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domingo, 23 de septiembre de 2018

El retorno de los brujos: charlatanería médica en el Congreso

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
23 de septiembre de 2018

Los charlatanes y estafadores han existido desde siempre. Y desde siempre ha habido quien esté dispuesto a creerles. Especialmente, personas que enfrentan inseguridades, temores, desgracias, enfermedades y otras situaciones de vulnerabilidad.

Pero la actual era de internet y redes sociales, y uno de sus productos, la epidemia de desinformación, fake news y ese extraño fenómeno des-civilizatorio que llamamos “posverdad”, han ocasionado una verdadera explosión de embusteros que buscan aprovecharse de la credulidad de los ciudadanos.

Entre ellos, probablemente los más despreciables, y al mismo tiempo los más peligrosos, son quienes venden terapias y tratamientos seudomédicos que falsamente prometen curar o prevenir las más diversas enfermedades, desde el catarro común o las alergias hasta el cáncer, pasando por el sida, el Alzhéimer o el lupus.

En España se ha desatado desde hace unos meses un intenso debate público, en el que participan autoridades, médicos, científicos, agrupaciones profesionales, comunicadores y por supuesto los propios laboratorios que venden este tipo de seudoterapias.

Según entiendo, todo parte de la decisión de la entonces Ministra de Sanidad, Dolors Montserrat, en abril de 2018, de permitir el registro sanitario de los más de 6 mil productos homeopáticos que se venden en España, con el objeto de permitir que se ofrezcan en farmacias como “medicamentos” (decisión que se entiende, en parte, debido a que por desgracia la Unión Europea tiene reglamentos que piden reconocer la existencia de este tipo de seudomedicinas).

Ante ello Carmen Montón, en ese momento Consejera de Sanitat de Valencia, protestó enérgicamente. Ella tenía claro que la homeopatía, como todo el resto de las “medicinas alternativas y complementarias”, es totalmente inútil desde el punto de vista terapéutico. (La diferencia por si tenía la duda, es que unas se usan en lugar de las terapias médicas legítimas, y otras “la complementan”.)

Montón afirmó que “Permitir que la homeopatía se venda en las farmacias como medicamento genera confusión y riesgo social, para la salud y para la economía de las personas”. Y tenía toda la razón. La venta de homeopatía y otras seudomedicinas en farmacias como si fueran medicamentos eficaces es nada menos que un fraude a la salud de los ciudadanos, que las autoridades no pueden avalar. Posteriormente, Montón fue nombrada Ministra de Sanidad en el gobierno del nuevo presidente español, Pedro Sánchez (su Ministro de Ciencia, Pedro Duque, es también un vehemente opositor de la homeopatía y otras seudomedicinas). Y aunque, debido a un escándalo relativo a un título de posgrado, Montón tuvo que renunciar a su cargo, la nueva Ministra de Sanidad española, María Luisa Carcedo, coincide en que “lo sensato sería que se le exigiera [a la homeopatía] lo mismo que a los medicamentos. El problema es el daño que puede hacer optar por una terapia alternativa que no ha demostrado evidencia científica”.

A decir verdad, en España y muchos otros países ­–entre ellos Inglaterra, Francia, Australia, Estados Unidos– se está discutiendo la necesidad de sacar a las “medicinas alternativas” de los sistemas de salud pública, informar a los ciudadanos de su nula efectividad terapéutica y hasta de su prohibición. En España la Asociación para Proteger al Enfermo de Terapias Pseudocientíficas (APETP) ha presentado una demanda contra 62 médicos de Madrid y Valencia por tratar a pacientes con terapias seudocientíficas y vulnerar los códigos de conducta de sus respectivos Colegios Profesionales, al “levantar falsas esperanzas” y “perjudicar intencionadamente al paciente”. Porque los tratamientos “alternativos” no sólo dañan a los pacientes al hacerlos perder el tiempo sin recurrir a terapias realmente eficaces, o a abandonarlas una vez iniciadas, sino que a veces también los pueden perjudicar directamente (la herbolaria, por ejemplo, se halla entre las principales causas del daño hepático).

Por eso resulta tan preocupante que el pasado 17 de septiembre se haya realizado, en la Cámara de Diputados de nuestro país, el “Segundo Foro Internacional Integración de las Medicinas Tradicionales, Alternativas y Complementarias en los Sistemas de Salud”. Promovido por la diputada Lorena Cuellar Cisneros (del partido Morena, que tiene la mayoría en el Congreso), en dicho foro participaron diversos “especialistas” en seudoterapias reconocidamente inútiles, como el “tratamiento metabólico”, el ayurveda y hasta la “medicina cuántica” (hágame usted el favor).

