. Curiosamente, el fenómeno celular que ganó el Nobel de medicina se contrapone al que ganó el de química.

Otra curiosidad es que el padre de Roger, Arthur Kornberg, ganó en 1959 el mismo premio por haber descifrado el mecanismo de la replicación del ADN, que permite copiar la información genética de padres a hijos: se convierten así en la sexta pareja padre-hijo con premios Nobel.

La fabricación de una molécula de ARN mensajero a partir del ADN nuclear se conoce como “transcripción”, y es un fenómeno central para la vida. Ciertos venenos que interfieren con él causan la muerte inevitable. Pero el trabajo de Kornberg hijo no sólo tiene importancia como ciencia básica que permite entender un fenómeno biológico fundamental: sus posibles aplicaciones médicas son muy prometedoras.

Y es que la transcripción es el principal mecanismo por el que una célula controla qué parte de la información genética se expresa (o no). Aunque todas las células de nuestro cuerpo tienen la misma información, la transcripción selectiva de ciertos genes hace que una célula nerviosa haga lo que debe hacer (por ejemplo, fabricar neurotransmisores) y no se confunda con una célula productora de insulina del páncreas. Una de las principales promesas médicas de este siglo, la terapia con células madre, dependerá de que logremos controlar la transcripción para obtener células del tipo que necesitamos.

Gracias a las técnicas desarrolladas por Kornberg hoy sabemos exactamente cómo funciona la maquinaria celular que controla la transcripción. Quizá pronto logremos manipularla. La promesa, sin duda, bien vale un Nobel, y todo queda en familia.

mbonfil@servidor.unam.mx

miércoles, 4 de octubre de 2006

Desenredando un Nobel molecular

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario
4 de octubre de 2006

1953: James Watson y Francis Crick descubren que el ácido desoxirribonucleico, ADN, material de los genes, consta de dos cadenas enrolladas en forma de doble hélice. Las cadenas son complementarias: una es “positiva”; la otra, su complemento “negativo”. Como en una fotografía, teniendo una puede reconstruirse la otra. La doble hélice se reproduce; el secreto de la herencia ha sido develado.

1960s: se desentraña el mecanismo por el que la información genética del ADN controla la fabricación de las proteínas, las máquinas que llevan a cabo todas las actividades de la célula viva. El intermediario central resulta ser el ácido ribonucleico, ARN. La información de una de las cadenas del ADN se copia a una cadena complementaria de ARN, que la lleva a las fábricas de proteínas, llamadas ribosomas.

1990s: con las modernas tecnologías de biología molecular, ¿por qué no combatir enfermedades genéticas “silenciando” los genes que las causan? Fabricando cadenas de ARN complementarias a las naturales, podría bloquearse el mensaje del ADN impidiendo que se formaran las proteínas dañinas: el ARN artificial “negativo” se uniría a la cadena natural “positiva”, formando una doble hélice y bloqueando su funcionamiento. Resultado: la idea no funciona, no importa si se usan cadenas de ARN positivas o negativas para intentar bloquear al gen.

1998: Andrew Fire y Craig Mello, de las universidades de Stanford y Massachussets, prueban inyectar ARN positivo y negativo al mismo tiempo en la lombriz Caenorhabditis elegans (que ganó ya un Nobel de medicina en 2002) con la intención de bloquear la fabricación de una proteína muscular. ¡Funciona!

Después se averiguaría qué sucedió: las células cuentan con un complejo y eficaz sistema de protección que detecta ARN de doble cadena y diligentemente lo destruye. Siguiente pregunta: ¿para qué evolucionó? Respuesta: como protección contra virus, muchos de los cuales tienen precisamente ARN de doble cadena en vez de ADN.

Finalmente, la importancia: la técnica de “interferencia de ARN” es hoy una herramienta fundamental para biólogos moleculares de todo el mundo, pues les permite hacer experimentos “bloqueando” genes para ver qué función cumplen. Es por haber descubierto esta utilísima técnica de investigación, y quizá un día de terapia, que Fire y Mello recibirán el Nobel de Medicina este año. ¡Enhorabuena!

viernes, 29 de septiembre de 2006

Imprudencias papales

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 27 de septiembre de 2006


Son exagerados los rumores de que el papa Benedicto XVI buscaba detonar la tercera guerra mundial cuando declaró, en la Universidad de Ratisbona, que la guerra santa del islam está contra Dios y que defender la fe con la violencia es irracional. Pero no era difícil adivinar que sus declaraciones despertarían la indignación del mundo islámico, provocando agresiones contra templos y religiosos católicos.

Las imprudentes palabras de Joseph Ratzinger no sorprenden. Ya como jefe de la Congregación para la Doctrina de la Fe (antigua Santa Inquisición) se distinguía por su rigidez y tradicionalismo: oposición total a la anticoncepción, a la investigación con células madre, al derecho a la elección respecto al aborto, y condena a la diversidad sexual.

Pero en Ratisbona Ratzinger lanzó también una acusación directa contra la ciencia, la cual, según él, “al menos en parte, se ha dedicado a buscar una explicación del mundo en la que Dios sea innecesario”.

Tiene algo de razón. La ciencia, por su propia naturaleza, parte de una concepción naturalista del mundo: supone de entrada que no hay causas sobrenaturales. Se trata de una postura obligada. De otro modo, la ciencia sería innecesaria. ¿Por qué buscar explicaciones para los fenómenos naturales si podemos atribuirlos a espíritus, milagros, magia o deseos que se cumplen? Pero esto no implica que la ciencia esté contra la religión.

El Papa no se detuvo ahí: atacó también la teoría darwiniana de la evolución, al preguntar qué fue primero: “¿La razón creadora, el espíritu que obra en todo y suscita el desarrollo, o la irracionalidad que, despojada de significado, de algún modo produce un universo ordenado matemáticamente, así como al hombre y su razón?”

Expresó su temor de que el hombre (sic) “sería entonces solamente el resultado casual de la evolución y, por tanto, en el fondo también algo irracional”.

Presentar a la evolución como equivalente a la irracionalidad no sólo es absurdo: es mala voluntad. Ratzinger deliberadamente se niega a entender la postura darwiniana, cuya mayor virtud es mostrar cómo, mediante un mecanismo natural, el complejo orden de lo vivo puede surgir sin necesidad de un proyecto.

Esperemos que la Iglesia católica, mientras defiende a sacerdotes pederastas y sus encubridores, no lance una “guerra santa” contra una de las más poderosas teorías en la historia de toda la ciencia.

mbonfil@servidor.unam.mx

miércoles, 20 de septiembre de 2006

Letrados olmecas

Martín Bonfil Olivera

Milenio Diario
20 de septiembre de 2006

La ciencia mexicana tiene excelente nivel, pero es poca, y no es frecuente verla en primera plana. El descubrimiento publicado el 15 de septiembre por la influyente revista Science (celebrando nuestras fiestas patrias) es un ejemplo notable.

Se trata de la muestra más antigua de escritura en el continente americano. No por nada nuestra arqueología es reconocida mundialmente; faltaba más, con la inmensa riqueza arqueológica que tenemos. Hay sitios en que basta escarbar para toparse con restos.
Por eso el Instituto Nacional de Antropología e Historia cuenta con arqueólogos entrenados para supervisar la construcción de edificios o carreteras. Si identifican restos arqueológicos importantes, se encargan de rescatarlos. En casos excepcionales, puede detenerse o desviarse la construcción para preservar el sitio.

No sucedió así con el bloque del Cascajal, desenterrado durante una excavación para una carretera en el municipio veracruzano de Jaltipan, y que se almacenó, junto con otros objetos encontrados junto a él, en la casa de una autoridad local. En 1999 lo vieron los antropólogos María del Carmen Rodríguez, del Centro INAH en Veracruz, y Ponciano Ortiz, del Instituto de Antropología de la Universidad Veracruzana, quienes notaron que los signos grabados en él podían ser importantes.

