Publicado en Milenio Diario, 20 de abril de 2004
El pasado fin de semana, para felicidad mía y por motivos de trabajo, conocí la ciudad de Aguascalientes. Mi visita coincidió con el inicio de la famosísima Feria Nacional de San Marcos, lo que me dio la oportunidad de conocer una de las celebraciones tradicionales más importantes del país.
Recorrer las calles llenas de gente alegre, disfrutar de la música de las múltiples “tamboras” que alegraban el ambiente, comer los diversos antojitos, ver el casino (no aposté) y el palenque donde se celebran las tradicionales peleas de gallos... Todo fue una experiencia de esas que uno no olvida.
Usted, querido lector o lectora, podría preguntarse qué tiene esto que ver con la ciencia. La respuesta es doble.
En un nivel, la ciencia está presente en la Feria de San Marcos en forma de un puesto (me rehúso a decir “stand”) instalado por el Consejo de Ciencia y Tecnología del Estado de Aguascalientes (Concytea). En él se mostraban los diversos programas del consejo, entre los que destacan los que buscan apoyar el desarrollo de la industria estatal y vincularla con la investigación científica y tecnológica. De hecho, un espectáculo muy llamativo de la feria es una exhibición de robots presentada por la empresa Nissan, que tiene una fábrica de automóviles en las afueras de la ciudad. El Concytea busca, mediante diversas acciones, fomentar que las industrias nacionales puedan también llegar a presumir de sus propios desarrollos tecnológicos.
Y es que uno de los graves problemas que enfrenta nuestro país es la escasa participación de la industria privada en actividades de investigación que generen nuevo conocimiento (o nueva tecnología). Normalmente las empresas se conforman con importar lo que necesitan, con lo que la dependencia tecnocientífica de nuestro país sigue manteniéndose siendo una tradición. Pero, a diferencia de la Feria de San Marcos, es una tradición que convendría abandonar.
El Concytea se preocupa también por organizar múltiples actividades que buscan promover la apreciación y comprensión pública de la ciencia y la tecnología entre los habitantes del estado. Cuenta con conferencias semanales de ciencia que se presentan los viernes y sábados en diversos lugares de la ciudad y con los “vagones de la ciencia” (Aguascalientes es una ciudad eminentemente rielera”, dice una frase turística), en los que los niños pueden realizar experimentos y talleres que despiertan en ellos la curiosidad y, se espera, el gusto por la ciencia y la tecnología. Aguascalientes tiene también un excelente museo interactivo de ciencia, llamado Descubre, en el que los visitantes pueden acercarse a estos temas mediante juegos y aparatos.
Pero aparte de este esfuerzo, hay otra relación entre la ciencia y la Feria de San Marcos. Uno podría cuestionar, aparte de la algarabía, el alcohol y la celebración, ¿qué objeto tiene realizar una feria de esas dimensiones? ¿Para qué sirve la Feria de San Marcos (y tantas otras tradiciones de nuestro país, como la Guelaguetza oaxaqueña, la celebración del 15 de septiembre, la del 5 de mayo en Puebla...)?
Hay una respuesta cínica, que no me interesa aquí: sirve para ganar dinero. Sin duda, la feria es un gran negocio. Pero esa no es toda la respuesta; ni siquiera la parte más importante. Antes que ganar dinero –o gastarlo–, el público que asiste a la feria va para compartir una experiencia común que es parte de sus vidas. La gente se aglomera en los alrededores del famoso Jardín de San Marcos no sólo para beber o para que le quiebren en la cabeza huevos llenos de confeti, sino también para continuar una tradición, para divertirse, para sentirse parte de una comunidad.
Pues bien: las actividades de promoción de la ciencia que realiza el Concytea, pero que también se realizan a todo lo ancho y largo del país mediante museos y centros de ciencia, ciclos de conferencias, talleres de ciencia, semanas de la ciencia, programas de radio, planetarios, publicación de libros y revistas, páginas web y cualquier otro medio son comparables a la Feria de San Marcos.
No cumplen un objetivo inmediato, que pueda medirse en cifras exactas. Y sin embargo, en el país se gasta un presupuesto respetable –aunque muchos lo consideramos lastimosamente insuficiente– en promover en la población el acercamiento y el gusto por la ciencia y la tecnología. Se han construido museos en muchos estados de la república, los programas de divulgación científica se han multiplicado... y todo esto, ¿para qué sirve?
Hay quien dice que mediante estas actividades lograremos formar futuros científicos que generarán nuevo conocimiento y que eso ayudará a hacer que nuestro país salga del subdesarrollo y se convierta en una nación de primer mundo. Y quizá sea cierto, aunque si es así el efecto será a largo plazo y relativamente modesto.
Pero estoy convencido de que la verdadera razón que justifica las actividades de promoción y divulgación de la ciencia y la tecnología es otra: al igual que sucede con tradiciones como la Feria de San Marcos (o con todo tipo de actividades culturales), lo que se busca es lograr que la ciencia se vuelva parte de nuestra cultura, otra más de nuestras tradiciones. Sólo que en este caso es una que, aparte, puede darnos otros muchos beneficios.
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