Dichos invitados pertenecen a instituciones privadas de dudosa calidad y reputación, como la “Universidad (sic) Iberoamericana (resic) de Ciencias y Desarrollo Humano S.C.” (UNIBE; me pregunto si la prestigiada Universidad Iberoamericana no los habrá demandado por plagio de su nombre), que tiene un “Centro Universitario de Alternativas Médicas®” (sic con marca registrada) que promueve la “NATUROPATIA®” (recontrasic, con marca registrada, mayúsculas y sin acento en el original), o bien la “Sociedad para el Mejoramiento del Estilo y Calidad de Vida” (SIMEV), cuyos miembros al parecer practican disciplinas tan fraudulentas y desacreditadas como la astrología, la iridología, la “alimentación biocuántica”, la programación neurolingüística o los “elíxires aztecas” (cuya creadora, curiosamente, es argentina).

¿Por qué es alarmante la realización de un foro me seudomedicinas en el Congreso? Además de mostrar –una vez más– las inmensas lagunas en el conocimiento de nuestros representantes, porque el objetivo declarado del evento es, según reporta la oficina de Comunicación Social de la propia Cámara de Diputados, “sistematizar las bases científicas de estas disciplinas, para impulsar su reconocimiento oficial y, eventualmente, integrarlas al sistema de salud del país”.

En otras palabras, en un país como el nuestro, con un sistema de salud que presenta múltiples deficiencias y cuyos servicios son insuficientes para cubrir la creciente demanda, en vez de buscar la manera de ofrecer atención médica confiable y eficaz, basada en conocimiento médico y científico legítimo y verificado, ¡se pretende introducir terapias “alternativas” cuya ineficacia está más que demostrada! Yo diría que esto debería prender focos rojos en el Sector Salud, la comunidad médico-científica y entre los ciudadanos en general.

Porque no se trata de un evento aislado. De hecho, parece formar parte de una estrategia bien planeada, pues hace menos de un año, el 7 de noviembre de 2017, el diputado Roberto Alejandro Cañedo Jiménez, también de Morena, presentó una iniciativa de decreto para reformar los artículos 6o. y 93 de la Ley General de Salud, con el objeto de “impulsar el reconocimiento legal” de prácticas como el uso de “medicamentos a base de hierbas, la yoga, las técnicas de meditación, la hipnoterapia, el reiki, el tai chi” e “insertar el término ‘medicina alternativa’ en la Ley General de Salud [que, sorprendentemente, ya reconoce a la homeopatía, la acupuntura, la medicina tradicional indígena, la herbolaria y la quiropraxia], así como su integración en los sistemas de salud nacionales”.

¿Cómo se pretende justificar esta propuesta? Con argumentos como que “el sistema público de salud resulta insuficiente para cubrir la creciente demanda de atención médica” o que un 25.43% de la población del país “no cuenta con protección de ninguna institución o programa de seguridad social” (lo cual es cierto), así como apelando a la “libertad de elección de los usuarios que opten por la medicina alternativa y complementaria como forma de atender sus malestares físicos, emocionales y/o mentales” (lo cual es ya un sofisma intolerable: en aras de “respetar” la libertad de los ciudadanos para optar por tratamientos inútiles, ¿se les van a ofrecer éstos, poniendo en riesgo su salud?).

Cabe mencionar que, en un intento de parecer basada en un genuino espíritu científico, la iniciativa presentada por el diputado Cañedo indica que “La Secretaría de Salud y la Secretaría de Educación Pública generarán información sobre la eficacia terapéutica de la medicina alternativa y complementaria”. Lo cual es totalmente inútil: tal información ya existe, producto de numerosísimas investigaciones que se han llevado a cabo en todo el mundo, durante décadas, que se pueden consultar en la literatura médica y que confirman más allá de toda duda la total ineficacia terapéutica de todas las terapias mencionadas, y muchas más. (Si fueran eficaces, ya formarían parte de los sistemas de salud de todo el mundo, y las grandes compañías farmacéuticas se estarían enriqueciendo con ellas. Como dice el comediante, músico y librepensador australiano Tim Minchin en su genial poema Storm, “¿Sabes cómo se le llama a la medicina alternativa que demuestra ser eficaz? Medicina.”)

Por si fuera poco, la Secretaría de Salud, a través de su Dirección General de Planeación y Desarrollo en Salud, desarrolla al menos desde junio pasado una “Política Nacional de Medicinas Tradicionales, Alternativas y Complementarias en el Sistema Nacional de Salud”, que incluye una línea de acción para "Definir un cuadro básico de medicamentos homeopáticos para facilitar su adquisición, por servicios del Sistema Nacional de Salud”.

En otras palabras, parecería que hay una estrategia del actual gobierno para sustituir la medicina científica, basada en evidencia, por tratamientos carentes de eficacia pero eso sí, más baratos. Y, tomando en cuenta que las propuestas han sido apoyadas por Morena, y que el gobierno entrante, de ese partido, tiene el control del Congreso, no parece que la situación vaya a cambiar, sino al contrario: dicho proyecto podría recibir más impulso, en detrimento del derecho a la salud de millones de mexicanos.

