miércoles, 28 de septiembre de 2011

Cinco mitos sobre el aborto

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM

Publicado en Milenio Diario, 28 de septiembre de 2011



Nuevamente el tema de la interrupción legal de embarazo está en primera plana, debido a la atinada propuesta del ministro Fernando Franco González Salas de declarar inconstitucionales las reformas a las leyes locales de Baja California y San Luis Potosí, que las “blindaron” para impedir que pudieran aprobarse reformas que despenalicen esta práctica, como ya sucedió en el Distrito Federal.

Conviene, aunque ya mucho se ha dicho, comentar algunos persistentes mitos que los opositores a este derecho de las mujeres insisten en repetir:

1. Quienes buscan la despenalización son “abortistas”. Falso. Nadie promueve el aborto. Lo ideal sería que ninguna mujer se viera en la necesidad de emplear este recurso extremo. Pero una cosa es el mundo ideal y otra la realidad: la cantidad de embarazos no deseados (habría que aumentar la promoción de los métodos anticonceptivos) y de abortos improvisados e insalubres que matan a cientos de mujeres cada año dejan claro que, en vez de criminalizar, urge garantizar en todo el país el derecho de las mujeres a interrumpir el embarazo en condiciones que garanticen su salud.

2. La vida humana comienza con la fecundación. Nuevamente, falso. Cuando un óvulo es fecundado por un espermatozoide, ambos están ya vivos previamente; la vida no comienza en ese momento. Pero además, el producto de esa unión es una célula indiferenciada, que comenzará a dividirse y posteriormente a formar estructuras rudimentarias. El proceso toma meses, y hasta antes de las 12 primeras semanas –al menos–, no existen aún las estructuras anatómicas que puedan dar soporte a las funciones que definen a un ser humano: percepción sensorial, pensamiento, conciencia. Si un paciente con muerte cerebral deja de ser considerado vivo, pues ha perdido lo que lo define como humano –y puede por ende desconectarse el sistema que lo mantiene artificialmente vivo– no tiene sentido considerar a un conjunto de células en desarrollo como individuo humano.

3. Los “antiabortistas” defienden los derechos del “no nacido”; el aborto es un asesinato. Si el embrión en las primeras semanas de desarrollo no cumple con las características mínimas para ser considerado un individuo humano (y el límite de 12 semanas, aceptado mundialmente con base en conocimiento biomédico firme, tiene suficiente margen de seguridad para asegurarlo), ese “no nacido” cuyos derechos supuestamente se defienden no existe… todavía. Por ende, tampoco el supuesto crimen.

4. Lo que se debate es si los derechos de la mujer son más importantes que los del embrión. No. El embrión no es un individuo humano –aún–; por ende, no tiene todavía derechos. Pero la constitucionalidad del derecho a la interrupción voluntaria del embarazo ya fue establecida por la Suprema Corte, cuando se discutió la despenalización en el DF. Lo que realmente se discute es si los estados pueden modificar sus leyes locales aun cuando contradigan la Constitución Federal.

5. Oponerse al aborto es defender la “cultura de la vida”. Falso. No existe una “cultura de la muerte” que promueva el aborto. Lo que existe es la defensa universal de los derechos humanos, en este caso los derechos reproductivos de la mujer y su prerrogativa a decidir sobre su propio cuerpo. El discurso polarizante de la llamada “cultura de la vida” es sólo la estrategia de la iglesia católica para imponer sus muy particulares puntos de vista, que privilegian dogmas como la santidad de la vida desde la concepción y la inmoralidad de los anticonceptivos aún en perjuicio del bienestar de los ciudadanos.

La Organización de las Naciones Unidas acaba de emitir un informe que exhorta a las naciones “a aceptar que debe otorgarse a mujeres y niñas el acceso al aborto legal para que puedan disfrutar plenamente sus derechos humanos”. Aunque todavía haya –algunos, quizá muchos– ciudadanos que no estén de acuerdo, no hay que olvidar que los derechos no se deciden por mayoría, ni se negocian. Ojalá los ministros de la suprema corte, por encima de las presiones de los sectores conservadores de la sociedad, adopten el enfoque progresista y sensato, basado en el conocimiento científico y fundado en la continua ampliación de los derechos humanos de la población, que se espera en una sociedad democrática de la segunda década del siglo XXI.


¿Te gustó? ¡Compártelo en Twitter o Facebook!:

Para recibir La ciencia por gusto cada semana
por correo electrónico, ¡suscríbete aqui!

