martes, 27 de abril de 2004

Partenogénesis: ¿adiós a los machos?

por Martín Bonfil Olivera
Publicado en Milenio Diario, 27 de abril de 2004

La noticia parecía sacada de la fantasía de una feminista radical: “No se necesitan machos: nace ratón de un óvulo sin fertilizar”, rezaba el escandaloso encabezado del boletín de la agencia Reuters. Milenio Diario fue más cauteloso y, basándose en información de France Press, tituló modestamente su nota: “Crean ratón con los genes de dos hembras”.

¿De qué se trata? Científicos japoneses de la Universidad de Agricultura de Tokio, dirigidos por el doctor Tomohiro Kono, lograron producir un mamífero (en este caso, un ratón) a partir solamente de células femeninas, sin intervención de material genético masculino. La ratoncita (no podía sino ser hembra, teniendo sólo hembras como progenitoras) fue bautizada “Kaguya”, por una leyenda japonesa acerca de una niña hallada en un tallo de bambú (las fotos de Kaguya la muestran dentro de un tallo de esta planta, un bonito detalle de mercadotecnia científica).

Kono y sus ocho colegas titularon el artículo en que reportaron su logro, en la revista Nature (22 de abril), “Nacimiento de un ratón partenogenético que puede desarrollarse hasta la edad adulta”. Y es aquí donde comienza la confusión.

Según el diccionario, “partenogénesis” significa “modo de reproducción de algunos animales y plantas, que consiste en la formación de un nuevo ser por división reiterada de células sexuales femeninas que no se han unido previamente con gametos masculinos” (por contraste, en la reproducción usual, llamada bisexual, el nuevo ser se forma por la división reiterada de una célula –el cigoto– que es resultado de la unión de un óvulo y un espermatozoide). Etimológicamente, la palabra “partenogénesis” deriva del griego parthenos, “virgen”, y el latín genesis, “nacimiento”. Por ello la partenogénesis, común en algunas plantas así como ciertos insectos e incluso en reptiles y aves, como el pavo, pero nunca en mamíferos, es también llamada “nacimiento virgen”.

En las abejas, por ejemplo, las hembras –reinas y obreras– son producto de la unión de óvulos y espermatozoides, mientras que los machos –zánganos– derivan partenogenéticamente de óvulos que comienzan a dividirse sin ser fecundados. No falta el biólogo ingenioso que quiere proponer la hipótesis de que el nacimiento de Jesús fue un rarísimo caso de partenogénesis humana...

Pero lo que Kono y sus colaboradores hicieron no fue provocar que un óvulo no fecundado comenzara a dividirse hasta formar a Kaguya. Por el contrario, lo que hicieron fue lograr que dos óvulos sin fecundar se unieran –como lo hacen normalmente un óvulo y un espermatozoide– y dieran origen a un nuevo organismo.

El problema con la partenogénesis en mamíferos, al parecer, es un proceso llamado en inglés imprinting (¿impronta, estampado?). Como usted recordará de sus clases de secundaria, cada célula de un ser humano contiene dos juegos de cromosomas idénticos; uno proviene del padre y otro de la madre (con excepción de el llamado “par sexual”: las mujeres tienen dos cromosomas sexuales idénticos, llamados X, pero los hombres tenemos un cromosoma X y otro, mucho más pequeño y pobre, llamado Y).

Cuando el óvulo comienza a desarrollarse para formar un feto, y posteriormente un ser humano, uno de los dos juegos de cromosomas debe ser “silenciado”, para evitar confusiones. Esto se logra precisamente mediante el proceso de “imprinting” (en realidad es un poco más complicado, pues se “silencian” ciertos genes en el juego de cromosomas de maternos y otros en el juego paterno, pero no nos compliquemos). Cuando esto no sucede, el feto no se desarrolla normalmente.

Los genes que controlan el proceso de “imprinting” vienen en el espermatozoide: se piensa que es esto lo que impide la partenogénesis en mamíferos, lo cual parece comprobarse con el experimento de Kono.

Lo que hicieron fue alterar dos genes (llamados Igf2 y H19) de uno de los óvulos, para lograr que se comportara como una especie de imitación de espermatozoide. Al parecer, su estrategia tuvo éxito. Pero llamar “partenogénesis” a este complicado proceso (tuvieron que realizar 457 intentos para tener éxito) es inexacto.