Junto con un equipo en el que participaron arqueólogos estadunidenses, realizaron estudios que permitieron fechar la escritura del bloque en alrededor de 900 años antes de nuestra era (la cultura olmeca, una de las más antiguas de Mesoamérica, se desarrolló entre mil 200 y 400 años antes de nuestra era). Se dieron cuenta de que, lejos de ser simples dibujos, los signos constituían un verdadero lenguaje escrito, pues presentan sintaxis y reglas de lectura.

Ésta es la primera evidencia de que los olmecas tuvieran, ya desde entonces, un sistema de escritura avanzado que les permitiera una comunicación social elaborada. El descubrimiento, afirman los especialistas, le da una nueva dimensión a la cultura olmeca.

Todavía no ha sido posible descifrar el lenguaje; para eso se necesitaría una “piedra de Rosetta”. Tampoco se sabe si se usó ampliamente o era local. Será necesario buscar más ejemplos de esta escritura. De lo que no hay duda es que el hallazgo despertará un nuevo auge en la arqueología olmeca. Seguramente esta antigua civilización nos reserva muchas sorpresas.

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miércoles, 13 de septiembre de 2006

El aguijón de la raya

Martín Bonfil Olivera

Milenio Diario
13 de septiembre de 2006

La aparatosa muerte del conservacionista australiano Steve Irwin, “el cazacocodrilos”, ocasionada por el aguijonazo de una raya venenosa que traspasó su corazón durante una grabación en aguas poco profundas, ha causado diversas reacciones.

Muchas han sido de asombro y dolor por parte de sus numerosísimos fans. Irwin era bien conocido por sus programas de televisión, en los que frecuentemente se ponía en situaciones de riesgo, y por sus muchas acciones en pro de la conservación de la fauna, incluyendo su fundación para promover la protección de la vida silvestre.

Su muerte fue un accidente muy desafortunado. El reflejo de ataque de las rayas es bien conocido; se produce mecánicamente cuando el animal se siente acorralado (o bien cuando alguien lo pisa, pues las rayas suelen posarse en el fondo marino), pero rara vez ha causado muertes humanas.

Las rayas, parientes de los tiburones, cuentan en el extremo de su cola con una púa o aguijón que puede llegar a medir más de 30 centímetros, y que tiene glándulas que secretan toxinas venenosas. Cuando la raya se asusta, la cola se dispara hacia arriba, pinchando al animal que la amenace.

Irwin nadaba muy cerca de la raya mientras un camarógrafo —que grabó la escena— se encontraba delante de ella. Se piensa que el paro cardiaco que lo mató se debió a la combinación del pinchazo y el efecto de las toxinas del aguijón.

Sin embargo, hay quien también ha recordado las frecuentes críticas que Irwin recibía por su peculiar estilo de filmar programas sobre la vida silvestre. En varias ocasiones se le acusó de molestar o alterar a los animales que filmaba. También había sido criticado por las situaciones de riesgo excesivo en las que frecuentemente se colocaba.

Sin dejar de lamentarlo, quizá haya una triste moraleja que sacar del asunto.

Si las rayas cuentan con un aguijón venenoso no es por casualidad; como todas las adaptaciones biológicas, se trata de un producto de la evolución que es útil para la supervivencia (en este caso, como mecanismo de defensa).

No por nada en inglés se conocen como stingrays (rayas de aguijón).

Cuando uno entra en los terrenos de un animal potencialmente peligroso, se arriesga a ser atacado. Habría que tomar eso en cuenta antes de invadir sus territorios, así sea con el propósito de filmar documentales espectaculares.

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miércoles, 6 de septiembre de 2006

Fox: sexenio fallido

Milenio Diario
6 de septiembre de 2006

Es difícil hallar, incluso entre quienes votaron por él, a quien todavía esté dispuesto a hablar bien de Vicente Fox. Las promesas de campaña resultaron fallidas.

El “sexenio del cambio” deja una secuela de daños: desilusión, narcoviolencia, descontento social, instituciones vulneradas (especialmente las electorales) y la sensación de que volvimos a los tiempos en que el poder, por los medios que fuera, podía decidir un proyecto de nación por encima de la voluntad de los electores. Ni siquiera en lo que supuestamente sabía hacer, crear empleos, se logró un avance: los datos publicados ayer por MILENIO Diario así lo muestran (879 mil nuevos empleos, de los cuales 73% son eventuales, contra 2 millones 535 mil en el sexenio de Zedillo, con sólo 17% de eventuales).

En ciencia y cultura la catástrofe es peor. Fox mostró con hechos que para él la cultura es un área básicamente inútil, de ornato, en la que vale la pena invertir sólo en términos de imagen pública. La megabiblioteca José Vasconcelos, ese mamut decorativo, es el mejor símbolo.

No extraña por ello el veto a la Ley del Libro. Fox argumenta que la propuesta de precio único “impide la libre competencia… en detrimento del consumidor”. Visión comercial y miope que considera al libro como una mercancía más, equivalente a los zapatos o los tornillos, y para la que resulta inconcebible anteponer la cultura al sacrosanto libre mercado.

La ley había sido larga y arduamente consensuada entre autores, editores, impresores, libreros y distribuidores. El precio único habría eliminado la injusta desventaja de las librerías pequeñas frente a grandes distribuidores que obtienen descuentos a costa de presionar a los editores (que aumentan sus costos para resistir). Permitiría que cualquier lector comprara libros a precio justo en cualquier parte del país. Aunque Estados Unidos, Canadá o Estonia no tienen precio único, sí lo tienen Alemania, Francia, España, Dinamarca, Japón, Argentina…

La misma actitud mercantilista, que privilegia al mercado y los empresarios por encima de todo, fue patente en la política científica de Fox. El presupuesto para ciencia y tecnología, en vez de aumentar, disminuyó, y al frente del Conacyt se puso a un administrador que prefirió facilitar fondos públicos a las empresas en vez de fortalecer la investigación pública.

En resumen, un desastre. Quizá nos lo merecemos.

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miércoles, 30 de agosto de 2006

El concilio de los astrónomos

MILENIO DIARIO
Martín Bonfil Olivera

30 de agosto de 2006

Comentábamos aquí que las verdades de la religión y las de la ciencia, más que conocimiento certero e inmutable, son producto de acuerdos en comunidades que discuten y deciden creer en algo.

Y nada como la reciente clasificación de Plutón como "planeta enano", acordada la semana pasada por la Unión Astronómica Internacional, para ilustrarlo. ¿Será que el conocimiento científico es totalmente arbitrario y puede ser decidido por votación?

Sí y no. Los científicos -como todos los mortales- sólo pueden conocer el mundo a través de sus sentidos. Pero éstos pueden engañarlos o llevarlos a conclusiones erróneas. Por eso, para no engañarse, hacen experimentos y discuten las posi-bles interpretaciones de los datos. La discusión es una especie de inteligencia colectiva que ayuda a eliminar prejuicios, errores o sesgos personales. Pero no puede garantizar que al final no triunfe un punto de vista erróneo, pero convincente o popular. Exactamente como ocurre en los concilios que discuten y acuerdan los dogmas religiosos. La verdad absoluta está más allá del alcance de lo humano.

Esto pareciera probar la debilidad de la ciencia, que no puede siquiera asegurar que el conocimiento que hoy promulga como válido lo vaya a seguir siendo la semana que entra. Pero hay una diferencia: en los "concilios" científicos se da preferencia a los argumentos racionales sobre cualesquiera otros. Sobre todo si están acompañados de pruebas. Algo que no sucede ni en la religión -que llega desaconsejar el pensamiento racional- ni, muchas veces, en la política.

