domingo, 27 de agosto de 2017

Lo malo también cuenta… ¡y mucho!

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 27 de agosto  de 2017

La Secretaría de Salud ha lanzado una campaña desaforada en radio (se llega a emitir dos veces el mismo anuncio en un mismo corte comercial… no sé si ocurra lo mismo en televisión, porque no la veo) para promover los avances que ha logrado durante el sexenio.

Se inscribe en otra campaña más amplia: la de “lo bueno cuenta, y cuenta mucho”, lanzada hace ya tiempo por la presidencia de la República para intentar mejorar su pésimo nivel de aceptación entre los ciudadanos, y que se ha vuelto obligatoria en todos los mensajes emitidos por cualquier dependencia del Gobierno Federal. No en balde comienza la temporada electoral.

Desgraciadamente, uno de esos mensajes se refiere al Hospital Nacional Homeopático, uno de los anacronismos porfirianos que, junto con la Escuela Nacional de Medicina y Homeopatía, del Instituto Politécnico Nacional (IPN), sigue arrastrando el sistema nacional de salud.

El anuncio va así, palabras más, palabras menos: luego del testimonio de una supuesta paciente que agradece el tratamiento que le proporcionaron en el Hospital Homeopático, gracias al cual “mejoró su salud”, se hace alarde de los servicios que éste presta, incluyendo “terapias que sí son efectivas” (dicho así, con énfasis en el “sí”).

Es ya repetitivo, y debería ser innecesario, insistir: la homeopatía –junto con otras “terapias alternativas” enormemente populares, como la acupuntura, la aromaterapia, la reflexología, la iridología y muchas más– es esencialmente inútil desde el punto de vista médico, y por tanto se le considera una seudomedicina.

Hay razones teóricas y prácticas para afirmarlo. Primero: los fundamentos de esta seudociencia –inventada por el médico alemán Samuel Hahnemann en1796– son dos ideas incompatibles con todo lo que sabemos sobre química y farmacología: la de que “lo semejante cura lo semejante”, y la de que la potencia de una sustancia aumenta conforme se diluye. Simplemente, no hay mecanismo conocido que pudiera justificar, de manera natural y coherente con el resto del conocimiento científico, tales afirmaciones (Hahneman y los homeópatas lo tratan de justificar apelando a “energías” misteriosas que se “dinamizan” al agitar las disoluciones y equilibran los humores del cuerpo). Sólo con base en esto, puede asegurarse que la eficacia de la homeopatía es tan poco probable como la de una máquina de movimiento perpetuo (en términos prácticos, imposible).

Pero hay además razones prácticas para descartarla: durante décadas se han llevado a cabo cientos de estudios clínicos controlados en los que se ha puesto a prueba la eficacia terapéutica de diversos tipos de tratamientos homeopáticos. Los resultados –salvo contados estudios realizados por homeópatas y que tienen graves deficiencias metodológicas, y por tanto no han sido aceptados para su publicación en revistas científicas o médicas de prestigio– han sido siempre negativos.

Como consecuencia, numerosos países como Estados Unidos, Inglaterra, Australia y muchos otros han decidido sacar a los tratamientos homeopáticos de sus sistemas de salud pública, o han obligado a los fabricantes de este tipo de medicamentos a especificar que los mismos carecen de efectividad para combatir enfermedades reales.

El Hospital Nacional Homeopático fue fundado por orden de Porfirio Díaz en 1893 y, como comentamos aquí en su momento, fue remodelado recientemente, y reinaugurado por el presidente Peña Nieto en diciembre de 2014. Igualmente, la Escuela Nacional de Medicina y Homeopatía tiene raíces porfirianas, y actualmente imparte la carrera de Médico Cirujano y Homeópata. Cierto, el porcentaje de materias del plan de estudio relacionado con esta seudomedicina es bajo (aproximadamente una octava parte del total). Pero me intriga cómo alumnos que estudian bioquímica, microbiología, infectología, inmunología y farmacología logran que no les explote la cabeza cuando se les obliga a aceptar las “teorías” homeopáticas, basadas en principios anacrónicos y totalmente ajenos a la ciencia actual.

