miércoles, 26 de diciembre de 2012

Una buena noticia

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 26 de diciembre de 2012

Para aquellos “grinches” de navidad (o de sexenio) que insisten en hacer sólo pronósticos negativos (y además se quejan hasta de que no se haya acabado el mundo), una noticia buena para terminar el año.

Resulta que, según reportaron Milenio Diario y La Razón el 22 y el 24 de diciembre, podría ser que una de las más vergonzosas estafas en la historia de la lucha contra el crimen en México esté próxima a terminar.

Varias veces hemos hablado aquí del fraudulento “detector molecular” GT200, fabricado por la empresa británica Global Technical y distribuido en México por Segtec. A pesar de que se presenta como una tecnología avanzada para detectar a distancia las “vibraciones moleculares” de distintas sustancias como explosivos o drogas (aunque también de objetos como armas, pelotas de golf o trufas), para localizarlas, en realidad se trata de un simple artefacto de plástico completamente hueco con una antena que gira libremente y apunta azarosamente, obedeciendo a los movimientos involuntarios o inconscientes del operario. Es el mismo “efecto ideomotor” que funciona en la ouija o en las varitas que los rabdomantes o zahoríes usan para buscar agua.



La buena noticia es que, luego de que el caso fuera atraído por la Suprema Corte en septiembre pasado, y luego de que la Academia Mexicana de Ciencias sometiera a prueba el artefacto para comprobar su inutilidad, la PGR ha anunciado, por fin, que prohíbe su uso. La mala son dos: que la SEDENA la sigue usando, por lo que falta mucho para erradicar esta estafa de México, y que todavía no se reconoce públicamente el error: en vez de hablar de un fraude se habla de que “no se ha comprobado que funcionen”, y mucho menos se habla de fincar responsabilidades o de perseguir a los defraudadores que los venden.

Lo grave del uso de esta vacilada por nuestras instituciones de seguridad (PGR, Secretaría de la Defensa Nacional, policías federales y locales…) radica en tres puntos. Primero, su altísimo costo (se llegan a vender en 35 mil dólares cada uno, y se han gastado casi 22 millones de dólares en ellos). Segundo, que al ser un timo pueden dar falsos resultados negativos (indicar que no hay riesgo de, por ejemplo, un explosivo cuando sí lo hay), y ponen así en riesgo a las fuerzas armadas y a los ciudadanos comunes. Y tercero, y quizá más grave, que pueden también dar falsos resultados negativos positivos, señalando y acusando a inocentes de poseer drogas, armas o explosivos y provocando la violación de sus derechos humanos, así como acusaciones y encarcelamientos injustificados. Esto ya ha sucedido en varias ocasiones bien documentadas.

Aún así, la noticia es buena: denunciar la seudociencia puede servir de algo. ¡Celebremos! Felices fiestas y nos leemos en 2013.

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miércoles, 19 de diciembre de 2012

¿Hasta aquí llegamos?

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 19 de diciembre de 2012

En días pasados, la Dirección General de Divulgación de la Ciencia de la UNAM celebró los 20 años del museo de ciencias Universum (inaugurado, guadalupanamente, el 12 de diciembre de 1992) y los 14 de la revista ¿Cómo ves? (cuyo primer número apareció en diciembre de 1998).

Universum, con 11 millones de visitantes, fue pionero y es referente a nivel nacional y latinoamericano entre los llamados centros interactivos de ciencia, que ponen el conocimiento y los fenómenos científicos al alcance de los visitantes de manera atractiva. ¿Cómo ves?, con sus 20 mil ejemplares mensuales, es una de las más populares publicaciones de divulgación científica nacionales, y la más exitosa revista universitaria del país. (Me enorgullece decir que pude participar en la creación de Universum, y que he colaborado ininterrumpidamente con ¿Cómo ves? desde sus inicios.)

Para el evento comovesiano, mi colega y amigo Sergio de Régules realizó un ingenioso video titulado “Hasta aquí llegamos” (bit.ly/UB40CA), donde se divirtió mezclando cualquier cantidad de tonterías sobre el “fin del mundo” supuestamente predicho por los mayas con las peripecias que enfrentamos los comunicadores de la ciencia.

Pero por ridículo que parezca, es tremenda la cantidad de desinformación que circula y la cantidad de gente que realmente creen que algo extraordinario pasará cuando el ciclo de tunes, katunes y baktunes de la cuenta larga del calendario maya comience de nuevo, al terminar el baktún (ciclo de 144 mil días) número 12. Más o menos todo mundo sabe ya que los mayas no predijeron el fin del mundo, sino que sólo se trata de una vuelta más de su rueda calendárica (como cuando el contador de kilómetros de un coche viejo regresa a cero).