En el caso de Plutón no ocurrió ni siquiera eso. Se trató simplemente de redefinir palabras para que sean útiles en la clasificación de los objetos que observamos. Llámese como se llame, Plutón sigue dando vueltas alrededor del Sol. De eso no hay por qué dudar.

¡Mira!
Si la subsistencia de revistas culturales en nuestro país es ya digna de celebración, más lo es que alguna decida ocuparse de la cultura científica. Es lo que la excelente revista Replicante hace en su más reciente número, que incluye autores tan valiosos como Jared Diamond, Luis González de Alba, Antonio Lazcano, Shahen Hacyan y muchos otros, abordando temas que van de la relación entre ecología y economía o la evolución cerebral a la seudociencia, el funcionamiento de la ciencia académica y el origen de la vida. Lectura estimulante y disfrutable.

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miércoles, 23 de agosto de 2006

La intolerancia religiosa

MILENIO DIARIO
Martín Bonfil Olivera

23 de agosto de 2006

Hay una palabra que pone a temblar a toda la jerarquía religiosa: “Depende”. Ese vocablo encarna una visión del mundo que, al menos desde la perspectiva católica más estricta, resulta profundamente amenazadora: el relativismo. Por ello el Papa denuncia constantemente los peligros del relativismo: la postura de que las cosas –y, en particular, los valores– dependen de las circunstancias.

Es comprensible: muchas posiciones fundamentales de la iglesia (curiosamente, casi todas son prohibiciones: al aborto, la anticoncepción, la eutanasia, la clonación o la investigación con células madre, a la ordenación sacerdotal de mujeres, al sexo fuera del matrimonio o a las preferencias sexuales distintas a la heterosexual) se basan en dogmas religiosos o en “verdades” reveladas por la divinidad en textos sagrados.

Si se acepta que puede existir una diversidad de opiniones al respecto, que las verdades y dogmas son posturas relativas que pueden ser interpretadas de distintas maneras, se abriría la puerta al desorden y el caos. La intolerancia se presenta así como requisito para la subsistencia.

Pero, ¡sorpresa!, los dogmas suelen ser acordados mediante discusiones en concilios en los que finalmente gana no necesariamente la postura “verdadera”, sino la más convincente. Y las razones para que algo sea convincente son muy variadas… Por su parte, los textos sagrados tienen que ser interpretados, nuevamente de forma relativa, para extraer el conocimiento que contienen. Véase, por ejemplo, la forzada interpretación del Cantar de los cantares, un himno al placer erótico si los hay, que la iglesia insiste en presentar como una metáfora del amor de Cristo por su iglesia, o las distintas interpretaciones que católicos, judíos y musulmanes hacen de los textos bíblicos…

La ciencia está también expuesta, por supuesto, a los vaivenes del relativismo. Pero lo acepta y lo integra como parte de su estructura evolutiva. El conocimiento científico cambia constantemente, y está siempre sujeto a ser refutado. Es este “control continuo de calidad” lo que le confiere su notoria confiabilidad.

Hoy que los grupos conservadores impugnan la moderna y necesaria educación sexual que está por impartirse a los jóvenes del país, recordemos las razones por las que, en cuestiones de la naturaleza, conviene más confiar en el conocimiento científico que en dogmas y prejuicios religiosos.

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miércoles, 16 de agosto de 2006

El obispo que le teme al sexo

MILENIO DIARIO
Martín Bonfil Olivera

16 de agosto de 2006


El obispo Rodrigo Aguilar Martínez, de la Comisión Episcopal de Pastoral Familiar, declara ayer en MILENIO Diario respecto a los contenidos de sexualidad en los libros de texto de secundaria.

Los textos, dice el obispo, exponen a los jóvenes a "parafilias como el vouyerismo, el fetichismo y el exhibicionismo", además de incentivarlos al autoerotismo, la masturbación y la pornografía.

¿Cuál es el problema? Es sano que los jóvenes sepan que las parafilias existen, y que son eso, filias, gustos, no vicios ni enfermedades. Y claro, que pueden meterlos en problemas si no las viven adecuadamente. Es ridículo pensar que los jóvenes necesiten incentivos para gustar del autoerotismo y la masturbación (son lo mismo) o la pornografía, y pensar que son nocivas. ¿De veras estamos discutiendo esto en pleno siglo XXI?

Aguilar se queja de que "no se hace alusión a la familia como el ámbito apropiado para la procreación de los hijos". Falso: varios libros mencionan al medio familiar. Además, ni sexualidad ni procreación están necesariamente vinculadas al matrimonio. No fuera de la moral judeocristiana (que en la práctica ni siquiera quienes se declaran católicos siguen rigurosamente).

La información sexual desvinculada de los valores "puede inducir al vicio", dice Aguilar. ¿Vicios como cuáles? No especifica. La ultraconservadora y poco representativa Unión Nacional de Padres de Familia considera que los contenidos de los libros "atentan contra la dignidad humana" y planea demandar a la SEP si no los retira, pues "promueven la promiscuidad". En realidad, proporcionan a los jóvenes, muchos de ellos ya sexualmente activos, información para prevenir infecciones y embarazos no deseados (por no hablar de delitos sexuales).

En el fondo, se trata de la decimonónica lucha, ya zanjada desde los tiempos de la Reforma, sobre quién decide los contenidos de la educación pública. Según la jerarquía católica, el derecho es de los padres; la constitución se lo otorga al Estado, y establece que debe ser laica y orientada por "los resultados del progreso científico".

¿De veras, como dice Aguilar, "el placer sexual acompaña al acto conyugal, de lo contrario se deforma y se reduce a la persona a un objeto sexual"? Con sus votos de castidad, es el menos calificado para opinar sobre el asunto. ¡Qué bueno que no sea esa visión la que les estamos transmitiendo a nuestros jóvenes!

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miércoles, 9 de agosto de 2006

Polarizaciones

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario
9 de agosto de 2006

En 1996, la revista Social Text publicó el artículo “Transgredir las fronteras: hacia una hermenéutica transformadora de la gravedad cuántica”, del físico estadunidense Alan Sokal.

El texto había sido diseñado para engañar a los editores con una mezcla de palabrería científico-filosófica sin mayor sentido, pero que sonaba bien.

La trampa, como reveló luego Sokal, buscaba demostrar que la filosofía “posmodernista” y, en especial, los llamados “estudios de la ciencia” (science studies) rechazaban la racionalidad y mostraban “un relativismo cognitivo y cultural que considera que la ciencia no es más que una ‘narración’, un ‘mito’ o una construcción social”.

Indudablemente había y hay excesos en algunas interpretaciones de quienes estudian el complejo fenómeno de la ciencia. Pero las descalificaciones de Sokal son, al menos, bastante discutibles (es decir, no son evidentes).

El artículo de Sokal y su posterior libro Imposturas intelectuales (Paidós, 1998) provocaron una polarización entre científicos y estudiosos de la ciencia, desencadenando lo que conoció como las “guerras científicas” (science wars).

Nadie salió ganando. Se perdieron oportunidades de colaborar y se hizo casi imposible el diálogo sobre algo importante. Todavía hoy, la división y el odio generados siguen causando estragos en cada una de las llamadas “dos culturas” (ahora más distantes que antes).

Y algo peor: los verdaderos enemigos de la ciencia, charlatanes y seudocientíficos florecieron al amparo de la guerra, aprovechando a su favor los ataques de uno y otro bandos.

La polarización de una comunidad siempre acaba siendo nociva. Más allá de filiaciones partidistas, es claro que México vive hoy los terribles efectos de una profunda polarización política.

Polarización causada, en gran parte, por la campaña de odio lanzada por el PAN y los medios a su servicio (y diseñada, según trascendió, por el español Antonio Solá, ex asesor de Aznar, y el estadunidense Dick Morris, ex asesor de Clinton). Su objetivo: convertir al adversario en un enemigo a destruir. Su efecto: dividir a la nación en dos bandos intolerantes e incapaces de comunicarse.