Señor Secretario de Salud José Narro Robles: como médico, usted sabe perfectamente que la homeopatía y otras “medicinas alternativas” son totalmente ineficaces para todo terapéutico. El anuncio que presume los logros del Hospital Nacional Homeopático no sólo revelan que el sistema de salud gasta dinero público en terapias ineficaces: además desinforma a los ciudadanos, al promover activamente la idea de que éstas “sí funcionan” (un reciente estudio publicado en la revista médica Journal of the National Cancer Institute acaba de mostrar que el uso de terapias alternativas aumenta la probabilidad de muerte en pacientes con cáncer). Por favor, ordene que el anuncio sea sacado del aire.

Y ya que estamos con buenos deseos: apóyese en su equipo de asesores, por ejemplo de la Cofepris y los Institutos Nacionales de Salud, coordínese con las autoridades del IPN, y diseñe un plan para ir, de manera paulatina y sin violencia, eliminando la homeopatía del Hospital y la Escuela Nacional, e irlos transformando en instituciones dedicadas cien por ciento a la medicina científica, la basada en evidencias. La que sí es eficaz.

El país se lo agradecerá: nuestro sistema de salud necesita fortalecerse y crecer, no desperdiciar recursos en tratamientos seudocientíficos que dañan activamente la salud al fomentar que los pacientes pierdan valioso tiempo recurriendo a terapias comprobadamente inútiles.
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domingo, 20 de agosto de 2017

Eclipse e ineptitud

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 20 de agosto  de 2017

La vida está hecha de experiencias, no de contenidos educativos.

Cuando se habla de ciencia, tendemos a pensar automáticamente en aburridas clases en la escuela. De balanceo de ecuaciones por óxido-reducción.

Pero en realidad la ciencia es, antes que nada, una forma de ver el mundo. Una forma de verlo muy especial: una perspectiva, una actitud, que nos permite apreciarlo (lo que ya es bastante) y además comprenderlo. Y no sólo a nivel de generarnos narrativas que lo expliquen, que nos ayuden a darle sentido e interpretarlo; la ciencia, cuando aborda la naturaleza, lo hace de manera metódica y cuantitativa, y produce explicaciones detalladísimas y precisas que más allá de revelar los aspectos más profundos de lo pasa, nos ayudan a predecirlo y a controlarlo.

Y más aún: además de ayudarnos a ver los fenómenos naturales, maravillarnos con ellos y entenderlos a profundidad, la ciencia nos permite participar, involucrarnos para intervenir en ella… para bien o para mal. Su poder es tal que puede modificar el mundo y ayudarnos a tener más salud, más bienestar, más justicia… o bien, destruir hábitats, favorecer la desigualdad, contaminar o dañar seriamente el ambiente a nivel global.

Es por eso que en toda sociedad moderna es importantísimo que los ciudadanos posean una mínima cultura científica que les permita involucrarse con la ciencia, apreciarla, entenderla y hacerla suya; apropiársela y participar. Entre otras cosas, para que las decisiones sobre temas que involucran a la ciencia y la tecnología, y sus efectos en el ambiente y la sociedad, no sean tomadas sólo por científicos, funcionarios de gobierno, directivos de empresas o peor, militares, sino por los ciudadanos, debidamente informados y después de una reflexión meditada (lo mismo que se espera de un buen ciudadano en una democracia, pues).

Pero para ello es indispensable que esos ciudadanos reciban, desde la infancia, una educación que incluya a la ciencia, no sólo como conocimientos y contenidos, sino también como las experiencias, perspectivas, actitudes, habilidades y valores que forman parte de ella.

Y por eso escandaliza la noticia, que ha causado furor en días recientes en las redes, de un supuesto memorándum de la Secretaría de Educación del Estado de Coahuila –de cuya autenticidad no hay razones para dudar– fechado el 11 de agosto y que da indicaciones a los directores de escuelas primarias, “por instrucciones del Secretario de Educación Jesús Juan Ochoa Galindo”, con motivo del eclipse parcial de sol, para que mañana lunes 21 de agosto “instruyan a las y los maestros (sic) de grupo de los planteles educativos a permanecer en sus salones con todas las alumnas y los alumnos, no permitiendo por ningún motivo la salida a los patios escolares y al aire libre”.