Pero hay un montón de otras creencias absurdas que se están manejando. Entre otras, que habrá un alineamiento de planetas (falso) que tendría efectos catastróficos (falso también: los llamados alineamientos, cuando ocurren, no afectan debido a las grandes distancias lo débil de la fuerza de gravedad); que esto causaría un “oscurecimiento total” de la Tierra durante tres días, debido a que pasaría de tres dimensiones a cero, y luego a la cuarta dimensión (completamente incoherente); que durante dicho alineamiento se “elevarán las frecuencias de vibración” (¿?) de la energía proveniente del sol y ello provocará que se “activen” las 10 hebras inactivas (¡y “angélicas”) de nuestro ADN (sabemos que es una doble hélice, sólo con dos hebras, pero estos loquitos dicen que son "originalmente" 12, y que las otras 10 están enrolladas y ocultas) y que ello nos permitirá “acceder a las dimensiones superiores de la conciencia”.

O algo así.

Sí: circula mucha basura conceptual. Y mucha gente la cree. Si duda, los divulgadores científicos todavía tenemos harto quehacer. ¡Lástima que todo tenga que terminar este viernes 21!

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miércoles, 12 de diciembre de 2012

El engaño que no fue

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 12 de diciembre de 2012

El pasado miércoles 5 de diciembre el noticiero televisivo de Joaquín López-Dóriga presentó un reportaje de Saúl Sánchez Lemus donde se denunciaba el “engaño” del mayor proyecto científico-técnico emprendido en nuestro país: el Gran Telescopio Milimétrico (GTM). Desde que Ricardo Rocha presentó, en 2006, un “reportaje” donde propalaba la peligrosa mentira de que el sida no era contagioso no había visto un caso tan desafortunado de mal periodismo sobre un tema científico.

El GTM está situado a casi 4 mil 600 metros sobre el nivel del mar en el volcán Sierra Negra, cerca de la frontera entre Puebla y Veracruz. Es resultado de la cooperación de México, a través del Instituto Nacional de Astrofísica, Óptica y Electrónica (INAOE), una de las instituciones pioneras de la astrofísica en México, reconocida a nivel mundial, y la Universidad de Massachusetts. Su imponente antena de 50 metros de diámetro y 2 mil metros cuadrados de área (de ahí lo de “gran) que captará ondas de radio con longitud de 1 a 4 milímetros (de ahí lo de “milimétrico”) será la más grande en su tipo a nivel mundial. Desde que comenzó su construcción, en 1995, se han invertido en él aproximadamente 814 millones de pesos, de los cuales más de la mitad fue dinero estadounidense (para tener algún punto de comparación, la criticada, inútil y fea Estela de Luz costó más de mil millones).

En el reportaje de Televisa se afirma que “a 15 años de que comenzó a construirse, el GTM no ha logrado resultados científicos”; que fue falsamente inaugurado ¡dos veces! (una por Fox en 2006 y otra por Calderón en septiembre pasado), y que “la inauguración de 2006 fue un montaje, pues usaron paneles falsos de madera con unicel”.

Afortunadamente, las autoridades del proyecto, junto con la Academia Mexicana de Ciencias, han salido ya al paso de estas tonterías a aclarar que un proyecto así consta de varias etapas y lleva un tiempo largo y un periodo de pruebas y corrección de errores (por eso no se ha terminado y funciona sólo al 60%, según reportó el viernes Milenio Diario); que lo de Fox fue la culminación de la etapa de construcción de la antena (pero no todavía de la superficie receptora), y que se hizo una observación más bien simbólica de radiación con longitud de onda de centímetros (no milímetros), pues era lo que se podía lograr con la estructura todavía incompleta. En cuanto a los paneles simulados, su función era evitar la entrada de agua y nieve, mientras se terminaban de fabricar las placas de níquel electroformado. Y claro, añado yo, debe haber habido la usual presión de la Presidencia de la República para hacer que todo luciera “bonito”, como en cualquier inauguración presidencial: la simulación que inevitablemente exigen los políticos en actos públicos. Y la visita de Calderón no fue una “inauguración”, sino para supervisión.

Lo grave de todo esto es que la información presentada en el noticiero –mal investigada, mal corroborada y mal interpretada– desprestigia un proyecto que ha tenido ya una importante derrama tecnológica en el país (cemento resistente a bajas temperaturas, técnicas de pulido de superficies de precisión, sistemas electromecánicos, materiales con fibra de carbono), que permitirá poner a México en la vanguardia en investigación astrofísica y estudio de la naturaleza del universo y que permite soñar con que en el futuro se puedan hacer inversiones en grandes proyectos científico-tecnológicos en nuestro país, como ocurre en naciones desarrolladas. Y daña también la imagen pública de la astronomía mexicana –de gran prestigio en el mundo– y de toda la ciencia nacional.