Llamarlo así podría dar lugar a dos malentendidos. El primero, y más importante, es pensar que inmediatamente se puede producir hembras humanas –o de otras especies de mamíferos– por simple partenogénesis, sin la intervención de machos. Aunque hasta el momento Kaguya, de 14 meses de edad y que incluso ha tenido bebés, no muestra anormalidades, es pronto para saber si los animales producidos de esta manera son realmente normales y saludables. Además, la bajísima eficiencia –menor que la de la clonación por transferencia de núcleos, usada para producir a la oveja Dolly– impide considerar siquiera su utilización en humanos, aún dejando de lado la necesidad de manipular genéticamente a los óvulos, que hoy se considera en general éticamente inaceptable.

El otro malentendido, que decepcionará a más de una extremista, es pensar que este procedimiento podría llegar a lograr el sueño de las amazonas: una sociedad en que los machos fueran obsoletos. De hecho, como propone Kono, es posible que el fenómeno de “imprinting” “haya evolucionado en los machos para asegurar que la reproducción no pueda ocurrir sin su aportación genética”. Al parecer, hay razones evolutivas que hacen útil la existencia de machos. ¡Menos mal!, suspira este columnista.

martes, 20 de abril de 2004

Promoción de la ciencia: ¿para qué?

por Martín Bonfil Olivera
Publicado en Milenio Diario, 20 de abril de 2004

El pasado fin de semana, para felicidad mía y por motivos de trabajo, conocí la ciudad de Aguascalientes. Mi visita coincidió con el inicio de la famosísima Feria Nacional de San Marcos, lo que me dio la oportunidad de conocer una de las celebraciones tradicionales más importantes del país.

Recorrer las calles llenas de gente alegre, disfrutar de la música de las múltiples “tamboras” que alegraban el ambiente, comer los diversos antojitos, ver el casino (no aposté) y el palenque donde se celebran las tradicionales peleas de gallos... Todo fue una experiencia de esas que uno no olvida.

Usted, querido lector o lectora, podría preguntarse qué tiene esto que ver con la ciencia. La respuesta es doble.

En un nivel, la ciencia está presente en la Feria de San Marcos en forma de un puesto (me rehúso a decir “stand”) instalado por el Consejo de Ciencia y Tecnología del Estado de Aguascalientes (Concytea). En él se mostraban los diversos programas del consejo, entre los que destacan los que buscan apoyar el desarrollo de la industria estatal y vincularla con la investigación científica y tecnológica. De hecho, un espectáculo muy llamativo de la feria es una exhibición de robots presentada por la empresa Nissan, que tiene una fábrica de automóviles en las afueras de la ciudad. El Concytea busca, mediante diversas acciones, fomentar que las industrias nacionales puedan también llegar a presumir de sus propios desarrollos tecnológicos.

Y es que uno de los graves problemas que enfrenta nuestro país es la escasa participación de la industria privada en actividades de investigación que generen nuevo conocimiento (o nueva tecnología). Normalmente las empresas se conforman con importar lo que necesitan, con lo que la dependencia tecnocientífica de nuestro país sigue manteniéndose siendo una tradición. Pero, a diferencia de la Feria de San Marcos, es una tradición que convendría abandonar.

El Concytea se preocupa también por organizar múltiples actividades que buscan promover la apreciación y comprensión pública de la ciencia y la tecnología entre los habitantes del estado. Cuenta con conferencias semanales de ciencia que se presentan los viernes y sábados en diversos lugares de la ciudad y con los “vagones de la ciencia” (Aguascalientes es una ciudad eminentemente rielera”, dice una frase turística), en los que los niños pueden realizar experimentos y talleres que despiertan en ellos la curiosidad y, se espera, el gusto por la ciencia y la tecnología. Aguascalientes tiene también un excelente museo interactivo de ciencia, llamado Descubre, en el que los visitantes pueden acercarse a estos temas mediante juegos y aparatos.

Pero aparte de este esfuerzo, hay otra relación entre la ciencia y la Feria de San Marcos. Uno podría cuestionar, aparte de la algarabía, el alcohol y la celebración, ¿qué objeto tiene realizar una feria de esas dimensiones? ¿Para qué sirve la Feria de San Marcos (y tantas otras tradiciones de nuestro país, como la Guelaguetza oaxaqueña, la celebración del 15 de septiembre, la del 5 de mayo en Puebla...)?

