Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 30 de junio de 2010
Publicado en Milenio Diario, 30 de junio de 2010
Para Natalia Murillo Quiroz y Marcela Hernández Jiménez,
y su excelente blog costarricence “Física, arroz y frijoles”
y su excelente blog costarricence “Física, arroz y frijoles”
La descorazonadora derrota de la selección nacional ante Argentina el pasado domingo hace que hablar de futbol sea doloroso. Pero quizá conocer la ciencia detrás de los tiros libres en este deporte podría ayudar a mejorar el desempeño de nuestros futbolistas.
En realidad, se trata de un asunto bastante bien estudiado. En primera aproximación, basta la física de Newton, quien en su primera ley del movimiento sentenció: “Todo cuerpo persevera en su estado de reposo o movimiento uniforme y rectilíneo a no ser que una fuerza lo obligue a cambiarlo”. En otras palabras, al patear un balón, éste se seguirá moviendo en línea recta eternamente, a menos que otra fuerza lo afecte.
Por supuesto, esto podría suceder en el espacio vacío. En una cancha terrestre, dos fuerzas importantes afectan al balón: la gravedad, que tira de él hacia abajo, y la fricción con el aire, que lo frena. En combinación, hacen que su movimiento rectilíneo ideal se transforme en lo que los físicos llaman “tiro parabólico”. Un futbolista profesional (igual que un artillero), debe ser capaz de juzgar con qué fuerza y ángulo tiene que patear el balón para que éste, en un tiro libre, entre en la portería. (Aunque para calcular trayectorias parabólicas no es indispensable saber física: la misma hazaña, aunque no con tanta precisión, la logra cualquier niño –y hasta un perro– cuando atrapa una pelota que se le lanza.)
Pero hay más en los tiros libres futboleros, como los famosos tiros curvos (con “efecto”, o “chanfle”, como decimos en México) que tantos goles espectaculares han dado (uno muy recordado es el que el jugador brasileño Roberto Carlos metió contra Francia en la Copa Confederaciones de 1997).
Aquí interviene la dinámica de fluidos: así como un avión puede sostenerse en el aire gracias al efecto Bernoulli (la curva del ala, al avanzar el avión, hace que el aire avance más rápidamente por la parte superior, lo que disminuye la presión y crea una fuerza que empuja al ala –y con ella avión– hacia arriba), un balón al que un tirador experto imprime un giro puede curvar su movimiento gracias al efecto Magnus (variante del efecto Bernoulli descubierta por el físico alemán Heinrich Gustav Magnus en 1852). En breve, el giro del balón aumenta la velocidad del aire en uno de sus lados (lo que disminuye la presión) y la frena en el opuesto (lo que la aumenta). Efecto neto: una fuerza que desvía al balón hacia un lado. Conforme la fricción del aire frena al balón, el efecto Magnus se manifiesta más intensamente, y la curva se hace más pronunciada.
No sé si los futbolistas estudien física (pero deberían, al menos un poco). La industria del futbol sin duda la usa: el diseño del tan criticado balón Jabulani (celebrar, en zulu) llevó 4 años de investigación para supuestamente mejorar su desempeño (aunque muchos jugadores, especialmente porteros, se han quejado amargamente de lo “impredecible” del balón -se ha dicho que se comporta como "una pelota de playa"-, que es 5% más rápido de lo habitual debido a su diseño sin costuras, que reduce la fricción).
Aunque el fracaso de la selección nacional difícilmente se podrá atribuir al Jabulani, quizá un poco de física los pudiera ayudar a jugar mejor. Será para la próxima.
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