“Las citadas medidas –continúa el memorándum– son con el objetivo primordial de evitar daños oculares permanentes al observar dicho fenómeno sin la precaución debida, así como prevenir riesgos innecesarios en las niñas y los niños”.

¿En serio? ¿“Riesgos innecesarios”? ¿Qué tal si, en vez de privar a los niños de una experiencia que pocas veces podrán repetir en su vida, la Secretaría de Educación de Coahuila hubiera tomado medidas pertinentes y oportunas para dotar a maestros y alumnos de la información y los medios para observar de manera segura y disfrutable el fenómeno? ¿Para convertir la ocasión en una vivencia fascinante que podría detonar su interés por entender por qué se produce un eclipse, y cómo lo sabemos, combatir el prejuicio de que la ciencia es aburrida e irrelevante y –quién sabe– quizá despertar una o dos vocaciones científicas? No estamos hablando de lentes especiales o vidrios de soldador: basta con papel y una caja de zapatos, y muchos otros métodos indirectos que están a la distancia de una búsqueda en Google, para poder lograrlo sin gastar un peso.

En Nuevo León hubo rumores de una prohibición similar, que fueron ya desmentidos por el gobierno estatal. En Guanajuato, las autoridades educativas fueron más allá y emitieron un comunicado público dirigido a los maestros que dice: “si tus alumnas y alumnos desean satisfacer su curiosidad científica, aliéntalos a hacerlo de la manera más segura, ya sea usando lentes especiales o algún proyector, y promueve que no observen al sol en ningún momento” (énfasis del original). ¡Qué diferencia!

Muchas organizaciones de astrónomos aficionados, incluyendo a la Sociedad Astronómica de México, e instituciones educativas como la UNAM y muchas otras, han puesto ya a disposición del público –de manera quizá un poco tardía– la información necesaria para realizar observaciones seguras, además de organizar eventos de observación donde se podrá disfrutar el fenómeno.

La construcción de una cultura científica en nuestros ciudadanos comienza con la posibilidad de disfrutar experiencias que detonen el asombro. Por el contrario, hechos como el ocurrido en Coahuila sólo sabotean los esfuerzos por construir una cultura científica en nuestra población, refuerzan los prejuicios y fomentan las supersticiones y desconfianza frente a fenómenos naturales como el eclipse. Y, en última instancia, van justo en contra lo que deberían ser los objetivos de una Secretaría de Educación. ¡Qué vergüenza!
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domingo, 13 de agosto de 2017

Science Fake News

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 13 de agosto de 2017

Vivimos en la era de las fake news, las noticias falsas, la posverdad. Es preocupante cuando se trata de información sobre temas políticos o sociales… aunque podría entenderse, porque en tales asuntos las interpretaciones, los sesgos y la ideología son prácticamente inseparables de lo que nos gusta llamar “los hechos”. Los hechos sociales, inevitablemente, se construyen.

Pero preocupa aún más cuando se trata de temas relacionados con las ciencias naturales. No porque éstas sean esencialmente distintas o mejores. Los hechos científicos también se construyen, pero estamos acostumbrados a que vengan, de origen, avalados por un proceso de control de calidad extremadamente riguroso, que minimiza –aunque no elimina– la posibilidad de que se cuelen datos falsos, o de que la ideología predomine sobre la evidencia.

Esto es posible porque el proceso social mediante el que se construye el conocimiento científico, resultado del trabajo de una comunidad mundial de expertos que tienen una formación especializada y que siguen un conjunto de reglas y estándares, hace posible que se generen consensos muy sólidos. A diferencia de lo que ocurre en las ciencias sociales, las humanidades o el arte, las ciencias naturales logran, en un tiempo relativamente breve, una aceptación casi unánime del conocimiento que generan. Cualquier libro de química mexicano dice básicamente lo mismo que uno ruso, chino o chileno. No hay “escuelas” o marcos teóricos alternativos para los conceptos que forman el esqueleto básico de estas ciencias (aunque sí hay mucha discusión, claro, respecto al conocimiento que está en proceso de construcción en sus fronteras).