¿Qué podemos hacer los especialistas en salud, las autoridades del ramo que conserven algo de responsabilidad profesional, los investigadores del área biomédica, los colegios de profesionales de la salud, las instituciones del sistema de salud, las universidades y organizaciones científicas, los comunicadores y los legisladores que sí entiendan la diferencia entre ciencia y seudociencia? No es tan difícil: en el caso de las medicinas tradicionales, fomentar su estudio para reducir los riesgos inherentes a su uso; en el de las “alternativas y complementarias”, asesorarse con especialistas y reconocer su carácter seudocientífico –ratificado por el consenso de la comunidad científica y médica global– y tomar las medidas pertinentes para excluirlas del sistema de salud pública. En última instancia, como ciudadanos todos, exigir al gobierno que nos proporcione el mejor servicio de salud posible, basado en el más reciente conocimiento médico basado en evidencia.

¿O vamos a dejar que nos den gato por liebre?

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domingo, 22 de julio de 2018

El otro PrEP

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 22 de julio de 2018

El pasado primero de julio, todo México estaba atento a los resultados del PREP, el Programa de Resultados Electorales Preliminares.

Pero hay otro PrEP que resulta igual de importante para mucha gente: quienes viven con VIH, o quienes tienen relaciones sexuales con gente que vive con el virus.

Como se sabe, la infección por VIH dejó de ser necesariamente mortal para convertirse en una enfermedad básicamente crónica desde que, a finales de los noventa, aparecieron las terapias antirretrovirales altamente activas (HAART, por sus siglas en inglés), también conocidas como “cocteles” antirretrovirales. Consisten en al menos tres medicamentos distintos que atacan simultáneamente distintas funciones del virus de la inmunodeficiencia humana, lo que hace prácticamente imposible (en realidad, extremadamente improbable) que éste mute para volverse resistente a los tres fármacos.

Aunque el tratamiento es caro (la última vez que consulté, costaba alrededor de 30 mil pesos por mes por paciente, aunque el Sector Salud consigue descuentos que lo llevan hasta unos 5 mil pesos; un dato más reciente indica que el costo es de casi 15 mil pesos), resulta mucho más barato que tratar a pacientes infectados que llegan a la etapa de sida. Y, por supuesto, evita miles de muertes (en México, según datos oficiales, hay actualmente 152 mil 783 pacientes que viven con VIH; seguramente el número real es mayor, dado que hay personas que no saben que están infectadas).

En países como el nuestro, donde el tratamiento está disponible gratuitamente para cualquier paciente que lo requiera –o debería estarlo; en algunas regiones hay problemas de distribución y atención–, las HAART han significado un cambio total en la cultura de prevención del VIH/sida. Sobre todo si van acompañadas de campañas amplias y constantes de prevención mediante el uso del condón, y para alentar a la población en general, y especialmente a grupos de riesgo, a realizarse la prueba para detectar nuevas infecciones desde un principio.

Pero desde hace unos años el arsenal de prevención contra el VIH se amplió con la llamada PrEP, o Profilaxis Pre-Exposición. Se recomienda para personas no infectadas que estén en circunstancias que las pongan en riesgo de infectarse: tener una pareja seropositiva, tener prácticas de riesgo o relaciones sexuales con personas infectadas o cuyo estado se desconoce, etc. Consiste en usar uno de los medicamentos antirretrovirales disponibles (tenofovir y emtricitabina, que comercializa la farmacéutica Gilead con el nombre de Truvada®, aunque hoy hay disponibles alternativas genéricas), en la dosis usual: una tableta diaria durante el periodo en que se esté en riesgo de contagio.

Recientemente, las autoridades de salud informaron que el PrEP, que también se puede adquirir en farmacias, pero a un alto costo (que ronda los 10 mil pesos por mes) comenzará a estar disponible gratuitamente, para un número limitado de personas, en la Ciudad de México a través de la Clínica Especializada Condesa, y también en Guadalajara y Puerto Vallarta, como parte de un programa piloto.

Podría parecer irresponsable invertir en un tratamiento caro para evitar infecciones por VIH cuando existe un método tan barato, seguro y accesible como el condón. Pero la realidad es que hay personas que simplemente no lo usan, ya sea por descuido, prejuicio o por razones más complejas, como la paradójica erotización del sexo sin protección, e incluso los movimientos “bareback”, que defienden el derecho consciente a tener relaciones sin condón e incluso a infectarse. Y aunque se recomienda usar el PrEP junto con el condón, lo cierto es que muchas personas simplemente quieren poder tener relaciones sin necesidad de usarlo. Para esos casos, el PrEP es válido y útil, pues puede evitar un número importante de infecciones. Incluso, según cálculos hechos con modelos y datos de Estados Unidos, Canadá y la Unión Europea, la disponibilidad de PrEP ayuda a bajar, a la larga, los costos sociales de la atención a pacientes con VIH.