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Ingeniería biológica

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM

Publicado en Milenio Diario, 21 de septiembre de 2011


Durante los últimos 60 años, los biólogos moleculares han sido –quizá– el grupo de científicos más audaces y creativos. A partir del descubrimiento de la doble hélice del ADN, en 1953, y de las herramientas que permiten cortarlo, copiarlo y pegarlo para hacer “ingeniería genética”, en los años 70, se han dedicado a modificar células vivas para investigar su funcionamiento y proporcionarles nuevas capacidades.

Pero en los últimos años ha surgido una nueva disciplina, la “biología sintética”, que se propone no sólo modificar organismos previamente existentes, sino “diseñar, con enfoque ingenieril, sistemas biológicos modificados genéticamente que lleven a cabo funciones nuevas que no existan en la naturaleza”.

Para ello, los biólogos sintéticos han ido coleccionando bibliotecas de “partes biológicas intercambiables y estandarizadas”. Es decir, genes. Algunos que producen diversas proteínas (enzimas, que controlan reacciones químicas; canales para meter o sacar sustancias de la célula; toxinas, etcétera), y otros que sirven como “interruptores” para encender y apagar a otros genes. Y han ido aprendiendo a armar con ellos, de manera “predecible, confiable y sistemática” –como si se tratara de bloques de lego o de esos kits para armar circuitos electrónicos caseros– sistemas biológicos novedosos. (Incluso, existen estándares internacionales para diseñar y manejar dichas colecciones de partes, como los de la fundación BioBricks.)

Aunque suene a ciencia ficción, utilizando este enfoque se ha logrado ya diseñar microorganismos que fabrican biocombustibles o fármacos, que eliminan contaminantes o que combaten células cancerosas (en el laboratorio). Pero en agosto pasado la revista Molecular systems biology publicó un trabajo de los investigadores Chueh Loo Poh, Mattew Wook Chang y colaboradores, de la Universidad Tecnológica Nanyang, en Singapur, en el que por primera vez se reporta la utilización de la biología sintética para combatir una enfermedad infecciosa.

La bacteria Pseudomonas
aeruginosa vista al microscopio
 electrónico de barrido
La bacteria Pseudomonas aeruginosa es una plaga común en hospitales, que causa infecciones graves y hasta mortales en los pacientes. Gracias a su habilidad para formar biofilmes (películas delgadas de bacterias que recubren superficies sólidas; la más conocida es la placa dental, aunque esa no está formada por Pseudomonas, sino por otras bacterias) pueden contaminar el material hospitalario y resistir los tratamientos con antibióticos.

Los investigadores modificaron a la bacteria Escherichia coli, un habitante normal del intestino humano, y caballito de batalla de los biotecnólogos, para combatir a Pseudomonas. Le introdujeron tres genes: uno para fabricar una proteína que detecta a cierta sustancia segregada por Pseudomonas (se trata de una señal que forma parte del mecanismo de quorum sensing, o detección de quórum, que le indica a la bacteria si hay suficientes compañeras en los alrededores como para comenzar a construir un biofilme). Otro le permite producir una toxina llamada piocina, que mata a Pseudomonas. Y el tercero, cuando se activa, hace que la célula de E. coli se disuelva.

El sistema de "detección y eliminación
de patógenos" construido
mediante biología sintética
El sistema, una vez armado, es muy ingenioso: si la bacteria E. coli modificada se halla en presencia de Pseudomonas, la detecta, comienza a fabricar la piocina y a continuación se desintegra, liberándola al medio y matando a Pseudomonas. (Si no hay Pseudomonas, no hace nada fuera de lo normal.)

Los investigadores construyeron su sistema de manera completamente sistemática y lo sometieron a todo tipo de pruebas detalladas y rigurosas. Comprobaron que funciona… como un reloj. La E. coli modificada detecta y elimina a Pseudomonas, tanto en cultivos de vida libre como biofilmes.

No es algo que pueda usarse como terapia aún –será necesario hacer pruebas in vivo, por ejemplo usando ratones, e introducir una E. coli modificada al intestino humano sería muy riesgoso–, pero es una prueba de que en principio pueden diseñarse bacterias que combatan enfermedades. Tomando en cuenta que el desarrollo de nuevos antibióticos es muy lento, y que constantemente están apareciendo variedades de bacterias resistentes a ellos, esta nueva estrategia para combatir infecciones suena extremadamente prometedora.

Y no es la única. Hay también ya reportes, por ejemplo, de virus modificados genéticamente para atacar, de forma específica, a tumores cancerosos, que están ya siendo probados clínicamente. Las posibilidades de la biología sintética son enormes, aunque todavía hay que explorar sus riesgos. ¿Qué nos traerá el futuro? Yo, personalmente, lo espero emocionado.


