miércoles, 28 de marzo de 2012

Nanotecnología y misterios cuánticos

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 28 de marzo de 2012

La mecánica cuántica, teoría que explica los fundamentos del comportamiento de la materia, está llena de sorpresas y conceptos que van en contra de la intuición.

Uno de los más extraños es la idea de que toda partícula (fotones, electrones, átomos… y hasta un camión) se comporta, a la vez, como una onda. El científico inglés Thomas Young demostró, alrededor de 1807, que un haz de luz se comporta como onda al pasar a través de dos ranuras. Al hacerlo, se divide en dos ondas que interfieren una con otra, provocando que haya zonas de mayor luminosidad (donde las ondas se refuerzan, pues sus crestas y valles coinciden) y otras de casi oscuridad (donde se cancelan mutuamente, pues las crestas de una coinciden con los valles de la otra). La luz forma así un patrón de líneas luminosas y oscuras sobre una pantalla.

El problema es que años después, en 1905, Albert Einstein demostró, mediante su explicación del efecto fotoeléctrico, que la luz está compuesta por partículas: los fotones. Entonces, ¿onda o partícula? Resulta que, de algún modo, ambas respuestas son correctas: la partícula tiene asociada una onda. Hoy se habla de la “dualidad onda-partícula” de la luz, como propuso el físico francés Luis de Broglie en 1924.

Más tarde se ha demostrado que no sólo los fotones se comportan así: en 1961 se repitió el experimento de la doble ranura usando electrones, y posteriormente se ha logrado con neutrones, átomos y hasta moléculas pesadas, como el futboleno (o buckminsterfullereno, formado por 60 átomos de carbono). En todos los casos, al pasar por las rendijas, las partículas forman un patrón de interferencia, mostrando su comportamiento ondulatorio.

Pero lo más sorprendente es que incluso una sola de estas partículas puede interferir ¡consigo misma! al pasar por las rendijas (lo cual se logra haciendo pasar las partículas no en un chorro, sino una por una: el patrón de interferencia se va formando paulatinamente, conforme las partículas se van acumulando sobre la pantalla). Se confirma así, indudablemente, que la materia se comporta también como onda en la escala cuántica.

La gran pregunta es, ¿hasta qué tamaño siguen siendo apreciables esos efectos cuánticos, imperceptibles en el mundo macroscópico en el que vivimos? (no parecen tener efectos, por ejemplo, en el nivel celular, ni en nuestras computadoras o teléfonos celulares…).

Molécula de ftalocianina
y uno de sus derivados fluorados
En el más reciente capítulo de esta carrera por demostrar la interferencia cuántica en tamaños cada vez mayores, Markus Arndt, de la Universidad de Viena, y sus colegas publican en la revista Nature Nanotechnology (25 de abril marzo de 2012) un artículo donde explican cómo lograron obtener un patrón de difracción usando moléculas derivadas de un pigmento llamado ftalocianina, de hasta 114 átomos: las más pesadas hasta ahora. Para ello usaron una combinación de técnicas nanotecnológicas, como la producción de un chorro de moléculas usando un rayo láser, la creación de una rejilla de difracción ultradelgada (menos de 100 nanómetros, o millonésimas de milímetro, que actúa como las ranuras en el experimento) y una técnica de fluorescencia para detectar las moléculas, que quedan adheridas a una superficie de cuarzo que actúa como pantalla (y dejan así un registro fijo del experimento, a diferencia de lo que se había logrado anteriormente).

Dejando de lado la sarta de tonterías que pretenden mezclar la mecánica cuántica con asuntos esotéricos, el trabajo de Arndt y su grupo muestra cómo las más recientes tecnologías de nanofabricación y nanovisualización pueden ayudarnos a explorar mejor dónde se hallan los límites de la mecánica cuántica… si es que los hay.

¿Te gustó? ¡Compártelo en Twitter o Facebook!:
Para recibir La ciencia por gusto cada semana
por correo electrónico, ¡suscríbete aqui!

miércoles, 21 de marzo de 2012

Depresión y electrochoques


Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 21 de marzo de 2012

Pocos tratamientos médicos tienen tan mala prensa como los electrochoques. La imagen de un paciente amarrado a una mesa, convulsionándose bajo el influjo de una corriente eléctrica aplicada con electrodos en su frente, es propia de una película de horror.

Quizá le sorprenda enterarse de que la terapia electroconvulsiva (su nombre formal), que hoy se realiza bajo condiciones muy controladas y seguras (anestesia general, relajante muscular, oxígeno al 100% y voltaje bajo –unos 90 volts) es el tratamiento más efectivo que existe contra la depresión grave (la que se acompaña de intensos impulsos suicidas o ideas delirantes que ponen en peligro la vida del paciente o quienes lo rodean). Tiene entre un 75 y 85% de efectividad (los tratamientos farmacológicos logran alrededor de un 40% de éxito).