En un momento donde se está haciendo un gran esfuerzo para convencer a las autoridades federales de dar más apoyo al desarrollo científico-técnico, y donde el presidente y su secretario de economía han aceptado ya públicamente luchar por aumentar la inversión en el ramo al 1% del PIB, como requiere la ley, para finales del sexenio, mensajes como el emitido en el noticiero son un golpe bajo.

La lección, probablemente –para no caer en la moda paranoica de inventar teorías de conspiración que busquen intenciones ocultas– es que en los medios masivos de comunicación urge contar con periodistas especializados en manejar la fuente de ciencia y tecnología con todas sus complejidades y sin caer en sensacionalismos.

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miércoles, 5 de diciembre de 2012

Escribir de ciencia

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 5 de diciembre de 2012

Recientemente varios amables lectores de esta veleidosa columna se han manifestado –a través del ya anticuado correo electrónico, del blog o de las redes sociales– en el sentido de que “debería hablar más de ciencia”.

Se refieren a que en recientes semanas me he dedicado, más que a explicar recientes avances reportados en el mundo de la investigación científica, a comentar temas como el fraude en ciencia, los problemas del control de calidad de las publicaciones científicas, la creencia en supercherías y seudociencias, los esfuerzos por “ciudadanizar” la ciencia y otros temas similares.

El comentario de mis lectores me recordó un texto de Ruy Pérez Tamayo, (El muégano divulgador, número 28, mayo/junio 2005, p. 1) donde respondía así a un joven universitario que le hizo un reclamo similar: “Para mi joven amigo, la ciencia se limita a su contenido formal, mientras que para mí incluye no sólo un catálogo de hechos y de teorías sobre distintos aspectos de la naturaleza, sino también las bases filosóficas que lo sustentan, la historia de su desarrollo, las estructuras sociales en las que se da y en las que se expresa, las leyes que la regulan y las políticas que la favorecen o la estorban”.

Y es que, como su título anuncia, esta columna es un espacio dedicado a la ciencia, o más bien a la cultura científica. No hay definición satisfactoria, pero yo la concibo como “la apreciación y comprensión de la actividad científica y del conocimiento que ésta produce, así como la responsabilidad por sus efectos en la naturaleza y la sociedad”.

La concepción clásica de la divulgación científica consiste en explicar los conceptos y descubrimientos de la ciencia. Pero ni la ciencia ni la cultura científica pueden reducirse simplemente al conocimiento científico. La ciencia es también la actividad que permite obtenerlo, y es también el sistema social que permite realizar tal actividad.

Entendida así, la ciencia involucra lo que hacen los científicos dentro y fuera de sus laboratorios y cubículos: sus motivaciones, cosmovisiones, discusiones, intereses, conflictos, problemas, errores y hasta transgresiones. Pero si queremos entender la ciencia de forma más realista y honesta tenemos que incluir también su historia, los problemas filosóficos que suscita, los efectos que las finanzas y la economía tienen sobre ella, y la intrincada red de intereses, obstáculos y soluciones políticas que en gran parte determinan su destino.

Por eso, mientras haya oportunidad, en “La ciencia por gusto” seguiré dedicado a comentar acerca de la ciencia. Pero entendida en el sentido amplio que expresa Pérez Tamayo en su texto, en contraste con el de su joven crítico: “En otras palabras, mientras él concibe a la ciencia como el producto de una actividad humana especializada, yo más bien la veo como una forma de vivir la vida”.

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miércoles, 28 de noviembre de 2012

¿50 sombras científicas?

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 28 de noviembre de 2012

Confieso que acabo de terminar de leer la novela 50 sombras de Grey (en su versión en inglés, 50 shades of Grey). Como literatura es mala; como literatura erótica, muy mediocre. No pierda su tiempo.

La mención viene al caso porque, estableciendo la comparación con esta chatarra literaria, el neurólogo estadounidense Douglas Fields publicó recientemente, en su blog del sitio de noticias The Huffington Post, un polémico texto donde alerta de la “chatarrización” de las revistas científicas académicas.

Isaac Asimov resumía el llamado “método científico” en cuatro pasos: obtener datos (por experimentación u observación), organizarlos, proponer explicaciones, y comunicar el conocimiento obtenido. Nunca se hace suficiente énfasis en lo central que es para la ciencia comunicar sus resultados. No basta con investigar: es hasta que las conclusiones a que se llega son hechas públicas para ser discutidas y evaluadas por los colegas que se puede hablar de ciencia legítima.