¿Te gustó? ¡Compártelo en Twitter o Facebook!:




Para recibir La ciencia por gusto cada semana
por correo electrónico, ¡suscríbete aqui!

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Política, ciencia y seguridad nacional

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM

Publicado en Milenio Diario, 14 de septiembre de 2011


La política tiene muy mala fama en México, pero al mismo tiempo es indispensable para que el país pueda funcionar. También la tienen los medios de comunicación, que sin embargo cumplen la importante función de informar y orientar a los ciudadanos, ayudando a exponer temas socialmente importantes y a llamar a cuentas a los responsables de asuntos que perjudiquen a la nación.

La ciencia tiene mala fama, igualmente, pero al mismo tiempo es vital para mejorar el nivel socioeconómico y de vida de un país. Hoy tuve el privilegio de asistir a una reunión en el Senado de la República donde se conjugó lo valioso de estas tres actividades.

Fue convocada por el senador Javier Castellón Fonseca (PRD) a nombre de las comisiones de Ciencia y Tecnología, de Derechos Humanos, de Defensa Nacional, Gobernación, Marina y Seguridad Pública del Senado. El tema: el fraudulento detector molecular GT200, usado por las fuerzas armadas de México en la lucha contra el narco, tema ya comentado en este espacio.

Se invitó a destacados científicos como Luis Mochán, del Centro de Ciencias Físicas de la UNAM (quien ha escrito sobre el GT200 ampliamente), Arturo Menchaca, presidente de la Academia Mexicana de Ciencias, Alejandro Frank, director del Instituto de Ciencias Nucleares de la UNAM, y Raúl Alva, de la Universidad Autónoma Metropolitana, entre otros, y representantes del Consejo Consultivo de Ciencias de la Presidencia. También estuvimos presentes el divulgador y bloguero escéptico Andrés Tonini (@Lonjho), probablemente la persona que más información ha recopilado acerca del GT200 en México, y un servidor. Asistió también la senadora Yeidckol Polevnsky (PRD).

Brevemente, la reunión consistió en exponer los antecedentes sobre este aparato, la imposibilidad científica de que pueda funcionar como lo anuncian sus fabricantes, su comprobada inutilidad y alto costo, la experiencia negativa de otros países, las advertencias que el nuestro ha recibido sobre los peligros de su uso, y las razones por las que la Comisión Nacional de Derechos Humanos se ha pronunciado en contra de su utilización (aspectos todos ya comentados en anteriores entregas de esta columna).

Se hizo especial énfasis en que el GT200 –y otros artefactos similares, igualmente fraudulentos e inútiles– implica el grave peligro de no detectar armas o explosivos (falso negativo), poniendo en riesgo a los operadores militares y a civiles, y de exponer a ciudadanos al abuso de ser señalados como criminales (falso positivo) sin mayor fundamento que un artefacto comprobadamente inútil. Se reveló también que las compañías que venden estos aparatos a las fuerzas armadas incluyen en sus contratos cláusulas que ¡prohíben someterlos a prueba!

A consecuencia de lo expuesto, se propuso promover que el Senado, con la colaboración de la comunidad científica, haga una evaluación rigurosa de estos detectores, y ayude a lograr que las fuerzas armadas dejen de ser estafadas por las abusivas empresas –ya demandadas en varios países– que trafican con la seguridad de los ciudadanos.

Una cosa es vender pulseritas mágicas, y otra muy distinta poner en peligro la seguridad de militares y civiles de varios países. Esperemos que esta naciente colaboración de políticos con científicos –y comunicadores– rinda frutos, y pronto la lucha contra el crimen deje de utilizar varitas mágicas que en realidad no son más que placebos inútiles.


¿Te gustó? ¡Compártelo en Twitter o Facebook!:





Para recibir La ciencia por gusto cada semana
por correo electrónico, ¡suscríbete aqui!

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Científicos sufridos

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM

Publicado en Milenio Diario, 7 de septiembre de 2011


Hace unos años, en un evento de lectura y discusión sobre poesía y ciencia, un querido amigo científico (ahora también poeta) expresó que la investigación científica era una labor muy ardua y desgastante. Fue inmediatamente refutado por otro contertulio, ajeno al mundo científico, quien aseguró que la ciencia “era bella y divertida, no sufrida” (o algo así, cito de memoria).