Contrariamente a lo que se pudiera pensar, los efectos de esta terapia no provienen directamente de la corriente eléctrica, sino de las convulsiones que provoca. En un artículo publicado en septiembre del 2011 en la revista ¿Cómo ves?, el psiquiatra Eduardo Thomas explica que Hipócrates ya refiere que las anguilas eléctricas podían usarse para tratar trastornos mentales; que Benjamín Franklin usó en 1782 descargas eléctricas para combatir la melancolía, y que a finales del siglo XVIII se descubrió que el alcanfor podía provocar crisis convulsivas que mejoraban notablemente a pacientes psicóticos. La moderna terapia electroconvulsiva se inició en 1937, con el trabajo de los italianos Ugo Cerletti y Lucio Bini, aunque hubo un periodo de abusos que hoy se ha superado. Actualmente se usa sólo con pacientes que no han respondido a otros tratamientos, pues tiene algunos efectos secundarios como desorientación transitoria y alteraciones leves de la memoria.

Sin embargo, hasta ahora no se sabía cómo es que los electrochoques producen sus efectos. Pero un estudio publicado por la investigadora escocesa Jennifer Perrin, de la Universidad de Aberdeen, en las Actas de la Academia Nacional de Ciencias (PNAS) de los Estados Unidos, revela parte del misterio.

Corteza dorsolateral prefrontal,
hiperconectada en pacientes
con depresión
Utilizando la resonancia magnética funcional, que muestra qué partes del cerebro utilizan más sangre, y por tanto están más activas, Perrin halló que los cerebros de nueve pacientes con depresión grave, estudiados antes y después de someterlos a terapia electroconvulsiva (unas 8 sesiones) presentaban un exceso de conectividad funcional entre una zona llamada corteza dorsolateral prefrontal de uno de los hemisferios cerebrales (más o menos la zona donde quedan los anteojos para el sol cuando uno se los pone en la frente) y otras áreas cerebrales como el sistema límbico, relacionado con las emociones (se consideró que un área estaba conectada a otra si ambas se activaban simultáneamente). El exceso de conectividad disminuía sensiblemente luego del tratamiento, conjuntamente con los síntomas de la depresión (que en promedio bajaron de 36 a 11 puntos en la escala usada).

Severidad de los síntomas
de depresión antes y después
 de la terapia electroconvulsiva
(ECT)
Estos resultados refuerzan la reciente hipótesis de que la causa de la depresión grave es una “hiperconectividad” entre éstas áreas, y que por tanto una forma de combatirla el mal es reducir este exceso de conectividad (en cierta forma eso hacen los antidepresivos). Al mismo tiempo, hallar una alta conectividad en esta zona (que al parecer está muy claramente localizada) podría ser una forma de detectar a pacientes propensos a la depresión.

Como afirman Perrin y sus colaboradores, ahora el reto será, si se confirman sus resultados, aprovecharlos para buscar nuevas maneras de obtener el mismo efecto, pero sin usar electrochoques. Con suerte, a mediano plazo podríamos tener nuevos tratamientos que disminuyan la hiperconectividad y así prescindir por completo de esta terapia que, pese a su eficacia, sigue siendo bastante inquietante.

¿Te gustó? ¡Compártelo en Twitter o Facebook!:
Para recibir La ciencia por gusto cada semana
por correo electrónico, ¡suscríbete aqui!

miércoles, 14 de marzo de 2012

Magia, dios y polémicas

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 14 de marzo de 2012

Presidentes latinoamericanos
con cáncer
Me encantó la ironía de la analista Irene Selser, cuando en su columna “Daños colaterales” (Milenio Diario, lunes 12 de marzo) escribe: “Que el célebre médium brasileño Joao Texeira de Faria, Joao de Deus, haya acompañado el tratamiento oncológico del ex presidente de Brasil, Lula da Silva, con cáncer de laringe, […]no tiene nada de extraordinario. Al contrario, pareciera ser lo más pertinente ante este ‘brote canceroso’ que ha ido afectando a los líderes de la izquierda sudamericana…”.

Y es que, ante una enfermedad terrible, es fácil caer, aunque se sea un líder de opinión de quien se esperaría una actitud más sensata e informada, en el pensamiento irracional.

A veces son teorías conspiratorias, como las de Hugo Chávez –quien no se caracteriza por meditar cuidadosamente sus palabras antes de hablar. El venezolano lanzó, ante el “brote” entre varios mandatarios latinoamericanos (Fernando Lugo, de Paraguay; Dilma Rouseff, de Brasil; Cristina Fernández, de Argentina –cuyo diagnóstico fue desmentido en enero– y el propio Lula, además de su propio caso), acusaciones sin fundamento como la de que “no sería extraño” que los Estados Unidos “hubieran desarrollado una tecnología para inducir el cáncer”.

Otras veces, se cae en el pensamiento mágico. Es un hecho que mucha gente sigue recurriendo a medicinas “alternativas” y espirituales –la mezcla de seudociencia y religión, además de explosiva, suele ser muy atractiva–, aun cuando existen abundantes estudios que demuestran su total inutilidad, y en muchos casos sus efectos nocivos (directamente o de forma indirecta, al causar el abandono de las terapias médicas basadas en evidencia clínica comprobable).