El proceso de “revisión por pares” o colegas (peer review) ha sido desde hace siglos el principal mecanismo de control de calidad en ciencia. Tradicionalmente consiste en que el investigador redacta un artículo técnico, bajo ciertas normas bien conocidas, donde explica qué hizo y qué resultados y conclusiones obtuvo. Este manuscrito se envía a alguna publicación donde trabajan editores expertos en ciencia que lo evalúan primeramente para ver si se trata de un trabajo importante y bien hecho, y luego lo envían anónimamente a varios árbitros especialistas en el campo, quienes pueden aprobarlo, sugerir cambios o rechazarlo. El artículo sólo se publica si pasa este filtro de calidad.

Tradicionalmente las revistas científicas se mantenían vendiendo suscripciones, que eran pagadas por científicos individuales o por instituciones. Fields advierte de dos cambios que amenazan este sistema: la publicación electrónica, que hecho casi incosteables las revistas de papel, y las nuevas políticas del gobierno de los Estados Unidos que obligan a los investigadores que reciben fondos públicos a poner sus artículos gratuitamente a disposición de todos.

Como esto ha encarecido el costo de las revistas publicadas por editores tradicionales –quienes son vistos como abusivos y aprovechados al beneficiarse de un trabajo hecho principalmente con fondos públicos–, han surgido múltiples revistas de “acceso libre” (open access), que pueden leerse gratuitamente, lo cual promueve una mayor libertad y apertura en la comunicación de los resultados científicos (y combate la excesiva centralización y control ejercida por ciertos consorcios editoriales, que se han ido convirtiendo en verdaderos monopolios).

El problema, afirma Fields, es que esto va en detrimento de la calidad. Las revistas tradicionales, además de garantizar una revisión por pares rigurosa y una edición profesional y cuidada –que incluye la revisión de estilo, la formación y composición tipográfica, el diseño de figuras y muchos otros detalles, trabajo que cada vez se valora menos en esta era de “autopublicación electrónica”–, promueven la calidad al someter al escrutinio de sus suscriptores –especialistas científicos­– la calidad de sus artículos. La revista que publicaba investigaciones de calidad adquiría prestigio y más lectores… y consecuentemente, suscriptores.

Las revistas de acceso libre, en cambio, al ser de lectura gratuita, tienen que sobrevivir cobrando jugosamente (“de mil a 3 mil dólares por artículo”, según Fields) a los autores por publicar en ellas. Lo cual se paga, normalmente, con fondos públicos: el costo de publicar se suma al costo mismo de la investigación. De este modo, el estado paga por realizar la investigación y paga por publicarla. Fields argumenta que esto, junto con la obligación del gobierno de EU para publicar gratuitamente (que afecta a múltiples investigaciones extranjeras en que hay colaboración estadounidense), está logrando que las revistas se concentren en publicar más artículos, en vez de sólo los mejores. Igual que esas revistas “literarias” en que los autores pagan por ser publicados, o como ocurre con los blogs y redes sociales, o con la literatura chatarra: en ausencia de un mecanismo editorial de control de calidad, lo que sobrevive no es lo mejor, sino lo que más “vende”.

(Fields señala otros problemas, como el surgimiento como hongos de revistas de muy dudosa calidad que sólo sirven para publicar, sin el menor control y aunque nadie las lea; la tendencia a sustituir la revisión por pares anónima por la revisión abierta en redes sociales, que tiende a ser menos rigurosa, o la creciente dificultad de que las editoriales serias decidan abrir nuevas revistas con un mecanismo riguroso de control de calidad, debido al excesivo costo y demanda decreciente que están teniendo en la actual situación, lo cual dificulta el desarrollo de áreas nuevas de la ciencia.)

El darwinismo en la naturaleza garantiza la supervivencia, pero uno de los logros de la especie humana es trascenderlo para buscar fines más elevados, como la calidad artística y literaria. Lo mismo ocurre en ciencia. ¿Nos inundará la publicación abierta y masiva con “ciencia chatarra”? Esperemos que no.

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miércoles, 21 de noviembre de 2012

Ética científica

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 21 de noviembre de 2012

Un drama en cinco actos y una moraleja.

Primer acto: dos investigadores del Instituto de Biotecnología de la UNAM, Alejandra Bravo y Mario Soberón, alteran imágenes de resultados experimentales en varios artículos que publican en revistas científicas internacionales.