Y es que la imagen popular de la ciencia, la que tiene el ciudadano común, al tiempo que la presenta como producto de inventores o científicos locos, como una labor más bien rara, mecánica, aburrida y difícil (eso sí: nunca creativa –creativos, los artistas–, aunque en realidad un científico siempre tiene que serlo: para generar nuevas hipótesis, experimentos para someterlas a prueba, enfoques para interpretar los resultados…), también la idealiza. Un científico es bueno, sabio y feliz (como Einstein, o como los personajes del programa de TV The big bang theory).

El autor de este blog con John Ziman,
Salamanca, España, 2002
Lo cierto es que, como para cualquier profesión, para ser un buen investigador científico se requiere poseer ciertas habilidades y cierto tipo de personalidad. El físico y estudioso de la ciencia John Ziman, uno de los iniciadores del movimiento CTS (ciencia, tecnología y sociedad), afirmaba en su excelente libro Enseñanza y aprendizaje sobre la ciencia y la sociedad (Fondo de Cultura Económica, 1985) que el científico, además de originalidad –creatividad– debe poseer ciertas habilidades técnicas –de ahí la necesidad de largos años de estudio– y la dedicación necesaria. Porque la ciencia es un oficio que muchas veces puede ser tan demandante como el de pianista o bailarín de ballet.

Y en efecto: no se puede ser pianista o bailarín practicando unas cuantas horas a la semana; hay que hacerlo “24/7”. Y no se puede ser un buen investigador trabajando de 9 a 5. En muchos laboratorios –especialmente en el competitivo ambiente de los Estados Unidos–, es frecuente que las labores se prolonguen hasta altas horas de la noche, e incluyan fines de semana y días festivos (cuando hice mi servicio social y tesis en un instituto de la UNAM, no era raro ver estudiantes de doctorado que iban a trabajar en domingo).


Alfredo Quiñones (centro) con su equipo
En el número más reciente de la revista Nature (1º de septiembre) aparecen dos textos que abordan el asunto. En un reportaje, Heidi Ledford presenta el caso del grupo de investigación de Alfredo Quiñones Hinojosa, que comenzó como inmigrante ilegal en los campos de cosecha de California, y hoy es un exitoso neurocirujano en un importante hospital de la Universidad Johns Hopkins en Baltimore. Para los estudiantes y colaboradores de Quiñones, es común trabajar hasta la medianoche, alimentarse de comida rápida sin salir del laboratorio y tener juntas los viernes hasta las 10 pm. “No tengo nada en contra de las vacaciones; tómate el fin de semana”, afirma Quiñones medio en serio, medio en broma. Y añade estar convencido de que “cuando das ese extra, estás entrenando tu cerebro como un atleta”.

Puede sonar horrible, pero no es raro. Al parecer, el científico promedio en Estados Unidos trabaja 50 horas a la semana. “La ciencia es una amante cruel”, afirma otro investigador, Pierre Azoulay, del Instituto Tecnológico de Massachusetts, haciendo referencia al título de la magistral novela de Robert A. Heinlein The moon is a harsh mistress. Y añade: “creo que pocos científicos esperan tener un trabajo de 9 a 5”.

Aunque hay estudios que muestran que este estilo de trabajo rinde frutos –los laboratorios más industriosos son los que producen más artículos científicos (no en balde la palabra “laboratorio” viene de “labor”)–, también tiene un costo. Quiñones acepta no ser un buen padre, y el nivel de estrés y desgaste puede ser un problema para quien no se adapte.


Pero hay también otras formas de hacer ciencia. Ledford cita al psicólogo Dean Simonton, quien sostiene que el estilo “monástico” de muchas instituciones científicas disminuye la creatividad. Y en un lúcido comentario, publicado también en Nature, la investigadora biomédica Julie Overbaugh asegura que para ella, un buen nivel de vida es tan importante como ser productiva, sobre todo porque toda persona tiene, además de las demandas académicas y administrativas de la ciencia, otras presiones, como criar a los hijos, cuidar a los padres, enfermedades, accidentes…

Un equipo “fatigado e infeliz” no puede ser muy creativo, comenta Overbaugh, que suele jugar basquetbol y tenis, ir al bar con amigos, tomar clases de arte y salir en bicicleta o de caminata (“ahí es donde he tenido varias de mis mejores ideas”). Y defiende la necesidad de recuperar la costumbre de “tomar una taza de té y discutir temas científicos”.

No, ser científico no es una vida fácil. Pero para quienes tienen la personalidad correcta, y encuentran un estilo de vida compatible con la ciencia, es también una vida increíblemente satisfactoria. Si no, no estarían ahí.

¿Te gustó? ¡Compártelo en Twitter o Facebook!:







Para recibir La ciencia por gusto cada semana
por correo electrónico, ¡suscríbete aqui!