Pero por supuesto, esta alternativa también tiene sus desventajas. Además de su costo, su uso prolongado puede afectar al riñón o causar descalcificación de los huesos. Y como en cierto modo fomenta el sexo sin condón, puede provocar un aumento en otro tipo de infecciones de transmisión sexual, como sífilis o gonorrea (de la cual ya existen cepas multirresistentes a antibióticos).

Mención aparte merece el PEP, o Tratamiento Post-Exposición, en que el mismo fármaco se receta durante un mes a personas que accidentalmente hayan estado expuestas al virus, y que es muy eficaz para prevenir el contagio si se usa dentro de las 72 horas siguientes.

En resumen: es bueno que existan nuevas opciones, y hay personas para las que pueden ser muy útiles y hasta necesarias. Pero no cabe duda de que, sin juzgar las opciones sexuales de cada quién, lo mejor y más recomendable sería reforzar las campañas para el uso amplio y regular del condón: la mejor alternativa que tenemos no sólo para evitar la infección por VIH, sino también otras enfermedades.

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domingo, 22 de abril de 2018

Legisladores: ¿ocurrentes o irresponsables?

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 22 de abril de 2018

Comentábamos aquí la semana pasada que una de las grandes tragedias mexicanas es que las decisiones de Estado no se basan en el conocimiento científico pertinente.

Un ejemplo clarísimo es la manera en que, en el Poder Legislativo, se presentan con cierta regularidad iniciativas de lo más disparatado, producto de simples ocurrencias que suenan bien, pero que con frecuencia son producto de la demagogia, los intereses políticos o comerciales, o simplemente la ignorancia amparada en los buenos deseos (recordemos aquella lamentable, en 1992, cuando en la Asamblea Legislativa del DF se presentó una para modificar el código civil del entonces DF, con el urgentísimo objetivo de prohibir ¡la clonación humana!).

Este desprecio no se limita a las ciencias naturales: muchas propuestas ignoran incluso al derecho, las humanidades y las ciencias sociales, como lo demuestra la disparatada iniciativa, aprobada por unanimidad en la Cámara de Diputados –y que, si tenemos suerte, podrá ser detenida en la de Senadores– de eliminar el fuero para gobernantes y altos funcionarios de gobierno.

Producto de lo que Héctor Aguilar Camín ha definido como las dos fuerzas que mueven el sentir político de los ciudadanos mexicanos en estos tiempos –el enojo y el miedo–, la idea de eliminar el fuero suena en principio genial, tomando el cuenta el uso abusivo y aberrante que se hace de él en México. Pero eliminarlo, en vez de reglamentarlo y corregir su mal uso, es una idea peligrosísima. La función del fuero, que está presente en todas las democracias, es precisamente proteger a gobernantes y funcionarios de los ataques políticos disfrazados de acusaciones penales (pregúntenle al Peje, en 2005, cuando el fuero fue lo único que impidió que fuera acusado y encarcelado).

Volviendo a las ciencias, en este caso biomédicas, suena también genial otra iniciativa: la presentada recientemente para reformar la Ley de Salud para definir como “presuntos donadores” a todos los adultos de 18 años en adelante, de modo que no se tuviera que solicitar su autorización para disponer de sus órganos con fines de donación, a menos que expresamente hubieran manifestado su voluntad en contra (es decir, justo lo contrario de lo que hoy sucede). Sabemos que en nuestro país existe un enorme retraso en cuanto a donación de órganos. Cientos o miles de pacientes esperan meses o años para disponer de un trasplante que les salve la vida, y muchos de ellos mueren sin recibirlo.

Pero convertir, súbitamente y por decreto, a todos los ciudadanos en donadores de hecho es una idea que tiene muchos y graves problemas.

En primerísimo lugar, porque el sistema de salud simplemente no tiene la capacidad, ni material ni en personal preparado, para recibir y manejar esa cantidad inmensa de órganos (que requieren un manejo preciso y muy especializado), y realizar esa cantidad de trasplantes (un procedimiento quirúrgico delicado).

Aunque los diputados se apresuraron a aplaudir y aprobar la iniciativa, los expertos en trasplantes ya se manifestaron, si no en contra de ella, sí de que se apruebe “en el formato actual” (Milenio Diario, 18 de abril). El director general del Centro Nacional de Trasplantes, José Salvador Aburto, por ejemplo, pide que se dé mayor tiempo para analizar la iniciativa, y

de asegurarse “que todos los ciudadanos conozcan el concepto, entiendan perfectamente de qué se trata, y manifiesten entonces si están de acuerdo con la donación o la rechazan”. Por su parte, el coordinador nacional de trasplantes del ISSSTE, Aczel Sánchez, declara que primero habría que “fortalecer con recursos humanos y financieros a las instituciones para poder atender las necesidades de donación y trasplantes”.