Segundo acto: por diversos caminos –colaboradores de su equipo, investigadores de otros países que no logran reproducir sus resultados, un equipo de expertos canadienses que cuestionó los resultados de Bravo y Soberón porque “no se sostenían”–, el engaño queda al descubierto.

Tercer acto: El Consejo Interno del Instituto, y su director, Carlos Arias, toman cartas en el asunto. Se forma una “comisión externa” con expertos de otras instituciones (Instituto Nacional de la Nutrición, Facultad de Química de la UNAM, Laboratorio Nacional de Genómica para la Biodiversidad del IPN), que encuentra manipulación de datos en 11 artículos del grupo, y en dos casos las considera “inapropiadas y categóricamente reprobables”. La Comisión no recomienda retractar los datos publicados en las revistas científicas –una práctica usual en estos casos– porque considera que las imágenes alteradas “no afectan las evidencias… que sustentan los hallazgos medulares de las 11 publicaciones”. Pero sí juzga que la manipulación de las imágenes es “una práctica injustificada y reprobable que (…) promueve una imagen poco profesional y poco ética de la investigación científica que se realiza en México”. Por ello, se imponen sanciones: que Bravo renuncie a la presidencia de la Comisión de Bioética del Instituto (!!) y Soberón a su puesto de Jefe del Departamento de Microbiología Molecular. Además ella –que aparecía como responsable de la publicación de 10 de los 11 artículos– pierde su puesto como líder académico y queda como investigadora adjunta. Al cabo de este plazo, “De no haber surgido ninguna falta a la ética científica”, podrá solicitar la restitución de su estatus académico. Y a ambos se les prohíbe aceptar nuevos alumnos durante tres años.


Cuarto acto: el acta del Consejo Interno donde se informa todo lo anterior circula entre la comunidad científica (por correo electrónico, con encabezados que van de “sobre la ética en la UNAM” a “científicos cuchareros en la UNAM”). Hay sorpresa, indignación, opiniones de que el castigo debería haber sido más riguroso y que la UNAM debería fijar públicamente una postura firme. Todo ello aderezado por detalles como que Soberón y Chávez Bravo son esposos, que él es hijo de connotado investigador y ex-rector de la UNAM Guillermo Soberón, y que el trabajo que causó todo el escándalo está relacionado con la creación de vegetales transgénicos que incluyen el gen de la proteína Cry de la bacteria Bacillus thuringiensis, que funciona como un insecticida natural que puede permitir reducir el uso de insecticidas artificiales tóxicos en agricultura.

Quinto acto y final: Estalla el escándalo. La prensa –el diario La Jornada, ayer– publica los detalles del caso (que coincide con su bien conocida tendencia anti-transgénicos). En entrevista, el Coordinador de la Investigación Científica de la UNAM, Carlos Arámburo, cuestionado sobre cómo afecta esto el prestigio de la UNAM, declara “Es algo que se tiene que ver con cuidado. Ciertamente, es una llamada de atención para tener un sistema más atento a los productos de la investigación que hacemos. Habría sido deseable que no ocurriera, pero en función de los resultados que se tengan, con la comunicación que se pueda dar a las revistas correspondientes al respecto y si ellos deciden que no hay alteración sustancial de los resultados, será menor la afectación”.

La máxima autoridad del área científica de la UNAM desaprovecha así la oportunidad de aclarar que aunque en ciencia la alteración de datos es inaceptable, el fraude siempre ha existido y existirá, inevitablemente, como en toda actividad humana. Que precisamente por ello la ciencia cuenta con mecanismos de revisión y autocorrección para detectarlo, denunciarlo y corregirlo. Que los investigadores, en una buena decisión en medio de tantos errores, han notificado a las revistas de lo ocurrido, lo cual permitirá remediar, en lo posible, el daño que la difusión de las imágenes alteradas pudiera haber causado. Que lejos de ocultar el caso, el Instituto de Biotecnología y la UNAM actúan dentro del marco de las buenas prácticas científicas al reconocer, analizar y sancionar la falta de ética en la conducta de sus investigadores.

Moraleja: la ciencia, como la democracia, no es perfecta. Pero como en la democracia, sólo la transparencia y el apego a la ética pueden evitar que esa imperfección las envenene. El poder de la ciencia reside en su capacidad de reconocer errores y corregirlos. Más allá de si las sanciones impuestas son o no suficientes, la UNAM actúa como nuestra máxima casa de estudios que busca defender, en palabras de la Comisión, “los valores de excelencia académica y científica de las instituciones de investigación de nuestro país”.