Hay una respuesta cínica, que no me interesa aquí: sirve para ganar dinero. Sin duda, la feria es un gran negocio. Pero esa no es toda la respuesta; ni siquiera la parte más importante. Antes que ganar dinero –o gastarlo–, el público que asiste a la feria va para compartir una experiencia común que es parte de sus vidas. La gente se aglomera en los alrededores del famoso Jardín de San Marcos no sólo para beber o para que le quiebren en la cabeza huevos llenos de confeti, sino también para continuar una tradición, para divertirse, para sentirse parte de una comunidad.

Pues bien: las actividades de promoción de la ciencia que realiza el Concytea, pero que también se realizan a todo lo ancho y largo del país mediante museos y centros de ciencia, ciclos de conferencias, talleres de ciencia, semanas de la ciencia, programas de radio, planetarios, publicación de libros y revistas, páginas web y cualquier otro medio son comparables a la Feria de San Marcos.

No cumplen un objetivo inmediato, que pueda medirse en cifras exactas. Y sin embargo, en el país se gasta un presupuesto respetable –aunque muchos lo consideramos lastimosamente insuficiente– en promover en la población el acercamiento y el gusto por la ciencia y la tecnología. Se han construido museos en muchos estados de la república, los programas de divulgación científica se han multiplicado... y todo esto, ¿para qué sirve?

Hay quien dice que mediante estas actividades lograremos formar futuros científicos que generarán nuevo conocimiento y que eso ayudará a hacer que nuestro país salga del subdesarrollo y se convierta en una nación de primer mundo. Y quizá sea cierto, aunque si es así el efecto será a largo plazo y relativamente modesto.

Pero estoy convencido de que la verdadera razón que justifica las actividades de promoción y divulgación de la ciencia y la tecnología es otra: al igual que sucede con tradiciones como la Feria de San Marcos (o con todo tipo de actividades culturales), lo que se busca es lograr que la ciencia se vuelva parte de nuestra cultura, otra más de nuestras tradiciones. Sólo que en este caso es una que, aparte, puede darnos otros muchos beneficios.

martes, 13 de abril de 2004

Lo natural y lo artificial

Martín Bonfil Olivera
publicado en Milenio Diario, 13 de abril de 2004

La semana pasada hablábamos de lo tramposo que resulta definir como “natural” a un tipo de familia que es resultado de una construcción comunitaria en respuesta a ciertas necesidades sociales. Cuando la situación cambia, es natural que la definición de familia cambie -como efectivamente está sucediendo en las sociedades actuales. Hoy hay que aceptar, so pena de ser injustamente excluyente, que familias distintas a la tradicional merecen el mismo respeto y los mismos derechos que las que durante tanto tiempo (pero no desde siempre) fueron las más comunes y funcionales.

Reconocer el carácter cambiante de las cosas es un ejemplo de pensamiento evolutivo. Así como cambian las especies, cambian también las construcciones sociales: los lenguajes, las leyes, las culturas, las artes, las ciencias, las concepciones éticas... y las familias.

Pensar de otro modo implica creer en la existencia de “esencias” inmutables, que han existido siempre y nunca cambiarán. Este esencialismo es el tipo de pensamiento que conduce a la intolerancia y el fundamentalismo. Y sin embargo, es también una forma muy espontánea de pensar. Se requiere de cierto refinamiento, producto de la (claro) evolución del pensamiento, para acceder a una visión más profunda, naturalista y no sobrenatural, en la que puede aceptarse que las esencias no son componentes esenciales del mundo.

De hecho, la única forma en que podrían aparecer “esencias” inmutables es mediante la magia: la aparición súbita, en un solo paso, de algo. La manera natural en que pueden aparecer las cosas, en cambio (sobre todo cosas complejas como una especie, una tradición o una sociedad) es mediante un proceso paulatino, de muchos pasos, en que se va construyendo poco a poco y cambiando constantemente. Un proceso evolutivo, pues.

El pensamiento esencialista, mágico, se opone al pensamiento evolucionista, naturalista, que no acepta razones sobrenaturales para explicar las cosas. Se trata de una lucha de ideas, de formas de ver el mundo.