Pero hay otros argumentos: desde el punto de vista de la bioética, el cuerpo es propiedad inalienable del individuo –mismo argumento que se usa para defender el derecho a la interrupción voluntaria del embarazo. Al disponer por decreto de los órganos del cuerpo de un ciudadano fallecido, el Estado se estaría excediendo en sus facultades y violando el derecho de la persona fallecida, y de sus familiares y seres queridos, a tomar la decisión final. Hay también numerosos ciudadanos que, por razones religiosas, sentimentales o ideológicas no estarían de acuerdo con una donación automática. En distintos países hay leyes que toman en cuenta estos derechos de distintas maneras. Pero prácticamente en ninguno, salvo regímenes autoritarios, se impone la donación por default.

Por otra parte, muchos ciudadanos están incapacitados para ser donadores, ya sea por edad o por padecer distintas enfermedades degenerativas o infecciones, como VIH, hepatitis, mal de Chagas, tripanosomiasis, sífilis y otras. Muchos de ellos no son conscientes siquiera de padecerlas. ¿Cuál sería el sistema para tener registros médicos actualizados y accesibles para poder decidir, en unas apremiantes pocas horas (porque un órgano para donación solo es viable por un tiempo muy limitado), si el fallecido es un donador adecuado? El precio de un error sería que a través de un órgano infectado, por ejemplo, un paciente trasplantado fuera además víctima de una infección.

No hay que descartar tampoco la posibilidad de que un aumento súbito de la cantidad de donadores detonara un mercado negro de órganos.

Y finalmente, ¿por qué sólo mayores de 18? Hay cantidad de niños que también necesitan trasplantes. La limitación a usar los órganos solamente de ciudadanos fallecidos mayores de edad revela que, en efecto, hay otros factores de tipo social, emocional o religioso que se toman en cuenta para los menores de edad, pero extrañamente no para decretar donadores a los adultos.

Como se ve, habrá que pensar mucho y con cuidado la manera de implementar una iniciativa de este tipo, y antes de aplicarla habría que invertir en infraestructura material y humana. Afortunadamente, al parecer la votación fue pospuesta debido precisamente a la falta de consenso de los expertos.

Esperemos que prevalezca la sensatez por encima del voluntarismo deseoso de ganar aplausos o votos fáciles, y la iniciativa se modifique para convertirse en una propuesta más realista, razonada y respetuosa de los derechos humanos. Una que, más que transformar donación en obligación, tratando a los ciudadanos con un paternalismo autoritario, se base en una amplia campaña de donación, ahora sí, voluntaria y centrada en una ciudadanía responsable y bien informada. No es tan difícil si hay voluntad.

¡Mira!
Como colofón a esta historia, me entero de última hora que el Congreso está considerando aprobar otra iniciativa presentada por el PRI en la Cámara de Diputados, en esta ocasión para modificar la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público, y que atenta contra el Estado Laico al proponer que se amplíen los derechos del clero para adquirir bienes inmuebles sin el visto bueno de la Secretaría de Gobernación; a que las asociaciones religiosas reciban contribuciones no reguladas; a realizar manifestaciones para expresar creencias; a poseer y operar estaciones de radio y televisión; a permitir que ministros de culto basados en su cuerpo doctrinal puedan expresarse contra políticas y legislaciones, y a insistir –a pesar de que ya fue, vergonzosamente, aprobado– el derecho de la objeción de conciencia. No es necesario decir más.

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domingo, 11 de marzo de 2018

Estafas y control de calidad

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 11 de marzo de 2018

Diana Quiroz
Acompáñeme a ver esta triste historia que, por desgracia, se repite regularmente en nuestro país.

Primer acto: lo bueno. Varios medios noticiosos comienzan a circular una nota que a primera vista parece positiva y esperanzadora: una especie de “niña genio” mexicana, Diana Quiroz Casillas, estudiante de 22 años de la carrera de ingeniería mecatrónica en el Instituto Tecnológico de La Laguna (ITL), en Torreón, Coahuila, ha sido seleccionada, entre un grupo de competidores, para “asistir al premio Nobel”.

Varios medios, ya desde ahí distorsionaron, voluntariamente o no, la noticia, con titulares ambiguos como que Diana “se ilusiona con el premio Nobel” o que es la “única mexicana invitada a los premios Nobel”. Hubo quien pensó que habría ganado un premio Nobel. En realidad se trata sólo de asistir al Stockholm International Youth Science Seminar, un evento donde jóvenes de todo el mundo tienen la oportunidad de conocer y dialogar con ganadores del famoso premio.

¿Cómo lo logró? Porque ganó, junto con su hermana Raquel, el primer lugar en la Expo Ciencias Nacional, evento organizado por la Red Nacional de Actividades Juveniles en Ciencia y Tecnología, que efectúa regularmente ferias científicas en las que estudiantes de ciencias de distintos niveles pueden presentar proyectos escolares de investigación. Los premios consisten principalmente en la oportunidad de viajar y competir con sus proyectos en otros eventos nacionales e internacionales, a través de redes como MILSET (Movimiento Internacional para el Recreo en Ciencia y Tecnología). El proyecto ganador de Diana se titula “Aplicaciones regenerativas del grafeno”, y fue realizado en el Instituto Tecnológico de la Laguna y el Centro de Innovación de Futuras Tecnologías.