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miércoles, 14 de noviembre de 2012

Credulidad y biología

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 14 de noviembre de 2012

¿Por qué somos tan crédulos los humanos? En el reciente Coloquio Mexicano de Ateísmo el orador estrella, Michael Shermer, gran promotor del escepticismo (es decir, el que combate seudociencias y supercherías y fomenta el pensamiento crítico y científico; los ateos siempre acaban promoviendo el pensamiento científico) presentó sus ideas al respecto.

Shermer parte del hecho bien conocido de que el cerebro humano, como el de muchos animales, es una máquina de detectar patrones. En un mundo donde la supervivencia depende de una buena adaptación al medio, poder detectar y aprender de las regularidades que presenta la naturaleza es una gran ventaja. La sucesión día/noche, las estaciones del año, relacionar ciertos colores o texturas con frutos nutritivos o venenosos, todo ello ayuda a sobrevivir. Incluso el razonamiento inductivo –el generalizar a partir de unos cuantos casos– es, aunque para los filósofos no tenga un sustento lógico, parte de la programación evolutiva de nuestro cerebro.

El problema es que a veces este mecanismo da “falsos positivos”, y entonces comenzamos a ver formas en las nubes, rostros en los objetos (como los faros y la parrilla de un coche) o vírgenes en las manchas de una pared. Este fenómeno, conocido como pareidolia, tiene sentido evolutivo (más vale equivocarse y llevarse un susto porque creímos ver un posible depredador que ser sorprendidos porque no lo detectamos).

Pero, añade Shermer, los humanos vamos más allá y tendemos, naturalmente, a atribuir significado a los patrones que detectamos. Entonces, sin pruebas suficientes, comenzamos a dar por hecho que un patrón (real o no) puede ser una explicación para algo. Esta “patronicidad”, dice Shermer, está relacionada con la creatividad científica: los genios brincan a explicaciones penetrantes antes que sus colegas; pero un exceso puede llevar a errores y hasta alucinaciones (como le ocurrió en la vida real al matemático y premio Nobel de economía John Nash, protagonista de la película Una mente brillante).

Nuestro cerebro tiende, gracias a la evolución, a creer. De hecho, el simple hecho de entender una hipótesis nos predispone a creerla, sea o no cierta. Y cuando comenzamos a atribuir intenciones a las cosas, a pensar que hay un agente detrás de ellas (“agenticidad”, la llama Shermer), simplemente estamos llevando el proceso un paso más allá. Comenzamos a ver planes, propósitos, detrás de las cosas (“todo ocurre por algo”), o bien conspiraciones, y pensamos que son reales. A veces los son. Otras no: más falsos positivos. El camino, concluye Shermer, nos ha llevado como especie, de manera natural, al animismo y la religión.

La ciencia no es más que un refinamiento del sentido común: pero para ello, ha desarrollado herramientas que nos permiten no sólo aprovechar la capacidad del cerebro humano para hallar patrones, sino también mantenerla bajo control, sometiéndola al riguroso escrutinio de la contrastación. No basta con que algo parezca ser así: hay que comprobarlo. He ahí la esencia del método científico.. y del pensamiento crítico, tan necesario en una democracia.

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jueves, 8 de noviembre de 2012

Mandato ciudadano

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 7 de noviembre de 2012


[NOTA: post repetido por problemas con el envío automático por correo electrónico de Feedburner]

Hace un mes hablábamos aquí de la necesidad urgente de contar con una política de Estado en ciencia y tecnología. Y de cómo no basta pedir –incluso exigir– a las autoridades más apoyo a estas áreas, decisivas para el futuro de la nación: también se requiere involucrar a los ciudadanos, a través de la difusión de la cultura científica(apreciación y comprensión públicas de la ciencia, y responsabilidadsocial respecto a ella), para que participen en la construcción de este apoyo.

Recientemente la comunidad científica, con el rector de la UNAM, José Narro, como portavoz, se organizó para formular el documento “Hacia una Agenda Nacional en Ciencia, Tecnología e Innovación”, que han presentado ante diversas instancias: el presidente actual y el electo, las Cámaras de Senadores y de Diputados, la Suprema Corte, la Comisión Nacional de Gobernadores (CONAGO). En todos los casos, fue recibido con beneplácito. Enrique Peña Nieto incluso secomprometió a elevar la inversión en el rubro hasta alcanzar, al final de su sexenio, el 1% del PIB que marca la incumplida Ley de Ciencia y Tecnología.