Hoy vemos las cosas en blanco y negro, y no se pueden defender puntos de vista intermedios. Las guerras científicas causaron grandes daños en el mundo académico; ojalá podamos evitar que la disputa partidista que vivimos se convierta en guerra.

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miércoles, 2 de agosto de 2006

Homosexualidad y biología

MILENIO DIARIO
La ciencia por gusto

Martín Bonfil Olivera
2 de agosto de 2006

El debate sobre si ciertas conductas humanas son determinadas por factores biológicos (genéticos, hormonales, cerebrales...) o culturales (educación, influencias sociales, decisiones personales...) no termina. La orientación sexual es un ejemplo notorio: por más de un siglo se han buscado las "causas" de la conducta homosexual.

El fenómeno es muy complejo: hay incontables maneras de ser homosexual, y numerosos comportamientos a los que puede aplicarse esa etiqueta. Desde la postura freudiana de que la atracción por el mismo sexo es causada por el trato recibido de los padres hasta la de quienes han querido hallar la explicación a esta conducta en genes, influencias hormonales o estructuras cerebrales, el debate natura/cultura sigue vigente.

Un fenómeno interesante es el llamado "efecto del orden fraterno de nacimiento", descubierto en 1996: la probabilidad de que un varón sea homosexual (el efecto no aparece en mujeres) aumenta en proporción al número de hermanos mayores que tenga. Se ha debatido mucho si este efecto, ampliamente confirmado, se debe a factores biológicos o a la crianza.

Anthony Bogaert, de la Universidad Brock, en Ontario, publicó un estudio en el que analiza una muestra de casi mil varones homo y heterosexuales, criados con hermanos mayores o bien adoptados por familias con hijos mayores. Los resultados son claros: sólo en los varones homosexuales con hermanos biológicos (nacidos de la misma madre) se observa el efecto del orden fraterno de nacimiento en la orientación sexual.

Aunque no hay explicación para el efecto, una hipótesis es que pudiera deberse a la formación de anticuerpos en el cuerpo de la madre dirigidos contra proteínas masculinas, quizá provenientes del cromosoma Y, que en sucesivos nacimientos pudieran influenciar el desarrollo del cerebro fetal.

Sin embargo, el trabajo debe tomarse con algo más que un granito de sal. Es básicamente inútil, pues no tiene aplicaciones (afortunadamente). Y si bien es probable que en ciertos casos la orientación sexual sea influida por factores biológicos, probablemente en muchos otros sea un fenómeno psicosocial. En última instancia, cabría cuestionar la legitimidad de este tipo de estudios, pues buscar "causas" para la homosexualidad puede implicar que se la ve como algo anormal, y no simplemente como un comportamiento más, sólo que menos común que el de la mayoría.

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miércoles, 26 de julio de 2006

Ética y células

Martín Bonfil Olivera
26 de julio de 2006

Es bonito adoptar posturas pacifistas y decir que no hay problema. Pero a veces no es posible. No hablo del conflicto PRD-PAN, sino de otros que inevitablemente surgen cuando un mismo asunto involucra ciencia y religión. Como el actual debate sobre la investigación con células madre embrionarias humanas.

O quizá el conflicto es más bien entre medicina y ética. El nuevo conocimiento que surgiría de dichas investigaciones y los avances que —promete la ciencia médica— éste haría posibles, se enfrenta con la convicción de que utilizar tejido de un embrión (así sea de pocos días, un blastocisto formado por unas decenas de células no diferenciadas y todavía sin nada parecido a un sistema nervioso) es atentar contra la dignidad de un futuro ser humano.

El debate ya se ha dado antes: en algún momento se consideraba éticamente inadmisible usar cadáveres para investigar cómo está hecho el cuerpo humano. La prohibición religiosa fue terminante. Lo mismo ocurrió con los primeros transplantes y transfusiones. Sin embargo, hoy pensamos diferente.

La semana pasada el Senado estadunidense aprobó una ley que aumenta los fondos federales para realizar investigación con células madre (más correctamente llamadas células precursoras). El presidente George W. Bush se apresuró a vetarla, como había anunciado, utilizando el argumento (también sostenido por la Iglesia católica) de que extraer la células madre embrionarias —procedimiento que destruye al blastocisto— equivale a asesinar a un ser humano. (El mismo argumento, dicho sea de paso, que se utiliza para oponerse radicalmente al aborto.)

Lo importante del caso es que este veto, que tarde o temprano será superado (una mayoría de los ciudadanos de EU está a favor de la investigación), sólo aumenta la desventaja de los investigadores estadunidenses frente a sus colegas de otros países. Hasta hace poco, el 50 por ciento de las publicaciones científicas sobre el tema provenía de Estados Unidos; hoy ese porcentaje ha bajado a 30 por ciento.

Uno de los mayores enemigos de la fe, según los últimos dos papas católicos, es el “relativismo” ético. Probablemente tienen razón, pues frente a dogmas necesariamente invariables, la ciencia, con su naturaleza esencialmente cambiante, evolutiva, puede parecer subversiva. Por suerte, en este caso es probable que los cambios en nuestra ética, y los beneficios médicos que los sustenten, serán para bien.

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miércoles, 19 de julio de 2006

Espejos en el cerebro

Martín Bonfil Olivera
19 de julio de 2006
Milenio Diario
Para Laura Lecuona,
compañera cinéfila

La escena es común. Un celular suena a media película. Un desconsiderado contesta y se pone a hablar. Un vecino se queja. La agresión que sigue no es tan común: el del celular amenaza con arrojar su refresco al quejoso, que se repliega con cada vaivén del vaso, causando la risa del agresor. El líquido finalmente es arrojado, pero la reacción del agredido (levantarse para poner una queja) provoca una respuesta inesperada: el agresor se lanza sobre el quejoso, derribándolo e iniciando una gresca.

Más allá del estudio de la agresión entre primates, el ejemplo destaca la novedad de la última década de estudio del cerebro: la existencia de neuronas espejo que simulan o reflejan lo que observamos. Las de la región que controla el movimiento de nuestro brazo se activan cuando el sujeto ve a otro individuo estirar el suyo para tomar algo. Las del tacto, que se activan al rozar la pierna con una pluma, pueden también activarse al ver en video cómo la misma pluma roza la pierna de otro.

La utilidad de las neuronas espejo, descubiertas originalmente en simios, parece ser predecir los movimientos (e incluso las intenciones detrás de los movimientos) de quienes nos rodean. El contexto de una misma acción (tomar una taza de café) activa distintas áreas del cerebro dependiendo de si la intención parece ser beber (cuando la mesa está ordenada y hay galletas y leche al lado) o simplemente limpiar una mesa desordenada.

Las neuronas espejo incluso parecen jugar un papel en la capacidad para sentir empatía: ponerse en el lugar de otra persona. Las de niños con problemas de empatía, así como de pacientes autistas (incapaces de generar modelos internos de lo que sienten otras personas) presentan menor actividad que las del común de la gente.

En el cine, el quejoso se encogía ante la amenaza del refresco porque sus neuronas espejo le permitían leer la intención del agresor: mojarlo. Las del agresor interpretaron, erróneamente, el ponerse de pie como un preludio a la agresión.

El estudio de las neuronas espejo promete ser importante para la psicología clínica y del aprendizaje, el autismo e incluso quizá en la actuación y la mercadotecnia. Mientras los cines no instalen bloqueadores de celulares en sus salas, sólo espero que la próxima vez que mi vecino conteste su teléfono no haya también comprado un refresco.

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jueves, 13 de julio de 2006

La década de Dolly

Milenio Diario
La ciencia por gusto

12 de julio de 2006

El 5 de julio se cumplieron diez años del nacimiento de la oveja Dolly, primer mamífero clonado del mundo. La noticia pasó inadvertida, quizá por el tenso momento electoral, o quizá porque la posibilidad de obtener duplicados genéticamente idénticos de gatos, perros, vacas, ratones, simios y cerdos forma ya parte de nuestra normalidad.

