publicado en Milenio Diario, 17 de febrero de 2004
“La herejía conocida como maniqueísmo, iniciada por el pensador persa Manes en el siglo III, admitía dos principios creadores, uno para el bien y otro para el mal”, nos informa el diccionario de la Real Academia. Por ello, hoy la palabra se usa para denominar la “tendencia a interpretar la realidad sobre la base de una valoración dicotómica”, es decir, en términos de negro o blanco, bueno o malo, todo o nada (“dicotomía” significa “partir en dos”).
Pero casi nada en esta vida cae dentro de un esquema tan burdo. Incluso dicotomías tan “claras” como vivo/muerto, hombre/mujer, consciente/inconsciente, heterosexual/homosexual pueden ser “relativizadas”, es decir, ampliadas a una gama en la que entre los dos extremos caben todos los tonos de gris.
Pareciera que el cerebro humano esta hecho para, inicialmente, reducir cualquier problema nuevo a una dicotomía. Es sólo después, cuando ha habido tiempo de obtener más datos y reflexionar, que lo que inicialmente parecía una cuestión de “sí o no” se convierte en un abanico de posibilidades. Lo cual tiene un gran inconveniente: hace que tomar decisiones o hacer juicios sea más complicado. Nada más desesperante que, ante una pregunta de “sí o no”, responder con un “depende”.
Y decir “depende” es precisamente la especialidad de los científicos (y los filósofos). Hoy, nuevamente, las noticias nos ponen frente a una cuestión que parece exigir que se tome partido inmediatamente: ¿está usted a favor o en contra de la clonación terapéutica?
Esa es una forma de expresarlo. Otra sería: ¿está usted o no de acuerdo en que la clonación terapéutica, con fines de investigación, es comparable “con lo que trataron de hacer los nazis en los campos de concentración de la segunda guerra mundial”? (como lo afirmó Elio Sgrecia, asesor en bioética del papa Juan Pablo II).
La noticia, que comenzó a circular el 12 de febrero, es esencialmente que un grupo de 15 investigadores, encabezados por Woo Suk Hwang, de la Universidad Nacional de Seúl, publicaron en la prestigiada revista Science un artículo titulado “Evidencia de una línea celular precursora embrionaria humana derivada de un blastocisto clonado”. La frase final del artículo resume su trabajo: “Este estudio muestra la viabilidad de generar células precursoras embrionarias humanas a partir de una célula somática [corporal] aislada de una persona viva”.
Los investigadores coreanos utilizaron la técnica de transferencia nuclear (la que se usó para clonar a la oveja Dolly), para obtener células pluripotenciales humanas. La transferencia nuclear consiste en tomar el núcleo de una célula de un organismo e introducirlo en un óvulo sin fecundar, el cual comienza a dividirse para producir un gemelo del organismo original. Lo que Hwang y sus colaboradores hicieron fue esperar a que el embrión clonado llegara a la fase de blastocisto (Arnoldo Kraus, en La Jornada, explica que se trata de un embrión de 100-150 células y que mide menos de una décima de milímetro) para tomar algunas células y cultivarlas.
Dichas células tienen todavía, debido a la temprana etapa de desarrollo en la que se hallaba el embrión del que se tomaron, la capacidad de dar origen a una gran cantidad de tejidos del cuerpo humano. De ahí su nombre.
¿Se imagina usted que un paciente inmovilizado por daño en la médula espinal pudiera volver a moverse? La terapia con células precursoras pluripotenciales (también llamadas madre o troncales) podría permitirlo, pues usándolas el nervio podría repararse a sí mismo. La idea podría también aplicarse a cualquier otro tejido, y quizá a males como la diabetes, el de Alzheimer o el de Parkinson (como el que sufre el papa... quizá monseñor Sgrecia piense que curar a su jefe sería un crimen digno de los nazis).
La principal ventaja de la clonación de células pluripotenciales para terapia (la llamada clonación terapéutica, para distinguirla de la reproductiva, en que el óvulo clonado se desarrolla hasta ser un bebé) es que las células serían genética y físicamente idénticas a las del paciente. Esto evitaría los graves problemas de rechazo como los que se presentan en los transplantes.
La terapia con células precursoras está todavía muy lejos de poderse llevar a la práctica. Es precisamente por eso que el equipo de Hwang realizó su trabajo: para contar con una línea cultivada en laboratorio de células precursoras humanas con la cual poder realizar investigación que un día nos permita disfrutar los beneficios de la clonación terapéutica.
Desgraciada, aunque no sorprendentemente, se han levantado ya todo tipo de voces escandalizadas que ven en el trabajo de Hwang una afrenta a la condición humana y piensan que se trata sólo del primer paso para lograr la clonación de seres humanos (“¿para qué?”, se pregunta cualquier persona sensata). La clonación se ve como algo absolutamente maligno e inaceptable. La “destrucción” de un blastocisto se equipara al asesinato de un ser humano. El presidente George Bush, frente a las protestas de los científicos de su país, que ver cómo se les adelantan sus competidores en Corea mientras ellos tienen prohibido experimentar con tejido embrionario humano, ha declarado que intentará lograr la “prohibición global y efectiva de la clonación humana” (incluyendo la terapéutica).
¿No será que, al equiparar en forma dogmática embriones con seres humanos, clonación terapéutica con reproductiva, e investigación con asesinato, los opositores a ultranza de este tipo de investigación están paradójicamente, al defender su fe, cayendo en la herejía del maniqueísmo?
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