Afortunadamente Lula, aunque se haga acompañar de Joao de Deus, no abandona las quimio y radioterapias contra el cáncer. A pesar de sus supuestos poderes para hacer ver a los ciegos, caminar a los inválidos y reducir tumores, el médium, nos informa Selser, “no se opone en absoluto a la ciencia médica”.

Menos mal. Pero el curandero declara al mismo tiempo, con el doble discurso propio de los charlatanes, “Yo no curo a nadie, quien cura es Dios”. Es decir, es la deidad, a través de él, la que cura... no las quimioterapias. Claro. ¡No vaya usted a pensar otra cosa!

Es curioso cómo la simple publicación en Facebook de una ilustración que denuncia cómo, ante médicos preparados que salvan vidas, muchos creyentes siguen atribuyendo la curación de un paciente a una entidad espiritual de cuya existencia no hay pruebas (“Ellos ni siquiera te conocen y te salvan la vida; Él no existe y le agradeces por salvarte”) basta para desatar una polémica acalorada.

No se trata de combatir las creencias religiosas o espirituales de nadie, sino de fomentar una cultura científica que nos permita distinguir, ante problemas concretos, las soluciones eficaces de las ilusorias.

¿Te gustó? ¡Compártelo en Twitter o Facebook!:
Para recibir La ciencia por gusto cada semana
por correo electrónico, ¡suscríbete aqui!

miércoles, 7 de marzo de 2012

El enjambre neuronal


Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 7 de marzo de 2012

Uno de los mayores enigmas científicos actuales –y quizá el más importante de todos– es cómo el conjunto de cien mil millones de neuronas carentes de inteligencia que forman el cerebro humano –y las entre uno y cinco billones de células gliales, que complementan su función– pueden dar origen a un yo, una mente consciente.

En uno de los diálogos dispersos en su magnífico libro de 1979 Gödel, Escher, Bach, una eterna trenza dorada, con el que ganó el premio Pulitzer, Douglas Hofstadter utiliza la imagen de una colonia de hormigas, la “tía Hillary”, para mostrar cómo un conjunto de elementos carentes de inteligencia, al interactuar en forma compleja, pueden dar origen a fenómenos emergentes como la mente.

Con base en esa y otras ideas de Hofstadter, en su libro La conciencia explicada el filósofo Daniel Dennett propuso en 1992 su “modelo de los borradores múltiples”, en el que intenta dar un explicación de tipo darwiniano de cómo la conciencia podría surgir mediante la generación de una variedad de “versiones” del relato interno mental, que compiten hasta que una de ellas emerge y se experimenta conscientemente. El proceso, por supuesto, es continuo y cambiante.

Con los años, la investigación en neurobiología ha demostrado que en efecto, en los procesos de toma de decisiones que ocurren en el cerebro humano se generan un mecanismo de selección entre múltiples opciones, en el que unas neuronas emiten estímulos que activan o inhiben a otras, hasta que la población que representa una de las alternativas excede cierto límite. En ese momento, la decisión queda tomada.

Pues bien: recientemente, en el número del 6 de enero de la revista Science, el neurobiólogo Thomas Seeley, de la Universidad Cornell, en Nueva York, reporta el resultado de una investigación concienzuda y realmente admirable. La primera frase de su artículo reza: “Los enjambres de abejas y los cerebros complejos presentan muchos paralelos en su forma de tomar decisiones”.

Lo que Seeley y su equipo hicieron fue estudiar cómo, cuando un enjambre de abejas se prepara para emigrar a una nueva colmena, el proceso de decisión se toma por mecanismos muy similares a los que ocurren en un sistema nervioso.

Las abejas exploradoras buscan lugares adecuados para establecerse, y reportan sus resultados mediante las famosas danzas y vibraciones con que estos insectos se comunican entre sí. Usando dos panales idénticos en una isla sin más sitios propicios para establecerse, marcando a las abejas que exploraron cada uno (mediante puntos de color rosa o amarillo), y filmando detalladamente sus danzas a su regreso al enjambre, Seeley descubrió que las abejas que exploraron un panal y lo promueven como una buena opción para establecer su hogar envían señales inhibitorias a las abejas que promueven el otro. Si una abeja recibe suficientes señales de parar, deja de danzar.

Mediante modelos en computadora, Seeley muestra cómo este complejo proceso logra hacer que una de las opciones –aunque se trate de dos alternativas idénticas– vaya predominando. Así, un enjambre formado por abejas que individualmente carecen de inteligencia logra tomar decisiones acertadas, eligiendo un sitio seguro y adecuado para establecerse, y evitando caer en parálisis por indecisión.

Aunque a primera vista suena asombroso, finalmente era esperable que la inteligencia, sea en un enjambre o en un cerebro, tuviera que surgir mediante mecanismos naturales a partir de elementos no inteligentes. De otro modo, tendríamos que recurrir a explicaciones milagrosas que no son válidas en ciencia, porque finalmente explican nada.
¿Te gustó? ¡Compártelo en Twitter o Facebook!:
Para recibir La ciencia por gusto cada semana
por correo electrónico, ¡suscríbete aqui!