El 23 de febrero de 1997, fecha en que Dolly fue presentada en sociedad (luego de una prudente espera para estar seguros de que la oveja sobrevivía y estaba sana), quedó demostrado que algo considerado imposible no lo era.

El éxito de Ian Wilmut y Keith Campbell, del Instituto Roslin, en Escocia, se debió a un trabajo científico profesional, serio y tenaz. Pero también a la relativa buena suerte que tuvieron de estar trabajando con células vivas, un sistema especialmente noble.

Para crear a Dolly se usó una célula de la oveja que se quería clonar (específicamente de su glándula mamaria, hecho que llevó a bautizar al clon en honor de Dolly Parton, la cantante country famosa por sus generosos atributos pectorales). Se le extrajo el núcleo y se insertó en un óvulo de otra oveja de una variedad distinta, al que previamente se le había eliminado el suyo.

Pero el transplante de núcleo es un proceso muy burdo: equivale a abrir el abdomen de un paciente con cirrosis, sacarle el hígado, arrojar al interior un hígado nuevo y luego simplemente cerrar la herida y esperar que funcione.

Sin embargo, ¡funcionó! No es tan sorprendente. Si se toma en cuenta que las primeras células surgieron mediante un proceso azaroso de agregamiento de piezas que fueron acoplándose, y que dependían de poder aprovechar los componentes útiles que les ofrecía el ambiente que las rodeaba, es natural que cuenten, en cierta medida, con la capacidad de autoensamblarse y autorrepararse.

En cambio, la clonación de seres humanos sigue estando, al parecer, fuera de nuestro alcance. En parte por dificultades técnicas (baja eficiencia del proceso y defectos degenerativos en los clones), pero también por problemas éticos. Mientras no pueda asegurarse que la clonación produciría embriones humanos sanos y viables, es mejor no crearlos.

Aunque, ¿quién sabe?: quizá pronto se descubra una forma de superar estos problemas y la clonación se convierta en un proceso eficiente y seguro. ¡Hace diez años nadie hubiera creído que se pudiera clonar una oveja!

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miércoles, 5 de julio de 2006

Elecciones, emociones y neuronas

Milenio Diario
La ciencia por gusto

Martín Bonfil Olivera

La semana pasada afirmé que "si la racionalidad juega un papel central en la ciencia, también debe jugarlo en la democracia". En teoría, las decisiones de los ciudadanos deberían tomarse racionalmente, con base en información confiable sobre los candidatos y sus propuestas.

Pero no es así. Cada vez más, en todo el mundo, las campañas electorales son, en vez de propuestas argumentadas en forma racional, sangrientas competencias publicitarias que manipulan las emociones de los electores. Es al profundo y antiguo cerebro reptiliano, que gobierna instintos y emociones, al que se dirigen las campañas, y no a la evolucionada corteza de primates que nos hace humanos.

El escéptico profesional Michael Shermer comenta, en su columna en Scientific American, una interesante investigación llevada a cabo por el psicólogo Drew Westen, de la Universidad Emory, en Atlanta, en que explora cómo maneja el cerebro las preferencias electorales.

Westen mostró a sujetos demócratas o republicanos citas en que los candidatos a presidente en 2004, John Kerry o George Bush, se contradecían flagrantemente. Los demócratas tendieron a minimizar las contradicciones de Kerry, mientras que las de Bush les parecían imperdonables; lo contrario ocurrió con los republicanos. El cerebro de los sujetos fue monitoreado con resonancia magnética funcional. Resultó que las áreas asociadas con la racionalidad (corteza prefrontal) permanecían inactivas, y las que se activaban eran las asociadas con las emociones (amígdala y giro cingulado). Al parecer, son efectivamente las emociones las que controlan nuestras preferencias electorales. Pero no tiene que ser así.

Algo similar ocurre en ciencia: las emociones tienden a hacer que los investigadores prefieran los resultados que apoyan sus teorías favoritas y desprecien los que las contradicen. Sin embargo, mediante la discusión abierta y comunitaria (verdadera inteligencia colectiva) y la crítica fundamentada, la comunidad científica supera sus sesgos emocionales y toma decisiones racionales.

No estaría mal, opina Shermer, que la política adoptara algunos de los mecanismos de la ciencia para intentar que la racionalidad predomine sobre las emociones. Quizá si esto ocurriera, una campaña basada en el miedo no hubiera tenido el éxito que, tristemente, parece haber tenido en nuestro pobre país.

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miércoles, 28 de junio de 2006

Ciencia, votos y pensamiento crítico

Martín Bonfil Olivera
18 de junio de 2005

Varios colegas columnistas de este diario han expresado por quién van a votar y por qué. Aunque esta columna está dedicada a la ciencia y no a la política, me tomo por una vez la libertad de hacer lo mismo. Y es que tengo la impresión, quizá subjetiva o ilusoria, de que algo tiene que ver mi decisión con mi perspectiva profesional como divulgador científico (es decir, como parte de la comunidad científica del país).

Lamentablemente, ninguno de los tres candidatos punteros incluyó en sus campañas una propuesta de política científica de Estado. Los candidatos siguen sin tener idea de la importancia que una ciencia madura y pujante (parte de un sistema científico-tecnológico-industrial vigoroso) tendría para el bienestar nacional.

Si la racionalidad juega un papel central en la ciencia, también debe jugarlo en la democracia. Como ciudadano promotor de la ciencia, me encuentro imposibilitado para votar por el partido de la derecha: el del paternalismo católico que prohíbe la investigación con células madre, que penaliza indiscriminada e irracionalmente el aborto, que se opone al reconocimiento de los derechos ciudadanos de las minorías sexuales que prefiere defender dogmas (incluyendo los neoliberales) por encima de la voluntad y el bienestar ciudadanos. Que niega la posibilidad de construir algo diferente y mejor.

Tampoco puedo votar por el partido de la dictadura perfecta y la corrupción. Menos con un candidato como Madrazo. Quizá algún día lejano el PRI recupere sus ideales revolucionarios y nacionalistas y se convierta en una verdadera opción de centro. Todavía no.

Queda pues, el partido de la izquierda, acorde con mis afinidades personales y con la tendencia ideológica de la mayoría, creo, de los universitarios y científicos del país. Su candidato, aunque tiene defectos, ofrece buscar el bien común y ha sabido remontar las tretas más sucias para descalificarlo de la contienda (no olvidemos la canallada del desafuero).

La izquierda sigue cargando defectos históricos. Y sigue crónicamente dividida (aquí la capacidad de los científicos para formar acuerdos sería útil). También es la opción más honestamente democrática.

Por eso, con más esperanza que certeza, con más convicción y voluntad crítica que ilusiones, este columnista votará el domingo por el PRD. Luego, claro, habrá que exigir que se cumpla lo prometido.

miércoles, 21 de junio de 2006

Como te ven te tratan

MILENIO DIARIO

Martín Bonfil Olivera
21 de junio de 2006

Es importante es el aspecto personal de los científicos? Más allá de la lamentable imagen del "científico loco", distraído y despeinado (herencia de Einstein), rara vez, en la imagen popular, salen bien parados. Veamos ejemplos..

El físico Stephen Hawking, famoso por su Breve historia del tiempo, descubrió los hoyos negros, y sus ideas han revolucionado la cosmología. Padece de esclerosis amiotrófica lateral, enfermedad que lo ha paralizado, confinándolo a una silla de ruedas. Hoy no puede ya hablar, y se comunica por medio de un sintetizador de voz. Esta perturbadora imagen -un cerebro genial alojado en un cuerpo inmovilizado, rodando en su silla motorizada y que se comunica mediante una extraña voz electrónica- se ha convertido en un nuevo icono del científico. Incluso ha aparecido en Los Simpson, y una ópera moderna tenía un personaje inspirado en él.