Es por eso que perturba tanto ver que aparezcan, en medios noticiosos reconocidos y profesionales, noticias científicas basadas en conceptos absurdos o francamente ridículos.

Un ejemplo –de muchísimos que ocurren con cierta frecuencia prácticamente en cualquier medio– se presentó el pasado 4 de enero, cuando la agencia Notimex difundió una nota, que luego reprodujeron diarios como Excélsior o Publimetro, y sitios web como UnoTV, además de numerosos blogs. En ellos se afirmaba que el misterioso planeta Nibiru ¡podría destruir la Tierra!

Desde su primera frase, el texto era como una condena a muerte: “Nibiru es el nombre de la amenaza que destruirá en octubre de este 2017 a la Tierra”. Pero lo que seguía era peor: “Nibiru es un planeta misterioso, azul y también gigante, uno de los siete que orbitan al Planeta X, en realidad un sistema solar. La fuerza de gravitación del planeta será la que destruya a la Tierra, y si los científicos no han detectado ese peligro es por la aproximación oblicua con que se acerca a la Tierra. El supuesto incremento de la actividad sísmica y de tormentas es una de las pruebas que se esgrime para demostrar la aproximación de esa masa destructiva.”

Olvídese usted de la pésima redacción y de lo incoherente de la información, que hace que el texto prácticamente carezca de sentido. Se trata de una más de las muchas teorías de conspiración que desde hace años circulan por ahí: la idea de que hay, efectivamente, un “planeta misterioso” que por alguna razón los astrónomos jamás han detectado, pero que al mismo tiempo “se sabe” que tiene una órbita que “se cruza” con la de la Tierra y que, debido a ello, la destruirá. Sobra decir que tal idea carece de toda base científica y que ha sido refutada, una y otra vez, por los expertos. ¡Basta consultar Google!

Sólo hasta el cuarto párrafo se intuye que la nota –que no venía firmada– en realidad pretendía ser una crítica a un reportaje publicado por el diario sensacionalista inglés The Sun, y que comentaba detalles como que la catástrofe de Nibiru se ha predicho, obviamente de manera infructuosa, en numerosas ocasiones.

La pregunta es inevitable: ¿entonces, por qué publicar esta nota? Y peor, ¿por qué hacerlo de una manera tan confusa que hace pensar al lector que se le está informando de un hecho real, y no comentando una teoría ridícula?

Las preguntas podrían continuar: ¿por qué la agencia noticiosa del estado mexicano difunde notas tan poco profesionales? ¿Por qué tantos medios que supuestamente sí lo son la retomaron casi literalmente? (Mención aparte merece Milenio Diario, que al menos la contextualizó como lo que era, y enfatizó desde el titular el carácter ficticio de la supuesta “noticia”.)

Independientemente de que la nota circuló a principios de año, época especialmente árida en cuanto a noticias, una de las causas de que ocurran cosas como ésta es que falta un buen control de calidad en la información científica (o supuestamente científica) que se publica en los medios noticiosos nacionales. Esto a su vez es debido, sin duda, a la escasez de periodistas científicos –editores, reporteros, columnistas– preparados profesionalmente y con experiencia. Además, por supuesto, de la falta de interés de los medios por contratarlos… y por pagar adecuadamente su trabajo. (Problema aparte es la casi nula exigencia de calidad informativa por parte de nuestros públicos, tan acostumbrados a la información chatarra. Aunque en lo personal creo que la labor de crear públicos cada vez mejor educados y por tanto más exigentes recae en nosotros, los comunicadores.)

No sé cómo, pero urge mejorar la calidad de la ciencia que se publica en los medios. De otro modo, pronto ya no seremos capaces de distinguir las fake news de los temas realmente importantes.


Aclaración: Por un error por completo atribuible a este autor, en la versión de este texto publicado en Milenio Diario mencioné que la nota de Notimex había también sido reproducida por el diario
El Universal y por el sitio web Aristegui Noticias. No fue así.

