publicado en Milenio Diario, 24 de febrero de 2004
“Pocas cosas como el universo”, dice la famosa frase de Augusto Monterroso. Parafraseándolo, aunque con menos gracia, podríamos decir que hay pocas cosas en el universo tan interesantes como un agujero negro. Quizá sean los objetos más fascinantes que existen. (Aunque yo pondría también en la lista de maravillas del universo a una célula viva, con toda su asombrosa complejidad, y al cerebro humano, esa masa de tejido blando capaz de dar sustento a nuestra existencia consciente. Sólo que como a los cerebros y a las células los vemos todos los días, no nos parecen tan maravillosos.)
Recuerdo cómo me deslumbré cuando, en los años setenta, me enteré de la existencia de los agujeros negros: antiguas estrellas que, vencidas por el peso de su propia gravedad, y no pudiéndola contrarrestar más al haber agotado el combustible termonuclear que las mantenía brillando, se “derrumban” hacia dentro. Al hacerlo, van entrando en un círculo vicioso que las hace caer cada vez más al interior de sí mismas (como cuando una persona deprimida se va ensimismando cada vez más, hasta llegar al suicidio).
Como la fuerza de gravedad depende de la masa, y la masa de un futuro agujero negro se va concentrando en un volumen cada vez más pequeño, llega un momento en que la gravedad es tan intensa que nada, ni la luz, puede escapar de ella. Como el ángel Luzbel, transformado de ser luminoso en príncipe de las tinieblas, la estrella colapsada y comprimida se transforma en un vórtice de oscuridad que se traga toda la materia (y energía) que encuentre a su alcance, a la vez que distorsiona la estructura misma del espacio (y del tiempo: desde Einstein sabemos que están indisolublemente ligados).
Pues bien: seguramente la semana pasada usted leyó o escuchó la noticia de que dos satélites observaron, por primera vez, la forma en que un agujero negro “devoró” a una estrella (el encabezado del diario Reforma, curiosamente, hacía dudar quién se comió a quien: “Devora estrella un hoyo negro”). Los telescopios orbitales de rayos X Chandra, de la NASA, y XMM-Newton, de la Agencia Espacial Europea, detectaron la fuerte emisión de rayos X que se produjo cuando una estrella aproximadamente diez millones de veces más grande que nuestro sol fue atrapada por el campo gravitacional de un agujero negro cerca del centro de la galaxia RXJ1242-11, en la constelación de Virgo (“entró en el barrio equivocado”, afirmó la astrónoma Stefanie Komossa, del Instituto Max Planck de Física Extraterrestre, líder del equipo que detectó el fenómeno).
En realidad, el agujero negro no “devoró” a la estrella, sino que sólo le arrancó un pedazo (aproximadamente un uno por ciento de su masa, a la vez que la despedazaba y arrojaba sus fragmentos al espacio circundante... parece que, al igual que en los ataques de tiburones, las noticias relacionadas con los agujeros negros tienden a exagerarse).
De cualquier modo, la noticia es importante porque, hasta ahora, no se había detectado claramente este fenómeno, a pesar de que se había predicho teóricamente desde hace mucho. De hecho, la manera en que se han detectado muchos posibles agujeros negros –como el que hay en el centro de nuestra galaxia– no es viéndolos (son invisibles, pues la luz no puede escapar de ellos), sino detectando los rayos X que emite la materia acelerada a grandes velocidades al momento de ser engullida por uno de ellos.
Claro, usted podría pensar, “¿y a mí qué me importa que haya agujeros negros devoradores de estrellas?”. Después de todo, aquí en la tierra tenemos problemas mucho más cercanos de qué ocuparnos: guerras, enfermedades, desempleo…
Otras noticias científicas recientes parecen estar también relacionadas con asuntos espaciales que no parecen tener mayor relevancia en la práctica: el hallazgo de la galaxia más lejana conocida, o la posibilidad de que el final del universo no vaya a ser un horroroso “gran desgarrón” (big rip) que habían predicho recientemente algunos astrofísicos (gracias a que la misteriosa “energía oscura” que impulsa la expansión del universo es muy cercana a la “constante cosmológica” predicha por Einstein).
No es casualidad: los astrónomos de Estados Unidos, y de todo el mundo, están haciendo un esfuerzo por llamar la atención del público y de sus gobiernos para evitar que la inversión en ciencia básica –como la astronomía– disminuya drásticamente.
Como siempre en tiempos de crisis, se están haciendo recortes en el gasto en ciencia. En nuestro país vecino del norte, se ha anunciado la posibilidad de dejar que el famoso telescopio Hubble se deteriore y envejezca hasta dejar de funcionar, pues se han suspendido los vuelos del transbordador espacial, que le daban mantenimiento.
¿Es grave esto? Sí, si recordamos que, aparte del asombro que nos proporcionan -un asombro y un valor estético comparable al de las artes (otro de los rubros favoritos para los recortes gubernamentales)-, los descubrimientos astronómicos –y en general todo descubrimiento científico– tienen siempre, directa o indirectamente, aplicaciones prácticas. Muchas veces insospechadas, pero siempre importantísimas.
Uno de los problemas con funcionarios y gobernantes es que no entienden cómo funciona la ciencia. Más que distinguir entre ciencia “básica” y “aplicada” hay que buscar ciencia bien hecha, que es la que nos proporciona conocimiento sobre la naturaleza y nos permite entenderla y controlarla. Además de mostrarnos nuestra posición en el universo. ¿O será que eso ya tampoco es importante?