Segundo acto: lo feo. Si bien el ITL es una institución seria que forma parte del sistema de tecnológicos de la SEP, el Centro de Innovación de Futuras Tecnologías es una entidad privada que se ostenta como “centro de investigación”, pero que en realidad, junto con la empresa Alquimex, vende productos basados en grafeno, con diversos usos tecnológicos e industriales. Ambas son propiedad de la madre de Diana, la ingeniera química Sandra Salomé Casillas Bolaños, investigadora del propio ITL. Quien, nada casualmente, es también la organizadora de la Expo Ciencias Coahuila. El conflicto de interés es evidente.


Tercer acto: lo malo. Aun así, pocos medios se tomaron la molestia de investigar; la mayoría se limitó a, con buena fe y poco profesionalismo, dar por buena la nota y difundirla. Lo grave es que no hicieron su tarea verificando el sustento científico de las afirmaciones de la joven sobre las propiedades de los productos que vende su empresa familiar, gracias a los que ganó el concurso. En diversos reportajes y entrevistas difundidas por medios como Sinembargo, Vanguardia, Radio Fórmula y muchos otros (incluso el propio Milenio, donde además de una nota, el columnista Luis Apperti, especializado en temas de industria, cantó sus alabanzas), además de las redes sociales (fue muy difundida una entrevista hecha por el periodista Ángel Carrillo en el programa Telediario, de la empresa Multimedios Laguna, luego subida a YouTube), simplemente se anuncia con bombo y platillo que los productos de Alquimex son una especie de panacea.

El problema es que en todas las entrevistas –y en charlas que ella y su madre dan para promover su línea de productos de grafeno “Moonlight”, elaboradas por su empresa Alquimex– Diana hace afirmaciones simplemente falsas, como que el grafeno “puede regenerar órganos del cuerpo humano”, y que por tanto, administrado en forma de gel, puede llegar al órgano afectado y curar enfermedades como cáncer, diabetes, daño renal o hepático, heridas, quemaduras y ¡hasta ojeras!

El grafeno es una forma del carbono, químicamente idéntica al grafito de los lápices, pero que se presenta en forma de láminas ultradelgadas de un átomo de grosor formadas por celdas hexagonales de átomos de carbono. Sus aplicaciones nanotecnológicas están siendo exploradas, y son múltiples y muy prometedoras. Incluso, es cierto, se está explorando su papel en la posible regeneración experimental de tejidos a nivel laboratorio. Pero se trata de ciencia básica. Todavía nada que pueda tener ni remotamente una aplicación clínica, y quizá nunca la tenga. Pensar que simplemente administrar grafeno en forma de nanopartículas curará un hígado enfermo, como si se tratara de nanorrobots que restauran las células dañadas, es ciencia ficción… de la mala. (Y de hecho, si en realidad los productos de Alquimex contienen nanopartículas, éstas podrían tener propiedades tóxicas.)

El que la empresa de la madre de Diana esté comercializando estos productos, amparada en la denominación de “suplementos” (lo que los exenta de pasar por la supervisión de las autoridades de salud), pero al mismo tiempo proclamando a los cuatro vientos que pueden curar enfermedades graves o incurables (en un video que circula llegan a afirmar que después de cierto tiempo los pacientes pueden abandonar su tratamiento para la diabetes) las convierte en unas peligrosas estafadoras que venden productos milagro. La Cofepris (Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios), sin duda, debería intervenir. Me dicen que no puede hacerlo si no hay una denuncia previa, a pesar de que ya circulan en internet, además de memes sobre “Lady Grafeno” que ridiculizan las insostenibles afirmaciones de Diana, peticiones para que la Cofepris intervenga, promovidas por investigadores mexicanos en el área de la nanotecnología.

La otra lección es que muchas de nuestras instituciones –el Tecnológico de la Laguna, la Red que organiza las Expo Ciencias, el Conacyt, la Cofepris– deberían esforzarse por ejercer una mucho mayor vigilancia y control de calidad para impedir que proyectos evidentemente fraudulentos y carentes de todo sustento científico sean aprobados y premiados, e incluso comercializados. Es una lástima que una iniciativa valiosa como Expo Ciencias se vea manchada por un escándalo así.

En cuanto a nuestros medios de comunicación, es vergonzoso que, a estas alturas, todavía no reconozcan que la fuente de ciencia y tecnología no puede ser manejada por periodistas y reporteros que carezcan de la mínima formación profesional en periodismo de ciencia. Todo contenido de ciencia y tecnología debería ser revisado, idealmente, por alguien con la capacidad de verificar su rigor. Y cualquier noticia que suene demasiado buena o rara para ser cierta debería ser verificada cuidadosamente antes de ser publicada. (Hay que mencionar que en Facebook han comenzado a circular notas aclarando las cosas, y la periodista Orquídea Fong publicó en Etcétera un excelente reportaje denunciando el caso, y aclarando mucha de la desinformación difundida por otros medios.)