Otras manifestaciones de la oposición entre visiones esencialistas y naturalistas es, por ejemplo, el rechazo a la química. O más bien, a “lo químico”. “No comas eso, contiene puras sustancias químicas”, puede aconsejarle a uno algún amigo afecto a lo “natural”. Al hacerlo, muestra ignorancia respecto a la naturaleza química de toda la material. No puede haber nada que podamos comer o beber que no esté hecho de sustancias químicas. “Hasta el agua pura es pura química”, me gusta repetir siempre que oigo frases así.

Si todo lo material es químico, si incluso nosotros mismos estamos hechos de sustancias químicas –y sólo de sustancias químicas, a menos que se crea en espíritus-, ¿cuál es la diferencia entre lo “natural” y benéfico, como los vegetales cultivados “orgánicamente”, y un producto industrializado y, supuestamente, maligno? No su naturaleza química, como hemos visto... ¿será entonces su origen “natural”, por contraste con lo “artificial” del producto industrial?

Nuevamente hay aquí una idea esencialista: de algún modo, lo natural tiene un “algo” del que carecen los productos de la acción humana (o bien, el elemento humano introduce algún componente nocivo del que carece lo natural). Y sin embargo, ¿es el hombre –y por tanto sus productos- algo ajeno a la naturaleza? El hombre es producto de un proceso natural de evolución, y su avanzado cerebro, su mente y las estrategias que usa son herramientas que han facilitado su supervivencia (la propia ciencia, vista desde este punto de vista, es un producto natural de la evolución biológica). ¿Son “artificiales” las presas que construyen los castores, los panales de las abejas o los hormigueros? ¿Qué decir de las ramas que algunos simios usan para “cazar” insectos?

Por otro lado, abundan los productos totalmente naturales que contienen sustancias tóxicas: la mayoría de las plantas las producen para protegerse de sus depredadores. Es sólo que, como nuestros cuerpos están adaptados a estas sustancias, casi nunca se hacen estudios para detectarlas, ni se difunden sus resultados: no son noticia.

La noción misma de “sustancia tóxica” es una simplificación engañosa: para toda sustancia existe una dosis que resulta tóxica para un organismo: no existen sustancias tóxicas, sólo dosis tóxicas (“la dosis hace el veneno”, dice una frase popular).

De modo que ni la distinción entre natural y artificial ni entre sustancias tóxicas o inocuas son absolutas y objetivas: lejos de ser características esenciales de las cosas, se trata de propiedades que dependen del contexto en que se estén estudiando.

El rechazo a los alimentos modificados genéticamente tiene bases semejantes: no se los rechaza porque se haya comprobado que sean dañinos, sino porque se piensa que hay una “esencia” que ha sido vulnerada. En el fondo, cualquier organismo transgénico se percibe como “malo”, antinatural y por necesidad, tóxico.

La pregunta importante es la siguiente. Al rechazar a estilos distintos de familia, a lo químico o a los organismos transgénicos, ¿estamos realmente rechazando algo dañino, que puede perjudicar a los ciudadanos, a la sociedad o al ambiente? ¿O estamos simplemente actuando conforme a prejuicios que suponen que, al cambiar lo que hasta entonces era usual, se está destruyendo alguna “esencia” que debe permanecer inalterada? El pensamiento científico  (que es sinónimo de pensamiento racional) aconseja considerar cuidadosamente estas cuestiones antes de tomar partido.

martes, 6 de abril de 2004

La familia: ¿natural o sobrenatural?

Martín Bonfil Olivera
publicado en Milenio Diario, 6 de abril de 2004

Ahora resulta que sólo hay una familia “natural”: la formada por el papá, la mamá -siempre y cuando estén unidos en matrimonio- y los hijos. Al menos, tal es una de las conclusiones del Tercer Congreso Mundial de Familias, llevado a cabo del 29 al 31 de marzo en la ciudad de México.

La definición causa extrañeza: ¿qué pasa con los otros tipos posibles -y cada vez más comunes- de familia? Las hay formadas por una pareja (de sexos opuestos o del mismo sexo) que no tienen o no desean tener hijos; las formadas por una madre -o padre- solteros que tienen hijos; e incluso parejas homosexuales que sí tienen hijos (caso poco común, pero existente). ¿Habrá que definirlas como familias “antinaturales”?