Hawking refuerza la imagen de los científicos como personajes extraños, y seguramente no atrae a los ciudadanos hacia la ciencia. Pero no todo está perdido: también hay científicos famosos de aspecto más normal.

Algunos son graciosos: Richard Feynman, físico ganador del Premio Nobel, gustaba de gastar bromas, tocar los bongós y desfilar bailando samba en Río. Siempre sonriente, era de un sport desenfadado, aunque si era necesario vestía traje. El desaliñado James Watson, también Nobel y codescubridor de la doble hélice del ADN, gozaba en su juventud de hacer bromas y parecía no tener la menor idea de nada. En sus libros relata sus dificultades para ligar chicas.

Hay también científicos empresarios, como Craig Venter, biólogo molecular dueño de la compañía Celera Genomics, que secuenció el genoma humano. Bien trajeado, su agresiva imagen es la del perfecto hombre de negocios.

Otros científicos cultivan la imagen informal, como Carl Sagan, a quien se recuerda conduciendo Cosmos con saco de pana y camisa de cuello de tortuga. El biólogo Richard Dawkins cultiva un aspecto similar, y es percibido como bastante galán. Otro biólogo famoso, Stephen Jay Gould (que también apareció en Los Simpson), era más bien comodón, y siempre daba la impresión de recién haber despertado de la siesta.

En el fondo, los científicos son sólo personas normales. Aunque, pensándolo bien, y para conseguir fondos, quizá convendría que cultivaran su imagen de genios locos. ¡Al menos podrían rentarse para anuncios!


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miércoles, 14 de junio de 2006

Discriminación y mutantes

Martín Bonfil Olivera

Es irremediable: no soporto el futbol, y la política (el otro tema de moda) ha alcanzado un nivel de lodazal (especialmente entre los panistas, desesperados ante la mera posibilidad de no ganar). Sigamos mejor hablando de los X-Men.

Mi colaboración anterior, debido las críticas que hacía yo a la cinta desde el punto de vista científico (ideas erróneas de mutaciones que confieren poderes paranormales, de individuos que “mutan” de súbito, o de las mutaciones como anormalidades monstruosas), pudo dar la impresión de que no la disfruté.

No es así: como cinta dominguera es muy efectiva. Los X-Men se han caracterizado por algo especial y distinto: presentan una subtrama sobre derechos humanos y discriminación. En X-Men III este tema es central, pues se plantea el descubrimiento de una “cura” para los mutantes: una inyección que instantáneamente corrige la mutación del ficticio “gen X” que les confiere sus poderes.

En cómic y película, la sociedad teme y hasta odia a los X-Men y demás mutantes por ser diferentes (y poderosos). Por ello su archienemigo, el mutante Magneto, harto de ser maltratado, decide lanzarse a una guerra para sustituir de una vez por todas a los anticuados Homo sapiens por la raza superior de los mutantes. Así, en este ámbito de fantasía científica se discuten temas que, en el mundo real, afectan a muchos tipos de minorías que no sólo no tienen “poderes especiales”, sino que se encuentran en franca desventaja: minusválidos, negros, indígenas, homosexuales, bisexuales y demás orientaciones sexuales alternas, e incluso las mujeres (consideradas minoría no por el porcentaje de la población que representan, sino por el trato discriminatorio al que todavía son frecuentemente sometidas).

El punto polémico de la película es qué debe considerarse “normal” y qué “anormal”. ¿Son los mutantes enfermos, o simplemente diferentes? ¿Qué pasaría, ya en la vida real, si alguien descubriera una “cura” para la homosexualidad, o bien, como ya sucede, un método para “blanquear” a los negros? ¿Qué ocurrirá cuando, no dentro de tanto, se vuelva posible elegir el color de piel u ojos, o las capacidades físicas y hasta intelectuales de los bebés? Se trata ya no sólo de cuestiones científicas, sino sociales y éticas, que dejan de ser ficticias y se vuelven urgentes.

A veces, hasta la ficción comercial tiene sus dimensiones profundas.
comentarios: mbonfil@servidor.unam.mx

miércoles, 7 de junio de 2006

Las mutaciones de los X-Men

Martín Bonfil Olivera

La cinta X-Men 3, La batalla final, que se anuncia como de ciencia ficción aunque más bien es simple fantasía, da nuevamente pretexto para jugar al comentarista cinematográfico.

Y es que quienes disfrutamos de la ciencia ficción seria no podemos evitar el ligero malestar que nos ocasionan las películas con supuestas explicaciones científicas que son más bien marañas de errores y malentendidos.

En el caso de los X-Men (historieta y película), el punto central es que se trata de “mutantes”: individuos que tienen una “mutación”. Y aquí comienzan los problemas: usé comillas porque lo que en los X-Men se considera mutación no tiene nada que ver con el concepto biológicamente correcto: sencillamente, un cambio en la información contenida en el material genético (ADN).

El ADN contiene instrucciones (genes) para fabricar proteínas (y para controlar a otros genes). Y las proteínas son máquinas moleculares que llevan a cabo la mayoría de las funciones de la célula viva. Hay enfermedades, como la anemia falciforme, causadas por el cambio de una sola de los tres mil 200 millones de letras de nuestro ADN. Pero no es concebible una mutación que conceda poderes paranormales.

Sin embargo, no es ese el malentendido más importante (después de todo, poniéndose así de estricto no se puede hacer ficción), sino la idea de que un individuo puede “mutar” súbitamente (debido, digamos, a alguna radiación rara). Para ello se necesitaría que el ADN de todas sus células sufriera el mismo cambio simultáneamente: algo imposible. De hecho, todos sufrimos mutaciones constantemente en células aisladas de nuestro cuerpo (en ocasiones desafortunadas, esto puede dar origen a un cáncer). Pero el individuo como un todo no muta.

Para tener un mutante de cuerpo entero se necesita que el óvulo o el espermatozoide de sus progenitores hayan sufrido la mutación. Cuando se unen y el óvulo fecundado comienza a dividirse, la mutación pasará a todas las células del nuevo individuo.

La idea de los mutantes como monstruos dañinos que se producen de golpe es uno de los grandes malentendidos de la biología. En parte es causa del rechazo a toda posibilidad de manipulación genética. Y es que, si lo pensamos con cuidado, ningún ser vivo es exactamente igual a otro, porque ninguno tenemos exactamente la misma información genética.

En el fondo, todos somos mutantes.

mbonfil@servidor.unam.mx

miércoles, 31 de mayo de 2006

Verdades de El código Da Vinci

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario

No soy experto en cine. A veces disfruto más una película comercial que la Muestra Internacional de Cine. Y tampoco soy experto en religión. Lo digo para que cuando lea usted que acabo de ver El código Da Vinci y que la disfruté mucho, sabrá que es una opinión de simple espectador.

Pues sí: la disfruté y no me pareció nada aburrida (quizá porque no he leído el libro…). También da material para reflexionar.Claro, gran parte de los “hechos” presentados en la película (y la novela) son totalmente inventados. Pero Dan Brown, el autor, tuvo que leer bastante historia de la religión (y otras cosas) para elaborar su argumento. Y cuando uno lee historia, es prácticamente inevitable darse cuenta de algo que la película muestra, y que es lo que ha alarmado al Vaticano y las organizaciones católicas.

Se trata del hecho, ese sí no ficticio, de que las “verdades” que conocemos como históricas son realmente construcciones sociales. Versiones que pueden (o no) coincidir con eso que llamamos “realidad”, y que pueden (o no) estar apoyadas en evidencia más o menos confiable (o bien en creencias, revelaciones, fe, equivocaciones o prejuicios). Versiones, eso sí, que han sido acordadas y aceptadas por un grupo de personas. Es precisamente el acuerdo y aceptación del grupo lo que le da realidad histórica a un hecho.