Sólo profesionalizando el periodismo científico –labor que ya están llevando a cabo instituciones como la UNAM y otras universidades, la Sociedad Mexicana para la Divulgación de la Ciencia y la Técnica, la Red Mexicana de Periodismo de Ciencia y otras– podremos evitar que vuelvan a ocurrir casos como éste, que desinforman, lastiman la reputación de las instituciones, fomentan la charlatanería seudocientífica y, para colmo, ponen en peligro la salud de pacientes que, confiando en la información que reciben, son estafados por vendedores de productos milagro.

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domingo, 11 de febrero de 2018

Nuestra incultura científica

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 11 de febrero de 2018

En su libro El mundo y sus demonios, de 1995, el mundialmente famoso astrónomo y divulgador científico Carl Sagan escribió: “Hemos organizado una civilización global en la que los elementos más cruciales —el transporte, las comunicaciones y todas las demás industrias; la agricultura, la medicina, la educación, el ocio, la protección del medio ambiente, e incluso esa institución democrática clave que son las elecciones— dependen profundamente de la ciencia y la tecnología. También hemos dispuesto las cosas de modo que casi nadie entienda la ciencia y la tecnología. Eso es una receta para el desastre. Podríamos seguir así una temporada pero, antes o después, esta mezcla combustible de ignorancia y poder nos explotará en la cara.”

Desde hace muchas décadas –desde el final de la segunda guerra mundial, cuando nos hicimos conscientes del poder destructivo de la tecnología atómica, y desde los años sesenta, cuando surgió la conciencia acerca del daño que nuestros avances científicos y técnicos podían causar al ambiente–, las sociedades modernas nos hemos dado cuenta de que, si queremos sobrevivir, es vital que los ciudadanos cuenten con una mínima cultura científica.

No hay una definición universalmente aceptada de qué significa “cultura científica”. Como mínimo, uno esperaría que una persona científicamente culta conozca y comprenda con cierto detalle un mínimo de conceptos científicos básicos. Yo en lo personal, como divulgador científico, he propuesto que una cultura científica, además de conocimientos, debe incluir también la apreciación del importante papel que la ciencia y la tecnología juegan en el mundo actual, y la capacidad de responsabilizarse –al menos en parte– por el uso que se les dé en la sociedad a la que pertenecemos.

Pero una y otra vez, cuando se hacen estudios y encuestas para conocer el nivel de cultura científica de nuestra población –no sólo en México, sino en prácticamente todos los países– descubrimos que nuestros ciudadanos presentan alarmantes carencias respecto a muchos conocimientos científicos elementales. Esto, a pesar de la inclusión de contenidos de ciencia en la escuela, y de los esfuerzos para popularizarla fuera del ámbito escolar.

El Conacyt realiza cada dos años, aproximadamente, una Encuesta Nacional de Percepción Pública de la Ciencia y la Tecnología (Enpecyt) que se aplica a una muestra más o menos representativa de ciudadanos: en 2015 fueron más de 3 mil, distribuidos en 32 ciudades. En ella invariablemente se descubre que un alto porcentaje de mexicanos cree en cosas como poderes psíquicos, números de la suerte o visitas de viajeros extraterrestres; considera que la astrología o la investigación de fantasmas son disciplinas científicas, y piensa que es más importante combatir la pobreza que invertir en ciencia (como si ambas cosas fueran excluyentes, y sin considerar que la inversión en ciencia de un país es la mejor apuesta para aumentar, a la larga, su nivel económico y de vida).

Pero recientemente la empresa encuestadora Parametría presentó los resultados de su propia encuesta de percepción pública de la ciencia y la tecnología. Aunque se trata de un estudio más limitado –sólo 800 encuestados– y aunque muchas de las preguntas están planteadas de forma simplista o sesgada (problema que, por cierto, comparte la Enpecyt), lo que revela es muy preocupante.

Entre otros datos, la encuesta muestra que si bien un 49% de mexicanos opina que a lo largo de la historia los avances científicos han beneficiado a la humanidad, otro 41% piensa justo lo contrario: que la ciencia ha sido perjudicial. Un 56% opina que la ciencia y la tecnología están haciendo nuestras vidas más sanas, fáciles y cómodas, pero un 40% piensa lo opuesto. Y, alarmantemente, un 69% piensa que “dependemos demasiado de la ciencia, y no lo suficiente de la fe”, contra sólo un 27% que discrepa de tal afirmación.