Pero falta la opinión de los ciudadanos. Por eso hoy se lanza la consulta denominada “Agenda Ciudadana de Ciencia, Tecnología e Innovación”. Se trata de un ejercicio en que se invita a participar a todos los mexicanos. Se proponen 10 “retos” en cuya solución (con miras a 2030) la ciencia y la tecnología pueden ayudar: agua, cambio climático, educación, energía, investigación espacial, ambiente, migración, salud mental y adicciones, salud pública y seguridad alimentaria. Los participantes votarán –por internet y en algunos casos en casillas– para decidir cuáles de entre ellos son los que los mexicanos consideramos más importantes.

Los resultados de la consulta se entregarán, junto con información adicional contenida en 10 libros elaborados específicamente, a gobernantes, funcionarios y tomadores de decisiones: presidente, legisladores, gobernadores y sociedad en general. La idea es comenzar a construir un verdadero mandato ciudadano sobre ciencia y tecnología.

La consulta de esta Agenda Ciudadana –en la que participan instituciones como la UNAM (a través de su Dirección General de Divulgación de la Ciencia, DGDC) el Instituto Politécnico Nacional (IPN), la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACyT), el Centro de Investigación y Estudios Avanzados (CINVESTAV), la Sociedad Mexicana para la Divulgación de la Ciencia y la Técnica (SOMEDICyT), el Instituto de Ciencia y Tecnología del Distrito Federal (ICyT-DF), la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior (ANUIES), el Consejo Consultivo de Ciencias de la Presidencia, el Foro Consultivo Científico y Tecnológico, la Red Nacional de Consejos y Organismos Estatales de Ciencia y Tecnología, la Asociación Mexicana de Museos y Centros de Ciencia y Tecnología (AMMCyT), la Comisión de Ciencia y Tecnología del Senado, entre otras– es un típico proyecto en que todos ganan. Los ciudadanos, al tener la oportunidad de conocer, interesarse y participar en el rumbo que tomen la ciencia y la tecnología en nuestro país. Los científicos, al promover su propuesta de apoyar (y apoyarnos en) la ciencia. El gobierno, al tener información sobre estos temas y conocer la opinión de la población general. Y el país, pues se abre la oportunidad de caminar hacia el deseado desarrollo científico-técnico-industrial que podrá redundar en un mejor nivel de vida y bienestar para los mexicanos.

Si usted también quiere decir hacia dónde va la ciencia en México, entre a partir de hoy a www.agendaciudadana.mx y ¡participe!

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miércoles, 7 de noviembre de 2012

Mandato ciudadano

Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 7 de noviembre de 2012

Hace un mes hablábamos aquí de la necesidad urgente de contar con una política de Estado en ciencia y tecnología. Y de cómo no basta pedir –incluso exigir– a las autoridades más apoyo a estas áreas, decisivas para el futuro de la nación: también se requiere involucrar a los ciudadanos, a través de la difusión de la cultura científica (apreciación y comprensión públicas de la ciencia, y responsabilidad social respecto a ella), para que participen en la construcción de este apoyo.

Recientemente la comunidad científica, con el rector de la UNAM, José Narro, como portavoz, se organizó para formular el documento “Hacia una Agenda Nacional en Ciencia, Tecnología e Innovación”, que han presentado ante diversas instancias: el presidente actual y el electo, las Cámaras de Senadores y de Diputados, la Suprema Corte, la Comisión Nacional de Gobernadores (CONAGO). En todos los casos, fue recibido con beneplácito. Enrique Peña Nieto incluso se comprometió a elevar la inversión en el rubro hasta alcanzar, al final de su sexenio, el 1% del PIB que marca la incumplida Ley de Ciencia y Tecnología.

Pero falta la opinión de los ciudadanos. Por eso hoy se lanza la consulta denominada “Agenda Ciudadana de Ciencia, Tecnología e Innovación”. Se trata de un ejercicio en que se invita a participar a todos los mexicanos. Se proponen 10 “retos” en cuya solución (con miras a 2030) la ciencia y la tecnología pueden ayudar: agua, cambio climático, educación, energía, investigación espacial, ambiente, migración, salud mental y adicciones, salud pública y seguridad alimentaria. Los participantes votarán –por internet y en algunos casos en casillas– para decidir cuáles de entre ellos son los que los mexicanos consideramos más importantes.

Los resultados de la consulta se entregarán, junto con información adicional contenida en 10 libros elaborados específicamente, a gobernantes, funcionarios y tomadores de decisiones: presidente, legisladores, gobernadores y sociedad en general. La idea es comenzar a construir un verdadero mandato ciudadano sobre ciencia y tecnología.