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domingo, 6 de agosto de 2017

Robots biológicos… y lo que sigue

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 6 de agosto de 2017

El superpoder de la ciencia ficción –la de excelencia– es poder, si no predecir, sí atisbar el futuro: proporcionarnos un vistazo de lo que podría llegar a ser, gracias al incesante progreso de la ciencia y la tecnología.

Uno esos atisbos que son motivo recurrente en la ficción científica es el surgimiento de la inteligencia artificial, del que hablábamos aquí la semana pasada, y que depende –hasta ahora– de los avances en computación electrónica. Pero hay otro que surge del desarrollo de las ciencias biomédicas, la genética y la biotecnología: la posibilidad de crear vida artificial.

Aunque hay muchas cosas distintas que podrían caer bajo la definición de “vida artificial”, una de las más interesantes es el desarrollo de sistemas biomiméticos: constructos que imitan, usando tejido vivo, pero también partes artificiales, la forma y funciones de organismos vivos.

Hace cinco años comenté aquí el trabajo de Kevin Kit Parker, biofísico de la Universidad de Harvard, en Estados Unidos, que desarrolló una pequeña medusa artificial, o “medusoide” usando una plantilla de silicón plano con la forma de ese organismo, recubierta con una capa de células de corazón de rata. Al ponerlo en una solución nutritiva y estimularlo eléctricamente, las células se contraían rítmicamente y provocaban que el medusoide nadara de forma similar a una medusa real.

Parker siempre ha afirmado que su verdadera meta es llegar a construir –o, más bien, cultivar– un corazón artificial. Pero algo de tal complejidad sólo podrá lograrse mediante muchos pequeños pasos.

Y yo no me había enterado que, desde ya hace un año, Parker había logrado otro de estos pasos, que puede ser pequeño pero que resulta impresionante. Usando la misma técnica, decidió imitar otro organismo acuático, más complejo que una medusa: la raya. Él y su equipo dedicaron cuatro años a estudiar la constitución muscular de las rayas para entender cómo se produce el característico movimiento ondulatorio que les permite nadar, y luego imitarlo usando una estructura formada por dos hojas de silicón plano con forma de raya entre las cuales se halla un “esqueleto” de oro, que sirve como resorte. Al recubrir el silicón con unas 200 mil células vivas provenientes del corazón de embriones de rata, distribuidas en un patrón serpenteante, éstas pueden contraerse rítmicamente e impulsar a la milimétrica “raya” biorrobótica hacia delante. (Cabe señalar que la raya de Parker es más sencilla que las rayas reales: éstas tienen dos capas de músculo, que jalan en direcciones opuestas; el biorrobot de Parker sólo tiene una capa que se contrae; el movimiento contrario lo produce el esqueleto de oro.)

Pero no sólo eso: Parker y sus colegas llevaron más allá su desarrollo, y decidieron modificar genéticamente las células para introducirles un switch o interruptor optogenético: genes que ocasionan que las células sean capaces de percibir la luz azul y contraerse como respuesta. Así, usando luz azul de distintas frecuencias para estimular las células musculares del lado izquierdo o derecho de la raya, pudieron guiarla en su nado para esquivar distintos obstáculos.




[Para ver un video sobre la raya biorrobótica, haz clic aquí]


El logro se publicó en junio de 2016 como artículo de portada en la prestigiada revista Science. No porque sirva para algo en concreto, sino por la promesa que simboliza. Fabricar réplicas biomiméticas de animales pudiera llegar a tener utilidad en numerosos campos además de la investigación pura, como la exploración o la industria. Pero además, entender e imitar la anatomía y fisiología animal son pasos obligados para llegar algún día no sólo a construir el corazón artificial que ambiciona Parker, sino biorrobots completos y novedosos, similares a los que hoy aparecen en novelas y películas… o quizá muy distintos a ellos.

Sin duda son avances inquietantes, además de asombrosos. Pero sabemos que el progreso tecnocientífico no se detiene: explorar y comprender a fondo sus posibilidades será indispensable para que, como sociedad, podamos decidir cómo aprovecharlos en bien de todos, y evitar las aplicaciones que nos parezcan excesivas o peligrosas.


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