El punto peliagudo es que la película muestra que también las “verdades” de la Iglesia (la divinidad de Jesús, el papel de María Magdalena…) son hechos históricamente construidos. Versiones acordadas en algún momento por un grupo, que antes de tal acuerdo no existían como verdades. Ésta es una concepción filosóficamente muy peligrosa (incluso subversiva) para una institución que funda su poder en la aceptación incuestionada de su fe.

Pero si las verdades religiosas se construyen históricamente, ¿no ocurre lo mismo con las “verdades” científicas? Por supuesto que sí, como mostró hace 40 años Thomas Kuhn. La diferencia entre ciencia y religión estriba –afirma el biólogo Richard Dawkins– en que las ideas religiosas se propagan y arraigan en los cerebros de los creyentes sólo debido a su poder infeccioso (promueven la fe y amenazan con castigo al que carezca de ella), igual que una epidemia, mientras que las ideas científicas convencen con base en algo más: evidencia comprobable (y además funcionan cuando se aplican).

¡Disfrute la película!

mbonfil@servidor.unam.mx

miércoles, 24 de mayo de 2006

Darwin, al museo

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario

La educación es un arma poderosa. Por eso las luchas religiosas, que antes solían resolverse mediante conflictos armados, hoy se dan en el ámbito educativo.

En México, la Guerra de Reforma (1857-1861) y la Cristera (1926-1929) son buenos ejemplos de que religión y política no conviven tan armoniosamente como a veces se cree. Las limitaciones constitucionales a las libertades políticas de los religiosos en México –que se han ido eliminando desde 1993, en el sexenio de Carlos Salinas– tenían pues justificación histórica: impedir que volviera a haber conflictos armados debido a la religión.

Pero hoy la lucha por promover el pensamiento y los valores religiosos se da en la escuela. Aquello que queda plasmado en los libros de texto gratuitos, leídos por todos los estudiantes de primaria de la nación, pasa a formar parte de la cultura compartida por todos los mexicanos. Por eso nunca cesan las disputas sobre el contenido de estos textos.

Nuestros vecinos del norte afrontan problemas equivalentes, aunque distintos. Allá el tema es la inclusión de visiones religiosas disfrazadas de ciencia en las clases de biología (el “diseño inteligente”) y la lucha por descalificar la biología darwinista como “sólo una teoría más”.

Ante ello, el Museo Estadunidense de Historia Natural, en Nueva York, armó una magna exposición –que pude visitar recientemente– titulada simplemente “Darwin”.La exposición presenta la vida de este naturalista: su formación, el largo viaje que realizó alrededor del mundo en el barco Beagle (1831-1836), su posterior retiro a una apacible casa en el pueblo de Down, su muerte en 1881 (¡todo acompañado de pertenencias originales de Darwin!). Y a la vez muestra la génesis de su obra –vida y obra que se entrelazan– y cómo la publicación en 1959 de El origen de las especies no es resultado de la simple ocurrencia de un individuo, sino de toda una vida de observación, recolección y estudio de especímenes, planteamiento de preguntas y reflexión profunda en busca de respuestas.

Lejos de ser “sólo teorías”, la ciencia se basa en evidencia comprobable, y por ello es útil para la sociedad. Y por ello ha merecido un sitio en la enseñanza pública. La exposición sobre Darwin es muestra de que el pueblo estadunidense tiene claro que sus estudiantes merecen conocer la mejor ciencia posible. ¿Tendrán nuestras autoridades educativas las cosas igual de claras?

mbonfil@servidor.unam.mx

miércoles, 17 de mayo de 2006

Ciencia, religión y democracia

Ciencia, religión y democracia

Martín Bonfil Olivera

Hace unos días asistí al simposio anual sobre la democracia que organiza la Kent State University, de Kent, Ohio. El tema fueron las relaciones entre ciencia y religión en una sociedad democrática.

El simposio conmemora los hechos ocurridos el 4 de mayo de 1970, cuando 4 estudiantes murieron asesinados por miembros de la Guardia Nacional estadounidense (la misma que patrullará la frontera con México), en medio de fuertes disturbios en protesta contra la guerra de Vietnam. Para convertir esa amarga experiencia en algo positivo, la universidad creó un Centro para el Manejo de Conflictos y el Simposio sobre Democracia, con el lema “Indagar, aprender, reflexionar”.

Y precisamente la reflexión sobre las relaciones entre ciencia y religión es urgente en la sociedad estadounidense, que enfrenta fuertes discusiones respecto a la educación científica. El intento de grupos fundamentalistas religiosos por imponer ideas creacionistas en las clases de biología, y descalificar la enseñanza de la teoría de la evolución por selección natural (columna vertebral de toda la biología) es el mejor ejemplo.

Durante el simposio se discutieron los problemas que surgen cuando el respeto que toda sociedad democrática debe garantizar a las creencias, valores y formas de comportamiento individuales o colectivas entra en conflicto con la convicción, también profundamente democrática, de que todo individuo debe recibir la mejor educación posible, incluyendo el conocimiento científico actualmente aceptado, sin importar si éste contradice creencias religiosas o de otro tipo.

En nuestro país el creacionismo no es problema, pero la enseñanza básica no está exenta de disputas. El artículo 3º constitucional expresamente excluye la religión de la enseñanza oficial, y exige la inclusión de la ciencia. Esto es resultado de nuestra historia, especialmente de la guerra de reforma y el conflicto cristero, en los dos siglos pasados. No es casual que la ciencia haya quedado incluida en la Constitución y la religión no; la primera ha demostrado ser parte del bagaje cultural con el que todo ciudadano debe contar para ser plenamente libre, mientras que la segunda, sin disminuir su importancia, ha mostrado encajar mejor en la esfera de lo privado.

Son temas que se siguen discutiendo, sin duda. Será interesante ver qué rumbo toma la política educativa en el próximo sexenio.

comentarios: mbonfil@servidor.unam.mx

miércoles, 10 de mayo de 2006

Televisión y método científico

Televisión y método científico

Martín Bonfil Olivera


La llamada “caja tonta” tiene tan mala (y tan bien ganada) fama que parecería imposible pensar hallar algo decente (por ejemplo, ciencia) en ella. Sin embargo, de vez en cuando ha ofrecido excelentes ejemplos de ciencia popular: el más famoso es la serie Cosmos, del astrónomo Carl Sagan. Y desde hace años el Discovery Channel ha estado refutando, aunque sea de manera superficial, el mito de que “la ciencia no vende”.

Hace poco encontré un programa que, indirecta y quizá incluso involuntariamente, muestra cómo trabaja cualquier investigador científico. Se trata de la serie Myth Busters, en que los protagonistas -dos tipos bastante divertidos, cruza de exploradores, ingenieros y detectives- se dedican a investigar si ciertas “leyendas” que tienen que ver de alguna manera con la tecnología son o no ciertas.

Por ejemplo, en un capítulo trataban de averiguar si se puede electrocutar a una persona que toma un baño en tina arrojando una tostadora a la bañera (un truco favorito de novelistas y directores de cine). Claro, como no podían experimentar directamente primero tuvieron que desarrollar un modelo de “humano” (un maniquí hecho de gel) que tuviera un detector de amperaje incorporado, para saber cuánta corriente recibiría el candidato a ser electrocutado. Luego, tuvieron que averiguar cuánta corriente basta para matar a un ser humano.

No acabaron ahí los problemas: muchos artilugios eléctricos, al menos en Estados Unidos, tienen un fusible de seguridad que se funde si el aparato cae al agua, así que tuvieron que diseñar la manera de anularlo. Ensayaron con una secadora de pelo, pues razonaron que era mucho más probable hallar una en el baño que una tostadora (aunque ya encarrerados usaron hasta una plancha). En fin, el programa mostró cómo para buscar la respuesta primero había que estudiar el problema, buscar información, formular hipótesis, diseñar instrumentos específicos que permitan someterlas a prueba, de preferencia en forma cuantificable… ¡justo lo que hacen los científicos!