La consulta de esta Agenda Ciudadana –en la que participan instituciones como la UNAM (a través de su Dirección General de Divulgación de la Ciencia, DGDC) el Instituto Politécnico Nacional (IPN), la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACyT), el Centro de Investigación y Estudios Avanzados (CINVESTAV), la Sociedad Mexicana para la Divulgación de la Ciencia y la Técnica (SOMEDICyT), el Instituto de Ciencia y Tecnología del Distrito Federal (ICyT-DF), la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior (ANUIES), el Consejo Consultivo de Ciencias de la Presidencia, el Foro Consultivo Científico y Tecnológico, la Red Nacional de Consejos y Organismos Estatales de Ciencia y Tecnología, la Asociación Mexicana de Museos y Centros de Ciencia y Tecnología (AMMCyT), la Comisión de Ciencia y Tecnología del Senado, entre otras– es un típico proyecto en que todos ganan. Los ciudadanos, al tener la oportunidad de conocer, interesarse y participar en el rumbo que tomen la ciencia y la tecnología en nuestro país. Los científicos, al promover su propuesta de apoyar (y apoyarnos en) la ciencia. El gobierno, al tener información sobre estos temas y conocer la opinión de la población general. Y el país, pues se abre la oportunidad de caminar hacia el deseado desarrollo científico-técnico-industrial que podrá redundar en un mejor nivel de vida y bienestar para los mexicanos.

Si usted también quiere decir hacia dónde va la ciencia en México, entre a partir de hoy a www.agendaciudadana.mx y ¡participe!

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miércoles, 31 de octubre de 2012

Ciencia y ateísmo

Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 31 de octubre de 2012

Aunque México se defina como un país católico (el porcentaje de creyentes que da la arquidiócesis de México es de 84%), lo cierto es que sólo una porción mucho menor de quienes se identifican como tales practican rigurosamente su religión: basta ver las cifras de divorcios, abortos y hasta de uso de anticonceptivos entre ellos, prácticas todas prohibidas por su iglesia.

En cambio, el número de ateos oscila entre un 2 y un 5 por ciento, según la fuente. La información es confusa, pues mezcla a ateos (que no creen en la existencia de un dios) y agnósticos (que no saben si éste existe o no) con quienes simplemente manifiestan no tener una creencia religiosa.

De cualquier manera, existe una minoría de personas no creyentes en nuestro país –y en todo el mundo– que muchas veces son objeto de prejuicios, discriminación y hasta persecución. Mucha gente cree que una persona, por el mero hecho de no tener creencias religiosas, es poco confiable o incapaz de tener un comportamiento ético (un artículo publicado el pasado 24 de marzo en el periódico El Norte, por ejemplo, afirmaba que “Los problemas de México sin duda se asemejan más a una sociedad atea que cristiana: criminalidad, abortos, drogadicción, trata de personas, promiscuidad sexual, pobreza extrema, etc... La indiferencia religiosa… es sin duda causa fundamental de muchos de los problemas que padecemos”).

Es por eso que han surgido grupos de mexicanos ateos que están organizándose para defender su derecho al libre pensamiento y a la libre expresión de sus opiniones. Curiosamente, muchos de estos “activistas ateos” (entre los que hay variedad y diversidad de opiniones; hay desde quien promueve activamente el ateísmo hasta quien simplemente exige el respeto a esta forma de pensar) tienen también una gran afinidad por el pensamiento crítico, la cultura científica (muchos de ellos son también divulgadores o promotores de la ciencia) y el combate a seudociencias y charlatanerías.

Por eso será interesante participar, el próximo 2 y 3 de noviembre, en el II Coloquio Mexicano de Ateísmo, organizado por Ateos y Librepensadores Mexicanos, A. C. (www.ateosmexicanos.org), donde será posible escuchar a destacadas personalidades del pensamiento escéptico, la defensa del laicismo/ateísmo, y la divulgación científica. Entre ellos Michael Shermer, columnista de la prestigiada Scientific American, editor de la revista Skeptic y autor de libros como Por qué creemos en cosas raras: pseudociencia, superstición y otras confusiones de nuestro tiempo; Julieta Fierro, astrónoma y divulgadora científica; Marcelino Cereijido, investigador de excelencia y magnífico ensayista; Luis Mochán, físico y luchador contra el uso del fraudulento “detector molecular” GT200 que utilizan la fuerzas armadas de nuestro país, y otros destacados personajes nacionales e internacionales.

Seguramente éste y otros eventos de la comunidad atea provocarán interesantes discusiones y ayudarán a defender el pensamiento crítico y racional ante ideologías religiosas y conservadoras que muchas veces se oponen a los derechos humanos. No nos viene nada mal en este país cuya constitución exige un estado laico. Si se le antoja asistir, allá nos vemos.

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