Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 27 de agosto de 2014
Uno de los grandes prejuicios respecto a la ciencia es que se trata de una actividad puramente racional, cerebral, y por tanto para nerds, insensible, fría. Exactamente lo opuesto al arte, que es cálido, creativo y expresa emociones. Parecería que el arte es lo más humano, mientras que la ciencia es casi, de cierto modo, inhumana. (No en balde muchas personas tienen el prejuicio de que la ciencia “deshumaniza”.)
Y en efecto, el arte es un quehacer característicamente humano. De hecho, se define como una actividad humana: no hay otras especies que produzcan arte (aunque existen ejemplos aislados de animales que parecen armar ciertas construcciones con una finalidad “estética” relacionada, por ejemplo, con el apareamiento). En cambio, otras cosas que pudieran ser objeto de una apreciación estética, , pues no son creaciones de Homo sapiens, como un atardecer, el canto de un ave o la guapura de una persona, no califican como “arte”.
¿Por qué establecemos esta distinción? ¿Por qué consideramos que la belleza y complejidad de la naturaleza, que puede sorprendernos y conmovernos tanto o más que la más refinada obra de arte; que nos puede proporcionar el mismo nivel de experiencia estética, no merece entrar en la misma categoría sólo por no ser producto del esfuerzo y la creatividad humanas?
Tengo la impresión de que esta separación se basa en un prejuicio, muy similar pero opuesto al que nos hace pensar que las cosas artificiales son “inferiores” a las naturales (ya saben: un champú, una tela o un alimento son “mejores” si son “naturales”; el extremo absurdo de esta manera de pensar es la actual obsesión por lo “orgánico”, mientras que aquello que se produce industrialmente o peor, en un laboratorio, con “sustancias químicas” –como si no toda la materia, incluyendo al agua pura, fuera química y sólo química– es, automáticamente, de mala calidad o incluso dañino).
Hablo del prejuicio de que los productos humanos son fundamentalmente distintos de aquellos que existen en la naturaleza (inferiores, en el caso de alimentos y materiales; superiores, si se habla del arte).
Y sin embargo, la distinción natural/artificial es, básicamente… artificial. Si el ser humano es un animal producto de la evolución, y como tal parte de la naturaleza, ¿por qué consideramos que los frutos de su intelecto y actividad quedan fuera de ésta? Los humanos creamos arte mediante procesos naturales (no sobrenaturales). Estrictamente, al ser creado por una humanidad que es resultado de un proceso natural (la evolución por selección darwiniana), el arte es también un producto de la evolución. Es también parte de la naturaleza.
Lo mismo, por supuesto, se podría decir de todo aquello que calificamos de “artificial”: todos los frutos de la actividad humana, incluyendo a la ciencia y la tecnología.
Lo curioso es que, en el caso del arte, usemos el origen humano como señal de calidad, como si la belleza que existe de forma espontánea no tuviese el mismo valor, pero al considerar a la ciencia y sus productos califiquemos su factura humana como un defecto.
Y tampoco hay que olvidar que la visión del mundo que nos ofrece la ciencia permite experimentar esa misma sensación de maravilla que nos da el arte. Si lo pensamos bien, todo, incluyendo a nuestra especie y sus productos, es parte, finalmente, de la naturaleza.
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