Parametría informa también de que la situación ha empeorado desde 2009, cuando se aplicó la misma encuesta: la percepción de que la ciencia y la tecnología han beneficiado nuestras vidas bajó de 74 al actual 56% en ese periodo (18% menos), mientras que la opinión respecto a que deberíamos depender menos de la ciencia y más de la fe subió de un 32 al actual 69% (un aumento de 37%).

Más allá de que sería muy necesario hacer un estudio más profundo y amplio para confirmar estos resultados, es claro que habrá que hacer algo, a nivel federal y con carácter urgente –pienso en algún tipo de estrategia nacional de promoción de la cultura científica­– si no queremos correr, como país, la misma suerte que los Estados Unidos, donde las creencias en curaciones mágicas y el movimiento antivacunas están ocasionando graves problemas de salud, el negacionismo del cambio climático causa daños a nivel global, y un presidente ignorante, discriminador y violento amenaza la paz mundial. O de Costa Rica, donde un candidato que es básicamente un fanático religioso, contrario a los derechos humanos y la educación laica, y que representa los valores más retrógradas y conservadores, podría convertirse en presidente.

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domingo, 4 de febrero de 2018

La desconfianza en el saber

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 4 de febrero de 2018

En el suplemento Laberinto de Milenio, el poeta Julio Hubbard se lamenta el pasado 3 de febrero (“Nuevos mapas del contagio”) de los tiempos actuales en que cada uno puede construir su propia versión de la verdad: “Así como hay post–verdad, igual han de existir un post–saber y una post–ignorancia”.

Se duele asimismo de los efectos de este relativismo tonto (no todo relativismo lo es: toda persona sensata sabe que la interpretación de las cosas depende de su contexto… pero no al grado de que sea válido pretender que “uno inventa la realidad”) esté causando daños objetivos, palpables, en el mundo real: menciona a quienes reniegan de la explicación darwiniana que nos permite entender racionalmente la asombrosa evolución y adaptación de los seres vivos, para sustituirla por la creencia simplona en un creador todopoderoso, o la recientemente popular, y bastante más absurda, creencia en que nuestro planeta es un disco plano rodeado por una inmensa pared de hielo, y de que toda la evidencia de que es un esferoide es producto de una conspiración mundial orquestada por la NASA.

(Yo añadiría a quienes, con el orate Trump a la cabeza, reniegan, sinceramente o impulsados por mezquinos intereses económicos, de la realidad del calentamiento global ocasionado por la liberación desmedida de gases de efecto invernadero, y el consecuente cambio climático: calentamiento, enfriamiento, acidificación de océanos, sequías, alteración de los patrones de lluvias, tormentas y huracanes, y muchos otros efectos complejos.)

Pero, sobre todo, Hubbard reniega de quienes, por seguir la moda absurda de creer que “las vacunas causan autismo y reducen el desarrollo cerebral” (entre otras muchas sandeces, respaldadas, cómo no, por su respectiva teoría conspiratoria), dejan de vacunar a sus hijos. Se alarma del resurgimiento en muchos países avanzados, que es donde también están en auge estas creencias absurdas, de enfermedades ya casi desaparecidas: sarampión, paperas, tosferina, poliomielitis. Y señala algo vital: las vacunas no son sólo asunto de salud individual, sino señal de “respeto por los demás; el reconocimiento básico y elemental de que nuestro propio cuerpo está conectado con los otros”.

Se refiere, claro, al fenómeno de la inmunidad de grupo: las vacunas no protegen a cada individuo por igual, y hay personas que por diversas razones de salud o de otra índole no pueden vacunarse. Aún así, el hecho de estar rodeados de personas que sí estén vacunadas los protege. Pero si el porcentaje de personas vacunadas en una población baja de cierto nivel (que no es muy bajo, por cierto), la enfermedad tiene las puertas abiertas para producir un brote epidémico. “Mi cuerpo y mis actos no son solo de arbitrio propio: implican una responsabilidad hacia los demás”, dice Hubbard.

Ya está sucediendo. Incluso en México. Usted mismo, que lee esto, ¿a cuántas personas conoce directamente que hayan dicho “yo no voy a vacunar a mis hijos”? La probabilidad de que sea al menos a una es cada día más alta.

¿A qué obedece esta crisis –que es global– de la credibilidad del conocimiento no sólo científico, sino en general; esta desconfianza en la autoridad intelectual? No lo sé. Quizá tenga un componente generacional: el surgimiento de la generación millenial, producto del cambio cultural (computación, comunicaciones, internet, redes sociales, declive de la lectura, deterioro de los sistemas educativos, sobre todo de las habilidades matemáticas y de lectoescritura, como lo muestran año con año las pruebas PISA y similares). En particular, creo que el no fomentar la construcción de una cultura científica mínima en cada ciudadano, desde la primaria en adelante, así como en el hogar, es parte de un problema que sí, es eterno, pero que hoy se agudiza.

Como sociedad, como sociedades, no nos hemos tomado en serio lo que está pasando. La consecuencias ya se nos vienen encima. Más vale que vayamos pensando qué hacer.

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