La pregunta puede parecer malintencionada -de hecho, Enrique Gómez Serrano, vocero del congreso, aclara que los participantes “son muy respetuosos a todas las manifestaciones de familia que existen, pero están interesados en promover el ideal”.

En realidad, y a pesar de este ligero barniz de tolerancia, la ideología del congreso es abiertamente conservadora y discriminatoria. Entre sus conclusiones, informa Notimex, los asistentes piden a las autoridades de sus respectivos países y al secretario general de las Naciones Unidas, Kofi Annan, pronunciarse contra la iniciativa que considera un derecho humano la libertad de las personas para decidir su orientación sexual, y calificaron esa propuesta como "contraria a la naturaleza humana y a las instituciones básicas de la sociedad: la familia y el matrimonio". Nuevamente el viejo argumento -jamás fundamentado- de que la diversidad sexual ataca directamente a la familia.

Otra de las conclusiones del congreso afirma que “la familia es una institución de derecho natural y constituye la célula básica de la sociedad”, y que “el matrimonio, basado en la naturaleza humana, constituye la célula básica de la familia, y es el único medio moral o ético de formarla”, y “debe estar constituido por la unión de un varón y una mujer”.

Desgraciadamente, desde un punto de vista riguroso tales afirmaciones no tienen sustento. La expresión “derecho natural”, por ejemplo, carece de sentido (a menos que se crea en algo así como una “ley divina” que rige la naturaleza). Y sostener que la familia es la “célula básica de la sociedad” parece suponer que todo lo que se necesita para que una sociedad exista es un conjunto de familias. ¿Qué sucede entonces con solteros, viudos y divorciados? ¿Y con gobiernos, leyes, economía, política, educación, trabajo, medios de comunicación, de transporte y un largo etcétera? Al parecer son componentes irrelevantes de una sociedad.

Por otra parte, afirmar que el matrimonio es “la célula básica de la familia” simplemente es absurdo, pues ninguna familia está formada por un conjunto de matrimonios unidos para formar un todo (a menos que las ideas de los participantes en este congreso sean tan “progresistas” que rebasan con mucho las anticuadas concepciones de este columnista).

La definición de matrimonio como exclusivamente heterosexual, junto con otras conclusiones del congreso como la de que “la vida y el respeto a la dignidad humana... deben ser respetados desde la concepción” muestran que de lo que se trata es de defender una visión tradicional, conservadora, de estos temas. Una visión basada en creencias religiosas. Se trata pues, de un congreso con una tendencia ideológica -y política- muy clara. Y dista mucho de lo que afirma Gómez Serrano: “esto se ofrece como una verdad (sic) para el servicio del hombre y no se trata de imponer ningún modelo”.

La situación ha llevado a organizaciones que defienden la pluralidad sexual y los derechos de las mujeres, como Católicas por el derecho a Decidir, el Grupo de Información en Reproducción Elegida (GIRE) y otras, a pedir “respeto a la laicidad del estado y no imponer mediante políticas públicas el modelo de la familia tradicional”. Cabe destacar que en el congreso participaron la primera dama Martha Sahagún de Fox, Ana Teresa Aranda, directora del DIF, Josefina Vázquez Mota, secretaria de Desarrollo Social, y el secretario del Trabajo, Carlos Abascal

Y en efecto, el término, “familia tradicional” es más adecuado que el de “natural”. Porque, a diferencia de lo que parecen pensar los participantes en el congreso, la familia de padre que trabaja y madre que maneja el hogar y cuida a los hijos, lejos de ser una entidad “natural” es una construcción social. Es cierto, el cuidado de los hijos por las mujeres y la obtención de alimento por los hombres tiene cierto fundamento biológico, pero la especie humana (no “el hombre”, como repite una y otra vez el vocero del congreso) ha trascendido con mucho su naturaleza. De otro modo, habría que rechazar como antinaturales el fuego, la agricultura, los estados, las religiones, el arte y la ciencia.

El espacio se agota, pero conviene, al discutir cuestiones como éstas, distinguir claramente entre ideología y datos firmes, y entre religión y pensamiento laico y científico. No hay que olvidar que, cuando se trata de derechos humanos y del bienestar social, es preciso recurrir a las fuentes de conocimiento más confiables. ¿O usted recurriría a creencias religiosas para enfrentar, digamos, una epidemia? Regresaremos a estos temas.