No recuerdo si lo de la tostadora era o no un mito, pero es lo de menos. Lo importante es que la serie muestra que si bien no existe el llamado “método científico”, entendido como receta segura para producir conocimiento, para hacer buena ciencia sí hace falta cierta forma metódica de abordar los problemas. No está nada mal.

mbonfil@servidor.unam.mx

jueves, 4 de mayo de 2006

El condón de Ratzinger

El condón de Ratzinger

Martín Bonfil Olivera

El biólogo Stephen Jay Gould decía que ciencia y religión constituyen “magisterios separados”: no tienen por qué entrar nunca en conflicto porque sus respectivas áreas de autoridad son distintas.

No estoy muy de acuerdo. Hace días el papa Benedicto XVI reiteró la tradicional oposición de la Iglesia católica al uso del condón. No sorprende, pues como cardenal y cabeza de la Congregación para la Doctrina de la Fe (antes Santa Inquisición), Joseph Ratzinger representó siempre las posiciones más conservadoras del catolicismo.

La postura católica se basa en la idea de que existe un orden o ley natural, es decir, determinada por Dios, y que oponerse a ella es pecado. El uso del condón despoja al acto sexual de su fin reproductivo (para la Iglesia, su único fin natural), y por ello resulta inaceptable.

¿Qué dice la ciencia al respecto? La ciencia estudia el mundo natural (en el sentido laico: aquello que existe en la naturaleza), y no dicta normas de comportamiento. Pero sí proporciona información confiable y pertinente que permite tomar decisiones a personas y a sociedades.

Desde un punto de vista científico, hay hechos incontrovertibles: 1) existe una pandemia de sida, causada por un virus; 2) el sida se contagia principalmente por relaciones sexuales sin protección; 3) el número de personas infectadas sigue aumentando; 4) el uso adecuado del condón es notoriamente efectivo (más del 99%) para evitar el contagio; y finalmente, 5) por experiencia, no es realista esperar que jóvenes (ni adultos) recurran a la abstinencia (solteros) o fidelidad rigurosa (casados) para evitar el contagio.

No se trata de juicios: son sólo hechos, independientemente de si se los juzga “buenos” o “malos”. La conclusión es ineludible: oponerse al uso del condón equivale, en los hechos, a fomentar más infecciones por Sida.

La oposición católica se justifica diciendo que es criminal recomendar una medida que no es 100% segura. Pero no existen medidas así. El uso del cinturón de seguridad no garantiza la supervivencia en un accidente, pero eso no significa que no convenga usarlo siempre (ni que haya que abandonar el uso del automóvil).

Es duro decirlo, pero cuando de casos prácticos se trata, a veces hay que oponerse claramente a algunas de las posturas de la Iglesia. En estas ocasiones, es Dios (o sus representantes) quienes se están metiendo con lo que es del César.

mbonfil@servidor.unam.mx

miércoles, 26 de abril de 2006

El cerebro lector

El cerebro lector
Martín Bonfil Olivera

En su clásico Los demasiados libros, Gabriel Zaid describe las diferentes etapas que implica aprender a leer (integrar las letras de una palabra; las palabras de una oración; todo un párrafo; leer un libro “de golpe”) y las dificultades que tienen los lectores que no han logrado dominarlas. “¿Hay manera más segura de hacer un libro completamente ininteligible que leerlo suficientemente despacio?”, se pregunta Zaid, y añade “Es como ver un mural a dos centímetros de distancia y recorrerlo a razón de diez centímetros cuadrados cada tercer día durante un año, como una lagartija miope”.

Las neurociencias han propuesto que existen áreas especializadas no sólo en la visión, sino específicamente para la lectura. El tema es debatido, pues se sabe que el cerebro no consta de “módulos” anatómica y fisiológicamente separados, cada uno dedicado a una función particular, sino que es un órgano integrado y flexible en que las funciones, aunque a grandes rasgos puedan localizarse, se encuentran también distribuidas.

Por ello sorprende el artículo publicado recientemente en la revista Neuron y firmado por Laurent Cohen y colaboradores. Gracias a un caso fortuito (un paciente epiléptico que requirió cirugía cerebral), los científicos tuvieron la oportunidad de probar las habilidades lectoras de una persona antes y después de que se eliminara cierta área cerebral presuntamente relacionada específicamente con el reconocimiento visual de palabras.

Antes de la operación, el paciente tardaba unos 600 milisegundos en reconocer una palabra de 3 a 9 letras. Ya operado, tardaba mil milisegundos en reconocer una de tres letras, y 300 milisegundos más por letra extra. Este déficit de lectura, llamado “alexia”, comprueba que el área estudiada efectivamente permite reconocer las palabras por su forma, sin tener que deletrear; función indispensable, dice Zaid, para la buena lectura.

Queda por explicar el problema de cómo, en los sólo seis mil años en que ha existido la escritura, pudo evolucionar un área cerebral especializada para leer.

Pero ¡ojo!: no es probable que el bajísimo índice de lectura de los mexicanos se deba a un defecto cerebral congénito (que en principio sería remediable). Seguramente se trata más bien de una carencia de tipo de cultural que no se remedia con simple cirugía cerebral… ni mucho menos con la construcción de megabibliotecas inútiles. ¡Mala suerte!

miércoles, 19 de abril de 2006

Refacciones a la medida

Refacciones a la medida

Martín Bonfil Olivera

Una de las características menos comprendidas de la ciencia es que es impredecible.

El proceso por el que genera conocimiento confiable sobre la naturaleza es caprichoso, como todo proceso creativo. Por eso es absurda la idea de que basta con poner a un grupo de científicos con suficiente equipo y dinero para tener, en un plazo fijo, la cura contra el cáncer, la cruda o de perdida el catarro común.

Desgraciadamente para los burócratas neoliberales, la ciencia no funciona así. Lo mejor que puede hacerse es formar el grupo de científicos, fijarles directivas generales, darles recursos y cuidar que el trabajo sea de buena calidad. ¿Qué producirán? No puede saberse con claridad, pero sí que será buena ciencia y que, de un modo u otro, beneficiará a la sociedad que la financia.

Dos curiosas noticias son buenos ejemplos. Tienen que ver con el sueño de producir órganos de repuesto para transplantes. Las esperanzas se centraban en genetistas y biólogos moleculares, que prometían que cuando conociéramos suficiente acerca de los complejos mecanismos de la diferenciación celular, podríamos producir órganos completos a voluntad (por ejemplo partiendo de células madre).

Pero los caminos de la ciencia (y la técnica) son misteriosos. El médico Anthony Atala, de Carolina del Norte, logró producir los primeros órganos cultivados y transplantados exitosamente a siete pacientes. Se trata de vejigas (un órgano bastante sencillo: básicamente, una bolsa de tejido muscular y epitelial) cultivadas sobre moldes biodegradables a partir de células de los propios pacientes (para evitar rechazos). Resultó más fácil hacer un molde y dejar que las células crecieran solitas que andar manipulando sus genes.

¿Y para órganos más complejos? La revista New Scientist reporta que Gabor Forgacs, de Missouri, ha aplicado una tecnología inspirada en las impresoras de chorro de tinta para “imprimir” capas de tejido usando “biotinta” (células suspendidas en líquido nutritivo). La impresora va depositando sobre un soporte células que luego se unen espontáneamente (los sistemas biológicos son muy nobles). La técnica, hoy rudimentaria, quizá permita construir estructuras con la forma que se requiera.

¿Quién habría imaginado que enfoques tan ingenieriles lograrían lo que los genetistas no han podido? Como en el arte y el amor, en ciencia lo inesperado es muchas veces lo que tiene más chiste.